Primer sueño de Shizel

El sudor frío se intensificó al oír la respuesta de su padre, y Shizel notó la boca seca. Sabía por experiencia propia lo que significaba aquel tono y no se atrevió a contrariarlo más en ese momento.
Entrecerró el ojo que le quedaba en dirección al resto de asistentes, dirigiéndoles obscenidades en su fuero interno. Incluso sus compañeros de torreón parecían entretenidísimos escuchando la cháchara incoherente de aquel compañero de negocios de su padre cuyo nombre nunca recordaba. En mitad de su ansiedad, Shizel apenas se dio cuenta de que ahora parecía haber más gente en el salón.
El dolor había remitido, y estaba claro que aquella gente de sangre de horchata no iba a hacer nada. Cuanto antes terminase con aquella escena demencial, antes le dejarían irse. Decidió concentrarse en la frustración que le producía aquello, o empezaría a hiperventilar.
"Os vais a acordar de ésta", pensó vengativamente. "Todos."
Volvió a tomar con brusquedad la baraja de la mesa. Si no usaba más trucos con objetos redondos, con suerte no se sacaría otro ojo milagrosamente.
Entregó las cartas al noble más cercano y le pidió que las barajara y luego que eligiera una, manteniendo la compostura a pura fuerza de rencor. Una vez las recuperó las lanzó al aire con un movimiento que originalmente debería ser teatral, pero que salió brusco y mecanizado a causa de la rabia. De entre las cartas que habían quedado esparcidas sobre la mesa sacó una y la mostró a los presentes.
-Ésta es la que elegiste- dijo en tono neutro. Sin embargo estaba apretando los dientes, y estaba haciendo un esfuerzo enorme por no irse en aquel mismo momento-. ¿Ya es suficiente?

No, no habían tenido suficiente. Shizel contuvo el impulso de decirles por dónde podían meterse la moneda, y se concentró en aparentar indiferencia cuando aceptó los instrumentos que le daba la noble. El bloqueo en su campo de visión a causa de la pérdida de su ojo izquierdo dotaba a la escena de un tinte equivocado, extraño. Ni siquiera debería haber sido capaz de calcular bien las distancias en el último truco.
"Bueno, al menos ha salido bien", pensó caústicamente. La situación era tan surrealista que aferrarse a aquellos pequeños detalles era la única manera de no caer en una crisis nerviosa.
No se detuvo en las florituras que normalmente adornaban el truco, deseoso de acabar de una vez. Mostró la moneda a todos por ambas caras para que vieran que no había trampa ni cartón, y la tapó con el vaso. Había dos variantes de ese truco: la más fácil era la que usaba un vaso de fondo trucado, pero aquél no había sido el caso. La segunda requería bastante precisión y maldijo de nuevo internamente ante la negrura que notaba a su izquierda. Sin embargo logró introducir la moneda eficientemente por el fino hueco entre su muñeca y la camisa en el mismo movimiento en el que levantaba el vaso para mostrar la superficie vacía que ocultaba.
-Listo- dijo en tono concluyente-. Espero que estéis satisfechos- dijo, deslizando una traza de sarcasmo en la voz por puro deseo de descargar su frustración. Empezó a darse la vuelta para irse.

Un tintineo espeluznante detuvo en seco a Shizel en el umbral de la puerta. Una curiosidad morbosa en contra de todo sentido común le hizo volverse lentamente, y ésta se vio recompensada con la visión de sus propias uñas desparramadas por el suelo. Apartó la mirada demasiado tarde y le embargó una fuerte dentera. Le dolían las muñecas y no quería imaginarse qué iba a encontrar en ellas.
"Estoy enfermo", pensó conmocionado. Ésa era la única explicación racional, el único resquicio de cordura al que podía aferrarse en aquella habitación. "No ha empezado a manifestarse hasta ahora, sólo puede ser eso, y ahora está yendo a peor."
La imaginación le jugó una mala pasada al presentarle con excesiva nitidez una imagen suya pudriéndose por dentro.
Las siguientes palabras de su padre actuaron como una descarga eléctrica, sacándole bruscamente del shock.
¿Un truco "tan bueno"? ¿Qué le pasaba a aquella gente? ¿De qué iba todo aquello?
Se apartó con rapidez de la mesa como si le hubieran abofeteado, retrocediendo hacia el marco de la puerta como hacia una tabla salvadora.
-No- arrancó las palabras atenazadas en su garganta a la fuerza, bajas y roncas-. Ya basta.
Estaba aterrado, pero ese mismo miedo le impulsó a alejarse de las cadenas como de la peste. No sabía cómo era posible, no tenía ningún sentido, pero cada vez que había hecho un truco algo horrible había pasado. Quizá no tuviera nada que ver, la ofuscada mente de Shizel no lo sabía, pero estuviesen relacionadas ambas cosas o no si se quedaba encerrado en aquel salón probablemente la supuesta enfermedad iría a peor a medida que pasara el tiempo.
"Tengo que salir de aquí", fue lo único que ocupó su mente en ese momento. "Buscar ayuda, un médico, lo que sea."
Sentía clavadas en él las miradas de los presentes como una docena de agujas.
"Compostura", le reprochaba con dureza una voz familiar en el fondo de su mente. "No dejes que nadie se dé cuenta de que tienes miedo, o te harán pedazos."
"¡Me estoy cayendo a trozos!", chillaba histérica otra. "¡A la mierda la compostura!"
-Se acabaron los trucos por hoy- le costó sus últimas fuerzas no perder los nervios y cumplir el mínimo de protocolo necesario; se moría por salir corriendo de la habitación pero aún le zumbaba en los oídos el siseo amenazador de su padre-. Otro día cuando esté mejor lo retomaré si tenéis interés.
No le podía traer más sin cuidado el interés que tuvieran, pero diría lo que hiciera falta para que no tuvieran excusa para retenerlo allí ni un segundo más.
Casi olvidó la inclinación de cabeza de cortesía. Muy agitado, cumplió y después salió sin mirar atrás de la habitación.
Nada más salir del que suponía el campo de visión de los presentes aceleró el paso, y pronto se encontró prácticamente corriendo por los pasillos de la mansión. El salón de recepciones estaba en el primer piso, no debería tardar en llegar a la salida... Por una vez aborreció lo espacioso de su casa. Buscó con la mirada a algún criado al que pudiera encomendar que llamase urgentemente a un carruaje.
"Por favor", pensó desesperado. "Que no pase nada más..."

Shizel se agachó para recoger las cartas con un mal presentimiento creciente.
Aquello cada vez le daba peor espina. ¿Dónde estaba todo el mundo, y por qué diablos aún no había alcanzado la sala de entrada?

Fue entonces cuando sacó de su bolsillo la carta de la reina azul, y se le heló la sangre al acordarse de que su madre tampoco estaba cuando había salido de la habitación.
"Habrá ido a recibir a más invitados, o a buscar al médico con algo de suerte", trató de convencerse por enésima vez, con la adrenalina fluyendo por sus venas. La carta escapó de sus manos víctima del viento, y Shizel se asomó por el ventanal tratando de cogerla sin éxito.

La voz de su padre le llegó. Le sorprendió lo mesurado de su tono: conociéndole, a aquellas alturas y con lo desierto de los pasillos no se habría andado con chiquitas con su hijo. Aunque desde luego, la situación ya había cobrado tintes surrealistas desde que había mostrado interés por sus trucos en primer lugar.

-Si lo hago, ¿me dejarás en paz?- preguntó exasperado. Con todas sus fuerzas deseó que si aquella parafernalia de las cartas fuese cierta, disponer de otra para hacerle desaparecer a él.

Allí estaba de nuevo, frente a un público casi fantasmal a la espera de a que él cumpliese con su papel. Shizel sintió una desagradable sensación de dejá vu.
Cogió la cadena como si temiera que cobrase vida y le mordiese. Con cierta vacilación le dio unas cuantas vueltas entre las manos, en busca de aquellos anillos que pareciesen estar unidos pero que no lo estuvieran verdaderamente. El truco consistía simplemente en manipularlos con habilidad despistando al público, pero en realidad los anillos no se unían ni desunían en ningún momento. Lo ideal era complementar la ilusión óptica con algo de charla como distracción, pero Shizel había perdido hacía mucho el equilibrio de ánimo necesario para entretener a su público. Si le habían dado una cadena que no estuviera trucada se hallaría en un aprieto.
Por suerte parecía ser una cadena de factura cara comprada en una tienda de trucos, recién sacada de su caja y por tanto con la apariencia a los ojos de los presentes de una serie de eslabones normales. Shizel localizó rápidamente cuáles eran los anillos que estaban sueltos y empezó a hacer juegos de manos.
Hizo repiquetear los eslabones entre sí a medida que los manipulaba, con un tañido más grave y ominoso que el de su propia cadena, en ese momento a buen recaudo en algún lugar de su habitación. Con cada choque "separaba" uno y lo enseñaba al público.
"Diez anillos", pensó. Diez florituras de manos, diez palabras, diez ilusiones ópticas le separaban de la salida a aquel sinsentido.
Con voz monocorde, empezó a contar.