Acantilados

La roquense se guardó la última frase de Mónica al respecto de los secretos. Si hubiera estado infiltrada en alguna región del Coro, le habría parecido que la habían descubierto, pensó, pero no le dio mayor importancia que un simple comentario.

Le resultaba curioso oírla hablar del tal Doce Punto. ¿De verdad creía que le encontraría? Ella no quería encontrar a Mike, al menos no de forma tan imperiosa u obsesiva como la terrícola. Y tampoco sabía si le había mentido del todo. Sus compañeros sí que habían descubierto poderes sin igual, pero la magia se le escurría de los dedos, solo la lograba en sueños.

Iba a decir algo cuando una sombra en lo alto de las ruinas le llamó la atención. Era diminuta, pero le pareció distinguir un pico y unas alas. No le habría dado mayor importancia si no hubieran aparecido varias decenas de la nada. Sinceridad se detuvo y habló en voz baja al grupo mientras notaba cómo les miraban. No le gustaba ni una pluma.

—Eh... ¿Qué tal si damos la vuelta o damos un rodeo? No creo que haya sinhadres allí dentro...

Siendo sinceros, la atención de Mónica estaba algo dividida: cuanto más caminaban por allí más atenta estaba al suelo, por si acaso este se desvanecía debajo de sus pies, y no tanto a la conversación. Por eso no se dio cuenta del silencio hasta que resonó un graznido en el aire.

La chica levantó la vista justo a tiempo para ver salir a montones de pequeños seres alados del «faro». «Son tan pequeñitos» pensó primero, con una nota de ingenuidad. Después se impuso la razón al tiempo que Doña Plumitas hablaba, y un escalofrío la recorrió recordando cierta película.

—¿Habéis visto Los pájaros? —comentó con una nota de urgencia en la voz sin dejar de mirar a esas criaturas y forzando una sonrisa—. Supongo que no, pero solo tenéis que saber que pueden hacer mucho daño si se ponen todos en grupo y que da todo el miedo. Vámonos ya.

«Solo espero que estas criaturas no hayan visto nunca a Hitchcock».

Los motes:

Lebra y Mónica coincidieron en que lo mejor sería irse o, al menos, esquivar la torre y la zona circundante. Ya le habían explicado qué era una "película", así que dio por hecho que la terrícola se refería a otra de esas cintas. ¿Pero por qué verían cosas de animales peligrosos o incluso asesinos? ¿Qué entretenimiento podía tener eso? <<Le preguntaré más tarde u otro día>>

Pero antes, correría. O caminaría rápido, mejor, para no "alarmar" a las aves. <<¿No podrían ser todos los emplumados o alados inteligentes como yo? Debería ser su dios o algo así, ¡la única emplumada civilizada!>> Sonreía cuando giró hacia la izquierda, para pegarse más a los últimos edificios pegados a los acantilados, y, de nuevo más centrada, desanduvo el camino de vuelta a su faro. No quería que les siguieran, claro, pero al menos si lo hacían lo tendrían más difícil entre las calles <<a no ser que nos crucemos con algo peor>>

La chica se dio la vuelta y comenzó a caminar, a pesar de que darles la espalda a las aves no sonaba como si fuera una buena idea. Imitando a Sinceridad no echó a correr, pero sí caminó rápido. No lo suficiente.

Un nuevo graznido sonó de nuevo. «Oh, oh. No… no pienses en Los pájaros, no pienses en Los pájaros, no…».  Cuando Mónica se giró, incapaz de ignor el sonido por más tiempo, pudo ver cómo una nube oscura se dirigía hacia ellos con intenciones claramente bélicas.

Dando un grito agarró a sus compañeras y echó a correr todo lo rápido que pudo, aunque no lo suficiente. Como en la película, en una especie de descarnada parodia, las aves les atacaron. Mónica gritó de nuevo, un grito largo y agudo, soltando a Lebra y a Sinceridad para llevarse los brazos a la cara.

Los motes:

Se les echaron encima, pero lo primero que sintió no fueron picotazos sino el tirón de Mónica. Pero por suerte les soltó y pudieron reaccionar mejor. La roquense se cubriría con el escudo, pero también intentaría descolgar la espada para usarla contra los pájaros. Le daba mucha rabia verse rodeada y atacada por criaturas inferiores a su raza, tan reducidas de tamaño y tan poco civilizadas. Y encima, convivían con los monstruos de la ciudad, pensaría más tarde, ¡salvajes!

Centraba como estaba en cubrirse la cara, agachada con el escudo, mientras intentaba sacar la espada... no podría correr. Tres pensamientos fugaces cruzaron su cabeza: "cebo", "Mónica y Lebra" y "volar". En ese orden. Y en ese orden lo intentaría.

La iban a desplumar. Había más seres que mandobles podía dar, pero no solo la iban a desplumar sino que algunos picos alcanzaron piel y, ¡para colmo!, no consiguió atraer toda su atención y un gran número mantuvo su persecución a las chicas. <<¡Maldita sea!>>

Si se quedaba allí, así, soltando espadazos a diestro y siniestro, acabaría mal. Podría volar hacia las otras dos, pero... ¿sería más rápida que el enjambre? En el momento en que pensó en volar, temió por que pudieran herir sus alas. Definitivamente tenía que salir de ahí. Las abriría con fuerza y saltaría, y si conseguía elevarse, se lanzaría hacia sus compañeras.

Pero ahora bien, ¿podría realmente echar a volar y seguir asestando mandobles? Solo podía probar. Saltó.

Mónica dejó de prestar atención a todo lo que no fueran los picotazos de los seres que estaban acosándolas. Acuclillándose y agazapándose sobre sí misma para ofrecer la menos superficie agredible posible, escondiendo la cara, escuchó a Lebra, quien se quejó por un momento de los pájaros, y sintió más que vio cómo Sinceridad trataba de defenderse con su espada.

«Mi cuchillo no sirve de nada. Son muy pequeños» pensó, aturullada. En ese momento oyó la voz de Lebra, quien les pedía que distrajese a los animalejos. Por un terrible segundo Mon estuvo tentada de no hacer nada, pero la lealtad pudo con ella. Irguiéndose de nuevo, trató de acercarse a Lebra al tiempo que blandía su cuchillo, a sabiendas de que poco podría hacer con él, mientras se cubría la cara con el otro brazo y aullaba a pleno pulmón.

—¡Aquí! ¡Aquí, hijos de la gran puta! ¿No queréis pelea? ¡Tomad pelea, bastardos! ¡Aquí! ¡Yo estoy más buena que ella! ¡Venid a por mí!

«Si esto no funciona, estoy muerta». No pudo evitar ese pensamiento, pero, extrañamente, sonrió.

Los motes:

Mónica siguió avanzando, tratando de protegerse de la bandada de «pájaros» y al tiempo, tratando de atraerlos hacia ella para darle tiempo a Lebra.

—¡Aquí! ¡Aquí!

El vuelo de los bichos viró: casi todos hacia la roquense, que trataba de volar, y más hacia ella que hacia la nublina. Bien. Estaba haciendo bien su trabajo. La chica sonrió, dolorida, e hizo todavía más ruido, gritando con un grito agudo, largo, sin palabras, que reflejaba el miedo que tenía.

«Date prisa, Lebra» urgió con el pensamiento.

Los motes:

La roquense se estaba desquiciando, pero al menos le dieron unos momentos de tranquilidad en los que pudo serenarse. Lebra intentaba hacer algún hechizo mientras Mónica atraía a un grupo de aves... pero el descanso llegó a su fin cuando vio a la mayoría lanzarse contra ella misma <<¡joder, joder!>>

Estaba claro que si atraían su atención, la nublina tendría más opciones, pero Sinceridad se veía en apuros con tantas criaturas para ella. Batió las alas con toda la fuerza y rapidez de que disponía y voló para alejarse de la bandada. Seguía armada con el escudo y la espada y los usaría si se le acercaban demasiado.

Hacía tiempo que no se veía en apuros. No de esa forma. No había olvidado el dolor de golpes y cortes, pero cada herida, cada picotazo (en este caso) era una experiencia dolorosa nueva incomparable a las anteriores. No podía decir que estuviera acostumbrada a las heridas, <<solo un loco se acostumbraría a eso>>, pero tampoco le frenarían. Al menos no los primeros picotazos. Pero la bandada que se le echaba encima... le aterraba. Y si no lo hacía ahora, lo haría cuando les tuviera encima.

—¡Lebra, haz lo que vayas a hacer o tendré que perderlos de vista en la ciudad; son demasiados para mí sola! —gritó en una de sus idas y venidas.

Después de lo que a Mónica le parecieron mil años, Lebra pronunció el hechizo y este actuó, aunque no sobre todas las criaturas. Un pájaro cayó, graznando, a su lado, y la chica, casi sin ser consciente de lo que hacía, lo pisó en su camino hacia la nublina, aunque ante el sonido no pudo evitar una sonrisilla vengativa y un «Toma, hijo de puta» susurrado en voz baja. Mon se limpió la frente y retiró la mano manchada de sangre. Se miró las manchas sin reaccionar. Después, miró hacia arriba.

Había muchos otros pájaros todavía en el cielo. Menos, sí, pero bastantes.

—Huyamos —dijo en tono urgente, lo suficientemente alto como para que Sinceridad pudiera escucharla.

Los motes: