Antiguo Mercado

-Chromsa y Adam, ya veo...- dijo mientras le daba la mano al ruso. El chico añadió al comentario del humano: -Bueno, hay de todo en esta ciudad, por eso alguien tiene que trabajar para que vaya a mejor aunque algunos no lo comprendan.- El ochrorio lo observaba con curiosidad. Si era un caballero, debía de tener un tiempo en la ciudad. Tal vez podría ayudarles a manejarse como ciudadanos.

-¿Y cómo se llama?- preguntó Chromsa. El chico le miró y empezó a responderle: -Me alegra que me lo preguntes y perdonad mis modales; por cierto, puedes tutearme, no te preocupes.- Dio unos pasos atrás para prepararse y se aclaró la garganta antes de responder la pregunta: -Ejem, ejem... ¡Yo- comenzó a preparar su pose con algunos movimientos -soy Erknest, el Caballero Ciervo! ¡Protector del bien y la justicia en Rocavacarancolía!- concluyó triunfante alzando su mano derecha con el puño cerrado. Después tanto él como Chromsa se mantuvieron en silencio por motivos distintos (en concreto el ochrorio estaba asimilando aquella presentación tan... no tenía claro que adjetivo usar) por unos segundos hasta que se rompió cuando un par de hojas se le pegaron al caballero en la cara. -¡Por la Acromía, lo siento muchísimo Erknest! Todavía no las controlo muy bien, debería haber tenido un poco más de cuidado, perdón.- se disculpó aprisa mientras apartaba las hojas para encontrarse con unos ojos perplejos a lo que había pasado. Tras unos segundos, el Caballero Ciervo reaccionó volviendo a una postura más natural: -No pasa nada, las transformaciones siempre cuestan al principio.-

Hechas las presentaciones, la curiosidad de Chromsa le llevó a hacer la primera pregunta: -Y... ¿Hace mucho que eres ciudadano?- Erknest contestó: -En realidad no. Justo hace un año desde que me llegaron los cambios, aunque aun así ya tengo cierta fama en la ciudad.- Hizo algunos gestos para que resaltaran sus cambios más visibles y se dispuso a preguntar también: -Dejad que adivine, ¿sois los nuevos, verdad?-

Lethe asintió y leyó las indicaciones que el irrense le había dado a Kahlo para ayudar en la búsqueda. Tardaron un poco, pero finalmente lo encontraron: un establecimiento cerrado, con un escaparate lleno de cachivaches raros de percas. Cuando la varmana preguntó, dejó que respondiesen primero Chromsa y Adam, aunque ella ya sabía la respuesta desde el principio pero desde luego hubiese cambiado de opinión si no fuese así tras escuchar su decisión.
—Voy contigo —le dijo a la aparición nocturna, siguiéndola al interior del local.
No pensaba dejarla sola, por muy supuestamente de fiar que fuese la recomedación del tal Krono Rádem,

Una vez dentro pudo ver más movidas extrañas, además de cosas más reconocibles como minerales o joyas como las que quería vender su amiga. Estas decoraban las paredes del lugar en estantes de colores llamativos junto con más cosas raras que principalmente parecían hechas de metal, o eso creía la horus. Y tras un mostrador de cristal en el que había expuestas más joyas y similares, un tipo bajito que posiblemente fuese nublino, sin cambios apreciables y vestido con una túnica llena de adornos y detalles que le hicieron apartar la mirada enseguida porque creía que si la miraba durante más tiempo se iba a quedar ciega.

—¡Bienvenidas! ¿Sois nuevas en la ciudad, tal vez? No reconozco vuestras caras—les saludó efusivamente y con una sonrisa que también brillaba debido a un diente de oro—. ¿Qué os trae a mi humilde establecimiento?

<<Humilde, dice>> pensó aguantándose una risotada sarcástica.

Después de las presentaciones el chico siguió expresándose de forma curiosa, quizás nada de lo que vio era una actuación y Erknest, tal y como se presentó, confirmaron esto. Adam levantó las cejas ante tan llamativa presentación, refiriéndose a sí mismo como el Caballero Ciervo. Todos se callaron, incluyendo el propio pegaso, hasta que Chromsa, sin quererlo, provocó que dos hojas se estrellasen en la cara del caballero.

Chromsa se le adelantó preguntando acerca de su estancia en Rocavarancolia. Aunque fuese un año, Erknest quizá tendría experiencia en la ciudad y tener conocidos como él puede ser bueno para todos y aprender un poco más de lo que les rodea. Lo de ser famoso no le quedó muy claro pero si él lo dice supuso que sería verdad.

—Lo cierto es que sí. Estuvimos refugiados en el Torreón Silente, no sé si lo conoces. Ayer mismo tuvimos los cambios y todavía nos estamos acostumbrando a ello. Visitamos la Torre Serpentaria y creo que la mayoría vamos a quedarnos ahí por lo pronto —Adam prefirió no otorgar mucho detalle sobre las transformaciones, al menos la suya por el momento.

El ochrorio asintió a las palabras de Adam, reafirmando lo que había dicho. -Tal como imaginaba entonces. Se nota la inexperiencia, pero no os preocupéis, no se tarda demasiado en acostumbrarse a esta nueva vida.- dijo Erknest intentando hacerse el interesante con más de sus gestos exagerados. Continuó: -Y sí, he escuchado hablar de ambos sitios, aunque nunca los he visitado. Desde luego habéis empezado con buen pie, eso sí.-

Al igual que el caballero miraba de reojo las hojas que flotaban cerca, Chromsa también sentía curiosidad por aquel ciudadano. A estas alturas no le importaba que fuera extravagante teniendo en cuenta los encuentros que habían tenido, era algo ya casi normal con la mayoría de habitantes. Desde luego no llegaba a la locura de Ataulfo aún siendo raro, pero el ochrorio veía buenas intenciones en él desde el primer momento. Tal vez por eso no se había sentido tenso al acercarse a un total desconocido. -Y Erknest, ¿qué es lo que hacías exactamente aquí? He escuchado algo de que ayudabas a los necesitados o algo así.- preguntó mostrándose un poco más cercano. -Y has escuchado bien, amigo mío. Soy un caballero que lucha por la justicia, así que ofrezco mis poderes y mi destreza para realizar todo tipo de encargos para los necesitados si así se alcanza el bien algún día.- le respondió animado (si bien la mayoría de veces que hablaba lo estaba).

Aquello hizo que Chromsa estuviera aun más emocionado. No solo habían conocido a un ciudadano amigable, sino que podía ayudarles a adaptarse a la ciudad. Le preguntaría sobre ello un poco más tarde, antes tenía curiosidad por otra cosa: -¿Entonces también tienes poderes de la Luna? Yo controlo las hojas y puedo sentir el peligro en cualquier momento, pero creo que no he visto nada parecido a tus cambios en los libros de Serpentaria. ¿Qué eres exactamente?- El chico empezó tan altivo como de costumbre a hablar, aunque pasó a estar pensativo: -Por supuesto que tengo habilidades especiales, aunque... No tengo ni idea de qué nombre tiene mi transformación. Parezco una comadreja, pero hasta ahí llego. Aunque creo que en algún momento he visto alguna cosa de mitología que se parecía a estos cambios. ¿Tal vez en la japonesa?- Aunque la pregunta parecía ir dirigida a él mismo, miró a Adam. Parecía confiar en que él supiera a lo que se refería.

—Bueno, hemos seguido adelante a pesar de muchas cosas —el pegaso no estaba demasiado de acuerdo con lo de buen pie, no es que lo tuvieron fácil. Sin embargo prefirió callar, quizás el chico las pasó incluso peor.

Pero desde luego lo que hizo sacar una ligera mueca de confusión en Adam fue el… ¿comportamiento? ¿Forma de hablar? Si bien sus expresiones eran el todo exageradas, además de sus gestos, todas las cosas que Erknest que decía de sí mismo… simplemente el chico es raro. Aunque mostraba ser una persona de diez aun con su curiosa personalidad, que para ser justos algunos tipos como Biblios podrían considerarse incluso peores o más insufribles.

Entonces Chromsa preguntó sobre lo que la luna le otorgó a Erknest. El chico no era reconocible o al menos para Adam, quien miró sus rasgos intentando conectarlo con algún ser mítico. Ni siquiera el propio Erknest sabía en lo que se había convertido y él dedicó una mirada de duda en el pegaso.

—Pues no caigo en lo que eres, lo siento. No me sé demasiado la mitología de Japón —admitió su ignorancia en el tema—. Y tampoco he visto nada remotamente parecido a ti, solo he llegado a ver algunas de los demás y la mía que, bueno… son más reconocibles. La de Chromsa fue fácil, él es un fauno—. dijo señalando con sus manos al ochrorio en un intento de aludir a las nuevas patas caprinas de su pareja.

Adam se emocionó al reconocer algunas cosas (ella también reconoció el ventilador de techo, pero lo que había llamado cámara no se parecía lo más mínimo a las de su mundo) pero a pesar de su interés prefirió quedarse fuera con Chromsa. No dijo nada, le valía con que Lethe la acompañase y el ochrorio no se quedase solo, aunque si echó un breve vistazo atrás antes de entrar por si se arrepentía.

Dentro había todavía más cacharros, algunos abiertos y separados para extraer sus materiales. Miraba un montón de llamativos relojes con números que parecían de distintos mundos hasta que se dio cuenta de que lo que había detrás del revoltijo de adornos y tela era una persona. El hombre le recordó a Kolja ahora que estaba desteñido, aunque sus tonos más oscuros le hicieron ver que se trataba de un nublino. La amabilidad y el brillo del diente de oro la hizo sonreír, divertida por aquel personaje.

—Buenos días. Sí, somos nuevas. Nos… —dudó unos segundos, no era una frase precisamente natural la que iba a decir—. Nos transformamos anoche. Yo soy Kahlo y ella es Lethe —no sabía si le importaban si quiera sus nombres, solo eran clientas, pero igual le pareció correcto hacerlo—. Venía por recomendación de Krono Rádem para vender algunas joyas. Tengo que endeudarme con él —con una sonrisa y buen humor apartó ligeramente un ala para enseñar la ausencia de brazo, autoexplicativo.

>>Son varmanas, de la joyería de mis padres —continuó mientras le enseñaba la izquierda, donde le había pedido a sus compañeros que le pusieran todas sus prendas; las que llevaba de normal en ese brazo y todas las que deberían estar en el derecho, un verdadero caramelito de oro para cualquier ladrón. Tendría que pedirle ayuda a Lethe para quitárselas, pero iría poco a poco para ello: quería saber cuanto le ofrecía por unas cuantas antes de deshacerse de sus favoritas. Las que robase… no, las que cogiese en casa de sus padres ya le darían más igual. Primero irían una pulsera de oro con forma de enredadera (tenía dos, no había dolor), un anillo con una esmeralda rectangular tan grande como la yema de su pulgar (siempre le había parecido un poco exagerada), otro con una más pequeña y redonda y uno de sus anillos con forma de media luna, el oscuro. Pensó en darle también su gargantilla de perlas de rutenio, con la nueva pelusa de su cuello le quedaba patética, pero el cariño que le tenía era demasiado.

—Son de oro, rutenio y esmeralda. La pulsera y el anillo de la luna los hizo mi madre, como verás tienen un acabado impecable —le miró con espectación. Vender la moto era una parte clave en cualquier negocio.

Erknest se desilusionó por un microsegundo ante el desconocimiento de Adam, pero siguió escuchando con cierto interés lo que contaba sobre las transformaciones del grupo. -Bueno, no pasa nada. Acabáis de pasar por mucho, es normal que os hayáis centrado en las vuestras. Aunque...- dio un paso hacia el ochrorio antes de seguir -he visto algún fauno más por aquí y no recuerdo de ninguno que tuviera todas esas hojas revoloteando como pájaros. ¿Es cosa de magia?- Chromsa no tardó en contestar: -En realidad es que la Luna me ha dado una transformación doble. Aparte de un fauno, también soy un brujo de las hojas marchitas y puedo hacer muchas cosas con ellas. Y bueno, aparte tengo magia, claro- Por supuesto, al brujo le había extrañado que su pareja no hubiera mencionado nada de su transformación. ¿Tendría que ver aquello con la preocupación que tenía cuando le dijo que era un pegaso esa mañana? Tenía toda la pinta, desde luego.

-Ajá, ya veo... Sí, conozco a algunos brujos y eso de los dominios  que tienen, y de hecho conozco a un anciano algo cascarrabias similar a tu caso.- habló. A Chromsa le extrañó algo en ese momento (obviando el hecho de que el Caballero Ciervo no fuer muy normal en un principio). Le pareció que en cuanto acabó de decir sus capacidades a Erknest se le iluminaron los ojos por un momento, aunque era algo difícil de decir teniendo en cuenta el buen humor que parecía tener en todo momento. Después de decir aquello, el caballero volvió a girarse hacia el humano y preguntó pensativo: -¿Por casualidad tú también puedes hacer magia? No reconozco qué cambios tienes ahora mismo. ¿Eres uno de esos cambiantes, tal vez?- La pregunta cogió un poco de sorpresa al ochrorio. No es que fuera una pregunta extraña en esa ciudad el si alguien podía hacer magia, pero teniendo en cuenta sus sospechas sobre la reticencia de Adam de hablar de sus cambios... El occhrorio miró a su pareja, tanto por saber cómo estaba y para ofrecerle apoyo en el caso de que necesitara ayuda para salir de esa conversación concreta.

—Encantado, encantando. Os podéis dirigir a mí como Tacuaral Amón. Porque así es como me llamo, vaya —rio el comerciante tras las presentaciones que llevó a cabo Kahlo—. Solo Tacuaral también es suficiente —añadió mostrando una amplia sonrisa con diente de oro reluciente.

>>Comprendo, comprendo —asintió echando un discreto ojo a la falta de brazo de la aparición nocturna—. El buen Krono Rádem, muy buen cliente, sí, sí. Un chico poco hablador pero muy profesional, o eso me han dicho.

La enderth mientras tanto tan solo observaba, un tanto molesta por la actitud casi teatral del dependiente pero no lo reflejó de forma externa y tan solo se guardó sus peculiares insultos para sus pensamientos. No estaba haciendo nada malo de todas formas, solo le resultaba molesto. Ayudó a Kahlo diligentemente cuando le pidió ayuda para sacarse las joyas, pero no le apetecía abrir el pico. Tampoco tenía nada qué decir, realmente.

Tacuaral mientras tanto había recogido del mostrador unas aparatosas gafas doradas especiales llenas de inscripciones rúnicas y lentes con las que comenzó a examinar las joyas que la varmana le tendía.
El brujo emitió un pequeño silbido de admiración al observar los detalles de algunas de ellas.
>>Tu madre es una profesional de órdago, puedo verlo, sí, sí. Estaría encantando de comerciar con ella a través de ti, ya me entiendes —volvió a sonreír ampliamente, con un aspecto más ridículo en esta ocasión debido al armatroste que tenía en la cara—. Las esmeraldas no alcanzan precios tan altos por lo general, pero puedo pagarte bastante bien por este exquisito trabajo. El oro y el rutenio, por supuesto, son mucho más valiosos. Sí, dame un momento…

El comerciante se quitó las gafas y comenzó a escribir frenéticamente con una pluma en un trozo de pergamino. Realizó unas sumas que las chicas no podría entender, pero dejó una cifra final bastante clara que subrayó dos veces.
—Nadie te pagará mejor que yo por estas exquisiteces: te lo puedo garantizar. ¿Qué opinas? ¿Tenemos un trato?
El precio que le ofrecía no era una mala cantidad inicial para pagar el adelanto del implante que le había explicado Krono Rádem.

Adam atendió curioso a Erknest ya que él dijo que vio algún que otro fauno por la ciudad. ¿Quizás si el ruso estuviese atento a los demás vería a alguien con sus mismos rasgos? Es relativamente fácil de ocultar y, que él recordase, tampoco había nadie con plumas en los brazos.

Chromsa sacó el tema de la magia y Adam todavía no se detuvo a probar si su nuevo yo tiene magia a su disposición. En el libro que leyó no concretaba nada acerca de ello ni tampoco decía nada de si los pegasos se le catalogan como brujos como tal. Kolja demostró que ganó el poder de la magia gracias a lo que ahora es pero, por otro lado, Amira fue justo al revés según lo que escuchó. Detenido en sus pensamientos fue pillado de imprevisto por Erknest quien preguntó por sus capacidades mágicas y en lo que la luna le convirtió. No estuvo demasiado cómodo con la última pregunta.

—Esto… ¿Cómo te lo digo? —con eso dicho y lo que previamente se le escapó era imposible esquivar la pregunta con la excusa de “a mí no me hizo nada la Luna”. En Chromsa y su mirada leyó duda y preocupación pero, sobre todo, apoyo. Adam no quería creer en lo que el libro dijo pero era tan… específico con la raza de los pegasos que perturbaría a cualquiera. Suspiró hondo—. ¿Podemos… hablar en otro sitio menos concurrido?

Adam pidió permiso a ambos de ir a un pequeño callejón solitario no muy lejos de la zona de partida, un lugar lo suficientemente discreto para que Adam pudiese remangarse la manga derecha y dejar que las plumas, antes apretadas, saliesen al exterior abriéndose un poco.

—No sé si aún puedo hacer magia, no me he parado a probarlo aun. En los libros de Serpentaria solo vi que soy un pegaso —pronunció el nombre de su transformación sin dejar de pensar en sí mismo y en su cuerpo por tal de no cambiar de forma sin quererlo, cosa que funcionó—. La Luna hizo que me creciesen plumas por los brazos y en mis tobillos también. Y perdona que haya sido tan discreto con esto, he leído que los pegasos son conocidos por sus propiedades especiales en su piel. Tocando a uno sientes placer, alivio… y hay gente que los capturaría por tener esas sensaciones, siempre que quieran.

Viendo que su discurso estaba siendo más sombrío de lo normal decidió parar, dibujando una sonrisa en su cara y mirando a los dos, sobre todo al ochrorio—. P-pero es normal preocuparse cuando uno se entera así de golpe de tantas cosas como esas jeje. Intentaré no pensar demasiado en ello, hay que seguir adelante con… lo que nos haya tocado y seguramente ni siquiera seré el único con una situación jodida —se le pasó por la cabeza a Luci, en su momento lo pasó mal al ver la reacción del niño rosa ante su revelación.

Para seguir aliviando tensiones, Adam tuvo en el punto de mira una de sus plumas, algo sueltas. ¿Qué pasaría si…? No, no dolió tanto como pensaba al arrancarla de su antebrazo. Empleó un hechizo de levitación en la misma y, aparte de lograr realizarlo, fue sorprendentemente sencillo aunque fuese algo liviano el objeto en sí. Llevó la pluma a Erknest e hizo un gesto para que alzase las manos y, con ello, posar encima de éstas la blanca pluma de un tamaño decente, de hecho de las más grandes en su brazo.

—Te la puedes quedar, yo tengo demasiadas —dijo en tono burlesco mientras extendía de nuevo su manga para ocultar su único rasgo no humano. Y hablando de humanos…—. Por cierto, eres humano, ¿no? Mencionaste la mitología japonesa y quería preguntártelo antes pero me daba algo de cosa —admitió de buena fe su timidez—. Y también me gustaría preguntarte si has visto más como yo, si no es molestia.

Le había costado un buen rato convencerlas. Tras despertarse necesitaba despejar, llevaba demasiado tiempo entre paredes con gente. Su cuerpo le pedía aire fresco y su mente algo de soledad.

Al final le dejaron no sin antes darle dinero, algunas protecciones y un par de armas, solo para estar seguros. Se sentía un poco como un niño pequeño pero suponía que eso era ahora. Un neonato del vientre de la Luna Roja que apenas sabía cómo caminar.

Era frustrante. Todo aquello.

Se internó en las calles y dejó que la lluvia y el frio lo arropasen. Con el agua recorriendo su piel y sus plumas rememoraba el paseo de tan solo hacía una noche. Momentos incrédulamente felices que más y más se le antojaban como una ilusión. Como el mismo ignorando todas sus palabras y todos los problemas. Se preguntaba si sería lo mismo para ella... Si se sentía traicionada... Si...

«Agh... ¿Porque no me elegiste...?»

Era una pregunta egoista, pero no podía evitar serlo con ella. Paseó de nuevo por aquellas calñes, por aquel jardin amurallado. Con la esperanza vaga de toparse con los de Maciel y quizás... a ella.

¿Cuánto tiempo llevaba andando? Sus piernas aún no habían ni empezado a cansarse, casi podía ver las gotas de lluvia cayendo ante él y cuando torcía el gesto para contemplar a algún animal o alimaña estos gruñían o chillaban y se alejaban de él. ¿En que se habían convertido? Era fascinante pero también terrorífico que algo les hubiera cambiado en contra de su voluntad.

A la larga dio con un lugar para él extraño. Todo tipo de criaturas se aglomeraban  y las voces se iban elevando, los ciudadanos reunidos ante lo que le parecía un mercado arcaico, de esos de las películas y los libros. Le era una escena extrañamente acogedora. Como volver a algún plató de frivo. A unos pasos dejó de lloverle encima y alzó la mirada a un cielo rojizo aun totalmente cubierto de nubes. «Como la magia de Rae...» Al recordar aquello llevó su mano a un amuleto del pantalón y apretándolo el agua se separó de él para dejar a un frivy emplumado seco a la vez que una oleada de calor recorría su cuerpo. Le hizo reír levemente y suspirar. Sentía como si lo llevaran de la manita aunque no estuvieran allí. Y comenzó a andar algo fascinado por la variedad que permeaba en todos los sentidos esa calle. Productos, gente y mundos... Acabó por comprarse al fin unos pantalones y botas de su talla. Necesitaba ropa...

Las miradas curiosas le seguían pero la gente se alejaba de él en vez de acercársele. Se sentía extraño, como si no perteneciera allí. Era su primer atisbo de civilización allí y aunque no esperaba que se le tiraran encima como en frivo que su poder hiciera a la gente apartarse todo el rato era cuanto menos frustrante. Encima con su altura, alas enormes y corpulencia era imposible no llamar la atención, incluso en aquel lugar...

Entre todos los nuevos estímulos discernió entre la marabunta de cabezas a Adam yendo a un callejón. Era hora de saber que le había pasado al otro grupo. Aunque se alegraba de al menos encontrar a alguien bien. Con suerte el resto también lo estarían.

Se acercó a ellos por el callejón y redujo el paso, no quería asustarles demasiado y menos en aquel sitio.

—Ey, Adam, Chromsa y... buenas. —Le dijo al desconocido. Intentó suavizar su tono todo lo que pudo y aún no se había acercado demasiado a ellos, dándoles espacio para verle y que no se sobresaltaran. —Me alegro de veros bien. —No pudo evitar fijarse en los cambios de ambos. Adam solo tenía plumas en los brazos y en los tobillos que viera pero a Chromsa hasta le había costado reconocerle. Cuernos, otro color de piel, hojas marchitas, ¿y eran eso pezuñas?  —Ya veo que la Luna no ha dejado a nadie sin su parte, estas espectacular Chromsa —les sonrió. —¿Y el resto?

El ángel era enorme en todos los sentidos, no había ganado altura sin más si no que todo su cuerpo era una versión ampliada del antiguo, y más anchos que sus hombros eran las dos alas de blanco puro que prácticamente cerraban el paso de aquel pequeño callejón sin quererlo. Sus cuernos de un cuarzo lechoso y translucido brillaban tenuemente formando el circulo característico y aunque el iris de sus ojos seguía siendo de un azul clarísimo en el centro sus pupilas radiaban luz como si estuvieran conteniéndola sin ninguna traza de negro. Llevaba el torso al descubierto con unas pezoneras de un plateado metálico en forma de estrella, unos vaqueros negros de su talla y unas deportivas blancas con lo que parecía una cámara de aire, un reloj negro de aspecto caro con la luna roja dentro de la bóveda y un cinto con dos cimitarras enfundadas. Llevaba una oreja con un gran pendiente negro que la cubría entera por la parte de atrás como si serpenteara por esta y un anillo plateado de grabados simples en la mano contraria al reloj. En su pecho izquierdo se veía la cicatriz negra en forma de copos de nieve que le había dejado Kiki cubriendo toda su parte superior.

Como veía venir, Adam no iba a sentirse a gusto con esa pregunta. Sin embargo, no iba a tener que sacarlo de ningún apuro. -Claro. ¿Sabes de algún sitio así?- le preguntó a Erknest. -Por supuesto que podemos hablar en otro sitio, de hecho justo ahí tenemos uno.- respondió señalando un callejón que se veía desde donde estaban, pero lo suficiente poco concurrido para que nadie se fijara.

Se pusieron en marcha y ambos dejaron entrar al ruso primero. Chromsa decidió entrar el último por si a alguien le deba por acercarse o por si sus compañeras salían de la tienda. Cuando vio como su pareja se remangaba entendió a qué venía tanto secretismo. Erknest parecía que era la primera vez que escuchaba sobre aquella transformación y no le afectó demasiado, pero el ochrorio empatizó mucho con el miedo de Adam. Pensar en el temor que había tenido el ruso al creer quedarse como un caballo alado para luego recuperar su cuerpo, pero que aquella felicidad no durara casi nada al enterarse de que podían secuestrarlo por el mero hecho de ser un pegaso... -(¿Ni aún con todo lo que hemos pasado va a poder vivir tranquilo? No es justo...)- pensó apenado. Seguramente se le había notado, porque el ruso intento aliviar la situación.

-Adam...- fue lo único que le dio tiempo a decir antes de que se arrancara una de las plumas. Observó como la hizo levitar hasta Erknest, que también la miraba con curiosidad y captó la intención cuando la tuvo cerca. La observó en sus manos algo perplejo antes de reaccionar y guardarla. -Gra-Gracias. Pensaba que los pegasos eran... bueno, que parecían caballos más que una persona con plumas. Creo que eso sirve para contestar a si he visto a otros como tú. Igualmente, es posible que ahí fuera haya alguno más, habría que saber buscar. En cuanto a tu otra pregunta, sí, somos paisanos de mundo. En mi caso soy medio italiano medio inglés, no se si dará la casualidad de que también vivieras en Italia como yo.- Viendo que había terminado de hablar, Chromsa quiso decirle un par de cosas a su pareja sobre los problemas de ser un pegaso, pero el caballero se le adelantó antes de que pudiera decir nada. Habiendo vuelto a su tono rimbombante dijo: -Y bueno, después de escuchar tu historia creo que no hay una mejor definición para alguien necesitado de ayuda. Como caballero es mi deber protegeros, así que os puedo asegurar que...- Si bien no lo había dicho antes, el fauno brujo hacía un poco que estaba sintiendo cada vez más fuerte una advertencia mental que lo avisaba de que alguien se estaba acercando, pero no fue hasta que su causante llegó que le dio importancia.

-¡AAAAAAHHH!- gritó asustado en cuanto vio como una gran figura tapaba la entrada del callejón e instintivamente empezaba a amontonar sin mucho éxito sus hojas a modo de escudo delante de él. Ante su reacción Erknest se giró y, al ver semejante persona, actuó como un héroe haría: -¡JODER, QUE ALGUIEN NOS AYUDE! ¡AH!- Chromsa quiso retroceder unos pasos, pero antes de que se diera cuenta el Caballero Ciervo estaba detrás de él. No se movió primero porque notó que la voz había venido de detrás de él y segundo porque otro sonido, como el soplo de un viento fuerte, venía de la misma dirección. Miró a Erknest y vio que, además de estar en una pose defensiva algo ridícula, de las cicatrices de su manos estaba saliendo aire a presión formando lo que parecían dos guadañas de aire. Teniendo en cuenta que no quería comprobar como de peligrosas podían ser, el ochrorio se quedó en el sitio medio agachado pensando en alguna manera de escapar.

Lo que menos se esperaba es que aquella mole blanquecina y alada se dirigiera hacia ellos como si nada. De hecho, ¿había dicho sus nombres? Entre los muchos resquicios de su pared inacabada el fauno brujo miró todavía asustado al hombre que les hablaba, intentando recordar si lo había visto antes. Quitando aquella ropa nueva y los cambios más obvios sí que le sonaba. -¿Ne-Nery´s? ¿Eres... eres tú?- consiguió preguntar sin bajar demasiado la guardia. Ante sus palabras Erknest no dudó en preguntar alucinado: -Espera, ¿e-ese tío es amigo vuestro?- Chromsa tenía claro que debía ser él, pero aún así su instinto le obligaba a seguir en tensión. Tenía pinta de que los cambios le habían afectado en aquella reacción, pero seguramente hasta que el frivy no se mostrase totalmente inofensivo no conseguiría calmarse.

Aunque ya era obvio que el chico era humano, su anterior actuar lo hizo dudar y no fue hasta que salió de la boca de Erknest que afirmó de verdad ese hecho.

—De Italia… —dijo para sí, curioso—. Yo soy ruso, pilla un poco lejos de Italia —afirmó con buen humor. Conocer a otro humano más inconscientemente le levantó los ánimos.

Adam estaba atento a Chromsa, parecía que quería decir algo, pero Erknest superpuso sus intenciones de protegerlo. Estaba atendiendo cuando el ochrorio soltó un grito terrible y el ruso por poco se muere del susto. Su pareja y el chico, quien estuvo refugiándose detrás del primero, estaban mirando hacia la entrada del callejón. Todo estaba más oscuro que antes y lo peor, lo más terrible que a Adam se le podía ocurrir en su imaginación estaba a sus espaldas.

Giró la cabeza entre sudores fríos y la gigantesca figura lo paralizó. Un sentimiento de miedo, inferioridad, crecía dentro de Adam sin parar. Se cayó sobre sus posaderas al suelo, con la voz cortada del temor de lo mucho que imponía ese ser.

—¿Q-qu-qu-q-quien e-e-eres t-tú? —se decidió soltar finalmente. La cantidad de veces que se repitió mentalmente “no te transformes” no tenía fin.

Solo cuando empezó a hablar el pegaso comenzó a asimilar de quien se trataba en realidad. Chromsa lo nombró y eso terminó de calar en su mente. Adam se incorporó de vuelta, analizando a la mole de arriba a abajo.

—Ostia puta… No me lo puedo creer —los nervios por el susto de muerte le apretaban el pecho, le costó mucho volver a hablar—. N-no te pareces en nada a como eras antes, casi me matas del susto. ¿E-estáis todos vosotros bien?

Yyyyy ahí estaba de nuevo. Suspiró mentalmente aunque no pudo evitar poner una mueca de disgusto. Parecía muchísimo peor con quienes menos le conocían.

—Lo siento... Es culpa del don de la Luna em... —Miró al suelo y se sentó directamente en este. La perdida de altura y la pose mucho más inocua rebajaban el efecto, aunque seguía siendo como tener un leon tumbado en frente tuya.

—Soy yo. Aunque ya no me llamo así. El resto están bien, aunque no hemos sabido nada de los de Maciel desde anoche, ¿les habéis visto vosotros?

Así sentado era hasta cómico pues ahora con aquellas alas era mucho más ancho que alto, parecía una barandilla o que fuera a hacerse un cilindro con ellas si las cerraba.

-S-Sí. Es uno de-de el otro torreón, Séndar- respondió el ochrorio mirando a Erknest. Imaginaba que la mayoría de cambios que habían sufrido ambos grupos debían ser bastante chocantes en un inicio, pero el del antiguo Nery's parecía que iba a ser uno de los que más le iba a impresionar. Aunque según había dicho, era por culpa de su transformación. -(¿Acaso su poder es provocar miedo a su alrededor o algo así?)- pensó.

Que se sentara en el suelo hizo que se fijara en que, en lo que se refería a su expresión, no había nada de hostilidad. Seguía tenso, pero el ochrorio empezó a relajarse un poco y el "muro" de hojas se deshizo por completo. -Qu-qué alegría verte de nuevo. Me alegro que el resto se encuentre bien, espero que ayer no fuera una noche demasiado dura.- comenzó a decir intentando no trabarse por los nervios. -Sobre los de Maciel ojalá pudiéramos decirte algo, pero no sabíamos nada ni de ellos ni de vosotros hasta ahora. De hecho, en el torreón en el que estamos había un irrense que estaba buscando a Reira y le dijimos que estaba con vosotros. Espero que no les haya pasado nada.- Como última pregunta añadió: -¿Y cómo te llamas ahora, por cierto? Ya hemos descubierto lo de la tradición de cambiarse el nombre con los cambios de la Luna.-

Erknest mientras tanto simplemente estaba atento a los tres y, viendo la situación, comenzó a calmarse y desconvocó sus guadañas aunque siguiera tan tenso como el ochrorio.

El enorme Nery’s se disculpó y dio respuestas sobre el estado de los sendarios. Por desgracia no supo nada acerca de Maciel y también dejó caer que su nombre ahora es otro. El alado se sentó, tenía intenciones de no ser… demasiado grande para el resto pero vaya, igualmente su tamaño sorprendía y cada vez que el pegaso cruzaba miradas con él, una presión inexplicable lo invadía. Adam sentía respeto por su figura, su tamaño, sus alas, sus ojos brillantes, sus cuernos… Estaba en parte calmado porque no era de temer, sin embargo se sentía pequeño e insignificante ante el Frivy.

Chromsa habló como pudo y Adam cayó en que su pareja no estaba demasiado bien. Pensó en lo que dijo acerca de los faunos y su instinto de presa. Erknesk también estuvo tenso, revelando que de sus muñecas salía aire, visible, en forma de un par de guadañas que hizo desaparecer en cuanto se relajó.

—¡Oh! ¿Cómo te has hecho eso? —Adam estuvo un rato fijándose en la cicatriz negra de su pecho izquierdo. Se acercó para verla más de cerca—. ¿Esto es de tu transformación u os ha atacado algo? Parecen... copos de nieve ahora que lo veo mejor —el ruso no recordó que el Frivy tuviese esa señal en su pecho la última vez que lo vio. La duda surgió por las cicatrices visibles en las manos de Erknest que, realmente, formaban parte de su habilidad.

Y al contrario que la horus Kahlo encontró a Tacuaral encantador. Su forma de hablar le recordaba al hogar, a los personajes que se presentaban en su casa por negocios. Hace casi un año sus formas le habrían hecho rodar los ojos, ahora le resultaba entrañable y calentaba su orgullo familiar. Los elogios por conveniencia nunca le habían sabido bien, pero ahora comprendía porqué a sus padres les gustaban tanto. Además, el interés era mutuo.

—Claro. Visto que sabes apreciarlas será todo un placer hacer de proveedora —dijo con picardía aguada por la risa que le dio verle con esas gafas tan poco serias. Por suerte no salió como una burla.

Esperó con una contenida sonrisa en la cara, mirando por el rabillo del ojo a Lethe como una niña que espera su premio sin perder la compostura. El precio que le ofreció fue mejor del que esperaba. Dejó que la conformidad se reflejase en su rostro, lo justo, no obstante, para no parecer desesperada por el dinero.

—Tenemos un trato —repitió tras él con tono solemne y le ofreció la mano—. Disculpa si no te ofrezco la derecha, está… en proceso —rio suavemente—. Me aseguraré de traerte más y mejores tan pronto me sea posible.

La varmana esperaría pacientemente por el dinero, procurando que el ligero taconeo de sus botines no delatase su frenetismo real. Al contar las monedas, entregar las joyas y despedirse de Tacuaral con una pequeña reverencia, una promesa y un gracias, salió con Lethe de la tienda, mano más ligera y bolsillo más lleno. Pasada la puerta profirió un pequeño chillido y casi, caaasi, se lanza a abrazar a su amiga. Por pudor, por la incomodidad de tener un solo brazo con el que hacerlo, por lo torpe que se sentía con las alas y bueno, porque era Lethe, imponente como siempre.

—¡Gracias gracias gracias! —se las daba a todos a la vez: a Krono, al Tacuaral, a Lethe por acompañarla—. ¡Aaaah, ya tengo para empezar, Lethe, esto es fantástico!

Volteó el rostro para expresar su alegría con Chromsa y Adam también… si hubieran estado ahí. Contaba con que los chicos se dieran una vuelta, no con que desaparecieran. No localizarles a simple vista la puso lo suficientemente nerviosa como para liberar toxinas, por suerte nada significativo al estar al aire libre, ni siquiera para la horus cerca suya.
—Espero que no se hayan alejado mucho… —aún en sus dudas se notaba enérgica.

Buscaron a los chicos, gracias a los santos en la dirección correcta. A pesar del gentío la estampa que tenían en el callejón era lo bastante llamativa como para no pasarla por alto, aunque la presencia de dos figuras extra no le gustó ni un pelo. No sería la primera en adentrarse, eso por descontado; la varmana se situaría discretamente tras la enderth. Si les estaban robando le faltaría pájaro para esconderse y suelo para correr.

Tacuaral rio ante el chiste de Kahlo sobre su falta de brazo y le estrechó firmemente la otra mano.
—¡Maravilloso, maravilloso! Todo un placer. Estoy deseando volver a veros por aquí —añadió también mirando a la enderth a pesar de que esta no había abierto el pico.

Lethe tan solo le dedicó una mirada con el pico medio torcido y se encogió ligeramente de hombros antes de acompañar a Kahlo, por fin, fuera del establecimiento. El chillido de la aparición nocturna le hizo cambiar su rostro a uno de sorpresa y lenguaje corporal de alerta, pero se relajó enseguida al comprender que su amiga no gritaba por nada que hubiese visto. El aluvión de gracias le hizo abrir el pico con cara de besugo, porque no sabía qué decir, pero tras unos instantes decidió actuar: posó una de sus garras en el hombro de la varmana y carraspeó.
—Me alegro de verdad por ti —dijo con algo de incomodidad pero intentando sonar todo lo sincera que era capaz.

También miró a su alrededor  con preocupación al darse cuenta de la ausencia de sus otros acompañantes.
—¿A dónde percas habrán ido? —comentó mientras echaban a andar.
Por suerte, y también por desgracia, no tardaron mucho en encontrarlos. A fin de cuentas aquel brillo, aquella sensación y aquel alboroto era difícil de pasar por alto y aunque no sabían que Chromsa y Adam también estaban allí, su atención se dirigió hacia el callejón inevitablemente.

—¡Por todos lucios! ¿¿Adam?? —fue al primero que vio, detrás de aquel desconocido larguirucho flotante y… —¿¿Pero qué chachalotes…?? —la visión de un tipejo enorme, con alas descomunales, con cuernos que brillaban y que le daba un mal rollo que no sabía ni identificar le hizo coger la lanza entre sus manos.

A la enderth no le importó que la varmana se pusiese detrás de ella, es más: estaba dispuesta a protegerla de lo que en un principio parecía un evidente peligro, pero Adam y Chromsa, que al fin lo había visto, estaban al otro lado de…
—Un momento… —relajó su postura un poco cuando estuvo más cerca del armatroste con alas— Eres… ¿Eres de Sendar?
No recordaba su nombre, pero le reconoció finalmente.
Analizó más atentamente la situación: el total desconocido parecía estar en realidad intentando proteger al fauno y al pegaso, y el chico de Sendar ya no le daba ningún miedo ahora que le había reconocido… a pesar de que aquella sensación no se iba. La enderth volvió a guardar el arma.
Aun así se acercó caminando, con cautela pero sin parar, a sus compañeros, asegurándose de que Kahlo la seguía de cerca. Y les dedicó una mirada penetrante.
—¿Se puede saber qué habéis estado haciendo, merluzos? —a pesar del insulto su tono de voz había sonado más parecido al de un progenitor preocupado que a otra cosa.