Cicatriz de Arax

Mike prestaba atención a todo lo que Ellie y Baste Doce les iban contando sobre la ciudad, absorbiendo cada dato relevante como si su vida dependiera de ello. Cuando Ellie explicó a grandes rasgos la ruta que iban a seguir, supuso que no le debía mucho tiempo para conseguir fugarse. Mike se había guardado la piel del plátano cuando terminó de comerlo, ya que aunque dudaba que sirviera como en los dibujos que veía de pequeño, podría llegar a darle algún uso en su intento de fuga.

Tras un rato llegaron a lo que Baste había llamado "Cicatriz de Arax", una enorme grieta en el suelo que separaba las partes norte y sur de la ciudad. Mike se asomó con cuidado, y un escalofrío le recorrió el cuerpo cuando vio la enorme pila de huesos que llenaba aquella grieta. No sólo había huesos en la grieta, también armas y alguna pieza de armadura, además de restos de edificios. Realmente parecía que algo le hubiera hecho un enorme corte al mundo llevándose todo por delante. Mike se apartó de la grieta y miró al grupo para preguntar

-¿Por dónde vamos a cruzar? No tengo intención alguna en bajar ahí y caminar por encima de esa montaña de huesos hasta el otro lado.

Ver a aquellas cosas monstruosas salir de la tierra y al resto del grupo alejarse a toda prisa fueron las únicas señales que Mike necesitó para salir corriendo. Por suerte ya estaba bastante recuperado gracias al plátano que había comido antes.

Sabía que necesitaba poner tierra de por medio, y estando en el sitio en el que se encontraban, su primera reacción fue intentar encontrar la forma de cruzar al otro lado, así que corrió un buen trecho en paralelo a aquella gigantesca grieta, buscando alguna forma de cruzar.

Por fin divisó una zona en la que varios restos de edificios podían servir de puente hacia el otro lado, aunque no parecían del todo estables. Mike lo dudó un segundo, pero la idea de quedarse del mismo lado que aquellas cosas no le parecía una gran idea. También podía hacer que cruzara primero la traidora, para asegurarse de que podía cruzar por ahí. ¡LA TRAIDORA Y LA OTRA CHICA! Con las prisas por alejarse de aquellas cosas se había olvidado por completo de ellas. Mike se sintió un poco mal por la chica con la nariz de felino, pero no podía sentir más indiferencia por haber dejado a la traidora atrás. Incluso se le escapó una sonrisa al imaginársela siendo devorada por aquellas cosas.

Mike saltó ágilmente hacia el cascote de edificio más cercano cuando llegó a su altura, encomendándose a la suerte mientras lo hacía.

Guille, había atravesado el umbral de la puerta, avanzo unos metros en una extraña ciudad en ruinas, cuando llamo su atención una especie de luciérnaga, que giro alrededor de él. Guille no pudo evitar seguirla con la mirada y cuando comenzó a alejarse, no pudo evitar seguirla, al ritmo de su tintineaste luz, ajeno a todo lo que había a su alrededor.  Las voces que le despertaron sonaban mas claras , seguía sin entenderlas, pero su atención siguió centrada completamente en la luciérnaga, y continuo caminado mientras se acercaba a la Cicatriz de Arax. Observa que la luciérnaga cruza, la sigue con la mirada y al mira hacia abajo, no puede evitar sentir miedo, jamas ha visto nada tan horrible, entre medias de la oscuridad de ese abismo, encuentra montañas de huesos, la mayoría no podría decir a que criatura pertenecen, pero su mirada se cruza contra las cuencas vacías de los ojos de una cráneo humano, todo se detiene,  siente algo moverse  dentro del barranco, "no...no...quiero cruzar eso, no me gusta este sitio, no me engañes luciérnaga, yo pensaba que eras buena",  entonces intenta detener sus pasos y resistirse a seguir a la luciérnaga.
-No cruces por ahí, vuelve- le grita Guille a la luciérnaga.

Al ver que la luciérnaga giraba a su alrededor, le pareció que esta le animaba a continuar.

-Seguro que eres una luciérnaga buena, ayúdame a volver a casa, por favor- la dijo, mientras daba un paso mas en lo que parecían resto de edificios que tapaban el abismo, siguiendo a la luciérnaga,  dio otro paso, y luego otro, parecía estable, pero no podía evitar temer al abismo, negro y oscuro, del que surgían ruidos de  algo moviéndose.

" No tengo que tener miedo, ya soy grande, tengo que volver a casa, seguro que mi hermanito y mama me esta esperando, y le contare como cruce, yo solo por un lugar horrible " pensó para animarse mientras cruzaba la cicatriz, con el cuerpo todavía entumecido.

"Voy a volver a casa y escapare de los Aliens y de los monstruos, vamos lechuga " pensó mientras ponía cara seria y agarraba a su oso de peluche.

El grupo se dividió, y Pam y Milo se apuntaron con ella a recoger agua, pero antes tenían que ocuparse de la chica muerta. Rechazó la ayuda de su compatriota, alegando que era una chica menuda y no pesaba nada, y que prefería que Milo tuviera las manos libres por si pasaba algo. Con el escudo atado a la espalda, acunaba a la niña en sus brazos, mirando al frente para no ver su forma sanguinolenta. No desvió la vista en ningún momento del camino, por miedo a encontrarse con la desconocida siniestra siguiéndoles, aunque sí preguntó en un par de ocasiones a sus compañeros. El cadáver apestaba, y su peso se triplicaba para Rena según se iba haciendo más y más consciente de lo que era. Aquella niña estaba muerta. Había muerto ese mismo día y no habían podido hacer nada por evitarlo, el mismo día que había despertado en la ciudad. Ellos también se habían encontrado con los encapuchados antes, ¿era así como podrían haber acabado? Miró a Milo y a Pam, aterrada, pero asegurándose de que ninguno de ellos se percataban de su escrutinio.

Cuando llegaron a la Cicatriz Rena se plantó en el borde de la grieta y miró abajo. Le temblaban las piernas. Lo más lógico era deshacerse del cadáver para que no atrajera depredadores, y esa era la forma más fácil y limpia de hacerlo, pero algo no estaba bien. Tiró el cadáver igualmente, alejándose lo más rápido posible para no ver ni oir a los gusanos lanzarse a devorarlo.

-Vámonos de aquí- pidió, y enfiló el camino hacia la fuente.


Sigue en la Plaza de la Fuente

La sima era infranqueable pero estrafalariamente aquél no era el mayor de sus problemas. Sox miraba atónito el interior de la colosal grieta en la tierra.

¿Sería alguna clase de cementerio? ¿Quién estaría conforme con que arrojaran su propio cadáver a un agujero abierto en la tierra, indiferentes a la posibilidad de que cualquier desaprensivo lo animase con magia?
—Este lugar nunca deja de sorprenderme para mal —comentó. Se asomó un poco más al borde, pero enseguida se retiró por prudencia. Era una altura respetable.

El corazón le dio un vuelco cuando creyó ver moverse algunos de los huesos a lo lejos. La mano en tensión, preparada sin darse cuenta para descargarse la ballesta de la espalda, quedó olvidada a un lado al aguzar la vista y ver por qué había agitación a lo lejos. Un gusano gigantesco emergió entre el mar de cadáveres, solamente para hundirse de nuevo en él haciendo restallar centenaras de calaveras y costillas. Otros congéneres ascendieron a la superficie ante el alboroto; un par empezaron a pelear entre sí y Sox creyó entrever dientes en algún punto de la refriega.

—No podemos cruzar esto —señaló lo obvio, estupefacto todavía por lo que tenía delante. La sola idea de levitar a varios metros de altura ya le causaba respeto, pero aun cuando lo dominaran el carabés no pensaba pasar por encima de aquel basurero de esqueletos.

Rocavarancolia parecía haber sacado máxima puntuación en un curso para disgustar a Rádar.

Como era habitual desde el suceso que había sacudido a los macieleros, el carabés había estado especialmente tenso todo el camino, con una mano agarrando fuerte la empuñadura de la espada, atento a cada sutil ruido o movimiento. La visión lejana de la grieta lo había puesto en una guardia todavía mayor, si cabía. Aun así no había estado preparado, ni de lejos, para ver lo que contenía.

Se quedó contemplando aquella necrópolis tan turbadora, profundamente estupefacto. No sabía si reñirse por ser capaz de sorprenderse o seguir sorprendido con las nuevas cotas de perturbación que alcanzaba aquella ciudad. Se había quedado a una distancia prudencial, negándose hasta sus mismos huesos a estar a cualquier cercanía que pudiera considerarse excesiva. El recuerdo de la caída mantenía un gancho clavado con firmeza en su estómago, y la visión de aquel osario no mejoraba en nada la situación.

La visión lejana de aquellos gusanos gigantescos tampoco le impulsaba a acercarse.

—Esta ciudad parece un monumento a la muerte —el asco y el desprecio estaban impresos en su voz a un nivel que nunca antes había sentido. Miró a su congénere, por una vez de acuerdo por completo con él—. Eso está claro. Si cruzamos tendrá que ser rodeando la grieta. Si es que es posible.

-No sé cómo sabe esa fruta, ¿está buena? - preguntó.- Pero si sabe como tú seguro que no me gusta - le sacó la lengua.

-Precisamente, no lo hago mal - dijo repitiendo las palabras del humano.- Eso quiere decir que me queda mucho por mejorar - recogió la manzana del suelo y extrajo la flecha con cuidado de no romperla. Las siguientes palabras del chico lo hicieron enrojecer, lo ignoró como pudo y entró en el torreón para desayunar.

Se dijo de salir a una búsqueda más y el nublino se preparó lo mejor que pudo. Carcaj al hombro, arco en mano y anillo guardado por si, la sagrada Luna Roja no lo quisiera, pasaba algo.

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Eriel miró hacia abajo y observó los esqueletos reunidos allí. Se preguntó por qué los ciudadanos no les había dado un entierro digno. Otra pregunta asaltó su mente con insidiosa vehemencia, ¿cuántos de aquellos esqueletos eran gente como ellos? Chicos llevados para la criba y que no había sido dignos de que la Luna les tocase. Pero no dijo nada.

-Empiezo a no extrañarme de nada de lo que vea en la ciudad - dijo con voz queda.- No pienso preocuparme por esto si no puedo hacer nada por ello.

Antes las palabras de los carabeses Eriel miró a ambos lados de la grieta y luego señaló hacia algo del fondo.

-Creo que allí hay algo que atraviesa esto - comentó mirando al resto.- Podemos probar - se encogió de hombros.

La excursión parecía ir bien. La ciudad seguía siendo horrible, claro, y con unas condiciones de higiene malísimas, pero… por ahora todo iba bien. De todos modos la madrileña no se fiaba demasiado, así que iba casi pisándoles los talones a sus compañeros, y cuando estos se pararon al ver la sima se chocó con la espalda de Mandón. Mon no se disculpó, sin embargo. Estaba muy ocupada mirando patidifusa a la grieta, llena a rebosar de huesos.

«Respira» se recordó mientras se acercaba con cautela. «Están pelados. No hay peligro de enfermedades, seguro. Respira».

Sin embargo, en el mismo momento en que se acercó a ver, algo se movió entre los huesos causando un sonido espantoso. Gusanos gigantes. Agresivos, además. Gusanos GIGANTES.

Mónica palideció de asco… y miedo, y se tuvo que agarrar al hombro del carabés porque de pronto le temblaban las piernas. La mera idea de tropezar y caer en la grieta hizo que se estremeciera de pies a cabeza.

—Qué… puto… asco —masculló, consternada.

Los motes: