Montañas

—Agh... Qué desagradable eres —gritó a Gahna. El parqio era una criatura ducha en el arte de mostrar afecto.

El tacto con la criatura era desagradable, de un frio antinatural que no se encendía ni en contacto con el moloch. Rasqa giró con brusquedad para zafarse, en cuanto sintió el primer mordisco, y apuntó con las puas de su cola a los pies del ser. Tal vez no se quemaría, pero al menos lo heriría y lo desestabilizaría. Y el parqio estaba preparado para tirarse sobre este segundo hombre bestia y partirle los huesos a puños y bocados. Igual que al anterior.

Rasqa no había podido sino reírse ante las respuestas de Gahna. Una vez desparalizado, el moloch la escuchó y creyó por un instante que algo había salido mal. <<¿Pero no he matado a nadie, no?>>. La pregunta no era retórica, Rasqa necesitó comprobar con la vista al primero de los hombres bestia. Por suerte, la siguiente vez que la hermana de dragones habló, fue para alivio del moloch. Rasqa sonrió de pua a pua y le enseñó los dientes a los hombres bestia y a la mujer dragón.

—¡Sabía que podía! —el moloch pisó el suelo con fuerza y todas las llamas de su cuerpo crecieron ante la emoción de una sacudida— ¡Claro que te... !

Rasqa no se podía creer que se hubiera ido sin más ¿Qué ocurría con la maldita dragona? Siempre hacía igual, como si no le tuviera ningún respeto o como si la prueba hubiera sido un acto de deferencia. El moloch escupió en el suelo un gapo a punto de ebullición y no dudó en decirle lo que pensaba, aunque no pudiera oírle.

—¡Estúpida dragona bípeda! ¡Lagarta escupetierra!

Aun con todo lo que la estaba insultando tanto externa como internamente, Gahna le estaba cayendo bien. Rasqa se sentía mejor que nunca y, sí, estaba deseando volver a verla. El moloch iba a pulirse, vaya que sí, y dentro de nada iba a darle la tunda de su vida.

—Prepara las escamas, porque se va a calentar la cosa.

Y despegó en dirección a la sede.

Siete estaba de buen humor con aquel cambio a verde en la ciudad, a más viva, a más amable aunque fuera solo ilusorio. Prestaba oído a la conversación a su alrededor.
- ¿Cuantas personas creéis que hay aquí, realmente? ¿Cuantas casas vacías? - y luego después de una pausa, mirando hacia atrás como si un vistazo sirviera de respuesta añadió- para que tendrías ciudades enteras sirviendo a esta, pero dejando los edificios en ruinas. Quizás hay sitios independientes, no muy distintos pero mejor cuidados.

Era difícil imaginar en el mismo mundo que tenía historias como la de Rocavarancolia que hubiese algo más cándido y vivo cerca, especialmente cuando el mundo había arrasado con otros.

- Quizás - dijo Siete, y el tono de su voz osciló sombrío - quizás esta era para nosotros, aunque ya hayamos visto ciudadanos. Quizás hay algo peor y más poderoso después.

Se sintió pequeño al decirlo, llevado por corrientes superiores a él. Quizás la armonía funcionaba en todos los lugares, y si no era un castigo por su perturbación, era un castigo a todos los rocavarancoleses, por su existencia. Se detuvo abruptamente cuando salieron del último adoquin de la ciudad, y la masa de roca que habían visto de lejos se había convertido en una pendiente cercana y escabrosa que bloqueaba el horizonte. Siete nunca había visto nada así. Interrumpió también la cadena de pensamientos que le habían agriado la excursión. Escaneó en el paisaje en busca de la ruta más sencilla, esperando también encontrar señales de tránsito.

Se puso en camino entre el resto y para calmar la tensión de la espera, sugirió en voz alta:
- ¿Creéis que estaría bien si cantamos? No hace falta hacerlo alto. Podemos hacerlo como un coro. Yo os doy una línea y la repetís, y así no importa que no conozcamos la misma música.

Sox estaba mucho más en forma desde que había llegado a Rocavarancolia, pero seguía sin ser un atleta y seguía habiendo pasado la mayor parte de su vida en Carabás sentado a un escritorio. Había elegido llevarse la ballesta por si encontraban algo inesperado en las montañas y ahora se arrepentía del peso extra que cargaba, porque habían llegado a las montañas y ahora iban cuesta arriba. Todavía no estaba cansado, pero intuía que llegaría a estarlo mucho antes de que hubieran hecho el trayecto entero de ida y vuelta.

No dijo nada cuando el resto se pararon a decidir por qué camino iban a tirar al final, porque no habiendo pisado la naturaleza en su vida no sentía que pudiera ofrecer ninguna opinión útil. Lo mismo opinaba sobre la propuesta de Siete, y así lo hizo saber.
—No sé cantar —informó. No era una negativa, sino más bien una duda de dónde lo dejaba él a eso.

Rádar se quedó en silencio, rumiando sobre Rocavarancolia y su mundo. Había un pinchazo al mirar a su alrededor y ver cada vez más cambios, aunque la esencia de aquella ciudad de caos y muerte parecía quedar inalterada. Saber con casi total certeza que nunca volvería a ver su mundo solo contribuía a dejar un vacío por dentro que no sabía con que rellenar. ¿Con Rocavarancolia? Se le antojaba imposible. ¿Con los poderes que supuestamente daría la Luna Roja? Un suspiro reveló el hastío. Iba quedando progresivamente menos, lo sabía mejor que nadie, pero la sensación de aquel astro acercándose y, quizás, afectándoles cada vez más, no le gustaba mucho.

Desde aquella parte se podía ver a lo lejos Rocavaragálago, el trozo de la mismísima Luna Roja arrancada del cielo, pero no solo eso. En las montañas se divisaba un castillo en toda regla, una construcción que no habían visto en ninguna otra parte de Rocavarancolia. No resultaba complicado suponer quién viviría allí, y el tipo E tuvo que reprimir un escalofrío aterrado. Si un ciudadano cualquiera podía matar a una niña sin previo aviso por colarse en su casa de aspecto abandonado no quería suponer qué podrían hacer los gobernantes de la ciudad si se acercaban demasiado a su morada.

Se distrajo con las palabras de Siete, que le levantaron, inadvertidamente, recuerdos de otro lugar. La excursión al Palacete surgió en su mente, y cómo tanto él como otros habían dejado a un lado toda discreción.

—No sé si deberíamos. Podríamos atraer bestias —dio su opinión sin agresividad, pero también sin ningún tapujo. Examinando a Siete pensó en que parecía ser el que más empeño ponía en que no se dejaran aplastar por la desesperación, pero él seguía prefiriendo la determinación a la alegría para luchar contra los pensamientos negativos—. Creo que deberíamos buscar algún paso que no nos haga subir y bajar mucho y en su lugar mayormente atraviese la montaña, tampoco tenemos tanto tiempo para escalarla. Y, con preferencia, uno que nos aleje del castillo.

Poco después el buen humor del humano aumentó con la transformación del paisaje, el camino los condujo a altos picos escarpados parecidos a las montañas en las que a veces su grupo paraba a descansar bajo el resguardo de altos árboles, aunque allí no había ni mucho menos el verdor de su pueblo. Sin embargo Tay esgrimió una sonrisa al tiempo que se palpaba el pelo de la coronilla, más crecido y desaliñado en los últimos meses. La propuesta de Siete fue la invitación perfecta a hablar y romper el hielo, justo lo que necesitaba.
-Siete no ha mencionado saber cantar- se decidió a encontrar un vacío legal que atrajera a Sox. Al segundo después se dirigió a ambos carabeses- ¡Oh vamos! No seas aguafiestas- dijo mirando al tipo E- será bajito y parecerá por una puta vez que vamos todos felices de acampada. Además, en mis tiempos yo fui tenor de un grupo de....

Afortunadamente el aclaramiento de garganta de Dafne cortó a tiempo una gran mentira que no tardarían en ver, o mejor dicho, escuchar. Era sabido por todos sus amigos que Tay no era buen cantante, su voz era demasiado grave y  ronca para llegar a notas normales. Internamente esperaba que se tratara de un simple tarareo o tendría que limitarse a hacer de coro con las palmas.
-Es mejor advertiros, se parece más a sonidos guturales de apareamiento que a un tenor.
-Se te están pegando mis frases.
Terminó por volverse hacia el idrino con un carraspeo de inicio.
-Dale.

- Solo necesitas imitar lo que haga- ofreció en respuesta Siete a Sox, dandole a entender que era una tarea sencilla.

Cuando Rad rechazó tan de plano la propuesta, Siete se achicó en el sitio, con los mofetes hinchados en una protesta que quería tragarse por no iniciar conflicto. Por eso, cuando Tayron intercedió en su favor se giró bruscamente en su dirección, con una sonrisa de oreja a oreja y asintió para respaldarlo. Eriel iba a unirse también, y Siete creía haberlo oido alguna vez. Dirigió una mirada complice en su dirección, pero no llegó a bromear en voz alta sobre que clase de coro estaba reuniendo. Daer dio también su visto bueno. Antes de empezar la primera nota echó un ultimo vistazo a Sox, a medias suplicante a medias divertido, una especie de invitación juguetona a que se uniera a la actividad y otro a Rad que queria decirle "ya que lo vamos a hacer, participa".

- Somos los macieleros- entonó, con una melodía de Idris para niños, encajando las silabas como podía. Esperó a que le repitieran. " y vamos por las montañas" Se sentía tonto improvisando, pero se lo estaba pasando bien. "Si nos sale algun problema". Mantenía el volumen al de su voz cuando hablaba,tal y como había prometido. "Nos pegamos con las hienas". Se rio nada más terminar aquella frase. "Vamos buscando" empezó otra estrofa y siguió improvisando hasta que fue interrumpido.

Eriel contempló la ciudad desde lo alto. No era todo lo alto que deberían subir pero aún tuvo buenas vistas. Vislumbró Rocavaragálago con reverencia, incluso desde allí se seguía viendo imponente. Vio el faro donde el resto de sus compañeros se habían alojado. Por un momento la mente del nublino vagó hasta Mónica, no tardó demasiado en descartar aquel pensamiento. Por supuesto el mar también se veía, aunque desde tan lejos parecía en calma.

Observó el palacio con mucha curiosidad por lo que habría dentro, por la gente que sin duda en esos momentos estaba entre aquellas paredes. Lo que dijo Siete lo llenó de alegría y pena a la vez. Si más allá de las montañas había algún refugio seguro estaba claro que se tendría que separar de sus compañeros. Eriel quería transformarse y eso implicaba quedarse en la ciudad aunque perdiese a sus amigos. Era un sentimiento agridulce.

Por eso la canción lo sacó de su estupor con buen humor. Desvió la vista poniendo los ojos en blanco ante la intervención de Rad. Secundó las palabras de Tay y dirigió una mirada de diversión al idrino. Repitió lo que decía Siete cantando también a volumen de hablado pero con sus acostumbrados desafines. Y es que a Eriel le encantaba cantar pero lo hacía de pena.

-Somos los macieLEros, y vamos por las MONtañas. Si nos SAle algún probleMA, nos pegamos con las HIEnas. Vamos BUScando un paSO seGUro - y a pesar de desafinar como el que más la canción levantó los ánimos del chico que antes de eso se estaba empezando a cansar de subir.

-No creo que haya algo más poderoso Siete. -Dijo en un intento de tranquilizarle. -Si algo les gusta es presumir de sus hazañas con nosotros, es imposible que no supiéramos algo así. -Y hasta ahí llegaban las competencias sociales del nublino.

-No deberiamos... -Ya era tarde para dar una negativa, unos cuantos se pusieron enseguida a ello pese a lo tajante de Rad y las no tan dulces voces de su hermano y Tay los acompañaron durante un largo cacho.

Enseguida se puso a liderar él el camino, había hecho bastantes más rutas que el resto con su hermano así que parecía el más indicado.

No se dio cuenta cuando paso de, Es mejor por aquí, a, Prefiero ir por aquí, pero poco a poco se fue dejando llevar lo que achacó al instinto de la experiencia. Paso a paso tenía más claro el camino y paso a paso el nublino aceleraba como si ya estuviera acostumbrado a subir aquellas montañas.

La armadura pesaba pero ya se había acostumbrado y había pasado toda su vida caminando.

-Por aquí. -Barael saltó un desnivel apresurado, dejando algo atrás al resto, para encontrarse con una cueva algo escondida.

Se suponía que los llevara al otro lado pero ahí estaba, parado en frente de una cueva a la que quería entrar. ¿Quiero entrar? ¿Cómo era eso posible? Nunca había estado allí ni sabía nada de ella, es más le seguía dando miedo todo aquello que no pudiera ver bien lo que hay detrás y su hermano viajaba con él. ¿Cómo podía pensar en entrar ahí arriesgando la integridad de todo el mundo?

Aquel sentimiento estaba mal, lo sabía de sobra. Pero...

-Deberíamos entrar, puede que haya algo útil que no se haya saqueado como en la ciudad. -Miró para atrás para ver que opinaban sus compañeros cuando se dio cuenta de que aún no había nadie a su par. Se había adelantado demasiado.

........

Rádar puso los ojos en blanco ante las palabras de Tayron. Tenía la fuerte tentación de contestarle que el punto era que no iban felices de acampada, pero acabó desistiendo al ceder con que Tayron tenía un punto. Mientras no cantaran más alto de lo que hablaban imaginaba que no sería peligroso, al menos mientras no olvidaran dónde estaban.

Él no cantó, prefiriendo estar alerta de cualquier cosa que pudieran encontrarse y seguir a Barael. La presencia del nublino seguía siéndole problemática, aunque agradecía la ausencia de amenazas de muerte. Eso no quitaba que su actitud pasada suponía un problema que no podía resolver de ninguna forma. Y siempre había odiado los problemas irresolubles.

El tipo E empezó a fruncir el ceño cuando las prisas del nublino empezaron a adelantarlo demasiado con respecto al grupo. Durante unos momentos se debatió entre seguir el ritmo del nublino o quedarse con los demás, con los pros y contras que tenía la situación. No tardó mucho en decidirse, sin embargo: si Barael prefería seguir con una opción de soledad suicida que lo hiciera, el prefería seguir beneficiándose de la protección grupal a la que él mismo contribuía.

Cuando finalmente lo alcanzaron apretó un poco los labios. Tuvo que resistir la tentación de cruzar los brazos, en especial porque para hacerlo habría tenido que envainar la espada.

—Pensaba que íbamos a explorar lo que había tras las montañas, no a explorar cuevas.

Tayron le correspondió la sonrisa a Siete, no le haría ascos a cantar para hacer más ameno el trayecto, además, podría descubrir otras melodías que no provinieran de su mundo por simple que fueran.

Las primeras frases se escaparon de su boca entre entonaciones y risas puesto que ni armonazaba bien con el resto de sus compañeros ni podía aguantar lo divertido que le resultaba la situación.
-¡Si nos sale algún problema!- dijo más alto aquella vez, siendo acallado por un codazo suave de Daer- nos pegamos con las hienas, pff- se interrumpió- ¿cómo?- definitivamente el idrino había ganado puntos.

No mucho más tarde Barael, quién lideraba el camino, se adelantó a la entrada de una cueva. Tayron le observó fijamente, teniendo que deshacerse del tono alegre.
-¿Lo notáis?- lanzó al aire al tiempo que sonaba un poco cansado por andar sobre las montañas y cantar a la vez- llega brisa desde el interior- no era por inclinarse a favor del nublino, pero la imagen de que la cueva albergara grandes estructuras dentro o incluso piscinas naturales le resultaba irresistible. ¿Cómo podían pasarlo por alto?- vamos... Rad- prácticamente deslizó las sílabas al hablar, consciente de que en aquellos momentos no le caería muy bien al carabés- será solo un vistazo y puede que crucemos más allá de las montañas directamente, como un tunel.- y estaba el hecho de que probablemente si no iban en grupo Barael era capaz de marcharse solo.

Asintió ante la reprimenda de Rad, eso era, tenía razón, tenían que dejarse de tonterías y seguir. Y entonces los apoyos llegaron, sin pedirlos.

¿Por qué? Tay inicio "las negociaciones" y pronto se sumaron más personas a establecer una estrategia. ¿Que estáis haciendo? Barael permaneció quieto y callado mientras los demás hablaban, encogido sobre sí mismo en una lucha interna entre querer entrar y querer decirles a todos que se fueran. A ojos de Siete y su hermano sería obvio que algo no andaba bien.

Pero no logró pronunciar ni una palabra.

Al acabar se dio la vuelta y se dirigió en cabeza hacia la cueva, si algo le pasaba por aquel horrible capricho prefería que no le salpicara a nadie.

Era extraño, Barael siempre procuraba mirar a todos lados, revisaba todo a su alrededor, pero esta vez su cabeza no se desviaba, su mirada iba siempre recta hacia un objetivo claro que el mismo desconocía. Estaba aterrado, y a la vez excitado. A cada paso el pecho le ardía un poco más para que diera el siguiente y la corriente de aire le refrescaba con una falsa sensación de que todo estaría bien.

Miró hacia aquella roca. Ahí estaba. Lo sabía. No sabía cómo ni que. Pero lo sabía.

Reparó en el esqueleto y en la situación, otra vez un muerto con algo que encontrar, otra vez una sensación asfixiante de querer algo desconocido.

Era hora de hablar de ello en el torreón.

El nublino sujeto parte de la bolsa con cuidado sin hacer presión por un lateral y con su estoque empezó a rasgarla para ver su interior con cierto ahínco. Era como si allí se hallara la respuesta a una de sus innumerables preguntas.

Mientras, rezaba a la Luna para que la tercera similitud no ocurriese.

Un grupo de avanzadilla se internó al interior y cómo no, Tay se encontraba entre ellos. Aferró su lanza con fuerza esperando a que sus ojos se adaptaran un poco a la penumbra inicial. ¿De dónde vendría aquella brisa?, se preguntaba, sin poder frenar su imaginación que ya navegaba por un sendero tras la montaña repleto de árboles de colores, lagos termales, frutas y refugio. ¿Y si solo se habían encontrado cosas malas porque no habían decidido escapar de la ciudad?. No todo podía ser caótico y ruinoso, tenía que haber un lugar mejor, y si existía Tay estaba decidido a encontrarlo, sentiría tanta paz... .

Pero los pensamientos del belga se vieron interrumpidos por la voz de Dafne, que en algún momento se había separado de él para alcanzar un... ¿Colgante?. Tay se reunió con ella con una agradable satisfacción tras la frase de la chica, le agradaba que empleara aquella súbita regla.
-Es precioso- comentó, contemplando su destello azul que no cuajaba con la oscuridad de la caverna. Ya podía imaginársela como haría juego con sus grandes ojos verdes y como colgaría de su cuello- pero no se sí deberías po...- la ausencia de Barael le impidió acabar aquella frase- espera, Eriel... ¿qué coño está haciendo tu hermano?- parecía haberse adelantado, el chico desvió la mirada hacia el único lugar oculto más evidente, delante de sus narices una roca enorme se alzaba ante ellos.