Irraria

El asreniano aprovechó el camino en silencio para observar la ciudad, que le parecía arquitectónicamente opuesta a Rocavarancolia. Si allí había caminos innecesarios y estructuras excesivamente adornadas, Ío tenía toda la pinta de haber sido bien pensada antes y era bastante sobria en cuanto a decoración. Sin contar lo de llevar el mapa en el brazo, no parecía tan fácil perderse por allí. Algo que le había llamado mucho la atención era cómo la tecnología sustituía satisfactoriamente a la magia a mayor escala de lo que habría podido imaginar en un principio. Lo cual también lo agobiaba un poco más.

—Mejor si las puedes borrar —comentó distraído tras adentrarse en el edificio. Una sonrisa estúpidamente ancha surcaba su rostro. El goliat estaba emocionado por todo el material que iba a sacar de allí, sin embargo intentó que aquello no le nublara demasiado el juicio—. Cuanta más información les falte, más fácil les será creer que el ladrón es irrense. De hecho, si puedes… ¿hackear? —no había manera de que Giz estuviera seguro de estar usando el lenguaje informático correctamente— el resto de cámaras conforme avancemos, facilitarás aún más la tapadera.

Tras eso, Giz escuchó atentamente y siguió los pasos del Irrense. A la sonrisa de su cara se le había unido un meneo nervioso de la cola. El genemago no sabía cual de las alas de aquel edificio le apetecía ver más.

Archime escuchó las indicaciones de Giz y asintió.
—Me llevará algo más de tiempo puesto que debo neutralizar cualquier alarma que pueda saltar en caso de que el sistema detecte mi intrusión, pero si crees que es el método más eficaz lo haré —le explicó al asreniano.
Así pues, cuando se aproximaron a la primera cámara, el kairós advirtió al goliat y detuvo sus pasos para volver a teclear de forma frenética en el teclado holográfico.

—Tres minutos y dieciséis segundos por cámara —anunció tras haber dejado de teclear transcurrido exactamente ese tiempo—. Hay tres más que debo apagar antes de que alcancemos las salas, y una en el interior de cada una de ellas. Una vez lleguemos borraré la grabación de la entrada mientras sustraes las muestras que necesites. De esta forma se ahorra más tiempo, ya que cuanto menos transcurra entre que neutralicé la primera cámara y nuestra salida menos probabilidades habrá de que alguien compruebe que las cámaras no se hallan operativas.

Mientras hablaba., sin pausa alguna entre frases, ya habían llegado a la siguiente cámara y el biomecánico ejecutó los mismos pasos que con la primera eficientemente. Salvo que Giz tuviese algo que decir durante el camino, el kairós se limitaría a efectuar el mismo proceso hasta alcanzar la puerta de la primera sala de almacenamiento genético, la cual también debía hackear para saltarse el escáner de retina que ya había visto en los documentos que requería el protocolo de seguridad para permitir el acceso.

Giz asintió y se mantuvo en silencio. De vez en cuando, abría y cerraba la gola por costumbre, tal y como habría hecho en una incursión de este calibre en Rocavarancolia. El goliat estaba mucho más tranquilo que en misiones como la de aquella químera ladrona, pero también mucho más excitado por la recompensa de este allanamiento. Y se le notaba a simple vista.

Una vez Archi hubo acabado de facilitarles el acceso, Giz sacó el par de bolsas sin fondo que había acondicionado exclusivamente para este momento. Los irrenses guardaban las muestras en una serie de cajones frigoríficos, dentro de tubos de cristal. El goliat fue uno por uno, asegurándose de recoger unos dos o tres recipientes por cada especie.

—Si pudieramos robar el edificio entero... —Giz estaba entre concentrado y maravillado en aquel momento. Y a pesar de que su método de organización de de muestras era aún más manejable y compacto que el sistema que tenía enfrente, aquellas instalaciones le habían encantado.

Realizó su trabajo sin pronunciar una sola palabra más y no dejó de teclear tras engañar al sistema de identificación retinal que bloqueaba el acceso a las cámaras frigoríficas, ya que debía asegurarse en todo momento de neutralizar cualquier alarma que se fuese a activar, además de paralelamente trabajar en localizar y eliminar la grabación de la cámara de la entrada para borrar el segmento correspondiente a su entrada. No alzó la vista de la pantalla holográfica en ningún momento y tan solo reaccionó cuando el goliat le indicó que había acabado en la primera cámara para proceder permitiéndole acceso a la segunda.

Mientras regresaban al piso inferior, utilizando levitación e intangibilidad de muto acuerdo con el fin de terminar cuanto antes ya que para salir no necesitaban hacer que pareciese un delito que hubiese podido perpetrar cualquiera con la suficiente preparación –es decir, alguien como el propio Archime pero con dotes de infiltración- y abandonaron el edificio poco antes de que el personal comenzase a alarmarse. Recorrieron el camino de vuelta hasta la mitad exacta, ya que el kairós había registrado el tiempo total desde el ascensor hasta la puerta de la genoteca, donde se detuvo y se dirigió a Giz.
—¿Sería una molestia si llevo a cabo un asunto personal empleando tu amuleto logomántico antes de regresar? No invertiré demasiado tiempo en ello —le aseguró.

Giz saldría del laboratorio con las bolsas sin fondo cargadas y la resolución de acampar durante varios días en el barrio de los gigantes. El goliat era sabedor de que había tenido una suerte enorme y daba gracias a la luna por el regalo que le había hecho con los dos irrenses. Aunque ellos no lo vieran igual probablemente, para él había sido positiva la enfermedad congénita del demonio eléctrico. <<Que sean todas las cosechas así>> se dijo entusiasmado.

La pregunta del irrense le pilló desprevenido, pero el goliat asintió enseguida.

—Claro, claro. ¿Quieres ir solo o prefieres que te acompañe? —Giz no tenía problemas en dejar al kairós ir por su cuenta. No era lo más recomedable saltarse la norma del consejo, pero en esta ocasión Archi se lo había ganado.

El kairós consideró las palabras de Giz durante cinco segundos exactos antes de responder.
—Personalmente no tengo preferencia, pero tal vez lo adecuado sea que me acompañes por si surge algún problema que yo no pueda solventar. Debo realizar algunas transacciones, necesito que desapliques la invisibilidad sobre mí en un lugar seguro. Si no es molestia, tal vez sería más adecuado si pudieras disimular mi tono de piel, resulta antinatural en un irrense. La ropa lo oculta con cierta eficacia pero una mayor precaución es aconsejable.

El asreniano no puso objeciones a ninguna de sus peticiones y, poco después, el biomecánico apareció caminando desde la parte trasera de un edificio, con un tono de piel plausible pero todavía cubierto con la capucha. El color de su cabello no resultaba tan problemático, pero prefería evitar que se fijasen demasiado en él ya que evidentemente no conocía toda la gama de matices de color posibles. El ingeniero condujo al goliat hacia una tienda metalúrgica, donde saludó escuetamente al tendero y procedió a pedirle todo el rádem que pudiera permitirse con la cantidad que le señaló. Tendría que regresar a Irraria en más ocasiones, ya que ahora solo podía llevar lo que pudiera cargar, y de todos modos no resultaba práctico almacenar tanto material en su cuarto de la Torre Serpentaria.

Por último y cargando con dos bolsas llenas de rádem, condujo a Giz al elevador y ascendieron a la superficie del planeta. A media distancia entre el elevador y el invernadero cercano a este, Archime recuperó la invisibilidad e insonorización con el fin de alcanzar el portal sin ningún contratiempo. Una vez alcanzaron el punto del bosque de pinos donde se encontraba el vórtice hacia Rocavarancolia, Archime se detuvo. Una vez el genemante destejió los hechizos que los cubrían, el kairós se giró hacia él y le tendió el amuleto logomántico.
—Gracias.

Sigue en la Torre Serpentaria.

El asreniano accedió a acompañarle y echarle un cable con el hechizo de ilusión y, básicamente, con lo que fuera a necesitar el irrense. La curiosidad que tenía por saber qué querría evolucionó al ver que compraba metal. Imaginó que a lo mejor se vendía caro y quería hacer negocio con ello. O tal vez fabricarse algo. Sin embargo, a pesar de las ganas de preguntar que tenía, Giz no despegó el pico en un solo instante. Aquello no era de su incumbencia.

En cuanto llegaron al portal, el genemago deshizo las protecciones que les cubrían y asintió en silencio ante las escuetas gracias del kairós.

—Son innecesarias, pero no hay de qué —el material genético que cargaba Giz en sus bolsas sin fondo valía mucho más para él, como genemante, que la operación que había realizado a cambio y el oro que habría pedido por ella.

Tras ese breve intercambio, ambos cruzarían el portal hacia Rocavarancolia.

Todo estaba preparado. Los amuletos, los hechizos, la bolsa sin fondo y los dos irrenses listos. Los tres atravesaron el portal y se abrigaron con un hechizo térmico. El plan parecía sencillo. Lo habían planeado todo antes de cruzar, por supuesto. La idea era llegar a la civilización, que les llevó su tiempo pero al final llegaron. Lo siguiente en el plan, de efecto inmediato era hacer invisible al grupo, para evitar interrupciones antes de llegar a los ascensores y la ciudad en sí. Si Atol tenía curiosidad por una ciudad bajo tierra, esta era eclipsada por estar a punto de meterse de lleno en esa ciudad, en esa sociedad, como rocavarancolés temido y respetado, además. Si esta primera visita le salía rentable, pensaba, intentaría volver a menudo. Quizá, incluso, podría comerciar libremente con los irrenses sin que tuvieran que mediar “regalos” y “trucos de magia. No le parecía justo.

Una vez cubiertos por el hechizo de invisibilidad y con todo listo, Atol les habló en voz baja mientras se dirigían a los ascensores.

—Bueno, ya estamos cerca… ¿Lo habéis echado de menos? Cuando volví a Libo fue muy raro porque fue una fiesta en el palacio de la Reina Madre...Todo muy extraño, pero también un honor. En cambio volver así y de incógnito...

Aquella excursión lo ponía un poco nervioso, y sin embargo la había aceptado al momento. Nunca se le había perdido nada en Ío y por eso no iba a reconocer a nadie allí, en ese sentido estaba tranquilo. Lo que le preocupaba era qué sentiría al volver, pero tampoco lo averiguaría si no lo intentaba, y tarde o temprano iba a pasar.

En la explanada de los portales curioseó sin desviarse del camino y, una vez estuvo ante el vórtice que conducía a Irraria, se preguntó cómo habría sido su llegada a la ciudad a través de aquella cosa. No había olvidado los consejos de Ippon para pasar a través de él, pero lo primero era suplir la ausencia de prendas térmicas, y después desconectar la electrónica.

Atravesar el portal resultó ser una experiencia perturbadora, pero no podía decir que no se lo esperase. Al otro lado los recibió la nieve, en la que los pies se hundían incluso hasta las rodillas en algunas zonas, y el sempiterno cielo gris y apagado. Kin avanzaba pensando en sus cosas, abstraído, pero aun así preocupándose lo justo para no caer de bruces en la nieve, hasta ver a lo lejos los invernaderos. Eran enormes. No se podía comparar aquella explotación con la de su pueblo, y eso que la de Loberrno no era pequeña.

Con la ayuda de Atol se prepararon para colarse en ellos. La invisibilidad era algo nuevo para él, y no le costó admitir que disfrutaba un poco con la experiencia. Podrían atravesar los invernaderos sin problema y dirigirse al ascensor en los hocicos de cualquiera. ¿Quién no había soñado con ese tipo de cosas al menos una vez?

La pregunta de Atol lo dejó pensando, pero más debido a lo que añadió que por la pregunta en sí. Podrían recibirlos por todo lo alto si diesen la cara, pero se ponía de malas pulgas de solo pensarlo. Prefería el anonimato, y en cuanto a haberlo echado de menos...
—Como imagino que le pasa a todo el mundo, lo eché de menos al principio. Ahora... es difícil responder. Tenía sus cosas buenas, pero no tengo quejas sobre en qué me he convertido. —Para él aquello implicaba más los cambios que había sufrido desde antes de la Luna que el hecho de ser un raigaurum—. No me molesta volver de incógnito, de todos modos. Me molesta más colaborar con la farsa.

Ya estaban cerca de poder atravesar los obstáculos hacia los ascensores. Aparentemente todos los trabajadores se encontraban alrededor de las hortalizas en ese momento, y Kin preguntó a sus compañeros si estaban listos. No deberían conversar en el ascensor, así que era mejor terminar la conversación y dejar todo dicho antes de descender.

Archime guió al grupo desde que atravesaron el portal, ya que era el único que conocía el camino con exactitud. El kairós tenía sus propios planes para aquella visita a su planeta de origen, pero lo primero era llevar al libense al proveedor de metales, motivo para el que había solicitado su ayuda. Al igual que en las anteriores ocasiones, no llevaba su bata de biomecánico y un abrigo gris con capucha cubría buena parte de su fisonomía. Se mantuvo en silencio hasta que tuvo que advertir al helión de que habían alcanzado el punto en el que se hacía necesario el uso de la invisibilidad y el ingeniero añadió un hechizo de insonorizador alrededor de los tres para mayor precaución.
—En mi caso esta es la tercera ocasión que regreso a Irraria —explicó lacónicamente por toda respuesta al comentario de Atol.
Para el ingeniero aquella información era suficiente: no era algo novedoso para él regresar a su planeta de origen y cualquier sentimiento que hubiese podido albergar al respecto ya no tenía relevancia.

El ascenso se llevó a cabo con la misma precaución que en las anteriores visitas del irrense y los condujo a un lugar apartado en el que poder destejer los conjuros a su alrededor, aunque primero el helión debía ocultar sus rasgos impropios de la especie irrense mediante el ilusionismo. Una vez estuviesen listos, Archime volvería a guiarles por las calles de Ío e indicaría a Atol cuál era el establecimiento del mejor proveedor de metales de la capital.

Atol coincidió con la respuesta del raigarum y por ello asintió varias veces con la cabeza cuando habló. No le gustaba pero nada de nada que tuvieran que alardear en algunos mundos. De ahí su idea de querer comerciar como uno más, a cambio de oro o favores, no simples trucos. Lo del otro irrense le pilló desprevenido, pero ni él indagó ni el otro añadió más, así que el asunto se quedó ahí. No hablaron más ni fuera ni en el ascensor.

En cuanto llegaron, dejó que los irrenses buscaran algún lugar discreto y allí hizo visible al grupo. Se tomó unos segundos solo para repasar el plan para sí mismo, mentalmente, y luego partieron hacia alguna tienda donde pudiera avituallarse. Si al libense le convencía la experiencia, repetiría, por lo que iba fijándose en los sitios por los que pasaba... y en las medidas de seguridad del lugar. Tiempo atrás, cuando empezó a informarse sobre Irraria, le sorprendieron las medidas que los rocavarancoleses visitantes tenían que adoptar, pero ahora que estaba allí les veía fundamento.

Así, pensando y observando, en completo silencio, llegaron a donde debían. No le gustaba todo eso de la farsa que había dicho Kin, pero por una vez lo haría. Aún no había pensado qué haría... Quizá les haría levitar o levitaría él mismo... O podía cortarles un brazo o una oreja y curarles al momento... Sinceramente, ese tipo de opciones le parecían más prácticas pues el efecto de la farsa sería mayor que el de un simple truco. <<Pero entonces puedo estar poniendo el listón muy alto y que la próxima vez que alguien venga tenga que hacer algo peor...>>

Improvisaría. Pero primero tenía que captar la atención de los ajetreados dueños del local, por lo que carraspeó y se cruzó de brazos. El camuflaje que estaba usando le había dejado tal cual como era antes de la transformación, un libense "intacto", pero sin los abalorios típicos pues iba vestido de forma sencilla y sin complementos.

¿Había sido siempre tan largo el descenso en ascensor? Kin sabía que sí, pero ya no estaba habituado a ello. Cuanto más descendían, más se sentía enterrado en vida, y era la primera vez que le sucedía algo semejante. Tenía asumido, antaño, que la auténtica seguridad estaba allá abajo. Y así seguía siendo, en el caso de aquel mundo, pero ya no podía encontrarlo tan agradable como solía.

Cuando pusieron el pie en Ío, Kin se tomó un segundo para mirar alrededor. Aquel no era un sitio concurrido a aquellas horas, y no importaba si se rezagaba unos pasos. El aire con aquel olor tan característico de cualquier población irrense llenó sus pulmones. Lo que tenía delante era un lugar más grande y más moderno —aunque semejante en lo esencial— que la zona de ascensores de la explotación de su pueblo. Todo aquello era treméndamente nostálgico, solo que no lo ponía realmente melancólico.

En cuanto a guiarse por aquella inmensa urbe, lo dejó en manos de Archi. Puede que hubiera sido irrense, pero nunca había puesto un pie en Ío antes. Quizá con el tiempo haría excursiones que le permitieran ver todas aquellas cosas que de otro modo lamentaría no haber conocido, pero ahora como rocavarancolés sus horizontes se habían expandido tanto que aquella simple ciudad era incluso poca cosa.

Cuando llegó el momento de disfrazarse, tuvo que admitir que era divertido, aunque la gracia de aparentar otra persona le duró poco, más o menos lo que tardaron en bajar al siguiente piso, donde se encontraba la industria metalúrgica. Cuando entraron en la nave, Kin se notó un poco nervioso, aunque lo ignoró. Era la primera vez que iba a hablar con alguien de su mundo desde la cosecha. Con alguien no rocavarancolés en general.


El carraspeo en la entrada hizo que Brila chasquease la lengua. No le gustaban los clientes impacientes y ya deberían saber que se les había visto entrar perfectamente. Si no acudía nadie era porque, en ese preciso momento, no podían.

La irrense se quitó los guantes de trabajo y acudió al mostrador dejando a medias la tarea de separar los materiales para los distintos pedidos del día. Con desgana se acercó, estirando el mono de trabajo para sacudirse el polvo y las virutas que siempre se le adherían.
—¿Qué se os ofrece? —venía diciendo entre tanto. Solo cambió su expresión al percatarse de que la persona del centro no era un compatriota. Tenía una nariz como la de los cosechadores—. ¿Pero qué...? ¿Quiénes sois vosotros? Más os vale que no sea una broma —añadió, agitando el par de guantes en dirección a los recién llegados.

El helión abrió la boca para responder con rapidez a la irrense, pero se detuvo al notar su cambio de expresión. Ambos habían pasado algo por alto. Él, que ella no se había dado cuenta de que su interlocutor no era irrense; la otra, que él no era irrense, pero al final lo notó. Lo que Atol no se esperaba era que se lo tomara a broma. Casi se podría decir que le molestó, pues esperaba que todo fuera rápido. <<Ya me habían advertido de esto. Con los escépticos qué, ¿pasamos directamente a cortar dedos?>> El libense volvió a carraspear, impaciente, y luego relajó los brazos a ambos lados del cuerpo.

—Pues no, no es una broma.

Acto seguido, realizó el conjuro de invocar llamas (de las que no quemaban) y rápidamente le dio la forma de un guante que luego dejó en el mostrador. Mientras dejaba que la irrense reaccionara, hizo otro y se lo "puso" en la diestra para que viera que no quemaba. Aunque quizá fuera incluso más efectivo y realista que quemase, pensó Atol, pero prefirió no arriesgar. Luego, como si nada hubiera pasado, volvió a hablar. Mientras lo hacía, gesticuló más que de costumbre, sobre todo con mano enguantada.

—He oído hablar de la calidad de los metales de esta tierra vuestra... Si realmente merecen esa fama, desearía poder llevarme cierta cantidad. ¿Sería posible?

Brila se quedó anonadada cuando vio el truco de magia. Abrió mucho los ojos y comenzó a disculparse, mucho más servicial de forma repentina.
—Cuánto lo siento. No tienes idea... Los mequetrefes de este barrio son insoportables, no sería la primera vez que hacen cosas parecidas. Parecen pueblerinos.

Miraba de reojo a los otros dos irrenses, que no le sonaban de nada. Suponía que eran guías. En cualquier caso no era a ellos a quienes debía prestar atención, aunque casi deseaba agradecerles que hubiesen elegido su establecimiento.
—¡Claro! —respondió a Atol al momento—. Aunque... ¿quieres una muestra? ¿o negociar? ¿Necesitas un suministro continuo?
La irrense soñaba con esa última opción. ¿Qué podría darle más fama al negocio que anunciar a los cuatro vientos que eran los proveedores oficiales de Rocavarancolia? Solo por eso le dejaría llevarse una muestra gratuita hasta de sus mejores materiales. Quizá si tenían una buena relación de negocios incluso cosechaban a alguno de sus hijos.

Brila se percató entonces de que ya estaba construyendo castillos en el aire y pidió a los recién llegados que esperasen un instante.
—Estoy llamando a mi socio, no podemos tomar decisiones sin ponernos de acuerdo —explicó.


Mientras la irrense hablaba con su ordenador, Kin se inclinó ligeramente hacia Atol, con una media sonrisa, y habló en susurros.
—Me parece que la tienes en el bote.
En el fondo se alegraba si no necesitaba intervenir, aunque eso haría su presencia en la incursión completamente innecesaria.

¡Menuda reacción la de la irrense! Menudo cambio, parecía otra. A Atol no le gustaba, no le gustaba, ¡pero por una vez era necesario! Lo que no se esperaba, en absoluto, fue la respuesta. ¿Un suministro continuo? ¡Perfecto! Iba a responderle pero dijo algo de avisar a un socio, así que esperó pacientemente. Ya casi tenía lo que quería, así que esperaría lo que hiciera falta. Bueno, quizá no mucho. A Kin solo le miró y se encogió de hombros, pues aunque le venía de perlas la situación no le agradaba.

Al poco llegó el socio a la carrera. ¡Un gran honor, dijo! Atol atendió impertérrito a aquello pero luego se le cambió el semblante. ¿Era una estrategia comercial o iba en serio con lo que decía? No tardó en comprobarlo, pues en cuanto acabó de hablar, miró a sus dos acompañantes y estos asintieron. Si bien no lo mostró, el helión no podía estar más satisfecho.

—Vaya... Podría decir que el honor es mío, entonces. Bueno, veamos... Su compañera me ha preguntado si necesitaba un suministro continuo y no podría estar más satisfecho con el ofrecimiento. Hoy me llevaré solo unas muestras —sacó un listado de lo que necesitaba y se lo pasó—, y si me convencen, volveré otro día. Si hay una próxima vez, pagaré en oro. Si lo ven adecuado, bien. Si no, se puede negociar otro tipo de pago —añadió, y se cruzó de brazos a la espera.

Algunas de las llamas invocadas se habían adherido a la hoja, pero Atol apagó tanto esas como el guante con un gesto de la mano. <<Si eso les ha causado tanta impresión, en cuanto saque la bolsa sin fondo van a alucinar...>>

Brila se inclinó sobre la lista cuando su socio la aceptó de las manos del rocavarancolés, y la leyó al mismo tiempo. No pedía una pequeña muestra precisamente, pero eso a Brila poco le importaba. Era un pellizco comparado con lo que podían conseguir a cambio, así que pensaba darle los mejores materiales para asegurarse de que habría una próxima vez y, por supuesto, remuneración. Primero sería oro, un metal que ya casi no se extraía de ninguna mina actual, y después podrían ser muchas cosas más. ¿Qué no había en Rocavarancolia, si podían obtener cualquier cosa con magia?
—Lo veo perfectamente justo, iremos al almacén ahora mismo, ¿verdad, Darrio? Hoy nos llegó un cargamento de un par de estos —señaló a la lista— de alta pureza. No se ven todos los días, así que se puede decir que has tenido un golpe de suerte —rió con pose despreocupada, dispuesta a dirigirse al almacén en ese mismo instante.


«La verdad es que estoy alucinando un poco» pensaba Kin. Las cosas habían cambiado bastante desde su marcha, al parecer. Pero era lógico, eran la primera generación de cosechados irrenses, y el escepticismo se había convertido en idolatría. ¿Pero cómo podían seguir creyéndose aquella farsa? Era lógico, él tampoco habría notado la diferencia de no haber salido nunca de su pueblo natal. «¿Qué pensarían al saber que, lejos de convertirse en dios, uno de los primeros cosechados ya no está siquiera entre nosotros?». Pero no podía seguir aquella línea de pensamiento. No le hacía ningún bien.