Irraria

El helión abrió la boca para responder con rapidez a la irrense, pero se detuvo al notar su cambio de expresión. Ambos habían pasado algo por alto. Él, que ella no se había dado cuenta de que su interlocutor no era irrense; la otra, que él no era irrense, pero al final lo notó. Lo que Atol no se esperaba era que se lo tomara a broma. Casi se podría decir que le molestó, pues esperaba que todo fuera rápido. <<Ya me habían advertido de esto. Con los escépticos qué, ¿pasamos directamente a cortar dedos?>> El libense volvió a carraspear, impaciente, y luego relajó los brazos a ambos lados del cuerpo.

—Pues no, no es una broma.

Acto seguido, realizó el conjuro de invocar llamas (de las que no quemaban) y rápidamente le dio la forma de un guante que luego dejó en el mostrador. Mientras dejaba que la irrense reaccionara, hizo otro y se lo "puso" en la diestra para que viera que no quemaba. Aunque quizá fuera incluso más efectivo y realista que quemase, pensó Atol, pero prefirió no arriesgar. Luego, como si nada hubiera pasado, volvió a hablar. Mientras lo hacía, gesticuló más que de costumbre, sobre todo con mano enguantada.

—He oído hablar de la calidad de los metales de esta tierra vuestra... Si realmente merecen esa fama, desearía poder llevarme cierta cantidad. ¿Sería posible?

Brila se quedó anonadada cuando vio el truco de magia. Abrió mucho los ojos y comenzó a disculparse, mucho más servicial de forma repentina.
—Cuánto lo siento. No tienes idea... Los mequetrefes de este barrio son insoportables, no sería la primera vez que hacen cosas parecidas. Parecen pueblerinos.

Miraba de reojo a los otros dos irrenses, que no le sonaban de nada. Suponía que eran guías. En cualquier caso no era a ellos a quienes debía prestar atención, aunque casi deseaba agradecerles que hubiesen elegido su establecimiento.
—¡Claro! —respondió a Atol al momento—. Aunque... ¿quieres una muestra? ¿o negociar? ¿Necesitas un suministro continuo?
La irrense soñaba con esa última opción. ¿Qué podría darle más fama al negocio que anunciar a los cuatro vientos que eran los proveedores oficiales de Rocavarancolia? Solo por eso le dejaría llevarse una muestra gratuita hasta de sus mejores materiales. Quizá si tenían una buena relación de negocios incluso cosechaban a alguno de sus hijos.

Brila se percató entonces de que ya estaba construyendo castillos en el aire y pidió a los recién llegados que esperasen un instante.
—Estoy llamando a mi socio, no podemos tomar decisiones sin ponernos de acuerdo —explicó.


Mientras la irrense hablaba con su ordenador, Kin se inclinó ligeramente hacia Atol, con una media sonrisa, y habló en susurros.
—Me parece que la tienes en el bote.
En el fondo se alegraba si no necesitaba intervenir, aunque eso haría su presencia en la incursión completamente innecesaria.

¡Menuda reacción la de la irrense! Menudo cambio, parecía otra. A Atol no le gustaba, no le gustaba, ¡pero por una vez era necesario! Lo que no se esperaba, en absoluto, fue la respuesta. ¿Un suministro continuo? ¡Perfecto! Iba a responderle pero dijo algo de avisar a un socio, así que esperó pacientemente. Ya casi tenía lo que quería, así que esperaría lo que hiciera falta. Bueno, quizá no mucho. A Kin solo le miró y se encogió de hombros, pues aunque le venía de perlas la situación no le agradaba.

Al poco llegó el socio a la carrera. ¡Un gran honor, dijo! Atol atendió impertérrito a aquello pero luego se le cambió el semblante. ¿Era una estrategia comercial o iba en serio con lo que decía? No tardó en comprobarlo, pues en cuanto acabó de hablar, miró a sus dos acompañantes y estos asintieron. Si bien no lo mostró, el helión no podía estar más satisfecho.

—Vaya... Podría decir que el honor es mío, entonces. Bueno, veamos... Su compañera me ha preguntado si necesitaba un suministro continuo y no podría estar más satisfecho con el ofrecimiento. Hoy me llevaré solo unas muestras —sacó un listado de lo que necesitaba y se lo pasó—, y si me convencen, volveré otro día. Si hay una próxima vez, pagaré en oro. Si lo ven adecuado, bien. Si no, se puede negociar otro tipo de pago —añadió, y se cruzó de brazos a la espera.

Algunas de las llamas invocadas se habían adherido a la hoja, pero Atol apagó tanto esas como el guante con un gesto de la mano. <<Si eso les ha causado tanta impresión, en cuanto saque la bolsa sin fondo van a alucinar...>>

Brila se inclinó sobre la lista cuando su socio la aceptó de las manos del rocavarancolés, y la leyó al mismo tiempo. No pedía una pequeña muestra precisamente, pero eso a Brila poco le importaba. Era un pellizco comparado con lo que podían conseguir a cambio, así que pensaba darle los mejores materiales para asegurarse de que habría una próxima vez y, por supuesto, remuneración. Primero sería oro, un metal que ya casi no se extraía de ninguna mina actual, y después podrían ser muchas cosas más. ¿Qué no había en Rocavarancolia, si podían obtener cualquier cosa con magia?
—Lo veo perfectamente justo, iremos al almacén ahora mismo, ¿verdad, Darrio? Hoy nos llegó un cargamento de un par de estos —señaló a la lista— de alta pureza. No se ven todos los días, así que se puede decir que has tenido un golpe de suerte —rió con pose despreocupada, dispuesta a dirigirse al almacén en ese mismo instante.


«La verdad es que estoy alucinando un poco» pensaba Kin. Las cosas habían cambiado bastante desde su marcha, al parecer. Pero era lógico, eran la primera generación de cosechados irrenses, y el escepticismo se había convertido en idolatría. ¿Pero cómo podían seguir creyéndose aquella farsa? Era lógico, él tampoco habría notado la diferencia de no haber salido nunca de su pueblo natal. «¿Qué pensarían al saber que, lejos de convertirse en dios, uno de los primeros cosechados ya no está siquiera entre nosotros?». Pero no podía seguir aquella línea de pensamiento. No le hacía ningún bien.

Al parecer, los dos aceptaron lo que les pedía sin problemas. Pero hubo algo que no convenció del todo al helión. Cuando preparó la lista, pensaba negociar a partir de ella algo que todas las partes aceptaran, no que la irrense lo aceptara al momento... <<Y encima el otro no parece muy de acuerdo con su... entusiasmo>> Le estuvo dando vueltas unos minutos y al final acabó decantándose por llamarles y concretar un detalle.

—Eh, ¡eh, oíd! Eso que dijisteis de alta pureza... ¡No hará falta! Solo necesito muestras, lo caro os lo compraré otro día.

Estaba siendo sincero. No había venido para saquearles de manera "legal" sino para cerciorarse de que merecía la pena comerciar con aquel mundo. Era un comerciante, pero era todo lo honesto que podía y pagaría por lo que consiguiera. Lo que no sabía aún era cómo iba a compensarles esa entrega de muestras...

El helión espero y casi deseó que le hubieran escuchado y hecho caso, pero pudo comprobar que había sucedido así en cuanto volvieron con el material y le explicaron lo que era. <<Segundo truco del día>>

—Bien, gracias. Un momento que lo guarde...

Sacó la bolsa sin fondo y, mientras ignoraba la reacción de los irrenses, lo guardó todo. Hecho eso, cerró y guardó la bolsa en un bolsillo y les miró pensativo.

—Volveré en unos días con noticias. Muchas gracias por todo.

Y tras despedirse con una inclinación de cabeza, se alejó del lugar. Cuando estuvieron fuera de la vista de la tienda, miró a sus dos compañeros y suspiró.

—¿Vais a hacer algo ahora? Por acompañaros o no... A no ser que sea algo como lo que acaba de pasar, que no me gusta nada la farsa esta...

—Bien. Deja de quejarte y échame una mano. Si no vuelven  seguiré pensando que es culpa tuya —añadió por lo bajo. Mientras, se preparaban para trasladar el material a un transportador. El proceso tardó un poco, pero no quedaba más remedio que hacer esperar al rocavarancolés durante la carga.

—¿A dónde debemos llevarlos? —preguntó Brila tras las explicaciones pertinentes sobre los materiales. Para su sorpresa, él mismo dijo de cargarlo, y posteriormente volvió a dejar boquiabierta a la irrense. Le hacía sentirse pequeña. Ni toda la tecnología irrense podía conseguir las cosas que tenían los rocavarancoleses gracias a la magia. Cuando se despidió, sonreía radiantemente.
—¡Espero que volvamos a vernos pronto!


Kin salió de la tienda admirado de lo estúpidos que resultaban los irrenses en aquellas situaciones. Aquel cargamento no era precisamente barato, pero tampoco era su problema.
—Yo no tengo nada especial que hacer por Ío —«aún»  añadió para sí—. Pero os echo una mano en lo que haga falta —ofreció.

El kairós se había mantenido en silencio hasta el momento en el que abandonaron el establecimiento y el helión les inquirió acerca de sus propósitos en Irraria. Meditó su respuesta mientras Kin daba la suya: él sí tenía varios asuntos que atender en Ío, pero no creía que incumbiesen a Skarog y no estaba muy seguro de como sugerirle que era preferible que si no necesitaba su ayuda para nada más regresase. No se trataba de que le molestase su presencia, pero el libense parecía una persona ocupada y el ingeniero no quería arrastrarlo.
—Yo debo atender algunos asuntos en mi antiguo taller y necesito visitar una clínica de implantes —les explicó a sus acompañantes—. No es necesario que me acompañéis, probablemente tardaré bastante.

Si Kin no tenía nada que hacer y Krono no necesitaba que se quedara, estaba claro.

-En ese caso... Muchas gracias por vuestra ayuda. Nos vemos.

Y sin mediar más palabra o gesto, se fue. Saldría de la ciudad camuflado, sin hacerse invisible. No se iría directamente pues ya que esperaba volver decidió darse una vuelta de reconocimiento para la próxima.

Fin de la incursión de Atol

—Tonterías, yo te acompaño. No hay nada que hacer esperándome en Rocavarancolia —le respondió a Archi sonriendo despreocupadamente. Kin tenía curiosidad por ver el taller del kairós, y todavía no le apetecía volver. Así que solo quedaba despedirse de Atol.
—Pareces seguro del camino. Intenta no perderte —bromeó—. Nos vemos en los refugios, entonces, ¡hasta la próxima!

Cuando se quedaron solos ambos irrenses, Kin le hiz un gesto a su compañero que quería decir “tú guías”.

Archime tan solo observó un instante a Kin cuando manifestó su intención de acompañarle antes de asentir y proceder a guiarle por las galerías de Ío, una vez se hubieron despedido de Skarog. El irrense no hablaría durante todo el trayecto salvo que el raigaurum le formulase alguna pregunta y una vez llegasen a la puerta de su taller, más pronto que tarde pues se encontraba en la galería principal al igual que la tienda que acababan de abandonar, desbloquearía la cerradura electrónica todavía en silencio. Atravesó el pasillo de entrada después de cerrar la puerta tras Kin y se dirigió directamente a su taller, que se encontraba tan limpio como la última vez que había estado allí.

El kairós tecleó algo en su ordenador y en la pantalla holográfica se mostró el diseño de un implante.
—Dama Urticaria me ha solicitado que fabrique un implante de brazo para su ayudante a cambio de pagar una parte de la deuda de Kudryavka  —se dirigió entonces a su acompañante por su propia iniciativa por primera vez desde que habían llegado a Irraria—. Voy a comprobar de qué piezas dispongo y asegurarme de que el instrumental se halla en buenas condiciones.
Dicho y hecho, el irrense comenzó a dar vueltas por su taller mientras comprobaba maquinaria y sacaba las herramientas y las piezas con las que antes trabajaba habitualmente. Lo siguiente que haría sería conectarse a la red para enviarle una nota a Sorrina: iba a necesitar regresar allí otro día para comenzar su trabajo y tal vez la limpiadora podría alarmarse al comprobar que alguien había estado allí.

Kin paseó por las calles de Ío sin perder detalle. Si algo captaba su atención le preguntaba a Archi por ello, aunque a veces las preguntas también se relacionaban con el estilo de vida de la capital. El paseo fue corto, sin embargo, y cuando llegaron el raigaurum guardó silencio. Lo único en que podía pensar era que el taller de Ippon palidecía al lado del de Archi, pero no era algo que no hubiese visto venir. Simplemente, Kin no había visto nunca uno mejor equipado que el de su amigo de la infancia.
—No recortabais en gastos aquí, ¿eh? —comentó, pasando la mano por una máquina de ensamblaje automático.

Cuando le explicó a qué habían ido al taller, sin embargo, su buen humor se agrió de golpe. Miró a Archi con la boca abierta para soltarle una reprimenda cuyas palabras no era capaz de escoger. El kairós había hecho una buena acción, pero había sido tonto.
—Tú de tan bueno que eres a veces pareces tonto —dijo por fin. Entre tanto, Archi ya se había puesto en marcha—. No tenías por qué ayudar a pagar la deuda de ese idiota, si vas a trabajar mereces ganarte el sueldo —añadió frustrado. En el fondo sabía, y se dio cuenta tras quejarse, que si Kud se enteraba probablemente no dejase ninguna deuda pendiente. Pero el chico ya tenía bastantes deudas atrasadas y tanto daba pagar a unos que a otros. Esencialmente, lo que había molestado a Kin era que muy probablemente el trato de Archi con Urticaria era desfavorable para su amigo. No se podía esperar otra cosa después de lo que había visto—. ¿Qué condiciones te ha puesto? —indagó.

El kairós dejó de realizar comprobaciones tras escuchar la interpelación de Kin y se giró hacia él mientras le hablaba, esperando a que terminase.
—En el contrato que me ofreció se comprometía a pagar los materiales y la mano de obra, aunque solo después de comprobar que no soy ningún fraude —le explicó al raigaurum. No era necesario añadir por qué aquella condición no era ningún impedimento—. En cualquier caso, hace ya un año desde la última vez que realizo un trabajo de dicha complejidad y necesito asegurarme de que no me he oxidado, además de que se tratará del primer implante hecho por mí para un ciudadano rocavarancolés, lo cual puede resultar en buena publicidad. Por estos motivos consideré que era un trato beneficioso para ambos.
Lo que no añadió en voz alta el irrense fue que, aunque todo lo que había dicho era tan coherente como cierto, además la idea de poder volver a trabajar en condiciones como ingeniero biomecánico le atraía como un objeto brillante a una estirge.

—El instrumental se halla en buenas condiciones, aunque necesitaré comprar algunos materiales —anunció después de haberse movido de un lado a otro del taller—. La próxima vez que vuelva comenzaré a trabajar en el implante. Disculpa unos instantes mientras realizo una transacción y redacto un correo.
No se trataba del correo a Sorrina, cosa que ya había hecho mientras examinaba el estado de la instalación. Archime había dejado otra cuenta pendiente la última vez que había estado en Irraria y decidió que ya era el momento de llevarla a cabo. De su cuenta de créditos había apartado cierta cantidad con el fin de transferirla a otra. No era una fortuna, pero sí una cantidad a tener en cuenta. Sería el único capital que no convertiría en materiales para vender a cambio de monedas rocavarancolesas en sucesivas visitas. Redactó el correo y, tras enviarlo, realizó la transferencia a una cuenta en la que había ingresado créditos en muchas ocasiones: la cuenta de sus padres. El contenido del mensaje que había enviado era muy breve.

Correo: