Noticias de Irraria

Milo asintió en dirección a Rena después de que esta se despidiera de Kin, asegurándole que la avisaría en cuanto los demás regresaran de la excursión justo antes de quedarse a solas con el demonio raigaurum. El brujo apenas había participado en la conversación sobre diversión en la ciudad, pues se había entretenido con su ordenador, pero había escuchado por encima y le gustaba la idea de salir un día de fiesta por ahí. En principio el concepto de música mas tradicional no le desagradaba y lo de probar el alcohol sonaba bien, pero ahora que tenía oportunidad de hablar claramente con su compatriota cornudo prefería tratar temas más delicados.
—Y bueno... —empezó, cambiando el peso de una pierna a otra con cierto nerviosismo—, ¿como le va a nuestro amigo mecánico en común? ¿Has sabido algo de él desde la cosecha? —el hacker había ido directo al grano, pues prefería afrontar las cosas de frente.

Necesitaba saber algo de sus compañeros antisistema, cualquier cosa, pero a la vez le daba miedo que algo pudiera haber salido mal. Se había prometido desvincularse de ellos en cuanto le seleccionaron para ir a Rocavarancolia, pues ahora que su cara era pública solo podía perjudicarlos, pero una parte de él era incapaz de alejarse por completo. La brusquedad de su pregunta, sin embargo, era quizás excesiva y se le escapó una sonrisa de disculpa.
—Siento ser tan directo, Kin, pero han sido muchos meses de incertidumbre. —explicó, sentándose en el reposabrazos de uno de los sillones al sobrevenirle una oleada de debilidad.

Rutilante hacía de las suyas desde algún punto de la ciudad.

La conversación con los irrenses estaba siendo agradable, aunque Milo parecía distraido. Cuando Rena se fue sus preocupaciones ya se habían disipado, y se despidió de la ursántropa quedándose solo con Milo. Si había un buen momento para hablar con él, era ese.

No le hizo falta iniciar la conversación, porque el propio brujo fue más directo de lo que habría esperado. Casi se sorprendió de que fuese él quien sacase el tema, no tenía claro si se acordaría del amigo de un amigo, que encima ahora usaba otro nombre, aunque a menudo se le olvidaba que el hecho de que en Irraria los cosechados no eran personas anónimas.

Probablemente Milo notó algo de esa sorpresa en su mirada, ya que se disculpó por ser demasiado directo. Kin negó con la cabeza.
—No te preocupes. Iba a hablarte justo de eso. —Se sacó del bolsillo un amuleto logomántico y se lo tendió al brujo—. Vas a necesitar esto para poder leer el mensaje que me dio para ti. Hace algunas semanas fue a Ío en persona y bajé a la ciudad para poder verle.

Kin empezó a rebuscar el archivo que le había escrito el propio Ippon en su ordenador. El mecánico no se fiaba de pasárselo de ningún otro modo, y en Rocavarancolia aquel mensaje estaría lejos de la red hasta que su receptor lo leyese. Cuando lo encontró le hizo una señal a Milo para que activase la red local y se lo pasó, borrándolo de su ordenador en el proceso.
—Dijo que estaba cifrado de la forma usual, así que no lo he leido —puntualizó, por si le preocupaba la privacidad. Le dijo como activar el amuleto logomántico y le dio espacio para leer con calma. Kin, sin amuleto, no podía comprender tampoco los caracteres que se dibujaban en la pantalla holográfica del otro irrense.

Ippon escribió:¡Buenas, Milo! Espero que estés bien, y también que podamos volver a vernos en alguna ocasión. No he podido comunicarme a menudo con Tiere, pero me consta que se alegra por ti. Perderte fue un golpe, pero creo que en el fondo le alivia saber que ya no corres peligro. Me gustaría darte solo buenas noticias, pero me temo que la única que tengo es que han retirado los cargos contra ti. Has sido la comidilla durante un tiempo, pero parece que quieren fingir que nunca has existido.

Sobre las malas noticias… estás en tu derecho si quieres ignorarlas ahora que no te conciernen. Creo que todos lo entenderían. Birt descubrió que estaban encima de varios simpatizantes, pero solo tuvo tiempo de borrar de sus ordenadores toda la información antes de que los detuviesen. Cogieron a diez. Lorra y Rasil estaban entre ellos, creo que son los únicos a los que conocías. Ahora trabajan en la mina de cobre de Sarra y no hemos podido comunicarnos con ellos desde entonces.

Hay bastante preocupación en el ambiente. Tenemos la impresión de que están persiguiéndonos con más insistencia que nunca y nos preocupa que hayan descubierto algo de lo que está preparando Tiere. La situación de Pira es más delicada que nunca ahora mismo. Aun así, es evidente que todavía no tienen ni idea de quiénes están detrás, e intentaremos que siga siendo así.

Siento si preferías no saber nada de esto. Creo que tienes suerte, y deberías aprovechar esta oportunidad de llevar una vida normal. Todo lo normal que sea la vida entre dioses, claro. ¡Cuidate!

P.D. No le digas a Kin que ahora estoy metido hasta el fondo en esto. Le preocuparía saber que estoy sopesando hacer lo mismo que Birt para mudarme junto a ellos.

Milo extendió la mano hacia el amuleto logomántico que Kin le tendió con una sonrisa confusa, contento a pesar de todo de que el demonio raigaurum tuviera noticias de casa. En cuanto se puso el colgante al cuello y el rubio le explicó para que servía el rostro del brujo se iluminó, activando la red local de su implante para recibir el archivo de Ippon. Solo necesitó la confirmación de que era el cifrado usual para empezar a teclear, desencriptando el mensaje rápidamente y acomodándose en su asiento para leerlo con tranquilidad.

La expresión del norteño, sin embargo, empezó a cambiar a medida que las líneas de texto desfilaban frente a sus ojos, pasando de la felicidad a la preocupación en apenas unos segundos. Necesito una segunda lectura para terminar de creer todo aquello y cuando levantó la vista su sonrisa había desaparecido. Las noticias que le llegaban a través de aquel mensaje era preocupantes, pues los antisistema empezaban a estar acorralados, y saberse tan lejos de todo le ponía enfermo. Se había prometido abandonar aquella faceta de su vida para no perjudicar a sus compañeros en Irraria, pero su primer impulso era ir allí para rescatar a Lorra, Resil y los demás. Que Ippon sugiriera que se mantuviera al margen solo servía para aumentar su resolución, pues nunca se perdonaría el dejarles en las estacada después de tantos años.

Durante unos segundos observó al veterano en silencio, sopesando que contarle de todo aquello sin incumplir la petición de su amigo en común, y al final se decantó por una pregunta directa que se podía interpretar de muchas maneras.
—¿Cuales son exactamente las leyes de no intervención en Irraria, Kin? —inquirió, levantándose del sitio al ser incapaz de estarse quieto y paseándose por el salón con el ceño fruncido.

Kin ni le interrumpió ni quiso observarle fijamente mientras leía, pero aun así no podía evitar notar que no se trataba de una carta alegre. No sonreía, sino todo lo contrario, y cuando terminó de leer se puso a caminar con nerviosismo. Ante su pregunta, Kin asumió que sopesaba hacer alguna locura. Ippon no le había contado nada cuando se habían visto, y aunque era cierto que no le concernía –ya no–, con él podía hablar de lo que quisiese. Ya no era irrense, ni había riesgo de que destapase algún secreto al SGR por accidente.

—Son estrictas —respondió—. Como dije antes, no se puede hacer nada que cambie la imagen que tienen de nosotros. —Vaciló un instante. Hacía tanto que no hablaba con otros irrenses aparte de Archi que de repente resultaba extraño que los irrenses fuesen “ellos” y los rocavarancoleses “nosotros”. ¿Cuándo había empezado a hablar así?—. No puedes dejarte ver con cambios físicos o rasgos de mundos no humanoides, ni enseñarles cómo se hace la magia, o revelar nada sobre la ciudad… En general, no puedes llamar la atención o buscar conflictos. Ni los rocavarancoleses quieren que se les deje de idolatrar, ni los que hemos sido irrenses que decidan conquistar el planeta por la fuerza. No sé qué acabas de leer, pero piénsatelo bien antes de hacer nada que pueda no gustarle al consejo. Tienen ojos en todas partes.

No quería ser quien le diese malas noticias, pero no podía no advertirle. La realidad tampoco le gustaba a él, pero había oído hablar de las penas por intervenir en los mundos vinculados y cada vez que iba a Irraria se andaba con extremo cuidado.

Milo escuchó a Kin con atención, pero lo que oyó no le gustó nada, y la imagen que tenía sobre Rocavarancolia se enturbió un poco más de lo que ya estaba. Su paso nervioso ganó en firmeza y en enojo, reflejando su malestar general, pero se tomó unos segundos para aclarar las ideas tratando de no estallar.
—Todo esto de la idolatría es una puta estupidez, joder —maldijo a pesar de todo, deteniéndose para mirar al raigaurum fijamente—. Las historias que los rocavarancoleses les cuentan a los irrenses no difieren en nada de toda la basura gubernamental con las que nos alimentan desde pequeños los del SGR —prosiguió mientras gesticulaba con vehemencia—. Todas esas tonterías de los dioses y las maravillas de Rocavarancolia no son más que patrañas, intentos de una ciudad ruinosa y podrida por mantener un flujo constante de alimento en forma de críos. —escupió, calentándose a pesar de todo y golpeando la mesa que tenía al lado con su mano metálica.

Su discurso murió igual de rápido que había arrancado y durante unos instantes su mirada permaneció fija en un punto vacío de la pared que tenía en frente. El silencio se extendió entre ellos como una mortaja, un sudario que asfixió la ira del brujo hasta reducirla apenas a una brasa moribunda y le permitió darse cuenta de los estúpido que estaba siendo. Sus hombros se hundieron poco a poco y su bola de cobre, que hasta el momento había vibrado y rodado como reflejo de su enfado, se detuvo a su lado y permaneció quieta.
—Lo siento, Kin —murmuró, dejándose caer en el sillón sin atreverse a mirarle directamente—, pero es que hasta Ippon cree que vivo entre dioses —añadió, riendo sin ganas mientras se llevaba las manos a la cara con gesto cansado—. ¿Te das cuenta de lo patéticos que somos, verdad? No basta con que nos engañen nuestros supuestos líderes, no, también lo hace un planeta alienígena lleno de monstruos y nosotros, crédulos, lo aceptamos como irquins descerebrados....

Esperaba que nadie más aparte del rubio hubiera escuchado su diatriba, pues no quería que sus amigos le vieran así y tampoco quería que lo juzgaran por traición en su primer día de transformado. Debía recordarse que las cosas no eran tan fáciles ahora, pues ya no se podía decir que fuera irrense, y si actuaba sin pensar podía acabar muy mal. Lo importante ahora, además, no era el conformismo de los irrenses, si no el destino que les esperaba a sus compañeros antisistema si los dejaba en a su suerte en aquella mina.
—Lo que quiero hacer en Irraria es liberar a unos amigos de su encarcelamiento —masculló al final, prefiriendo sincerarse con su compatriota para solventar cualquier malentendido que hubiera podido surgir—. No pensaba en llamar la atención ni nada, por supuesto, solo quiero hacerlos desaparecer de la mina en la que están presos simulando una fuga o algo por el estilo. —aclaró, alzándo por fin la mirada hacia el demonio para saber qué pensaba al respecto.

Kin dejó que el brujo se desahogase sin interrumpirle. Su frustración también la sentía él, continuaría enquistada de por vida, pero había decidido por fin que vivir su vida era más importante que ahogarse en su propio rencor. No tenía sentido pedirle a Milo que se tranquilizase o que pensase de otro modo porque tenía razón, y solo con tiempo encontraría algo de paz mental.

El raigaurum negó con la cabeza al escuchar la disculpa. Venía preparado para ser recibido con reproches e incluso violencia, que Milo no ocultase su frustración era perfectamente normal. Sin embargo, no fue capaz de decir nada cuando habló de los rocavarancoleses. Por supuesto que tenía razón, pero Kin ahora era uno de esos monstruos, y el brujo también, solo que aún no había tenido tiempo de convertirse realmente en uno. Los rocavarancoleses eran parásitos al uso, y sin darse cuenta uno se volvía cómplice de aquel comportamiento, hasta acabar cayendo en él. De formas más o menos graves, pero todos lo hacían. Lo cierto era que pensaba que Irraria, comparado con otros mundos, era afortunado.

Milo cambió de tema al revelarle lo que había pensado hacer tras leer la carta. Kin lo agradeció, porque podía decir lo que pensaba sin asustar al notransformado.
—Tal vez podrías hacerlo —dijo tras pensárselo durante un momento—. La clave es que se entere el menor número posible de gente, y que nadie llegue a saber que has sido tú. Al consejo no le gustaría que ningún rocavarancolés buscase problemas con el gobierno irrense, pero le daría igual que desaparezca un número pequeño de personas de donde deberían estar, siempre que no vayan por ahí explicando que fue cosa de los dioses.

No quería decir que no tenía sentido salvar a un gran número de gente, porque Milo ya debía saberlo de sobra, pero nunca se sentiría satisfecho sabiendo que deja a tantos otros atrás. Los antisistema no tenían recursos para esconder a mucha gente en los túneles abandonados: el espacio no era el problema, sino alimentarlos.

Milo escuchó al veterano con atención, bufando cuando mencionó al consejo pero sin interrumpirle más allá de eso. Tenía sentido lo que decía y estaba seguro de que podía convencer a sus amigos de que no contaran nada al respecto de su fuga, pero lo que no le gustaba era tener que ser selectivo. Kin había supuesto bien que no hacía falta mencionarlo, pues el brujo era consciente de que sacar a demasiada gente de aquella mina llamaría demasiado la atención y no habría forma de mantenerlos a todos a salvo, pero no decirlo en voz alta no lo hacía menos desagradable.
—Hmmm… —murmuró para sí, inclinándose para recoger su bola de cobre y reclinándose de nuevo en el sitio con mirada ausente.

Mientras jugueteaba con el metal entre sus manos en su cabeza ya se había empezaba a formar un plan de rescate, pero no tardó en llegar a la conclusión mientras observaba su trabajo de que iba a necesitar entrenamiento y ayuda. Que sus compañeros estuvieran recluidos en una mina de cobre era un punto a favor para él, casi como si el destino quisiera que actuara, pero la masa amorfa que se le escurría entre los dedos sin adoptar una forma concreta dejaba claro que su dominio no le obedecía.
—Necesito practicar. —sentenció en voz baja, frunciendo el ceño cuando el metal retomó su forma esférica sin que él lo deseara.

Ahora que había llegado a aquella conclusión le urgía saber si podía contar con la ayuda de otras personas, y el candidato más evidente era el propio raigaurum que había hecho de mensajero en primer lugar. No sabía cuánto podía contarle sin incumplir la petición de Ippon, pero su amigo común tampoco estaba al tanto de lo que ocurría en Rocavarancolia en realidad, así que no estaba en posición de proteger a Kin.
—Me sabe mal pedírtelo, pero… ¿podrías ayudarme con este problema llegado el momento? Contar con la ayuda de un veterano que además era también un simpatizante sería genial. —a Milo no le habría sentado mal que se negara, pues era comprensible que no quisiera arriesgarse a mosquear al Consejo: las penas en Rocavarancolia tenían pinta de ser mucho más duras que en Irraria.

Observó a Milo meditar en silencio. Claramente tenía mucho en lo que pensar, y tal vez debería dejarle espacio para que masticase toda la información nueva que había recibido a lo largo de aquel día. La conclusión a la que llegó el brujo fue la correcta. Necesitaba más que haber visto salir la Luna para infiltrarse con éxito y sin llamar la atención en Irraria. También tenía que conocer mejor Rocavarancolia para entender qué podía o no hacer sin que nadie se lo dijese. Esas cosas llevaban tiempo.

La petición del brujo lo cogió un tanto por sorpresa, pero lo halagó al mismo tiempo. Quería decir que se había ganado en parte su confianza.
—Cuenta conmigo. No me perdería una oportunidad de liarla en Irraria si me la ponen delante —le dijo con una media sonrisa—. Además, imagino que también estaría ayudando a Ippon de alguna manera, y le debo muchas a ese capullo.
»Puedes ir contándome las ideas que se te ocurran en cualquier momento —dijo tras una breve pausa—. Es muy arriesgado, y como irrenses somos los más interesados en que salga bien. No podemos permitir que Irraria sufra represalias.
Aquellas palabras de advertencia no eran plato de buen gusto para un neotransformado, pero eran la pura verdad. Deducía que Milo no era aquel tipo de persona, pero no quería que un novato que de repente tenía poder en sus manos cometiese un error fatal en Irraria.

Al brujo le alivió saber que podía contar con la ayuda del raigaurum, pues el punto de vista de un veterano era de agradecer en un trabajo de aquella índole, pero lo último que había dicho al respecto de la misión le había dado qué pensar. A pesar de sus ideas antisistema y de su condición de criminal Milo nunca había sido una persona que disfrutara de tener una posición ventajosa sobre el resto, por lo que era muy poco probable que sus nuevos poderes como transformado se le fueran a subir a la cabeza, pero sí que existía la posibilidad de que como ahora era distinto también le diera por actuar de forma diferente y eso no se lo podía permitir.
—Te iré poniendo al día según me vengan las ideas, no te preocupes... —respondió mientras se ponía en pie, decidido a enfocar aquel asunto desde el punto de vista de un hacker antisistema y no desde el de un monstruo rocavarancoles—. Y lo mismo te digo: si tienes alguna sugerencia no dudes en contarmela, ¿de acuerdo? —preguntó, iniciando el gesto irrense que sellaba un acuerdo verbal.

Para llevar a cabo el plan que había empezado a germinar en su cabeza iba a necesitar también la ayuda de Rena y Rox, pero no sabía cómo abordarlos al respecto sin parecer un aprovechado. Sabía que podía contar con ellos para todo, pues eran a día de hoy sus mejores amigos, pero enredarlos en asuntos criminales en Irraria que además podían tener consecuencias en Rocavarancolia le parecía de muy mal gusto.
—No se yo qué opinaría Ippon al respecto, la verdad. —respondió riendo al comentario de Kin, pensando también en el posible sermón que le iban a soltar sus compañeros de torreón.

Milo no dijo nada al respecto de su advertencia sobre intervenir en Irraria, pero notó que meditaba antes de volver a hablar.
—Claro, lo haré, aunque hacer planes complicados no es mucho lo mío —le respondió con una pizca de humor, sellando la promesa con el mismo gesto que su congénere. El comentario sobre Ippon terminó por quitarle hierro a aquella conversación difícil—. Me da igual lo que piense, ni aunque se llegase a enterar podría llevarnos la contraria —bromeó—. Creo que entre los dos le podemos.

Alguien llamó al raigaurum desde el hueco de la escalera entonces. Este se giró hacia la puerta y luego volvió a mirar al brujo.
—Voy a ver qué pasa. Nos vemos por aquí, entonces. —dijo, y se despidió con un gesto.