Montañas

La evaki hizo un ligero puchero inconforme ante la el abrazo cariñosos del repoblador a su piernas, pero no lo rechazo.

-Espero que eso sea verdad-respondió finalmente Samika pasándose su enfado por el momento. Al menos por fin parecía haber entendido que no debía tirarse desde sitios altos de esa forma o eso esperaba y se sintió realmente aliviada al saber que Rasqa iba a seguir enseñándolos, siguiendo a este hacía el centro de la explanada.

Para la evaki, calentar y estirar antes de cualquier ejercicio físico era lo normal por lo que no perdió tiempo en seguir las indicaciones del moloch, haciendo especial hincapié en estirar bien sus brazos, cuello y espalda; y de paso echándole una mano al pobre repoblador que aunque no veía bien lo que hacia sus esfuerzos por seguirla si llegaba a a sus oídos. También se centro en estirar sus alas lo máximo posible y volver a plegarlas varias veces asegurándose que aquella piel seguía los mandatos que su cerebro mandaba de la misma forma que lo haría de querer mover sus brazos. <<Sigo sin acostumbrarme a tener esto, pero al menos ya no voy pegándome tirones>> pensó satisfecha, muy de acuerdo en que no deseaba sufrir un calambre en las alas. Ya había tenido pellizcos por no saber desplegarlas adecuadamente mas de una vez y ya tenia suficiente.

-Sentir las alas...- aquello sonaba esotérico de alguna forma y frunció el ceño confundida, las sentía perfectamente. Estaban unidas al brazo al fin de cuentas. Las desplegó en su máximo alcance de nuevo cerrando los ojos, sintiendo el el viento suave golpear las sensible y delgada membrana de estas- Siento que voy a salir flotando en cualquier momento como si fuese una cometa - murmuro divertida,  mas para si misma que para los otros dos que seguramente ni sabrían que era una cometa. Escucho la preocupación de Ergot cuyos ojos de insecto hacían imposible que pudiera parpadear tan siquiera, así que dio un posible solución- ¿Porque no te los tapas con las manos? Tus alas están en tu espalda, no te dificultan el movimiento de estas -respondió conociendo ya bien la fisonomía del repoblador a esas alturas.

No dijo nada mas por el momento, pues tal vez el parqio tendría una opción mejor y se centro en sentir sus alas o mas concretamente en como el viento se deslizaba por la fina membrana, empujándola ligeramente. <<El aire es mínimo pero puedo notarlo con bastante claridad, parecen ser muy sensibles al mínimo cambio y al tacto...supongo que siendo así planear no seria difícil...¿pero como me alzo? ¿batiendo los brazos como idiota? >>  se pregunto Samika dudando, pues la imagen aun le resultaba ridícula y no estaba aun muy segura de que fuese a conseguirlo y de hacerlo, no tenia claro como iba a descender. <<Vamos poco a poco, incluso si lo consigo, dudo que suba demasiado como para tener que preocuparme >>

-Rasqa, creo que tengo una idea de como levantarme del suelo ¿lo intento? A ver si así ves algo que yo no, al verlas moverse - pregunto abriendo los ojos para ver al parqio, un tanto indecisa y extendiendo sus alas en toda su envergadura para hacer el intento, ruborizarse cuando comenzó a mover sus brazos de arriba-abajo, sintiendo ridícula y sintiendo como el aire se movía bajo sus movimientos intentando hacerla ascender torpemente, pues eso de alejar sus pies del suelo le daba bastante respeto.

Rasqa se acercó intimidantemente a la posición de Ergot, con la esperanza de que el miedo que le daba le ayudara a ponerse en serio con el calentamiento. Su comentario al final le acabó sacando una carcajada. No había caído en el detalle de los ojos insectiles del véspido.

—Haz lo que ha dicho Samika, o intenta concentrarte en lo que experimentas en las alas, simplemente—se giró a la evaki al escuchar su ofrecimiento y sonrió divertido. Era demasiado pronto para que se alzaran (sin caerse), pero la muchacha tenía iniciativa y eso era más o menos bueno. En realidad le apetecía verla golpearse—. Adelante, muéstrame.

El repoblador asintió a las palabras de Samika y Rasqa e hizo exactamente lo que la humana le decía. Se tapó los ojos con sus cuatro patas e intento “sentir” sus alas. El véspido soldado notaba sus alas por así decirlo, el bicho no tenía claro a lo que se refería el Moloch, pero debía de ser algo parecido a esto. Ergot era capaz de sentir como el aire se encontraba con la superficie de sus alas, sentía como a la más mínima intención suya de moverlas estas obedecían, captaba las texturas y el tacto de estas al rozarse entre ellas y era capaz de saber más o menos su forma a través de las sensaciones que le transmitían sus terminaciones nerviosas.

Pero no aguanto mucho con su ejercicio de “sentir las alas” pues los ejercicios de la evaki lo distrajeron. Durante los momentos que la humana estuvo en el aire el repoblador aprovecho para animarla y para indicarle lo extraño que se le hacía verla así.

En cuanto la chica cayo Ergot se acercó a ella olvidando por completo que él también tendría que intentarlo en algún momento. Y antes de que Rasqa pudiese responder el bicho lo hizo por él.

-Yo creo que lo ha visto bien, no parecía estar mirando a ninguna otra parte y se ha visto que volvas así que bien. Has volado bajito, pero te has caído mejor que yo sin barranco ni nada. – Lo dijo dándole unas palmaditas de ánimo en las piernas. Luego se alejó un poco de ella y anuncio:

-Voy a intentarlo.

Movió sus alas con fuerza y rapidez, y al poco sintió como sus pies se despegaban del suelo apenas una decena de centímetros.

- ¡Lo conseguí! ¡Como tu Samika! - Grito eufórico alzando todas sus extremidades al unísono de pura alegría, todas. Incluidas las alas. Ergot cayo de culo.

- ¡Mira, también como tu Samika, otra vez! - Grito desde el suelo muy contento.

Rasqa sonrió con cierto orgullo porque Samika se elevara. En sus clases de vuelo de pequeño a todos les costaba más alzarse de lo que le había costado a ella, pero suponía que era lo más lógico. Lo mejor de todo, sin embargo, fue el aterrizaje. Iba a haber hecho una broma, pero Ergot se le adelantó y el parqio simplemente se encogió de hombros.

—Lo que ha dicho el enano está bien —decidió, al tiempo que colocaba el foco de su atención sobre Ergot, que logró realizar algo parecido a lo de Samika—. Tenéis que aprender a caer de más formas o se os va a pelar el culo —se rió de ellos.

>>¿Qué habéis sentido? ¿Entendísteis cómo interactúan vuestras alas con el entorno? ¿Notasteis como os elevaban? —preguntó, disimulando su poca seguridad. Seguía sin saber si su entrenamiento era el óptimo para tal diversidad de alas—. Es uno de los pasos más importantes si queréis saber volar. Lo que habéis hecho ahora ha estado bien, pero ha sido suerte. Y no dejará de ser suerte hasta que los movimientos necesarios para alzaros os salgan fluidos y sin pensarlo. Va, repetidlo y tratad de explicarme cómo lo hacéis. Y si podéis caer con las patas hacia abajo.

Poco varió la rutina del helión en los días hasta la cosecha. Seguía con sus mañanas entrenando en el ejército y su pequeño negocio entre mundos por las tardes. El único cambio destacable, y una mejora en su opinión, fue negociar con éxito la compra de un local lo suficientemente amplio como para alojar su forja libense, hacer de almacén y, de paso, un sitio para quedarse él mientras estuviera en la Capital. Más comercio que vivienda, pues para tal fin aún tenía su habitación en Serpentaria. De momento, Atol le sobraba con eso.

Sus conocidos a veces decían que vivía estresado, pero se organizaba bien. Le gustaba mantenerse lo más activo posible, y eso implicaba desde entrenar hasta echar horas en la Biblioteca o Serpentaria estudiando magia. Vivía bien, no podía quejarse. Menos aún cuando aprendía y descubría hechizos enterrados en varios montones de polvo, tinta y cientos, miles de segundos de lectura. Unos cuantos similares, esta vez. Aquel día se le escapó una exclamación de sorpresa que se tornó júbilo y tuvo que abandonar la Biblioteca a la carrera, excusándose con el bibliotecario. Aún rojo por la vergüenza, en el camino a la torre pensó que había merecido la pena. Días después, aún no lo dominaba por completo, pero le gustaba la forma de conjurarlo, ya que sus manos aparecían cubiertas de una capa distorsionada. Le pareció guay, sobre todo porque también recubría sus uñas. Siguió practicando ese y los demás en sus ratos libres y entrenamientos.

Poco después, rozando el inicio de la cosecha, la onycemante le propuso, o mejor dicho, le pidió algo en lo que podría terminar de aprenderlo: entrenamientos con hechizos. Habían quedado en empezar aquella mañana. Ya había repasado con la bruja y su amigo ghoul lo que conocían y qué querían hacer, y sabía que también se apuntaba el raigarum de la Sede. El helión había elegido el sitio y se había encargado de prepararlo unas horas antes. Cuando el grupo llegara a la zona elegida en las montañas, verían cinco dianas flotantes, móviles, y el mismo número de muñecos de entrenamiento como los de la Sede, solo que algunos resplandecían gracias a varias defensas mágicas. No tendrían que preocuparse de derribar esas, pues eran solo para que las conocieran y se familiarizasen con los hechizos. Además, sentía curiosidad por ver a los dominios, y, aunque era algo escéptico, ya que las onyces y estirges no le parecían... militarmente aceptables, le gustaría verlas en acción.

Kin había accedido a aquel entrenamiento después de que Alice le comentase que podía acompañarlos. De entrada no era su intención, pero puesto que ya conocía a Skarog (y les había hecho un buen favor pagando en amuletos) y no tenía nada mejor que hacer ese día, decidió que no importaba salirse un poco de la norma con una sesión de entrenamiento. «Las novedades en la rutina siempre son bienvenidas».

Cuando llegaron, al raigaurum le hizo gracia cuánto se había preparado el helión, pero más por el hecho de ver todo lo que había cargado hasta aquel lugar apartado en las montañas que por no encontrarle utilidad. Al fin y al cabo, cuantos más blancos sintéticos hubiese involucrados, menos veces harían ellos mismos de blancos.
—Buenas, Skarog. Has venido bien preparado, ¿no? Al venir para aquí debías de parecer un brujo de las dianas —rio. Él, por su parte, solamente se había traído sus dos armas habituales.

Ya se habían puesto de acuerdo con el helión sobre lo que quería hacer. Evelhan ya estaba encargándose de su entrenamiento físico por otro lado pero estaba quedándose atrás en magia desde que en el ultimo tiempo había estado mayormente lidiando con los amuletos traductores. Quería algo mas, algo que sirviera para atacar y protegerse a el y a su dominio, pues seguro debía existir métodos para que sus estirges fuesen como un componente mágico mas con los debidos hechizos. Pues había prendido hechizos, pero no había tenido tiempo de darles mucho uso de forma verdaderamente practica.

-Wow, realmente esta perfecto- exclamo Evelhan que recién veía el campo de entrenamiento diseñado por el helión, cuyas estirges que volaban por aquí y por allá posándose en rocas cercanas miraban con interés- Es un buen sitio, aquí no molestaremos ni habrá problemas si algún hechizo se desvía- asintió el brugho con una sonrisa mientras le pedía a sus estirges alejarse un poco del centro del campo pues no iba a usarlas inmediatamente, mirando con especial interés los muñecos de entrenamiento hechizados. Algo así quería hacer con las estirges, aunque de una forma mas permanente y que solo requiera recargas.

Una mirada a las armas de Kin le recordó algo mas.

-Ya no uso armas, voy a tener que hacerme con algo nuevo adecuado a mi tamaño ¿Alguna idea Skarog? Para venir con estas la próxima vez -añadió pues durante la cosecha llevaba dagas dobles y de vez en cuando aun llevaba una de estas, pero no tenía algún arma que llevara siempre consigo en caso de no poder hacer magia.

Atol se encogió de hombros cuando los tres llegaron y comentaron el despliegue de cosas que había traído. La onycemante mostró su sorpresa en silencio con los ojos y la boca como platos hasta que saludó.

—Wuala. ¡Hola! No me equivocaba al pedirte esto, va-ya. Pero no s-...

—Déjalo, no es nada, así practico yo también y si no, ya me lo pagaréis cuando tengáis con qué —se encogió de hombros y miró a los otros dos—. Kin y Dhelian, ¿no? ¿Todo bien? Habría sido gracioso de ver, pero lo traje todo en una bolsa sin fondo —les dijo. <<Sobre las armas...>> Se rascó la barbilla mientras miraba al brujo, antes de hablar. Había venido tan centrado en practicar hechizos que le pilló desprevenido. Tampoco es que fuera el momento más idóneo—. Pues... Así a bote pronto, ni idea. No conozco tus facultades ni sé qué nivel de fuerza tiene tu transformación por ser mixta, ni qué armas usaste en tu criba, ni si te coordinas con tus estirges... Lo vemos luego, si quieres. Pero ya te digo que lo mío es la magia, para cuerpo a cuerpo hay entrenadores mucho mejores. Yo me he vuelto algo torpe con estas cosas —bromeó mientras señalaba las uñas de los pies, visibles en la sandalias necesariamente tan largas.

>>Bueno, creo que podemos probar con magia avanzada, ¿qué decís? Conjurar, identificar, defenderse y desbaratar defensas. Bueno, los muñecos y las dianas son para usar sobre ellos los de ataque y defensa, a no ser que queráis usar los hechizos contra vosotros. Arriesgado pero más real.

—Contra nosotros no sé... Nadie quiere convertirse en blodapic... O sea, en un mejunge de carne. ¿Primero muñecos y otro día nosotros?

Los últimos días, Rasqa había estado buscando una manera de recargar las pilas. Seguía sin poder salir de la ciudad y no quería recurrir siempre a Noel, por lo que buscó alternativas. Ya le habían hablado de los hombres bestia de los subterráneos, pero la idea no le convencía: vivían en un lugar peligroso y probablemente necesitaría malgastar magia para protegerse. Además, también le habían comentado lo socorridos que eran y si algo había aprendido Rasqa de las islas es que un animal extinto no sirve.

Por unas y por otras, el moloch acabó dando con los bajos fondos, lugar que sin duda llamó su atención, y conoció a Dana y a Tuétano. Dana era una bruja de su propio dolor y Tuétano una paisana con aficción por los huesos rotos, tardaron muy poco en llevarse bien con el moloch. Ambas trabajaban recargando magia para las diferentes criaturas de la ciudad, al menos para aquellas que no necesitaban matar. Dana era la fuente de magia y Tuétano era su guardaespaldaas.

El moloch les había pedido ayuda a cambio de deberles un favor e incluso se ofreció a pagarles su primer mes de sueldo (aun no dominaba el tema económico), ya que en aquel momento no tenía dinero. Para su sorpresa, Dana estaba mucho más dispuesta a aceptar esa oferta que Tuétano, quien se aseguró de conocer dónde vivía Rasqa para que el sufrimiento de Dana fuera pagado sí o sí.

Por supuesto, Rasqa aceptó; no planeaba escaquearse y gracias a ello logró llegar al día de la prueba con algo más de energía a sus espaldas. Sin embargo, en aquella ocasión, la magia le había sabido mucho, mucho peor. Dana se había dejado quemar y no gritaba apenas. No corría, no huía de él. No tenía gracia. Además Tuétano se mantuvo al lado de ambos, vigilando que los hechizos que regeneraban a Dana funcionaran bien y que el moloch no se pasaba.  A Rasqa no le gustó tener a la quebrantahuesos mirándole tan fijamente, le había roto completamente la experiencia.

La llegada de la carta no fue una sorpresa y Rasqa salió disparado por la puerta de la sede. Volaba sobre el tejado de los edificios y no más alto, para asegurarse de que no se distanciaba demasiado de quien fuera que le esperaba. Según lo que le habían escrito, entendía que debía buscar cerca de la falda de la montaña, por la zona colindante a la ciudad.

La niebla que se encontró en la zona le recordó a sus entrenamientos con Irianna y le hizo sonreír. Cuando superara la prueba tendría que volver a darle las gracias. El moloch conjuró niebla mágica sobre sus ojos y aumentó su oido. Ayudándose de la magia y de su olfato natural, Rasqa escudriñó el lugar en busca de la persona responsable de su prueba. Para controlar mejor el movimiento, aminoró la marcha. No quería pegarse de bruces contra una casa, sería muy indigno y un comienzo de prueba desalentador.

La decepción al no ver nada fue palpable en su rostro. El moloch no desconjuró la niebla mágica, porque no sabía si la necesitaría pronto, pero la mantuvo de tal forma que veía como si no la tuviera. De los dos sonidos que percibió, el instinto le dijo que siguiera al que corría por la montaña y para eso necesitaría volar rápido, sin miedo a pegársela.

Se suponía que buscaba a un monitor para su prueba y sus ideas habían completado los vacíos informativos. Así, para Rasqa, tenía todo el sentido del mundo buscar al ser vivo y no al "muerto" que se la acababa de pegar contra el suelo. El moloch aceleró el vuelo siguiendo los pasos.

Rasqa se mantuvo firme en su decisión y no dudó en acelerar el paso. Si se había equivocado, al menos sabía en qué dirección volver y habría descartado el "ruido" que se movía. Además, conocía a demasiados rocavarancoleses cuadrúpedos (él entre ellos) y no se sentiría satisfecho si lo dejaba huír. Con la vista puesta al frente, el moloch graduó ligeramente la niebla mágica para ver mejor de lejos y batió las alas con fuerza.