La Tierra

—!Ah, no quería! !!Perdón!!

Fue lo único que pudo vocalizar el joven a medida que sus mejillas se teñían de un tono rosado y la frase se convertía en un amasijo de palabras sin sentido. Quizá, si hubiera sido consciente de que estaba siendo intoxicado, le habría dado las gracias por ello. Porque esa sensación de calma propulso que los nervios iniciales desaparecieran, aplastados por una sensación eufórica.

Aún sin entender qué sucedía, Ethan notaba emociones que creía olvidadas. Era como un niño pequeño experimentando por primera vez un espectáculo de magia. Ambos iris brillaban reflejando los colores de su alrededor y en su rostro se dibujaba una amplia sonrisa al recoger un nuevo amigo. Emociones incrementadas por el contraste de haber vivido largo tiempo en una cotidianidad letárgica.

Pero sin lugar a dudas lo que estaba conquistando su corazón era el pequeño animal, que aún siendo de madera se notaba repleto de vida. Se le escapó una leve risa cuando el cuervo trepó por él, revolviendo ligeramente un peinado que de por si ya era un desastre. Ahí decidió recogerlo,  con el cuidado de un gigante que temía herir a una criatura que entendía como frágil.
Cuando se dirigió a la chica, seguía con el animal en brazos. Dedicándole suaves caricias en una mezcla de felicidad y fascinación.

—Woah, ¿quieres decir que podré ser un mago? Como Harry Potter?? —Se vio interrumpido cuando la oleada de grullas emprendieron el vuelo, y por un pequeño instante, aún colmado de alegría, noto una punzada de dolor. Una lejana y apagada para lo que debería de haber sido—. No… ¿Otro mundo dices? No sé, no debo… ¿Si me voy quién cuidará de ellos? ¿Quién le visitará?

Era un choque extraño porque todo su ser le rogaba seguir preguntando por aquel mundo de fantasía que le estaba prometiendo. Pero por el otro, no podía evitar sentirse culpable. Culpable de que fuera él quien tuviera esa oportunidad y no su hermano.

Incapaz de contextualizar siquiera cuál era su entorno entre tanto revoloteo de papel Ethan simplemente asintió con cierta lentitud. Las pocas dudas fueron mitigadas por una sensación de calma aplacadora. Sus emociones antes exaltadas habían encontrado un equilibrio dentro de esa ensoñación.

¿Por qué se iba a replantear nada de esa situación? Era perfecta. Simplemente se encontraba en un cuento de hadas modernizado por los tiempos en los que vivían, definitivamente la joven tenía razón. Al fin y al cabo le estaba ayudando a escapar de aquella lúgubre vida.
Era… Una especie de príncipe amarillo, pero con magia y sin armadura.
Se dejó mecer en esa complaciente idea, siquiera el pequeño mordisco de la pluma le logró sacar del trance. Firmó con una letra curva y sencilla a medida que sus párpados luchaban por permanecer abiertos.

No tenía nada que temer. Su hermano estaría cuidado, y él podría encontrar reposo entre sus pequeñas criaturas. Le dedico una ultima sonrisa, adormilado a medida que trastabillaba.

—Puedo… ¿Puedo llevar una conmigo?

Intentó levantar el brazo para señalar a las grullas de su entorno, pero decidió no seguir batallando contra la quietud que le invadía. Dejando la acción sin terminar a medida que el sueño ganaba una competición en la que ya no había oposición.
Poco sabía el joven que aquello distaba bastante de ser un sueño y que esa, sería la última petición que haría en su hogar.

Había pasado un año y varios meses desde aquel fatídico día, cuando Eva le ordenó que se convirtiera en un monstruo por el bien de la banda. Y aunque Connor lo hizo de buen grado acabó perdiendo algo más: las vidas de sus amigos. Después de marcharse de la granja tras ordenarles a sus propietarios que enterraran el cadáver de Roderick, Connor tuvo que pedir ayuda para trasladar los cuerpos de Rhona y Yasser a El Paso, el hogar del club de motoristas. El canadiense estaría casi un día esperando en la mina, junto a los cadáveres de sus amigos y el silencio como su único acompañante. Hasta que sus compañeros por fin llegaron con un par de camionetas para cargar los cuerpos y muchas preguntas que hacerle sobre qué es lo que había pasado. Sus caras marcadas por el dolor y la tragedia por la muerte de sus hermanos de carretera. Connor explicaría todo con detalle, reviviendo a su pesar todo lo ocurrido y deseando que Eva hubiera mandado a más gente para matar a Roderick.

Finalmente se irían del lugar con una sensación agridulce en sus corazones. Habían recuperado el dinero y Roderick estaba fuera de circulación, pero a un precio demasiado alto. A pesar de las palabras de apoyo y comprensión de su amigos, Connor seguiría sintiendo que podría haber hecho algo más para salvar a Yasser y Rhona. Sobra decir que no recogieron el cuerpo de Markus, ya que había dejado de ser un Wyvern desde el momento que los traicionó. Simplemente ocultaron su cuerpo en el interior de la mina abandonada que le había servido para tenderles aquella trampa.

Eva no se tomó nada bien todo aquello, aunque no era la primera vez que sufría la pérdida de alguno de sus hermanos, y su berrinche fue monumental. Destrozando varios muebles del club en el proceso ante la silenciosa mirada de los cuarenta y ocho moteros que componían la banda, Connor entre ellos. Más tarde y mucho más relajada, le acabaría confesando lo muy orgullosa que estaba de su desempeño y su lealtad al grupo. Tras la muerte de Yasser, Eva era la última fundadora que quedaba con vida y la ausencia del anciano como la de Rhona se podía notar en el aire. Les dedicaron un funeral con todos los honores, con largas filas de motoristas escoltando los coches fúnebres hasta el cementerio. Y vaciando cada uno de ellos una lata de cerveza en sus lápidas. Pronto Connor volvería con lo que mejor se le daba hacer: Obedecer al club y aumentar su ya larga lista de delitos. Y aunque no se dio la situación de tener que matar a nadie más, impartió el mismo dolor y la misma cantidad de palizas que todos los años anteriores. Con el paso de los meses la rutina y el tiempo irían haciendo su magia y Connor volvería poco a poco a sentirse igual de vivo que de costumbre y a superar todo aquello, con algunas excepciones donde su mente divagaba entre oscuros recuerdos.

Por otro lado había otro motivo por el que era difícil olvidar todo aquello. Sus heridas físicas fueron curadas, pero aún conservaba las cicatrices: los cortes de navaja en su labio y en la palma de la mano, y los cuatro tajos de aquel viejo rastrillo en su brazo derecho. Así que al final Roderick tenía razón, de un modo u otro Connor jamás se olvidaría de él. Si no era porque recordaba la muerte de sus amigos era porque se miraba en el espejo.

Ya en la actualidad, el club estaba de celebración. Era una noche de octubre, concretamente Halloween, pero poco podía importarle eso a los moteros. Acababa de entrar un nuevo miembro a la banda, tras ganarse su puesto merecidamente probando su lealtad y la música sonaba fuerte en la sala comunal de los Wyverns. Los hermanos de carretera cantaban medio borrachos abrazados unos a otros, llorando de la risa o apostando al póker. Algunos de ellos traían a sus respectivas parejas o incluso a sus hijos, que jugaban con los hijos de los demás. Ajenos a la vida que llevaban los monstruos que tenían por padres. Sin embargo Connor no se encontraba ahí. Había estado varias horas disfrutando de la fiesta, hablando con el nuevo y con los demás moteros. Pero al par de horas se había salido para tomar un poco el aire, era una noche tranquila y le apetecía disfrutar de ella un rato antes de volver adentro. El negocio legal del club era un taller de coches, y como tal el exterior estaba lleno de automóviles como si fuera un desguace. Coches que debían ser reparados antes de que terminara la semana. Connor se encontraba entre dos grandes todoterrenos, montado en su motocicleta mientras fumaba y escuchaba la música lejana que llegaba a sus oídos.

A pesar de todo lo que había pasado el año anterior se sentía vivo, y con deseos de seguir sirviendo a la banda muchos años más. Hasta que su corazón dejara de latir, porque sabía que eso era lo único que podría separarlo de sus hermanos moteros. O al menos eso era lo que creía, porque una figura misteriosa aparecería para demostrarle que estaba equivocado. Una figura envuelta en magia y humo. A Connor no se le escaparía la similitud de todo aquello. Hacia diez años Eva lo reclutó para su banda, tras encontrarlo debajo de un puente, con la promesa de una vida mucho mejor que la que tenía. Ahora esta extraña mujer le prometía algo parecido: la promesa del poder y la magia. La promesa de vivir en el mundo dónde de verdad pertenecía. Embelesado por la picadura de Morfeo y por los milagros que le estaba enseñando, Connor acabaría aceptando su propuesta. Despidiéndose para siempre de los Wyverns, sin saberlo.

-Claro que me apunto, joder...¿Dónde cojones tengo que firmar?- Aceptaría el motero, sellando su destino al del reino de los monstruos.

Era algún momento cercano a la medianoche, en Greenwich Village. Rick se encontraba en el sillón de su improvisado despacho, revisando algunos detalles de los casos que había recibido hasta ahora. Encontrar a un gato perdido, algún monedero que se había extraviado... Los pocos encargos de los que se estaba ocupando desde que montó aquella pequeña agencia habían sido de ese tipo. Suspiró resignado mientras los guardaba en el cajón superior del escritorio. -¿No podría llegar algún encargo más emocionante?- deseó para sí mismo. Tampoco podía pedir mucho más. Hasta los 25 años no podía ser detective oficial por ley, así que no podía publicitarse si no quería meterse en un lío. Era una suerte que Bob le hubiera cedido el local, hacía mucho tiempo que habían dejado de usarlo para las reuniones de acogida y estaba en un callejón discreto donde no llamaba demasiado la atención. No era muy grande, pero le servía.

Se acercó al perchero junto a la entrada para recoger su gabardina y se la puso antes de salir. Había quedado con unos amigos que organizaban una fiesta de disfraces en un rato y todavía tenía que ir a su casa a por el suyo. -(Será mejor no demorarme mucho más)- pensó abriendo la puerta.

Una vez fuera se giró hacia el interior del local y con un pequeño y desenfadado saludo militar se despidió: -Pues nada, nos vemos mañana- Cerró y con las manos en los bolsillos de la gabardina empezó a caminar por el callejón. En aquel momento no era consciente de que sería la última vez que pisara ese lugar.

No avanzó más que unos pasos cuando vio al frente a una chica que se acercaba. No era nada raro encontrarse a alguien por la calle esa noche, aunque si venía por su trabajo a tiempo parcial había llegado un pelín tarde.

No le dio tiempo a decir nada cuando comenzó a notar movimientos entre las sombras del callejón y, cuando quiso darse cuenta, extrañas figuras rondaban por todas partes. -¿¡Qué demonios!?- exclamó sorprendido sin quitarle la vista a los que más se le estaban acercando. Una rana que le recordaba vagamente con la pipa y el sombrero a Sherlock Holmes fue una de ellas. Había visto en el instituto proyectos de programación para hacer robots muy sencillos, pero Rick no había visto nada parecido a aquello.

La chica llegó ante él y le extendió la mano mientras se presentaba. El tono parecía amistoso, pero aquellas criaturas le ponían algo nervioso. No cayó en ese momento en el humo verde que empezaba a acumularse. -Sí, soy yo. ¿Eres ingeniera o algo así? Desde luego tienes talento si has hecho a todos esos... robots- dijo mientras le devolvía el saludo. Luego continuó: -Acabo de cerrar por hoy en realidad, pero no todos los días aparece alguien por aquí. Así que adelante, te escucho- Iba bien de tiempo y, aunque no fuera así, era el primer caso nuevo que tenía en semanas.

La situación le daba algo de mala espina a pesar de las aparentes buenas intenciones de Akeyo. La sonrisa cuando terminó de hacer su pregunta y la cuestión que le planteaba ella no reducían en absoluto la sensación de que tenía que salir de allí cuanto antes. Asintió siguiéndole la corriente, momento en que notó el peso extra en el pantalón.

La rana estaba en una de sus rodillas y todavía seguía trepando por su pierna. -(¿Cuándo ha llegado hasta aquí? Si solo he apartado la mirada un momento)- pensó. En cualquier otro momento, entre la rana fumadora, el cuervo que no paraba de gritar y la chica que cada vez parecía más peligrosa, Rick habría salido corriendo con todas fuerzas hasta estar bien lejos de allí. Pero... estaba extrañamente en calma. Ni siquiera tuvo el esfuerzo de quitarse de encima a la criatura que seguía exhalando el humo verde.

A pesar de que la picadura de Morfeo empezaba a hacer efecto en él, Rick pudo deducir a lo que se refería la chica: -Pues si no es ninguna de las dos, la única respuesta que quedaría sería la magia.- Puede que por los nervios, por quitarle tensión a la situación o por la droga, se permitió bromear: -¿No me dirás que tienes una carta para que vaya a Hogwarts o algo así, no?- Si todo aquello era una sofisticada broma por Halloween, esa chica tenía un talento extraordinario para hacerlas.

Rick se contagió de la risa de la chica, soltando una corta carcajada. Procesar todo lo que estaba diciendo era difícil: la magia existía, que ella había estado en su misma situación, que era una "demiurga" fuera lo que fuera eso...

No tuvo mucho tiempo más para pensar cuando la espiral de llamas ascendió desde Akeyo hasta las alturas, siguiendo el chico con la mirada el espectáculo. -¡Vaya!- exclamó sorprendido mientras veía además como la chica ahora levitaba cerca de ellas. El humo de la rana ya le estaba nublando el juicio lo suficiente para no temer la situación y se acercó instantáneamente a comprobar la llama que le ofrecía. En su mano derecha tenía ahora una llama turquesa que daba algo de calor, pero que no le hacía daño en absoluto. La miraba absorto mientras cada palabra de Akeyo resonaba en su mente. ¿Quién era? Esa pregunta se la había hecho muchas veces desde que Bob le entregó la nota de sus padres biológicos. Y ahora aquella desconocida le ofrecía respuestas y un caso extremadamente interesante.

Miró de nuevo a Akeyo, todavía con la llama en la mano: -Muy bien, tienes toda mi atención con ello. ¿Hay algún detalle más que haga falta saber? Al fin y al cabo no se puede resolver un caso sin pruebas ni antecedentes.-

Rick vio aparecer de la nada el contrato y la pluma, más pruebas de la magia que podía hacer la chica. La escuchó atentamente, sopesando con dificultad cada información que le proporcionaba. El nombre de aquella ciudad lo desconocía totalmente, aunque era normal teniendo en cuenta que estaba en otro mundo según lo que decía. Lo de firmar con sangre le habría sonado horrible hacía unos minutos, pero ya  estaba demasiado afectado para que le importara. Iba a tener que estar fuera un año, ¿pero si podía volver después que había de malo en ello? Sería como si se hubiera ido de intercambio.

Hizo una leve sonrisa ante la reverencia de la rana y luego se fijó en Akeyo y en el contrato. Lo tomó sin pensarlo y le echó un vistazo, aunque el resumen que le había hecho era lo mismo que ponía. -Ya veo...- dijo mientras observaba los detalles de aquella hoja. Lo pensó unos segundos y acabó por acercar su mano derecha a la pluma y, quitando el acto reflejo cuando se produjo, casi ni se inmutó con el corte.

-Está bien, acepto. Iré a esa ciudad.- dijo mientras firmaba. Los ojos le pesaban mucho, a duras penas se estaba manteniendo consciente ya. -Tendría que avisar luego a Bob de que no estaré por aquí y debería también decírselo al resto en verdad... Y tendría que hacer las maletas...- divagaba en las últimas. En uno de los siguientes parpadeos sus ojos se cerraron por última vez en La Tierra.

Con el paso de las semanas desde que hospitalizaron a Bianca, todo el grupo del circo se quedó en la pequeña Glorenza apoyado de los ingresos que generó la última función. No hicieron más espectáculos desde el accidente de la mujer, pero el alcalde les permitió estar estacionados en el descampado sin mayores problemas. Aquella noche era algo rara para Damian, sin su madre a su lado no pudo pegar ojo la echaba mucho de menos. Levantándose del sillón de la camioneta abrió las puertas y fue a dar una vuelta sin permiso de nadie por las calles de la ciudad, sin su madre para controlarlo el niño desobedecía a diestra y siniestra haciendo lo que le venía en gana. Sin Stefano de por medio era complicado darle un lavado como dios manda, yendo con una ropa deplorable y mucha suciedad por encima en su delgadísimo cuerpo. Por el camino, distraído por una farola se golpeó todos los morros contra un pilar de piedra cayendo de espalda.

—Mierda. Puta. Ostia. Coño —maldijo una tras de otra, mosqueado por el castañazo. Seguramente lo regañarían por ello pero ya pasaba de todo el mundo. Se incorporó, inflando sus mofletes. No hacia otra cosa que quejarse de las personas que tenían a su madre encerrada, solo quería verla pero recibía excusas que no quería oír en su lugar.

Se sentó en una esquina. La calle estaba desierta y no había nadie en la madrugada, aunado con que Damián estaba terriblemente aburrido se puso a hacer el pino, avanzando a pasitos manuales por la acera a veces iluminado por las farolas a veces en la oscuridad entre ellas. Si su madre lo viese le alabaría, eso dibujó una sonrisa de gratificación bajo su cabeza de pelos.