Antiguo Mercado

Como era de esperarse, Lethe no calló ni mucho menos con lo que ellos dos hicieron. Al menos parecía sincera, genuinamente preocupada por su pellejo y cuando cruzó miradas con Adam, este último aceptó la regañina. Entendió que ella no estuvo tranquila y se llevó un buen susto. La contestación a Chromsa fue un poco brusca para su gusto pero prefirió no decir nada, al menos Kahlo mostraba un buen humor que lo contagió un poco.

—Espero que todo eso sea suficiente para tu brazo —dijo, sorprendido por el dinero que tenía la varmana. Aun no entendía la moneda rocavarancolesca pero parecía una jugosa cantidad. Siguió hablando—. No sabes lo mucho que me alegro por ti, Kahlo. Si tuviese algo de valor, intentaría aportar aunque hubiese sido... un poco —admitió con sinceridad en lo que decía, lamentando un poco haber dejado su espada en el torreón, la hubiera vendido para la causa y también intentar convencer a Kolja para ello.

Adam sonrió avergonzado por el agradecimiento de Erknest, llegando a ponerse rojo.

—Lo mismo digo Neariel. Es preferible que nos apoyemos los unos a los otros, seguro que no andan muy lejos.

Lethe no se mordió la lengua a la hora de la bronca, ni siquiera con Erknest, lo cual a Kahlo le hacía más gracia de la que sería educado admitir viendo el apuro en sus caras. No obstante las palabras de Adam le hicieron cambiar de expresión a una de sorpresa, y de haber tenido pupilas todavía seguramente se le habrían afilado por el escepticismo. Entendía que el chico quisiera hacer las paces con ella, pero… Le resultaba demasiado extraño después de tanto tiempo en el vacío. Hacerlo vía el favor monetario tampoco era el mejor movimiento, aunque se esforzó en apreciar la intención y relajar la ceja.

—No hace falta —dijo tras inspirar, suave pero seria. Ya le había negado la ayuda a Alec, Adam era el último del que la querría. Ya era demasiado con que le hubiera salvado el pellejo y ella le hubiera cruzado la cara como agradecimiento después. ¿Se arrepentía de eso…? No, no mucho—. Gracias de todas formas.

Su tono resultaría abrupto, aunque había sinceridad en él. Relajó el cuerpo (que santos, se le había quedado rígido de repente) según Nea les daba más cosas que atender y de las que preocuparse. Los de Maciel se habían independizado antes de la cuenta y ninguno sabía donde estaban, genial. Habiendo visto las peculiares reacciones de Erknest no sabía que tan útil podía ser en verdad, que tanto era palabrería y personaje, pero su ofrecimiento fue cálido, sobre todo por los desaparecidos..

—Un par de ojos extra siempre viene bien, y más si ya conocen la ciudad. Y tú… no vayas a buscarlos solo, Nea —le dijo en seguida al mayor. Vale que diese respeto, pero Rocavarancolia daba mucho más que eso—. El colmo sería que te perdieses tú también —suspiró en silencio—. ¿Y si han llegado a los refugios mientras estamos aquí? —algo le decía que no, pero mejor pensar eso que lo peor.

>>Por cierto, ¿en qué te has transformado? —preguntaría al ángel—. Te pareces un poco a Luci…

Le alegró oír que el grupo de Sendar se encontraba bien, pero lo que dijo acerca de los de Maciel no le gustó ni una pluma. ¿A dónde parcas se habían ido? ¿Es que no habían aprendido nada después de todo lo que les ocurrió? Francamente, ojalá Kahlo tuviese razón y simplemente no se hubiesen cruzado con ellos.
—No, ni se te ocurra ir solo a buscarles. Yo creo que deberíamos esperar a mañana, reunirnos y decidir qué hacer, si es que para entonces no han vuelto —añadió tras su amiga.
Parecía que su nuevo instinto de protección también la impelía a proponer cosas como aquella. Ni de lejos se preocupaba tanto por los otros grupos como del suyo, pero aun así estaba genuinamente intranquila. Las ideas de Chromsa tampoco eran malas, pero todavía tenía un poco sus reservas ante el tal Erknest, por lo que prefirió no opinar al respecto. Aunque era cierto que Kirés podría ayudarles, que es a quien se imaginaba que se refería el ochrorio.

De la pequeña tensión entre Kahlo y Adam solo fue espectadora y tampoco entendía muy bien el intercambio entre ambos. Sabía hasta qué punto se había resentido la relación entre ambos durante los últimos meses en el refugio, pero los detalles más sutiles eran difíciles de identificar para ella. Aun así pudo percibir algo de incomodidad en la aparición nocturna.

>>A Luci pero provocando una sensación… extraña —añadió cuando la varmana la preguntó a Nea por su transformación—. ¿Es eso parte de tus dones?
Iba a añadir que le ponía muy nerviosa, pero en aquellos meses había aprendido a tener un poquito de tacto y decidió callárselo.

Asintió levemente a la propuesta de Erknest mostrando agradecimiento y caviló las palabras de ambas silentinas un momento. Se sentida protegido con el equipo regalado por sus amigas y confiado con sus nuevos dones, seguramente influido aún por el astro rojo sobre el firmamento, pero aún era apenas un bebe descubriendo como andar. —Si... Tenéis razón, iré directamente al refugio al salir de aquí —le contestó a ambas. —Y ojalá sea así Kahlo. —Agachó la cabeza y entrecerró los ojos pensativo. Había algo que le molestaba del asunto, más allá de simplemente preocuparle. Desapariciones en la noche sin que llegaran a ningún refugio ese mismo día...

La mención de Luci le distrajo. —¿Hm? —levanto la cabeza a mirarlas. —Ah sí, es parte de ellos. —Iba a decirles su transformación pero recordó al desconocido a su diestra. No tenía nada en contra de él, y sus dones no eran de aquellos que venían con debilidades pero... Ahora que le habían recordado que se andara con más cuidado y en medio de todo lo que estaba pasando... Pero también había revelado ya su don en gran parte. Se maldijo a sí mismo. —Soy algo llamado "ángel". Ahora tengo ganas de ver a Luci a ver como de guapo a quedado el también —rio con ligereza fingiendo no haber tenido aquel pequeño conflicto interno.

—Avisaré a los que se hayan quedado en la Sede de Sendar y nos reunimos como dices mañana al medio día al menos un par de nosotros de cada refugio para hablarlo. ¿Qué os parece? —preguntó principalmente a los Silentinos.

—Mmmm. Me voy a levantar despacio, ¿vale? —Avisó de antemano para no volver a causar un infarto y se tomó su tiempo en cada gesto que hizo. Según aumentó su tamaño su aura fue pesando cada vez más en el ambiente hasta que se erguió completamente. De pie era mucho más obvio lo enorme que era, ni siquiera la cabeza de Adam podía asomarse por sus hombros si no se ponía de puntillas. Que llevara dos armas enfundadas cuyos mangos estaban grabados con runas complejas no ayudaba a disminuir esa impresión de él y las pezoneras se volvían algo más extraño que cómico por culpa de la influencia del aura.

—Y bueno... ¿Qué ibais a hacer ahora vosotros?

El ofrecimiento de Erknest alegró a Chromsa. -¿De verdad? Sería de mucha ayuda, gracias- le contestó con mucho ánimo. No sabía si de verdad era un héroe o no, pero desde luego era alguien bueno y que estaba dispuesto a ayudarlos; habían tenido suerte de encontrarlo. Sobre los de Maciel, en el mejor de los casos habrían llegado más tarde al torreón y eso es lo que esperaba el ochrorio. Si aquello no ocurría, Lethe propuso que se encontraran al día siguiente para hablar al respecto. -Sí, me parece una buena idea. Con que se diga un lugar allí estaré para ayudar.- dijo tanto a Lethe como a Neariel.

Kahlo remarcó algo del aspecto de Nea de lo que el ochrorio no se había fijado hasta ahora. Por supuesto tenía diferencias, pero era imposible no notar el parecido con los cambios de Luci. Al parecer Nea era un ángel, la palabra le sonaba de haberla escuchado pero no recordaba haberla visto en los libros de Serpentaria. -Eso explicaría muchas cosas en la Biblia. Impones tanto como un guerrero curtido en mil batallas.- dijo el caballero algo sorprendido.

-Claro, creo que puedo acostumbrarme.- respondió Chromsa y se preparó mentalmente para la sensación que iba a llegar en breve. Ver de nuevo el tamaño completo del ángel hizo que se encendieran sus alarmas internas para que tuviera cuidado, aunque ya había comprobado que no iba a hacerles nada. Aunque algo tenso, consiguió ir calmándose poco a poco, cosa que no consiguió demasiado Erknest.

-Pues... realmente ya hemos hecho lo que habíamos venido a hacer, así que en principio creo que ya íbamos a volver al torreón. No recuerdo ahora mismo por donde estaba la Sede, pero podemos ir juntos parte del camino hasta que tengamos que separarnos si también vas de vuelta.- le dijo a Nea mirando al resto por si alguien quería hacer algo más.

Tras la expectación previa de lo que Adam dijo a Kahlo, la mujer gato reaccionó, ¿bien quiso suponer? Ella parecía sorprendida y el ruso no puso discernir entre si fue una buena o mala reacción. A ella no podía leerla del todo, le era difícil y su intento de querer abrir una conversación medianamente normal lo consideró un posible fracaso así que asintió a las gracias de ella con una media sonrisa y esquivó la mirada bastante incómodo por todo, algo frustrado por haberse soltado demasiado, quizás. Las relaciones sociales ya no son su fuerte desde luego, donde antes brillaba pero para mal.

La respuesta de Neariel lo sacó un poco de aquella burbuja de incomodidad por la sorpresa. Un ángel. Erknest hizo mención de la Biblia y Adam, aunque lo acuñó al principio como el típico ángel, lo era de verdad. Eso hizo que se cuestionase cosas, de la veracidad de todo lo que dicen los libros sagrados o la mitología en realidad. Todo es real: faunos, pegasos, ángeles… ¿Qué más cosas pueden habitar en Rocavarancolia? La mención de Luci lo hizo caer en la similitud de ellos dos aunque hubiesen algunas diferencias obvias como el tamaño del frivy o el aspecto de las alas del daeliciano.

—Me sorprenden las cosas que se están volviendo reales. Un ángel…— musitó para sí, curioso por todo lo que su nuevo hogar podría ofrecer de ahora en adelante.

Neariel se incorporó poco a poco y con ello regresó esa presión en el aire, la gran presencia del hombre alado que lo hacía sentir inferior. Comprobó como le iba yendo a Chromsa y no hubo nada grave en su pareja, eso lo tranquilizó ya que el ochrorio es el que peor lo podría pasar en comparación al resto.

El ángel también preguntó sobre lo que ellos iban a hacer después de la venta de joyas. Chromsa ofreció volver juntos hasta que sus caminos se separasen y preguntó con su mirada si había algo pendiente. Adam miró de reojo con un poco de descaro a Kahlo, deseaba hablar un poco más con ella pero le preocupaba ser demasiado cansino con ella. A la vuelta y por el camino estaría bastante próximo a ella, intentando hablar o sacar algo.

—Esto, Kahlo… —le salió mientras estuvo al lado de la varmana.

Sigue en: las calles

Había pasado un tiempo desde que Erknest se mudó temporalmente a Serpentaria. Era complicado rehacer una rutina cuando la vida daba un giro tan brusco que había dejado su pequeño mundo patas arriba. Las pesadillas y los recuerdos seguían, pero cada día iba difuminándose el shock aunque fuera un poco. Le estaba costando horrores, pero viviendo en otro lugar se había visto forzado a socializar sin tener que representar un papel todo el tiempo. La compañía de Adam y Chromsa le ayudaban mucho en el proceso y de vez en cuando hablaba con el resto. Aún con lo difícil, el caballero se sentía bien con esos pequeños logros. Aunque empezaba a verse con fuerzas de regresar a su casa, había decidido quedarse un poco más en el torreón dado el resultado de la búsqueda de los desaparecidos. Era devastador que tantos hubieran muerto y le dolió mucho ver a todos al volver con las malas noticias. Quería ayudar, apoyarles en esos momentos. Era lo mínimo que podía hacer después de todo.

Durante el tiempo que llevaba allí, además de algún que otro trabajo, estuvo dándole vueltas a las pintadas de libélulas que había visto. A Fárladann "ni le sonaban ni le importaban" y a los pocos que había preguntado de momento tampoco sabían darle detalles. Era todo un misterio la identidad de esos "Dragonfly", pero alguien en toda la ciudad debía ser algo de ellos, ¿no? Mientras los pocos indicios que había visto no llegaban a nada, el kamaitachi le había ido quitando prioridad en su cabeza hasta quedar como algo anecdótico... Hasta ese día.

Era por la mañana, acercándose al mediodía. Erknest había decidido acercarse al mercado en busca de algún encargo. En esos momentos había bastante gente, así que estaba seguro de que alguien estaría interesado en la ayuda de un caballero, o al menos eso esperaba. Estaba acostumbrado al bullicio de esa zona de la ciudad. Cada uno iba a lo suyo de aquí para allá, mientras los tenderos intentaban llamar la atención anunciando a viva voz los productos más diversos que podías encontrar en todos los mundos. Podía ser caótico, pero tenía su encanto. Era como el hub central desde el que partías de misión en tantos y tantos juegos. Por todo eso era su lugar favorito para buscar trabajo.

Callejeando entre los puestos, el kamaitachi iba mirando las mercancías. -(Nunca se sabe donde puedes encontrar algún tesoro)- solía pensar al visitar las tiendas. De vez en cuando (cuando no se lo gastaba todo de golpe), ahorraba por si en algún sitio había algo que pudiera servirle como héroe de Rocavarancolia. Por eso siempre acababa pasando por un puesto de artefactos y reliquias mágicos algo apartado de la marabunta de toldos y personas. La anciana eremita que lo llevaba era bastante maja y, aunque la mayoría no pudiera permitírselo, siempre le gustaba ver que tenía como novedades. Erknest la saludó con su tono habitual en cuanto llegó y miró con curiosidad en el mostrador las piezas que tenía a la venta. Astrolabios de diseños cuidados, varitas de hacía cientos de años, anillos imbuidos en algún hechizo protector... Lo habitual, aunque no por ello menos interesante.

El Caballero Ciervo estaba a punto de tocar el péndulo de un artefacto parecido a un reloj de pie en miniatura (sin ser consciente de como la tendera se preparaba para apartarle amablemente la mano) cuando escuchó algo que le hizo pararse y prestar atención. -¿Eh?- soltó algo extrañado. Al principio no se había fijado con el ruido que seguía llegando hasta allí, pero ahora que parecía haber un corto descanso entre el bullicio, juraría que había escuchado algo extraño. Seguía sonando, de hecho. Erknest no dudó en seguir lo que fuera y un par de calles más adelante, dio con su origen. Y desde luego no se lo esperaba.

Un poco más adelante, había un puesto de pociones alquímicas del que parecía encargarse un nublino que, aún manteniendo la calma, se le notaba algo nervioso. Por supuesto, la mayor parte de la atención del kamaitachi se la llevaron las dos figuras que había discutiendo con él. La primera se trataba de un ursántropo polar bastante alto y corpulento que estaba en una transformación parcial. De primeras le imponía un poco con las garras y su expresión de pocos amigos, aunque ¿eso que llevaba al hombro era un radiocasete de los antiguos? Eso había escuchado, porque la música que tenían puesta, una mezcla agresiva de urbana y hip-hop que bien podría haber pasado por el tema cliché de los pandilleros de algún videojuego, estaba a todo trapo. La otra era una carabesa con ropa algo gastada y que le quedaba un poco grande sin cambios aparentes. Ya solo con verla quedaba claro que, definitivamente, no quería estar ahí, echando bastantes miradas preocupadas a su compañero y a los alrededores.

-Escucha colega, no te conviene llevarnos la contraria. Por unas cuantas pociones no te voy a hundir el negocio y además estarías colaborando por el futuro de la ciudad. ¿Todo ventajas, eh? Y además te libras de verme enfadado- amenazaba el ursántropo con una voz medio gutural con una garra en el mostrador. A pesar de lo que pudiera haber contado, Erknest no se había enfrentado a ningún malhechor nunca y la primera vez que lo había hecho... mejor no recordarlo. Los nervios aumentaban solo con ver la escena, pero si se había propuesto mejorar aquella oportunidad era la ideal. No podía dejar que unos maleantes se salieran con la suya. Solo tenía que ser valiente y... -(¿Hmm?)-

Si ya de por si las pintas de los dos eran sospechosas, el chico se fijó en el "tatuaje" que tenía pintado el ursántropo en el hombro. Una libélula negra. Y la carabesa, aunque más discreta, llevaba una cadena a un lado del pantalón con varios eslabones con el mismo motivo en distintos colores. -(Son de los Dragonfly)- tuvo esa revelación. Ahora tenía más motivos aún para acercarse. Esta vez, el héroe de Rocavarancolia saldría victorioso. Si no le podía el miedo, claro. De momento se estaba acercando hasta allí sin problema.

Habían pasado unos días desde aquel momento que marcó tanto al chico de ojos verdes que trataba de ponerse una corbata. Era la de siempre, negra y monótona, como sus acciones últimamente. Tenía la mirada vacía, observando a través del horrible nudo que tenía entre sus manos, casi que estaba mirando al suelo y no era capaz de concentrarse.

No quería salir, en general Adam no quería hacer nada. En su cabeza se justificaba desde el principio que era miedo, o quizás luto. No lograba sacar fuerzas para atar la maldita corbata en condiciones y, apretando los dientes de frustración, la partió en un tirón seco, exhalando de forma pesada y a trompicones. Era la única corbata que tenía en su armario y el pegaso no sentía siquiera lástima por haberla roto.

Quizás sentiría algo con el plan que le propuso Erknest, aquel chico tan vivaz que estuvo en la Torre Serpentaria una temporada por aquel monstruo que lo atacó. Incluso tuvo pensamientos sombríos de si se estaba exponiendo sin necesidad. Tampoco lo culpaba por buscar encargos que hacer, al fin y al cabo debía ganarse la vida pero…

Pasó de abrochar el cuello de su camisa blanca… y un par de botones más dejando que entre un poco de aire que desde luego necesitaba. Pese a que llevaba la misma ropa de siempre, su cara lo delataba. Vaya ojeras tenía de no dormir ni a la de tres en esas noches tan malas, no se dio repaso alguno en la barba teniéndola ya de varios días y vaya excusa de peinado se hizo, no se lo trabajó demasiado.

Al fin fueron saliendo, tan solo iba a ser un viaje al mercado, nada más. Ya fue una vez y no fue tan malo, por lo menos se llevó un par de alegrías en aquel sitio con algunas tiendas. No estaba demasiado charlatán Adam, mirando cosas por el camino, intentando sacar ánimos a la fuerza.

Y como no, era Rocavarancolia y no todo podía ser tan tranquilo. Esa música que, si solo la hubiera escuchado y ya, no estaba ni tan mal, era su rollo. Lo malo era que Adam no estaba para sacar una sonrisilla cuando vio a esos tipos tan extraños que acompañaban a la música. Si bien la carabesa podía pasar, el hombre-oso le hizo arrugar ligeramente el ceño, cauteloso. Vaya tipo, parecía peligroso y por como estaba hablando al dueño del negocio casi que lo confirmaba. Mejor no debían acercarse, ya lo sentía por el tipo pero ni de coña quería más problemas prefiriendo ser egoista. Aun así, un poco de lástima se le apreciaba en la cara. Pobre diablo.

—<<Que mala pinta tiene ese tipo, mejor me voy a otro… >>—empezó pensando para sí mismo, preparado para mirar a otro lado pero ver ya a Erknest acercándose le hizo temer, mucho—. ¡Mierda! —musitó en alto y entre dientes, acercándose pero estando a una distancia prudencial. Quería que se lo tragase la tierra ahí mismo, arrancarse la piel de la cara… —E-Erknest, ven aquí por dios. ¡Ven! —al final lo llamó a "susurros" y con aspavientos nerviosos desde lejos, ya estaba siendo descarado sin darse cuenta, le faltaba meter gritos. No quería perder a más personas que apreciaba, mirando a ese oso con cara de pocos amigos.

No lo estaba llevando bien. Quería ser fuerte por el resto, y de cara a los demás lo estaba siendo, pero por dentro no llevaba nada bien que no hubieran podido evitar nada de eso. Se había ido aislando cada vez más de sus compañeros, en una conducta que tendía más a lo autodestructivo que hacia la verdadera necesidad de soledad o de tiempo para procesarlo.

Por eso se había ido sola al mercado. No quería acompañamiento, no quería tener que ponerse la fachada de ser fuerte y de que aquello solo había sido un golpe pequeño. Quería intentar distraerse, y aunque no pensaba comprar nada, mirar los puestos no era tan distinto de lo que era pasear por un centro comercial en la tierra y cotillear tiendas para luego no gastarse ni un euro.

Artefactos, reliquias, pociones, ingredientes alquímicos, incluso cosas traídas de la Tierra. Cerbero no había mentido, allí había de todo, y aunque aún quería ahorrar para un establo, no descartaba darse algún que otro capricho en un tiempo, cuando se “mereciera” gastarse dinero en chorradas.

Empezaba a arrepentirse de haber ido. Más que distraerse solo estaba consiguiendo sentirse peor, una egoísta que estaba pensando en comprarse cosas en vez de proteger y preocuparse por sus amigos. Iba a volver a Serpentaria cuando oyó una música cercana, y cuando se giró a mirar se encontró a una chica y a un chico-oso, y este último parecía ser bastante fuerte.

Apretó los dientes al oír las amenazas, y aunque en otro momento hubiera evitado la movida, el reconocer entre el gentío a Erknest hizo que cambiara de planes. Se acercó a él, ignorando los “susurros” de Adam, que se oían de lejos. «¿También has venido sin avisar?», aunque ella había hecho lo mismo, así que no podía juzgar.
—¿Sabes quienes son? —le susurró al kamaitachi, la tensión notándose en su voz.

Ojalá le dijera que sí y que se iba a pegar con ellos, solo por unirse. No sabía hasta que punto era porque le parecía injusto el robo y la violencia, o hasta dónde aquello era otra conducta autodestructiva, pero tampoco le importaba mucho. En realidad, ni siquiera estaba pensando en eso. Solo quería sentir que era útil, y que podía ayudar a alguien.

Procesar aquellos días resultó ser más sencillo para la francesa de lo que le habría gustado. Antaño, la dulce y débil Fleur se habría hecho un ovillo para aislarse del mundo que la rodeaba, pero la ciudad la había dotado de una impasibilidad creciente. Algunos de sus amigos estaban muertos, sí, pero tras llorarlos solo le quedaba seguir adelante. Rocavarancolia no permitía que te quedaras atrás y se lo había demostrado en incontables ocasiones. Estaba bien sentir dolor, de hecho le recordaba que continuaba con vida. Pero si te detenías demasiado en sacar un pañuelo para limpiar tus mejillas... acababas muerto o lo que era peor, haciendo que tus amigos se preocuparan por ti durante semanas para finalmente nunca encontrar tu cadáver.

No iba a herir a sus seres queridos de esa forma así que debía recomponerse y sacudirse el polvo de los ropajes. Y que mejor forma que acompañando a Kahlo al antiguo mercado, un hervidero de negocios y locales con abastecimientos de todo tipo. Joyas mágicas, artefactos y mucho más. Si podías imaginarlo es porque podías comprarlo.

La siwani caminaba con paso tranquilo, disfrutando del rumor del gentío mientras su brazo izquierdo se entrelazaba al de la aparición nocturna. Tras una criba llena de soledad  era toda una sensación descubrir que había vida más allá de la cosecha. Los ciudadanos se escondían pero una vez dejabas de ser una flor que podía marchitarse con facilidad casi parecían acudir a ti. Ya fuera para tomar tu poder o para temerlo.

—No lo sé... es raro —le comentaba a su amiga con voz dulce. Podía acostumbrarse a eso, a pasear con ella algunas tardes por dónde fuera como dos jovencitas que iban al parque para brindar de comida a las palomas del lugar. Incluso se había puesto un poco más guapa de lo normal aprovechando que ya se encontraba perfectamente tras terminar las dosis de Vesalio y haber restaurado su cuerpo por completo. Se cortó el cabello hacía unos días, dejando dos mechones que se acercaban a las patillas algo más largos para darle un toque que sonara menos a "Casi fui monja en mi otra vida". En aquel momento, sin embargo, su pelo yacía recogido en un moño en lo alto de su cabeza, acompañando quizá unos labios pintados de manera suave. Sus ojos de momento era mejor no tocarlos, no tenía experiencia por culpa de haber pasado tanto tiempo en el convento y el plumón ya era lo suficientemente llamativo—. Pero estoy tranquila con esto, solo tengo que dejarle su espacio. Tendrías que haberla visto... fue como si la arena nos diera su bendición... —emitió una sonrisa por su propia broma.

Se sentía bien. Aquel rato estaba siendo un respiro. No todo tenía que ser entrenar y entrenar con hechizos o espadas. Y necesitaba contarle lo que había pasado con Maila la otra noche para asegurarse de que no fue una alucinación.

—¿Crees que si la invito a...? —pero la boca de Fleur se detuvo y sus palabras murieron sin un final claro. Algo había llamado su atención de manera abrupta. Parecía que la tensión de una disputa en potencia se palpaba en el aire. No tendría por qué ser asunto suyo de no ser porque logró divisar a Adam y Amira rondando a un chico del que hasta ahora desconocía su existencia. Parpadeó sin entender nada y su agarre se redobló sin querer sobre el brazo mecánico de la varmana. Piel sobre metal.

Kahlo ya estaba mentalizada a lo peor, así que pasado el irremediable shock de una mala noticia -que por esperada que fuera siempre golpeaba- la varmana se dedicó a algo que se le daba sorprendentemente bien: vivir.

No habría aguantado sola los meses de criba, no habría sobrevivido al ataque de 77 o a las heridas de después, sin ayuda de otros no tendría brazo o peor, lo seguiría teniendo muerto, pero aunque valoraba el poder del grupo y todo el apoyo que le habían proporcionado, la soledad no le daba miedo. Todo lo contrario, la soledad era una vieja amiga, una que sanaba heridas invisibles y animaba su espíritu, una compañera que lejos de rechazar, apreciaba. Ella no juzgaba si lloraba o no lo hacía en absoluto, si no sentía lo mismo que los demás y decidía sencillamente estar bien, estar en paz. La soledad la protegía de la empatía cuando no quería sentirla, y en ella hasta la aparición podía olvidar.

E igual que era libre de elegir si estar sola o no, ese día decidió no estarlo. Compartiría con esa chica que tan parecida era a su querida privacidad. Fleur estaba bien, espléndida incluso -y al menos, mejor que otros-, y en ese sentimiento tan simple Kahlo se encontraba a gusto. Además, Rocavarancolia seguía siendo cruda, y por mucho que sus poderes fueran de utilidad para mantener un perfil bajo, tener con quien recorrer sus calles era de agradecer.

—¡Ay Fleur! —exclamó con un tono más agudo, sus mejillas tirantes y pomposas por la felicidad. Era débil por las historias de amor, sobre todo cuando estas iban bien empapadas por una fuerte dosis de tragedia y sentimientos a fuego lento. Un poquito de dolor hacía la recompensa más dulce, incluso si la fábula no era ficción y la protagonista de carne y hueso, precisamente su amiga—. Estoy segura de que todo irá bien, sí. Por todos los Santos menos mal que te abrió la puerta, llega a dejarte plantada en el pasillo y te juro que me da algo… ¡Ay! —la estrujó ligeramente en su brazo, con cariño y sin presión, encogiéndose en su esponjoso jersey azul, cuya espalda abierta dejaba aire a sus alas y su manga remangada hacía visible el blanco del metal.

El mercado era fascinante e intimidante a partes iguales. Quería empaparse de ideas para su futuro negocio, saber que runas mezclar con prendas cotidianas para mayor utilidad y maravillarse con los ingenios de la ciudad y otros mundos -espejos que mostraban tu cuerpo como otra especie, cuchillos que en lugar de sangrar te forzaban a decir la verdad, artefactos que reproducían imágenes con electricidad…- y bien podía convertir eso en un paseo extra-placentero de mano de la francesa.
Quería saber a dónde quería invitar la siwani a la bruja de la arena, y habría chinchado para conocer la respuesta de no tener ojos o capacidad de leer el ambiente. Siguió la mirada de la rubia para encontrar no a uno ni dos conocidos, sino a tres: Adam, Amira y Erknest, cerca de otros ciudadanos y la fuente de la música más extraña que hubiera oído nunca. Nada más que por esta última no tenía ganas de acercarse, si acaso de meterse las antenas por los oídos.

—Eh… —carraspeó—. ¿Si la invitas a qué? —preguntó distraídamente, su tono pura fachada. Estaba atenta a lo que se cocía, aminorando la marcha con la que andaban por si acaso.

Dos ciervos peleaban dentro del corazón de Erknest. Uno lo animaba a seguir adelante para cumplir sus ideales de justicia y de crear un lugar mejor en la ciudad, el otro se esforzaba por hacerle entender que aquella era una de las peores ideas que había tenido, y eso que ya eran un buen montón. ¿Qué tenía pensado hacer contra un oso polar que le sacaba altura y músculo y que probablemente lo tenía fácil para meterle tremenda paliza? Adam parecía que se decantaba por esa segunda opción, era arriesgado. Si bien aunque tanto sus pensamientos como las palabras del ruso le frenaron  un poco y le ayudaron a avanzar con cierto tembleque, el caballero siguió adelante hasta quedar cerca del ursántropo y la carabesa. -Ve-Verá, es que no puedo dárselas así como así, mi jefe no quiere que falte nada. Le sientan mal las pérdidas, ¿sabe? ¿No prefiere estos ungüentos que están en oferta? Les saldría más económico.- intentaba dialogar con calma el nublino tendero, esforzándose por dar el mejor trato al "cliente" a pesar de que las amenazas estuvieran haciéndole algo de mella. Ya delante, Erknest tragó saliva armándose de valor, apretando las manos y las pies para parar sus nervios. Luego, haciendo acopio de de sus fuerzas, llamó su atención como lo haría un héroe: -O-O-O-O-Oye...-

Acababa de decirlo y ya se estaba arrepintiendo, mucho. -(¿Todavía no es tarde para salir corriendo o disimular, no?)- pensó, barajando que excusa podía permitirle irse ileso con mayor probabilidad. Fue entonces cuando una voz familiar le hizo mirar a su lado. Amira acababa de aparecer allí. -Pues... No. Pero sí. Creo que se algo sobre ellos- informó a trompicones sin estar muy seguro. Lo mismo se estaba equivocando, pero lo de las libélulas le parecía mucha coincidencia para no tener nada que ver. Lo bueno es que la aparición de la valkyria le hizo recordar que, a diferencia de la última vez, no estaba solo. Esta vez tenía a su escudero, uno de sus mejores amigos, y una compañera que, aún con el poco tiempo del que se conocían, le estaba cayendo muy bien. Tal vez juntos sí que podrían hacer frente a esos maleantes. Los ánimos del Caballero Ciervo se renovaron, listo para lo que pudiera pasar.

El ursántropo giró la cabeza hacia ellos, algo sorprendido por encontrarse con alguien que se atrevía a meterse en asuntos de la banda. -¿Uhm?- murmuró con soberbia mientras se giraba por completo hacia el grupito, dejando en paz aunque fuera por unos instantes al nublino. -¿Y tú qué quieres? ¿No ves que estoy ocupado? Lárgate- soltó en un tono intimidante, esperando que bastara para que dejaran de molestarles.

Erknest volvió a tragar saliva mientras luchaba por no temblar. Seguramente llegaba a los 2 metros, pero la actitud y su transformación no ayudaban y se sentía aún más pequeño frente a él. -(Pero no estoy solo, y el tendero necesita ayuda)- se recordó. Fue gracias a ello que consiguió levantar un brazo señalándole, diciendo con convicción: -No puedes ir por ahí amenazando a la gente para conseguir lo que quieres. Si no tienes el dinero, déjalo tranquilo y vuelve cuando lo tengas, pero no voy a permitir que lo acoses más.- Cierto era que en algunos momentos había bajado el tono o se había quedado pensando lo siguiente, pero el kamaitachi se sorprendió para bien con lo que había conseguido. Ahora solo esperaba que aquello acabara bien y se fueran.

Mientras que el ursántropo polar atendía con peor cara por momentos, la carabesa mantenía sus ganas de que la tierra se la tragara. Ya sabía de las formas de su compañero y le gustaban muy poco, pero hasta ahora nadie se había parado por allí y de repente se estaban acercando más habitantes de los que le gustaría, concretamente 0. La chica miró en todas direcciones para saber cómo de jodidos podían estar y fue la primera en fijarse en que aparte de esos tres había dos chicas un poco más alejadas atentas a la escena. Preocupada por llamar demasiado la atención, intentó convencer a su colega en voz baja: -Iceberg, cre-creo que es mejor que nos vayamos. A Kelgan no le va a hacer gracia que la estemos liando. Si se entera...- Por desgracia, Nari lo conocía lo suficiente para saber solo con verlo que de momento le estaba pudiendo la chulería. Solo esperaba que entrara pronto en razón.

No quería pecar de prejuicioso, ni tampoco quería gafarse pensando que ese par de personas eran peligrosas pero por como hablaban. Pero no se podía engañar, en el fondo quería irse y no meterse en ningún fregado a ser posible. Erknest, sin embargo, tenía intenciones de acercarse y no sabía que diantres hacer para decirle bien que “a veces uno debe mirar por su propio pellejo”.

Amira, por suerte, estaba de casualidad por la zona y tenía esperanzas en ella para que lo parase. Estaba preguntandole quienes eran y, lo mismo, Erknest sabía algo de ellos, que era el caso. Eso le hizo tener dudas, quizás el Caballero Ciervo sabía por donde tantear el terreno por muy dudosa que pareciese su intervención.

No sabía si meterse también, teniendo ese conflicto interno de salir por patas o no. ¿Acaso no hizo lo mismo con el caso de Kolja? Diantres, pensar en eso le dolió demasiado, le tocó un nervio bien sensible que le hizo torcer la cara mientras reconsideraba lo que debía hacer. En mitad de la reflexión pudo alcanzar a ver a Fleur, la chica cisne, que iba acompañada de Kahlo quien pareció preguntar algo de una invitación.

Adam suspiró, encima tenía delante a dos amigas suyas viéndolo. Tenía que hacerlo, solamente tenía que hacerlo, quizás saldría bien. Las miró a las dos con la cara llena de cansancio, no por ellas sino por lo que estaba a punto de hacer. Exhaló todo el aire de sus pulmones, volvió su cuerpo y se adentró en la tienda con Erknest quien estaba diciendo unas verdades que, por el tono, vaya que si sonaba directo para ser él. Eso para su sorpresa le dio fuerzas, eran más que ellos y Adam aunque bastante temeroso, pudo sacar una mirada de muy mala ostia dirigida al oso y a la chica que, por miedo al primero, fue la que más recibió.

El pegaso se puso bien firme cuando oyó hablar a la tipa, intentando sacar su lado intimidante y aprovechar su cuerpo ancho ya que para eso lo tenía. Eso, se estaban acobardando, eso era lo que quería oír.

Por desgracia, aparte de unos suspiros nasales fuertes, no le salía media palabra teniendo al hombre-oso delante. Estaba en guardia, no parecía tan dispuesto a irse y Adam seguía arrugándole la cara.

«VETE, VETE, VETE, VETE, VETE, VETE, VETE, VETE POR DIOS» —rogaba mentalmente mientras mantenía sus verdes al oso con mala ostia sin mostrar debilidad, aunque era más el propio ruso el que se quería pirar de ahí.

Erknest no sabía nada. O sí, pero no lo especificó demasiado. Tampoco importaba, solo se quedó mirando fijamente al tío, sin bajar la mirada. Sus puños se apretaron sin que Amira fuera consciente, y el mundo perdía y recuperaba la consistencia poco a poco, al ritmo de una respiración lenta que buscaba calmar la tensión que sentía. La gente se volvía borrosa, y no había llegado a reconocer a Fleur y Kahlo entre la multitud. Tampoco sabía si eso hubiera influenciado las ganas crecientes que tenía de partirle la cara a aquel imbécil de la radio. Por ponerse chulo, por pagarla con un pobre trabajador que solo iba a salir perdiendo, bien porque el oso le pegase o bien porque su jefe fuera a cebarse luego con él y a hacerle pagar lo que le habían robado.

Daba igual la intuición sobre su fuerza, que debía estar en torno a la de ella, porque aunque hubiera estado por encima no hubiera cambiado que cada vez tenía más seguro que no iba a pasar de aquello. A lo mejor así sentía que podía serle útil a alguien, que podía conseguir cosas. La rabia empezaba a llenar lo que hasta entonces había sido vacío y dolor. No llegó a ser consciente de que Adam se acercaba, y la otra chica apenas era algo secundario. No le tenía ningún miedo al oso.

Secundaba todas y cada una de las palabras del kamaitachi, y tal vez en otra ocasión le hubieran hecho sonreír, pero en aquellos momentos le cegaban demasiadas cosas. Lo injusto de todo, el mal trago de las muertes recientes, la necesidad de sentir que era útil. La voz de la otra interrumpió de repente la bola de pensamientos, que empezaban a ser fragmentos incoherentes.
—¿Por qué no haces caso a tu compañera y te largas? Parece tener ideas bastante inteligentes —no pretendía que fuera una amenaza, pero lo tensa que seguía no ayudaba a conciliar.

Dentro de lo que cabía, Amira no era una persona que buscase la violencia por la violencia, y se iban por las buenas era la mejor solución. ¿Pero si aquel imbécil se quería encarar con Erknest? ¿Si estallaba algo violento? No pensaba rechazarlo, y estaría allí para apoyar al kamaitachi.

El tono agudo de la varmana y la manera tan vívida que tenía de reaccionar a las idas y venidas de su relación con Maila sonaban como unas notas de piano bien tocadas. La francesa sonrió cuando su amiga le estrujó el brazo con cariño, alegrándose de poder vivir un momento de frescura al encontrarse inmersas en una charla cotidiana. No tuvo opción de compartir algún acto parecido con cualquiera de sus compañeras del convento, así que resultaba fascinante poder hablar de chicas en voz alta entre risitas que afloraban cual pétalos tímidos al recibir los primeros rayos del día.

—Te prometo que con todo... una parte de mí prefería que no me abriera la puerta —bromeó—. Ya muriera deshidratada o de inanición por tal de no encontrármela enfadada —sin embargo el hecho de no estar rodeada de los muros de su abadía significaba que debía pagar un precio y pronto la viva voz del mercado dio un grito en alto, pronunciándose como lo que era, el seno de decenas de negocios con artefactos mágicos tan dispares que nunca podrías imaginarlos todos juntos, sí, pero también hogar de transeúntes de mala fe y condición.

La pregunta de la aparición nocturna llegó a sus oídos como un rumor sordo al que contestó de manera mecánica. Ambas se habían percatado de que algo estaba sucediendo ante sus ojos.

—Invitarla a un mesón...—murmuró, los ojos bien abiertos y su largo cuello algo tenso y de marfil—. Me han hablado bien de ese lugar...

Precisamente creía que Amira trabajaba allí, pero avistar a la propia muchacha entre la multitud y metida de pronto en el conflicto apartó aquel hilo de pensamientos. No sabía si apostaba todavía por algún Dios, pero Fleur rezó todo lo que sabía para que la francesa y Adam no acompañaran en absoluto al chico con casco de ciervo.

Una vez más nadie pareció oír sus plegarias.

La siwani aminoró el paso al ritmo de su compañera, ahora sí permaneciendo completamente quieta en el sitio e interpretando la mirada de cansancio que el ruso les había mandando a las dos como que no tenía más remedio que cuadrarse allí delante. La musiquita y el tamaño del gran oso polar resultaban inquietantes a partes iguales, pero las palabras envalentonadas de la valkyria terminaron por encajar las piezas del puzzle. Estaba segura de que debían conocer al joven de la armadura.

Fleur dejó escapar el aire entrecortado sin saber muy bien cómo se sentía al respecto pues hacía tiempo que ayudar al prójimo en la cristiandad se había vuelto una prioridad terciaria o cuaternaria. Podía apreciar el gesto, más no la imprudencia.

—Ehm —su boca se entreabrió con voz trémula, exhalando cierta preocupación latente—. ¿Kahlo?  —la interrogó, sin la mera intención de acudir a su nombre porque sí.

—Es un sitio bonito, seguro que le gusta… —musitó. Lo decía de veras, aunque su tono ausente no fuese el adecuado. Estaba entretenida con el escenario, aunque no precisamente para bien.

¿Qué estaban haciendo? Parecía el inicio de una pelea, y quizás fuera la naturaleza discreta de su transformación o el carácter que tenía de serie, que Kahlo no quería inmiscuirse. El rol protagonista era uno agradecido (y Santos, cuanto había peleado por conseguirlo) pero hasta ella tenía que admitir que había momentos donde ser secundario era una bendición. No haber tenido encontronazo directo con otro ciudadano no la hacía pecar de incauta, e igual que no era necesario errar para aprender (especialmente en un sitio donde meter la pata podía matarte), Kahlo era perfectamente consciente de los asuntos turbios que algunos llevaban en Rocavarancolia, criaturas inmorales o perturbados de mente como los que habían robado la vida de sus compañeros, pero ella no sería quien juzgase o persiguiese que hacían o dejaban de hacer siempre y cuando no le afectase. Los justicieros estaban bien, pero ella prefería a los huidizos ladrones de guante blanco. Por eso arrugó el morro cuando escuchó a Erknest responder, a Amira apoyarle y a Adam posicionarse. Prudente o no, no podía dejar que barriesen el suelo con sus amigos.

—Sí —respondió a Fleur con el suspiro angustiado de una madre abochornada. Con ella tenía poco filtro—. Lo veo, sí…

¿Tan difícil era dejar que el oso siguiera con lo que quiera que estuviese haciendo? Vamos, ni que robar fuese para tanto. O intimidar. O amenazar verbalmente. O- mira, la verdad, más allá del chisme no quería saberlo. Le dedicó una mirada a Fleur, una pregunta silenciosa y un permiso antes de acercarse con ella a los problemas, a paso lento pero firme no porque no tuviera nervios, sino porque al menos contaban con la ventaja numérica. Estaba esforzándose por no soltar sus benditas toxinas.

—¡Hoooola queridos! ¿Qué tal? —anunció con emoción y una sonrisa—. ¡Saaantos, que tensos os veo! —miró al dependiente, al que dedicó una pequeña pero bonita reverencia, cerrando los ojos para hacerla más significativa—. Muy buenas tardes.

No sabía ni qué diantres vendían, así que chequeó el puestecillo sin soltar el brazo de Fleur con fingida naturalidad, chequeando botecitos alquímicos e incluso cogiéndolos para inspeccionarlos más de cerca. Evitaba mirar a los dos desconocidos, ignorando su presencia.

—Qué casualidad encontrarnos por aquí. ¿Habéis venido a comprar también? Hoy está movidito el mercado. ¡Uy-! ¡Hola! —saltó con voz aguda, como si fuera la primera vez que reparaba en los otros dos—. Santos, pero dónde están mis modales —removió suavemente el brazo derecho para soltarse de Fleur—. Disculpa cielo, la diestra es mi dominante —y con una sonrisa le tendió la mano a cualquiera de los dos, oso y chica sin cambios—. ¿Sois amigos de mis amigos?

Kahlo era tan novata como el que más, pero había cierta estrategia en hacerse la tonta, en tender la prótesis como presentación. Igual que su hermano jugaba a ser un libertino tanto como un miembro de la alta sociedad, Kahlo mantenía oculta una mente afilada y brillante como una gema bajo sus aires infantiles. A veces era más fácil ser subestimado, menospreciado; tus cartas ganaban impacto. Y ella les estaba tendiendo su baraja. Si de por sí los implantes irrenses eran caros, esa niña ingenua excesa en confianza tenía una bien excéntrica, color blanco marfil, de sinuosos decorados y oro que relucía en las juntas de las articulaciones, con anillos fundidos en los dedos. No era una formalidad, era una advertencia, una muestra de poder. Que creyeran que era lo que no era.

Total, si fallaba ninguno recordaría cuando se marchase.

El otro humano se acercó a los otros dos, lo cual no era buena señal. Si Nari ya estaba tensa, en cuanto el chico le miró con una expresión digna de Iceberg, dio un respingo escondiéndose un poco tras su compañero. No, no se merecía pasar esos disgustos. Al menos la otra chica había sido más considerada, estaba bien que les plantaran cara (era lo lógico y por lo que le tenía dicho al ursántropo que no les convenía llamar la atención) pero ella no tenía ni la mitad de la culpa. Fue por ello que asintió a las palabras de la francesa, colaborando a sus esfuerzos por terminar la situación. -¿Ves? ¿Por qué no nos volvemos a la guarida?- comenzó tímidamente a intentar convencerle, pero no sirvió de nada.

-Aguanta- interrumpió seco Iceberg, dejando caer el radiocasete al lado de la carabesa sin apartar la mirada de los tres. Nari tuvo que reaccionar rápido a algo que no se esperaba y, justo antes de que tocara el suelo, seguramente rompiéndose y llevándose una bronca al volver, consiguió terminar un hechizo de levitación para mantenerla en el sitio y cogerla. -(Por los pelos)- pensó quitándose el agobio momentáneo mientras pausaba la música.

Erknest había ganado algo de coraje tanto como por haber conseguido plantar cara a aquel malhechor como por la cercanía de sus amigos. Tal vez sí que era más valiente de lo que pensaba. Aunque lo que pasó a continuación le pondría a prueba de nuevo. El ursántropo dio un par de pasos todo lo erguido que podía, quedando prácticamente frente a ellos. Su mirada estaba cargada de arrogancia y un orgullo que se negaba a romper. -¿Por qué tendría que hacer caso a unos mindundis?- comenzó, esforzándose en sonar más intimidante aún y mirando uno por uno al grupito. -Los Dragonfly tenemos un propósito más importante que preocuparnos por si nos llevamos algo sin pagar. Más os vale no meteros con nosotros o lo lamentaréis.- El kamaitachi temblaba un poco, pero consiguió mantenerse firme sin echarse atrás. No tenía ni idea de que misión hablaba, pero si consistía en robos tenía claro que no podía permitirlo. -No, no vas a salirte con la tuya- declaró en un subidón de calma y valentía. Y, aunque no se hubiera dado cuenta, el resto tal vez sí que podría entrever algo más en las palabras del medio oso. Entre la aparente furia empezaba a asomar algo de nerviosismo, su coraza se estaba desarmando con cada persona que se sumaba y no se amedrentaba con las amenazas. Hizo otro intento, cerrando uno de sus puños: -Si no queréis entenderlo por las buenas, tal vez os quede claro si...-

Sin embargo, la bronca se vio truncada con la entrada en escena de Kahlo y Fleur. Nari no sabía dónde meterse ya e Iceberg se quedó desconcertado (y algo tenso, ahora eran 5 contra 2) con la tranquilidad que llevaban. A Erknest le pasaba parecido, incrédulo ante la aparición de la varmana y la otra chica que, aunque no hubieran hablado antes, sabía que era compañera del resto. -Ah, bu-buenos días. Qué agradable sorpresa verte por aquí- saludó nervioso, tanto por la situación como por encontrarse con ella. ¿No podría haber sido en otro momento, no? El tendero también estaba perplejo por cómo estaba derivando la discusión, aunque estaba un pelín más tranquilo ahora que la mercancía no peligraba tanto, así que devolvió el saludo con relativa calma. Ya podían estar matándose delante del puesto que su jefe seguramente se enfadaría si no daba el cien por cien con los posibles clientes.

El caballero entreabrió la boca varias veces buscando las palabras para explicar lo que sucedía, temiéndose que fueran a tomarla también con las dos. Mientras tanto, Nari se lo pensó un poco aunque acabó cediendo la mano a la varmana en un agarre que duró casi nada, dedicándole una sonrisa con todos los nervios posibles. Por supuesto se había fijado en la prótesis. No tenía ni idea de si estaba a la par con la que tenía Klaas en cuanto a funcionalidades, pero era lo suficientemente avispada para caer en que había sido cara, ya quedaba saber si era una veterana en la ciudad o una novata como ellos pero con mayor suerte o habilidad. Ninguna opción le convencía cuando ya incluso antes de que se acercara estaban jodidos. -Esto...- intentó explicarse para salir del paso, pero Iceberg se robó el foco.

El ursántropo también había caído en lo de la prótesis, pero aún con ello le daba igual. O al menos, se esforzaba en que le diera igual. Él era fuerte, alguien que infundía respeto, no iba a dejarse amedrentar por cinco chavales. Aunque una cosa era lo que pensaba y otra la realidad. La realidad es que se le estaban acabando las opciones y desde el primer momento tenía las de perder. Miró a los tres primeros "enfadado" y para nada nervioso: -¿¡Y ahora éstas quienes son!? ¿¡Tanta ayuda necesitáis para plantarme cara!?-