Primer sueño de Szczenyak

-¡Hostia, puta, joder! -exclamó Colmillo cuando el fogonazo de luz casi le deja ciego, casi tropezando hacia atrás en su intento de huir de la luz.

Hasta el momento, el vittya había estado muy confuso y perdido, sin saber dónde estaba, qué hacía ahí o incluso cómo había llegado. No había habido ni una brizna de luz que le permitiera identificar algo, ni un sonido o algo a su alrededor que le permitiera deducir cualquier cosa sobre el lugar en el que se encontraba. Szczenyak sabía que si pasaba más tiempo en esa situación, comenzaría a ponerse muy nervioso e inquieto, por lo que deseo que algo cambiara por mínimo que fuera. Ni un segundo después, ya estaba deseando retractarse.

-¿Qué cojones...? -murmuró una vez se acostumbró a la luz, mirando a su alrededor.

Con duda, pero con curiosidad, el vittya se fue acercando poco a poco a la zona iluminada y alejándose de la oscuridad, tan concentrado en la curiosa bola de cristal sobre la mesa, que no pudo evitar dar un respingo de sorpresa al oir la voz de su nana.

-¡Nana! -exclamó con una amplia sonrisa y la cola moviéndose sin control a sus espaldas.

Si bien no recordaba cuándo había sido la última vez que la había visto, sí que podía sentir una añoranza dentro de sí mismo, como si hubiera pasado más tiempo en su ausencia del acostumbrado.

Su primer instinto fue saltar a sus brazos y frotar sus cabezas juntas, más hambriento del cariño de su persona favorita de lo que había estado nunca, pero algo en la actitud de su nana le hizo abortar el movimiento y quedarse en su sitio con la cabeza inclinada en confusión. Su nana parecía... seria. Muy solemne, como si Szczenyak no fuera su nieto más pequeño, sino uno de esos clientes que eran más receptivos cuando la adivina que contrataban se comportaba muy formal. Además, no le había llamado Colmillo, cosa que solo hacía cuando se sentía tremendamente orgullosa de él o tremendamente disgustada con él. Y, francamente, no parecía ser lo primero.

-¿Estás bien, Nana? ¿He hecho... he hecho algo mal? -preguntó con las orejas caídas mientras se sentaba obedientemente en el taburete, esperando una reprimenda de la que ni siquiera sabía cuál había sido la causa.

Cuanto más tiempo tardaba su nana en responder, más y más nervioso se iba poniendo Colmillo. "¿Habré tocado algo de su caravana sin permiso? No recuerdo haberme peleado con nadie últimamente. ¡Y estoy seguro de que me he lavado los pies al entrar!" pensó frenéticamente sin poder deducir dónde había fallado.

A pesar de la espera, su respuesta no lo consolaría en absoluto.

-¿Lo importante? ¿Qué es lo importante? -preguntó dubitativo, mirando los papeles que su abuela iba poniendo sobre la mesa con las orejas ladeadas por la confusión.

Parecía... parecía tarot. Aunque solo fuera por la distribución de las "cartas" o, más bien, de los rectángulos de papel idénticos entre ellos.

-No entiendo... Nana, no entiendo qué quieres que haga -confesó, con las orejas gachas por estar decepcionando de alguna manera a su persona favorita en el mundo, aunque no sabía cómo ni por qué-. ¿Qué quieres que dibuje? ¿Quieres que dibuje una tirada? ¿Qué cartas quieres que haga?

“Ya está, la he cagado” se dijo a sí mismo encogiéndose de hombros al ver la expresión de su nana, pero se tranquilizó un poco en cuanto le llamó “querido”. “No puede estar tan enfadada si sigue diciendo cosas cariñosas, ¿no?” se volvió a decir, para nada convencido debido al tono neutro que había usado con él.

Su nana, por lo general cariñosa y efectiva, se estaba comportando de forma tan distinta que Colmillo decidió encogerse un poco más para verse más pequeño y menos amenazante para no incitar más esa actitud tan extraña e incómoda y, a pesar de que todavía no estaba entendiendo la finalidad de todo eso, decidió hacerle caso a su abuela y, con movimientos inseguros, cogió uno de los materiales de dibujo.

-Ya sabes que yo no soy el artista de la familia, je, pero haré… haré lo que pueda -se disculpó con una sonrisa tímida antes de comenzar con su dibujo.

Entre el nerviosismo y la inseguridad, el zawodny no sabía mucho qué podía dibujar, tanto porque no sabía cómo contentar a su abuela, como porque no tenía ni idea de qué era lo que había dentro de él, por lo que decidió empezar por su último recuerdo: un torreón circular de cuatro plantas protegido por un foso.

Cuando el vittya se dio cuenta de su error ya fue demasiado tarde. En su afán por contentar a su nana, Colmillo había puesto todo de sí para hacer el dibujo lo más detallado posible, pero la extraña situación le debería haber puesto sobreaviso, lo más seguro habría sido haber dibujado algo inocuo como su propio nombre o, directamente, una de sus cartas favoritas del tarot para manipular un poco la propia tirada, porque eso parecía que era lo que estaba ocurriendo: su nana le había pedido que dibujara su propia tirada y la había cagado desde la primera carta.

-¿¡Qué coño...!? -exclamó sorprendido por el brillo de la carta, pasando de la sorpresa al susto cuando vio la carta cambiar-. Mierda...

Su nana tenía razón, como buen pupilo suyo Szczenyak había memorizado todos y cada uno de los significados de todas las cartas de la baraja y sabía perfectamente que La Tormenta nunca era un buen augurio. Una carta que en su base significa caos, destrucción, rupturas y cambios inevitables nunca podría serlo.

Y en esta extraña tirada se encontraba en la posición de elementos a su favor. E invertida.

-Mierda -murmuró de nuevo, sin saber cómo reaccionar.

¿Cómo debía interpretarlo? ¿Que en realidad era tan inútil que todo lo que tenía en positivo no era ni siquiera positivo? ¿Que estaba condenado al fracaso constante?

A Colmillo le hubiera gustado tener algo de tiempo para discutir este resultado con su nana, pero el chasquido de sus dedos a penas le dejó tiempo para reaccionar y de un momento a otro su alrededor comenzó a volverse borroso y la carta sobre la mesa entró en el caos que representaba.

-¡HOSTIA, HOSTIA, HOSTIA, HOSTIA! -comenzó a gritar con miedo al ver la carta crecer y comenzar a engullir todo lo que le rodeaba, como si sus insultos fueran a detener lo aparentemente inevitable-. ¡CUIDADO, NANA! -intentó advertir mientras estiraba la mano para alcanzar a su abuela sin llegar a estar ni cerca de conseguir salvar a su impasible nana.

Como un último esfuerzo, el vittya se echó hacia atrás para evitar el colapso con la carta, pero resultó tan inútil como el resto de sus anteriores acciones y no tardó en verse engullido por ella como todo lo demás antes que él.

-¡Joder, joder, joder! -maldijo esta vez al encontrarse de pie sobre el borde de un acantilado, tan peligroso como terrorífico, y completamente empapado a pesar de que no hacía ni un minuto que había llegado al lugar-. ¿¡Nana!? ¿¡Nana, dónde estás!? ¿¡Estás bien!? -intentó gritar, preocupado a pesar de todo por su abuela, aunque cada vez menos convencido de que lo fuera realmente.

Solo. Completamente solo, de nuevo.

En aquel acantilado, acompañado únicamente del retumbar de los truenos en sus oídos, Colmillo sintió de nuevo, con más fuerza que antes, la soledad que se había disipado al estar con su nana. Aunque cada vez estaba menos seguro de que lo fuera realmente. ¿Alguna vez su nana lo había abandonado de esa manera? ¿O lo había tratado con tanta frialdad? Si había sido así en algún momento de su vida, Szczenyak no lo recordaba. Ni siquiera cuando su yaya murió y Nana a veces se perdía a sí misma mirando las estrellas y acariciando los huesos de la que fue su esposa, dejó de tener tiempo para su nieto favorito. No, ese no era un comportamiento normal en su abuela. Algo tenía que haber pasado.

¿Pero qué importaba eso ahora? Nada, porque Colmillo volvía a estar solo y abandonado en medio de la nada sin poder avanzar ni retroceder porque no había ningún sitio al que ir o al que volver.

Perdido, asustado, congelado y dolorido por los fuertes sonidos, el vittya pensó que si de alguna manera este iba a ser su final, al menos había visto el rostro de su nana una última vez y que eso, quisiera o no, debería ser suficiente.

Casi a punto de rendirse al no ver escapatoria, Szczenyak vio un punto blanco a lo lejos en el agua, que parecía a la deriva, pero luchando contra la tormenta para acercarse hasta el acantilado.

"¡Una salida!" pensó esperanzado.

Con emoción, el zawodny empezó a buscar una forma de descender, mirando a su alrededor de forma frenética a pesar de que sabía que no había ninguna forma de hacerlo. Al menos, no una forma que no implicara lanzarse al vacío.

-¿Pero qué coño...? -exclamó al poder oir tan claramente el sonido de una cuerda deslizándose a su lado por encima de los ensordecedores truenos.

Durante un minuto completo, Colmillo se quedó mirando fijamente la cuerda, con el viento y el agua todavía azotando su cara.

Había una cuerda. Ahí, quieta, firmemente sujeta. Totalmente dispuesta y disponible para que él la usara para bajar hasta el velero de forma segura.

El vittya miró hacia ambos lados buscando la trampa, como si fuera a saltar sobre él desde detrás de la nada.

-Joder -se quejó antes de acercarse con cuidado a la cuerda para empezar a bajar por ella, sabiendo perfectamente que no debía fiarse en lo absoluto de algo como eso, que bajar por la cuerda que había aparecido convenientemente cuando más la necesitaba era llamar a la catástrofe, pero, ¿y qué más podía hacer?

-Joder, joder, joder. ¿Quién me mandaría a mi? -se quejó mientras descendía por la cuerda, con un agarre más firme del que él se veía capaz en esas circunstancias.

La lluvia y los relámpagos se sentían como una tortura y el hecho de que sus pies resbalaran más de lo que su corazón podía aguantar, no estaba ayudando a su ansiedad en absoluto.

El vittya estuvo casi tentado de saltar de júbilo cuando sus pies tocaron por fin el final del descenso. La bajada había sido tan horrible que Colmillo había estado tentado más de una vez en tirar la toalla, viéndola imposible, pero si algo era con ahínco era cabezota y una vez había empezado el descenso pretendía llegar abajo.

-¡Su puta madre! -exclamó al sentir el bamboleo de la barca.

Aunque Colmillo descendía en parte de comerciantes marítimos por parte de su padre, nunca se había sentido del todo a gusto en una embarcación y siempre que la familia viajaba en uno no podía evitar mirar con cierta envidia a sus primos y tíos y su increíble dominio sobre el mar.

-Joder, no quiero vomitar -se quejó acercándose por fin al único objeto que había en el velero, frunciendo el ceño al identificarlo-. ¿Qué coño...?

El pincel parecía ajeno a la lluvia y el bamboleo, permaneciendo firme y seco en su sitio, con tinta fresca y sin diluir en su punta. Mirando a su alrededor en busca de algo más, Szczenyak se dio cuenta de que el material de la vela no era, ni por asomo, el que debería, ya que estaba hecha del mismo papel en el que posiblemente hacía un milenio había dibujado el torreón.

-Vaaaaale... -murmuró con extrañeza, pero con su cerebro empezando a hacer ciertas conexiones que no le estaban haciendo ninguna gracia.

Pincel y papel aparentemente no afectados por la lluvia en un barquito sin timón y remos.

-Joder, quiere que salga como entre -murmuró para sí mismo, pensando en esa falsa nana que le había enviado ahí de alguna manera usando un dibujo y que parecía tener la intención de sacarlo de la misma manera-. Pues dibujemos, hostia.

Con esfuerzo, luchando precariamente contra el bamboleo del barco y la lluvia torrencial, Colmillo cogió como pudo el gran pincel y se acercó a la vela de papel, con la intención de dibujar la misma mesa donde se había dibujado por primera vez.