Primer sueño de Archime

Archime no sabía como había llegado a aquel lugar. La única forma de acceder a aquella habitación parecían ser aquellas ventanas altas, tal y como constató de un simple vistazo. No había mucho que ver en la sala. Así pues, lo primero que intentó fue lanzarse un hechizo de levitación para llegar hasta ellas.

Hasta ese momento no se había dado cuenta de que no podía mover el implante. El irrense miró preocupado la superficie metálica de su prótesis, sin daño externo visible. Se apresuró a rebuscar en los bolsillos de su bata el instrumental adecuado para abrir el brazo y buscar el origen del fallo que se estaba produciendo. Ello sirvió tan solo para descubrir, con creciente nerviosismo, que sus bolsillos estaban vacíos. No podía ni repararlo ni disponía de ambas manos para poder realizar los gestos pertinentes con los que elaborar sortilegios.

El biomecánico comenzó a preguntarse los motivos por los que podía encontrarse en esa situación. Le inquietaba no dar con ninguno. De hecho le inquietaba más que el hecho de no recordar cómo había llegado hasta allí. Sin ninguna otra opción, se acercó al escritorio y a aquel ordenador que parecía diseñado por alguien con un peculiar gusto por lo retro.

Antes de comenzar a manipularlo, sin embargo, se fijó en el reloj. La mirada tras sus gafas se posó largos segundos en él, analizándolo detalladamente. Constató enseguida que efectivamente se trataba de una versión de bolsillo de otro que ya conocía. Aquel que se encontraba en la estatua del patio y cuyo objeto de medición era todavía un misterio para el ingeniero. No obstante, aquel se encontraba completamente parado. El irrense le dio la vuelta y observó durante unos instantes aquellos tornillos que parecían querer decirle que los desatornillara. Un mecanismo que no se encontraba en funcionamiento y que pedía a gritos ser reparado. Pero el irrense no podía. Daba igual cuántas veces comprobara sus bolsillos, estos seguían igual de vacíos. Casi se podía notar la frustración en la neutra expresión del ingeniero mientras se guardaba cuidadosamente el reloj en su bata.

Sin ya ningún otro elemento que examinar, centró por fin su atención en el ordenador. Dedicó una mirada con un ceño casi impercetiblemente fruncido a aquella nota tan obvia, aunque al mismo tiempo pensó que al menos debía tratarse de una indicación de que el computador sí funcionaba, al contrario de lo que sucedía con su implante y el reloj. Sin esperar más, el irrense localizó el botón de encendido y lo pulsó.

El biomecánico observó con una mirada tan parpadeante como fija aquella extraña pantalla de carga hasta que dio paso a otra pantalla completamente gris. El biomecánico empezaba a pensar que el sistema se había colgado ya que no se mostraba nada en pantalla salvo color plano. Comprobó que podía mover el puntero, no obstante, empleando aquel primitivo sistema táctil que se encontraba bajo el teclado del ordenador. Trató de introducir comandos para abrir un administrador de tareas o realizar un reinicio, pero no sucedía nada pulsase la tecla que pulsase. Casi da un bote en el sitio cuando la voz sonó de repente. Especialmente porque no se había mostrado en la pantalla nada que indicase que se había ejecutado ningún fichero. La conclusión a la que llegó el biomeánico era que aquel computador estaba completamente programado para ejecutar unos procesos completos y probablemente empleaba un sistema operativo creado por completo por la persona a la que pertenecía y, por tanto, no ganaba nada tratando de manipularlo al desconocer su funcionamiento.

¿Entonces esa era la auténtica prueba de Rocavarancolia? El desconcierto aumentaba en Archime según la voz hablaba, no pudiendo evitar pensar que nada de aquello cuadraba con las experiencias que habían vivido hasta el momento en la ciudad. ¿Por qué si durante más de dos meses simplemente les habían indicado que sobrevivieran tras abandonarnos a su suerte ahora parecía existir alguna clase de periodo de selección? No tuvo demasiado tiempo para detenerse a pensar en ello, no obstante, pues entonces se dio paso a la reproducción de una cámara en la que se mostraba a Shaco tirado en medio de una estancia de características similares a aquella en la que él se encontraba.

Archime apenas había comenzado a examinar los relojes que se mostraban en la imagen cuando aquella siniestra voz habló de nuevo, provocándole un escalofrío según explicaba más y más detalles de aquella locura. Pues se trataba, sin duda, de una completa demencia. El irrense permaneció largos segundos en silencio mientras miraba alternativamente las horas que marcaban los relojes de las imágenes.
—La pregunta carece... de lógica alguna —alcanzó a decir al cabo de un rato con voz estrangulada. Se estaba poniendo cada vez más nervioso y si hubiera podido sudar seguramente las gafas se le habrían empañado—. Es imposible calcular la respuesta sin datos acerca de la posición de los... serpelinos o la velocidad que estos alcanzan o... —Calló. Era demasiado absurdo y le parecía completamente surrealista tener que explicar una noción tan evidente.

De pronto le asaltó una duda y se llevó su mano no-biónica, la única que le funcionaba en aquellos momentos, al bolsillo donde había guardado aquella réplica de pequeño tamaño del reloj de Maciel. Quería comprobar qué "hora" se suponía que marcaba, por si se trataba de alguna pista al supuesto acertijo que tenía entre manos.

<<Las seis y media... >>, pensó Archime tras examinar unos instantes el reloj. Se mordió el labio inferior mientras volvía a escrutar los otros dos relojes parados. Las seis y media ni siquiera se encontraba dentro del rango de las horas que ambos mostraban. Pero en realidad la pregunta no tenía sentido alguno desde el principio, por lo que a lo mejor aquella respuesta imposible era la correcta. ¿Pero y si no lo era? Por la mente del biomecánico se sucedieron más posibilidades. Si restaba las horas que marcaban sendos relojes, el resultado era cuatro horas y veinticinco minutos; si sumaba, las seis y cincuenta y cinco minutos. La hora coincidía, pero  había una diferencia de veinticinco minutos con lo que supuestamente indicaba su réplica. ¿Y la puerta? ¿Se suponía que había algo que indicaba de qué puerta se trataba?
—No tiene sentido alguno... —murmuró con cierta aprehensión. Observar el nerviosismo de Shaco no ayudaba precisamente a tranquilizarlo a él. Y mucho menos el anuncio de un tiempo límite.

¿Qué debería introducir? ¿Y si en realidad se podía resolver y estaba pasando algo por alto? ¿Sería cierto que el humano sería atacado por un sinfín de serpelinos si él fallaba? Archime no dejaba de revolverse en su sitio. No tenía tiempo. La voz había dicho cinco minutos ya hacía un buen rato. Tiempo era precisamente lo que necesitaba introducir. Cada vez se sentía más presionado por el miedo a fallar. Por miedo a lo que pudiera sucederle a Shaco y por verse incapacitado para resolver aquello.

Tras echar un último vistazo a su reloj, convirtió rápidamente las seis y media a sexagesimal y tecleó frenéticamente la cifra, indicando que escogía la puerta derecha -tan solo porque la hora era más cercana a la que había introducido- para después pulsar intro, en completa tensión.

En el rostro de Archime se compuso la expresión que más pánico podía transmitir en su inexpresividad cuando vio que Shaco corría grave peligro. En cuanto sus gritos le llegaron desde lo que parecía la estancia contigua, los ojos del biomecánico trataron de buscar algo, cualquier cosa, con la que poder trazar una runa. No podía ejecutar los gestos para los hechizos, pero tal vez podría diseñar... No, era completamente en vano, allí no había absolutamente nada. Ni siquiera había cajones vacíos en los que rebuscar con la vana esperanza de que no lo estuvieran.

El humano dejó de gritar y el biomecánico de mirar a su alrededor para devolver toda su atención a la pantalla. El irrense comenzó a hiperventilar muy fuertemente mientras contemplaba el cadáver de Shaco, muerto por su culpa tal y como constató aquella irritante voz empleando para ello un humor que incluso él sabía de mal gusto. Pero para entonces la escena había cambiado, y ahora eran Nero y Anriel quienes aparecían en el monitor. Las nuevas instrucciones no se hicieron esperar y el irrense pasó a centrarse en salvarlos a ellos antes de continuar lamentándose por lo sucedido.

Un nuevo acertijo carente de sentido. No tardó en notar el movimiento de las agujas del reloj, no obastante, ya que todavía lo sostenía en la mano. Se preguntó qué había provocado su repentina activación, pero probablemente también estaría programado igual que aquel ordenador anticuado. El reloj no le había servido antes, pero tal vez se había equivocado con la elección de puerta, pensó. No obstante, las indicaciones habían especificado que tenía que emplear una misma hora y el reloj se desplazaba entre dos.

Tras darle muchas vueltas, la única pista que se le ocurrió que podría indicar aquello, era que la hora en cuestión se tratase de la una y cinco minutos, la diferencia entre las que marcaba el constante oscilar de las agujas. En cuanto a las puertas... tenía un veinticinco por cierto de probabilidades de acertar con una de ellas. Archime prefirió no realizar más cálculos probabilísticos y se apresuró a teclear de nuevo la hora. Eligió la puerta A para Anriel y la D para Nero. Inconscientemente contuvo la respiración al pulsar intro.

Archime permaneció expectamente nervioso mientras la pantalla le mostarba la habitación vacía que los sinhadres acababan de abandonar, comenzando a pensar por unos breves instantes que tal vez habría acertado.

Los gritos de Anriel, seguidos de los de Nero, le confirmaron que su esperanza había sido vana. El irrense asistió con creciente desesperación a la escena de la aurva descabezada y al edeel siendo atacado constantemente por las gaviotas. Al principio no apartó la vista de la mitad de la pantalla que mostraba a Nero, con la esperanza de que consiguiese salir con vida mientras su vista se desplazaba intermitentemente hacia el cadáver de la chica, provocándole cada vez más ansiedad. Los gritos del edeel no contribuían precisamente a disipar dicha sensación.

No supo cuánto tiempo transcurrió. Podrían haber sido horas. Lo que si pudo comprobar, con creciente inquietud, era que los gritos del edeel seguían un patrón y se producían en un intervalo de cada cinco segudos con absoluta precisión. Al cabo de unos diez minutos, Archime se había encogido en el suelo al lado del escritorio mientras en sus oídos seguía resonando el escalofriante sonido de los gritos de Nero. Inconscientemente, el biomecánico comenzó a contar los segundos que faltaban para que se produjese el siguiente grito mientras otra parte de él no cejaba de desear que se terminase de una vez.

La voz lo sacó de la inmovilidad. No se había vuelto a levantar aún cuando la agonía del sinhadre llegó a un término, o al menos la desgarradora manifestación de esta, pero la voz le hizo apresurarse a observar de nuevo la pantalla. Ya se imaginaba lo que se iba a encontrar.

Trató de hacer caso omiso al cruel sentido del humor del demencial individuo que estaba detrás de toda aquella locura y observó ahora a cuatro de sus compañeros de torreón mientras se mordía el labio. Un hilillo de sangre brotó de él al cabo de unos segundos debido a que había hecho cada vez más fuerza inconscientemente.

Apenas dedicó esta vez tiempo a analizar lo que marcaba su reloj. Mientras Nero agonizaba, Archime había llegado a una conclusión. La de que no había respuesta correcta alguna. Estaba totalmente convencido de ello. Todo aquel juego macabro no era más que eso, un escenario de terror montado por algún demente que encontraba diversión en llevarlo a cabo. Es por eso que  esta vez iba a introducir una única cifra, sospechando que las horas que introducía podrían estar siendo usadas como alguna indicación acerca de como proceder con el asesinato de sus compañeros.

Eligió las puertas al azar, aunque evitó por completo aquellas que parecían esbozar, de algún modo, una sonrisa. Descartó además los dos primeros, por puro orden, y seleccionó los cuatro restantes. La cifra que introdujo era el cero.

Archime entró en pánico en cuanto el dueño de la voz comenzó perder el control por completo. Por algún motivo le había molestado sobremanera el que hubiese introducido aquella cifra que normalmente no significaba nada. Para el biomecánico, sin embargo, lo significaba todo, ya que el cero siempre estaba presente en el código al que tanto tiempo y esmero dedicaba. Pero la voz de repente le sonaba familiar y algunas de las frases que empleaba eran como una reminiscencia de algo que ya conocía.

¿Pensar en la Luna? ¿De qué estaba hablando? Solo sabía que la Luna aparecería al final de la cosecha, si es que no era alguna clase de simbolismo de otra cosa, pero no sabía nada mucho más al respecto salvo por las confusas metáforas del libro que hablaba sobre ella. En el reloj salía la Luna... de pronto comprendió algo que no entendía como podía haber pasado por alto en todo el tiempo que pasó en Maciel, quizás porque no había tenido sentido. Ahora empezaba a pensar que podría tenerlo, pero en aquellos intantes todo aquello no importaba. O a lo mejor sí, y por eso había fallado. A lo mejor la respuesta era sencilla pero él no había sido capaz de verla.

<<Tic-tac... tic-tac...>>, eso era lo que el irrense escuchaba de vez en cuando sin ningún motivo y era a lo que estaba haciendo referencia la voz. ¿Por qué? ¿Qué significaba? ¿Acaso siempre había tenido un límite? ¿Un límite de tiempo para savarlos a todos? ¿Y si Taro tan solo había sido el primer fracaso que precipitó todos los que se acababan de producir? Y que aún se producían, pues mientras tanto, con el corazón cada vez latiéndole más deprisa, Archime vio morir a Cío, a Ippon, a Keiria y a Barus al igual que había sido testigo de las muertes de Shaco, Anriel y Nero. No había podido salvar ni siquiera a uno de ellos. ¿De qué le servía todo su intelecto si no lo utilizaba cuando era verdaderamente importante?

Archime intentó cubrirse los oídos con las manos, el "tic-tac" iba a volverlo loco. Pero no sirvió absolutamente de nada ya que no podía mover su implante. Paradójicamente en ese momento la voz le estaba acusando de condenarlos a todos al silencio. Eso era lo que él hubiera querido en ese momento.

Pero de pronto nada era igual. ¿Qué había sucedido? La mente del biomecánico pensó inmediatamente en un sistema recreado mediante realidad virtual, pero conociendo la existencia de la magia no dudaba de la posibilidad de haberse desplazado a otro lugar en un parpadeo. ¿Se trataba de algún lugar recóndito de Rocavarancolia? No lo parecía, había demasiada vegetación, aunque se tratase de malas hierbas, para que así fuera.

Todos los caminos eran exactamente iguales. Se encontraba justo en el centro de lo que podía abarcar con la vista. Pero aún antes de que la voz lo anunciase, lo vio claro. Una vez más tendría que elegir una hora. Cada camino representaba distintas partes del día. Archime había conservado el reloj, de hecho todavía lo llevaba en la mano sin haber sido consciente de ello desde hacía mucho rato. Las doce. La Luna.

El biomecánico observó las sombras y observó el color del cielo. No era de noche en ninguno de los cuatro caminos. Pero uno marcaba las doce de todas maneras. Archime echó a andar a través de dicho camino, esperando que esta vez sí estuviese "usando la Luna" tal y como la voz pedía. De todas formas si no había entendido mal ahora era su vida la que se estaba en juego, si fallaba era un consuelo saber que ya no sería responsable de la muerte de ninguno más de sus compañeros.