Barrio Derruido

Cuando el Liche llamado Ataulfo lo señaló exigiéndole la bolsa, Adam inmediatamente se dio cuenta de que ese tipo no era un cualquiera. Con la facilidad que tuvo congelando a Kolja y, posteriormente, deshacer ese maleficio con tal soltura hizo de él, a ojos de Adam, alguien peligroso que no debían provocar así que decidió seguir a Alec y Chromsa en seguirle el juego a ese ser.

—Toma. No pretendíamos... hacer nada. Aparte que no entendemos este idioma, seguro que la abrieron por accidente—. Dijo mientras con una manó tendía la bolsa hacia el desconocido y la otra se colocaba ante Chromsa, con una obvia intención de protegerlo por si algo andaba mal.

Cuando Ataulfo respondió a las preguntas de Alec, Adam no entendía el contexto de su respuesta, o si tan siquiera tuviese algo de sentido. No le sonaba para nada lo que mencionó acerca de una luna roja, o por lo menos había sido ignorante del tema si en el torreón mencionaron algo. Aún sin saber nada, la descripción que dio acerca de ese satélite cuando se mostraba le dio severos escalofríos. <<No entiendo nada, pero no tiene pinta de que lo que sea que esté describiendo sea bueno>>

—Esto, Señor Liche... —le temblaba ligeramente la voz—. ¿De que luna roja esta hablando si puedo preguntar? —preguntó mientras mantenía su guardia alta por si hacía falta echar a correr.

Lo primero que pensó nada más contestar aquel ser llamado Ataulfo es que la había fastidiado más. No convenía enfadar a alguien que podía paralizar a uno de ellos como si nada, aunque no es que pudiese haber sabido que era un liche. De hecho, esa era la primera vez que escuchaba la palabra "liche" al igual que era la primera vez que veía uno. Ya justo después confirmo que Ataulfo, aunque era poderoso, parecía buen tipo mientras no se le enfadase. No había conocido a mucha gente excéntrica, pero estaba seguro que él solo superaba a todas las otras juntas.

A su vez Adam se le había acercado y se había fijado en las heridas de su muñeca. Vio fácilmente que el terrestre no estaba muy contento de que Ataulfo le hubiera hecho eso y, mientras Chromsa hablaba con el liche, había intentado quejársele con un aire airado. Cuando terminó de hablar, Adam se calmó y le pidió disculpas, aunque no tenía buena cara. -(No se qué le pasará por la cabeza cuando se pone así, pero espero que no le haya pasado nada grave antes de llegar a Rocavarancolia. Tal vez deba tener una charla con él en el torreón...)- pensó. Aquel terrestre parecía una persona distinta cuando se enfadaba y Chromsa cada vez tenía más ganas de saber por qué le pasaba aquello. Pero podía estar seguro de que era buen chico, si no no se preocuparía tanto del grupo. Incluso se puso delante de él para protegerlo, aunque el ochrorio pensaba que no haría falta usar las armas.

Alec hizo después dos preguntas bastante interesantes. Luci y Amira ya le habían comentado más o menos qué era una luna, pero no comprendía como algo así podía aplastarte las tripas. La otra pregunta le tenía más interesado por el momento. No se le ocurría un motivo para que alguien quisiera meter a un liche dentro de una bolsa sin fondo. Aunque, pensándolo bien, todavía no entendía del todo cómo cualquiera de esas dos cosas podían existir siquiera.

La respuesta de Ataulfo le erizó el pelo de la espalda del miedo. No solo le horrorizaba el hecho de que la luna tuviera garras (cosa que no le había mencionado nadie), sino todo lo que le había pasado al liche y a sus compañeros (al menos es lo que entendió cuando dijo "en nuestra búsqueda"). Si todo eso lo había hecho la luna, desde luego el grupo entero estaría perdido si llegara a aparecer. Lo peor es que ya les habían dicho que tenían que sobrevivir hasta que la Luna Roja saliera, pero ya no estaba seguro de si serviría de algo si podía acabar tan fácilmente con ellos. Ya aparte Ataulfo no sabía nada de por qué le habían encerrado, aunque después empezó a decir algo que le intrigó. Parecía que intentaba referirse al pequeño grupo, pero los estaba llamando por unos nombres bastante extraños. -(¿Tal vez son los nombres de sus amigos?)- pensó.

Añadió entonces un tanto asustado a la pregunta de Adam: -¿Tan peligrosa es esa luna?-

El enfado de Kolja en aquel momento subia y bajaba como si de mareas se tratase. Estaba ya bastante harto de la paralisis y según el momento de la marea, a veces deseaba matar al esqueleto en cuanto se liberase y en otras solo queria liberarse y que el loco aquel siguiese su camino. Lo de la estatua desde luego le saco de los nervios hasta limites insospechables y si no empezó a hechar humo fue por la imposibilidad biologica. Desde luego, tenia que admitir que sus compañeros parecian ser capaces de mantener cierta calma enfrente de aquel saco de huesos y que sabían hacer las preguntas adecuadas. Por desgracia, el esqueleto estaba como una tuba y sus respuestas lo liaban todo aún más. En medio de su explicación de como fue la noche que salió la Luna Roja, Kolja notó que podia volver a moverse.
-Desde luego, tu estancia en esa bolsa te ha afectado al cerebro. Y no, no sabemos quien te encerró en esa bolsa, hace tres dias que llegamos a este planeta. Ahora, si no te importa, estabamos buscando cosas utiles, así que puedes irte a buscar a quien fuese que te encerrase ahí, aunque seguramente ya este muerto de todas formas. Esta ciudad esta completamente en ruinas, por lo que hemos podido ver, y también está completamente deshabitada, por lo menos en cuanto a criaturas inteligentes, los mounstros abundan.

Alec no supo en qué momento exacto había comenzado a temblar. La descripción de la Luna Roja, pasado por la cabeza de alguien que a todas luces estaba loco, parecía demasiado ominosa. Retrocedió un paso de forma instintiva cuando el liche se dirigió al escocés.

¿Aquello les iba a pasar a ellos? ¿Alguno de sus compañeros se quedaría en huesos, habría cosas peores que aquella? La perspectiva le hacía temblar, Alec sentía un vacío en su interior. Sintió su estómago removerse e hizo un gran esfuerzo por no vomitar. ¿Y si le pasaba a él? No podría volver a casa nunca. El miedo le atenazó el corazón como una garra y un sudor frío le bañó el cuerpo.

Sólo cuando Ataulfo se marchó, en pos de matar a alguien, Alec pudo volver a moverse. Respirando entrecortadamente se apoyó en la lanza a modo de bastón y trató de hacer que su corazón volviera a latir a un ritmo normal.

-Deberíamos volver - dijo con voz temblorosa.- Esto no es seguro.

Se dio la vuelta, aún temblando ligeramente, y se dirigió al lugar donde habían quedado las tablas y la cuerda. Hasta que no llegase al torreón no se sentiría lo suficientemente a salvo para no seguir vigilando hasta su propia sombra.

Estoy de acuerdo. No deberíamos pasar por más riesgos—. Dijo Adam aprobando la sugerencia de Alec mientras iba recogiendo los grandes tablones de madera que dejó caer cuando vio a Ataulfo, cuya perturbadora salida no hizo más que generarle aun más escalofríos en su cuerpo.

Se sintió fatal por su actuar delante de sus compañeros. Perdió el control que una vez juró mantener a raya y temía que lo empezasen a ver como alguien en quien desconfiar, así que tomó una decisión.

—Cuando lleguemos al torreón, os contaré más sobre mí. No quiero callarme nada a partir de ahora. Me habían dicho que aquí sería una persona nueva, y quiero sincerarme para que veáis que ahora soy mejor que lo que fui —.Dijo de forma tajante ante el grupo, pero sintiéndose determinado a acabar con todo lo que arrastró durante años. Jamas le contó a nadie aparte de su profesor de música sobre su pasado en “flecha alzada” y obviamente estaba asustado, pero algo lo impulsaba a decirlo, como si fuese un requisito que Adam se impuso para olvidarlo de una maldita vez.

Kolja no se tomó el discurso de Ataulfo como ninguna otra cosa que los desvaríos de un demente, así que no le dio demasiadas vueltas a su discursito sobre la Luna Roja. Aunque si que parecia que al resto les habia afectado, a juzgar por la palidez de Adam y la falta de fuerzas del escocito. Cuando este mismo propuso volver ya al torreón, Kolja prefirió no objetar y se encoguio de hombros, aimplemente recogiendo las cosas de utilidad que habian encontrado y hechando a andar directo hacia el torreón.

La respuesta de Ataulfo no ayudó en absoluto a calmar al ochrorio sobre el tema de la luna. Al menos, como mejor posibilidad, cuando llegara la Luna Roja acabarían como el liche y, no es que le apeteciera a Chromsa quedarse en los huesos. -¿Cómo podría presentarme en casa así? Sería bastante complicado explicarle a mis padres como he llegado a ser un muerto viviente.-pensó. La idea de no poder volver a casa tras haber sobrevivido en Rocavarancolia solo por haberse transformado en algo así le aterrorizaba. Intentó no pensar en ello por el bien de la situación e intentó animarse un poco mentalmente.

Después de contestar a Kolja, Ataulfo "se marchó". O eso intentaba, porque había desaparecido y vuelto a aparecer un poco más alejado del grupo. Esto le ayudó a evadir sus pensamientos, pues por una parte estaba asombrado por el hecho de que el liche hubiera hecho magia de nuevo y por el otro había esbozado una amplia sonrisa (conteniendo una leve carcajada) ante ese simpático error. Tras esto, desapareció definitivamente.

Alec fue el primero en romper el silencio sugiriendo volver y Chromsa le respondió tanto a él como a Adam: -Pues sí. Ya teníamos unas cuantas cosas, y después de ésto creo que lo mejor sería descansar.- Adam además les dijo que les contaría sobre él en el torreón. Fuera lo que fuera que le pasaba al terrestre parecía que iban a saberlo dentro de poco. -Aunque... suena como si hubiera hecho algo grave hace tiempo...- pensó. La verdad es que no veía a Adam capaz de hacer algo tan malo como lo que parecía que había hecho en su momento.

Mientras pensaba ésto ayudó a Kolja a recoger la madera y alguna otra cosa de utilidad y partieron junto al resto del grupo de vuelta al torreón.

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Sox había tenido que resignarse a la realidad de que ningún libro podría enseñarle a volar, aunque no hubiese sido por falta de intentarlo. El ángel negro había memorizado los diagramas con gran interés y había replicado las secuencias de movimientos de la mejor manera que sabía, pese a sentirse un idiota en la zona de entrenamiento de la Sede, pero su paciencia se había colmado en el punto aproximado en el que los manuales comenzaban a divagar de forma abstrusa sobre “tomar para sí el potencial viento a su alrededor”. Sox había cerrado el último libro en aquel punto y no lo había vuelto a tocar. Una más de las cosas para las que tenía menos tolerancia últimamente.

Un consejo que sí era útil era el de pensar en los tejados como un plano más, una dimensión nueva sobre la que se podía caminar y que estuviera interconectada como cualquier otra parte de la ciudad accesible por el adoquinado del suelo. El ángel negro había hecho caso escrupuloso de las indicaciones y todos los días procuraba trepar a los edificios de un barrio de la ciudad casi completamente demolido, atestado de salientes y agarraderos de los que podría hacer uso. Su cuerpo era más fuerte y con el paso del tiempo Sox se atrevía a hacer cosas que en su débil forma carabesa habrían sido impensables. Ahora soportar su propio peso con una mano, colgado de un alféizar o un saliente, era solamente un trámite previo a encontrar el siguiente asidero y no una emergencia precaria.

Las alas todavía le daban algunos problemas, actuando como paracaídas a sus espaldas cuando corría. Sox sabía que existía una forma de que le infundieran impulso, igual que había una técnica para los brazos, pero no había logrado encontrar ese ritmo todavía; su cuerpo aún no armonizaba del todo consigo mismo. Estorbaban más que ayudaban en muchas ocasiones pero al menos le había cogido el tranquillo a acorazarlas: proporcionaba cierta paz de espíritu saber que si caía al vacío habría un escudo que interponer para no partirse la crisma. Presumiblemente. El vértigo tampoco era ya una sima abismal en su estómago, aunque Sox todavía tenía pendiente hacer sus ejercicios desde una altura a la que verdaderamente pudiera matarse si caía. Pequeños pasos.

Otro progreso impensable meses atrás habría sido explorar una zona nueva de Rocavarancolia solo, o en aquel caso de dos en dos. Hacía mucho tiempo que había quedado atrás el momento en el que le importase hacer el ridículo delante de Rad. Mientras le esperaba Sox hacía ejercicios de equilibrio sobre una sucesión de vigas precarias; éstas formaban parte de lo que habían sido una serie de arcos de medio punto a lo largo de la calle. Sox se había encaramado a un tejado sin dificultad para acceder a ellas y saltaba de una a la siguiente.
Existía algo exultante en lograr lo que meses antes habría sido una temeridad. Su equilibrio había mejorado, igual que lo habían hecho otros sentidos. En general sentía que podía fiarse más de su cuerpo, al que todavía sentía como un desconocido de confianza: sabía que podría entregarle su vida, pero apenas sabía nada más de él.

Había pasado a concebir la ciudad con más de cinco sentidos, el sexto una percepción intangible y todavía frágil de cuándo un vacío podía salvarse o no. Puede que no fuera aún capaz de volar de un alero a otro, pero podía notar la diferencia que hacía un batir poderoso de sus alas, si lograba coordinarlo bien, a la hora de cubrir la distancia de un salto. El suelo aún tiraba irremisiblemente de él hacia abajo por mucho que intentase zafarse con un nuevo aleteo, pero Sox notaba esas diferencias con respecto al principio.

Tener aquellos recuerdos tangibles de progreso ayudaba marginalmente en situaciones como ahora mismo: cuando una viga cedía bajo sus pies, haciéndole caer al suelo en una estrepitosa nube de polvo y Sox tenía que reprimir con todas sus fuerzas las ganas de maldecir su transformación, a la Luna Roja, a la ciudad y su maldita arquitectura endeble y a su propia estupidez mientras la regeneración hacía su trabajo. Era la tercera vez que algo así le pasaba hoy.
—¡MIERDA! —gritó al cielo, frustrado y todavía tirado en el suelo entre los escombros. Los cortes y moratones bullían, los huesos palpitaban arreglando las contusiones. Sus alas se quejaban por el maltrato de haber acolchado el impacto. A aquellas alturas Sox sabía cómo funcionaba el asunto y esperó a poder volver a moverse.

La exploración de Rocavarancolia era una de sus actividades favoritas, en especial ahora que podía realizarla con menos miedo, si no con menos cautela. En cualquier caso era muy de agradecer poder salir a conocer nuevos lugares y que el miedo a estar muerto antes del final del día fuera bastante escaso. Y por ello se acercaba al barrio derruido, lugar que tenía la ventaja de haber sido donde aterrizaron los ejércitos de la Alianza. Quizás hubiera algún resto interesante que observar de la guerra.

Conforme se acercaba a aquel sitio compuso una pequeña muestra de desdén en su rostro. Rocavarancolia estaba en ruinas, pero esta zona… Esta escala de destrucción era muy superior a la del resto de la ciudad. Y, si tenía que ser honesto, todavía no podía creer semejante incompetencia. Si él hubiera sido rey o regente tenía claro que la ciudad entera hubiera estado completamente reconstruida, como mucho, diez años después de su caída. Y muy especialmente el lugar donde empezó a caer.

Estaba en esas reflexiones cuando un ruido fuerte, una polvareda y un grito se levantaron en un edificio a menos de una manzana de donde él estaba. El astrario aceleró su paso, temiendo que algo hubiera atacado a Sox. No es que los ángeles negros fueran fáciles de matar, pero…

Cuando lo vio estaba tumbado en el suelo, con cortes curándose a ojos vista y los restos de una viga vieja a su lado. Rad alzó una ceja, empezando a imaginarse lo que había pasado, y acabó sonriendo de medio lado con los brazos cruzados.

—Empiezo a pensar que la Luna Roja da regeneración a las transformaciones más susceptibles de pegarse golpes tras el cambio.

Obel recorría la ciudad volando entre calles, remontando el vuelo cuando se encontraba con un callejón sin salida. Desde luego era infinitamente más rápido que andar sin más. Acababa de salir de una visita al templo y el cuerpo aún le burbujeaba de energía mágica.

Volaba sin rumbo en realidad, pensando y disfrutando simplemente de la sensación de volar y el aire azotando su cara. Le hacía sentir vivo.

Remontó el vuelo cerca del barrio derruido cuando vio una nube de polvo alzarse desde algún punto del barrio. Por supuesto que se acercó a ver aquel lugar, la curiosidad era algo muy poderoso.

Aterrizó en el edificio contiguo al derrumbamiento y no tardó en ver al causante de aquel estropicio y a su acompañante.

-En teoría la cosa es aterrizar sin romper ningún edificio, Sox - comentó con una sonrisa desde las alturas.- ¿Qué hacéis por aquí chicos?

Sox se arrepintió inmediatamente de no haber decidido entrenar solo.
—No puedo discutir esa lógica —admitió. De no ser cierta él habría muerto ya varias veces.

Esta vez podía haber sido peor. El carabés había aprendido a anticipar las caídas por la cuenta que le traía, y si endurecía las alas a tiempo y se hacía un ovillo podía librarse de romperse la mayoría de huesos. No era elegante ni desenvuelto, pero de momento el ángel negro se conformaba con no abrirse la cabeza.

Miró a su compatriota con ojos contrariados todavía desde el suelo, el tiempo justo para divisar otra sombra familiar que llegaba desde las alturas.
—Estoy bien, gracias por preguntar —rezongó—. Quitaos esas sonrisitas de la cara.

Se incorporó despacio, retirándose gravilla de la ropa y el pelo y maravillándose todavía por la reparación que tenía lugar de forma continua dentro de sí. Aunque aún en sus propias carnes le parecía inverosímil, no estaba ansioso por averiguar los límites de su regeneración en persona. Una vez incluso había leído que a un ángel negro le había brotado una cabeza nueva. O un cuerpo nuevo a partir de la cabeza, porque el poema no era particularmente transparente con su lenguaje. El hecho verídico había sido exagerado con toda probabilidad, pero Sox había leído testimonios oculares de ángeles negros regenerando brazos, piernas y heridas mortales. No sabía cómo se sentía al respecto.

—Estábamos…  —empezó, para detenerse a media frase al girar la cabeza como un resorte. Se le tensó la espalda, sus alas se ahuecaron sin llegar a afilarse—. ¿Y eso qué es?
Llevaba suficiente tiempo sin obrar magia que la palabra no acudió a su mente al encuentro del olor.

—Íbamos a explorar —contestó Rad a la gárgola. Las siguientes palabras de su congénere hicieron que se formara una pequeña sonrisa ladeada—. Yo no era el que sonreía, pero si insistes...

El olor a plata vieja inundó su nariz al momento. El astrario giró la cabeza, buscando la fuente de aquel aroma, sin encontrarla. La pregunta de Sox apenas se registró, más atento a su alrededor que a otra cosa.

—¿Ya no reconoces el olor a magia? —murmuró. Los pelos de la nuca se le pusieron de punta cuando las posibilidades más desagradables surgieron en su mente, y rápidamente se volvió hacia la gárgola—. Obel, ¿podrías intentar ver desde el aire quién o qué se nos está acercando?

Obel no pudo evitar reírse en voz baja cuando el carabés les pidió que dejaran de sonreír. Era como un chiste interno entre las personas que volaban el reírse de los que aún no sabían hacerlo, y ese chiste se haría suyo cuando aprendiese para poder reírse de los demás.

-¿Y no me avisais? Me ofende profundamente - sus palabras y su tono no tenían absolutamente nada que ver las unas con el otro.- Deja que te limpie un poco, Sox.

Conjuró un hechizo de limpieza sobre el carabés y un fuertísimo olor a magia le hizo girar la cabeza. No había sido él, de eso estaba cien por cien seguro.

-Magia, y en una cantidad obscena - comentó el gárgola.- Voy, ahora vuelvo.

Despegó del tejado y ascendió mirando alrededor buscando la fuente de aquel olor.

Mierda. Magia, claro. Se recriminó a sí mismo no haber caído en la cuenta. ¿Qué le estaba pasando?
Miró con cierta frustración al gárgola alejarse cielo arriba. Si ser ángel negro era lo que realmente debería ser, como insistía todo el mundo, podría alzar el vuelo y reconocer él también el terreno. Sin embargo estaba allí, anclado a tierra y esperando.

Arrugó la nariz y emitió un resoplido de descontento cuando el olor a chamusquina se superpuso al de la plata, saturándole las narinas. El nuevo estímulo le hizo volver la cabeza como un resorte, a tiempo para ver materializarse aquello.

Se quedó mirando, estupefacto, cómo la energía que desprendía el ente que parecía un juguete pulsaba en el aire, como si no acertara a decidirse sobre el espacio que quería ocupar en la realidad. Porque era un ente y no una cosa: habría habido que estar ciego y sordo al palpitar de la magia para afirmar lo contrario. El ángel negro vigiló con recelo las evoluciones de aquel fenómeno irreal. Cambiaba sin cesar, pero no parecía moverse. Aun así...

—No —no elaboró sobre la negativa ni falta que hacía. No era necesario aclarar si con ella se refería a interactuar con el engendro o a su misma bizarra existencia —. Ni hablar.