Cicatriz de Arax

El grupo se dividió, y Pam y Milo se apuntaron con ella a recoger agua, pero antes tenían que ocuparse de la chica muerta. Rechazó la ayuda de su compatriota, alegando que era una chica menuda y no pesaba nada, y que prefería que Milo tuviera las manos libres por si pasaba algo. Con el escudo atado a la espalda, acunaba a la niña en sus brazos, mirando al frente para no ver su forma sanguinolenta. No desvió la vista en ningún momento del camino, por miedo a encontrarse con la desconocida siniestra siguiéndoles, aunque sí preguntó en un par de ocasiones a sus compañeros. El cadáver apestaba, y su peso se triplicaba para Rena según se iba haciendo más y más consciente de lo que era. Aquella niña estaba muerta. Había muerto ese mismo día y no habían podido hacer nada por evitarlo, el mismo día que había despertado en la ciudad. Ellos también se habían encontrado con los encapuchados antes, ¿era así como podrían haber acabado? Miró a Milo y a Pam, aterrada, pero asegurándose de que ninguno de ellos se percataban de su escrutinio.

Cuando llegaron a la Cicatriz Rena se plantó en el borde de la grieta y miró abajo. Le temblaban las piernas. Lo más lógico era deshacerse del cadáver para que no atrajera depredadores, y esa era la forma más fácil y limpia de hacerlo, pero algo no estaba bien. Tiró el cadáver igualmente, alejándose lo más rápido posible para no ver ni oir a los gusanos lanzarse a devorarlo.

-Vámonos de aquí- pidió, y enfiló el camino hacia la fuente.


Sigue en la Plaza de la Fuente

La sima era infranqueable pero estrafalariamente aquél no era el mayor de sus problemas. Sox miraba atónito el interior de la colosal grieta en la tierra.

¿Sería alguna clase de cementerio? ¿Quién estaría conforme con que arrojaran su propio cadáver a un agujero abierto en la tierra, indiferentes a la posibilidad de que cualquier desaprensivo lo animase con magia?
—Este lugar nunca deja de sorprenderme para mal —comentó. Se asomó un poco más al borde, pero enseguida se retiró por prudencia. Era una altura respetable.

El corazón le dio un vuelco cuando creyó ver moverse algunos de los huesos a lo lejos. La mano en tensión, preparada sin darse cuenta para descargarse la ballesta de la espalda, quedó olvidada a un lado al aguzar la vista y ver por qué había agitación a lo lejos. Un gusano gigantesco emergió entre el mar de cadáveres, solamente para hundirse de nuevo en él haciendo restallar centenaras de calaveras y costillas. Otros congéneres ascendieron a la superficie ante el alboroto; un par empezaron a pelear entre sí y Sox creyó entrever dientes en algún punto de la refriega.

—No podemos cruzar esto —señaló lo obvio, estupefacto todavía por lo que tenía delante. La sola idea de levitar a varios metros de altura ya le causaba respeto, pero aun cuando lo dominaran el carabés no pensaba pasar por encima de aquel basurero de esqueletos.

Rocavarancolia parecía haber sacado máxima puntuación en un curso para disgustar a Rádar.

Como era habitual desde el suceso que había sacudido a los macieleros, el carabés había estado especialmente tenso todo el camino, con una mano agarrando fuerte la empuñadura de la espada, atento a cada sutil ruido o movimiento. La visión lejana de la grieta lo había puesto en una guardia todavía mayor, si cabía. Aun así no había estado preparado, ni de lejos, para ver lo que contenía.

Se quedó contemplando aquella necrópolis tan turbadora, profundamente estupefacto. No sabía si reñirse por ser capaz de sorprenderse o seguir sorprendido con las nuevas cotas de perturbación que alcanzaba aquella ciudad. Se había quedado a una distancia prudencial, negándose hasta sus mismos huesos a estar a cualquier cercanía que pudiera considerarse excesiva. El recuerdo de la caída mantenía un gancho clavado con firmeza en su estómago, y la visión de aquel osario no mejoraba en nada la situación.

La visión lejana de aquellos gusanos gigantescos tampoco le impulsaba a acercarse.

—Esta ciudad parece un monumento a la muerte —el asco y el desprecio estaban impresos en su voz a un nivel que nunca antes había sentido. Miró a su congénere, por una vez de acuerdo por completo con él—. Eso está claro. Si cruzamos tendrá que ser rodeando la grieta. Si es que es posible.

-No sé cómo sabe esa fruta, ¿está buena? - preguntó.- Pero si sabe como tú seguro que no me gusta - le sacó la lengua.

-Precisamente, no lo hago mal - dijo repitiendo las palabras del humano.- Eso quiere decir que me queda mucho por mejorar - recogió la manzana del suelo y extrajo la flecha con cuidado de no romperla. Las siguientes palabras del chico lo hicieron enrojecer, lo ignoró como pudo y entró en el torreón para desayunar.

Se dijo de salir a una búsqueda más y el nublino se preparó lo mejor que pudo. Carcaj al hombro, arco en mano y anillo guardado por si, la sagrada Luna Roja no lo quisiera, pasaba algo.

-------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------


Eriel miró hacia abajo y observó los esqueletos reunidos allí. Se preguntó por qué los ciudadanos no les había dado un entierro digno. Otra pregunta asaltó su mente con insidiosa vehemencia, ¿cuántos de aquellos esqueletos eran gente como ellos? Chicos llevados para la criba y que no había sido dignos de que la Luna les tocase. Pero no dijo nada.

-Empiezo a no extrañarme de nada de lo que vea en la ciudad - dijo con voz queda.- No pienso preocuparme por esto si no puedo hacer nada por ello.

Antes las palabras de los carabeses Eriel miró a ambos lados de la grieta y luego señaló hacia algo del fondo.

-Creo que allí hay algo que atraviesa esto - comentó mirando al resto.- Podemos probar - se encogió de hombros.

La excursión parecía ir bien. La ciudad seguía siendo horrible, claro, y con unas condiciones de higiene malísimas, pero… por ahora todo iba bien. De todos modos la madrileña no se fiaba demasiado, así que iba casi pisándoles los talones a sus compañeros, y cuando estos se pararon al ver la sima se chocó con la espalda de Mandón. Mon no se disculpó, sin embargo. Estaba muy ocupada mirando patidifusa a la grieta, llena a rebosar de huesos.

«Respira» se recordó mientras se acercaba con cautela. «Están pelados. No hay peligro de enfermedades, seguro. Respira».

Sin embargo, en el mismo momento en que se acercó a ver, algo se movió entre los huesos causando un sonido espantoso. Gusanos gigantes. Agresivos, además. Gusanos GIGANTES.

Mónica palideció de asco… y miedo, y se tuvo que agarrar al hombro del carabés porque de pronto le temblaban las piernas. La mera idea de tropezar y caer en la grieta hizo que se estremeciera de pies a cabeza.

—Qué… puto… asco —masculló, consternada.

Los motes:

Sox asintió ante las palabras de Rad. Completamente de acuerdo con rodear la grieta.
—Y que lo digas —murmuró después; estaba de espaldas a Mónica pero había captado algo de lo que había dicho. Su mirada había estado barriendo el océano de huesos, inconscientemente temiendo encontrarse un cadáver fresco. No divisó nada semejante, y al darse cuenta respiró un poco más tranquilo.

Decidió hacer caso a Eriel y no gastar energías en enfadarse con una sima inanimada. Intentó no pensar más en ello mientras se acercaban al lugar que había indicado el nublino, que resultó ser...

Un tablón. Un madero de mierda era lo único que pretendía mantenerles a salvo de lo de allí abajo. Ni hablar. Prefería andar aunque fueran kilómetros.
—No —como para ilustrar su firmeza en plantarse en el sitio, se paró allí mismo con los brazos cruzados—. Yo por ahí no cruzo.

La humana parecía especialmente consternada por aquello, lo cual tampoco sorprendió al tipo E. No estaban cerca del precipicio, pero aun así la aferró cuando se agarró a él y dio unos pasos hacia atrás. La mirada de Rádar era sombría, y no sin motivo. Había docenas de implicaciones con aquella fosa común, ninguna de las cuales era agradable. Más bien al contrario.

—Te hace pensar qué clase de seres pueden sentirse a gusto viviendo en esta ciudad —fue su respuesta a Mónica. Baja, con un marcado disgusto como una inflexión. Sabía que el nublino tenía razón, pero aun así no podía sentir menos que repulsión por una ciudad que toleraba lo que estaba contemplando.

El tablón lo clavó en el sitio tanto como al mago.El tipo E se imaginó por un momento cruzándolo, luego cediendo y cayendo sobre las fauces de aquellos gusanos. Cayendo al vacío, como ya había suc-

«No, no, no, no, nononononoNONONONONOPARA». Inspiró con fuerza y se cruzó, también, de brazos, aunque en su caso era un gesto que intentaba esconder que el estómago acababa de ponérsele del revés. No pensaba tolerar que nadie pudiera imaginar lo que le estaba afectando aquellos hechos ni aquel osario abierto en canal.

—Esto es absurdo. Cruzar el tablón es demencialmente inseguro —declaró, tajante—, así que o buscamos el lugar donde nace esa brecha para rodearla o exploramos en otro lugar.

Se dio cuenta al momento de que no había mencionado una tercera posibilidad: buscar y encontrar un puente que fuera realmente seguro. «Qué clase de puente seguro va a haber en este basurero inmundo» se reprendió, resoplando mentalmente. La realidad era que no deseaba cruzar por encima de aquello ni siquiera mediante el más seguro de los medios, pero el carabés no estaba preparado para admitirlo ni ante sí mismo.

Tayron contempló como su amigo se ruborizaba un poco y luego bromeaba. Sus labios escondieron una sonrisa a medias.
-Si no sabes a que sepo, Eriel, no te va a quedar más remedio que probar- dijo en un ocurrente tono seductor- ¿por qué caminar por una acera cuando puedes cruzar el paso de peatones cuando quieras?- preguntó, sin percibir que hablaba en términos humanos.

-Vamos...- Mónica le había cortado el rollo, para el belga podía ser endemoniadamente graciosa y aguafiestas a la vez- tú sigue mirando a la cuchara, llámame cuando Doce salga de ella- apostilló, pero en un tono más dulce de lo que había querido.



La cicatriz de Arax se extendía hasta donde Tayron ya no podía ver, como los dioses de los que los hermanos hablaban hubieran partido la tierra en dos. Ceñudo, el belga se asomó al barranco sobreponiéndose a la inesperada altura, una fosa repleta de huesos se presentaba como panorama. Dafne le agarró la mano cuando ambos vieron los gusanos y el chico se la apretó con fuerza.
-Esto no me lo esperaba, es como si todo en este puñetero sitio estuviera fuera de lugar- añadió a la sarta de comentarios- mola... - susurró ahora de forma que solo le oyera la noruega- excepto la parte de los gusanos, eso no mola una mierda.

El grupo empezó a debatir, aunque el humano no tenía muy claro quién estaba tan loco como para cruzar por ese tablón. Quizás lo habría intentado en sus primeros días de cosechado pero ver a Nad morir le había dado una vuelta de tuerca a todo, incluyendo su faceta del payaso que tienta a la muerte. Tenía claro que en las películas de miedo americanas él sería el primero en morir.
-No me jodas Sox, no me jodas, yo pensaba hacer puenting- declaró- pues claro que no vamos a pasar por ahí, esto no tiene más. Solo se me ocurre que Sinceridad eche un vistazo.


Sigue en Palacete

Sox se relajó visiblemente cuando quedó claro que a ninguno de los presentes se le había pasado por la cabeza pensar en aquello como un puente. Aquel lugar (no solamente la cicatriz, sino toda la ciudad) tenía la capacidad de infundirle una aprensión irracional a que de improviso surgiera una situación demencial donde la única opción disponible fuese cruzar el tablón.
—Por si acaso —dijo en respuesta a Tay, la tensión ida de su tono.

Since hizo un vuelo de reconocimiento en busca del mejor lugar por el que rodear la sima, y regresó señalándoles una torre en la lejanía como punto de referencia. Caminaron hacia ella.

Sigue en el Palacete.

Alerta, serio, callado, así se había comportado en estas salidas de búsqueda, y así seguía mientras recorrían por enésima vez las calles hasta ir un poco más allá de algún sitio con la esperanza de encontrar cualquier cosa de ellos dos.

Se asomó a aquella cicatriz hincando una rodilla para ver mejor y su mente comenzó a divagar. ¿Cuántos esqueletos diferentes formarían esos huesos? ¿Cómo había ido ahí a parar tal cantidad como para llenar aquella fosa y cubrir a aquellos insectos enormes que se arrastraban entre ellos? Se levantó y miró a ambos lados. Era inmensa. ¿Cómo es que no había ninguna historia sobre aquella fosa? Había muchas posibles respuestas a todo ello, pero ahora no era el momento.

Giró la cabeza al puente antes de volver a la exploración, formulándose una última pregunta.

Había parecido buena idea al principio, y en realidad Sox creía firmemente, a un nivel intelectual, que seguía siéndolo: cualquier día podrían necesitar hacer una escapada rápida y poder atravesar volando la brecha con confianza podía salvarles la vida.
Llevarla a la práctica, claro, implicaba dominar los nervios y confiar en que la propia destreza y concentración de uno no iban a fallarle a mitad de camino y precipitarle a una muerte horrible entre los esqueletos. Una parte pequeña de él estaba crecientemente convencida de que iba a morir de la forma más estúpida del mundo por haber querido hacer el experimento. Pero lo había dicho en voz alta, no había vuelta atrás y además tenía sentido, así que aquellos nervios eran una estupidez. No era un rajado. Levitaría encima del estúpido tablón y no había más que hablar.

Había una figura al lado del borde, asomado a él de forma peligrosamente inclinada sobre el abismo. Sox parpadeó un par de veces para convencerse de lo que veían sus ojos. Parecía de su edad (parecía uno de ellos, alguien despierto después de tantísimo tiempo) y sin recordar que Tersa tampoco había parecido mayor el carabés se encontró alzando la voz con alarma.
—Eh, ¿qué haces? —¿no había visto los gusanos ahí abajo?—. ¡Ten cuidado!

El viento rozaba su cara dandole frio por donde sus lágrimas habían marcado ya un camino. Dos líneas más claras en la sangre del nublino. Llevaba ahí muchos minutos, o horas; hacia tiempo, o quizás no, que no estaba seguro de percibir éste con claridad. Demoraba su lanzamiento luchando consigo mismo por acabar con su vida, una vida sin valor ni sentido, que debió acabar meses atrás, o semanas. Entonces escuchó al carabes, otro cosechado probablemente, y sintió que se le aflojaban las piernas. Era una escusa, una escusa de su cobardía, lo sabía. Metió su mano en el bolsillo para sacar su martillo, buscando cualquier valor que tuviera para ejecutarse. Pero seguía sin poder. Miraba a la cicatriz y no se sentía capaz. Y empezó a llorar, sus amigos no se merecían esto, no se merecían un cobarde, pero no se tiraba. Permaneció inmóvil al filo de la cicatriz <<Eres patético>> .

Las polillas, lejos de salir volando en el instante en el que el belga, el nublino y la noruega unieron fuerzas para ahuyentarlas, decidieron aferrarse con fuerza a su piel. Luego realizaron un gesto más inquietante. Tayron no sabía si seguían alguna lógica o no, pero las cinco terminaron por posarse finalmente en su cabeza para batir las alas hacia la noche y desaparecer.
Por suerte todo quedó en un susto y no vio a ninguna de ellas en lo que quedaba de día. Ni siquiera se sintió observado aquella noche, únicamente se levantó junto con Dafne para echarse agua en la cara, pues esta por algún motivo le picaba a horrores. La chica encontró pequeñas espinas en las mejillas del humano antes de ayudarle. Pero no se lo comentaron al resto.

Despertó descansado, y la idea que ofrecía el carabés parecía una oportunidad de probarse a sí mismo que no podía rechazar. Una vez el grupo se reunió en torno a los tablones la intención era levitar sobre estos, en un intento de dominar la situación. La verdad es que con el vacío descomunal su valentía disminuía por momentos pero debía superar el miedo y aprisionar la adrenalina. Sería el segundo si Sox no se mataba.

Así que Tay se puso a la altura del carabés al caminar, estaba preparado. El hechizo lo practicaba con frecuencia y había notado mejorías en levitarse a sí mismo o cualquiera que se ofreciera como conejillo de indias.
-¿Que qué hago?- preguntó, confuso ante las palabras de Sox- pues lo mismo que tú... ¿pensabas que te dejaría toda la diversión?- pero comprendió que no se refería a él, el humano no se había percatado mientras andaba mirando al suelo de que un muchacho danzaba en el borde de la cicatriz. ¿Qué pretendía? ¿Acaso no le imponía aquel panorama?- parece de la Tierra- murmuró.

Cuando comenzó a llorar el belga se acercó unos pasos tímidamente.
-Esto... chaval... ¿estás bien?- obviamente no, pero era la mierda que se les soltaban a los que lloran al borde de un barranco ¿No?- somos como tú, seguro que te apetece conocernos- más que acabar con la cabeza abierta o los pulmones dentro de los gusanos.

Giró inevitablemente la cabeza hacia la noruega sin entender, había soltado algo extraño. “... como una vez lo estuvimos con vuestro nuevo amigo”.
-No ayudas.

Cada vez que miraba aquella inmensa fosa tenía más claro que fue hecha durante lo que le pasara a la ciudad, era imposible que algo tan grande no apareciera en ninguna de las historias. Miraba alrededor cuando el grito de Sox lo alarmó, desvió la mirada para ver de qué se trataba con el estoque ya sacado por inercia para comprobar extrañado lo que tenían delante. Era extraño  alguien apareciera ahí de la nada. ¿Como no lo habían visto en alguna otra ocasión?

-Tayron. -Le llamó con firmeza. -Podría ser una trampa, no te precipites. -El estoque no fue guardado, cada vez que habían bajado la guardia lo habían pagado y el borde de una fosa de huesos con gusanos del tamaño de árboles no era precisamente el lugar más seguro. -No os acerquéis al borde.

Tenía que morir cobarde, eso es lo que pensó, así era como quería acabar rocavarancolia con él. Cuando había demostrado que no podía, que era débil y cobarde, cuando se iba a acercar al cosechado, se resbaló. El tiempo se realentizó mientras veía como se acercaba a su final, perdiendo el contacto con el suelo. Cayó sobre su estómago y aunque hacía fuerza por evitarlo no podía con su propio peso y poco a poco se deslizaba hacia el foso. Sin embargó seguía sin querer morir, seguía sin valor y se agarraría por su vida tanto como sus débiles brazos le dejaran.

No estaba particularmente entusiasmado con la idea de Sox, aunque en su mente racional Rad admitía que era casi una necesidad aquella prueba. Si salía bien podrían tener un rápido canal de huida que podían necesitar en cualquier momento. También podía salir mal, claro, pero el tipo E prefería no pensar en qué pasaría entonces.

Frunció algo el ceño al ver a aquel desconocido, todavía en una guardia moderada. A pesar de que su aspecto era el que tendría cualquier cosechado ya habían tenido muestras más que suficientes de la excentricidad rocavarancolesa como para desdeñar que alguien de esa ciudad fuera a estar vestido con ropa vieja. La advertencia de Barael, sin embargo, no le había agradado nada, y se había encargado de que lo supiera al fulminarle con la mirada. «Preferiría que si nos has amenazado de muerte tuvieras la mínima coherencia de no portarte como un líder preocupado» quiso decir.

Ver al desconocido resbalar, sin embargo, le congeló las entrañas. Independientemente de cualquier posible peligro que pudiera ser lo cierto es que Rádar no estaba preparado para ver (u oír) morir a otro niño. Era cierto que no había llegado a ver morir a Nad, pero el peso de su cuerpo en sus brazos todavía era capaz de recordarlo.

Salió a correr tras Tay, quien llegó escasos segundos antes que él. Fueron apenas unos segundos los que tardaron entre los dos en aupar a aquel extraño, cogiendo cada uno de un brazo, aunque se le hicieron eternos.

Tan pronto el extraño estuvo a salvo Rad dio unos pasos atrás. No era un movimiento tan impulsado por la precaución ante aquel chiquillo que no conocía como por la excesiva cercanía de aquel osario que partía Rocavarancolia en dos.

Tayron solo tuvo unos segundos para desintegrar al nublino con la mirada. No le dio tiempo a iniciar otra discusión en la que le preguntaría a Barael por qué no lo había empujado ya de cabeza al vacío. Pero el desconocido perdió el equilibrio.

-¡Mierda!- maldijo cuando el cosechado resbaló y aterrizó con el estómago en el suelo antes de deslizarse hacia la nada. Tayron dejó caer la lanza,  se precipitó hacia Hyun lo más rápido que pudo y consiguió agarrarle el antebrazo con fuerza el tiempo justo hasta que Rad llegó en su ayuda. Fueron escasos segundos en los que la vida del coreano pendía únicamente del belga pero pasaron con lentitud. Una vez el chico estuvo a salvo agradeció en silencio la fuerza inmediata del carabés, pues hasta había clavado las uñas en el brazo del chico sin querer al notar la presión de la gravedad.

Se descubrió sentado en el suelo y resoplando de alivio cuando lo habían salvado de una muerte segura. No fue capaz de calmar al muchacho o prometer su seguridad, primero necesitaba con urgencia aire en los pulmones.
-Casi- jadeó.