Montañas

La primera cabriola de Gahna pilló a Rasqa despistado. El moloch creía que iban a volar recto hasta la siguiente ubicación y logró seguirla con más torpeza de lo que jamás reconocería. Las siguientes ya se las habia visto venir y no tuvo problemas en seguir el ritmo de Gahna. Tampoco lo reconocería, pero la dragona volaba mucho mejor de lo que le había concedido en un primer momento.

El descenso en picado fue un alivio para Rasqa, que plegó las alas a tiempo de que no llevarse los árboles por delante. Se sentía como en los entrenamientos con Samika. Las pruebas eran parecidas, salvo por el cambio de estatuas a árboles y salvo porque ahora él estaba en la posición de la evaki.

El moloch había transmutado cualquier rastro de nervios en una excitación y una concentración dignas de admirar y seguía a Gahna en silencio entre los árboles. El moloch quería pasar la prueba y quería hacerlo de tal manera que todos dejaran atrás la tontería de que la Evaki era más imprescincible que él. Los nervios no cabían en la ecuación.

Algún día, el ejercito necesitaria provocar una matanza. Ese día Samika no les serviría. Iba a ser él. Sus llamas iban a arrasar.

Rasqa aterrizó tras ella. Podía ver la hoguera desde la que habían partido antes. En cuanto la escuchó hablar, su cuerpo se tensó. El parqio sabía que no conjuraría protecciones a tiempo, por lo que se limitó a saltar hacia la derecha para esquivarla a la vieja usanza. Tanto si lograba evitarla como si no, su siguiente paso sería conjurar una protección mixta sobre sí mismo.

El instinto le pedía combatir un hechizo ofensivo con otro, pero Rasqa tendría que contenerse. Gahna no había dicho nada al respecto y no quería fastidiar su prueba.

Rasqa se había prometido a sí mismo no ponerse nervioso, pero empezaba a fallar. Dos semanas no eran suficientes para convertirse en mago. El parqio quería lanzarse sobre Gahna apuntando con sus fauces a la yugular, quería golpearla con el puño ardiendo y prenderle fuego. Rasqa no se lo estaba pasando bien con aquel duelo unidireccional. Quería sobresalir y demostrar que daba la talla, pero en su opinión, la prueba se estaba enfocando en la parte menos significativa de todas las que componían su nuevo y mejorado yo. La magia no era importante para Rasqa, en aquel momento.

El parqio vio venir el segundo hechizo a la vez que aterrizaba del salto. Con las protecciones alzadas se sentía seguro, Gahna no podía dañarle (no consideraba la posibilidad de un hechizo potenciado), y trató de articular un hechizo que convirtiera la prueba en algo menos injusto: un sortilegio de desvío.

Su intención era mandar el proyectil de vuelta a Gahna, pero eso no ocurriría ni en el mejor de los casos. Rasqa pronunció todo lo rápido que pudo, pero su hechizo podría llegar tarde. Además, tanto si lo hacía como si no, el moloch no había practicado lo suficiente como para redireccionar un hechizo tan rápido con la precision necesaria.

Rasqa suspiró aliviado al escuchar a Gahna. La parte que más le disgustaba iba a acabar rápido y no podía estar más feliz. O eso creyó, pues la siguiente prueba fue como recibir una bendicion divina de los mismísimos ancianos.

—Ya era hora, dragona —le espetó en cuanto la ilusión reveló lo que le esperaba.

Las condiciones del enfrentamiento le parecían justas, salvo por lo de evitar matar al hombre bestia. Al parqio le parecía innecesario mantener a un animal como ese vivo, pero tendría que acatar órdenes.

El parqio pisó con fuerza el suelo, estiró las alas y el cuello y le dedicó a Gahna una sonrisa aviesa, a la vez que liberaba el fuego de sus puas. Las llamas se alzaron más que nunca y el moloch esperó, visiblemente excitado. En cuanto el hombre bestia fue liberado, Rasqa le llamó con un potente rugido. Huir no estaba en sus planes. Tanto era así, que no se movió del sitio en cuanto el animal corrió contra él.

El moloch saltó en el instante en el que el hombre bestia llegó a su altura y le propinó un sonoro latigazo en la espalda, utilizando su cola en llamas. La idea era devolverlo al suelo del que se había levantado para lanzarse contra él de nuevo, esta vez con las fauces por delante. Si el golpe no era suficiente, Rasqa saltaría sobre él para utilizar su propio peso para desestabilizarlo.

Rasqa no pensaba matar al hombre bestia, pero no le importaba devolverselo a Gahna un pelín chamuscado.

Rasqa le enseñó los dientes en una sonrisa monstruosa. La protección habia quedado a punto de romperse con el mordisco, pero el hombre bestia no habia podido acercarse a él sin quemarse. El humo y el olor a pelo quemado avivó a la bestia interior de Rasqa y el moloch sintió un impulso irresistible: quería quemarlo vivo, revivir lo que sintió con la familia de Daelicianos. El moloch quería reducirlo a cenizas para tiznarse con ellas.

A dos patas, Rasqa volvió a esperarle. Probablemente el cuchillo rompiera sus defensas y penetrara en el pellejo del ala, pero le daba igual: el moloch quería que le hiriera y que su sangre hirviendo le salpicara. Rasqa quería recibirle con una bocanada de calor y fuego, rodearle con las alas y lanzarle un mordisco al hombro con el que empuñaba el arma.

Podría haber usado un hechizo de inmovilización pero, ¿qué gracia habría tenido eso?

A Rasqa no le preocupó la cuchillada, mucho menos los mordiscos. Sus escamas eran duras y una gran parte de su cuerpo era pincho y llama. El moloch había mordido con fuerza para dejarle inutil el brazo con el que empuñaba el arma y posó sus patas delanteras en el pecho de la bestia, para derribarlo con todo el peso de su propio cuerpo.

—Trae a cuantos quieras —exclamó entre gruñidos que bien podían ser de placer.

Acto seguido, el moloch clavó las puas en llamas de sus nudillos en el vientre del hombre bestia y echó a volar de inmediato; poco le importaba si vivía o no. El olor de la carne quemada le envolvió y le hizo sentirse ligero y poderoso. No tenía nada que envidiar a los dragones, no tenía nada que envidiar a Ghana: el parqio sentía que podía con todo.

Desde las alturas, Rasqa pudo ver de dónde venía el siguiente hombre bestia y decidió mostrar que aún recordaba cómo usar magia: el parqio conjuró sobre si mismo una nueva protección mixta, esta vez reforzada. Luego, sin pensarselo dos veces, se crugió el cuello y se lanzó en picado cual lagarto cometa. Los colmillos, como siempre, por delante. Y esta vez no apuntaba al hombro, sino a la yugular.

—Agh... Qué desagradable eres —gritó a Gahna. El parqio era una criatura ducha en el arte de mostrar afecto.

El tacto con la criatura era desagradable, de un frio antinatural que no se encendía ni en contacto con el moloch. Rasqa giró con brusquedad para zafarse, en cuanto sintió el primer mordisco, y apuntó con las puas de su cola a los pies del ser. Tal vez no se quemaría, pero al menos lo heriría y lo desestabilizaría. Y el parqio estaba preparado para tirarse sobre este segundo hombre bestia y partirle los huesos a puños y bocados. Igual que al anterior.

Rasqa no había podido sino reírse ante las respuestas de Gahna. Una vez desparalizado, el moloch la escuchó y creyó por un instante que algo había salido mal. <<¿Pero no he matado a nadie, no?>>. La pregunta no era retórica, Rasqa necesitó comprobar con la vista al primero de los hombres bestia. Por suerte, la siguiente vez que la hermana de dragones habló, fue para alivio del moloch. Rasqa sonrió de pua a pua y le enseñó los dientes a los hombres bestia y a la mujer dragón.

—¡Sabía que podía! —el moloch pisó el suelo con fuerza y todas las llamas de su cuerpo crecieron ante la emoción de una sacudida— ¡Claro que te... !

Rasqa no se podía creer que se hubiera ido sin más ¿Qué ocurría con la maldita dragona? Siempre hacía igual, como si no le tuviera ningún respeto o como si la prueba hubiera sido un acto de deferencia. El moloch escupió en el suelo un gapo a punto de ebullición y no dudó en decirle lo que pensaba, aunque no pudiera oírle.

—¡Estúpida dragona bípeda! ¡Lagarta escupetierra!

Aun con todo lo que la estaba insultando tanto externa como internamente, Gahna le estaba cayendo bien. Rasqa se sentía mejor que nunca y, sí, estaba deseando volver a verla. El moloch iba a pulirse, vaya que sí, y dentro de nada iba a darle la tunda de su vida.

—Prepara las escamas, porque se va a calentar la cosa.

Y despegó en dirección a la sede.

Siete estaba de buen humor con aquel cambio a verde en la ciudad, a más viva, a más amable aunque fuera solo ilusorio. Prestaba oído a la conversación a su alrededor.
- ¿Cuantas personas creéis que hay aquí, realmente? ¿Cuantas casas vacías? - y luego después de una pausa, mirando hacia atrás como si un vistazo sirviera de respuesta añadió- para que tendrías ciudades enteras sirviendo a esta, pero dejando los edificios en ruinas. Quizás hay sitios independientes, no muy distintos pero mejor cuidados.

Era difícil imaginar en el mismo mundo que tenía historias como la de Rocavarancolia que hubiese algo más cándido y vivo cerca, especialmente cuando el mundo había arrasado con otros.

- Quizás - dijo Siete, y el tono de su voz osciló sombrío - quizás esta era para nosotros, aunque ya hayamos visto ciudadanos. Quizás hay algo peor y más poderoso después.

Se sintió pequeño al decirlo, llevado por corrientes superiores a él. Quizás la armonía funcionaba en todos los lugares, y si no era un castigo por su perturbación, era un castigo a todos los rocavarancoleses, por su existencia. Se detuvo abruptamente cuando salieron del último adoquin de la ciudad, y la masa de roca que habían visto de lejos se había convertido en una pendiente cercana y escabrosa que bloqueaba el horizonte. Siete nunca había visto nada así. Interrumpió también la cadena de pensamientos que le habían agriado la excursión. Escaneó en el paisaje en busca de la ruta más sencilla, esperando también encontrar señales de tránsito.

Se puso en camino entre el resto y para calmar la tensión de la espera, sugirió en voz alta:
- ¿Creéis que estaría bien si cantamos? No hace falta hacerlo alto. Podemos hacerlo como un coro. Yo os doy una línea y la repetís, y así no importa que no conozcamos la misma música.