La Tierra

Las reacciones a su fallo garrafal para arrancar fueron variopintas. El fuego fatuo rodó los ojos y se lanzó a responderles con fingida indignación.
—Conducid, conducid. Seguro que si tocas los pedales como una batería el coche se parece aún más a una atracción de feria —le dijo a Noel, y luego añadió para todos—: El portal nos va a pillar cerrado si os hago caso a todos, así que fus, fus.
Les hizo callar con un movimiento de mano, pero Kin ya estaba poniendo el cronómetro de su ordenador y enseñándoselo a Giz y Noel sin decir nada. Aunque no entendiesen las cifras irrenses era evidente de qué se trataba.
—Yo digo cuatro —murmuró.

Ajeno a aquello, el fuego fatuo volvió a aferrarse a la palanca de cambio y peleó por meter la marcha, por si provenía de ahí el error. Le parecía que recordaba como si fuese ayer cuando su hermano se preparaba para sacar el carné de conducir y él y su padre iban con él los domingos al aparcamiento del polígono industrial a practicar. Incluso le habían dejado llevar el coche un poquito. Lamentablemente, hacía demasiados años desde aquello, pero no quería admitir que no sabía ni lo que estaba haciendo. Aquel coche respondía con mucha más potencia de la que recordaba al levantar el pie del pedal, pero era lógico.

Gael lo intentó una y otra vez, con muchísimo cuidado para que nadie saliese disparado de nuevo, pero el coche se le caló unas cuantas veces más. Fue cuestión de suerte, y de haber dejado el coche en llano, que lograse arrancar y avanzar en primera hacia la carretera principal.
—¡Os lo dije, os lo dije! ¡Vamos!
La efusividad de sus palabras no acababa de pegar con la velocidad a la que iban, y pronto el motor empezó a sonar demasiado revolucionado. Cambiar a segunda no era tan fácil como recordaba y tuvo que arrancar una vez más cuando se le hubo calado en el proceso.

Cuando se incorporaron a la carretera, por fin en segunda, el fuego fatuo parecía extremadamente concentrado, y un poco temeroso de continuar subiendo marchas.
—Ya me he pasado el pilar de antes, ¿dónde sugieres que nos estampemos ahora? —le preguntó a Wen a medida que ganaban velocidad por la circunvalación.
—Mierda, yo ya he perdido —decía el irrense en ese momento para los del asiento trasero, mostrando el cronómetro.
—¿Eh? —Gael se giró ligeramente al escucharle.
—Mira hacia delante, haz el favor —le advirtió Kin al notar que la trayectoria del coche se desviaba hacia un lado.

Wen hizo un mohín con los labios cuando Noel le dijo que su salto ya lo había hecho Gael, pero la verdad es que era algo tan habitual en cualquier escena televisiva que incluyera un descapotable, que lo que le parecía raro es que el propio draco no lo hubiera hecho siendo el único terrestre además de Gael y ella.

Wen rio con todos cuando Giz bromeó con que el portal se les cerraría, pero en seguida comenzó a negar con la cabeza.

-No, no, no. De eso nada. Ni se os ocurra llegar tarde al portal. Ya he vivido 16 años en este mundo y si puedo evitarlo no viviré ni uno más. Además, ¿de verdad queréis dejar el Cuchitril al cargo de Adara y Toima solo con Tania como adulto responsable? Volved a pensarlo.

La vouivre mantuvo su risa por lo bajo para no distraer a Gael en los sucesivos intentos de conducción, preguntándose más que cuánto duraría el coche, cuánto tiempo tardaría el fuego fatuo en exigir que condujera otro por frustración. En realidad, la británica espera que esto no pasara, ya que la siguiente en la lista con la mayoría de posibilidades de ser elegida para el trabajo sería ella y precisamente habían sido los pedales y cambios de marcha lo que le había mantenido lejos de los volantes que había puenteado.

Cuando finalmente se incorporaron a la carretera, Wen estuvo tentada a ponerse a aplaudir, pero decidió no hacerlo para no desconcentrar a Gael, que se veía muy puesto en su trabajo.

-En realidad cualquier pilar, muro o bolardo me sirve. No soy quisquillosa sobre en qué lugar estamparme, siempre que sea de forma aparatosa.

Giz no pudo no reírse cuando Noel sugirió robar a más multimillonarios y aquello siguió cuando Kin le enseñó el cronómetro, aunque no distinguiera los números. No hacía falta en realidad.

—Pobres ricos —dijo con preocupación fingida cuando pudo hablar, antes de participar en la apuesta—. Yo digo que 6 minutos, va, para compensar los vuestros un poco. —Y entonces Wen dio con un punto vital para que no se retrasaran y se olvidaran de los saqueos—. Tania no se merece un futuro así.

A Gael parecía que se le resistía el coche, por lo que cuando lograron entrar en la carretera, el goliat dio un par de aplausos y silbó, algo a lo que no acostumbraba, pero que le salió natural en ese instante.

—Yo voto por un bolardo, para saber qué es —añadió, poco después de un meneo sorpresivo cuando el fuego fatuo miró hacia atrás.

Al principio, la brisa había sido agradable y se preguntó si habría prejuzgado los coches como vehículos. La sensación le recordó a la levitación a poca velocidad, que era algo muy disfrutable, y pensó que era normal que le gustara a los humanos. Eso fue hasta que Gael cogió ritmo en la carretera y, como la levitación a mayor velocidad, llegó la sensación de comerte mosquitos sin querer.

Al final él había sido el más optimista de los tres y dejó escapar una risa ligera al ver a Kin cronometrando el tiempo. Bromearon acerca de la posibilidad de quedarse atrapados en la Tierra, que por suerte se trataba solo de eso, una broma, porque si hubiese existido la más mínima posibilidad el draco hubiese activado su hechizo de teletransporte allí mismo.
—Joder, yo estaba pensando en lo horrible que sería que nos quedásemos aquí, pero tienes razón: la que lo tendría peor es la pobre Tania —comentó tras Giz el hipotético escenario de Wen.

Miró de reojo hacia el demonio raigaurum cuando este hizo un comentario sobre su pequeña apuesta una vez el fuego fatuo logró arrancar definitivamente el coche y le dedicó un encogimiento de hombros al mismo que posiblemente no llegase a ver cuando se giró hacia ellos, con sospecha.

—El Capitán Lagartijo ha hablado. A toda marcha hacia un bolardo. Donde quiera que haya uno. Si lo haces a suficiente velocidad podremos salir catapultados de forma espectacular.

Gael se estaba riendo un montón con las bromas de no regresar y dejar el cuchitril al cargo de aquellos tres, pero no podía permitirse despistarse demasiado de los mandos del coche, por lo que estuvo extrañamente callado hasta que enfilaron una especie de autovía. Sujetaba el volante rígido como un maniquí, y si había logrado meter la tercera era porque la carretera era prácticamente recta, ancha, y estaba vacía. No se atrevería a cambiar la marcha de nuevo porque las probabilidades de que se le atascase la palanca eran bastante altas.

—No sé si habrá bolardos por aquí, si os vale que me estampe contra la mediana… —comentó el fuego fatuo mientras bromeaban sobre con qué darse—. En los juegos de coches me pasaba siempre, así que… ¡Oh! Ya sé. Mi lugar ideal para estamparnos sería una rampa. ¿Por qué no hay rampas en las calles fuera de las películas? ¿Alguna idea? Me gustaría hacer volar el coche otra vez, pero ahora sin magia.
—A la velocidad que vas lo único que saldría medio volando serían nuestros culos —se burló el raigaurum inclinándose hacia los asientos delanteros para hacerse oír a pesar del viento creciente. La sensación era agradable, a pesar de todo. Ni siquiera había experimentado el hechizo de vuelo a menudo, siendo uno que no podía realizar, así que aquello no estaba nada mal. Aunque, eso sí, el ruido del motor era bastante desagradable. Lo que no sabía Kin era que aquel ruido no era exactamente normal, sino que el fuego fatuo no tenía intención de cambiar de marcha.

Tras emerger de una curva bastante amplia en un paso a nivel aparecieron un par de luces rojas ante ellos. Gael se había ceñido al carril derecho, pero ahora un coche que iba más despacio había aparecido en su trayectoria. El fuego fatuo dio un volantazo y necesitó dar algunos giros más antes de volver a recuperar el control del coche.
—¡Perdón!
En ese momento empezaron a pasar al lado del otro vehículo. Se trataba de un utilitario con un anciano en su interior, que se giró hacia ellos al verlos adelantar. El hombre llevaba unos guantes de cuero y unas gafas de sol de aviador en plena noche. El fuego fatuo también se le quedó mirando con una ceja alzada, y sin darse cuenta el descapotable empezó a salirse del carril hasta que el lateral se golpeó contra la mediana. El espejo retrovisor izquierdo saltó hasta caer dentro de los asientos traseros, y Gael dio otro volantazo, pasando a escasos centímetros del anciano, que pegó un frenazo y se quedó detenido a sus espaldas en medio de la autovía.
—¡No digáis nada! Aún no he perdido —exclamó.
—El coche no opina lo mismo —le respondió el raigaurum a la vez que arrojaba el espejo fuera del vehículo.

Wen se dispuso a explicarle a Giz qué era un bolardo, pero en seguida descartó la idea. No creía que fuera una información muy significativa para el goliat y seguramente podría apreciarlo en su máximo esplendor cuando se estamparan contra uno.

-Y, de hecho, si eliges un grupo que esté en línea puedes hacerle un bonito dibujo al morro y nos catapultaremos de una manera más simétrica. Que nos estamos centrando mucho en tener un accidente aparatoso, pero muy poco en que además sea elegante -añadió tras Noel mirando al grupo como si les estuviera reprendiendo por no tener en cuenta el arte del desastre.

Cuando Gael preguntó por qué no había rampas, Wen empezó a mirar a su alrededor de forma pensativa, como si se estuviera tomando totalmente en serio la pregunta.

-Bueno, siempre puedes acelerar contra el quitamiedos y volar terraplén abajo. Todo parece bastante llano por el momento, pero yo no descarto que pasemos cerca de alguno en algún momento -sugirió y luego al oir el ruido que hacía el coche añadió-. Aunque a este paso probablemente el motor se rompa antes de que nos dé tiempo a estamparnos contra algo.

La vouivre tuvo que volver a agarrarse del salpicadero cuando Gael comenzó a dar volantazos para adelantar al otro coche y cuando pasaron al lado del otro vehículo, Wen no pudo evitar fruncir el ceño al ver al hombre con gafas de aviador, pensando en hasta qué punto podía llegar la moda y el aparentar para que prefirieras no ver nada en una situación en la que podías terminar teniendo un accidente grave a no llevar tus accesorios correspondientes. Distraída como estaba, no se percató del momento en el que el coche se salió del carril y se sobresaltó cuando oyó el sonido del golpe del coche y vio el retrovisor cayendo hacia atrás.

-Claramente has impresionado al buen hombre con tus dotes de conducción -comentó al ver el frenazo del anciano.

La británica vio al irrense arrojar el retrovisor fuera del vehículo un poco molesta porque no le hubiera dado tiempo de reclamarlo como suyo, pero rápidamente pensó que, al final, el coche tenía otro más y siempre podían arrancar los otros de los próximos coches que tuvieran que robar cuando este encontrara su fin. Al verlo volar, a Wen se le había ocurrido que posiblemente quedaría muy bien pegar un retrovisor en cada vuelta de esquina del Cuchitril como una decoración graciosa y que posiblemente podría generar cierta confusión divertida en Toima.

-Entonces, a parte de habernos embarcado en un emocionante viaje hacia el accidente inminente, ¿sabemos en qué dirección estamos yendo?

Giz había elegido el bolardo por curiosidad, pero si no podía ser, tampoco pasaba nada. Asintió con efusividad cuando Gael consideró la posibilidad de cambiar el objetivo a la mediana. Por el contexto, el goliat creía que se trataba de las barreras metálicas que delimitaban la vía, pero podría ser eso o cualquier otra cosa. Como los bolardos. Lo importante era estrellarse, de todas formas.

—Lo de la rampa lo podemos solucionar con un poco de… —se calló en cuanto vio que venía un coche.

Cuando los vehículos se cruzaron, por algún motivo, Giz decidió levantar la mano para saludar, con la sonrisa estúpida que llevaba de forma previa al estrellato del coche. Para los humanos no habría un lagarto, sino un latino punky bajito y feliz. El volantazo de Gael esta vez le pilló más preparado y le provocó sensaciones similares a las de una montaña rusa, si supiera lo que es. Giz rebotó contra el draco y contra el demonio por la falta de espacio y el golpe. Chocaron contra una posible mediana, lo que quería decir que tal vez Gael hubiera cumplido ya con su petición, y el espejo voló con gracia hacia ellos. A Giz se le escapó una carcajada cuando Kin lo tiró.

—No sé a dónde iremos —le dijo a Wen—, pero a mí me ha sabido a poco.

A Giz ya se le había instaurado una sonrisa perenne en la cara para lo que quedaba de noche, los músculos que la formaban empezaban a dolerle.

—La verdad es que lo de la rampa suena demasiado tentador… Lástima que no estemos en un país costero: podríamos buscar un acantilado y sería precioso.

El motor rugía cada vez más, exigiendo que se le cambiase la marcha, algo que no llegaría a suceder dada la total inexperiencia del conductor.
—Un poco más y este coche está listo para cortas cabezas. O sea, va completamente revolucionado, el tío —comentó jocosamente respecto al hecho.

Cuando aparecieron los primeros vehículos el draco también los saludó a la par que Giz y siguió riéndose como un energúmeno. Cada vez le dolía más el abdomen de tanto reír, pero no pensaba pedir que se detuvieran. Incluso si el aparatoso encontronazo con aquel anciano les hizo chocarse incómodamente entre ellos y contra los asientos delanteros.
—¡Señor, no se preocupe: no vamos drogados ni nada! ¡Solo estamos intentando estampar este coche con nuestras facultades plenas! —le gritó al ver que se detenía en mitad de la carretera.

Ya habían perdido la primera parte del coche: el retrovisor que Kin arrojó sin contemplaciones, pero todavía faltaba para cumplir con lo que buscaban.
—No, claro, esto hay que hacerlo bien —comentó cuando Giz afirmó que le había sabido a poco—. Ni puta idea de donde estamos, pero igual podemos buscar un monte al que subirnos, aunque sea haciendo volar el coche, para encontrar una buena cuesta.

Gael se mordía la lengua, concentrado. No había podido contestar a todas las pullas que le habían soltado, pero agarró la palanca de cambios y se forzó a pasar a cuarta. A la velocidad que iban ya se sentía como si hubiese perdido totalmente el control del vehículo y lo único que los mantenía en movimiento era que la autopista apenas tenía curvas. Le habría encantado encontrar una rampa, acantilado, o cualquier cosa que le diese a aquel coche un final de película, pero lo más excitante que había ante ellos eran las salidas de la autovía.
—¿Vosotros sabíais a donde ibais la primera vez que cogíais un juego de coches? Pues yo tampoco. Ni siquiera lo sabía a la enésima vez que lo cogía —respondió ante las dudas acerca de adónde se dirigían.

A falta de nada más interesante que ir en línea recta, el fuego fatuo tomó la siguiente salida de la circunvalación, a más velocidad de la que debería, y se vio obligado a frenar. Las revoluciones del coche cayeron en picado y, al intentar regresar a tercera se le atascó la palanca de cambios en la entrada a la primera. Sin soltar el embrague peleó con la palanca hasta que dejó de poner toda su atención en la carretera y volvieron a chocarse con el quitamiedos, esta vez solo rayando las defensas del coche. El fuego fatuo empezó a maldecir en voz alta, hasta que consiguió poner la segunda.
—Sé que no lo parece pero estoy empezando a cogerle el tranquillo. Creo —comentó.
—Y nosotros aquí atrás a no caernos unos por encima de otros —le respondió Kin con sorna, pero claramente divertido por todo aquello. Las risas de todos se contagiaban con demasiada facilidad, y el único que no reía era Gael por la concentración que requería el volante.

Las calles de la ciudad eran más peligrosas, pero eso era precisamente lo que buscaban. Volvían a ir demasiado despacio para que aquello tuviese emoción alguna, así que Gael pisó el acelerador y trató de mantenerse por el carril derecho, ahora más estrecho. En algunas calles había coches aparcados que le ponían nervioso, porque una cosa era causar algunos destrozos y otra muy diferente estropearle el coche a una ristra de pobres diablos que no tenían culpa.
—¡Eso son bolardos! —les explicó a los no terrícolas en cuanto divisó unos delimitando un paso de peatones y, para que no se les escapasen, los señaló de la mejor forma que podía en aquel momento: rascando el lateral izquierdo del coche contra ellos. Tras eso metió tercera de nuevo y siguió acelerando.

Se negaba a terminar aquel momento antes de tiempo. Se lo estaba pasando demasiado bien como para estamparse a propósito contra cualquier árbol. Aquello era literalmente una partida de juego de coches para él, incluida la parte en la que no perdían la vida si tenían un accidente. O, mejor dicho, ellos no perdían la vida, pero no se podía decir lo mismo de lo que se encontrasen por el camino, y la suerte quiso que un pequeño gato rayado decidiese cruzar la calle en ese momento y se cegase con el brillo de los faros del deportivo.

Lo siguiente que sabrían era que medio coche se había quedado estampado contra el muro exterior de una casa, que estaban rodeados de airbags que se habían inflado en un momento, y que las risas nerviosas del fuego fatuo se podía escuchar apagadas contra el plástico inflado.
—Por un puto gato —se lamentó.

El gato en cuestión se había alejado bufando asustado tras el volantazo kamikaze de Gael. Kin se frotó las cervicales después del tortazo que, a pesar de llevar defensas activas, le había dado un buen tirón en el cuello. Se sentía un poco descentrado entre la adrenalina y el golpe, pero ver que se encendía una luz en el interior de la casa contra la que se habían chocado le hizo espabilar.
—¿Y ahora qué? Hay que salir de aquí.

Wen no podía parar de reir entre las bromas y la conducción temeraria de Gael.

-Si y lo que acaba de pasar se llama que los bolardos te den un besito -explicó la británica tras el roce del coche con los susodichos.

Wen no se dio cuenta del gato porque en ese momento estaba mirando hacia los asientos traseros, por lo que el golpe lo sufrió con el cuello girado. Por suerte, preveiendo esta posibilidad y otras parecidas, se había lanzado suficientes hechizos de escudo como para evitar cualquier posible dolor o contusión.

-Si hubiera sido Odín y el conductor Noel, me lo creería -se mofó cuando Gael se excusó en el gato-. ¿Probamos ahora una limusina?

La noche iba viento en popa. ¿O viento en capó? Fuera como fuese, iban cinco monstruos en un coche, haciendo mucho ruido y conduciendo temerariamente por las calles de la ciudad y uno de ellos no podía ser más feliz. Estaba tan feliz, de hecho, que no se planteó la posibilidad de que hicieran daño a nadie (salvo al coche y a un ínfimo porcentaje de mobiliario urbano).

—¡Bolardos! —exclamó pletórico, esperando aquel roce como un niño una piruleta—. Deberíamos volver para besarles de vuelta —se rio.

Sin embargo, no hubo manera de volver, pues fue un gato espontáneo el que les hizo llegar al clímax de aquella trepidante película de acción improvisada. El choque lo pilló por sorpresa, como el felino, y rebotó por enésima vez entre sus acompañantes, feliz de haberse calzado las protecciones antes de que empezara todo aquello.

Buscó con la mirada al gato en cuanto se pudo bajar del coche (no utilizó la levitación para que nadie viese a un muchacho flotando tras el accidente) pero se había alejado rápido. Le dio algo de pena, habría sido perfecto darle un hogar en Rocavarancolia y llamarlo o Coche, o Choque, o Bolardo, en honor a aquella pequeña aventura.

La risa empezaba a apagarse en pequeños espasmos, pero la sonrisa de la cara no se le iría ni con jabón.

—Podemos anotar la limusina para el año que viene. De hecho, deberíamos hacer esto todos los años, hasta que la Tierra nos declare la guerra por daños y perjuicios —dijo mirando a Gael, en quien confiaba para alcanzar el estrellato de nuevo. Luego añadió, para contestar al demonio--. Sí, deberíamos dirigirnos ya hacia el portal.

Finalmente consiguieron encontrar bolardos para satisfacer la curiosidad de Giz, aunque no fue suficiente para tener el accidente definitivo.
—Más bien yo diría que les hemos dado nosotros un morreo agresivo —opinó acerca del comentario de Wen.

El alocado viaje no duró mucho más, no obstante, porque un imprudente felino se cruzó con ellos y, por supuesto, su conductor no tenía la suficiente habilidad para evitar el desastre. El caos que siguió a continuación era difícil de describir y Noel solo supo que había dado alguna que otra vuelta hasta acabar estampados en un muro rodeados de airbags. Las protecciones mágicas les habían librado de tener numerosas contracturas al día siguiente, sin duda.
—Ey, yo hubiese hecho lo mismo aunque solo fuese por acordarme de Odin —comentó tras la vouivre—. Es cierto que si hubiésemos atropellado a una persona podríamos habernos metido potencialmente en un lío, pero me da más pena el gato, qué queréis que os diga.

El grupo ya hablaba de regresar al portal mientras se alejaban cuanto antes del lugar del accidente. Se dieron cuenta, no obstante, de que estaba empezando a amanecer y decidieron hacer una última parada antes de regresar. Buscaron un buen sitio en las afueras en el que sentarse un rato a contemplar el hermoso amanecer otoñal.
—Allanamiento de morada. Robo de electrónica y entretenimiento. De coche deportivo caro. Atropello sin fuga y estampamiento contra muro… Sí, nos merecíamos este bonito paisaje —comentó con jocosidad cuando los primeros rayos de sol aparecieron en el horizonte.

Las risas y las bromas fueron quitándole a Gael el amargor de haber terminado tan rápido aquella aventura. El resto tenían razón al decir que tenían que salir pitando de allí, así que se incorporó a toda prisa, y fue cuando se dio cuenta de que el cuello del cadáver que ocupaba se había dislocado.
—Sabía que podía pasar esto, seré gilipollas… —murmuró mientras se sujetaba la cabeza con las dos manos para salir del coche. Le había recomendado al resto que renovasen sus protecciones, pero él se había olvidado. Tendía a hacerlo cuando sabía que estaba protegido dentro de un cadáver desechable—. Vale… ¡vamos!

El fuego fatuo echó a correr con la cabeza sujeta entre las manos y Kin no podía evitar partirse de risa corriendo tras él. Bromas como la que había hecho Noel sobre atropellar a una persona no le hacían gracia, pero estaba lo suficientemente ebrio de adrenalina como para pasarla por alto y asumir que no lo decía en serio, aun si por su fama como mercenarios bien podía ser así.
—El año que viene… volvemos —decía Gael entrecortadamente mientras corría, todo lo serio que podía sonar en aquel momento en que daba una imagen tan ridícula—No podéis decir que no. ¿No queréis aprender a conducir?
Kin supuso que eso no le incluía, pero al menos se había quedado con la absurda experiencia de aquella noche.


Cuando hubieron doblado varias calles desde el lugar del accidente, iban a disponerse a teletransportarse de vuelta al portal, pero el amanecer comenzó a romper y, dado que estaban en las afueras, pudieron ver el paisaje que empezaba a revelar la luz del sol. Era otoño en Suiza, y aquel no era un paisaje que el raigaurum hubiese visto a menudo, no con todos aquellos tonos verdes, rojos, amarillos y marrones. La ciudad estaba rodeada de bosques, y se decidió tomar un pequeño desvío para ver el amanecer.

Terminaron sentados en la colina de un parque desde donde se veía un río y gran parte de la urbe. Las luces que la iluminaban pronto se apagaron, dando la sensación de un telón que se bajaba para dar fin a aquella noche de locuras.
—También nos merecíamos un café, pero no veo bares por ningún lado —le respondió a Noel el fuego fatuo.
—No puedes beberlo y sujetarte la cabeza a la vez —lo vaciló Kin.
—No —repuso Gael dignamente—. Lo que no puedo es beberlo sin parecer un incendio en el parque. Supongo que deberíamos ir tirando. —Suspiró.
—Es una lástima. Tiene que joder mucho que tu mundo solo esté abierto dos días al año. —A él mismo le daba lástima, y solo era un mundo más. También había paisajes así en otros mundos, y tecnología, y culturas diferentes, pero podía imaginarse cómo de mal tenía que sentar no poder regresar casi nunca. Eran muchas las pequeñas cosas que se echaban de menos de lo que había sido la vida de uno hasta la cosecha.

Wen rió por la sugerencia de Giz mientras le arrancaba la etiqueta a las gafas que llevaba puestas.

-No creo que se dieran cuenta siquiera. El vandalismo y los accidentes son muy comunes las noches de fiesta y es Halloween. Seguro que el señor de antes le dirá a la policía que eramos un grupo de adolescentes descerebrados, algunos más que otros -añadió señalando al fuego fatuo que en aquel momento corría con la cabeza sujeta entre las manos-. Aunque en realidad no lo seamos. Adolescentes, quiero decir.

Después del trepidamente viaje fue bastante relajante sentarse simplemente a ver amanecer en su mundo de origen viendo salir el sol de aquella forma tan familiar y a la vez tan ajena y distinta a lo que ahora estaba acostumbrada.

-Y la comida. No te olvides de la comida. Giz y yo hemos reunido suministros para alimentar a toda la ciudad -añadió al comentario jocoso de Noel.

La británica disfrutó del amanecer cerrando los ojos y dejando que la brisa le acariciara la cara, pero no tardó en levantarse de acuerdo con las palabras de Gael.

-Puedes tomarte un café de vuelta en casa, pero siento tener que recordaros que algunos de nosotros tenemos trabajo que hacer en otros mundos.

Wen estuvo bastante de acuerdo con las palabras de Kin, sobre todo teniendo en cuenta que no podían disfrutar de los dos días enteros porque parte de ese tiempo tenían que dedicarlo a cosechar en otros mundos, pero en realidad la vouivre hacía tiempo que ya no estaba apegada a su mundo de origen y aunque le gustaba hacer este tipo de visitas, no le afectaba especialmente el no poder viajar a la Tierra durante el resto del año.

—Me ha costado años, pero por fin sé ser civilizado en la Tierra —se rio—. Yo me apuntaría a las clases de conducción.

A Giz todavía le duraba ese tipo de sonrisas que te provocan dolor de cara, cuando parecía que empezaba a apagarse escuchaba otro comentario gracioso y volvían a estirarsele los labios como si no hubieran tenido suficiente. El paseo hasta el parque le sentó genial a su cara, tanto porque le permitió descansar los músculos irrisorios como porque le gustaba el frescor matutino atenuado por sus hechizos térmicos para mantener la temperatura corporal. Una vez pararon, el goliat se tumbó en el suelo y se ausentó levemente del mundo para contemplar el horizonte. Los colores anaranjados y azules le recordaban, salvando las distancias y la añoranza, al cielo asreniano, y la Tierra tenía otras herramientas para embellecer sus paisajes. Los árboles, las hojas, las luces de la ciudad, las formas geométricas de las casas y las calles... Encantos diferentes.

—¡Eh, eso! —añadió divertido tras Wen—. De hecho, no tengo cafés, pero sí batidos y helado de chocolate. Y piruletas de chocolate. Y bombones de chocolate —se rio a la vez que se encogía de hombros—. ¿Os apetece algo dulce?

Giz abriría la bolsa sin fondo y tras un encantamiento rapido, haría flotar un surtido de toda la comida que robaron. Para sorpresa de todos, alguno de los productos no tenía chocolate de ningún tipo.

—Yo me apunto: siempre habrá más juegos que robar —le respondió a Gael—. Y el año que viene conduzco yo, va. ¿Alguno ha robado un manual de autoescuela? ¿No? Lástima, habrá que improvisar otra vez.

Se rio con el intercambio entre Kin y el fuego fatuo y miró hacia Giz cuando este desplegó todo el arsenal que habían conseguido Wen y él en el centro comercial.
—Pues yo no le digo que no a un batido de vainilla —dijo estirando el brazo para coger uno de los que había visto flotando.
Usó un hechizo térmico para enfriarlo un poco más y se lo bebió a gusto.

>>Por desgracia así es —coincidió con la vouivre cuando dijo que tenían que trabajar. Será mejor que vayamos tirando.
Una vez todos hubieron terminado su pequeño aperitivo, en un parpadeo desaparecieron de aquel monte para reaparecer en las cercanías del portal oculto en los Alpes.

Estaban a punto de atravesar el portal cuando el draco se detuvo. Un sonido no demasiado lejos de allí, entre los árboles, le había llamado la atención.
—Esperad un momento. Vengo ahora —les dijo a sus amigos antes de darse la vuelta y dar una pequeña carrera en la dirección del sonido.

El draco desapareció un par de minutos entre los árboles y cuando volvieron a verle surgir fuera de estos llevaba un animal en brazos: un búho real. El animal parecía nervioso y no paraba de aletear y de girar su cabeza a todas partes, mientras emitía un ulular muy tenue.
—Estaba atrapado en unos alambres de metal colgados de un árbol —les explicó mostrándoles la herida que el ave tenía en una de sus alas—. No sé… No quiero dejarle así pero creo que para asegurarnos de que se recupera bien tendríamos que llevárnoslo. ¿Os parece bien?

Algo en la penetrante mirada de aquel majestuoso animal le llamaba poderosamente. El draco no quería abandonarlo a su suerte.

Todos empezaron a levantarse para irse. Kin se sacudió el pantalón para no marcharse con hojas pegadas mientras el fuego fatuo prescindió de aquel gesto para no soltar su cabeza. Entre tanto Giz había desplegado ante ellos un desayuno improvisado y, aunque sabía que todo era robado igual, Kin no había cogido nada. Empezaba a tener hambre, pero preferiría esperar a regresar a la sede para hacerse un buen desayuno. Gael entre tanto había mirado con envidia la comida flotante.

Kin casi había olvidado que todos sus acompañantes eran cosechadores. El único que no tenía prisa por regresar era él, pero tampoco tenía ningún motivo para quedarse más rato si el resto se iban. Al regresar a la zona nevada, Kin volvió a tener esa sensación de estar de vuelta en Irraria, pero diferente, ahora que era de día. Nunca había estado en una montaña con anterioridad, y el paisaje era bastante diferente. Aprovechando la luz del Sol, sacó alguna que otra foto del paisaje, como había hecho también en las afueras de Berna.

Noel los detuvo por alguna razón, y se pararon a esperarle cerca del portal. No tardó en regresar con un ave entre brazos, que Gael pudo identificar, pero no Kin.
—Pobre… —se le escapó al raigaurum al ver la herida.
—El cuchitril ya es una granja, Noel, no creo que tengas que pedirnos opinión —le dijo el fuego fatuo con una sonrisa. En el fondo tenía que hacerle ilusión al draco, o probablemente no habría llegado a sugerirlo—. Déjame ver.

Gael se acercó al animal, que no dejaba de forcejear sin muchas energías. La herida no era como para preocuparse, no cuando iban a tratársela con magia.
—Quién nos iba a decir que con esta excursión iba a crecer la familia un poco más —bromeó.