Prisión (Archivo VII)

Recuerdo del primer mensaje :

Fueron los temblores los que terminaron por despertarla. Abrió lentamente los ojos sintiendo un nuevo estremecimiento al tiempo que intentaba cubrirse aun mas con el poncho instintivamente, dándose cuenta que se encontraba sobre una cama. Soñolienta aun y con el frío calando su cuerpo desnudo bajo el poncho miró alrededor. Estaba en un cuarto sin mas luz que la que provenía del pasillo, pues la puerta estaba entre abierta, acostada en una cama que había tenido mejores tiempos, aunque para ella era un pequeño lujo.

Los recuerdos de su breve encuentro con Dama Aroma llegó a la mente de Pam. Frunció el ceño pues aquel sitio no tenia pinta alguna de ser magnifico, parecía un tugurio de mala muerte. Agarro el mango del cuchillo dentro de su delantal para conseguir seguridad antes de bajarse de la cama, sintiendo la piedra bajo sus pies.

<<Que lugar mas extraño>> pensó acercándose despacio a la puerta no habiendo NAda mas que ver allí salvo suelo sucio y una cama incomoda. Empezaba a temer el haberse equivocado por confiar en Dama Aroma ¿y si había sido llevada a otra granja? <<La suerte no puede ser tan cruel...>> inquieta, asomándose un poco por el orificio que permitía que entrara cierta luz en el cuarto. No había nadie fuera, solo un largo pasillo cubierto de piedra. No había ordes alguno fuera y aquello le era extraño. Las granjas siempre estaban cuidadas y vigiladas por los ordeses, pero allí no solo no había nadie sino que tenia un aspecto bastante decadente.

<<Incluso si lo hay, tengo mi cuchillo>> aseguro dándose confianza antes de empujar un poco la puerta con esfuerzo, pues era bastante pesada y abrir un hueco lo suficientemente grande para colar su menudo cuerpo. Ya afuera, vio que tanto a su derecha como a su izquierda el pasillo parecía no tener fin y solo era iluminado por la tenue luz de las antorchas. No solo eso, sino que todo era...grande, el techo, la puerta, la cama donde había despertado y aquello solo añadió otra duda mas a la mente de la mono del queso.

-¿Y ahora que? -se preguntó Pam confundida y frunciendo aun mas el ceño. Sin saber donde estaba ni por donde ir, solo le quedaba una opción: dejad que la suerte la guiara. Cogió una de las agujas de su pulsera y acuclilló en el suelo sintiendo un poco mas de calor llegando a ella al hacerlo, colocando la aguja en vertical sobre una de las losas de piedra, la aguja se mantuvo de pies apenas un par de milésimas de segundo después de que apartara el dedo, cayendo hacia un lado antes de rodar un poco y quedarse quieta- A la izquierda entonces - murmuro Pam, tomando la aguja de vuelta y devolviéndola a su lugar, para seguir el pasillo indicando sin dejar de restregarse un brazo para intentar calentarse un poco y con el cuchillo firmemente agarrado en el bolsillo.

El grito lo pilló por sorpresa y el niño, que ya se había movido hasta el borde de la cama, se cayó de ella. El golpe contra el suelo de piedra le dolió pero remitió enseguida en comparación con el pitido que tenía en el oído.

-La madre que te parió que también es la mía - refunfuñó mientras se levantaba. Miró a Barael con una mezcla entre enfado, sorpresa e indignación que resultaba hasta cómica.- ¿Estás tonto o te ha coceado un linac? Menudo susto me has pegado...

Sólo entonces se dio cuenta de que no estaba en casa y al hacer un poco de memoria recordó dónde estaba.

-¡¡¡¡¡¡¡SIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII!!!!!!! - pasó a hablar rocavarancolés. Volvió a mirar a su hermano y comprendió lo que aquello significaba. Abrazó a su hermano con los ojos haciendo chiribitas.- Nos han elegido, nos han elegido, nos han elegido - repetía.

Salió por la puerta y observó el pasillo.

-Tenemos que estar en Rocavarancolia, no me cabe duda - dijo con mucha emoción en la voz.- Tenemos que ver si hay más elegidos y buscar a los dioses - prácticamente daba saltos de alegría.

No fue sino que arrancó a hablar. Arrugaria el rostro a sus palabras si no fuera un educado caballero que guardó silencio hasta que la rapieza terminase, como era buen menester. La soltura de su habla tan solo fue enfrentada a la rigidez de la suya.

―Quierase ser sincero con vos, rapiella Mónica, no tengo conocimiento alguno del paradero del gañán de Doce Punto y, os dare mi honesta opinion de diestro español: Una buena moza no querria enrolarse con tal calaña.―le informó con la mirada seria.―De sus palabras beben las mentiras y de sus manos largas la codicia de lo ajeno. Drogome y arrastrome a aqueste sitio. Valele más que rece por su alma y pellejo, pues pienso darle caza y que ductamente devuelvaseme lo que es mio.―admitió, con un tono más relajado.

Luego pasaron a presentaciones, y el español dirigió una breve mirada a cada una de las niñas.
―Llamanme Don Santiago Lorenzo Recio, de la casa de La Vega y de Navarro y Urbano, un placer, señoritas.―se presentó, mientras hacia ademán de quitarse el sombrero.

Arqueó un poco el cuello y dejó salir un suspiro de sus labios ante el mote que Mónica le habia dado la niña.
―Asi que, es de mi suponer que no sodes pariente de esta pequeña ¿Cierto?―corroboró con la mayor. Frotose la nuca. Sus conocimientos de frances estabanse bastante más cercanos a ser inexistentes que de ser algo relevante, pero aun así, lo intentó, haciendo memoria de todas los libros de Cyrano de Bergerac y demáses que podia. Hincose levemente de rodillas y descubriose un poco más su rostro costroso ante la niña.
―Alors... eh... comente tú te apel? eh... Uh... oui.. Soy Lorenzo.―borbotó, mientras le estrechaba la pequeña mano en señal de cordialidad con la pequeña.
¿Que tipo de escoria raptaba a niños pequeños?
―Tú... es pure... tú es jurt?―procedió a gesticular, palpandose su propio cuerpo como intentando preguntar si estaba herida y que si por eso estaba llorando―Tu es ok?―terminó por afirmar, alzando un pulgar, con enfasis. Su voz comenzabase a quebrar al no poder recordar más palabras del dichoso idioma remilgado de franquia.

Jurariase haber mezclado dos o tres idiomas en su habla, pero ciertamente esperaba haber llegado a cierto entendimiento con la infante.

En el siguiente pasillo si que estaba oscuro, la luz febril de la antorcha anterior proyectaba sombras perversas en la pared que acababa de dejar atrás y Tayron empezó a preguntarse el por qué de aquella decoración, si todo iba a ser una aventura...¿No era mejor vastos valles de hierba y flores, con senderos de piedra y caballos?, no sabía como plantearlo, simplemente podía ser más representativo, pero como se lo estaba pasando de miedo al recorrer aquellos pasillos no pondría ninguna objección.

Se dedicó a arañar la fría pared con la navaja que portaba en la mano izquierda, rayándola y provocando ruido por si había algo escondido que pudiera salir a la luz, notablemente asustado, sin embargo dejó de hacerlo en cuanto se percató de que bien podía funcionar de aquella forma también lo podía hacer a la inversa, y estar accionando una alarma que expresara un “Cómeme por favor que soy subnormal” y cosas por el estilo.

No, con él no funcionaban esas cosas, no era el típico chico que  caía en la trampa a la primera de cambio, así que se la guardó en el bolsillo y se dispuso a registrar más habitaciones, abriendo las puertas de las otras habitaciones y dejándolas abiertas para no confundirlas y revisarlas por segunda vez, en busca de alguien que le pudiera ayudar.

Una de esas veces tuvo que detenerse en seco, había escuchado una voz, femenina, y potencialmente conocida, dibujó una sonrisa en su boca y se revolvió el pelo con energía. >>¿Está ella aquí?<<, no podía ser, demasiado perfecto todo, Rocavarancolia y Dafne juntos...¿Cuándo despertaría del sueño y volvería a la realidad con su abuelo despertándole temprano para que atendiera a los clientes?, se estremeció solo de pensarlo.

En vez de darles más vueltas avanzó al trote decido, escuchándola gruñir como una cascarrabias por lo bajo, la cogió por detrás, de sorpresa, abrazándola por la espalda y apretándola con chillidos de euforia.
-¿Dafne? ¡Dios santo, sí que eres tú de verdad! ¿Tú también eres especial?- dijo observándola y haciendo un increíble esfuerzo por no perderse en sus ojos verdes.- Madre mía, que bien que estés aquí, a Dekka le encantaría esto, y a mí también, piénsalo- le dijo agarrándola de los brazos- ¡Ahora es cuando viene el asesino y nos mata a los dos a la vez!- bromeó estallando de la risa, pero su rostro cambió cuando escuchó una voz masculina gritar no muy lejos de su posición, era otro idioma, sin duda, pero el belga no pudo diferenciar cual, las paredes habían amortiguado el sonido.-¿Qué ha sido eso?, voy a ir a ver, debe de estar cabreado, si escuchas una motosierra...- intentó asustarla, poniendo el mayor rostro de preocupación que jamás había conseguido en su vida- ni lo dudes ¡Corre!.

Había algo orgánico en aquella oscuridad, la clase de penumbra en la que anidaban cosas; una falta de asepsia y un exceso de significado más allá de la mera ausencia de luz. Algo que no debería estar allí, en definitiva, y fue eso lo que sacó a Sox de su sueño intranquilo.

Incorporado ya de su camastro, el carabés intentó hacer memoria antes de precipitarse a hacer nada. Oportunidades, competición, logros, potencial. Ninguna de aquellas cosas se reflejaba en aquella deprimente habitación de piedra. Ni siquiera había iluminación, como si el lugar se hallase abandonado. Y sin embargo había sido transportado allí. La magia de transporte era cara y nadie lo habría hecho sin un propósito fijo ni sin asegurarse de que hubiera salido bien. Habría sido un desperdicio, de modo que el carabés no estaba allí ni por casualidad ni por error.

Sox intentó convocar una luz mágica para examinar más a fondo el habitáculo en busca de alguna placa con instrucciones, pero un retumbar muy desagradable en su cabeza se lo impidió, cortando el esfuerzo a medio camino.
—Ugh —hizo una mueca. Lo intentó de nuevo una vez el malestar hubo pasado, esta vez descomponiéndolo en pasos. El resultado era idéntico:  la corriente de voluntad parecía escaparse entre sus dedos de la misma forma en que lo haría un objeto sólido, sin que el nivel de concentración del carabés pareciese ejercer efecto alguno sobre ello.
Notaba la cabeza cargada y no recordaba haberse dormido: lo que fuera que hubiese actuado como agente sedante con toda probabilidad era lo que estaba mermando sus facultades. Resopló contrariado, pero no era un problema que pudiera solucionar ahora mismo. Si aquél era efectivamente el factor que le entorpecía, el mejor curso de acción era quemar lo que corriese por su organismo.

Tras comprobar que no había indicación alguna salió con decisión de la celda, y ver que no era la única existente corroboró las suposiciones que estaba elaborando a partir del encuentro con Trazo. Si él había despertado dentro de una, y estaba allí para competir, era una deducción lógica que dentro de las demás había otros candidatos.
Ni se le pasó por la cabeza ir abriendo puertas: si dichos candidatos seguían dentro sabrían lo mismo que él y no obtendría información nueva. Quería acudir a la zona donde estuvieran las explicaciones y de forma directa. Recorrió pues los pasillos sin pararse, a zancada larga, en busca de la salida. No confiaba en que hubiese un mostrador de recepción dado el estado del edificio, pero tal vez afuera les estuviese esperando alguien. La falta de organización le inquietaba, sobre todo teniendo en cuenta que le habían dado a entender que aquéllas eran pruebas de élite, pero acalló el zumbido de preocupación en su cabeza.
Sin embargo sí recordó que cuando le habían planteado la propuesta había otro carabés con él. ¿Dónde estaba? ¿Habría sido trasladado a otro bloque? De ser así aquello implicaría una cantidad grande de participantes, o una gradación por capacidades.

Sumido en su rompecabezas mental, una serie de chillidos le pararon en el sitio. Tras el sobresalto inicial frunció el ceño, aguzando el oído. Gente gritando asustada por estar allí, luego airada, y luego demandando explicaciones. Sonaba al lugar correcto hacia el que dirigirse.

Ahora había más voces, constató al acercarse a paso rápido. La figura más cercana a la puerta no parecía superarle demasiado en altura, de modo que era seguro suponer que no se trataba de un instructor. A medio camino de llegar hasta el aparente grupo Sox silbó de forma penetrante para cortar la conversación. Por fortuna hacía tiempo que quienes fueran habían dejado de gritar.

—Vosotros. ¿Sabéis qué se supone que tenemos que hacer? —la frase, al grano y sin intención de perder más tiempo del necesario, perdió energía a medio camino.
No eran carabeses, aquello era demasiado extraño para tratarse de modificaciones corporales.
La misma estructura de sus rasgos era diferente, su piel era más bien rosada, estaban menos enjutos que él, y vestían de forma estrafalaria. No excéntrica correspondiente a puestos altos en el ránking, sino... estrafalaria a secas.

—¿De dónde salís? —preguntó estupefacto, olvidándose momentáneamente de su objetivo inicial. Sus orejas no acababan en punta, registró como detalle absurdo adicional.

EORLIR

Eorlir notó como alguien le despertaba. Gruñó, abriendo los ojos.

-Ina, ¿qué quieres…? Y te he dicho mil veces que hables bie… - miró alrededor- Espera, ¿Qué? ¿Dónde luces estamos? –ni se dio cuenta de que había repetido lo mismo que ella.

Efectivamente, ese lugar no era su casa. Se quedó pensando durante unos segundos antes de recordarlo. “No estábamos Ina y yo volviendo de esa reunión de pintores… y nos paró… ¿cómo se llamaba…? ¿Jack, dijo?” Se quedó pensando unos segundos, intentando sacar cosas en claro. “Dijo que nos llevaba a otro mundo… ¿hemos dejado Sinhdro, entonces?” Su mente trabajaba a toda velocidad. “No sabemos dónde estamos, no sabemos quién o qué hay en este sitio… que por cierto, vaya desorden…”

De repente notó como Ina le cogía de la mano. La miró, sonriendo. Cuando la vio sumida en sus pensamientos, suspiró. –Inaaaa. ¿Otra vez soñando despierta? –Soltó otro suspiro al escuchar sus explicaciones, pero se calló sus protestas, ya que tenía preocupaciones más importantes. Vio que un chico de piel gris abría la puerta, echaba un vistazo dentro y se iba rápidamente. “Pues vale…” Se acercó a la puerta y la abrió de nuevo, echando un vistazo afuera. “En fin. Tendremos que salir en algún momento… no podemos quedarnos aquí mucho tiempo. Además, se está haciendo de noche…” –Anda, Ina, vámonos… A ver si encontramos un sitio algo más acogedor. –Salió el primero, de la mano de su aurva, sabiendo que ella no pasaría la primera ni de broma.

-Tranquila, Ina, que estoy aquí… No nos pasará nada… -frunció el ceño, distinguiendo unas figuras al fondo del pasillo donde habían salido. “¿Quiénes son…?” Miró a Ina. –No lo sé… mejor no nos acerquemos mucho… “¿Un pájaro? A ver si ella tendrá razón esta vez y hay monstruos…”

Al poco vio que el pájaro se iba a otra habitación. Vio también como esas tres figuras hablaban, con una cuarta uniéndose a ellas poco después, pero no entendió nada de lo que decían. “Y por si fuera poco no les entiendo… genial.” Decidió quedarse apartado, protegiendo a Ina con su presencia, reconfortándola.

Nadzieja se había agarrado al brazo de Mónica durante su momento de desear una muerte rápida e indolora a grito de « Oiseau ». Y así se había mantenido, agarrada a ella, aceptando que la chica no era una amenaza, sino otra más en aquel entuerto. Por la mente de la chiquilla pasaban escenarios inimaginables donde el “coco” había capturado a decenas de niños para luego encerrarlos en prisiones donde criaturas escalofriantes y máquinas de tortura les esperaban.

La aparición de Lorenzo no hizo más que confirmar sus sospechas… Se agarró con más fuerza al brazo de la española al tiempo que observaba con horror el intercambio de palabras entre ambos. Eran españoles de eso no tenía duda la pequeña. Y aunque no sabía quién era la chica a la cual se aferraba, Nadzieja tenía una absoluta certeza de quien era aquel extraño personaje con traje arcaico ensangrentado. Miro a Monica a modo de suplica silenciosa.

« Comment la prévenir? Il faut qu’elle sache ! Comment le parler sans me faire remarquer ?! Il va à nous tuer ! On est perdues ! Oh merde! »*

Como todos los belgas, Nadzieja había alimentado su imaginación con cuentos de terror para dormir a los niños y aunque el “croque-mitaine” era el más habitual entre los francófonos, lo cierto es que en las fronteras belgas el coco tenía otra apariencia y otro nombre. Su apariencia un español del siglo de oro y su nombre el “Duque de Alba”. La belga estaba convencida de estar ante el más sanguinario de los cocos, aquel que decían que había asesinado a mujeres y a niños en los Flandes. Nadzia veía su fin muy próximo.

Se escondió parcialmente detrás de la joven que la acompañaba, mirando por detrás de ella a su potencial asesino. Si por ella fuera estaría corriendo, gritando y llorando pero una parte de su mente le recordaba que si lo enfadaba peor iba a ser. La pequeña estaba deseando que se las hubiese comido el pájaro.  

Cuando el Duque se arrodillo ante ella e hizo ademan de hablar en su idioma, la pequeña asintió con obediencia a sus palabras, sin llegar a entender del todo que el español intentaba presentarse. Aceptó el estrechamiento de manos con dedos temblorosos y apenas fue capaz de esconder el quejido de terror que se le escapó al hacerlo. Viendo que seguía intentado comunicarse con ella, la niña hizo un esfuerzo por comprender para no enfadarlo. Su rostro mostraba confusión y terror a partes iguales al tiempo que un intenso deseo por complacer a quien le hacía frente. Lo último que quería en este momento era contrariarlo con su inutilidad, por lo que dijo lo único que se le ocurrió además de una de las pocas palabras españolas que conocía:

-Nadzieja, mon nom est Sikorski Nadzieja*… Amigo, Duque de Alba Amigo, Je Amigo, Amigo… – Dubitativa Nadzia pronuncio las palabras en español deseando con todas fuerzas que nunca averiguasen donde las había aprendido. Nunca había sentido tanto miedo ni respeto por nada ni nadie, ni si quiera su padre era comparable.

Pero un silbido y una nueva aparición mas allá en el pasillo le hizo apartar la mirada del Duque. El recién llegado era ante todo curioso y también aterrador, la clase de persona por la cual su madre la obligaría a cruzar de acera. Con piercings y pelo de colores llamativos, Nadzieja no estaba segura de si preferir enemigo conocido a enemigo por conocer. En todo caso las palabras del joven en aquel lenguaje tan extraño le hicieron responder casi en automático un cuac:

-Quoi?*

Traducciones (3):

Siete se despertó algo mareado y con la nariz seca. Al rodar, cayó al suelo, soltando un gemido ahogado y olvidando cualquier queja inicial que pudiera haber tenido del camastro. Se pasó la mano por la cara para limpiarse y luego por la nuca, donde había recibido la peor parte.
Había visto, hacía mucho, construcciones de piedra. Esta era vieja y la cuidaban poco. Desde un hueco en la pared, hacia el vacío, las vistas de la ciudad demostraban un paisaje tan descuidado y basto como su habitación. El cielo apagado de un crepusculo sin ninguna estrella todavía la vista, edificios dispares, torres rotas. Por un momento, Siete se sentó a mirarlo todo.
¿Había salvado a su mejor amigo para condenarlo después? ¿Se derrumbarían las costas por su culpa? Pero especialmente, pensó con miedo, ¿habría dicho algo ya Sirce? Se imaginaba la reacción de la gente. Trató de pensar en cómo podia disculparse de formas nuevas. No estaba allí ni volvería y aun así la idea de estar condenado por todos le causaba aprensión. Se regañó a sí mismo por ridículo y trató de salir. Quizás porque se hubiera dejado matar por Miseria cuando lo encontró pero este lo había dejado vivo y le había dado promesas de magia como la suya, a Siete no se le ocurrió cuestionar que la puerta estuviera cerrada. Salió distraído, sin saber que debía hacer. En parte, esperaba que Miseria estuviera en algun lugar del edificio para recibirlo y explicarle más de aquel trato.
Por que todavía esperaba algo amable de Rocavarancolia, Siete no tenía miedo. No por si mismo, al menos. La culpabilidad seguía siendo muy grande y, seguro, se sentía vulnerable en un lugar extraño pero creía que Miseria le había ofrecido una huida de algo malo. Lo había salvado de sus errores, tenía que ser para bien. Rocavarancolia en todo lo ajeno que era, estaba para protegerlo.

Andaba por el pasillo a oscuras tocando puertas y piedras para orientarse. Siempre con la mano al lado derecho, controlando los giros. Oyó tarareos y probó a abrir la puerta de la que venían, pero la encontró bloqueada.

- ¿Hola?- probó suave. No sabía si insistir- Soy Rigel, Siete. ¿A donde tengo que ir?

Mónica arrugó el morro ante la presa firme de Nad en su brazo.

-Relaja, que este no nos hace daño…- le susurró, olvidando por un momento que la pequeña no hablaba español.

Cuando escuchó el nombre de Lorenzo no pudo contener una risita histérica. “Se piensa que es de verdad. No está fingiendo… ¡está como una cabra!” y aferró a su vez la mano de Nad sin quererlo. “Le llamaré Íñigo Montoya” pensó soltando otra risita.

-Nah, no la había visto en mi vida- respondió a Lorenzo, conteniendo de nuevo la risa al escucharle hablar en un francés macarrónico (aunque mucho mejor que su croissant) y poniendo una cara extraña al descubrir que la pequeña (a la que pensaba seguir llamando Zanahoria, daba igual que se llamara Nad… naztz… bueno, Zanahoria) podía decir alguna palabra en castellano.

Pretendía responder a Lorenzo acerca de su comentario de Doce Punto cuando un fuerte silbido les interrumpió, mientras de las sombras salía un humano paliducho con los ojos rojos y el pelo de un amarillo estridente, cortado de un modo muy extraño, que les habló en una lengua muy rara. “¡Seguro que es noruego! Tiene sentido, es tan pálido… como un vampiro. Y esos ojos. ¿Y si es un vampiro? ¡Oh, dios mío, ¿y si nos quiere matar?! Pero parece majete... ¿Y si nos quiere matar majamente?”. Mónica retrocedió un par de pasos de modo preventivo, mirándole de hito en hito, algo tensa, y escuchando de fondo un extraño cuack por parte de la pelirrojilla.

-NO-TE-ENTIEEEEENDO- le dijo a ese extraño personaje de orejas puntiagudas, hablando muy lento y muy alto, como dirigiéndose a un tonto. –PERO-ME-GUSTARÍIA-INTENTAR-SALIR-DE-AQUÍII, QUE-ME-EMPIEZA-A-AGOBIAR-ESTE-SITIO-TAN-MAL-ROLLISTAA.

"Así si muero muero fuera de este sitio, que además huele raro".

Después se inclinó hacia Lorenzo. -Por cierto, acerca de lo de Doce Punto. Me apunto a lo de darle caza, pero yo me encargo del castigo, ¿vale?- sonrió pícaramente. –Si hay trato te regalo una estampita de la Virgen del Pilar y rezaré un Padrenuestro y tres Avemarías por ti, por tu alma, por el alma de Doce Punto y por lo que supuestamente te quitó- susurró en su oreja.

La confusión que sintió Rad al ver aquel techo de piedra duró apenas un par de segundos. Los recuerdos de la noche anterior irrumpieron con fuerza en su mente, obrando un casi milagroso despeje. Giró la cabeza, se sentó y examinó su celda con rapidez, pero sin profundidad.

Frunció el ceño. Aquello no parecía un lugar donde pudiera encontrar una recompensa que no existiera en Carabás. Por un momento pensó que quizás se habría equivocado al aceptarlo, pero deshechó ese pensamiento con rapidez. Tanto si era así como si no daba completamente igual: estaba en aquel lugar, fuera cual fuera, y no tenía forma alguna de irse. Dado que no podía modificar aquello lo mejor era apechugar.

Lo prioritario era obtener información. Dónde estaba, qué se requería de él, y otras cuestiones más banales relacionadas con el simple hecho de vivir. Tenía que admitir que se encontraba molesto con el estado del lugar y la poca claridad de quienes llevaran aquello (fuera lo que fuera "aquello"), pero eso podía esperar. Al menos de momento.

Apenas había salido cuando vio una silueta a no mucha distancia. Se acercó con paso decidido, preguntándose si sería un competidor o alguien que justo iba a despertarle.

—¿Quié—?

Se quedó congelado cuando vio mejor los rasgos de la otra persona. Piel plateada, orejas que parecían aletas, ropa... no carabesa, claramente. En circunstancias normales quizás se habría controlado, pero aquello fue tan sorprendente que se corrigió antes siquiera de pensar.

—¿Qué eres?

Si Sinceridad aún no había trepado a la ventana era porque no conseguía identificar la ciudad en ruinas que veía. La oscuridad que se les venía encima no ayudaba, para colmo.

Al principio se había apoyado en la puerta por si aquellas cosas le seguían, pero cuando creyó que no había pasado nada parecido, fue a la ventana pues era la única via de escape. Pero no se decidía así que iba y venía entre la ventana y la puerta, dudosa entre qué hacer. En una de esas, escuchó pasos al otro lado. Rauda y silenciosa se acercó a la puerta y se apretó contra la madera. En efecto, alguien intentó entrar. Habló, incluso, pero fue una voz tan distinta que abrió la puerta lo justo para ver quién era... Y no le gustó.

-¡Dejadme en paz! ¡No eres Mikk, vete! -respondió a la cosa parlante aquella, algo confusa, y cerró de nuevo.

¡Mikk, que no era roquense, había hablado en su idioma! ¿Quiénes eran esas criaturas que hablaban de formas tan raras? Ni siquiera podía estar segura de que fueran idiomas. Solo le parecían gritos, aunque la última voz había sido más suave y menos agresiva que las otras... <<¿Pero dónde estoy? Eso es lo importante. La ciudad esa es rarísima y está hecha polvo. Ni el Coro construye tan mal. Y Mikk habló de una ciudad de milagros y magia, no de una escombrera... Y no dijo nada de criaturas tan feas e imposibles... Aunque no parecían peligrosas>>

Siete se quedó quieto y mudo de la sorpresa cuando le salió algo casi de su tamaño. No podía estar seguro, pero interpretó que le hablaba y que no estaba feliz de verlo. Era una especie de pájaro deforme. La puerta se le cerró de nuevo casi de inmediato.

- Solo quería saber a donde tengo que ir- dijo. Moduló la voz para hacer claras sus intenciones, suponiendo que el contenido daba  igual. Esta vez la puerta se abrió del todo y el ser le soltó un discurso ininteligible- Estas gastando palabras.

Cuando intuyó que iba a cerrarle de nuevo inclinó la cabeza y se marchó por el pasillo. Alguien llamó su atención desde atrás. No sabía lo que le estaba llamando. Tenía orejas extrañas y la piel parduzca. El resto de colores de perdían en la penumbra, pero eran demasiado oscuros. Al menos, sus gestos eran perfectamente legibles y Siete trató de responder con los suyos: que no pretendía nada malo. Estaba perdido, era nuevo alli. Movió las manos para decirle que se llamaba Siete.  Lo acompañó de palabras para ayudar con el tono. En seguida entendió que no servía. Se llevo las manos al pecho lento, como si hablara con un niño. Luego levantó siete dedos. Luego indicó el pasillo.
- ¿Me sigues? Busco la salida.

Dafne se relajó, ahora mismo no había nada que pudiese tenerle miedo, todo estaba en silencio, lo único que se escuchaba era su misma respiración, relajó sus brazos y siguió caminando a un paso normal, pero aún así seguía en guardia...

Toda la tranquilidad fue menguado cuando comenzó a sonar un ruido que provenía de alguien o algo que andaba a paso ligero, se iba acercando cada vez más, se aproximaba hacia ella, no sabía de que se podría tratar. Miró de un lado hacia otro en busca de algún arma que la pusiese defender, pero lo único que encontró fue un mísero palo, pero aún así lo agarró con fuerza y esperó a que apareciese lo que fuera por la esquina.

Para su sorpresa era él, Tay, un cosechado más, el chico vino rápidamente a saludarla, la chica por fin, volvió a relajarse, no sabía si gritarle por haberla asustado o alegrase por haberlo encontrado...Para Dafne el chico le parecía demasiado entusiasmado y contento, para la situación en la que se encontraban..
.
-¡¿Pero bueno, tú también!?- Gritó en cuanto el chico la abrazó fuertemente. Inconscientemente olvidó el enfado por el susto que le había dado, así que ella le correspondió dándole un gran beso en la mejilla.

Tay intentaba meterle miedo hablando, de una especie de motosierra, que sonaba en la lejanía, la chica intentó no imaginarse lo que le había dicho, así que lo agarró fuerte del brazo y le susurró...

-Da igual lo que haya, pero encontremos la salida. ¡Ya!, que me estoy agobiando y con las cosas que dices, me asustó todavía más, ya que no es para menos en este lugar, no me extraña nada.

Dafne dio un paso hacia delante muy decidida, y ladeó la cabeza mientras dijo, -Sígueme, a ver que nos encontramos, presiento que la salida no debe de andar muy lejos...

—Mierda —masculló, al no entender al desconocido. Dado que habían coincidido pensaba que hablaría la lengua de Carabás, pero se veía que no. Eso hacía que, por fuerza, tendría que haber por allí algún logomante. Rad dudaba mucho que tuvieran interés en hacer competir a gente que no se entendía, y por lo poco que podía sacar en aquella oscuridad aqueld esconocido tenía más edad de competir que de haber preparado aquello.

Su frustración subió un grado. El carabés estaba tenso y nervioso. No dejaba de tamborilear con el pie y los dedos, con una mirada de impaciencia en su rostro. Ni llegó a intentar comunicar nada a aquel desconocido: hacerse entender sin saber ni una palabra de sus mutuos idiomas sería prácticamente imposible.

«¿Sabes dónde ir?» se preguntó, manteniéndose algo más interesado. También podía estar simplemente sugiriéndole una dirección. Tanto le daba: las mismas posibilidades había de encontrar a alguien que les informara con desconocido o sin él, por lo que no tuvo ningún problema en seguirle. Si veía que era un lento, eso sí, comenzaría a meterle prisa de cualquier manera que se le ocurriera. O se iría él sólo.

Notabase a la pequeña temblando de miedo. Diolo por supuesto, pues la situacion aterraria a la mayoria de rapaces, lejos del hogar y familia. No pudo sino sentir lástima por la nena hasta que pusose a, en la misma lid que el español, a intentar comunicarse. Y entonces el diestro soltose una larga carcajada, ahondandose el corazón con la dulzura inocente de la pequeña.
―¡Conócelo!―exclamó, tironeandose del bigote con sonrisa parda, pecho hincho de orgullo.―¡Conoce del Gran Duque de Alba!―dijo esta vez en dirección a la española. Alcanzole la coronilla a la pequeña y revolviole el pelo a la nena.―Llamarle amigo yo no haria, mas fue un gran hombre y brillante estratega. Sin embargo, empero mi nombre una vez más: Lorenzo.―le dijo finalmente a la niña mientras señalabase y repetiaselo.―Lo-ren-zo.―aclaró con uso de silabos.

Y finalmente incorporose, la rapieza andaba aun muy chocada por la situacion y turbarla non queria. La situacion vaticinó una vuelta a hablar del dichoso Doce Punto, con lo cual, solo ganó un chasqueo de lengua cuando esta se acercó demasiadoy que el diestro arrecolocarase el sombrero sobre su testa a la vez que volvia a crear distancia entre sus dos cuerpos.
―Señorita Mónica, obligadome a insistir me veo, la calaña de la que anda metido el que nos trajo a lugar tal oscuro, no merecese sino un juicio rápido y justo por acero. Si haz de rezar por alguien, hagalo por la alma del zalamero, pues solo Dios en toda su gloria pueda perdonarle.―zanjó el asunto con cierto tono autoritario pero sereno, aunque admitiose a sus adentros que comenzaba a pensar de la rapiella una corta de miras e ingenua si creia que le dejaria airoso por robarse la suya espada. Y sobretodo, descarada, por acercarsele a la oreja cual hortelana de barrio bajo.

Pero poco pudo descansar el español cuando, acompañado por el cacareo de la rapaz, una nueva figura invadio el claro. Sus pasos hacian claro su peso y, al encarar la figura concebia de cierta humanidad, pero su lengua, ininteligible, sin raiz latina le dejaba con tan solo una posibilidad a ojos del diestro, quien intercedió con dos pasos trepidantes entre las dos jóvenes y el nuevo, una vez más, en postura defensiva, solo que esta vez hizo uso de una italiana alta, con la espalda empalmada.
―Aquesa voz solose puede ser la de un extranjero, fuera de europa, apostaria por sarraceno. Ultimamente los otomanos conocedores de divisas, son capaces de enviar los sus más letales asesinos con rostro humano tras de mi.―dijo con una sonrisa parcialmente excitada.

Aunque Reyerta no andaba a mano, el diestro no se hallaba indefenso. Pesabale el cuchillo en manga y si el destino y Dios queria que se enfrentarase a la muerte sin honra, que asi fuera, pero hariaselo costar caro.
―¿Quien os envia, musulman? ¿Sodes de los Sultanes de Arabia? ¿Del Sha de Persia? ¿O quizales Jenízaros de los retorcidos y sedientos de sangre Otomanos? ¡Contestad!―demandó.

Tayron siguió caminando hacia el origen del sonido, avanzando él primero y reprimiendo las ganas de volver a reírse por el susto que le había dado a la chica, estaba contento de haberla encontrado allí, continuar con aquella trepidante historia en su compañía mejoraba las cosas, así que no quiso despegarse de ella en todo el trayecto, ello no implicaba que no bromeara por el camino.
-Chan chan chan chan chan chan- imitó el ruido de la banda sonora de la película de tiburón- ¿Escuchas eso?- indicó, refiriéndose a los gritos masculinos que había escuchado tres pasillos más a la izquierda- probablemente se trate de alguien suplicando por su vida con furia, imagínate la cara del psicópata que esté dándole navajazos a diestro y siniestro cuando se encuentre en la esquina a dos trofeos para su colección, oh...-se le ocurrió algo.- si nos descuartizara..., es decir, si yo fuera el freddy krueger y me cortara en pedacitos me quedaría con mis brazos y manos, bueno, y por qué no, con mi culo también- volvió a sonreír girando otra esquina más y escuchando voces cada vez más cerca, alzó una ceja al oír algunas frases que no entendía, >>Como no sea un idioma africano no sé en que lengua habla<<, no sabía si le estaba haciendo el viaje ameno a su compañera, pero a él le parecía que cagarse de miedo no era la solución- lo cierto es que sería una cabeza disecada bastante atractiva ¿No crees?.

Justo llegaron al acabar aquella frase, el belga se quedó estupefacto, no sabía que hacer ni decir en aquel momento con la presencia de los nuevos individuos, miró a Dafne confuso, y luego volvió a mirar a los nublinos haciendo una mueca extraña con la boca, no se esperaba aquello para nada, ¿Porqué tenían esos rasgos tan distintos?, sus pieles...eran grisáceas, por no hablar de sus pelos, los miró a ambos de arriba a bajo e intuyó qué debían de conocerse pues no aparentaban inseguridad el uno con el otro.
-¿Hola?- dijo, quitándose el impacto del primer momento, y dándose cuenta de que uno estaba más rellenito que el otro- ¿Lo estáis flipando también?, no sé quién estaba gritando pero me parecía muy mal lo que hacía, ¡Así no se hace joder!, si vas a chillar hazlo bien.- y se llevó las manos a la cabeza, divertido.

No hablaban carabés. Lógico, ahora que lo pensaba, pero muy inconveniente. Sox suprimió su irritación, tratando de no distraerse buscando estructuras en aquella jeringonza de lenguaje e intentando centrarse en su lugar en el tono tras las palabras. La chica más mayor incluso habló más alto y claro, aparentemente a propósito, pero no era la rapidez de su habla el problema del carabés.

Nada. ¿Qué puñetas estaban diciendo? El del sombrero le estaba preguntando algo, pero sin traducción solo podía quedársele mirando como un imbécil. Para colmo los tres parecían entenderse entre ellos, mientras que él era el único confuso. Fantástico.

Había alzado las manos pidiendo calma, retrocediendo un paso. Fue a lo parco: les señaló a ellos, luego a una oreja y por último negó con la cabeza. Quiso seguir y se paró, con el ceño fruncido. ¿Cómo gesticulaba uno exactamente "¿dónde está la salida?", y cómo obtenía una respuesta fiable en los mismos términos?

Tentativamente trató de convocar magia para saber si disponía de ella para facilitarle la comunicación, pero tuvo que llevarse la mano a la sien al recibir de vuelta una punzante migraña. Inviable todavía, de momento.

Sacó de su bolsillo una tarjeta holográfica, y la cambió a modo notas. Apenas tenía espacio, y normalmente no tenía que pintar con el dedo, pero trabajaría con lo tenía. Dibujó a toda prisa para no perder tiempo.

La secuencia de eventos, crudamente representada, mostraba a una figurilla despertándose en un camastro, luego caminando por un pasillo largo para llegar a otra estancia donde se hallaban otras tres figuras. En aquel último dibujo Sox extendió la parte que representaba la habitación dibujando más pasillos, uno terminando en una puerta abierta. En el espacio adyacente a esta dibujó un sol, y la rodeó para remarcar que era lo que estaba buscando.

Puso el holograma en funcionamiento, y el rudimentario dibujo se reprodujo con fidelidad en el aire. Señaló la salida, por si acaso, y les miró interrogante.

Barael miraba inquisitivamente a su hermano mientras este espabilaba y empezaba a maldecirle. Seguía enfadado aunque más a gusto por haberse soltado y la garganta le dolía a horrores. <<Si nos volvemos dioses pienso hacerle tragar a Liviana humo como para llenar Varanublia entera>> -Pensó mientras ignoraba a su hermano.

El "SIIIIIIIIII" cambiado a rocavarancolés de su hermano lo sacó de sus pensamientos y el abrazo lo pilló totalmente desprevenido. Intento hablarle para que se calmara pero solo le salió un carraspeo. Siguió a Eriel afuera de su habitación, nunca reconocería que verle tan feliz y entusiasmado le hacía sentirse alegre y calmado otra vez, como si estuvieran en casa jugando sin ningún problema. Sonrió para sus adentros y suspiró.

Hablaba bajo y ronco. -Vi dos elegidos más Eri, pero no eran nublinos. También oí unos gritos por allí. -Señalo al final del pasillo. -Y cálmate, no sabemos que puede haber por aquí.

Entonces aquel tío apareció, hablando en a saber qué idioma.

<<Otro elegido. >> Barael lo observo con curiosidad. <<Menudo peinado, ¿lo llevarán en su mundo así muchas personas? >> Era más alto y bastante más corpulento que ellos y por su expresión divertida debía de gustarle haber sido un "afortunado" seleccionado para volverse un Dios. <<Seguro que se lleva bien con Eri... >>

Se percató de que había otra de su especie, o al menos eso parecía, detrás suyo. <<Pues mira tú por dónde, su peinado es normal. >> Observó a ambos un momento, fijándose en cómo eran e iban vestidos. Obviamente eran más altos que él y su hermano, el chico se le parecía a algunos de los feriantes de Varanublia, con su pinta estrafalaria, mientras que la chica le parecía bastante afable y mona.

<< ¿Acaso un requisito para ser elegida es ser mona? >> -Caviló mientras pensaba en aquella otra elegida que había visto.

Habló en rocavarancolés, idioma que había acabado aprendiendo por culpa de su hermano.
-¿Me entendéis? -Les preguntó.