La Tierra

Las risas y las bromas fueron quitándole a Gael el amargor de haber terminado tan rápido aquella aventura. El resto tenían razón al decir que tenían que salir pitando de allí, así que se incorporó a toda prisa, y fue cuando se dio cuenta de que el cuello del cadáver que ocupaba se había dislocado.
—Sabía que podía pasar esto, seré gilipollas… —murmuró mientras se sujetaba la cabeza con las dos manos para salir del coche. Le había recomendado al resto que renovasen sus protecciones, pero él se había olvidado. Tendía a hacerlo cuando sabía que estaba protegido dentro de un cadáver desechable—. Vale… ¡vamos!

El fuego fatuo echó a correr con la cabeza sujeta entre las manos y Kin no podía evitar partirse de risa corriendo tras él. Bromas como la que había hecho Noel sobre atropellar a una persona no le hacían gracia, pero estaba lo suficientemente ebrio de adrenalina como para pasarla por alto y asumir que no lo decía en serio, aun si por su fama como mercenarios bien podía ser así.
—El año que viene… volvemos —decía Gael entrecortadamente mientras corría, todo lo serio que podía sonar en aquel momento en que daba una imagen tan ridícula—No podéis decir que no. ¿No queréis aprender a conducir?
Kin supuso que eso no le incluía, pero al menos se había quedado con la absurda experiencia de aquella noche.


Cuando hubieron doblado varias calles desde el lugar del accidente, iban a disponerse a teletransportarse de vuelta al portal, pero el amanecer comenzó a romper y, dado que estaban en las afueras, pudieron ver el paisaje que empezaba a revelar la luz del sol. Era otoño en Suiza, y aquel no era un paisaje que el raigaurum hubiese visto a menudo, no con todos aquellos tonos verdes, rojos, amarillos y marrones. La ciudad estaba rodeada de bosques, y se decidió tomar un pequeño desvío para ver el amanecer.

Terminaron sentados en la colina de un parque desde donde se veía un río y gran parte de la urbe. Las luces que la iluminaban pronto se apagaron, dando la sensación de un telón que se bajaba para dar fin a aquella noche de locuras.
—También nos merecíamos un café, pero no veo bares por ningún lado —le respondió a Noel el fuego fatuo.
—No puedes beberlo y sujetarte la cabeza a la vez —lo vaciló Kin.
—No —repuso Gael dignamente—. Lo que no puedo es beberlo sin parecer un incendio en el parque. Supongo que deberíamos ir tirando. —Suspiró.
—Es una lástima. Tiene que joder mucho que tu mundo solo esté abierto dos días al año. —A él mismo le daba lástima, y solo era un mundo más. También había paisajes así en otros mundos, y tecnología, y culturas diferentes, pero podía imaginarse cómo de mal tenía que sentar no poder regresar casi nunca. Eran muchas las pequeñas cosas que se echaban de menos de lo que había sido la vida de uno hasta la cosecha.

Wen rió por la sugerencia de Giz mientras le arrancaba la etiqueta a las gafas que llevaba puestas.

-No creo que se dieran cuenta siquiera. El vandalismo y los accidentes son muy comunes las noches de fiesta y es Halloween. Seguro que el señor de antes le dirá a la policía que eramos un grupo de adolescentes descerebrados, algunos más que otros -añadió señalando al fuego fatuo que en aquel momento corría con la cabeza sujeta entre las manos-. Aunque en realidad no lo seamos. Adolescentes, quiero decir.

Después del trepidamente viaje fue bastante relajante sentarse simplemente a ver amanecer en su mundo de origen viendo salir el sol de aquella forma tan familiar y a la vez tan ajena y distinta a lo que ahora estaba acostumbrada.

-Y la comida. No te olvides de la comida. Giz y yo hemos reunido suministros para alimentar a toda la ciudad -añadió al comentario jocoso de Noel.

La británica disfrutó del amanecer cerrando los ojos y dejando que la brisa le acariciara la cara, pero no tardó en levantarse de acuerdo con las palabras de Gael.

-Puedes tomarte un café de vuelta en casa, pero siento tener que recordaros que algunos de nosotros tenemos trabajo que hacer en otros mundos.

Wen estuvo bastante de acuerdo con las palabras de Kin, sobre todo teniendo en cuenta que no podían disfrutar de los dos días enteros porque parte de ese tiempo tenían que dedicarlo a cosechar en otros mundos, pero en realidad la vouivre hacía tiempo que ya no estaba apegada a su mundo de origen y aunque le gustaba hacer este tipo de visitas, no le afectaba especialmente el no poder viajar a la Tierra durante el resto del año.

—Me ha costado años, pero por fin sé ser civilizado en la Tierra —se rio—. Yo me apuntaría a las clases de conducción.

A Giz todavía le duraba ese tipo de sonrisas que te provocan dolor de cara, cuando parecía que empezaba a apagarse escuchaba otro comentario gracioso y volvían a estirarsele los labios como si no hubieran tenido suficiente. El paseo hasta el parque le sentó genial a su cara, tanto porque le permitió descansar los músculos irrisorios como porque le gustaba el frescor matutino atenuado por sus hechizos térmicos para mantener la temperatura corporal. Una vez pararon, el goliat se tumbó en el suelo y se ausentó levemente del mundo para contemplar el horizonte. Los colores anaranjados y azules le recordaban, salvando las distancias y la añoranza, al cielo asreniano, y la Tierra tenía otras herramientas para embellecer sus paisajes. Los árboles, las hojas, las luces de la ciudad, las formas geométricas de las casas y las calles... Encantos diferentes.

—¡Eh, eso! —añadió divertido tras Wen—. De hecho, no tengo cafés, pero sí batidos y helado de chocolate. Y piruletas de chocolate. Y bombones de chocolate —se rio a la vez que se encogía de hombros—. ¿Os apetece algo dulce?

Giz abriría la bolsa sin fondo y tras un encantamiento rapido, haría flotar un surtido de toda la comida que robaron. Para sorpresa de todos, alguno de los productos no tenía chocolate de ningún tipo.

—Yo me apunto: siempre habrá más juegos que robar —le respondió a Gael—. Y el año que viene conduzco yo, va. ¿Alguno ha robado un manual de autoescuela? ¿No? Lástima, habrá que improvisar otra vez.

Se rio con el intercambio entre Kin y el fuego fatuo y miró hacia Giz cuando este desplegó todo el arsenal que habían conseguido Wen y él en el centro comercial.
—Pues yo no le digo que no a un batido de vainilla —dijo estirando el brazo para coger uno de los que había visto flotando.
Usó un hechizo térmico para enfriarlo un poco más y se lo bebió a gusto.

>>Por desgracia así es —coincidió con la vouivre cuando dijo que tenían que trabajar. Será mejor que vayamos tirando.
Una vez todos hubieron terminado su pequeño aperitivo, en un parpadeo desaparecieron de aquel monte para reaparecer en las cercanías del portal oculto en los Alpes.

Estaban a punto de atravesar el portal cuando el draco se detuvo. Un sonido no demasiado lejos de allí, entre los árboles, le había llamado la atención.
—Esperad un momento. Vengo ahora —les dijo a sus amigos antes de darse la vuelta y dar una pequeña carrera en la dirección del sonido.

El draco desapareció un par de minutos entre los árboles y cuando volvieron a verle surgir fuera de estos llevaba un animal en brazos: un búho real. El animal parecía nervioso y no paraba de aletear y de girar su cabeza a todas partes, mientras emitía un ulular muy tenue.
—Estaba atrapado en unos alambres de metal colgados de un árbol —les explicó mostrándoles la herida que el ave tenía en una de sus alas—. No sé… No quiero dejarle así pero creo que para asegurarnos de que se recupera bien tendríamos que llevárnoslo. ¿Os parece bien?

Algo en la penetrante mirada de aquel majestuoso animal le llamaba poderosamente. El draco no quería abandonarlo a su suerte.

Todos empezaron a levantarse para irse. Kin se sacudió el pantalón para no marcharse con hojas pegadas mientras el fuego fatuo prescindió de aquel gesto para no soltar su cabeza. Entre tanto Giz había desplegado ante ellos un desayuno improvisado y, aunque sabía que todo era robado igual, Kin no había cogido nada. Empezaba a tener hambre, pero preferiría esperar a regresar a la sede para hacerse un buen desayuno. Gael entre tanto había mirado con envidia la comida flotante.

Kin casi había olvidado que todos sus acompañantes eran cosechadores. El único que no tenía prisa por regresar era él, pero tampoco tenía ningún motivo para quedarse más rato si el resto se iban. Al regresar a la zona nevada, Kin volvió a tener esa sensación de estar de vuelta en Irraria, pero diferente, ahora que era de día. Nunca había estado en una montaña con anterioridad, y el paisaje era bastante diferente. Aprovechando la luz del Sol, sacó alguna que otra foto del paisaje, como había hecho también en las afueras de Berna.

Noel los detuvo por alguna razón, y se pararon a esperarle cerca del portal. No tardó en regresar con un ave entre brazos, que Gael pudo identificar, pero no Kin.
—Pobre… —se le escapó al raigaurum al ver la herida.
—El cuchitril ya es una granja, Noel, no creo que tengas que pedirnos opinión —le dijo el fuego fatuo con una sonrisa. En el fondo tenía que hacerle ilusión al draco, o probablemente no habría llegado a sugerirlo—. Déjame ver.

Gael se acercó al animal, que no dejaba de forcejear sin muchas energías. La herida no era como para preocuparse, no cuando iban a tratársela con magia.
—Quién nos iba a decir que con esta excursión iba a crecer la familia un poco más —bromeó.

Wen agradeció el ofrecimiento de Giz y eligió un té helado al que le lanzó un hechizo térmico siguiendo el ejemplo de Noel. Tras eso, se dispusieron a regresar a las cercanías del portal para poder volver a Rocavarancolia, pero antes de que cruzaran el portal, Noel les pidió que le esperaran un momento y desapareció entre los árboles para volver minutos más tarde sujetando un búho real que parecía herido.

-Una granja o un zoo por la variedad salvaje diría yo -añadió la británica de acuerdo con la afirmación de Gael-. Entre aquí el genemante y el nigromante no parece que vaya a suponer ningún problemas curarlo, pero si se complica la cosa siempre podemos pedirle ayuda a Kimbra. Con todos esos animales que tiene y con los que trabaja, seguramente sabe algo de curación de animales.

Giz se sirvió a sí mismo un croasán relleno de chocolate, dejó que el resto cogieran lo que quisiesen y guardó el resto de comida en la bolsa antes de darse un merecido tentempié con aquellas vistas. El siguiente viaje ocurrió en un parpadeo y, tan cerca como estaban del portal y de marcharse, aquella noche que ya era casi un día decidió darles una última sorpresa. Noel les pidió un momento y volvió con un animal que el genemante conocía por enciclopedias terrestres, un búho, aunque no sabía con qué especie concreta se habían topado.

—Yo no podría negarme aunque quisiera, que no es el caso —se rio, antes de acercase con cautela para no asustarlo. Tenía los ojos tan grandes que, por un instante, pensó si no podría ver a través de las ilusiones que llevaban. Al final del día el búho se llevaría también una sorpresa, eso seguro—. Entre unos y otros seguro que se queda como nuevo, sí —añadió tras Wen—. Luego te tocará la peor parte: pensar el nombre.

Para el goliat, desde luego, era la más difícil.

No hizo falta más para que se convenciese del todo: el búho volvía con ellos a Rocavarancolia.
—Eh, no sé, prefiero preguntar a mis compañeros de piso antes de introducir una nueva mascota —bromeó—. Al que no le voy a preguntar es Odin y no sé cuánta gracia le hará.

Le dio la razón a Giz acerca de lo del nombre, aunque seguro que en una visita a la biblioteca o pidiendo opinión a otros podría encontrar algo adecuado sin mucho problema. También asintió a la sugerencia de Wen: Kimbra podía ser una buena opción a quién acudir, aunque más que para curarlo que seguro que Giz y Gael podían sin ningún problema, para pedirle ayuda con la parte de domesticarlo. Si es que se podía decir así en el caso de un ave de presa.

—Espero que no os den mucha pena los ratoncitos que probablemente tenga que llevarle para que coma —comentó echándose a reír.
A él, desde luego, sí que le iban a dar algo de pena pero no pensaba privar a un depredador de algo tan básico.

>>Tiene pinta de que aún no ha terminado de crecer, ¿verdad?
Comentaría mientras ya llegaban al portal, mirando fijamente al pobre ave asustada. Parecía relativamente pequeño para lo que creía que era tamaño de uno de esos búhos, aunque no estaba del todo seguro. Si resultaba estar en lo cierto sería algo bueno para hacer buenas migas con él. En cualquier caso, tal y como ya habían dicho sus amigos, aquel día aumentaría la familia.

Era una noche tranquila. Pequeños vestidos de momias y vampiros correteaban por las calles, regresando a sus hogares con bolsas cargadas de dulces. Era hora del intercambio. Mientras los recién llegados eran arropados en sus habitaciones, adolescentes rebeldes terminaban de retocar su maquillaje. Preparados para una noche que sólo acababa de empezar.
Ethan se cruzó con esa segunda oleada. Jóvenes con los que sólo parecía compartir la edad. Los observaba desde la distancia, los veía avanzar en grupos riendo y haciendo bromas entre sí. Llenos de una euforia contagiosa que por lo que sea, no llegaba hasta el.

Negando con sutileza volvió a colocar un pie en la acera, y con un ligero empujón su skate recuperó velocidad. El viento en la cara consiguió difuminar brevemente sus preocupaciones. Pensamientos que desaparecían a medida que avanzaba rápidamente por unas calles cada vez más deshabitadas. El primer obstáculo había sido atravesar la marabunta, ahora tocaba uno complicado, el último antes de llegar a su destino. Desde esa distancia ya podía escuchar el zumbido que dejaban tras su paso.
Freno al final de la calle, tomando su patinete en brazos. Avanzó un paso, después otro, y otro más. Respirando hondo con cada uno que tomaba. Aquel sonido era abrumador, intensificado por la afluencia de una festividad tan popular.
Cuando llegó al cruce, era un matojo de nervios. Sudor frío, manos temblorosas y una mirada fugaz que vigilaba cada movimiento de aquellos monstruos.

-Venga tío... Has hecho esto infinidad de veces... Solo.. Una más.

El muñeco cambio de color, animándolo a que pudiera avanzar. El primer frenazo le hizo dar un pequeño respingo. Decidió esperar hasta que la primera fila se llenará de vehículos y cuando así fue, tomó todo el aire que pudo y salió corriendo.
Eran simplemente 2 metros. Pisadas que resonaban sobre el asfalto como un eco ensordecedor antes de llegar al otro lado. Sano y salvo.
Decidió no voltear la vista, centrándose en las puertas que tenía delante. No tendría más problemas hasta que le tocará regresar.  
Y así, tratando de calmarse accedió al cementerio.

A su paso las tumbas se llenaban de nuevos regalos. Flores, peluches y figuritas de origami que decoraban las estancias vacías. Entre todas ellas había una que destacaba sobre el resto. La sepultura de su hermano podía verse desde la entrada, decorada hasta el límite absurdo de animalitos hechos de papel.
Sonriendo con cierta nostalgia avanzó hacia allí. Hasta colocarse frente a un pequeño marcó que guardaba una foto de ambos. Ethan apenas lograba reconocerse en aquel rostro joven y alegre. Buenos tiempos, pero tiempos muertos pensó para sí.

-Hey... He vuelto... Siento haber faltado la semana pasada es que... Bueno... Tuve una recaída. Pero nada importante!! Ya está más o menos solucionado y eh.. Mira.... Esta vez eeees hmmm...

Con la mochila colocada en su regazo, metió el brazo en ella, revolviendo su interior hasta hallar lo que buscaba. Ethan sacó una ranita y como si de una extraña tiara se tratase, la colocó sobre la fotografía de ambos. En el marcó superior a esta.
Y por un momento guardo silencio, esperando una respuesta que sabia que nunca iba  a llegar.

-Una rana! Se que te gustaban un montón... Ay, a quien trato de engañar. Te echo de menos idiota.

Lo primero que se escuchó fue un gritito ahogado, seguido por un intento poco grácil de huir de su propia creación. Ethan caía de culo a escasos centímetros del nuevo zoológico improvisado, planteando en su cabeza si arrastrarse en reversa a la entrada era siquiera, una opción válida. Y entonces, por sí el susto inicial no fuera suficiente, una voz inquietantemente cercana le conseguía arrebatar la escasa dignidad que le quedaba. Con la boca desencajada y a escasos segundos de descargar un grito, Ethan empezó a volver en sí al percatarse de que, quien tenía delante, se trataba de una simple mujer.

—¡¡Ah, perdón!! ¡No esperaba a nadie de visita!

Al escuchar su comentario y entre carraspeos que intentaban ocultar la vergüenza del momento, Ethan no pudo evitar girar la vista de nuevo a su hermano. Le echaba de menos? Si. ¿Quería pronunciar esas palabras en alto? No mucho.
Y era extraño, pues se volvía a encontrar frente a unos papeles que parecía tener vida propia. Sólo que ahora, quizá por haber descubierto a la posible causante de la broma, o por el humo que desconocía estar empezando a inhalar le parecía un truco de magia bastante creíble.

Tanto así que se aventuró a recoger a la ranita entre sus manos, cuidando de no estropear el papel y tanteando si quizá, podría encontrar algún hilo que no había visto de primeras. Cuando la muchacha volvió a hablarle no le sorprendió tan raros objetivos, más bien, le llamó la atención el lugar que había escogido para cumplirlos.

—No quiero ser descortés… Pero es un sitio un poco extraño si estás interesada en buscar bueno… Personas disponibles. —Le sonrió cómo intentó suavizar la conversación, intentando solucionar el inicio desastroso—. ¿Aunque puedo preguntar como has hecho que se muevan? ¿Es a lo que te dedicas? ¿Mago callejero o algo así?

—!Ah, no quería! !!Perdón!!

Fue lo único que pudo vocalizar el joven a medida que sus mejillas se teñían de un tono rosado y la frase se convertía en un amasijo de palabras sin sentido. Quizá, si hubiera sido consciente de que estaba siendo intoxicado, le habría dado las gracias por ello. Porque esa sensación de calma propulso que los nervios iniciales desaparecieran, aplastados por una sensación eufórica.

Aún sin entender qué sucedía, Ethan notaba emociones que creía olvidadas. Era como un niño pequeño experimentando por primera vez un espectáculo de magia. Ambos iris brillaban reflejando los colores de su alrededor y en su rostro se dibujaba una amplia sonrisa al recoger un nuevo amigo. Emociones incrementadas por el contraste de haber vivido largo tiempo en una cotidianidad letárgica.

Pero sin lugar a dudas lo que estaba conquistando su corazón era el pequeño animal, que aún siendo de madera se notaba repleto de vida. Se le escapó una leve risa cuando el cuervo trepó por él, revolviendo ligeramente un peinado que de por si ya era un desastre. Ahí decidió recogerlo,  con el cuidado de un gigante que temía herir a una criatura que entendía como frágil.
Cuando se dirigió a la chica, seguía con el animal en brazos. Dedicándole suaves caricias en una mezcla de felicidad y fascinación.

—Woah, ¿quieres decir que podré ser un mago? Como Harry Potter?? —Se vio interrumpido cuando la oleada de grullas emprendieron el vuelo, y por un pequeño instante, aún colmado de alegría, noto una punzada de dolor. Una lejana y apagada para lo que debería de haber sido—. No… ¿Otro mundo dices? No sé, no debo… ¿Si me voy quién cuidará de ellos? ¿Quién le visitará?

Era un choque extraño porque todo su ser le rogaba seguir preguntando por aquel mundo de fantasía que le estaba prometiendo. Pero por el otro, no podía evitar sentirse culpable. Culpable de que fuera él quien tuviera esa oportunidad y no su hermano.

Incapaz de contextualizar siquiera cuál era su entorno entre tanto revoloteo de papel Ethan simplemente asintió con cierta lentitud. Las pocas dudas fueron mitigadas por una sensación de calma aplacadora. Sus emociones antes exaltadas habían encontrado un equilibrio dentro de esa ensoñación.

¿Por qué se iba a replantear nada de esa situación? Era perfecta. Simplemente se encontraba en un cuento de hadas modernizado por los tiempos en los que vivían, definitivamente la joven tenía razón. Al fin y al cabo le estaba ayudando a escapar de aquella lúgubre vida.
Era… Una especie de príncipe amarillo, pero con magia y sin armadura.
Se dejó mecer en esa complaciente idea, siquiera el pequeño mordisco de la pluma le logró sacar del trance. Firmó con una letra curva y sencilla a medida que sus párpados luchaban por permanecer abiertos.

No tenía nada que temer. Su hermano estaría cuidado, y él podría encontrar reposo entre sus pequeñas criaturas. Le dedico una ultima sonrisa, adormilado a medida que trastabillaba.

—Puedo… ¿Puedo llevar una conmigo?

Intentó levantar el brazo para señalar a las grullas de su entorno, pero decidió no seguir batallando contra la quietud que le invadía. Dejando la acción sin terminar a medida que el sueño ganaba una competición en la que ya no había oposición.
Poco sabía el joven que aquello distaba bastante de ser un sueño y que esa, sería la última petición que haría en su hogar.

Había pasado un año y varios meses desde aquel fatídico día, cuando Eva le ordenó que se convirtiera en un monstruo por el bien de la banda. Y aunque Connor lo hizo de buen grado acabó perdiendo algo más: las vidas de sus amigos. Después de marcharse de la granja tras ordenarles a sus propietarios que enterraran el cadáver de Roderick, Connor tuvo que pedir ayuda para trasladar los cuerpos de Rhona y Yasser a El Paso, el hogar del club de motoristas. El canadiense estaría casi un día esperando en la mina, junto a los cadáveres de sus amigos y el silencio como su único acompañante. Hasta que sus compañeros por fin llegaron con un par de camionetas para cargar los cuerpos y muchas preguntas que hacerle sobre qué es lo que había pasado. Sus caras marcadas por el dolor y la tragedia por la muerte de sus hermanos de carretera. Connor explicaría todo con detalle, reviviendo a su pesar todo lo ocurrido y deseando que Eva hubiera mandado a más gente para matar a Roderick.

Finalmente se irían del lugar con una sensación agridulce en sus corazones. Habían recuperado el dinero y Roderick estaba fuera de circulación, pero a un precio demasiado alto. A pesar de las palabras de apoyo y comprensión de su amigos, Connor seguiría sintiendo que podría haber hecho algo más para salvar a Yasser y Rhona. Sobra decir que no recogieron el cuerpo de Markus, ya que había dejado de ser un Wyvern desde el momento que los traicionó. Simplemente ocultaron su cuerpo en el interior de la mina abandonada que le había servido para tenderles aquella trampa.

Eva no se tomó nada bien todo aquello, aunque no era la primera vez que sufría la pérdida de alguno de sus hermanos, y su berrinche fue monumental. Destrozando varios muebles del club en el proceso ante la silenciosa mirada de los cuarenta y ocho moteros que componían la banda, Connor entre ellos. Más tarde y mucho más relajada, le acabaría confesando lo muy orgullosa que estaba de su desempeño y su lealtad al grupo. Tras la muerte de Yasser, Eva era la última fundadora que quedaba con vida y la ausencia del anciano como la de Rhona se podía notar en el aire. Les dedicaron un funeral con todos los honores, con largas filas de motoristas escoltando los coches fúnebres hasta el cementerio. Y vaciando cada uno de ellos una lata de cerveza en sus lápidas. Pronto Connor volvería con lo que mejor se le daba hacer: Obedecer al club y aumentar su ya larga lista de delitos. Y aunque no se dio la situación de tener que matar a nadie más, impartió el mismo dolor y la misma cantidad de palizas que todos los años anteriores. Con el paso de los meses la rutina y el tiempo irían haciendo su magia y Connor volvería poco a poco a sentirse igual de vivo que de costumbre y a superar todo aquello, con algunas excepciones donde su mente divagaba entre oscuros recuerdos.

Por otro lado había otro motivo por el que era difícil olvidar todo aquello. Sus heridas físicas fueron curadas, pero aún conservaba las cicatrices: los cortes de navaja en su labio y en la palma de la mano, y los cuatro tajos de aquel viejo rastrillo en su brazo derecho. Así que al final Roderick tenía razón, de un modo u otro Connor jamás se olvidaría de él. Si no era porque recordaba la muerte de sus amigos era porque se miraba en el espejo.

Ya en la actualidad, el club estaba de celebración. Era una noche de octubre, concretamente Halloween, pero poco podía importarle eso a los moteros. Acababa de entrar un nuevo miembro a la banda, tras ganarse su puesto merecidamente probando su lealtad y la música sonaba fuerte en la sala comunal de los Wyverns. Los hermanos de carretera cantaban medio borrachos abrazados unos a otros, llorando de la risa o apostando al póker. Algunos de ellos traían a sus respectivas parejas o incluso a sus hijos, que jugaban con los hijos de los demás. Ajenos a la vida que llevaban los monstruos que tenían por padres. Sin embargo Connor no se encontraba ahí. Había estado varias horas disfrutando de la fiesta, hablando con el nuevo y con los demás moteros. Pero al par de horas se había salido para tomar un poco el aire, era una noche tranquila y le apetecía disfrutar de ella un rato antes de volver adentro. El negocio legal del club era un taller de coches, y como tal el exterior estaba lleno de automóviles como si fuera un desguace. Coches que debían ser reparados antes de que terminara la semana. Connor se encontraba entre dos grandes todoterrenos, montado en su motocicleta mientras fumaba y escuchaba la música lejana que llegaba a sus oídos.

A pesar de todo lo que había pasado el año anterior se sentía vivo, y con deseos de seguir sirviendo a la banda muchos años más. Hasta que su corazón dejara de latir, porque sabía que eso era lo único que podría separarlo de sus hermanos moteros. O al menos eso era lo que creía, porque una figura misteriosa aparecería para demostrarle que estaba equivocado. Una figura envuelta en magia y humo. A Connor no se le escaparía la similitud de todo aquello. Hacia diez años Eva lo reclutó para su banda, tras encontrarlo debajo de un puente, con la promesa de una vida mucho mejor que la que tenía. Ahora esta extraña mujer le prometía algo parecido: la promesa del poder y la magia. La promesa de vivir en el mundo dónde de verdad pertenecía. Embelesado por la picadura de Morfeo y por los milagros que le estaba enseñando, Connor acabaría aceptando su propuesta. Despidiéndose para siempre de los Wyverns, sin saberlo.

-Claro que me apunto, joder...¿Dónde cojones tengo que firmar?- Aceptaría el motero, sellando su destino al del reino de los monstruos.