Irraria

El hechizo de insonorización que había tejido a su alrededor el previsor de Archi les ayudo a avanzar sin emitir ningun ruido, evitando de esta manera que alguien se alarmara al escuchar pasos que no tenían dueño. La respuesta del idrino a si conocía algún sortilégio para ir borrando las huellas fue hacerse con una rama frondosa de un árbol de la familia de las pináceas y ponerse a barrer, pues en aquel momento no se le ocurría ninguna solución mágica y aquel método era perfectamente efectivo. Apenas se cruzaron con nadie durante el trayecto hasta el ascensor, pues casi todo el mundo estaba trabajando en el interior de los invernaderos, y una vez alcanzaron su destino, solo tuvieron que asegurarse de que no había ojos indiscretos cerca antes de entrar en el ascensor y empezar el descenso a Ío.

Saren mantuvo el hechizo de invisibilidad siguiendo el consejo de Archi, fijándose en las cámaras de seguridad y atendiendo a las palabras del biomecánico sobre que hacer a continuación. Asintió para dejar claro que lo había entendido, pero también lo tuvo que confirmar verbalmente cuando se dio cuenta de que el irrense no podía verlo.
—Oído cocina —dijo, bajando la voz inconscientemente y usando la misma expresión que le había dedicado al guardia en el portal—. ¿No tendréis sensores térmicos también, verdad? —preguntó con curiosidad, saliendo del ascensor y alejándose del gentío hacía un sitio apartado.

El norteño deshizo el sortilegio y al instante volvieron a ser visibles, lo que dificultaba su misión si Saren no le ponía remedio a su aspecto como bien indicaba el kairós en aquel momento. El idrino volvió a gesticular y entonó unas palabras amparado por la burbuja de silencio de Archi, modificando su aspecto y sustituyendo sus rasgos faciales por los de un irrense, incluido el color de la piel. También dio aspecto de prótesis mecánica a su brazo izquierdo tomando como ejemplo la del propio Archi, y solventó la diferencia de altura encorvándose ligeramente para no destacar tanto.
—Bueno, ¿qué tal estoy? —preguntó, mostrándole el resultado a su compañero—. Si está todo en orden tu abres la marcha, Archi.

—En el ascensor es improbable que los hayan instalado —le respondió ante la duda de los sensores térmicos—. Pero aún en el caso de que los hubiera no creo que realicen ninguna comprobación si nadie alerta de que haya sucedido algo fuera de lo ordinario.
El kairós quiso acompañar su última afirmación con su gesto habitual, pero detuvo su mano cerca de la nariz al darse cuenta de que había vuelto a intentar subirse unas gafas fantasmas.

—Será suficiente —aprobó una vez el idrino hubo finalizado de modificar su apariencia—. Voy a deshacer el hechizo insonorizador y te guiaré hasta mi laboratorio. Por el camino deberíamos recoger todo lo disimuladamente que podamos el mayor número de muestras posibles empleando el hechizo de Giz.

Dicho y hecho, el biomecánico emprendió la marcha a través de las galerías de Ío y, en voz baja, comenzó a conjurar el hechizo mientras se acercaban a una pareja de irrenses que caminaban por la calle distraídos con sus respectivos ordenadores integrados. Archime había decidido mantener apagadas las funciones inalámbricas del suyo, ya que si se conectaba a la red se darían dos circunstancias que era mejor evitar: habría gente que sabría que se había conectado y su ordenador colapsaría al tener que procesar la ingente cantidad de notificaciones de toda clase que se habrían acumulado a lo largo de siete meses.

El bote para muestras que le había prestado el genemago pronto comenzó a llenarse con pelos de diversas tonalidades pertenecientes a varios ciudadanos de Ío con los que se cruzaban. Archime notó las miradas de algunos de ellos, ya que sabía que su vestimenta no era precisamente lo más habitual, sobre todo teniendo en cuenta que se cubría con una capucha cuando bajo suelo en aquella época la temperatura era más suave. El irrense procuraba caminar con la cabeza gacha y ensombrecida por la prenda, pues aunque dudaba que alguien se dirigiese a él para preguntarle por su tono de piel, prefería evitar llamar la atención por completo. Por ello tampoco se dirigió a Saren en todo el camino y limito sus palabras a la conjuración de los hechizos. Cuanto menos hablasen menos posibilidades había de que alguien se diese cuenta de que hablaban en un lenguaje extraño.

Finalmente llegaron. El biomecánico asó se lo indicó escuetamente al idrino mientras observaba la fachada del edificio en el que se encontraba su taller y, por tanto, su casa. Tecleó la combinación de la cerradura electrónica y presionó su dedo contra el escáner dactilar para lograr que la puerta se abriese y entraron. El taller era la primera estancia a la que se accedía tras un pequeño recibidor en el que había un par de asientos. Todo estaba como lo había dejado. O no exactamente, ya que alguien había recogido las herramientas que había dejado descuidadamente tiradas debido a la frenética búsqueda de una llave allen que no se encontraba donde debería. Notó también que el piso se encontraba tan limpio como siempre. Estaba claro que Sorrina había continuado limpiándolo durante todos aquellos meses.
—Necesito recoger algunas herramientas y piezas de recambio para poder reparar los brazos de Cío y disponer de materiales para llevar a cabo los sucesivos mantenimientos de los implantes adecuadamente durante los próximos meses —le informó a Saren mientras comenzaba a reunir los elementos referidos.

Saren sonrió ante las palabras del irrense y lo siguió de cerca cuando abrió la marcha hacia su laboratorio, preparando el hechizo apropiado para recoger muestras. Se limitaron a guardar cabellos con disimulo en un bote que Giz les había prestado mientras caminaban, cuidándose de no llamar demasiado la atención y limitando sus palabras para que nadie les oyera.

El idrino avanzaba encorvado, pero de vez en cuando estiraba el cuello para observar mejor cualquier cosa que le llamara la atención, y no eran precisamente pocas las que lo hacían. Aquella ciudad era increíble y resultaba lo suficientemente estimulante como para que el hecho de estar bajo tierra no le afectara demasiado. Su claustrofobia natural se había agravado desde la transformación y estar bajo tierra constreñía su faceta de roc: no tener el cielo sobre su cabeza se le antojaba opresivo.

Cuando llegaron al antiguo hogar del biomecánico, este así se lo indicó al norteño, tecleando luego la combinación en el panel de seguridad y escaneando la huella de su pulgar. Aquel sistema era demasiado moderno para el idrino, pero había leído sobre ello en libros humanos y se hacía una idea de su funcionamiento. Siguió a Archi a través del recibidor y observó con curiosidad el anterior lugar de trabajo del kairós. Se notaba que alguien limpiaba la estancia con asiduidad, pero eso no era lo mas destacable del lugar, y Saren estaba seguro de que de haber tenido tiempo se habría entretenido durante horas curioseando entre aquellos aparatos.
—Está bien, si necesitas ayuda estoy aquí mismo —dijo, apoyándose en el marco de la puerta para "vigilar"—. Si necesitas espacio para transportar las herramientas y materiales he traído un zurrón vacío, tenlo en cuenta también por si te quieres traer mas cosas de las que puedas cargar —añadió con una sonrisa amable, dejándole a continuación trabajar tranquilo.

El biomecánico se enfrascó en la tarea de reunir todo lo necesario hasta el punto de olvidar que todavía se encontraba acompañado. Aquel era su taller, probablemente el único elemento que todavía le resultaba difícil dejar atrás de Irraria. No tuvo intención en ningún momento de acceder al resto de estancias de la casa, era completamente innecesario. La voz de Saren lo sacó de su ensimismamiento en determinado momento, sobresaltándolo internamente. Se giró hacia él y le dirigió una mirada sincronizadamente parpadeante mientras terminaba de colocar sobre una mesa de trabajo uno de los botes de aceite para los implantes. Había cogido todas las reservas del mismo de las que disponía, y esta vez se aseguraría de que no les sucedía nada.

—He cogido una bolsa de cuero de uno de los baúles en la Torre Serpentaria —le respondió al idrino mientras se desabrochaba el abrigo para sacar la susodicha. A continuación el kairós observó alternativamente y a ritmo de tic-tac los utensilios sobre la mesa y su bolsa—. No obstante… Tal vez haya que dividirlos, creo que es demasiado peso como para que pueda cargarlo solo y no podemos hacer uso del hechizo de levitación en las calles de Ío.
Por tercera vez aquel día, Archime retiró la mano frente a su rostro al darse cuenta de que había vuelto a intentar subirse unas gafas que ya no estaban ahí.

Al cabo de un segundo exacto, el irrense volvió a ponerse en movimiento y comenzó a separar las herramientas y materiales de tal forma que el peso se repartiese todo lo equitativamente que podía calcular a ojo. Los materiales más delicados, no obstante, los colocó en un tercer montón ya que los transportaría en sus bolsillos.

Saren sonrió imperceptiblemente cuanto captó por tercera vez el gesto que Archi, de forma inconsciente, realizaba para subirse el puente de unas gafas que ya no estaban allí. La memoria gestual era algo fascinante para un idrino, pero aquel no era el momento y, asintiendo hacia el biomecánico, el norteño empezó a colocar las herramientas en las dos bolsas disponibles, sobrecargando la suya de forma premeditada aunque en un inicio los dos montones fueran iguales. Era bastante obvio que el irrense estaba en baja forma, y como era recomendable moverse rápido, el selkie llevaría la mayor parte del paso. Estaba mas que acostumbrado al esfuerzo físico.

Cuando todo estuvo listo, el idrino se colgó su zurrón del hombro y esperó a Archi junto a la puerta, dejándolo unos instantes por si quería despedirse del lugar.
—¿No hay nadie a quien quieras ver? —se interesó, escrutando el rostro del muchacho. Había algo en los movimientos y los ademanes del kairós que llamaba la atención de Saren, pero no lograba identificar el que, y con la presión de ser descubiertos a cuestas no tenía tiempo para tratar de averiguar nada.

La respuesta del biomecánico fue negativa, y sin mediar mas palabras se pusieron en marcha. El selkie recordaba la ruta y aquella vez fue él delante, esquivando los grupos numerosos de personas para no llamar demasiado la atención. En cuanto alcanzaron el callejón en el que el idrino se había "disfrazado", Saren deshizo la ilusión y volvió a tejer sobre ellos el hechizo de invisibilidad, pues el ascensor no lo podía usar cualquiera sin levantar alarmas. De aquella manera pudieron volver sobre sus pasos pare regresar a la superficie, empleando la misma rama que antes para borrar sus huellas. Había sido una incursión sin incidentes.
—Giz estará satisfecho, ¿no crees? —le preguntó a Archi una vez estuvieron lo suficientemente alejados de la zona de invernaderos, cerrando el caudal mágico que sostenía el conjuro de invisibilidad. El portal estaba cerca.

Notó que Saren recogía más objetos de los que le hubiesen correspondido, pero el biomecánico no comentó nada. No había pretendido pedirle que cargase con más peso que él, pero el idrino había comprendido sin necesidad de explicarle nada que su baja forma sería un lastre y, por tanto, aquel reparto desigual sería probablemente lo más eficaz.

Ya se iban cuando Saren le planteó una cuestión. El kairós lo observó durante tres segundos antes de responder.
—No.
No vio necesario añadir más información. No sentía la necesidad de hablar con nadie en aquel momento. Además no quería hablar con sus padres mientras no pudiese modificar por sí mismo su apariencia, ya que no quería ser preguntado por su nuevo tono de piel y cabello. En otra ocasión se comunicaría con ellos, además tenía que hacerlo si todo transcurría tal y como comenzaba a planearse en su cabeza.

Regresaron por el mismo camino, sin hablar de nuevo para no levantar sospechas, y en cuanto el idrino realizó de nuevo el conjuro de invisibilidad, Archime hizo lo propio con el de insonorización. Tuvieron que esperar unos instantes para asegurarse de que nadie de los alrededores se fijaba demasiado en el ascensor antes de volver a emplearlo para subir a la superficie.

Una vez sus botas se encontraron sobre la nieve volvieron a emplear el rudimentario método de borrar su rastro con una rama y, en cuanto se alejaron lo suficiente, el idrino deshizo el hechizo de invisibilidad camino al portal.
—Sí —coincidió con el idrino ante su pregunta. Pareció que el ingeniero no iba a añadir nada más, pero al cabo de siete segundos volvió a hablar—. Gracias por tu ayuda, Saren.

Sigue en la Torre Serpentaria.

Cruzar un portal y aparecer en mitad de un bosque era una de las sensaciones más agradables a la hora de viajar. Los bosques tenían muy poco de Rocavarancolia y el cambio siempre resultaba refrescante. Esta vez probablemente más que ninguna otra. El asreniano, por suerte, conocía las temperaturas típicas de Irraria y se había preparado a fondo. Además de su poncho y los típicos pantalones de pana viejos, llevaba una camiseta interior y un gorro gris y una bufanda del mismo color que le cubría hasta las fosas nasales. Tanto la ropa como su propio cuerpo estaban encantados con hechizos térmicos y aún así el frío todavía era palpable en el ambiente. Tras examinar el lugar, el asreniano alzó la vista y exhaló una bocanada de aire para contemplar ensimismado cómo se formaba el vaho. <<Magia de andar por casa>> se dijo para sí antes de volver a poner los pies en la tierra y recordar a qué habían venido.

—Bueno, Archime —dijo de pronto, girándose hacia el biomecánico que le haría de guía en la caza de genes—. Donde tú digas—. Aquel sería un buen día, sin duda. Pero antes Giz necesitaba satisfacer su curiosidad—. Por cierto, si no es indiscreción, ¿puedo preguntarte en qué te ha convertido la Luna?

El tono de su piel no era la de un mago común, desde luego.

El biomecánico llevaba varias capas de ropa al igual que Giz, incluido el abrigo con capucha que ya había empleado en su anterior visita su planeta de origen para evitar llamar la atención sobre el color de su piel. Se cubrió la cabeza nada más atravesar el portal, de hecho, y a continuación dirigió una mirada inexpresiva hacia el asreniano cuando este habló, asintiendo con la cabeza mientras echaba a andar en dirección al ascensor de acceso a Ío, acción que provocó que la capucha se le escurriese de nuevo sobre los hombros.
—Soy un kairós —le respondió tácitamente mientras volvía a subirse la capucha, esta vez tratando de colocársela mejor. No dio más información porque tal vez el genemago, quien llevaba varios años en la ciudad, ya supiese lo que era. Al cabo de exactamente cinco segundos volvió a hablar, no obstante—. ¿Y tú?
Por un momento vaciló sobre si añadir “si no es indiscreción” pero paralelamente llegó a la conclusión de que si Giz se lo preguntaba a él, no le importaría recibir la misma pregunta.

El irrense comprobó el mapa para asegurarse de que iban en la dirección correcta y guió a Giz a través del bosque y en dirección a los invernaderos aposentados sobre la superficie de la capital. Si no lo hacía el asreniano por su cuenta, le explicaría que el uso de la invisibilidad así como de insonorización y alguna forma de borrar su rastro sería lo adecuado para llegar hasta la ciudad sin ningún obstáculo. Aunque en aquella ocasión le preocupaba menos ya que contaban con un medio para comprender el lenguaje irrense y no resultaría sospechosa su visita. Archime, de todos modos, prefería evitar las preguntas acerca de su tono de piel, imposible en un irrense.

El asreniano guardó silencio. Había estudiado a fondo varias transformaciones con cuyos genes trabajaba, pero la de Kairós no le sonaba. No debía de ser muy común, si no la había leído en sus manuales. Asintió para que quedara constancia de que le había escuchado y acabó respondiendo.

—Yo soy un goliat —desplegó brevemente la gorguera para que fuera aún más obvio por qué—. Y... Bueno, solo eso —Giz necesitaba de gente extrovertida o de alcohol para que sus conversaciones llegaran a buen puerto. También le valía hablar de algo que le apasionara, pero precisamente en cuanto a los detalles de su transformación prefería mantenerse cauteloso. Incluso con novatos.

El goliat estuvo de acuerdo con las medidas de infiltración. Prefería recurrir a la invisibilidad antes que al ilusionismo para pasar desapercibido. Cuantas menos razones quedaran para poder involucrar a Rocavarancolia con el robo de genes mejor. Tampoco tenía ganas de tener que acabar haciendo el paripé con algún irrense aleatorio.

>>¿Qué opinas de todo esto? —preguntó, embebido en sus pensamientos mientras llegaban a la ciudad—. Quiero decir, de toda la farsa entre Irraria y la ciudad.

El biomecánico no tenía ni idea de qué implicaba el hecho de que el asreniano fuese un goliat más allá de aquella gola a la que hizo alusión directa y que ya sospechaba que se trataba de algún don de la Luna, pues la asreniana que conocía no contaba con aquel elemento. Pero no pensaba preguntar detalles a alguien con quien apenas tenía confianza. Aunque desde luego buscaría información al respecto en cuanto pudiera.

Mientras el ascensor se internaba en la tierra, Giz le formuló una pregunta que no se esperaba. En realidad el irrense no había pensado demasiado en aquello, ya que Rocavarancolia le había dado exactamente lo que buscaba: la posibilidad de realizar magia. Y había sido generosa con él en aquel campo, al contrario que con otros de sus compañeros menos afortunados. No obstante, no tuvo que pensar la respuesta más que diez segundos.
—Creo que todavía desconozco demasiado de la magia y de Rocavarancolia como para hacerme una idea precisa del potencial militar de la ciudad, pero todo apunta a que podrían conquistar Irraria con facilidad si quisieran. Desde la catástrofe no se desarrolla armamento de ningún tipo ni la población tiene conocimiento alguno en dicho campo. Sospecho que por algún motivo a la ciudad le conviene mantener favorable la opinión pública, aunque todavía no sabría discernir con exactitud el por qué. O tal vez todavía estén investigando la actualidad irrense antes de conquistar el planeta. En cualquier caso se trata de demagogia, pero nuestra situación podría ser mucho peor —concluyó alzando el dedo índice para después bajarlo al recordar por enésima vez que ya no llevaba gafas y dirigir su mirada hacia sus pies—. Yo obtuve lo que quise —añadió sin desviar la vista del suelo tras seis segundos de silencio, cuando parecía que ya no iba a seguir hablando.

Una vez salieron del ascensor y se encontraron caminando invisibles en medio de las calles de la capital, el ingeniero accedió al ordenador de su brazo, pudiendo comprender por primera vez en más de siete meses la interfaz del mismo gracias al amuleto logomántico que le había prestado Giz. Se aseguró de ocultar su presencia en línea y de apagar cualquier notificación antes de acceder a la red y tecleó rápidamente una búsqueda para después hacer mostrar en la pantalla holográfica un plano de Ío, el cual estudió durante unos instantes antes de indicarle al goliat la dirección que debían tomar para llegar a la genoteca.

Giz no supo muy bien qué contestar al irrense y simplemente asintió y permaneció en silencio. El kairós ya había dicho todo lo que Giz podría haber comentado al respecto de la relación entre la ciudad e Irraria. Observó en silencio cómo Archi trabajaba con los aparatos electrónicos, no sin cierta envidia, y se limitó a esperar a la señal para volver a moverse. Varios minutos más tarde y a medio camino, un poco incómodo con el silencio que se había arremolinado en torno a ellos, se vio obligado a continuar con el tema a pesar de todo.

—Lo cierto es que es Irraria es un mundo afortunado a pesar de todo —igual que la inmensa mayoría de mundos cuyos portales permanecían abiertos en la actualidad—. Los pocos libros de historia que he hojeado cuentan relaciones menos deseables que esta de engaño con los vuestros.

Querer hablar no significaba que lo fuera a hacer bien y a Giz en aquel momento no se le ocurría nada mejor que decir. Habría comentado lo inútil que se sentía rodeado de tanta tecnología "futurista" y lo poco que entendía de ella, pero no quería exponer esa debilidad suya, por muy obvia que fuera. Debido a lo escasa que era la población irrense se figuraba que no tardarían en llegar y pronto tendrían mejores cosas a las que prestar atención.

—Sí, muy probablemente sea cierto.
Fue toda la respuesta al comentario de Giz. Él también había leído sobre la historia de la ciudad, aunque no tanto como le gustaría debido a que priorizaba otros asuntos más esotéricos, y el asreniano, a su juicio con los datos de los que disponía, tenía razón. Por ello no era necesario añadir nada más al tema. Se limitó a guiar al goliat en silencio siguiendo el mapa holográfico y cuando llegaron a las puertas de la genoteca, un edificio bastante amplio pero igual de funcionalmente monótono que el resto de las construcciones de la ciudad, el kairós comenzó a examinar el acceso al mismo.

Se podía acceder a un hall de entrada abriendo la puerta sin más ya que allá abajo no había nadie en aquel momento. Probablemente aquel edificio no lo frecuentasen más que los empleados, que estarían trabajando en sus respectivas plantas, y no era necesario que hubiese siempre alguien en la entrada. Archime sabía que las cámaras de vigilancia grabarían la puerta abriéndose sola y que las comprobarían tras el robo de muestras.
—Hay cámaras de seguridad en diversos puntos del complejo, cuando hackee su red interna podré acceder a los documentos de seguridad y sabré de antemano donde se encuentra cada una. En cuanto a la primera, tal vez pueda borrar la grabación si accedo a la central de vigilancia o quizás podríamos inutilizar la puerta de entrada a la salida para camuflar el hecho de un malfuncionamiento de esta.
Dejó la cuestión abierta de forma tácita para que Giz decidiese lo que creyera más conveniente hacer ya que tenía más experiencia que él en aquella clase de operaciones y comenzó a teclear frenéticamente en su ordenador.

Acceder a la red privada de la genoteca no fue demasiado difícil, pero asegurarse de que no detectaban la intrusión le costó un poco más. El ingeniero, mientras tecleaba, calculó que además el haber transcurrido cerca de un año desde que había llevado a cabo algo similar le ralentizaba una media de cuatro minutos por hora. No se trataba de una diferencia significativa, no obstante y no le preocupó. Especialmente porque el tiempo se redujo a medida que recobraba práctica. Exactamente seis minutos después, Archime desplegó el plano del edificio en el que se indicaba la ubicación de las cámaras de seguridad, además de las estancias de muestras donde debían irrumpir, ahorrándoles vagabundear por el complejo hasta dar con ellas por casualidad.
—Hay dos salas principales con muestras. En el ala oeste se encuentran las de origen animal, mientras que en el ala este se almacenan los genomas de plantas y hongos. —Archime señalaba en el mapa a medida que hablaba—. Tomaremos esta ruta y te avisaré cada vez que vayamos a entrar en el rango de una cámara de vigilancia.
Sin añadir nada más echó a andar. Había sido claro y sin duda el goliat le seguiría.

El asreniano aprovechó el camino en silencio para observar la ciudad, que le parecía arquitectónicamente opuesta a Rocavarancolia. Si allí había caminos innecesarios y estructuras excesivamente adornadas, Ío tenía toda la pinta de haber sido bien pensada antes y era bastante sobria en cuanto a decoración. Sin contar lo de llevar el mapa en el brazo, no parecía tan fácil perderse por allí. Algo que le había llamado mucho la atención era cómo la tecnología sustituía satisfactoriamente a la magia a mayor escala de lo que habría podido imaginar en un principio. Lo cual también lo agobiaba un poco más.

—Mejor si las puedes borrar —comentó distraído tras adentrarse en el edificio. Una sonrisa estúpidamente ancha surcaba su rostro. El goliat estaba emocionado por todo el material que iba a sacar de allí, sin embargo intentó que aquello no le nublara demasiado el juicio—. Cuanta más información les falte, más fácil les será creer que el ladrón es irrense. De hecho, si puedes… ¿hackear? —no había manera de que Giz estuviera seguro de estar usando el lenguaje informático correctamente— el resto de cámaras conforme avancemos, facilitarás aún más la tapadera.

Tras eso, Giz escuchó atentamente y siguió los pasos del Irrense. A la sonrisa de su cara se le había unido un meneo nervioso de la cola. El genemago no sabía cual de las alas de aquel edificio le apetecía ver más.

Archime escuchó las indicaciones de Giz y asintió.
—Me llevará algo más de tiempo puesto que debo neutralizar cualquier alarma que pueda saltar en caso de que el sistema detecte mi intrusión, pero si crees que es el método más eficaz lo haré —le explicó al asreniano.
Así pues, cuando se aproximaron a la primera cámara, el kairós advirtió al goliat y detuvo sus pasos para volver a teclear de forma frenética en el teclado holográfico.

—Tres minutos y dieciséis segundos por cámara —anunció tras haber dejado de teclear transcurrido exactamente ese tiempo—. Hay tres más que debo apagar antes de que alcancemos las salas, y una en el interior de cada una de ellas. Una vez lleguemos borraré la grabación de la entrada mientras sustraes las muestras que necesites. De esta forma se ahorra más tiempo, ya que cuanto menos transcurra entre que neutralicé la primera cámara y nuestra salida menos probabilidades habrá de que alguien compruebe que las cámaras no se hallan operativas.

Mientras hablaba., sin pausa alguna entre frases, ya habían llegado a la siguiente cámara y el biomecánico ejecutó los mismos pasos que con la primera eficientemente. Salvo que Giz tuviese algo que decir durante el camino, el kairós se limitaría a efectuar el mismo proceso hasta alcanzar la puerta de la primera sala de almacenamiento genético, la cual también debía hackear para saltarse el escáner de retina que ya había visto en los documentos que requería el protocolo de seguridad para permitir el acceso.

Giz asintió y se mantuvo en silencio. De vez en cuando, abría y cerraba la gola por costumbre, tal y como habría hecho en una incursión de este calibre en Rocavarancolia. El goliat estaba mucho más tranquilo que en misiones como la de aquella químera ladrona, pero también mucho más excitado por la recompensa de este allanamiento. Y se le notaba a simple vista.

Una vez Archi hubo acabado de facilitarles el acceso, Giz sacó el par de bolsas sin fondo que había acondicionado exclusivamente para este momento. Los irrenses guardaban las muestras en una serie de cajones frigoríficos, dentro de tubos de cristal. El goliat fue uno por uno, asegurándose de recoger unos dos o tres recipientes por cada especie.

—Si pudieramos robar el edificio entero... —Giz estaba entre concentrado y maravillado en aquel momento. Y a pesar de que su método de organización de de muestras era aún más manejable y compacto que el sistema que tenía enfrente, aquellas instalaciones le habían encantado.

Realizó su trabajo sin pronunciar una sola palabra más y no dejó de teclear tras engañar al sistema de identificación retinal que bloqueaba el acceso a las cámaras frigoríficas, ya que debía asegurarse en todo momento de neutralizar cualquier alarma que se fuese a activar, además de paralelamente trabajar en localizar y eliminar la grabación de la cámara de la entrada para borrar el segmento correspondiente a su entrada. No alzó la vista de la pantalla holográfica en ningún momento y tan solo reaccionó cuando el goliat le indicó que había acabado en la primera cámara para proceder permitiéndole acceso a la segunda.

Mientras regresaban al piso inferior, utilizando levitación e intangibilidad de muto acuerdo con el fin de terminar cuanto antes ya que para salir no necesitaban hacer que pareciese un delito que hubiese podido perpetrar cualquiera con la suficiente preparación –es decir, alguien como el propio Archime pero con dotes de infiltración- y abandonaron el edificio poco antes de que el personal comenzase a alarmarse. Recorrieron el camino de vuelta hasta la mitad exacta, ya que el kairós había registrado el tiempo total desde el ascensor hasta la puerta de la genoteca, donde se detuvo y se dirigió a Giz.
—¿Sería una molestia si llevo a cabo un asunto personal empleando tu amuleto logomántico antes de regresar? No invertiré demasiado tiempo en ello —le aseguró.

Giz saldría del laboratorio con las bolsas sin fondo cargadas y la resolución de acampar durante varios días en el barrio de los gigantes. El goliat era sabedor de que había tenido una suerte enorme y daba gracias a la luna por el regalo que le había hecho con los dos irrenses. Aunque ellos no lo vieran igual probablemente, para él había sido positiva la enfermedad congénita del demonio eléctrico. <<Que sean todas las cosechas así>> se dijo entusiasmado.

La pregunta del irrense le pilló desprevenido, pero el goliat asintió enseguida.

—Claro, claro. ¿Quieres ir solo o prefieres que te acompañe? —Giz no tenía problemas en dejar al kairós ir por su cuenta. No era lo más recomedable saltarse la norma del consejo, pero en esta ocasión Archi se lo había ganado.