Barrio de los Callejones sin Salida

Vlad atravesaba las oscuras, lúgubres, estrechas y silenciosas calles de la ciudad a paso rápido y seguro. Tenía los cinco sentidos clavados en cada sombra, en cada esquina, en cada recoveco, en cada paso que sonaba tras de sí. Los edificios en ruinas se le antojaban ciclópeos esqueletos cubiertos del polvo del abandono del tiempo. Sus vacíos cráneos de piedra mohosa y de argamasa quebrada seguían cada uno de sus movimientos. Desde el fondo sus secas cuencas vacías cubiertas de herrumbrosos barrotes, sombras imperceptibles se movían cómo ojos espectrales para seguirlos con su ficticia mirada.

Sólo el tímido arrullo del viento al soplar rompía el silencio eventualmente, cómo leves suspiros de la cripta.

A Vladimir todo aquello no le gustaba. Ni un pelo. Siempre le había costado discernir entre la realidad y la paranoia, pero aquella ciudad era el colmo que su mente le permitía aguantar. Para mayor frustración del conde, su frío recapacitar se veía ofuscado por extraños pensamientos.

Desde la mañana, sutiles voces aterciopeladas habían estado susurrándole al oído, cómo la seda que ondea bajo la brisa, turbadoras proposiciones. Prometían saciar su apetito, haciéndole saber que en su interior un apetito del que no tenía constancia le estaba carcomiendo las entrañas. Para ello, con lujurioso tono le ofrecían desconocidas caricias, néctares ignotos, besos prohibidos, ritos oscuros y y ardientes. Sólo debía arrodillarse, dejarse llevar; rendirse al deseo y convertirse en la bestia que dormía en su interior...

Pero, haciendo acopio de fuerza de voluntad, Vladimir se sacudía aquellos pensamientos con violencia, haciendo un cada vez más titánico esfuerzo para mantener la mente fría cómo un témpano. Estaba desconcertado; incluso, aunque no quisiera reconocerlo, un poco asustado. Pero era un maestro de las mascaradas y de las apariencias, por lo que mantuvo su serio semblante habitual. Aun así, no pudo reprimir cierto deje de odio y rabia en su gesto, dando así la impresión de que era presa de un sutil pero molesto enfado.

Se había percatado en sus momentos de lucidez de que había ciertas marcas por la ciudad. Toscas flechas dibujadas en las paredes y otras señales sutiles pero reconocibles. No tenía muy claro si aquello les guiaría a una trampa, a los alimentos u a otra sorpresa. Pero la ruta que seguían, guiados por el olfato de Sezk, parecía coincidir más o menos con las indicaciones. Eso podía ser una buena señal... o no. Aquella ciudad era ciertamente traicionera.

Toima chasqueó la lengua cuando otra posibilidad disparatada se aparecio ante él. ¿Y si Sezk estaba pensando lo mismo? En ese caso, si daba él el primer paso, Sezk se quedaria de brazos cruzados, esperando a acabar con el vencedor. No, no, no. Toima nunca le habia tenido miedo a la muerte, puesto que nunca habia tenido esperanzas, pero, al estar en la situación a la que estaba, con las personas con las que se habia obligado a convivir, habia desarrollado dentro de él un fragmento de esperanza. Queria que alguien le llamara por su nombre de una manera cálida y dulce, y, aunque lo odiase, no podia evitar sonreir amargamente al darse cuenta de que eso nunca pasaria. Siempre seria un loco, atado a la cordura por unas pastillas, pastillas que por cierto se estaban agotando.
Su vida iba bien como estaba. El grupo le necesitaba y eso le hacia sentirse importante, requerido y debia de admitir que le encantaba aquella sensación. Tener manos para proteger y no para matar. Esa era su meta.
Pero que gilipollas que soy. Mi futuro está en blanco, soy un depredador solo y moriré entre depredadores.
Se habia olvidado por completo de que estaba debatiendose internamente. Preferia seguir atado por las cadenas del comportamiento y modales impuestas por el conde que el verle o verse tirado en el fango desangrandose. Se palmeó la cara y se puso atento a su alrededor. Sombras y susurros del viento. El polvo y lo que no era polvo se arrastraba por aquellas calles. Toima estaba listo. Habia salido del torreón con la idea de matar a sus dos acompañantes y ahora daria la vida por para salvar la de ellos.
Los dedos del Ulterano jugeteaban en su palma desnuda, preparada para llenarse de acero asesino en cualquier momento. Dejó que su oido y olfato le alertaran de los callejones contiguos mientras que, la vista, la tenia clavada al frente. Se dirigio a Sezk, sin armar apenas ruido, como si temiera despertar a un animal dormido.
-¿Queda mucho?-

Vladimir continuó caminando entre las silenciosas y tortuosas calles, cada vez más laberínticas y estrechas, que se extendían sinuosamente hacia el infinito. Aunque estaba siguiendo las indicaciones de Sezk, de cuya habilidad olfativa se fiaba, estaba comprobando que las direcciones que tomaban coincidían curiosamente con las marcas de los edificios. Pautas que se repetían, grabadas en la madera y en la piedra, indicando el camino. Alguien que hubiera pasado despreocupadamente por la zona quizás hubiera pasado por alo las señales, confundiéndolas con un desperfecto más entre otros muchos de las ruinas de la ciudad. Pero Vlad tenía todos los sentidos puestos en su alrededor, en cada movimiento, cada olor, cada sombra, cada movimiento.

Finalmente, alcanzaron a ver las vituallas. Tomó la espada larga de su funda en la espalda y la desenfundó. Su sexto sentido pesimista le advertía de que las cosas no podían ser tan fáciles. Rezaba para que se equivocara. Aunque, bien pensado, ¿A quién le iba a rezar él?

El Conde había recibido una educación religiosa ortodoxa. Aunque con los años se había percatado de que toda aquella parafernalia de ritos vacíos y de cánticos que se perdían en la oscuridad no era más que una de entre tantas tretas inventadas para comprar las mentes de los creyentes a cambio de fe sin sentido.

Tras su estancia en aquella oscura ciudad, comenzaba a plantearse la existencia de una entidad, o varias, tras todos aquellos prodigios que había presenciado. Aunque también dudaba de que fueran susceptibles de ser convencidos a través de patéticas súplicas. ¿Serían siquiera criaturas benevolentes, o lo que realmente aparentaban ser: criaturas crueles y caprichosas?

Agitó de nuevo la cabeza, exasperado, mientras aferraba con más fuerza la empuñadura de la espada. Debía mantener la mente despejada y centrada en su entorno y en su misión. Se acercó lentamente a las cestas, con la mirada corriendo de esquina a esquina, escrutando las tinieblas en busca de peligros.

Cuando finalmente las alcanzó, tomó unas cuantas y les hizo un gesto a sus compañeros para que hicieran lo mismo. Después de tenerlas todas encima, les dijo:

-Deberíamos apresurarnos, señores. No me gusta cómo se está poniendo la cosa… Está todo muy tranquilo. Demasiado. Es la calma que precede a la tempestad, me temo. Su idea de ir al palacete es interesante, pero quizás deberíamos posponerlo a otro viaje, pues me gustaría llegar cuanto antes al torreón con lo obtenido. Esta parte de la ciudad puede resultar muy prometedora. Ruinas que pueden estar por saquear. Sugiero pues, señores, que no dilatemos más la espera y que nos pongamos inmediatamente a buscar el material. Recuerden: Papel u otro soporte de escritura, cómo papiro o pergamino. O cualquier cosa que nos pueda resultar útil. Usen su imaginación.

Sin esperar a que reaccionaran, se acercó a paso decidido a uno de los edificios más cercanos. La destartalada puerta carcomida por los años no parecía estar en disposición de oponer demasiada resistencia. El conde se plantó delante, pensativo, durante unos instantes, pensando en cómo abrirla.

Pero su mente, que se negaba a seguir los dictados de su voluntad, decidió irse por otros derroteros. Los susurros volvieron a acariciarle el oído con sus aterciopeladas lenguas. Le hicieron creer que el sepulcral silencio era roto en la lejanía por disimulados y ahogados gemidos que se perdían en el horizonte, movidos y camuflados por el soplo del viento. Le sugirieron lo que podía estar provocando aquellos gemidos alucinógenos, que se mantenían a caballo entre el umbral auditivo y la pura fantasía. Le hicieron imaginar cuerpos refugiados del viento en la oscuridad, protegidos de él por el calor y el pegajoso tacto dulzón de la piel ajena. Pensó en esos cuerpos retorciéndose convulsos en la oscuridad, mientras lascivas lenguas se buscaban en las tinieblas y…

Volviendo a la realidad de sopetón, se sintió airado y molesto ante la impotencia. ¿Qué demonios era aquello que lo atormentaba desde las recónditas cavernas de su mente?

Secretamente enfurecido, dio una patada a la desvencijada puerta. Los goznes chirriaron, oxidados, y la madera lanzó un seco quejido antes de quebrarse y caer al suelo, destrozada.

Y sin más dilación, entró en el edificio.

Toima siguio al conde alerta. Finalmente llegaron a las cestas, repletas de comida. Un escalofrio le dio a Toima un aviso sobre su situación. No debian bajar la guardia o por el contrario algo horrible podria sucederles. Toima se soltó la coleta y usó tres de sus tentaculos de pelo para cargar con las cestas. Preferia tener las manos libres para lanzar cuchillos. Vlad insiste en seguir buscando materiales que puedan ser de utilidad. Toima no podia imaginarse que podia ser de utilidad salvo un fuerte, comida y armas asi que confio en su instinto.
-Coincido.-dijo Toima respaldando la decisión del conde.
Vlad decidio entrar a una casa, derribando la puerta en seco. No parecia él mismo, estaba nervioso y algo fuera de si. Toima comenzó a preocuparse. No sabia que le pasaba a Vlad pero tenia muy claro que se debia a la ciudad. La ciudad les estaba cambiando a todos. Entraron en la casa levantando polvo y pisando fuerte. Fuera quien viviera ahí, sin duda les habria escuchado. Toima preparó sus cuchillos y al instante que notó un movimiento varios de ellos se asomaron al final de sus manos.
El Ulterano relajó su postura al comprobar que tan solo se trataba de una mugrienta mujer. ¿podria ser una cosechada tambien? Toima no recordaba su cara, pero eso no era nuevo. Al instante, hecha un manojo de nervios se intentó poner de pie y los siguientes segundos transcurrieron demasiado rápido. Vlad comenzó a andar por la estancia. La chica se alarmó cuando su pie estuvo a punto de pisar una tabla diferente, camuflada entre la suciedad y desorden del lugar. Toima pudo comprobar en menos de un segundo como la mirada de la chica pasaba de nervios y miedo a puro terror. Toima tenia que actuar rápido.
Venga cuerpo no me falles
-¡Vlad! ¡Detente! ¡Es una-pero la voz de Toima llegó tarde al conde mientras pisaba la tabla y accionaba la trampa que puso en marcha un mecanismo sádico que torturó a la chica en segundos. Toima se quedó congelado. La muerte de alguien nunca le habia provocado esos sentimientos que estaba experimentando. Dolor y frustración.
-joder, joder, jodeerrr...¡¡JODER!!-gritó iracundo.-Esta casa tiene jodidas trampas. Mierda ¿quien era?-no podia relajarse aunque lo intentara. Acababa de morir una persona inocente porque el era muy lento. Lo que más le preocupaba en ese momento era que eso nunca le habia preocupado.
-Vlad, vamonos de aqui-dijo Toima retrocediendo por donde habia pisado.-No puedo pro-se cortó a si mismo.-No puedo luchar contra algo que no veo. Las trampas son las armas de los cobardes...-dijo y no dio un paso más hacia atras, esperando a ver si el conde retrocedia o no.
No hagas ninguna gilipollez. Por favor

El conde observó inexpresivo los acontecimientos que se sucedían rápidamente ante sus ojos. La chica intentó decirle algo, detenerle y medio segundo después, una ingente cantidad de púas salidas de ninguna parte la convertían en poco más que un amasijo de carne deslavazada, huesos partidos, órganos ensangrentados y amontonados y jirones de piel desgarrada. Irreconocible. Se necesitaría un análisis bastante exhaustivo para deducir que aquello había sido una persona. Trocitos de carne y sangre habían salido disparados por la violencia del impacto, salpicando las paredes y el suelo de alrededor. Un pequeño tropezón había ido a aterrizar sobre su capa, que le caía por el hombro izquierdo, que ahora se resbalaba lentamente contra la tela, agarrada a ella por su viscosidad, resistiéndose a la llamada de la gravedad, dejando un pequeño rastro de sangre en el tejido.

Se mantuvo con esa expresión de inexpresividad unos pequeños instantes, oyendo las palabras de Toima a la par que una segunda parte de él comenzaba a funcionar a toda velocidad, en un intento de organizar todo aquel torrente de información que comenzaba a entrar a borbotones por los boquetes de su ya dañado casco mental. Y era difícil de achicar.

Había sido violento y rápido. Debía de haberle sido indoloro. Y el miedo y la desesperación que debía de haber sentido n podían haber durado más de una fracción de segundo. No podía haber sufrido. La había matado él. Creía conocerla. No recordaba su nombre. Mark discutía mucho con ella. ¿O era Noel? No lo recordaba con claridad. La había matado él. ¿Estaba arrepentido o excitado? Durante esa milésima de segundo en la que había caído en la cuenta de su responsabilidad, una sensación de poder y de control le había recorrido la espina dorsal, le había inundado la mente de un extraño y morboso placer. La había matado él…

Y los extraños pensamientos aprovecharon la confusión para reptar en el interior de su psique cual siseantes serpientes. Le volvieron a atormentar y seducir con sus aterciopeladas lenguas, hablándole de piel sudorosa cubierta de sangre, de cuerpos que emitían gemidos de placer y alaridos de dolor a la par…

Todo esto le llenó la mente en unos segundos, mientras él observaba inexpresivo el amasijo de carne ensangrentada del suelo. Y se hartó.

Agitó la cabeza firmemente, de forma decidida, arrojando sin contemplaciones todos aquellos pensamientos que tan poco útiles le eran en aquel momento por la borda. Cuando el silencio y la paz volvió a reinar en su cerebro, comenzó a pensar con claridad.
Se sacudió aquel trozo de carne de su capa mientras tomaba una bocanada de aire.

-Mantengamos la calma, caballeros.- dijo en un tono pausado que les instaba relajarse. Tras decir esto, y sin girarse, alzó el brazo derecho, con la mano apuntando al techo, formando un ángulo de noventa grados con el codo, para atraer la atención del Káiser, mientras su expresión grave acompañaba a su mirada hacia el suelo.- Comprendo el peligro que corremos, señor Toima. Pero creo que este tipo de sorpresas se van a repetir en todos los demás edificios. Quizás peores. Este desafortunado incidente nos indica dos cosas. Una- dijo al tiempo que elevaba un dedo de la mano alzada- Esta señorita parecía saber de la existencia del mortal artilugio. ¿Por qué se refugió aquí? Bueno, puede ser que por la protección que ofrecía el lugar. Quizás lo tuviera todo planeado en caso de emergencia y la pilláramos por sorpresa. Pero también cabe la posibilidad de que aquí hubiera algún tipo de útil que le hiciera merecer la pena quedarse. También es posible que sólo fuera por la cercanía de la comida, pero el segundo punto me interesa más.

>>Pasemos pues al dos.- dijo alzando otro dedo del brazo levantado.- ¿Por qué hay una trampa de tales características aquí? Quizás haya algo guardado que se deba proteger con tanto cuidado, o quizás simplemente el antiguo dueño lo implantara para proteger sus bienes. En ambos casos, todo apunta a una misma conclusión: Aquí hay algo guardado, ya sea de naturaleza excepcional o mundana. Muy probablemente nos sea útil. Sugiero que tomemos nota de lo ocurrido y actuemos con precaución, buscando más artilugios maliciosos y evitándolos, a la par que registramos el lugar en busca del botín.

>>Y… creo que no podremos enterrar el cadáver de la infortunada muchacha, dadas las circunstancias. Podría resultar aparatoso… ya saben… recogerlo todo.

Sin decir más, esquivó el activador de la trampa y se adentró en el interior del edificio, con los cinco sentidos puestos en su alrededor, ahora siendo consciente de lo que les acechaba.

Sólo se giró para mirarlos una vez, indicándoles con la mano que le acompañaran. Para bien o para mal, estaban juntos en aquello, y debían salir cuanto antes con vida de allí.

Toima miró los restos de la chica y sus ojos relampagearon hacia el conde que estaba en un silencio inatural, casi imposible ante la muerte de la chica. Iba a llamarle la atención por si acaso se habia quedado en shock pero en seguida su mente lógica se puso en juego y analizó la situación para Sezk y Toima.
Tsk. Ambicioso...
Toima no conocia la ambición en sus propias carnes, pero sabia hasta donde podia llevar la ambición en una persona. Una persona como su padre. Eso no le gustaba. Por otra parte, Vlad tenia razón. ¿Qué pasaria si algo tan realmente valioso estuviera escondido ahí? ¿Qué pasa si ese algo fuera un método para volver a casa? Toima miró el cadaver de la chica y luego a sus propias manos, que temblaban por el extasis del momento.
Se habia olvidado que amaba la violencia. Su mentalidad conrespecto al grupo habia cambiado pero no podia dejar atras su pasado. Habia nacido al mundo bañado en sangre y al seguir viviendo ese hecho no habia cambiado. Avanzando, siempre hacia adelante por encima de los cadáveres de los derrotados cubierto en vísceras y riendo. Siempre riendo. Se habia olvidado como reir ante la ironia de aquellas situaciones.
Antes, habia un ser vivo que se movia y ahora esta muerto y de dentro a fuera. Eso era gracioso. Toima contuvo la risa, tapandose la boca. Se retuvo unos instantes antes de estallar en carcajadas. Lloraba. Lloraba porque queria reir pero no debia. Se fue calmando poco a poco, intentando no ver el cadaver de la chica pero no fue suficiente y el tembleque no paró y se hizo mayor. Toima rebuscó entonces en sus bolsillos para sacar las pildoras que le ayudarian a mantener la calma.
-No puede ser...-dijo Toima rebuscando con fiereza.-¡No están! ¡No están!-
Intentó recordar la ultima vez que las sacó. Fue antes de irse a dormir, en un recuento habitual. Se le habia olvidado llevarlas consigo. Aquello no iba a acabar bien.
La tentadora espalda desprotegida de Vlad, ahora con su ropa manchada en sangre parecia a ojos de Toima como la diana perfecta para practicar su punteria.
No. ¡NO! No debo pensar en eso....Cálmate...Cálmate...¡Cálmate!
Unos cuchillos se deslizaron en la mano de Toima. Su brillo plateado destello en los ojos carmesí del ulterano y como en una orquesta ambos resonaron. Toima alzó el brazo en silencio mientras más cuchillos se asomaban en su mano. Contuvo una risa sádica pero un gorgoteo cacofónico se escapaba de la garganta. Su brazo bajó a toda velocidad.
-¡SEÑORAS Y SEÑORES! ¡PREM-Las palabras de Toima fueron entrecortadas en el momento en que se mordio la lengua. Literalmente. Para contener sus ansias de sangre habia usado el poco raciocinio que le quedaba en su mano derecha para dirigirse un potente puñetazo que le hizo retroceder.
-Joder...-dijo jadeando y esputó sangre al suelo.
Simplemente no lo mires. Sigue andando. Sigue los pasos del conde...y...¡Córtale por donde es divertido! ¡No! ¡Tengo que controlarme!
-...Joder...-se limitó a decir mientras guardaba los cuchillos en la manga. Puso un pie tras otro y, andando como un zombie sacado de una pelicula de serie z, siguio al conde. Todo estaba vacio para él. No tenia que pensar. No tenia que mirar. No tenia que hacer nada. Solo seguir al conde. Por desgracia esto no le ayudaba a mantenerse alerta.

Avanzo con cautela entre las calles delante de Toima y Vladimir. Hace poco me ha comenzado un dolor de garganta bastante jodido, así que cuando Toima me pregunta que si falta mucho, no me digno en contestarle. Seguimos hasta llegar a las mismas callejuelas en las que hace apenas unos días, recogíamos las provisiones. Esta vez Vladimir hace lo mismo.
Sólo hay una pequeña diferencia.
Cuando Vladimir pisa una tabla pintada de rojo, un mecanismo se activa y una chica que hace poco ha aparecido delante de nuestras narices queda despedazada por un montón de pinchos.
-Por el Nassandra -murmuro mientras me acerco a ver mejor el cadáver.
O mejor dicho, lo que queda de él.
Vladimir propone entrar al edificio a explorar. Yo estoy de acuerdo, siempre y cuando, no ocurra nada ahí abajo, como que me maten, me apuñalen por la espalda, me den una paliza y me dejen encerrado a merced de un monstruo malvado...
Qué agorero soy.
Veo que a Toima le pasa algo. Rebusca en su bolsillo y rebusca, pero no encuentra lo que busca. Tenemos un problema. En un momento noto que Toima se descontrola y comienza a decir sandeces, pero se calla. Le faltan las pastillas.
-¡Inconsciente! ¿Cómo has podido perder las pastillas? Ahora Vladimir tiene una excusa para matarte si le das problemas y yo no bajo ahí contigo des... -me callo. la garganta me duele demasiado para seguir hablando. Le hago un gesto de "no importa" a Toima y sigo a Vlad.
Ahora tendré que estar preocupado también por si el Káiser mata a Vladimir antes y me deja a mi para el final. Eso sería jodido.

Vladimir avanzó con cuidado entre los oscuros, polvorientos y ruinosos pasillos del edificio, con la espada larga desenfundada en la mano izquierda y con los cinco sentidos en su entorno. Sus oídos estaban tan fijos en los pasos de sus compañeros cómo sus ojos en los escombros, en busca de activadores de más trampas.

Cuando se alejaron de las habitaciones que daban a la fachada y de la luz que entraba por sus ventanales, la iluminación empeoró severamente. Sobre una mesa encontró un viejo candelabro de una sola vela a medio consumir. Recordando los pasos necesarios, Vlad formuló el hechizo de crear fuego, uno de los primeros que le habían enseñado, encendiéndolo. Tomó entonces el artilugio de herrumbrosa plata con la mano derecha y la llevó con él, arrojando así algo de luz sobre su camino.

Al final, llegó a una habitación que había resistido mejor que las otras a los estragos del tiempo. Los muebles aún seguían enteros, aunque cubiertos completamente por telarañas y una gruesa capa de polvo. Parecía algún tipo de despacho, con una mesa y un sillón, a cuyas espaldas se abrían unos ventanales rotos y sucios, que daban a un patio interior.

El conde se acercó con cuidado, sabedor de que una trampa o treta podía estar esperándolo, propiciando una horrible muerte con cada paso despreocupado que diera. Cuando se puso a registrar la superficie de la mesa, hizo un pequeño gran descubrimiento. Había un libro encuadernado en piel sobre ella. Abriéndolo ávidamente y soplando la ingente cantidad de polvo que lo cubría cómo la inexorable losa del tiempo, pudo comprobar que gran parte de él estaba en blanco. Era reutilizable. Ya sólo por aquello valía la pena haber entrado. Aun así, comprobó que era aquello que llenaba las páginas usadas.

Cuentas. Dinero prestado, dinero almacenado, beneficios, intereses… Parecía un diario de trabajo de un banquero o prestamista.

Durante unos segundos recapacitó sobre aquello. Todo aquello señalaba a una única cosa: Allí había dinero. No habían encontrado muestras de cultura monetaria en la ciudad, aunque, bien pensado, no habían buscado demasiado.

Al lanzar un vistazo rápido al escritorio, comprobó que poseía un gran cajón metálico empotrado que bien podía ser una caja fuerte, dotado de una cerradura. O al menos, lo había estado, pues la puerta estaba destrozada a golpes y el sistema inutilizado por completo. En el interior no encontró más que polvo y una moneda.

Le sacó brillo y la puso a contraluz, observando sus destellos bajo la pálida luz del ventanal.

-Señores, creo que he dado con la razón de tantas trampas. El antiguo poseedor de esta parcela parecía ser una suerte de banquero. Toda esta parafernalia defensiva debió de servir para proteger su fortuna, no muy efectivamente al parecer, pues sólo esta moneda nos resta de ella. Pero su libro de cuentas está a medio usar, con lo cual podemos utilizar el papel. Un pequeño gran descubrimiento. Sugiero que no dilatemos más la búsqueda y volvamos al torreón. Visto lo visto, no me parece seguro seguir arriesgando nuestras vidas en este lugar. Encontrar mucho de este material podría costarnos mucho tiempo y quizás muchas más sorpresas desagradables. No sé ustedes, pero yo no tengo claro que pueda sobrevivir a muchas más…

Toima escucho lo que dijo Vlad, jadeantey con un tono de voz apagado, hablo.
-Señor Conde, eso que dices es algo sensato...-tomo aire, como si le faltase y se limpio el hilillo de sangre que se resbalaba por su barbilla y tosio-...pero por unas putas hojas de papel y unas malditas monedas de mierda ella ha tenido que morir.-dijo señalando el amasijo de carne que antes habia sido una persona
-Pero fue divertido...sisisi...Ver su cara de terror antes de su mortal accidente-añadio con una voz mucho mas siniestra y se sumio en carcajadas. Su risa estridente se interrumpio cuando le sobrvinieron una serie de tosidos violentos tras lo cual, el ulterano volivo a hablar, retrocediendo sobre sus pasos, en direccion a la salida.
-Vayamonos de aqui...coño...-

Vladimir retiró la mirada de la moneda para poder mirar a Toima. Parecía estar afectado por lo sucedido, y podía perder el control. Y eso era precisamente lo que sugería su comportamiento. Quizás debería vigilarlo con más cuidado y cautela. Sus sentidos iban a seguirlo cómo su sombra.

-No ha muerto por un libro a medio usar y una moneda, señor Toima.-le dijo, clavándole la mirada en los desquiciados ojos. Su expresión era solemne e inmutable, tranquila.- Aunque hay gente que muere por menos. Ha muerto por nuestro despiste. Por el mío, para ser exactos. Si hubiera sido más rápido al reaccionar, ahora no estaría postrada en el suelo, de dentro a fuera. Ya me encargaré yo de cargar con ese peso en mi conciencia. Por lo pronto, salgamos de aquí. Nuestros compañeros pasarán hambre si no volvemos pronto.

Sin perder un segundo más, guardó el diario entre uno de los cintos de su pecho y su piel, se echó la moneda al bolsillo y volvió a la puerta, con la espada y el candelabro aún en las manos. Cuando volvió a la calle, apagó la vela de un soplido y guardó el artefacto de plata en una de las cestas de comida que le tocaba llevar. Durante unos segundos se dedicó a observar la calle desierta, pensativo. Tras esto, tomó una decisión.

Se acercó a la puerta, dejó su espada apoyada contra la pared de piedra y, tomando seguidamente la daga de su cinturón, gravó en la madera del marco de la puerta un triángulo con un símbolo de exclamación (o el equivalente en rocavarancolés de la fuente). Cuando comprobó que era perfectamente visible, guardó el cuchillo, tomó de nuevo el mandoble y recogió su comida.

-Vamos señores, terminemos de una vez.

Y se echó a andar por las silenciosas y muertas calles de la ciudad, de vuelta al torreón Maciel. Había demasiadas cosas que hacer y poco tiempo.


(Continúa en Torreón Maciel))

La niña de la piel púrpura encabezaba la marcha hacia la bañera.

Me quedé un poco rezagada contemplando extasiada la ciudad. Cada edificio era diferente y único y daba la sensación que estuvieran vivos. Aunque algunos parecían normales, la mayoría daban la sensación de estar habitados por maldad.

-El que debe ser nuestro alimento está ahí- susurró la niña. Y continuó hablando en voz baja hacia los que estaban a su espalda.

Si vas a acercarte a la comida, mantente a una distancia prudente. Es posible que no estéis solos.

¡Otra voz! Pero ésta es diferente. Todavía no se si debo de fiarme o no de las voces, pero por ahora les seguiré el consejo.

Vamos andando por un barrio cuyas calles estaban sin orden, alomejor ibas recto y te hacia girar noventa grados o incluso darte la vuelta entera porque fuera a dar a un muro de mínimo tres metros de alto. No hacíamos otra cosa que andar y dar media vuelta cada dos pasos. Esto era un laberinto. Las casas no eran muy diferentes unas de otras, es más, eran prácticamente iguales. Pero iba la chica de piel violeta la primera, era ella la que elegía qué camino seguir. Me tranquilizaba que ella fuera la primera, aunque solo fuera por el pensamiento egoísta de que si ocurría algo ella sería la primera en sufrirlo mientras a los demás nos daba tiempo a huir. Lo peor, era que además de los gritos del espantapájaros de la bañera voladora, oía el sonido de seres relamiéndose, como si llevaran mucho tiempo sin comer, apenas era un susurro, pero no me gustaba lo más mínimo. "No pienses en eso, los demas no escuchan nada, no debes por qué preocuparte" Me decía una y otra vez. Miraba al resto, estaba seguro que todos se estaban agobiando tanto o más que yo. Además, empezaba a sentir hambre, pero no me apetecía comer, sabiendo lo que nos iban a dar. "Alomejor es una broma" Me decia una y otra vez, pero siempre pensaba despues: "Según como es esta ciudad, eso es lo que nos darán, sin duda eso vamos a cenar esta noche, sesos de rata a la plancha y otras cosas aún peores." En ese momento me di cuenta de que cada vez estaba la bañera voladora más baja, había bajado bastante desde que salimos de la plaza donde nos habían dado el discurso.

Entonces llegamos a una pequeña plaza, los edificios seguían siendo igual, todos con diferencias casi imperceptibles, pero el haber llegado a la plaza me daba la sensación de respirar mejor, de sentir un mínimo de aire y variedad, aunque estos fueran muy escasos, e incluso que solo fuera mi imaginación. Vi en ese momento como la bañera se paraba y se disponía a bajar unas cestas donde debian estar los alimentos. Vi a Lia que hacía presión a los de delante para que sallieran "¿Debo salir, o esperar a que salgan los demás?" Pensé mientras me acercaba, pero entonces lo pensé mejor, ese pensamiento me volvió a la mente: "Que salgan ellos antes, así si pasa algo le pasa a ellos"

La niña azúcar glas abría la marcha mientras todos la seguían. A cada momento, la frustración de Wen aumentaba al ir perdiendo de vista la bañera que seguían y tener la sensación de que se estaban perdiendo en aquel millar de calles entrelazadas sin orden determinado. No le gustaba nada ese sitio. La niña azúcar glas parecía guiarse por la voz del espantapájaros que seguía prometiendo monstruosidades cocinadas a la vez que ellos iban siguiéndola y Wen intentó guiarse también de esa manera, pero el camino era siempre el mismo.

Después de recorrer un sinfín de calles sin salida, por fin dieron con una pequeña plaza. Wen no dudó en colocarse detrás de la niña azúcar glas cuando esta se escondió tras una esquina. La niña hizo unas preguntas que, tras analizar la situación, Wen se dispuso a contestar; pero, entonces, alguien por atrás la comenzó a empujar constantemente hacia adelante, como deseando que callera a la plaza a merced de cualquier ser que pudiera estar esperándolos.

- Ni se te ocurra hacer eso nunca más. - susurró por lo bajo para que solo la niña, cuya voz había identificado vagamente con la de la niña gato, la oyera.

Toda la frustración anterior, la posibilidad de perder el único alimento o que, en realidad, lo que portara la bañera no lo fuera, le hizo enfurecerse hasta tal punto que, tras esos susurros, dio una vuelta rápida a la vez que sacaba su navaja de su escondite, apuntando con ella a la niña-gato.

Al instante se dio cuenta de lo amenazante que se vería en ese momento y que, probablemente, con esa acción les hubiera asustado, cosa que no le desagrado de ningún modo; pero sabía mejor que nadie que si quería aliados esa no era la forma de hacerlos. Y, aunque Wen no los quería, la necesidad se los demandaba.

- Espero que alguno de vosotros tenga armas. No sabemos lo que nos podemos encontrar en esa plaza y, ya puestos, tampoco en el resto de la ciudad. – tras decir eso, con lo que justificó un poco su acción, miró y señaló a la niña-gato despectivamente.- y tú, proyecto de gato, no tienes ni el poder ni el derecho para obligar a nadie a salir solo porque tú tienes miedo de hacerlo la primera. ¿quieres comer? Ahí tienes la comida, ¡corre a por ella! Pero no esperes que el resto salgamos por ti.

Tras sus palabras, Wen se recostó en la pared cruzando los brazos, esperando a que algún mostrara alguna posible arma defensiva o la chica-gato le contestara. Esperaba que esto último no pasara porque ella no dudaría en rajarla con la navaja si la cosa se complicaba, pero no quería empezar su estancia en esa ciudad de esa manera. Intentó no parecer del todo amenazante para que enseñara su arma el que tuviera.

No le gustaba nada la idea de haber mostrado sus armas antes de conocer todos los puntos débiles y fuertes de los demás; pero, realmente, la situación lo requería. Después del discurso, no sabía exactamente qué era lo que podía llegarse a encontrar en ese lugar y, aunque antes todos habían sido bastante desconsiderados al correr sin pensarlo hacia la bañera, cuanto antes se armaran sería mejor.

Todavía no confiaba en ellos, en ninguno, pero la situación requería una acción inmediata y en el fondo, aunque se empeñara en negárselo a sí misma, sabía que no podría sobrevivir sola en un lugar que no conocía.

“Esto no me gusta nada, ¿ Qué pasará ahora? ¿ Donde dormiremos?¿Va enserio lo de tener que sobrevivir? Aquel maldito hombrecillo no me especifico muy bien esa parte del trato” Me voy repitiendo las preguntas en mi cabeza mientras deambulo con el grupo siguiendo a aquella bañera flotante y a la niña lila por las calles de aquella ciudad en ruinas. Estoy tan absorto en mis pensamientos que no me doy cuenta de las construcciones que me rodean hasta que me percato que el grupo se detiene y se acercan a un muro de piedra. Miro a mi alrededor y lo que veo no es muy alentador. “Todo esto no tiene nada de maravilloso, valiente mierda de plaza, valiente mierda de edificios,¡Valiente mierda de todo!.” Me digo mientras observo como la bañera se detiene en un plaza pequeña, rodeada de edificios lisos y como todo lo que me rodea, esta o derruido o en malas condiciones.

“Al menos han dejado de cantar guarradas. Espero que el menú no sea así de verdad por que si no creo que pasaré algo de hambre.” Ahora me fijo en el grupo de “personas” del que estamos compuestos, veo que poco a poco se van haciendo grupillos entre ellos. “ Es hora de comenzar a hacer amigos, aunque lo intentaste antes y no funciono mucho Matt.” Me digo mientras observo a todos los chicos que se congregan en el muro de la plaza.

-¿Qué se supone que tenemos que hacer? ¿Escalar?- Digo esperando a que alguien me hiciese caso para acercarme hacia el. No tengo tiempo de recibir respuesta a mi pregunta cuando unas cestas empiezan a descender de la bañera hasta posarse en el suelo. “ Nadie se mueve, que esperan ¿Una invitación? Tu no te muevas del sitio que ya se adelantará alguien, paso de encontrarme con que el menú que cantaba el de arriba sea de verdad lo que había”

De pronto observo movimiento en el grupo, me fijo y es uno de los gatos que mientras anda va dando pequeños empujones a los que tiene delante. “¿Que se supone que espera? ¿ Que la gente ande? Se parece a la gata de mi abuela cuando estaba alta que se refregaba dando pequeños empujoncitos a todo lo que encontraba” No puedo reprimir una risilla y una sonrisa. La niña gato sigue intentando refregarse con todos los demás cuando de pronto Wedn se da la vuelta. Al tiempo que se da la vuelta un brillo sale de su mano y comienza a hablar, pero no puedo escuchar lo que dice, estoy demasiado interesado en desentrañar que es aquel brillo de su mano.

“Pero que cojones.... ¿Es un mechero? No mierda es... ¡Una navaja! Matt corre que al final capan a la gata”
Me adelanto un poco hasta estar a la misma altura que el grupo y me pongo en medio de las dos. -¿Es un cuchillo? Ten cuidado Kitty que te van a capar como sigas refregándote de esa manera- Me dirijo dándole la espalda a Wedn y dirigiéndome a la gata. De pronto una idea brillante me inunda la cabeza. “¡Bingo! Matt que lo haga ella, tiene un cuchillo y tu... tu desgraciado tienes un Zippo. Ella puede defenderse, tu lo máximo que podrás es quemar a alguien los pelos de la nariz....” Diciendo esto me giro hacia Wedn. Mientras me giro mi mirada pasa fugazmente por todos los que el recorrido de mi giro se encuentran a mi vista y mi mirada se vuelve a iluminar al ver a el chico albino. Hago como que ignoro su presencia y lo vuelvo a mirar de reojo y una idea brota nuevamente en mi mente que hace que una sonrisa picara se dibuje en mi rostro. “No, que lo haga el. Y se perfectamente como hacer para que lo haga” Miro a mi nueva amiga Británica armada y empiezo a articular mis palabras, moldeándolas como tan bien se me ha dado desde que tengo memoria.

-Señora, relajate y guarda el cuchillo que no creo que lo tengas que usar, a no ser que quieras untar los sesos de rata que nos ofrece nuestro amigo el cantarín. ¿Quien sabe? A lo mejor es familia de nuestra amiga cantora lila.- Mientras digo esto hago que se escape un hilo pequeño de risa para que vea que voy de buenas maneras. Entonces me acerco un poco mas a ella y bajo el tono de mi voz de tal manera que seria imposible que nadie mas nos escuchase – Entre tu y yo, yo no les veo con muchas ganas de ir a coger las cestas.- Hago una pausa como si estuviese reflexionando y vuelvo a hablar -Espera, se me ha ocurrido una cosa que puede ser divertida, ¿Por que no le dices a tu miniguardián que vaya a por ella? Por como te mira parece que sea tu pequeño subordinado querida- Mientras digo esto señalo con un ligero cabeceo hacia el niño albino y vuelvo a mirar a Wedn. - Se lo diría yo, pero creo que a ti te hará mas caso, no me apetece repetir otra escenita como en el salón aquel. Es más me atrevería a decir que no le caigo muy bien a tu amiguito. ¿No crees? Terminando de decir esto me alejo un poco de ella con mi sonrisa picara pintada en la cara, es una sonrisa amena que me ha salvado el pellejo en otras muchas ocasiones y siempre me ha funcionado. Recupero la posición original que tenia cuando comencé a hablar con ella mientras la sigo mirando a la vez que saco un cigarrillo y lo enciendo. Doy un par de caladas al cigarro esperando que Wedn sopese la proposición que acabo de formularle pasado unos pocos segundos vuelvo a dirigirme a ella -¿Que dices? ¿Vamos a medias?- y levanto el cigarro ante ella esperando una respuesta de mi querida amiga Británica. “Esto va a ser muuuuuy entretenido.. si señor”