Torreón Silente

Kalna se sentía extremadamente frustrada con Mara. No entendía su comportamiento infantil, ni realmente nada de lo que hacía, pero no iba a caer en sus estúpidas provocaciones. Sin embargo, su queja consiguió que reaccionase con un par de parpadeos confusos y una expresión desconcertada que duró lo bastante como para que fuera perfectamente legible. No entendía de donde había sacado que era una maleducada pro no hablarle cuando ya de normal era una persona de pocas palabras y, además, solo le había hablado para obtener información y nada más hasta el momento. No había dicho palabra con la intención de mantener una conversación, y que ahora el demonio se quejara de ello le parecía tan chocante como si decidiera quejarse ahora porque era libense y no humana.

La libense permaneció alerta a los callejones y las ruinas durante el trayecto, igual que cuando había salido con el resto de su grupo. Podía haber cualquier cosa cerca, y no se fiaba. La banda sonora que Mara había decidido ponerle al paseo la mantuvo en un segundo plano en su cabeza, haciendo todo el esfuerzo posible en ignorarla. No era tan distinto al ruido de las conversaciones que mantenían algunos de Sendar cuando salían a por cestas, y aunque prefiriera el silencio para oír si algo se acercaba, tampoco era algo especialmente molesto.

Al menos hasta que empezó a subir el volumen de los silbidos. Kalna estaba bastante segura, por cómo se había estado comportando, que era totalmente intencional.
—Cállate. Necesito oír si viene algo —dijo, sin siquiera girarse a mirarle. Si tantas ganas tenía de que no muriera pronto, al menos podía dejar de poner palos en las ruedas.

No tardó demasiado en llegar a las cercanías del torreón. Parecía más reciente que Sendar, aunque eso no aseguraba que no fuera a estar igual de cutre por dentro. Observó desde una distancia prudencial, mientras planeaba cual sería su curso de acción. ¿Viviría alguien? ¿Lahria estaría allí? ¿Tal vez Ilol? ¿Merante, incluso? No era como si se acordasen de ella, pero probablemente tendría que dar explicaciones si los primeros veían que era libense y no había estado en la cena con la Reina o si la última veía a Mara.

Kalna puso los ojos en blanco ante las quejas de Mara. Era una persona extremadamente educada, y no iba a caer ante sus provocaciones de niño pequeño. En su lugar se centró en el puente, bajado. Le recordaba a cuando habían encontrado Sendar, abierto para ellos. Aquel torreón debía de ser otro de los refugios que les habían prometido en el discurso inicial, pero la libense no sabía por qué no había sido ocupado ya. Tal vez no había bastante gente cosechada como para llenar todos los refugios, pero sabía que había más porque les habían atacado dos veces, y además estaban Ilol y Lahria. A lo mejor simplemente no habían ido por esa zona, o tal vez sí estaba habitado y habían salido todos, por desastrosa que fuese esa estrategia.

En silencio, solo con el runrún de Mara hablando para él mismo, atravesó el puente observando el interior. Esperaba que no fuese una trampa. Enarcó una ceja cuando dijo que no sabría algo por no ser humana, y aunque no tenía ni idea de a qué se refería, lo que estaba diciendo de su maldición le hizo mirarle con una superioridad que para ella era completamente natural.
—Bien. Porque no eres bienvenido aquí —quiso dejarlo claro, solo por si acaso. Si aquella maldición funcionaba por invitaciones verbales, que quedase claro que ella se oponía totalmente a darle una.

Por suerte para Kalna, Mara desapareció con rapidez. No se olvidaba, sin embargo, de que le había prometido un “regalito” al día siguiente, y pensaba preparase para ello, previendo una trampa, violencia, o algún otro peligro. No iba a pillarla desprevenida.

Como cada noche y cada mañana, Tawar recordaba una y otra vez todo lo que el grupo había sufrido desde su llegada la ciudad. Sutileza, Serena, la gente del otro torreón, el último ataque de sus compañeros... No lo había vivido ni sufrido con elles, a su lado, y esto lo volvía aún peor. No había sido capaz de salir del refugio en ninguna ocasión y apenas compartió tiempo con les demás Gigantes.

Sus Gigantes. Le seguían trayendo comida y cuidaban de elle como parte de la tribu, mas no creía merecerla por mucho que se le insistiera en lo contrario. No podía aportar nada desde que vio morir a Serena. Se pasaba los días prácticamente escondide, bien en lo alto de muebles, bien al fondo de cajones o en sombra bajo trapos o en las camas. Apenas les había dedicado palabras de consuelo cuando lo habían pasado mal, como las pesadillas que tuvieron o las salidas al exterior, incapaz de hacer más. Tan solo observaba y escuchaba al grupo.

¿Y los dones? Les había visto aprender y mejorar, había observado las explicaciones de Räg, mas no se atrevió a intentarlo al principio. Sabía que la energía de la Flora corría por su savia, pero se veía indigne de que saliera por sus dedos. Más adelante sí se dejó contagiar por la ilusión del grupo al aprender dones nuevos o mejorar su habilidad, pero se hacía un lío entre tantos gestos y sonidos nuevos. Por suerte, pensaba, en un futuro se le darían mejor (y le ilusionaba el hecho de tener más brazos para poder hacerlos). Quizás se podría llevar de vuelta a su mundo los dones que aprendiera y emplearlos para ayudar a la Flora. Aunque los hubieran aprendido de un manual de cocina, fantaseaba con sus posibles usos en los exteriores de su comunidad o llevar el conocimiento del Don Ignífugo a sus congéneres para derrotar al fuego de una vez por todas.

No obstante, no conseguía mantener ese optimismo durante mucho tiempo, apenas unos días seguidos que a continuación se volvían a llenar de apatía. Para colmo, seguían sucediéndose las desdichas en el grupo de Gigantes. Habían vuelto en mal estado de la última salida. Se habían cruzado con Les Otres y sobrevivieron a duras penas, ya que por lo visto eran demasiado hábiles en el uso de los dones (tanto que se habían ganado su propio sobrenombre en la cabeza del repobladore). No comprendía por qué tanta violencia contra su tribu. ¡No eran depredadores ni invasores! ¿Qué necesidad había de abrazar la pesadilla de la ciudad? ¿No era más fácil convivir en armonía y simbiosis con la Flora? Le costaba creer que hubiera gente malvada y le apenaba que esa realidad fuera haciendo mella en elle. Máxime después de escuchar con el corazón en un puño lo que había pasado fuera del torreón. No quería ni pensar en quién podría haber hecho aquello, ni el por qué de tanta, pero tantísima, violencia. Tanta como parecía haber sufrido Räg en su mundo por una mera diferencia en su aspecto, en su composición de Gigante. Quiso sumarse al consuelo que le brindaron les demás, pero se limitó a observar. ¿Por qué eran así les Gigantes, tan empeñades en diferenciarse unes de otres de formas tan hirientes?

Al final llegó la noche y se fue a dormir como acostumbraba, en lo alto de uno de los armarios en el dormitorio de Räg y Airi, lejos de las troneras y del suelo, lejos de las garras de la ciudad. Siempre se dormía pidiéndole a la Flora que sus Gigantes sobrevivieran otro día más y que no sucediera nada perjudicial. No más, por favor...

Despertó a la mañana siguiente con algunas molestias en el cuerpo. No necesitaba abrir los ojos para ver que había dormido mal y sobre algo distinto de su cama improvisada. Seguramente se habría movido en sueños lejos de la comodidad del trapo. Por fin abrió los ojos y estiró las extremidades. ¿A dónde había ido a parar? ¿Ese suelo crujía? Rodó sobre sí misme y descubrió que estaba en una de las cestas. Se levantó, aún torpe por el sueño, y miró a su alrededor. En efecto, mimbre por todas partes. ¿Pero cómo había llegado a una cesta de provisiones?
—Pero qué cosa más rara, ¿cómo he llegado tan lejos del dormitorio? —se preguntó en voz baja, para no despertar a sus Gigantes.

Se movió hacia el borde y miró fuera del cesto, buscando a la gente. ¿Tan temprano era? No había ni rastro de los Gigantes, ni cerca ni... Espera, ¿habían movido los muebles el día anterior?
—Ese armario no estaba ahí...

A cada cosa que comprobaba, más crecía su angustia. El lacito rojo en el cuello y el hecho de estar en una cesta de provisiones no ayudaba. Aquel sitio no era su torreón y definitivamente elle no se había puesto eso en el cuello. Presa de la inquietud, no se fijó en el mensaje para Kalna que le habría resuelto algunas dudas aunque le habría creado otras nuevas.

¿Y si estaba en el refugio de Les Otres? ¿Y si habían atacado Sendar y se lo habían llevado? ¿Pero por qué? ¿Y solo a elle o a más Gigantes? ¿Y dónde estaba todo el mundo?
—¿Ho-hola? ¿Hay alguien?—preguntó, asomándose un poco más por el borde de la cesta.

Afinó el oído lo que pudo pero no le llegó respuesta. No entendía nada, ¿dónde rábanos estaba? Se dejó resbalar mimbre abajo para sentarse y entonces dio con un cacho de pergamino. ¿Había estado ahí todo el tiempo? «Caray, no me habré cuenta por culpa de los nervios»

"Mara". "Kalna". Uno no le sonaba de nada y el otro le traía recuerdos confusos. O sea, recordaba a la libense, pero ¿por qué era elle un regalo para ella? ¿Quién era Mara entonces? ¿Alguien de Les Otres? Había resuelto una duda, sí; ya sabía que no estaba en su refugio y que se lo habían llevado. ¿Pero por qué? ¿Y por qué no recordaba nada concreto que relacionase a Kalna y a elle misme con el hecho de estar allí?

No se hable más. Salió de la cesta de un brinco y fue corriendo a trepar a lo alto de un armario. Podía pensar mejor desde un escondite, no desde el suelo. Había dejado la nota atrás en el mismo sitio donde la encontró, ya que quería ver quién salía a recogerla. ¿Sería Kalna de verdad o ese misteriose Gigante de nombre Mara? ¿O algune otre? Esperaría con el corazón en un puño a ver quién había allí, si es que siquiera vivía alguien en ese sitio.

Estaba claro que alguien había vivido allí en algún punto, pero llevaba tiempo sin pasarse por el torreón.  Tal vez habían encontrado otro lugar mejor, como ellos aquel palacete, o tal vez habían muerto. Tanto daba, en cuanto la libense comprobó que no había nadie subiría el puente. Si la falta de comida era molesta, el tener que limpiar el polvo otra vez lo era aún más. Desde luego no pensaba limpiar todas las habitaciones, y se limitó a hacerlo con la cocina, el salón y un cuarto.

También buscaría folios y los lápices que había habido también en Sendar, para comenzar a hacer un nuevo mapa, y en otro folio empezaría a anotar cosas que podrían serle útil, especialmente del otro grupo. Sabía de ellos que estaba Merante y el “calamar rosita” que había dicho Mara, y tal vez Ilol, si la otra no había mentido. No se acordaban de ella y dudaba que fueran a atacarla sin saber ni donde vivía, pero cuanto más supiera mejor.

El día siguiente no tardó en llegar. Se dormía mejor con la tranquilidad de no ser atacada y tener que hacer guardias, algo que agradecía porque no podía mantenerse eternamente en vela y no había nadie más que pudiera vigilar. La soledad tenía muchas desventajas, desde luego. Sin embargo, había dormido con la lanza cerca igual, sobre todo tras lo que había considerado una amenaza de Mara. De hecho, salió de su cuarto con ella preparada, aunque no parecía haber nada distinto… salvo la cesta. Estaba segura de que ayer no estaba, así que lo que fuera que hubiera allí era su “regalo”.

Cogió el pergamino con cautela, no fuera a ser que volviera a acabar con purpurina por toda la cara. Nada de lo que leía tenía sentido, pues no parecía haber ni una sola planta en las cercanías. Kalna puso los ojos en blanco, considerando todo una de las tonterías de Mara.
—Pf —bufó, sin contener su desprecio al demonio. Al fin y al cabo, estaba sola.

Le repobladore no sabría decir cuánto tiempo pasó desde su huida al armario y hasta que escuchó pasos en las plantas superiores. No le pesaba esperar, acostumbrade ver los días pasar en su refugio. Se agachó más aún si cabe y esperó... Por fin, en efecto, apareció une Gigante. La visión de la lanza le congeló en el sitio pero se relajó en cuanto reparó en quién cogía la nota.

Fue entonces cuando se incorporó y se dirigió al borde del mueble. En otras circunstancias habría saltado encima de sus Gigantes pero aún estaba recelose de la situación.
—¡Buen día nos traiga la Flora, Kalna! —le saludó agitando sus manos superiores.

Le había hablado de sopetón por el nerviosismo, ¿pero quizás demasiado? Aunque eran compañeres de refugio desde hacía tiempo, su Gigante no dejaba de ser alguien que iba armade y que no se esperaría que le hablaran de repente. Y era Kalna. Lo mismo acababa como pinchito, de desayuno.

Tal vez hubiera reaccionado con más violencia si la voz no fuese conocida y si no hubiese usado una expresión que sólo le había oído a una persona (¿planta?) en toda la ciudad. Oír su nombre también había ayudado a que le pobre Tawar no acabase ensartado, y es que la libense solo se giró con un poco de brusquedad de más en dirección a la voz. Subide a un armario estaba le repobladore, con un lacito al cuello como bien había dicho Mara en aquella tonta nota.

El primer pensamiento de la libense fue egoísta, y es que ya que el demonio iba a “regalarle” un compañero, hubiese preferido mil veces a Rick, con quien se llevaba bastante mejor. El segundo no era menos interesado, y es que no se olvidaba de que Tawar era de los mejores magos del torreón. Iba a venirle bien tener alguien que pudiese hacer magia, aunque el miedo que le tenía al exterior sería un problema.
—Tawar —saludo, sin demasiada emoción, aunque con perfecta educación, algo normal en ella—. ¿Cómo has llegado aquí?

Tenía muchas más preguntas. Por qué elle, si el resto le recordaba o le había hecho Mara lo mismo que a ella, por qué elle sí se acordaba de ella. Pero si no podía responderle a esa primera, dudaba que el resto fuera a tener respuestas. Acercó la mano al mueble, para que le repobladore se subiera si quería, y le ayudaría a quitarle el lacito del cuello.

No creía en que la Flora fuera a darles un buen día, pero se conformaba con que fuera mejor que el anterior.

Le repobladore se vació de aire un poquito por la espalda a modo de silbido-suspiro cuando Kalna le saludó. ¡Un problema menos! Y unas cuantas incógnitas más, por supuesto. Brotaban en su cabeza como si fuera la temporada de las flores.

¿Que cómo lechugas había llegado allí? Se cruzó un par de brazos, pensative, y al final se encogió de hombros. De pie como estaba en el borde del mueble, se dejó caer y se sentó con los pies colgando.
—Pues... no tengo ni idea, anoche me dormí como siempre y esta mañana desperté en esa cesta —la señaló—, pero no recuerdo nada de cómo ha pasado todo. Solo desperté aquí, vi la nota y me asusté y trepé... ¡Ah! ¿Pero quién es Mara y por qué me trajo como "regalo" para ti? ¿Está aquí también o es tu amigue? ¿Y por qué estás aquí, dónde estamos? —inquirió.

Seguía llevando el lazo al cuello, pero la verdad era que le gustaba cómo le quedaba y jugaba con el nudo entre sus dedos mientras miraba con atención a su Gigante. Ese otre, Mara, debía ser alguien que tuviera a la libense en alta estima. Si no, ¿para qué tanta parafernalia? Debía ser eso.

Dejó que Tawar se quedase en el mueble sentade, y le dejó también con el lazo visto que no parecía incomodarle. Escuchó con curiosidad lo que le repobladore tenía que decir, aunque sus sospechas de que no sabía nada no tardaron en confirmarse. Contuvo una mueca de frustración, sin querer exteriorizar que la falta de información le resultaba especialmente molesta.
—No es mi amigo —aseguro, tal vez con más firmeza de la necesaria, pues quería dejar muy claro que aquel ser no tenía la más mínima relación con ella—. Es un demonio. Ayer cuando los otros vinieron al torreón hicieron algo para invocarle y me trajo aquí tras matar a Aria.

Miró la nota de nuevo, como si fuera a encontrar respuestas de por qué había secuestrado también a Tawar. Ninguna de sus acciones tenía ninguna lógica para la libense, pero al menos ella tenía algo más de información que le repobladore.
»Ha hecho que todos nos olviden y que no podamos volver a Sendar, pero en contraparte no puede entrar aquí si no se le da permiso, y puedes tener por seguro que no pienso dárselo.

Su cabeza no dejaba de pensar en cosas. Dónde estarían exactamente, si habría algo de utilidad en ruinas cercanas, cuál sería el punto de abastecimiento más cercano. Deberían salir a por comida cuanto antes, además.

Indignación y más dudas. Una criatura misteriosa les había llevado allí por puro capricho... ¿Pero para qué? ¿Y por qué tanta parafernalia de regalos?
—¿Cómo que no sois amigos? Ese demonio se lo pierde, que...

Se le habría escapado un gruñido de indignación pero se calló cuando escuchó lo de Aria. ¿Muerta? ¡¿Otra pérdida más?!
—Pe-pero... Por la Flora, ¿cómo me he podido perder tantas cosas? ¿Y encima nos han olvidado?

Se volvió a levantar y empezó a golpear el techo del armario con uno de sus pies. No le hacía ni pizca de gracia lo que estaba pensando pero no les quedaba otra. No sabían nada prácticamente y el edificio no les iba a resolver las dudas. Ni podían comer piedras en las horas venideras. Y tenían que encontrar a sus Gigantes, por si fuera poco, en un lugar tan grande y espantoso como Rocavarancolia.

Suspiró por todo el cuerpo y se resignó. No le costó mucho decidirlo, pero no quiso darle muchas vueltas.
—Estamos soles y sin información... Tendremos que salir, entonces, ¿no? Ya sea a buscar el camino de vuelta o al menos saber dónde estamos o buscar información... Hace mucho que no voy fuera, ¿puedo ir en tu hombro? Prometo intentar ser útil —le quiso asegurar, aunque no le vendrían mal indicaciones o herramientas para poder ayudar de verdad—. ¿Hay más armas o viste si hay cristales para dones en este sitio?

En el peor de los casos, Kalna siempre podría lanzarle contra alguna fiera como cebo... Pero era demasiado pequeñe como para que cualquier bestia se quedara a gusto. Tenía que ponerse al día en términos de salir del torreón y poder aportar... «¿Y si llevo pinchos en cada mano y una cuerda en la cintura para volar de une Gigante a otre cuando haya monstruos? Sería como ir con las lianas o ramas en casa»