Torreón Silente

Recuerdo del primer mensaje :

Magia:

Luci estaba concentrado principalmente en poner un pie delante del otro. Se mantenía lejos de la cabeza del grupo y lejos de la cola, pues tenía miedo tanto de ser el primero en enfrentarse al paisaje como de quedarse rezagado. Aparte de sus pasos también prestaba atención a las tres personas que le habían dirigido la palabra, asegurándose de tener al menos una a su alcance en todo momento. El daeliciano necesitaba nuevos referentes a los que aferrarse.

En cuanto a la fealdad de la ciudad, Luci hacía grandes esfuerzos por ignorarla. La zona por la que avanzaban parecía cada vez más y más ruinosa y los pocos edificios que se tenían en pie eran verdaderas abominaciones. Entre semejante escombrera no tardaron en ver una torre alzarse, claramente nueva y en buenas condiciones pero igualmente horrenda en sus términos estéticos. Por mucho que lo deseara no le quedaba más remedio que aceptar que ese era el posible refugio que había divisado la persona emplumada pues no había ningún otro sitio donde meterse. Se le escapó un gemido lastimero.

La torre (o más bien torreón) era altísima, de piedra gris y salpicada de diminutas ventanitas que auguraban un interior oscuro y frío. El único adorno que tenía era un ¿reloj? Parecía un reloj pero Luci no era capaz de interpretar la hora que marcaba. Tenía un puente sujeto por cadenas sobre un foso. Al acercarse el pelirrosa comprobó con alivio que no había huesos en él aunque olía terriblemente mal. << ¿Es que todo en esa ciudad es desagradable?>> pensó angustiado, cubriéndose la nariz con el cuello del pijama. No sería el primero en entrar, pero tampoco el último, simplemente seguiría al grueso del grupo a pasitos inseguros.

Como imaginó, Chromsa estaba adorable con las gafas de Kahlo.

-¡Qué mono! -chilló. -Claro que las hacen adaptadas, si no no servirían de nada. ¡Tenemos que conseguirte unas!

Luci no pensó en las posibles consecuencias espirituales de reparar la vista de Chromsa, para él esa deficiencia en la vista era algo que impedía apreciar la belleza en su totalidad y no veía nada malo en buscar una solución si la había, puede que incluso pudiera curarse con magia. Claro que tampoco corría prisa, por la situación y porque no es que hubiera mucha belleza que perderse.

Fue a la cocina a hacer más té para los que habían aceptado su ofrecimiento, usando magia para darse algo de prisa, pues no quería perderse nada de la conversación. Cuando regresó, Iemai estaba hablando de irse.

-¿Ehhhhhhhh? ¿Os tenéis que ir ya? -dijo, con toda la decepción del mundo pintada en el rostro. Se lo estaba pasando muy bien con las visitas, le gustaba hacer de anfitrión y quería saber más cosas y contar más cosas. Sin embargo tenían razón en que el sol estaba ya muy alto y podía ser peligroso si se demoraban más de la cuenta -Bueno… Venid más veces, porfa. Si avisáis con tiempo os podría hacer un bizcocho -ofreció con la esperanza de que fuese un buen aliciente.

La cercana se había perdido una parte de la conversación, pero disfrutó de su final. Estaba claro que le faltaba información para entender la explicación sobre los problemas de la vista del ochrorio, pero ya tendría tiempo de preguntarle a Iemai o a las demás. Tampoco le dio importancia al silencio de la enderth, pues ella tampoco era especialmente parlanchina.  Simplemente se cruzó de brazos y escuchó hasta que Iemai habló de irse.

Ulmara descubrió que le daba pena marcharse, quería saber más de ellos. Y a la vez, estaba deseando salir de aquel lugar para pisar la calzada, sentir la brisa e incluso la luz del sol marchito que les alumbraba. No sabía qué tenían las calles de Rocavarancolia que eran a la vez ruinas anodinas, el hogar de monstruos terribles y un lugar perfecto para... ¿pasear o morirse? ¿Era eso? Una combinación terrible en la que se sentía a gusto. Algo en lo que pensar más tarde.

—Gracias por vuestra hospitalidad —les dijo—. Avisaremos con tiempo entonces —añadió divertida, ante la oferta del daeliciano—. Y si convencemos a Qwara, os traeremos una pizza terrestre riquísima —ofreció.

Se irguió, separandose de la pared en la que se había recostado, y recogió el escudo que había apoyado al entrar contra una de las sillas. Había sido raro que el encuentro acabara siendo una serie de charlas informales y amenas, de alguna forma era casi subversivo, se sentía como hacerle la peineta a la ciudad de los portentos y los huevos morenos. Ulmara se fue con ganas de volver a verles.

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-Muchas gracias Kolja. -Si todos salían de aquello, desde luego tendría muy en cuenta gestos como ese. -Que aproveche. -Le despidió.

Rio ante las palabras de Alec enlazando esa mirada pícara con la suya sin el más mero ápice de vergüenza, dejando claro que sabía de sobra que cartas se estaban jugando, y que no le hacía ascos a ello.

Empezó a explicarle la distribución de la ciudad de manera ligera y con gestos, acercándose el también y a la larga si el humano lo quería retirándose del grupo para charlar mas en privado.

Sin embargo pese a las ganas y el interés el frivy empezó a sentir nervios, incluso algo de ansiedad por la situación. La finlandesa no dejaba de rondarle la cabeza y terminó por rechazar con una disculpa cualquier avance en ese momento y prometiéndole que hablarían de nuevo.

Apareció un tanto pensativo, llamándose idiota en su propia cabeza por rechazar algo tan sencillo y que quería tanto por el extraño "kaos" que le esperaba en casa, aún así sintiéndose en parte aliviado sin saber muy bien porque.

Se dio cuenta de que había estado apartado más de lo que creía mirando a la luz de los ventanales y a sus compañeros ya preparándose para marchar.

-Vaya, se me fue el tiempo. -Dijo para todo el mundo con tono frustrado. Realmente le hubiera gustado haber establecido más relaciones con el resto.

-Espero poder conoceros a todos mejor la próxima aunque me pasaré la cena preguntándoles cosas a ellos. -Rio acercándose hasta Fleur y revolviéndole el pelo con cariño.

-Ha sido un placer aún con todo. -Sonrió. -Trataremos de traer nosotros algo delicioso la próxima, o bueno, si nos avisáis para venir vosotros tenerlo preparado.

Sin más y despidiéndose con su típica sonrisa cruzo el puente con sus compañeros, empezando a hablar con ánimo con ellos.

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Iemai observaba las interacciones entre los miembros del otro grupo con interés. Parecían llevarse muy bien también, y aquella primera interacción había resultado un éxito precisamente porque eran gente abierta a una alianza, igual que los de Maciel. Sería muy útil en el futuro tener relación con todos los cosechados que pudiesen encontrar desperdigados por la ciudad.

Le alivió saber que no había ofendido al ochrorio con su pregunta, y a la hora de la despedida se aseguró de sonreír mirándolos a todos alternativamente.
—Ha sido un placer conoceros. Espero que podamos volver a encontrarnos pronto, seguramente tengamos mucha información que compartir todavía. —Sus compañeros ya habían ofrecido comida para devolverles la cortesía, así que solo añadió—: Nuestro torreón siempre estará abierto para vosotros, venid cuando queráis o lo necesitéis.

Recogieron sus bártulos y aún se despidieron una última vez ante el puente, que no tardó en subirse mientras ellos se alejaban de allí. Iemai no dejaba de mirar a su alrededor mientras avanzaban, preocupada de lo que pudiera haber acechando en las calles. No ayudaba que, de vez en cuando, le pareciese ver algo moviéndose por el rabillo del ojo. Ya nunca sabía si realmente había algo o eran imaginaciones suyas, pero su corazón se saltaba un latido cada vez que sucedía.

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Después de pedir el té a Luci, Kahlo le otorgó sus gafas a Chromsa. Adam ya tuvo una ligera imagen sobre eso cuando supo de su visión pero mentalmente no estaba preparado para verlo en persona, tapando con disimulo su boca e intercalando entre mirar al infinito y al ochrorio, a quien no le quedaron para nada mal esas gafas. Dio gracias a que Luci le ofreció el té calmando un poco aquel remolino de sentimientos y soltar una pequeña risa al presenciar las reacciones de Alyssa y Luci.

—Ha estado guay conoceros, volved cuando queráis —dijo el ruso ante todas las despedidas. La visita fue la mar de agradable, pasando una tarde muy divertida con los de Sendar.

Pasaron más días, siendo la mayoría rutinarios pero Adam notó que el mes se hizo particularmente raro, más inusual de lo que podría considerarse normal. Lo primero fue aquella noche estrellada, una bonita visión que no se volvió a repetir. En una de las salidas varios sectores de Rocavarancolia poblados por plantas verdes sorprendieron a Adam, eran las mismas plantas que claramente estaban marchitas.

Antes de la llegada de Mayo, Adam le pidió a Chromsa intentar de nuevo hacer magia. No quiso considerarse un caso perdido, el solo ver a algunos de sus compañeros manipular ese poder hacía crecer en el ruso más y más interés por esa misteriosa magia. No pudo creerlo cuando lo consiguió, simplemente no daba crédito cuando logró hacer un hechizo. Aquél descubrimiento desencadenó en un ligero descuido en lo entrenamientos con Kolja, saltándose varios combates de entrenamiento para practicar con su recién descubierto poder.

Cuando llegó Mayo el temporal no terminaba por aclararse. Era cuestión de pocos días para que la temperatura pasase de ser algo calurosa a un frío que lo estremecía, pasando Adam noches bastante malas por ello.

—Buenos días a todos —saludó bajando las escaleras algo más abrigado de lo normal.

El grupo de Sendar se marchó y Luci se quedó con un extraño vacío en el pecho. La visita le había sabido a poco. Durante la cena pusieron en común la información sacada de cada conversación y la opinión general fue que los sendarios eran gente tan agradable como los silentinos.

La visita fue como un prefacio a tiempos algo mejores para él. La posibilidad de encuentros sociales obró milagros en el ánimo del daeliciano. Volvía a apetecerle salir, aunque fuera solo en esas escasas ocasiones, por lo que se tomó en serio cuidar su salud para no darle ningún susto a sus compañeros. Se volvió más concienzudo con su entrenamiento y con sus estudios de magia. Tuvo la suerte de no percibir más cambios en sus habilidades que la soltura que le daba la práctica. También se hizo barritas de granola y miel para picar entre horas y en las salidas y así mantener sus niveles de energía. Que los otros torreones le cediesen sus excedentes de miel, ya que parecía ser el único que podía comerla, ayudó mucho a normalizar su dieta, y él se aseguró de compensárselo con bizcochos.

La cercanía de la Luna Roja pendía sobre sus cabezas como una amenaza y una promesa al mismo tiempo. El clima se volvió loco: tan pronto hacía un calor horrible como tanto frío que Luci tenía la esperanza de ver nevar (algo que nunca ocurría). Se aseguraba de sólo salir cuando hacía frío, pues le permitía llevar jerseys anchos que escondiesen sus formas. Los grupos pusieron al día su información sobre lo que podría pasar, que no era mucha. Maciel les dio una especie de confirmación a sus sospechas al hablarles de dioses. La Luna les daría poder, eso estaba claro. Pudieron poner al día sus cambios, algunos tan extraños como provocar desmayos. Luci no notó nada más, salvo una creciente mejora de la vista de la cual sólo se percató en una de sus salidas y que coincidía con una de las cosechadas de su libro.

Pero sin duda su cambio favorito fue el verde que parecía renacer en la ciudad. Lo notó primero en el pequeño huerto del torreón, más crecido que nunca, luego en los patios de las casas abandonadas, en las fachadas de los edificios, en las glorietas, incluso entre los adoquines. Aquí y allá aparecían plantas, verdes como en los mundos de sus compañeros, pero que igualmente embellecían el paisaje monótono y gris que ofrecía la ciudad.

-¡Buenos días! -saludó a Adam. Él ya se había levantado hacía poco rato y estaba desayunando gachas con miel en la mesa de la cocina. Llevaba su pijama de conejo, que desde que conocía el hechizo de limpieza podía llevar todas las noches, con la capucha bien calada.

Las siguientes semanas se sintieron extrañas para la clinger. Por un lado, el día a día y las rutinas que lo conformaban no tenían mucha variación. Por otro lado, todos los eventos ajenos a su control que estaban ocurriendo hicieron que, a pesar de la rutina, cada día pareciera distinto del anterior. Sin ir más lejos, el clima mismo estaba loco. Tan pronto se ponía a hacer un calor que le hacía quitarse la capa como caía una tormenta que solo duraba unos minutos y dejaba todo inundado. Otros días hacía tanto frío que incluso helaba. Kradko creyó seriamente que iba a morir en esos, ya fuera por el frío o aplastada por el peso de las incontables sábanas con las que dormía. ¿Y si un día se quedaba atrapada?

Extrañamente, a la vegetación de la ciudad no solo no parecía no importarle la inestabilidad climatológica, sino que estaba cada día más verde y sana que nunca. Empezó a toparse todo tipo de vegetación que se había encontrado marchita hasta entonces. En una ocasión vio incluso un árbol que estaba segura que no se encontraba allí unos días atrás. «Debe ser cosa de magia», pensó.

De magia, o tal vez todo lo contrario, parecía también lo que le estaba sucediendo a ella misma. Al principio pensó que igual estaba cansada, pero tras una semana vio bastante claro que, definitivamente, ya no era capaz de ejecutar muchos conjuros. Esperaba que igual solo fuera algo temporal e intentó ocultarlo, pero con el paso de los días solo iba a peor. Y con esos retrocesos era su vergüenza la no hacía más que avanzar. Tampoco ayudaba que otros parecían de repente más y más capaces de usar magia, incluso alguno que no había manifestado tal capacidad previamente. Un día, frustrada por no poder ejecutar un conjuro de los más sencillos, vio que ya no tenía ocultarlo más. Enfadada, golpeó una silla, arrojó contra una pared el plato de madera que estaba intentando reparar contra la pared y subió escalando a una velocidad vertiginosa hasta la azotea. Ahí se abrazó las rodillas y empezó a emitir un quejido poco audible. No volvió a intentar conjurar nada desde entonces.

Entre aquello y que cada día le costaba más mover las alas, al final terminó explotando. «¿Dioses? Un cagarro de mosasaurio», pensó. No solo no parecía que ella no mejoraba como sí hacían otros, sino que cada día sentía que perdía más y más. Aquella Luna pasó de ser una esperanza de libertad a ser para ella la causa de todo lo malo que le estaba sucediendo. Ni siquiera la aparición de estrellas, a pesar de que le sorprendieron gratamente, logró que recuperara el ánimo.

No intentaba ni siquiera fingir que estaba bien ante el resto, toda la situación era demasiada presión para ella. Les contó entre discusiones y gritos qué era lo que le pasaba, pero tampoco se dejó ayudar demasiado. Seguía haciendo lo que le tocaba y ocupándose de sus responsabilidades, pues al fin y al cabo era natural para ella. Sin embargo, más allá de eso todo eran respuestas secas o mandar al resto a freír espárragos la mayor parte del tiempo. Incluso se mostró reticente a veces a tocar con Luci y Adam. Especialmente con el último. Sabía que era ridículo evitarlo, pero le dolió ver que él estaba logrando lo que ella indudablemente había perdido.

Aquel día no parecía que fuera a ser mejor que el resto, tampoco peor. Se levantó con tan pocas ganas como el anterior. Últimamente se levantaba bastante más tarde, pero aun suficientemente pronto como para ser de las primeras. Bajó a la cocina y agarró lo primero que encontró para desayunar. Sin mediar palabra, salió al patio a comer.

El tiempo se había vuelto loco. Lethe ya no sabía con qué se encontraría al día siguiente y, aunque en parte rompía un poco la monotonía de aquel sitio, no podía decir que le gustase no saber si iba a amanecer temblando como un postre de aquellos que hacían a veces sus compañeros tras haberse ido a dormir casi con calor.

Los cambios no se limitaron al clima, pues en una ocasión alguien hizo notar que de pronto habían aparecido chorrocientas estrellas nuevas en el cielo de golpe y porrazo, cuando hasta entonces ese fenómeno había sido bastante gradual. Además de eso aparecieron algunas plantas por fin, lo cual fue probablemente lo que a Lethe le gustó más de las novedades.

Una mañana que salió al patio le cayó algo encima. Algo frío, poco agradable. Cuando se lo sacudió y miró hacia arriba, pudo ver que había… ¿nieve?, escarcha, más bien, colgando de la puerta. La noche anterior se había ido a dormir con la sensación de estar de vuelta en Dryfus.
—De locos —refunfuñaba mientras se dirigía al pozo, temblando por las bajas temperaturas.

Y, a pesar de todo aquel caos, el cambio que más impacto tuvo en el grupo fue el de la capacidad para realizar hechizos de algunos. Todos cambiaron en mayor o menor medida, ya que la propia enderth notaba que varios hechizos le costaba bastante menos realizarlos, aunque los que seguían vetados para ella lo siguieron estando. Pero con otros de sus compañeros no se trató de una progresión igual: de pronto algunas personas que jamás habían podido realizar ni una sola chispa estaban pudiendo, mientras que otros parecían haber perdido por completo la capacidad.

Sin duda a quien le estaba afectando más era a Kradko y el trato con la niña se había vuelto bastante difícil a raíz de ello. Intentó razonar con ella en alguna ocasión, diciéndole que no tenían ni idea de cómo funcionaba nada y que era posible que dentro de un tiempo volviese a tener la capacidad de nuevo. Realmente la enderth no tenía motivos para creer lo contrario y su teoría le parecía plausible, pero ni aun estando convencida ella misma de que existía la posibilidad parecía servirle de nada a la clinger. Aquella situación la estaba frustrando considerablemente y además notaba que, aunque mucho menos vocales y malhumoradas al respecto, Kradko no era realmente la única afectada por aquella pérdida.

Al menos otros, como Luci, parecían haber mejorado un poco y eso compensaba las cosas. También se habían vuelto a reunir con los otros grupos e intercambiado información y comida. La tal cosa llamada “piza” fue bastante de su agrado y quiso saber si podría echarle pescado a dicho plato.

Esa mañana bostezaba silenciosamente mientras bajaba las escaleras y alzó una mano para saludar a los allí presentes.
—Buenos días —dijo.
Se dirigía hacia las provisiones cuando se percató de una presencia insectil en el patio. Dudó unos instantes, farfulló algo inteligible por lo bajini y se encaminó hacia allí.
>>Hola, Kradko. ¿Por qué no vienes a desayunar con el resto? Que te vas a enfriar aquí.
No era el día más frío que habían vivido ni mucho menos, pero no supo que otra excusa poner para tratar de convencer a la niña.

Alyssa no sabía decir exactamente cuándo ocurrió, pero a los pocos días de la visita que habían tenido en el torreón comenzó a notar… algo.
Era como darse cuenta de una presencia de algo que había estado siempre allí, en la lejanía, inerte, pero que ahora empezaba a aproximarse, muy lentamente. El primer día no le dio importancia, ni el segundo, probablemente eran imaginaciones suyas.

Pasaron los días y la sensación no se fue, pero tampoco cambiaba ni la molestaba especialmente, así que terminó por acostumbrarse a ella. Por esas mismas fechas fue también cuando el cielo se llenó de estrellas sin previo aviso y, aunque la chica seguía sin participar en las salidas, no tardó en enterarse por sus compañeros de que las plantas estaban empezando a aparecer por toda la ciudad. Claramente la ciudad estaba cambiando. ¿Sería porque se acercaba la fecha de la luna roja?
“Cambio...”
Por alguna razón el concepto no se le iba de la cabeza.

El lugar no era lo único que cambiaba, Ellos también. Durante aquel tiempo, varios que antes podían hacer magia la fueron perdiendo. Kradko fue el caso más llamativo por cómo le sentó a la clinger, pero no fue el único. Además, la humana no pudo evitar sentir lástima por la clinger. Todavía recordaba lo impotente que se había sentido al descubrir que no podía hacer magia (ni nada útil) hacía ya tiempo atrás, pero tenerla y perderla después tenía que sentirse mucho peor. La cosa no terminó ahí. Igual que unos perdieron la habilidad, otros la ganaron. Adam fue el primer caso del que supo la griega y…
La verdad, conjurar hechizos… fue reticente a volver a intentarlo. No quería hacerse ilusiones, pero al final no le quedó otra que probar y cuando vio que podía… la verdad, esperaba sentirse feliz de lograrlo por fin, pero no fue el caso. Es más, que otros la hubieran perdido solo hizo que sintiera algo de culpa. ¿De verdad era justo que los que ya tenían experiencia no pudieran y ella sí?

Aquel día Alyssa se despertó con una mezcla entre preocupación e incertidumbre. La sensación que tenía en su cabeza de que se acercaba algo se había vuelto más fuerte los últimos días, y había coincidido con el momento en el que el clima empezó a volverse loco. ¿Estaría relacionado? Empezaba a preguntarse si debería comentárselo a alguien, pero seguía sin verle sentido a que de repente pudiera predecir que iba a cambiar el clima. Al mismo tiempo, no era más disparatado que Kolja tosiendo chispas. ¿Le estaría cambiando la luna a ella también?
Sinceramente, la griega deseaba equivocarse porque la sensación no había desaparecido, al contrario, parecía más intensa que nunca y si tenía razón significaba que lo peor todavía estaba por llegar.

Intentó dejar de pensar en ello. Hacía frío y no quería levantarse, pero tenía hambre. Cuando por fin se decidió por bajar lo hizo envuelta en una manta.
–Buenos días... –saludó a los que ya estaban presentes. Una vez encontrara algo para desayunar, buscaría un hueco en el que enroscarse y comer.

Aunque se lo habían pasado estupendamente, había llegado la hora de despedirse. Poco después el grupo de Sendar se marchó y en el torreón volvió el día a día más normal. Las semanas que le siguieron a la visita fueron bastante interesantes para el ochrorio.

Por una parte, además de los trabajos en el huerto y varias salidas, estuvo volviendo a ayudar a Adam a practicar magia. Chromsa sabía en el fondo que no iba a funcionar por más que lo intentasen días y días, pero no iba a quejarse de poder estar tiempo a solas con él. Sin embargo, y para sorpresa de ambos, el ruso logró hacer magia. Se alegró muchísimo de que lo hubiera conseguido aunque no conseguía encontrarle una explicación ni a eso ni a lo otro que descubrió: no solo Adam había conseguido hacer magia, sino que él mismo parecía estar mejorando al punto de hacer conjuros que antes no podía. Desde ese momento se dedicó a comprobar hasta que punto había mejorado su capacidad mágica (y a darle las gracias a la Acromía por aquella bendición) y descubrió que no llegaba al punto de Kahlo, pero sí que podía hacer más hechizos que antes. Aunque su mejora vino acompañada de más cambios que afectaron a la mayoría del grupo: algunos habían empeorado un poco, otros podían ahora hacer magia y otros habían dejado de poder hacer magia. Kradko era de las que se encontraba en el último grupo y al ochrorio le dolía enormemente verla tan baja de ánimos. Intentó conversar y convencerla de que las cosas irían a mejor e incluso buscó en los libros de magia si había alguna explicación al respecto, pero nada sirvió de mucho.

Por otra parte, el tiempo se descontroló por completo. Tranquilamente un día podía hacer un frío glacial y al siguiente el calor más insoportable que Chromsa se hubiera encontrado. Le preocupaba aquella situación tanto por los problemas que podían acarrearles a todos como por el huerto. Ochroria no era un mundo especialmente cálido ni donde se dieran variaciones importantes en la temperatura, pero estaba seguro de que ninguna planta podría sobrevivir a unos cambios tan bruscos. Sin embargo... seguían vivas. Y no solo eso, sino que crecían más rápido y a su alrededor también salía hierba. En alguna salida pudo comprobar que toda la ciudad se estaba llenando de vida vegetal donde hace unos meses no había nada. Para Chromsa aquello era alentador (todo lo que fuera plantas le encantaba) pero había algo que hacía que estuviera muy nervioso, un desasiosego que le indicaba que algo no iba bien allí donde crecían. Fue por esa sensación que cada vez intentaba pasar el menor tiempo posible en el huerto.

A ambas cosas les encontró explicación, junto a la salida de muchas estrellas por la noche que no estaban hasta entonces, en uno de los encuentros entre los torreones. La Luna estaba influyendo ya no solo en ellos sino en toda la ciudad. Al parecer los poderes que estaban consiguiendo podían compararse a los dioses según la información que les dieron, lo cual le puso a reflexionar. Hacer magia distaba mucho de todo el poder que podía tener un día, así que o era una exageración o tal vez poder hacer magia era solo el principio de los cambios.

Un día se despertó y bajó un poco más tarde que de costumbre al salón. Hoy era uno de los días fríos, así que se abrigó un poco más antes de bajar. Allí pudo observar que ya algunos estaban desayunando, así que dijo: -¡Buenos días!- y se dirigió a acompañarles en la comida hasta que bajara el resto del grupo.

A diferencia de los meses anteriores, aquel trajo un montón de cambios. Algunos podían resultar hasta agradables, como la gran cantidad de estrellas o las plantas que empezaban a crecer. Acostumbrada al pavimento de la ciudad, Amira estaba casi emocionada de ver verde por todas partes, incluso cuando salían entre los adoquines que ya de por sí eran difíciles de transitar. No era bonito como los jardines de la Tierra, o aquel jardín en la ciudad, pero era mejor que el gris monótono. Sin embargo, aquella mínima cosa agradable no superaba el completo desastre que era el clima. Temperaturas extremas, cambios bruscos, no encontrar nunca ropa adecuada porque hacía demasiado frío o demasiado calor. «¿El cambio climático ha llegado aquí también? Que alguien se lo diga a Greta Thunberg», bromeaba a veces consigo misma, intentado que al menos el humor la sacase de lo mal que la sentaban aquellos cambios repentinos.

Había seguido haciendo magia, aunque cada vez se le hacía más cuesta arriba, hasta el punto de que dejaron de salirle los hechizos. Aquello le hacía rabiar de frustración. ¡Hasta entonces le habían salido! ¿Qué era lo que estaba haciendo mal? ¿Los gestos, las palabras? Repetía todo como siempre, con más cristales, con menos, con los mismos de siempre, sin cristales, pero nada. Se había quedado sin poder hacer magia, que era lo único que le hacía sentir mínimamente útil, y había intentado compensar eso saliendo siempre que hiciera falta. Algunos de sus compañeros eran ahora capaces de hacerla, pero Amira no era capaz de alegrarse por ellos. ¿Les tenía envidia? Le costaba aceptar aquello, pero no podía evitarlo. Y Kradko… Amira sabía como se sentía. La francesa lo disimulaba más, pero también había sentido ganas de romper cosas y aislarse cuando había dejado de poder hacer magia.

Dedicó parte de su tiempo a leer el libro de Historia. Desde su sueño había pasado mucho tiempo con él, aunque la mitad de veces tenía que dejar de leer porque acababa cabreada con la cantidad de injusticias que había ahí glorificadas. No podía evitar comparar Rocavarancolia con la Europa decimonónica, o la Europa del siglo XVI o... El capullo de su sueño tenía razón en lo horrible que era aquel mundo, sí, pero él había hecho exactamente lo mismo. Si era verdad lo que les habían dicho los macialeros, que la Luna les daría poder «¿Dioses? Pf, dudo que vaya a ser algo inexistente» la francesa estaba dispuesta a utilizarlo contra el consejo de la ciudad. Por imperialistas de mierda y por secuestrar a un puñado de críos. Después podría volverse a casa, sabiendo que había hecho algo justo con sus poderes.

Además, había seguido entrenando, incluso más que antes. Le habían quitado la magia, y lo único que le hacía sentir útil era saber que podía luchar si era necesario. Iba a todas las salidas, aunque cuando hacían reuniones con gente de otros torreones le costaba un poco relacionarse al principio, cosa en la que fue mejorando poco a poco. Superar lo nerviosa que le ponían las situaciones con mucha gente era algo que no se hubiera imaginado en aquella ciudad, pero había aceptado ya que en aquellas condiciones pasaban cosas extrañas, y aquella era totalmente bienvenida.

Aquel día bajó a desayunar temprano, y ni siquiera entonces era la primera. Se sentó a la mesa con el resto, y aunque respondió a sus saludos con un “buenos días” no estaba especialmente centrada en la conversación. Miraba a Lethe, quien trataba de convencer a Kradko de que fuera con ellos. Suspiró pesadamente y contó hasta diez antes de levantarse y acercarse a la puerta del patio. Aquel era tan buen momento como cualquier otro para decirle algo que llevaba rondándole la cabeza días.
—Kradko, sé cómo te sientes. Sé que estás frustrada, y que no es justo que te hayan quitado la magia —. Aquello sonaba a algo que diría su madre, algo que aun con buena intención sonaba vacío. No era aquello lo que Amira quería transmitir—. A mi también me la han quitado, ¿sabes? Pero tienes que intentar dejar de aislarte de nosotros. Estamos aquí para apoyarte.

Kolja se pasó el resto de la visita de los sendarios más bien apartado de los grupos que se habían formado. No sabía cual era exactamente el motivo, normalmente era una persona de lo más sociable que disfrutaba uniendose a las conversaciones y aportando su punto de vista, pero en aquel momento prefirió mantenerse apartado. Cuando los invitados expresaron que era hora de irse, el se despidió de todos ellos, aunque al final no le dio las armas que le había ofrecido al frivy, principalmente porque este no sacó el tema. ¿Quizás debería de dejar de ofrecer armas a los extraños? ¿O incluso de controlarse más y no hablar sobre ellas siquiera? Ni idea.

Las siguientes semanas estuvieron bastante llenas de sucesos extraños. Por un lado, y el más evidente, fue que el clima de la ciudad se volvió absolutamente loco. De hecho, unos días podía hacer un calor infernal y al siguiente un fresco la mar de agradable que le hacía sentirse en casa. Aunque el frio de aquellos días no era muy popular entre varios del grupo, destacando la bicho y la pájaro. Luci sin embargo parecía que disfrutaba de los días frescos tanto como él, y solía encontrarse al niño chuche cuando salía al patio para trabajar en su sitio en la muralla.

También hubo otros cambios menores, pero desde luego apreciables, como el hecho de que de la noche a la mañana una parte del cielo rocavarancoles de repente estuviese lleno de estrellas. Fue un cambio agradable, y aquella noche se quedó más tiempo del que acostumbraba en la muralla, mirando al cielo y disfrutando de la calma y la brisa nocturna. Además, las plantas empezaron a revivir en toda la ciudad, aquel verde marchito se convirtió en uno mucho más intenso e incluso las plantas de su pequeño huerto parecían crecer con más fuerzas. Esto derivó en una tarde muy entretenida junto a Chromsa, en la que cocinaron los frutos de su trabajo y tuvieron conversaciones muy interesantes.

Desgraciadamente para algunos, y afortunadamente para otros, la capacidad de hacer magia de los habitantes del torreón también sufrió un vuelco. De repente gente como Adam, que al igual que él nunca había podido hacer magia, descubrió que eran capaces de realizar algunos hechizos, o gente que ya la tenía vio su capacidad aumentada. Por desgracia, también se dio lo contrario, que gente como Kradko, que antes era de las mejores en este ámbito, perdió por completo su capacidad para realizarla. Esto sentó muy mal a la chica bicho y empezó a sumirse más en si misma y se volvió más arisca y malhumorada. Los sendarios, con los que habían mantenido contacto tras su visita, les dijeron que lo mismo estaba pasando en su torreón, así que aquel fenómeno debía estar afectando a toda la ciudad por el motivo que fuese.

Sus entrenamientos con Adam se volvieron más esporádicos gracias al hecho de que este hubiese desarrollado la capacidad de hacer magia, y justo cuando hacía poco que el rusky le había ganado en un combate y habían decidido llevar su entrenamiento al siguiente nivel. Aquello le dolió un poco, pero si el mismo hubiese sido de repente capaz de hacer magia seguramente también le hubiese dedicado más tiempo, por lo que no se lo echó en cara. Por otro lado, Luci empezó a entrenar más en serio, por lo que Kolja siguió pudiendo entrenar a gente.

Aquella mañana se despertó tranquilo, el aire que entraba del patio era fresco, parecía que iba a ser un buen día.

La clinger no sentía mucho frío o bien no le importaba. Al poco de salir, oyó detrás de ella la voz de Lethe. No se sentía con muchas ganas de volver. «Para algo he salido, ¿no?». No quería ni girarse para que no le viera la cara. Lo cierto es que no sabía cómo responderle tampoco. Sabía que Lethe tenía razón. Sabía que estaba siendo irracional. Pero seguía doliendo y no quería salpicar al resto… Hecha un manojo de nervios y ansiedad, casi le soltó a la pájaro que quería estar sola. Lo hubiera hecho de no intervenir Amira, quien le contó sobre su propia situación. La dejó hablar mientras miraba el pedazo de pan en su propia mano. Quiso decirle que no era cierto, que ella no podía entenderlo, que no podía saber cómo se sentía. Pero sería una mentira tan descarada que no podía soltarla. Dio un pisotón violento.

—¡Jo, ya lo sé! —gritó más para ella misma que para las demás—. Pero es que no sé ni yo misma lo que quiero ya. Sólo tengo… Mi sensación… Es que…

«Soy cada día más inútil». No podía apartar la vista del pedazo de pan mientras la última oración se atascaba en su garganta.

Amira llegó para ayudarle y se lo agradeció mentalmente, porque no estaba sacando ninguna reacción de Kradko y la enderth no tenía ni idea de cómo continuar o si debería hacerlo siquiera. El arrebato que tuvo la clinger en respuesta a las palabras de la humana no le pilló demasiado por sorpresa, teniendo en cuenta el comportamiento que había estado teniendo en las últimas semanas, pero eso no hacía que fuese más fácil lidiar con ello.

Suspiró para sí, entendiendo lo que quería decir la niña. No sabía si Amira lo sobreentendería también, pero viniendo de la misma sociedad donde se valoraba el trabajo y el aporte al bien común por encima de prácticamente todo, Lethe tenía bastante claro qué era lo que la clinger intentaba decir. Intercambió una mirada de duda con la humana antes de volver la cabeza de nuevo hacia Kradko, quien no se atrevía a mirarles a los ojos.

—Kradko… tú no… No es necesario que puedas hacer hechizos para ser útil. Nos ayudas en muchas otras cosas. Eres una de las que asaltan las bañeras y gracias a eso tenemos comida sin arriesgarnos. Varias personas no pueden hacer magia tampoco, y otras tienen más capacidad que el resto, pero es algo que no podemos controlar de ninguna manera. Nadie va a juzgar a nadie por algo incontrolable. No tiene que ver con el esfuerzo y la valía… Hum… No sé si me explico.
Había intentado sonar convincente, pero su ineptitud para aquella clase de cosas la traicionaba.

La visita le supo a poco aunque ayudó a levantar el ánimo y mejorar un poquito más su visión de la ciudad. No le quitaba fealdad al sitio, pero no era lo mismo estar solos que con gente con la que compartir penas. Y de eso no tenía ni en Varmania.

El tiempo pasó y todo fueron cambios. El clima fue el que más se hizo de notar y odió las rachas de frío tanto como Lethe y Kradko; de normal usaba el hechizo térmico todas las mañanas, pero en los peores días perdía la cuenta de cuantas veces podía lanzarlo. Por el contrario, en los días más calurosos el humor de Kahlo subía como la espuma del mar. Incluso con las heladas la vegetación también pareció animarse, y a pesar de que no le llegaba a la suela del zapato a la flora varmana toda pizca de verdor se agradecía. Una nueva cantidad de estrellas apareció en el cielo de golpe y porrazo, lo que le hizo preguntarse si la salida de la luna roja sería igual. El satélite no se había visto ni una sola noche hasta entonces, y aunque no tenía sentido alguno que los astros aparecieran de repente... tampoco tenían sentido mil cosas que había ido normalizado desde el primer día.

Sin embargo el cambio más drástico no vino de fuera, sino de dentro del torreón. Primero lo notó de Reina, pues la japonesa le había pedido practicar magia juntas y con los días los errores de la chica no hicieron más que aumentar. Simultáneamente algunos que antes no podían lanzar hechizos lo lograron. Reina terminó quedándose sin magia, junto Kradko y Amira, mas la varmana actuó de confidente y no desveló su estado sabiendo como le había afectado. Estaba claro que no era cuestión de motivación y estudio pero por si acaso sus prácticas se volvieron aún más religiosas, y para compensar cualquier desgracia tampoco dejó de lado la esgrima; una tenía que defenderse como fuera. En contraste con las buenas “nuevas” sobre la Luna y lo que les haría, todos sus despertares iban acompañados del miedo a quedarse sin magia como les había pasado a ellas. Si sus compañeros pensaban que Kradko lo había encajado mal es porque no imaginaban como se habría puesto ella de estar en su lugar.

Esa mañana le costó salir de la cama por el maldito frío, ya que ni el hechizo térmico la animaba a bajar. Se cambió sin salir de ella, levitando la ropa hasta su posición y calentándola bajo las sábanas para estar relativamente a gusto fuera. Lo mismo hizo con sus anillos, infundiéndoles temperatura en un puño antes de ponérselos.

—Buenos días —para sorpresa de nadie no era la primera en bajar, y aunque faltaba gente dentro sospechaba que no estaban precisamente durmiendo—. ¿Habéis descansado? —dijo mientras frotaba en gesto cariñoso los hombros de Luci.

Kradko parecía algo desanimada últimamente y hoy no era la excepción. No la veía mucho cuando practicaba con el tambor con Luci y la pobre le estaba costando usar sus alas. No quiso meterse en la conversación de Kradko con Amira y Lethe, tampoco le parecía muy apropiado estar donde no le llaman.

Mientras el ruso desayunaba todos fueron bajando. Notaba sus manos heladas, calentándolas un poco frotando sus palmas entre ellas, el clima últimamente era de locos.

—Yo medio medio… hacía demasiado frío —contestó a la pregunta de Kahlo.

El día no era el mejor y Adam ya echaba de menos su bufanda roja. Como sustituto se dejó el pelo suelto a ver si lograba calentar un poco su cuello. Recordó que también tenía pendiente aprender el hechizo térmico, sería útil para días fríos como el de hoy. Recolocando su pelo fuera del rostro detectó unos pocos enredos que no eran los primeros ni mucho menos, Adam tampoco sabía como cuidar su pelo y demasiado que lograba tenerlo limpio

El que se le pasase su bufanda por su cabeza hizo que Adam pensara en dos cosas. Primero: la bufanda seguía en los baños del palacete y temía molestar al dueño con su roñosa prenda tirada en el suelo. Y segundo: se moría de ganas por otro baño.

—Eh… esto, ¿os parece si hoy vamos de nuevo al palacete? He pensado en que hace bastante frío y podríamos pasar por los baños también, si os gusta la idea claro —propuso a todos al terminar de desayunar—. Además, mi bufanda sigue ahí y me gustaría recogerla para no dejarla ahí tirada, me da cosa por el dueño —que asco, la bufanda debe estar llena de polvo y suciedad y Adam no quería dejarla ahí ni un solo día más.