Barrio de los Mil Dioses

El lémur llegó justo a tiempo para escuchar parte del discurso de Yukael y la consiguiente respuesta de Dama Enigma. Sus manos se convirtieron en puños por la impotencia de contemplar a un ser tan cobarde como lo era el krampus, pero algo en las palabras y el tono de voz de la bruja consiguieron que mantuviera una calma fría, más propia de una venganza que se teje a fuego lento.

Optó por guardar silencio absoluto por el contrario que su amiga, no es que viera con malos ojos que ella se pronunciara pero prefería que el hombre desconociera su presencia en aquel lugar hasta el último momento, solo por si acaso. Eso no impidió que usara uno de los talismanes telepáticos para comunicarse con el resto. "Coño, verte trabajar en tu despacho es muy distinto a esto, Dama Enigma" fue el pensamiento que proyectó. Las palabras de la idrina solo provocaban que su excitación por ponerle un ojo morado a ese tío aumentara.

Sus dedos negros se tensaron, preparados para hacer acudir a la magia más abrasiva a sus manos al mínimo movimiento. En lo que a él respectaba su labor ya podía haber terminado. Tenían a Mónica. Viva. Pero sería un egoísta y desagradecido al ignorar que aún había desaparecidos en la ciudad.

Y joder. Por qué no. Inmoral o no él también tenía ganas de reventarle la puta cabeza.

Permanecer en completo silencio para preservar su anonimato en la estancia fue una tarea difícil para el lémur que, tras escuchar la confesión más que evidente de Yukael, solo tuvo ganas de acercarse y darle tal hostia en la mandíbula que se le pusiera del revés.

Dama Enigma tenía razón, en Rocavarancolia había que ser multifacéticos, y pronto todos lo comprobaron. El rol de interrogadores se había disipado tan fácil como cualquier intento de tregua. Habían disparado primero así que solo quedaba apretar los dientes y lanzarse al barro.

Al belga se le escapó un gruñido cuando los conjuros parecieron impactar en dos de sus aliados, probablemente comiéndose una buena parte de sus protecciones. No tuvo tiempo para discernir quiénes habían sido pues su respiración se aceleró y el combate le llamaba a filas al son de la voz de Sinceridad, quien le avisaba de la posición del nuevo atacante invisible.

Suspiró, tratando de calmar el temblor de sus manos. Confiaba en la argos con una fe ciega, nunca mejor dicho, pero no poder ver a su oponente era toda una faena. Aún así sus dedos negros se movieron con rapidez elaborando uno de los hechizos que más había practicado y haciéndole pagar quizá con la misma moneda.

Tomó una distancia prudencial de la bruja y sus compañeros para que en caso de establecer algún tipo de duelo el resto pudiera concentrarse en Yukael y de paso aquel idiota se obscecara en él. Mierda, no se había preparado para morir, todavía no.

El olor a plata inundó sus fosas nasales cuando sus manos trazaron el semicírculo final y dos lanzazos de magia fueron arrojadas al área estimada que había marcado la roquense con la esperanza de que al menos alguno de los dos acertara en el blanco. No es que tuviera un arsenal impresionante pero tampoco deseaba usar los hechizos más destructivos. No tenía tiempo, y no quería dañar a nadie en el camino.

"¿Se supone que vamos a matar o cómo va esto?" pensó para todos con cierto nerviosismo y haciendo uso del talismán telepático mientras se reubicaba a una posición aún más diagonal, debía aprovechar que en principio a él no le veían.

En los siguientes segundos trataría de preparar un relámpago negro y plata mientras hacía esfuerzos inhumanos por no cagarse encima.

"Pues no se hable más. Al turrón" respondió mentalmente a las palabras que le habían dedicado sus compañeros de armas. Lo cierto es que el ir todos a una solo hacía que el lémur se envalentonara más y que su cuerpo se encontrara inmerso en una adrenalina que de encontrarse en un concierto de rock, provocaría que estrellara su guitarra contra el suelo en un espectáculo bochornoso de cuerdas y astillas.

Sus dos lanzazos mágicos dieron en el blanco, formando un chisporroteo al golpear en un objetivo invisible y no perderse contra las paredes del fondo. La práctica de haber estado entrenando contra muñecos de paja o quizá el azar, quisieron que su relámpago negro y plata alcanzara también a su enemigo.

"WOOOOOOO. ¿HABÉIS VISTO ESO? MENUDO COMBO" se proyectaría en la mente de todos antes de que tuviera que frenar su propio frenesí al percatarse de que el hechicero no se había quedado atrás. Ahora Sinceridad y él eran perfectamente visibles. Además el descabezado parecía estar en problemas.

La boca de Tayron se torció a un lado, pero fueron sus puños apretados los que delataban la rabia que estaba sintiendo. Una vez bajado el telón necesitaba que cayeran todas las máscaras.

—Me toca —anunció hablando por primera vez y sin querer perder tiempo en comprobar que el dullahan se encontraba en buen estado. Sus dedos negros se movieron con rapidez, dirigiendo un hechizo de dispersión en dirección a donde la roquense dictaba en un intento de acabar con su invisibilidad. Era mucho más práctico para que atinaran todos, y estaba harto del anonimato.

Los demás parecían estar encargándose de Yukael mediante hachazos y conjuros de contención inversa, así que su objetivo seguiría siendo tocarle los huevos al segundo desgraciado que había aparecido en escena. Antes de observar si su primer sortilegio había tenido efecto o no se dispuso a maniobrar con un hechizo de impacto. El aire se enrareció los segundos en los que tardó en insuflar toda la fuerza de demolición de la que fue capaz, luego extendió las manos emitiendo un quejido por la pérdida de reservas repentina y el esfuerzo propio.

Solía darle igual porque de base tenía más gasolina que la mayoría de la gente. Pero no podía ir en segunda marcha, cuanto antes acabara el combate mejor. Y si terminaba estampándolo contra algún muro se daría con un canto en los dientes.

La respiración de Tay se entrecortó en un instante, pendiente de cerrar los ojos cuando Dama Enigma alzara su estoque.