Kankri

Panda Rubio, Tiburrox, El Principoso... al final lo cambiante no iba a ser solo su cuerpo. Le dedicó una mirada poco impresionada a Tayron y Obel, estirando la cola de tiburón y posicionando los brazos como una modelo francesa a la orden de Rena.
—¡JA! ¡Que no podemos volar dicen! ¡Algunos incultos no saben que un cambiante se puede poner hasta 7 pares de alas si le da la realísima gana! —dijo en voz bien alta para hacerse oír. Luego muchísimo más bajito y solo para Rena, añadió—: No me pidas que lo haga, que no tengo ni puta idea de como volar.

El planchazo de Tayron le sacó de la pose, haciéndole encogerse brevemente de dolor en los brazos de la osa. Si aquello no demostraba quienes eran los mejores amantes nada lo haría.
—Menudo hostión... —le sorprendió que el chico alado quisiera probar el mismo destino del lémur, pero supuso que masoquistas había en todos lados.

Al verse de nuevo en el agua se esforzó por mantenerse a flote, de nuevo con la problemática de la cola, y si encima el belga le hacía reirse con su ristra de insultos tenía que añadir el esfuerzo de no inspirar agua. A lo mejor tenía que volver a sus piernas, pero el orgullo le impedía hacerlo; no había estado currándose un cambio estético como ese para nada.

—¡Ya, ya te veo! —le dijo a Rena con una sonrisa—. Si hasta nadas mejor que yo... ¡no jodas!

Abandonado como maestro, quiso acercarse a los demás mientras competían con sus peces de cobre y cera, pero estaban lejos y antes tendría que saber como llegar. Tomó tanto aire que sus pulmones se estiraron más de lo humanamente posible y se sumergió. Allí donde no le veía nadie meneó la cola de un lado a otro, ayudándose de los brazos para avanzar sin rumbo fijo. Poco a poco hizo de aquella extremidad algo suyo, encontrándolo más sencillo y familiar si se ayudaba de la cintura para mover el resto del cuerpo, más o menos como nadar con los tobillos atados. En su pequeño viaje por las profundidades vio peces de todos los colores, los pies de Eitne y una cosa que parecía un alga podrida flotando erráticamente. Al acercarse resultó ser el pañuelo del lémur, el cual recogió y se ató a la cola, reclamándolo como premio. Emergió al lado del daeliciano, ahuyentando a algunos pececillos que le rodeaban, pero no al grandullón que parecía haberse encariñado de él.

—¿Has hecho un amigo? —dijo tras recuperar el aliento. Arrugó la cara al ver mejor lo feo que era—. Menudos piños...

Tayron había vuelta al agua buscando algo y una sonrisa maliciosa cruzó su rostro. Se tumbó lo justo para sacar el final de la cola, sacudiéndola para enseñar el pañuelo.
—¿¡Buscas esto, Panda Plancha!?

La mona del queso se mantenía allí, cual testigo fiel pero distante de las payadas de sus amigos y de los antiguos macieleros. Porque no había otra forma de llamar al escándalo que tenían montado en medio del agua. ¿y había tiburones en esas aguas? Sino habían venido ya con tanto ruido y movimiento, dudaba que viniese a estas alturas.

Con nulas intenciones de meterse entre las olas con esa panda de brutos con manguitos flotadores, Pelusa en algún momento había ido por una de las sillitas de playa que había traído y la había dejado bien sujeta sobre la arena húmedo con sus pies sumergidos entre la arenas y el agua dejando que  sus piernas se mantuviera húmedas mientras se mantenía allí sentada con su bolso y su cámara.

Intentaba rescatar cuanta escena pudiera, el instante de Rena cargando a un Rox con cola de ¿tiburón? Se parecía al menos al animal que tenía en su brazo, aunque no es como si ella fuese experta. Aquella foto cuando salió le gusto especialmente, asique la guardo a buen recaudo, para seguir con su labor de rescatar cuanto instante pudiese.

El planchazo del lémur sobre las olas, no fue una excepción. Y cuando Pelusa vio el resultado de su foto rápida, que hizo instintivamente pese al sobresalto de verlo caer de pronto, no pudo evitar reírse ligeramente. No debería, porque seguramente se había hecho daño…pero es que la expresion del lémur era imposible de describir, una mezcla de enojo y sorpresa, mientras su cuerpo se mantenía con medio trasero sobre las olas, como si se hubiera quedado plasmado en el tiempo de por vida en ese instante y no quedase muy claro si estaba siendo impulsado hacia arriba por el culo cual geiser, o si había caído del cielo.

Pelusa levanto la vista instintivamente cuando sus antenas registraron movimiento cercano y un segundo después escucho las palabras de Tayron, cuya cola parecía una mopa mojada.

- Recomiendo devolverle el favor…añadiéndole peso extra en las piernas, a poder ser. Una visita de media hora a los peces del fondo, con una mordaza para que no pueda hacer magia y una burbuja de aire, porque no creo que ahogarlo sea la intención, no le hace daño a nadie. – comento Pelusa volviendo su mirada de nuevo hacia sus fotos, diciendo aquello como quien no quiere la cosa, total hablaban de una gargola, nada iba a pasarle incluso sino le ponian la burbuja, se haria piedra y ya. Evidentemente, andaba bromeando, un poco de humor negro. Su cerebro instintivamente ingeniaba con facilidad ideas de venganza para todo, intuía que no tenía nada que ver con su trasformación simplemente su mente iba un paso por delante ante las ofensas.

-Solo estoy bromeando, que conste.- añadió Pelusa encogiendo un poquito de hombros, antes de escucharlo exclamar algo de haber perdido su pañuelo y volver a sumergirse casi completamente. Pelusa le miró y sin decir nada más volvió a hacer una foto. La cola flotante con aquel manguito resaltaba cual boya indicando su posición, la cual no tardó en ser encontrada por él mitad tiburón que ahora era Rox.

- Rox ¿quieres ver las fotos instantaneas que hice? - llamo hacia el mar, sin moverse de donde estaba- Tengo el momento exacto donde Tayron ha caído al agua, se ve muy ridiculo -comento la niña con ligereza y un tono divertido a pesar de mantenerse prácticamente inexpresiva.

Obel se tomó con carcajadas los insultos de su amigo. Ya estaba deseando que se vengase a su manera. No se podía haber hecho mucho daño, sólo habían sido un par de metros de caída, había sido más susto que otra cosa.

Arqueó las cejas sorprendido cuando el que le pidió volar fue Sox, de todos los presentes en la playa era del que menos se lo esperaba.

-Pues mira, ya tengo a alguien para volar - le sacó la lengua a Tay. Lanzó sobre Sox el hechizo de levitación y lo cogió como había hecho con el lémur.

-Veamos - empezó mientras levantaba el vuelo,- aletea fuerte cuando te suelte. Tus alas y las mías son muy parecidas: fuertes, rígidas, poderosas. Nosotros no nos dejamos llevar por el viento como otros, dominamos el cielo - si Sox quería aprender a volar Obel bien podía enseñarle todo lo que sabía.- Necesitas batir las alas con fuerza y de forma rítmica, pero lo más importante es otra cosa. Tienes que perder el miedo, Sox.

>>Yo también tenía miedo, miedo a caerme, miedo a hacerme daño. Pero cuando aprendas que eso no va a pasar dejarás de estar atado a la tierra - le dijo mientras ascendía por el cielo hacia una zona con agua más profunda.- Has nacido para volar. Es lo que eres. Si has podido con la cosecha puedes con esto. Y cuando lo consigas yo tendré un amigo con el competir - terminó de forma alegre.

Esperó a que el ángel negro le diese la señal de que lo soltase y lo hizo. Salió volando tras él preparando un hechizo de levitación por si el carabés fallaba. Lo ocultó de forma que el chico pensase que si fallaba se iba a estrellar, a veces el incentivo del dolor ayudaba a aprender más rápido.

Eitne se distrajo jugando con los pececillos, animandoles a hacer “eslalon” entre sus dedos, y hablando con el grandullón para que se portara mejor. Le gustaban esos momentos de intimidad con los animalillos que solo él podía conseguir con lo que creía que era el mejor de sus poderes. La bestia del crepúsculo estaba tan concentrada que no vio venir a Rox. Tras un pequeño sobresalto, el niño le sonrió y le mostró las palmas de las manos abiertas, bajo el agua, con alguno de los peces que no habían huído por el susto.

—Al principio ha sido un poco incómodo, el de los dientes se ha comido uno de los pequeños, pero creo que se arrepiente. —El niño lanzó una mirada reprobatoria al pez mayor y este le miró… ¿Extraño? No era un animal muy agradable, no, pero tampoco era especialmente expresivo—. Los peces son un poco tontos, ¿verdad? —preguntó desilusionado.

Por suerte, la llegada de Rox le permitió reconectar con lo que ocurría a su alrededor. Se giró con ayuda de las manos y los manguitos y contempló el caos que se había formado con sorpresa y admiración. Soltó una carcajada cantarina cuando escuchó que Tayron ahora también se apodaba Panda Plancha, aunque no sabía el motivo. Lo que sí sabía era que el cambiante tenía algo que era del lémur. Y al niño se le volvió a iluminar la cara con una nueva idea, mientras, a su espalda, el pez se aprovechaba de su descuido para darse un festín.

—¡Tayron, Tiburrox dice que no eres capaz de recuperarlo! —proyectó la voz en exclusiva para el lémur y luego le guiñó un ojo a Rox con muy poco disimulo.

Neil jadeó de forma exagerada fingiendo indignación cuando Milo le contestó que su mantarraya era superior a sus peces.

-¡Ultraje! -exclamó de la forma más teatral que pudo-. ¡Acepto el reto!

Al momento, toda la cera que quedaba dispersa por el agua de distintas maneras tomó la forma de un banco de peces tropicales de distintos tamaños y colores parte de los cuales empujaron al brujo hacia el irrense hasta que estuvo frente a él rodeado de todas sus creaciones. Las figuras de cera de su sombrero se unieron formando un pequeño pulpo que se posó sobre su cabeza posicionando dos de sus tentáculos como si fueran puñitos que movió de forma "amenazante".

-¡Ríndete ante los peces bonitos!

Le hizo mucha gracia como Rena apoyó el morro en el flotador de Nime y se preguntaba qué estaba tramando la libense, pero tanto Milo como Neil aceptaron su propuesta y su atención se enfocó en el inminente concurso. Le maravillaba como ambos brujos podían crear cosas tan bonitas en unos instantes con sus respectivos dominios. La mantarraya de cobre era impresionante y el gamusino también hubiese querido subirse a ella, pero su aurva demostró enseguida que no se quedaba atrás. Adru vitoreaba la escena mientras intentaba no ahogarse al mismo tiempo, por lo que resultaba un poco ridículo observar sus intentos por mantenerse a flote, pero no le podía importar menos.

Coreó a Neil cuando este se acercó a Milo con sus peces y más aún al ver su siguiente creación.
—¡El pulpo peleón sale a luchar en la esquina azul! ¿Qué hará la esquina roja, ahora? —dijo poniendo voz de narrador describiendo un espectáculo.
A continuación buscó con la mirada a Eitne, pues seguro que el pequeño también disfrutaría de aquel espectáculo. Parecía ocupado jugando con Rox y Tayron, pero después trataría de llamar su atención sobre el “combate”.

Tayron buceaba a ras del suelo al tiempo que pensaba en lo perturbador de las ideas de Pam. Aunque sabía que la chica estaba bromeando no dejaba de parecerle retorcida. Eso molaba.

El lémur se disculpó brevemente con ella tras salir del agua con las manos vacías por haberse ido tan repentinamente.
—Nada tía —diría algo fastidiado— que no lo encuentro —estaba pensando en algún hechizo que pudiera servirle ya que aunque el agua estaba cristalina le molestaba mucho la sal y tampoco quería ser el primero en contaminar aquella playa tan bonita y virgen.

Pero una voz cada vez más reconocible sonó a su espalda. Pam podría ver que ponía los ojos en blanco un segundo antes de girarse hacia Rox con una sonrisa de desconfianza. La tenía él, por supuesto, que conveniente. Miraría una única vez a Eitne tras escuchar su frase susurrante. Luego se giraría hacia Pam con una cara de verdadera indignación a pesar de ser él quién le había pedido que ojalá hubiera captado el momento. Había demasiados frentes abiertos.
—¿Tú qué dices Eitne? —diría pero sin apartar la mirada del australiano, como si estuvieran en un duelo del lejano oeste— ¿cómo sé que no es una extensión más de su cuerpo y os estáis cachondeando de mí? —en realidad no estaba seguro de que aquello entrara dentro de las habilidades del cambiante pero era una posibilidad. ¡Después de todo podía crear una cola de pez!. La cual no dejaba de mirar con envidia— ¡AJÁ! —se pondría con rapidez detrás de la mona del queso chapoteando a su paso pero sin llegar a tocarla por si no le sentaba bien o no quería seguirle el juego de rehén, si veía que se divertía la cogería en volandas con cuidado, aunque como para saberlo con lo inexpresiva que le resultaba siempre— ¡la tengo a ella! —diría de manera estúpida pasara lo que pasara— te ofrezco un intercambio —se sentía timado, y más picado de lo que estaba dispuesto a admitir.

—Mientras no te muerda a ti... —le dijo a Eitne, con el ceño fruncido y la vista fija en su amigo pez como si quisiera comunicarle mentalmente una advertencia—. Son bastante tontos, sí. Por eso yo soy medio pez —entonces sacó la lengua y se puso bizco a posta.

Tayron ya se había percatado del pañuelo y al cambiante solo le faltó afilarse los dientes para esbozar una verdadera sonrisa de tiburón. Le mantuvo la mirada, desafiante y burlón, procediendo a nadar en círculos lentos en torno a Eitne, de espaldas y con la punta de la cola fuera para que el pañuelo no se perdiera de vista. El lémur dijo algo de una extensión de su cuerpo que no comprendió muy bien, y Pelusa solo añadió más leña al fuego con la que tuvo que reírse.
—¡Oh, pero por supuesto! Pobrecito, la traición seguro que se ve fenomenal en foto —y dicho lo cual se acercó un poco a la orilla, sin intención real de salir.

El belga hizo un gesto que creyó sería tirarse al agua, y como si fueran a jugar al pilla-pilla Rox se echó hacia atrás. Sin embargo el resultado fue muy diferente: se puso detrás de la mona como si la tuviera secuestrada, cosa que le hizo abrir los ojos como platos antes de reírse entre dientes.
—Ooooh, chaval, yo no haría eso, ¡Pelusa sabe manejar cuchillos más grandes que ella y lo que es peor, sabe donde duermes! ¡Me da que es ella quien te tiene a ti, no alrevés! —y dejándole a su merced, se sumergió, agitando la cola el último segundo a desaparecer bajo el agua como una bandera pidiendo guerra. Salió de nuevo más alejado y a la vera de Eitne, haciéndose un lacito con el pañuelo—. Oye, ¿no lo tienes en rojo? Es que ya tengo uno negro, tío.

La spriggan observo al lémur cuando este volvió a salir del agua, frustrado por no encontrar su pañuelo. Tras él, observo al cambiante que claramente andaba tomándole el pelo al lémur que no podía andar más exasperado, a lo que se unió también, aparentemente, Eitne al cuadro. << Tres contra uno, no sabe ni por donde te llegan, pobre cola peluda >> pensó Pelusa sin ningún tipo de culpa. Parpadeando confundida cuando noto movimiento y chapoteos del lémur a su alrededor, alzando un poco la vista cuando lo sintió ponerse tras ella.

La niña alzo una ceja ante el gesto, no comprendiéndolo, no al menos hasta que escucho las palabras de Tayron en dirección a Rox. ¿Un trueque? ¿Ella por el pañuelo?

Pelusa mostro una muy pequeña sonrisa ante la burla de su amigo hacia el lémur, sin que este último fuese capaz de verla al estar a su espalda y decidido seguirle la coña al cambiante.  No iba a hacerle nada malo al lémur, no es como si este hubiera hecho algo grave al fin de cuentas o algo parecido, no la había tocado que era algo que sí que la habría molestado, Pero dado que no era el caso y ya había notado que este parecía sentirse un poco intimidado con ella, o algo parecido. ¿Porque no aprovechar?

No era tonta, sabía que andaban jugando, un juego de esos estúpidos que a veces les daba por jugar, de los que ella no conocía de forma personal porque no es como si jugar o divertirse hubiese hecho alguna vez, pero que más o menos era capaz de seguir. Más o menos. No es como si jugar fuese algo que supiera hacer, no de forma muy normal al menos. Sus travesuras solían tener otro tipo de tinte.

- Así que me tienes de rehén- comento la niña en voz baja desde su lugar sentada en su silla de playa, aun dándole la espalda, con sus alas replegadas tras ella- ¿Estás seguro de eso?- pregunto de nuevo en un tono más claro e igual de inexpresivo, moviendo su cabeza hacia atrás lentamente para mirarle, con su pamela cubriendo parte de su rostro, ya no había sonrisa en su expresión- ¿Segurísimo…- añadió aun mirándolo desde abajo con tranquila despreocupación, mientras llevaba su mano a su bolso deliberadamente despacio y claramente visible para el lémur que se encontraba tras ella- …de quieres jugártela conmigo por un pañuelo, Tayron? – pregunto Pelusa posando sus inquietantes ojos en el lémur, su voz con el mismo tono suave habitual que no expresaba nada en especial, igual que sus inexpresivas facciones cuyos músculos faciales parecían aun sufrir cada vez que la niña intentaba sonreír.  

Sus palabras iban acompañadas del movimiento de su mano metiéndose dentro de su bolso, y cerrándose, de forma bastante evidente en torno al objeto que pensaba sacar, que lejos estaba de ser algo peligroso. Pero por supuesto, eso sería algo que el humano no podría saber.

Pelusa no sabía jugar como sus relajados compañeros haciendo travesuras, pero nadie dijo que no pudiera hacer otro tipo de travesuras aprovechando la broma de Rox, que no dejaba de ser verdad, como algo a su favor. ¿Quién dijo que las tomaduras de pelo no podían ser inquietantes?.

Sox frunció el ceño, interiorizando las instrucciones.
—Vale —acalló sus propias dudas sobre cómo él había intentado ya lo de aletear fuerte al caer. Estaban a metros de altura en el aire, algo tenía que cambiar. Por eso lo estaba intentando.

—No tengo miedo—aludió, picado. Y era cierto. Las figuras de los demás achicándose conforme ascendían ya no le inducían el mismo vacío en la boca del estómago que habrían hecho meses atrás. Sox también sabía que aunque se hiciese daño todo terminaría desvaneciéndose.
Aun así…

Empezó a aletear despacio pero a ritmo constante, sintiendo cómo las alas se desplegaban y henchían como velas. Lo que decía Obel tenía sentido por completo. No se sentía ingrávido o etéreo; sentía el peso de cada batida y el aire que desplazaba.

Durante un instante su posición en el aire y el paisaje bajo él se alinearon, cosa de un segundo fugacísimo en el que su cuerpo cayó en la ilusión de que estaba volando él.
—¡Lo tengo! —gritó frenético. El momento se le escapaba, tenía que captarlo antes de que desapareciera—. ¡Suelta, suelta!

Cuando Neil se mostró indignado la sonrisa de Milo se ensanchó en su rostro, pues aunque ambos sabían que estaban de coña el pique le estaba encantando, pero cuando el sinhadre se le acercó con su flota de peces tropicales la determinación del irrense flaqueó un poquito. Se aseguró de no mostrar debilidad, sin embargo, y aprovechó momento que le brindaron el planchazo de Tyron y la aproximación osuna de Rena para reflexionar sobre qué debía hacer.
—¿Rendirme yo? ¡Jamás! —le contestó al aurva, cerrando los ojos para concentrarse mientras extendía ambas mano sobre el mar.

A una señal suya los pequeños submarinos de cobre empezaron a emerger del agua, desplegándose frente a la mantaraya en formación de combate. Sobre su cubierta exterior se podían adivinar pequeñas dotaciones de soldaditos geomérticos que habían salido por las escotillas y se afanaban de un lado a otro solo el brujo sabía en qué, pero lo que debía preocupar a su contrincante en aquel momento eran los torpedos.
—¡Fuego! —exclamó el moreno con una carcajada, dejando que el diminuto armamento avanzara bajo la superficie dejando estelas de burbujas.

La respuesta del chico a los comentarios de Adru fue hundir su implante en la mantarraya de cobre para coger una bola de metal que lanzó en parábola hacia el sombrero de Neil, donde aterrizó suavemente transformada en un calamar de aspecto más robótico que orgánico.
—¡Boxeo de muchos puños! —jaleó entusiasmado, alzando los brazos para enfatizar lo emocionado que estaba.

Kin, por ser el que más cerca estaba, notaría enseguida lo mucho que le estaba costando al brujo mantener su dominio bajo control: el metal era maleable, pero difícil de manejar, y tantos frentes abiertos estaban poniendo su concentración contra las cuerdas.[/b][/color]

Eitne negó con la cabeza a Rox, convencido de que era imposible que aquel pez feo le mordiera (aunque la realidad fuera otra). Al final, la situación consiguió que el daeliciano se olvidase de los pececillos que, o bien fueron comidos por el grande, o bien se alejaron ante la amenaza que suponía para ellos la cola de Rox nadando a su alrededor. Fuera como fuese, Eitne sentía que se había desplegado ante él un nuevo juego y estaba que no le cabía el entusiasmo en el cuerpo.

—¡Noooo, Pelusa! —dijo al principio de modo dramático, como si se preocupara por ella. Sin embargo, entre la respuesta del cambiante y la propia Pelusa, el niño se cambió de bando rápidamente. Sabía que la spriggan no le haría nada, pero era más divertido fingir lo contrario—. ¡No uses el veneno contra él, por favor!

Después de eso, enmudeció su voz para que nadie le oyese pronunciar el hechizo de intangibilidad con la intención de quitarle el pañuelo a Rox. Si no lo pillaban, lo escondería con levitación muy por debajo del agua, bajo la arena. Estaba tan metido en su travesura que apenas vio de reojo el movimiento colorido de la cera y los brillos del cobre peleándose.

Obel lo soltó como le dijo y lo vio precipitarse. Que lo tenía y una mierda. Lanzó el hechizo de levitación cuando el ángel negro estaba solo a dos metros del agua.

-Bueno - comentó acercándose a Sox.- Podría haber sido peor supongo. Volvamos a probar.

Volvió a remolcar a Sox a los cielos y cuando estuvieron allí lo dejó ir y lo puso frente a sí.

-Veamos, ¿qué crees que ha fallado? - le preguntó aleteando frente al chico. Era listo, seguro que se fijaría en la cadencia de Obel al aletear y memorizaría el ritmo.

-Hmmmm… -Rena se rascó la barbilla con una garra ante la sugerencia de Nime. La libense la estaba poniendo en una dicotomía -Es que quiero que me deje montar en su tabla de cobre, y si le hago una putada no me va a dejar. Podemos dejar que Neil le pegue una paliza y reírnos por lo bajo, no tendremos ni que pensar en vengarnos.

Cambió a su forma irrense porque le resultaba más sencillo mantenerse a flote de forma estática. Las piernas de oso eran demasiado cortas. Se apoyó en la rosquilla de Nime ya sin miedo a hundirla y evaluó la situación intentando poner cara seria y no distraerse con lo muchísimo que le estaban molando los submarinos de Milo. Entonces puso los ojos sobre Kin por casualidad.

-Podemos vengarnos de Kin. Él no tiene tabla de cobre que dejarnos -dijo como si pensara en voz alta -El día es largo, podemos pensarlo con tranquilidad. La venganza se sirve fría. Ahora vamos a mirar la pelea para que no sospechen nada.

Aunque dijera que era para disimular, la ursántropa estaba encantada con la batalla y no sabía a quién de los dos contrincantes animar. Al final se conformó con jalear con silbidos, sin dirigirlos a nadie en particular.

Tayron podía haber prestado mucha más atención a cómo Rox se regodeaba o a que Eitne cambiaba más veces de bando que la dirección del viento. Pero responder a todo eso le habría quitado unos importantes segundos sobre la verdadera amenaza.

—Sí... mi rehén, eso es lo que he dicho —pero a medida que la chica le iba preguntando una y otra vez el lémur fue perdiendo confianza, especialmente cuando vio su mano deslizándose con lentitud hacia el bolsito. Tayron tragó saliva con una sonrisa nerviosa e intentó descifrar en los ojos del cambiante y del daeliciano si estaban tan inquietados como él. Nunca habría pensado que una niña con alas en la espalda y sentada en una butaca en la orilla sería tan perturbadora. Cuando Pelusa movió la cabeza hacia arriba y Tay se encontró con aquel rostro inexpresivo se le heló la sangre y pensó con claridad lo buena actriz que era la mona del queso. ¿Estaba actuando, verdad?— por supuesto que no, un pañuelo no es tan importante como para jugármela contigo... —diría con una voz que claramente expresaba “retirada”. Lentamente y aún divertido pero confuso fue chapoteando hacia atrás alejándose de la spriggan y dando a entender que ya no estaba en su poder, si es que alguna vez lo había estado—tengo ideas... mejores, podemos tomarnos una foto todos juntos con esa preciosa cámara que tienes ahí para dejar claro que somos amigos del alma —murmuró luego— ya que no todos tienen la oportunidad de salir al lado del gran panda gris pero para eso... tienes que convencer a Rox de que me devuelva mi pañuelo, seguro que lo que sea que vayas a sacar de ahí vale menos que una foto grupal hermosa—le diría de manera susurrante, la única alternativa era tomarla como aliada— ...es muy importante para mí, proviene de una gran desgracia familiar... —sin embargo aquello no podía sonar a más mentira barata, la prenda procedía del fondo de uno de los baúles cualquiera de la Sede cubiertos de polvo.

Tragó saliva de nuevo, sabía que las dotes de persuasión nunca habían sido su fuerte.

Si Rox no se partía la caja ahí mismo era por no echar por tierra las actuaciones de Eitne y Pelusa, algo especialmente difícil con la ocurrencia del veneno. Había hundido medio rostro para no delatarse a Tayron, aunque el daeliciano sí que podría ver la sonrisa temblorosa del rubio a través del agua cristalina. Lo estaba pasando tan bien viendo el susto del belga que no se percató del truco de Eitne. Puso ambas manos de altavoz para hacerse oír.
—¿¡Qué te dije!? —exclamó, divertido, ignorando lo que el lémur estuviera cuchicheando y lo que Eitne tramase.

Miró al niño bestia con una sonrisa traviesa, impulsando su cuerpo hacia atrás como una nutria panzarriba cuando se dio cuenta de que el pañuelo ya no estaba donde debía. Se le borró la sonrisa de sopetón y su sorpresa fue obvia durante unos segundos, reincorporándose en vertical rápidamente para esconder la cola de nuevo en el agua; la evidencia. Discretamente echaría un vistazo al daeliciano para ver si se había fijado en él e ipso facto se pondría a rebuscar por la superficie. Mierda. Al no dar con la prenda se pondría a bucear para buscarla en el fondo, sin resultado.

—Eitne —susurró al salir, con una minúscula sonrisa apurada—. Creo que se me ha desatado el pañuelo. Ya no está.

No lo tenía. Sox aleteó frenéticamente mientras se desplomaba sin control; el aire pasaba inútil a través de los espacios entre sus alas y el resto de su cuerpo, un marco intangible a su caída inevitable al mar. Había dado ya media vuelta sobre sí mismo y se preparaba para el impacto cuando éste no llegó. El ángel negro abrió los ojos y necesitó que transcurrieran unos breves instantes de desorientación para darse cuenta de qué había hecho Obel. Aquel “podría haber sido peor” hirió su orgullo de estudiante modelo.

—Que la gravedad existe —rezongó cuando volvieron a las alturas, pero se tomó la pregunta en serio, como un ejercicio de clase. Reflexionó intensamente—. Tiene que ser… He tenido que usar mal las alas. Era como si atravesara el aire, no podía usarlo para impulsarme —se le coló la frustración en la voz. ¡No podía ser tan difícil! ¡Obel estaba hecho de piedra!