Primer sueño de Cio

La muñeca parecía dispuesta a responder, pero en vez de eso realizó una demostración de magia que no entendió a qué venía. Se quedó hipnotizado con el resplandor y el color del fuego, como si la chica le quisiese restregar aquella mísera llama que nunca había podido invocar.
—¿Hay que hacer magia? ¿Qué tienen que ver los objetos?
«¿Por qué realidades?». Su mirada confusa se posó también en aquellos retratos y marcadores que mostraban a los dos ocupantes de la habitación. «Bueno, ella ha hecho magia y su marcador no ha subido». La cuenta atrás le hizo sentir que no tenía tiempo para admirar la saña con que estaba escogida la foto que le representaba. Tenía que elegir algo de la mesa, y pasó la mano por todo como había hecho la muñeca, hasta llegar al último objeto, una brújula de lo más arcaico, que cogió sin más. Se volvió y preguntó con la mirada «¿y ahora qué?».

Cío no pudo evitar entrecerrar los ojos ante el comentario acompañado de una risita de la muñeca de madera «claro, menos mal que esto va por tiempo, si no llegas a explicarme las cosas como es debido desde el principio nos habríamos muerto de asco aquí». Sin hacer ningún comentario en voz alta, alargó el brazo para coger la videoconsola y el brazalete. El arco era muy grande y, para ser sinceros, se le hacía raro como poco escoger un sonajero.
—¿Podemos empezar ya con lo que quiera que sea?
Volvió a mirar el cronómetro y se preguntó cuánto tiempo podrían necesitar, aparentemente aún les sobraba. Aparentemente.

El irrense torció el morro al escuchar que había que hacer hechizos, tentado de interrumpir a la chica de madera para decirle que entonces dudaba de poder hacer nada. Si al final se quedó callado, fue por escuchar la segunda forma de obtener puntos. Inconscientemente aferró con más fuerza todo lo que sujetaba, aunque de poco le sirvió cuando una fuerza desconocida le hizo soltar la videoconsola impactando contra ella. Profirió una exclamación, seguida de una mirada asesina a la muñeca, que sujetaba ahora el objeto que él había perdido y terminando la explicación. Cío se había puesto a la defensiva, pegando a sí mismo los objetos que todavía tenía en la mano. «Dudo mucho que lo estés lamentando, malnacida». Sin pensarlo demasiado se puso el brazalete y cerró el puño alrededor de la brújula. Si dejaba que se los quitasen, habría perdido.

Pero entonces se sintió confuso «¿perder… qué? ¿desde cuándo me importa?». Podía simplemente darle la victoria fácil a la muñeca, la mujer del pelo azul dijo que aquello era solo para asignarles un nivel. No le iban a quitar Rocavarancolia por fallar, ¿o sí? ¿O iba a ser una experiencia sin sentido, sin magia? Cío comenzó a liar conceptos y deseos y pensamientos, pero al final se decantó por no ceder la victoria sin pelear, solo con la idea en mente de que no podían quitarle Rocavarancolia. Pero no tenía forma de defenderse ni atacar. Simplemente su mano libre empezaba a conjurar aquel hechizo de fuego que había aprendido de memoria, seguramente ya olvidado también. Si pudiera lograr que brotara una llama al menos la dirigiría a alguno de los objetos para remontar el marcador. También sopesaba si podría quitarle sus objetos a la chica a empellones.

Nada cambiaba, en esa situación ni en ninguna. Estaba seco de magia, no había esperanza de que apareciese por más que lo intentara. Bufó y advirtió la cara que ponía la muñeca mientras lo etiquetaba… de no apto para la magia, suponía. Pero quería saber más, y ella había cambiado de tema. «¿Otro? ¿Quién?». No tenía sentido ganar algo si no era por sí mismo. Pero entonces las paredes se apartaron para dejar ver a sus compañeros de torreón. No a todos, pero no se puso a hacer cuentas en ese momento. Desde luego, su lado tenía las de perder, y curiosamente el resto de sus compañeros estaban tranquilos en el bando de una completa desconocida. Eso le sentó fatal.

Se giró hacia Ippon y Xalk «el bicho ni siquiera hace magia, ¿qué me va a dar?». Estaba a punto de pedir ayuda a Ippon cuando le llamó la atención algo. La muñeca ya se había puesto manos a la obra haciendo levitar objetos, y a la vez, los cuerpos de sus compañeros se habían elevado en el aire. De hecho, prestó atención por primera vez al moratón de Shaco y relacionó, por fin, los objetos con sus compañeros. También pensó en la amplia gama de hechizos ofensivos que existían, y cuando se quiso dar cuenta se había lanzado impulsivamente hacia la chica de madera, guardando la brújula en un bolsillo del pantalón.
—¡Devuélvemelos!
Con las manos trataba de alcanzar los objetos flotantes.

La cara de Cío solo reflejaba rabia cuando todos fueron retirados de su alcance y tuvo que bajar los brazos. «¿Media hora? ¿cuándo?». Pero efectivamente, eso decía la cuenta atrás. Por otro lado, el marcador seguía distanciándose, y tenía toda la pinta de que los números solo podrían seguir avanzando en las direcciones en que lo habían hecho. No supo qué hechizo estaba realizando la muñeca, pero sintió el calor en el bolsillo, haciéndole dar un respingo. Se volvió al escuchar el pequeño grito de Xalkoth y ni siquiera miró a la muñeca mientras hablaba de nuevo.
—¿Quisisteis participar? ¿De qué cojones va todo esto? —les preguntó al clinger y a Ippon.

Mientras permanecía girado sintió un nuevo hechizo que hizo que el brazalete se cayera. El pequeño irrense recibió al mismo tiempo un corte que se tapó de inmediato. Cío ya ni sabía con quién debía enfadarse, pero empezaba a estar exasperado. No podía evitar sentir culpabilidad por lo que le estaba pasando a sus compañeros, pero no tenía ni idea de cuáles eran sus motivaciones para estar donde estaban. Por descontado, el último comentario de la chica lo sacó de sus casillas.
—¿Y qué si no puedo? —La mirada que le echó mientras recogía el brazalete era venenosa—. No les pongas un dedo encima.
En pocas zancadas se paró al lado de Ippon y Xalk para apartar la mano del niño y ver el daño que había recibido.
—¿Estáis bien? ¿Tenéis alguna idea de cómo salir de esta? —preguntó apremiante—. Ippon, ¿qué hechizos puedes hacer?

—¿Cómo que se supone? ¡Sabes de sobra que no puedo! —Más allá la muñeca había dejado de recitar hechizos para volver a insultarle. Lo tenía tan harto que, de tener capacidad para la magia, ella habría sido la primera en recibir los sortilegios. El único que todavía recordaba era aquel que había memorizado con tanto esfuerzo el primer día, y no servía de absolutamente nada. Su única esperanza era pedirle a Ippon que le chivara hechizos, pues si la chica estaba en lo cierto debería poder usar la magia del niño… aunque no sabía cómo. De pronto, el irrense se hizo intangible entre sus dedos y el brazalete cayó, acabando al otro lado de la sala. Cío trató de agarrarlo inútilmente mientras se alejaba, y ante su mirada anonadada el propio Ippon también se alejó de él.
—¿Adónde vas? —susurró—. ¡No! —Apretaba los dientes con furia, frustrado. Se volvió hacia Xalk—. ¿Haz algo, no? ¡Explícame qué tengo que hacer, por lo menos!
Todos sabían de que iba aquello menos él. Estaba excluido, apartado, rebajado a nada. No tenía magia, no tendría Rocavarancolia. Por debajo de cero, negativo, como el marcador. Sentía que debía rendirse y, a la vez, que no se lo perdonaría nunca. Por si fuera poco, aquella loca seguía jugando como quería con sus compañeros. Aunque, pensó, si le daba la brújula la prueba terminaría y los dejaría en paz de una vez por todas «¿o quizá no?». De todas formas, sabía que arrebatarle a él los objetos era como quitarle una chuchería a un niño, pero no conseguía concluir qué era lo correcto. Por algún motivo sus pensamientos no fluían tan bien como deberían. Empezaba a aceptar que su lucha no tenía sentido.
—Termina con esto de una puta vez. Soy un inútil, siempre lo he sido —dijo por fin, sacando la brújula del bolsillo y cerrando los dedos en torno a ella. Su mirada había perdido la fuerza.

La chica extendió su mano. Obligarlo a entregarle la brújula en vez de arrebatársela casi era hacer la derrota aún mas humillante. Todavía la sujetaba con fuerza cuando estaba a punto de entregarla de mala gana, con el estómago encogido. Tenía la impresión de que no sabía lo que estaba haciendo pero lo hacía de todos modos, como un autómata. Y sin más, el tiempo se acabó. Sorprendentemente rápido.

La chica pálida regresó y Cío se limitó a mirarla en silencio. A pesar de estar confuso, de su derrota, de cómo se sentía, mantuvo la compostura y asistió a lo que creía que sería la admisión de la chica de madera. Se veía regresando, veía la decepción en las caras de sus conocidos. Y su padre. Lamentaría como nada lo último que le había dicho, una invitación evidente a hacerle burla tan pronto pusiese un pie en casa.

Entonces, de pronto, a quien miraba era a él, decía su nombre. Se volvió hacia el marcador, confuso, preguntándose qué clase de broma era aquella, pero este le otorgaba una puntuación muy diferente a la de la última vez. «¿Cómo es posible?». Sus ojos dieron con la mirada cómplice de Lara; con todas, a continuación. Ver los objetos en manos de Xalk e Ippon hizo que se le abriese la boca sin querer unos segundos. De haber sido un buen momento para decirles algo, ni siquiera habría sabido qué. Tampoco fue capaz de dedicarles una sonrisa, porque no se podía quitar de encima la sensación de que algo iba mal. Pero estaba agradecido, aliviado, todos estaban bien y todo estaba en su sitio. Su lugar estaba ahora en el torreón, con ellos y los demás, no su casa ni su tierra.

Aun así, seguía siendo incapaz de hacer magia, pero le admitían. Cuando estrechó la mano de la chica de pelo azul no podía quitarse eso de la cabeza. «¿Acaso no es la magia lo que se necesita?».