Granero

Le sorprendió un poco, al fin de cuentas en la tierra tener su minusvalía suponía que no estaría capacitada para el ejercito, por lo que notar que eso ahí importaba mas bien poco le pillo desprevenida.

Pensativa, escucho la explicación de Karime; obligaciones, horarios y entrenamientos, lo ultimo llamando bastante su atención, pues hacerlo sola no era igual que hacerlo con alguien cuya transformación pudiera aguantar sus golpes; o incluso superarla. No fue especificado realmente, pero no hizo falta, ser soldado suponía prepararse para un posible enfrentamiento, ocurriese o no, no era muy diferente a la preparación de la Tierra en ese aspecto.

<< Enfrentamientos si...pero la posibilidad de que ocurra una guerra >> pensó haciéndole dudar, no tenia idea de como era la relación de la ciudad con los diferentes mundos a los que sabia estaba enlazados, pero desde luego un soldado iba a estar siempre en primera linea y con su incapacidad mágica y la habilidad de anular, seria una especie de soldado de infantería semiaereo, tan molesto como un mosquito al que querer aplastar. <<Es una imagen muy negativa para mi gusto>> pensó Samika frunciendo ligeramente el ceño, terminando de escuchar las palabras de Karime sobre el sueldo, algo desde luego no le vendría mal.

Realmente tenía sus pros y contras, pero dado que nunca había pensado en ello tendría que evaluar un poco el asunto. Especialmente porque no sabia si en el futuro algún otro oficio despertaría su interés.

-Lo es, pero no me esperaba recibir una oferta de este tipo -admitió la evaki sin miedo de sincerarse en ese aspecto- Lo pensare con calma y antes del plazo te daré mi respuesta, solo tengo una consulta. - añadió Samika mirando la forma borrosa que era Karime- Esto supongo es de por vida, pero en el caso de sentir interés por realizar otro tipo de trabajo en un futuro, como abrir un negocio propio por ejemplo...¿existe la posibilidad de dejarlo? Aunque mantuviera mis servicios como soldado activo en caso de ser necesario. -pregunto pues seriamente no tenia nada pensado aun pero por eso mismo no sabia si su pensamiento cambiaría en el futuro- Por supuesto no digo que algo así vaya ocurrir, pero no veo el futuro y no se como podría cambiar en unos años, así que antes de decidir nada prefiero informarme bien -admitió Samika que quería asegurarse bien antes de pensar seriamente en ello.

Karime entendía la duda de la evaki, aunque para ella no había trabajo mejor que pertenecer al ejército.

- En caso de que creas conveniente dejar el ejército no habrá inconveniente, pero perderás todos los privilegios que el puesto conlleva, incluidos el sueldo y los entrenamientos. En caso de guerra se te llamará a filas en calidad de mercenaria dado tu entrenamiento anterior en el ejército, y tu sueldo y posición irá en función del tiempo que lleves fuera del servicio. Si la comandante estima que ese tiempo es demasiado, se te bajará de rango y se te llamará a filas como un ciudadano común. Espero haber resuelto tu duda.

- Comprendo -respondió la evaki pensativa tras recibir aquella respuesta. Siendo así tendría que pensarlo, dudaba fueran a darle otra oportunidad así y sabiendo que de desearlo en un futuro podría cambiar de opinión, le dejaba al menos las puertas abiertas.

Ademas el horario era bastante flexible quitando las obligaciones obvias, por lo que incluso podría hacer alguna que otra visita a los mundos y ahorrar, que no le vendría nada mal tampoco. Pero aun no estaba segura del todo, quería pensarlo con calma y no dejándose llevar por la emoción del momento.

- No tengo mas dudas por el momento, gracias Karime, pero sino es inconveniente me gustaría pensarlo con calma. Prometo darte mi respuesta mañana, pasado a mas tardar -añadió la evkai con una sonrisa, la oferta le había pillado con la guardia baja así que aun estaba procesando el hecho de que le cayeran trabajos de la nada. Aprovecharía ese tiempo para pensarlo y tal vez consultarlo con alguno de sus amigos, para tener una segunda opinión.

Sigue en la Sede

Karime asintió formalmente a la evaki, le recordó rápidamente dónde podía encontrarla y cómo podía contactarla y se despidió de forma militar antes de darse la vuelta y salir del granero. La loba esperaba realmente que la humana aceptara el puesto, ya que sería una gran adquisición para las tropas, pero aquella decisión no estaba en su poder. A la licántropa solo le quedaba reportarse a Cicatriz y esperar pacientemente esos tres días de cortesía que le había dado a la evaki para recibir la respuesta, lo cual no se le daba del todo bien.

Rena ya tenía su brazo y había pasado sin percances el período de adaptación, lo que significaba que ya podía trabajar. Los veteranos de la Sede le habían recomendado el granero, pues era donde empezaban muchos novatos y no requería de conocimientos específicos. Además su nueva fuerza parecía ser de utilidad. La ursántropa reconocía que no era el trabajo más glamuroso del mundo, especialmente coparándolo con los de sus amigos, pero lo cierto es que, más allá de la necesidad de pagar su implante y el de Eitne cuanto antes, le hacía ilusión. Nunca había trabajado con plantas; en Rocavarancolia se había encontrado con parques y jardines frondosos y había descubierto que le gustaba el olor y la sensación de estar rodeada de vegetación.

Llegó un poco más temprano de la hora con ropa de trabajo y una mezcla entre nervios por anticipación y terror absoluto por meter la pata. El sitio le impresionó por fuera, parecía un edificio sacado de una novela gráfica todo orgánico y espectacular, pero por dentro le decepcionó. De a primeras parecía un almacén. Olía a vegetación, sí, pero porque había cajas y cajas de verduras y grano apiladas. Había un invernadero, pero era... más pequeño de lo que había imaginado. Cuando dio con el encargado este le explicó más o menos las normas y sus tareas, que al parecer consistían principalmente en mover cajas.

<< No es un gran avance en comparación a lo que hacía en casa >> pensó con algo de pena.

El encargado le señaló a uno de los trabajadores para que le preguntase por los detalles y le enseñase el lugar y el día de Rena mejoró. Era Kin, el veterano irrense de la Sede. Le alivió saber que iba a pasar su primer día con una cara conocida.

-¡Hey! -le saludó - ¿Qué tal? Hoy empiezo a currar aquí, me han dicho que me tienes que enseñar cómo va la cosa. Joder menos mal que eres tú, estoy de los nervios -rió.

Kin se encontraba en uno de los almacenes, anotando las cantidades de cada cosa en una hoja de papel. Aquella clase de trabajo le hacía querer coger la puerta y marcharse, pero el dinero para sus brazos nuevos y su casa no iba a ahorrarse solo.

Mientras trabajaba pudo escuchar por momentos al encargado dando explicaciones, por lo que cuando acabó de contabilizar las verduras salió afuera. Les había avisado de que esperaban a alguien nuevo y que tendrían que echarle una mano en su primer día. Para su sorpresa, no era una cara desconocida, sino Rena. Le sonrió mientras le devolvía el saludo. Parecía aliviada de encontrar alguien familiar en su nuevo empleo.

—Bienvenida. No sabía que eras tú quien se iba a incorporar, te habría hablado de lo que te ibas a encontrar antes de que vinieses. —Con disimulo señaló al encargado con la cabeza e hizo una mueca de desagrado—. No hace falta ponerse nerviosos aquí, es lo bueno que tiene. El trabajo es simple, y solo hay que hacer lo que te manden —dijo con un tono sarcástico que dejaba claro que las tareas no le parecían muy gratificantes—. ¿Te enseño los almacenes? —Ofreció, señalando la puerta más cercana.

-Ya, he entrado un poco a la desesperada, necesito dinero rápido para pagar esta mierda -dijo moviendo el brazo para que Kin viera el implante. Las expresiones del chico no hacían más que sumar a la sensación de decepción de Rena, pero al menos parecía que no iba a tener ningún problema para hacer lo que sea que le mandasen. -Claro, te sigo.

El edificio no era tan claustrofóbico como las minas de su pueblo, aunque sí algo confuso. Rena cotilleó sin disimulo a los trabajadores que iban y venían. Había muchas transformaciones diferentes.

-¿Por qué te metiste aquí? ¿También estás endeudado con Krono? -preguntó, más por sacar tema de conversación que por otra cosa.

Cuando escuchó la explicación de Rena miró su brazo nuevo. A Archi debía de haberle costado adaptarlo a su transformación, y aun así aparentaba ser un brazo biónico normal. Se imaginaba perfectamente la suma que debía por aquel implante, pero también sabía que por suerte su amigo no era ningún timador y que la ursántropa no tendría que pagarle en un plazo imposible. Nada que ver con lo que le había pasado a Kud.
—Te entiendo perfectamente. A nadie le hace gracia deber dinero, pero tampoco hace falta agobiarse. ¿Te han dado tiempo de sobra para pagarlo, no?

Mientras la guiaba hasta el almacén más grande, donde se dejaba toda la mercancía que llegaba para clasificar, Rena le preguntó por su propio caso
—Lo estuve —dijo, y con tono de burla añadió— y lo volveré a estar. Estoy intentando ahorrar para muchas cosas, y por lo menos este era un trabajo que podía hacer. Es exactamente lo mismo que hacía en Irraria. Tú habías dicho que eras minera, ¿verdad? —preguntó al recordar la conversación que habían tenido el día en que los neotransformados habían llegado a la Sede—. Imagino que no lo echarás mucho de menos...
Él, desde luego, no había oído a ningún minero hablar maravillas de su puesto de trabajo.

Entraron en el almacén y el raigaurum fue a recoger las listas de productos y a dónde redirigirlos para mostrárselas a Rena.

-Sí, sí, me ha dado un plazo muy razonable. Todo lo que hace ese hombre es razonable -dijo con una risa.

Pues parecía que Kin había conseguido pagar su deuda, lo cual teniendo en cuenta que solo era una cosecha anterior a ella le daba ciertas esperanzas. No preguntó para qué estaba ahorrando aunque lo cierto es que le daba mucha curiosidad. Además, era de pueblo, como ella. Arrugó el morro cuando mencionó su antiguo empleo.

-Uy, sí, picar piedra metida en un agujero oscuro, lo echo muchísimo de menos -respondió. -Especialmente sabiendo que no iba a hacer nada mejor el resto de mi vida.

Mientras hablaba iba mirando las montañas de cajas y cajas apiladas que formaban los pasillos del almacén. Todas eran de madera. Rena pasó la yema de los dedos por la superficie de una.

-¿No te sientes un poco estafado? -preguntó de pronto -Quiero decir. Cuando me trajeron me dijeron que podía aspirar a algo más que lo que tenía en Irraria, y sin embargo aquí estamos...

No quería que el ambiente se volviera deprimente, tan solo estaba pensando en voz alta.

—En Irraria también estaba siempre cabreado con mi trabajo —dijo tras la descripción sacástica de Rena del suyo—, pero en comparación no podía ser ni la mitad de jodido. Al menos salíamos a la superficie.
Era de las pocas cosas que le consolaban en aquel entonces, sabiendo que, como la gran mayoría, jamás podría optar a tener un empleo más satisfactorio.

La ursántropa estaba examinando las cajas de hortalizas, así que decidió esperar a que terminase para tenderle las instrucciones del almacén. Sin embargo, comenzó a hablar. Era una pregunta difícil de responder para un transformado que en el fondo no llevaba tanto tiempo en la ciudad. No se sentía por completo pesimista ni optimista con respecto a su futuro, pero al menos sí creía comprender lo negro que parecía todo para alguien recién transformado. Meditó un instante antes de responder.
—Me siento estafado en muchas cosas, pero por lo menos lo que vamos a acabar haciendo con nuestra vida no está escrito en ningún lado, como en Irraria. A lo mejor empezamos en esta mierda de almacén, pero tenemos tiempo de sobra para pensar qué otra cosa podemos hacer e intentarlo. Yo por lo menos no pienso quedarme aquí, solo jodería que dejase mi pueblo para esto —se burló—. Lo más difícil es encontrar a qué dedicarse, seguramente porque hasta ahora nos lo habían dado todo masticado.
En sus circunstancias, y seguramente las de ella, solo los niños que tenían algún talento habían podido plantearse perseguir una profesión diferente de la que fuera el sustento principal del pueblo. Cualquier niño normal sabía con casi total seguridad lo que le esperaba, por lo que no se les ocurría la posibilidad de cultivar ellos mismos sus talentos.

-¡Buah, qué envidia! Nunca he visto la superficie ¿Cómo es? Osea, ¿cómo es estar fuera? ¿Es como esto? La primera vez que salí aquí casi poto -dijo, riéndose.

El demonio raigaurum le tendió un taco fino de hojas con instrucciones. Después de todo el tiempo que llevaba allí aún no se acostumbraba a que todo estuviese en papel. Lo miró por encima, aunque en realidad estaba prestando atención a lo que Kin le decía. Tenía todo muchísimo sentido, tanto que Rena sin querer se lo quedó mirando mientras asimilaba sus palabras. Ella había hecho en Irraria lo que le habían dicho que podía hacer según sus capacidades, y cuando llegó a Rocavarancolia esperaba algo por el estilo. Pero no, allí les habían dado a todos unas habilidades absurdas y les habían dejado a su aire, en una ciudad que era un lienzo en blanco. Podía hacer lo que quisiera.

<< ¿Y qué es lo que quiero?>> se preguntó.

Entonces se dio cuenta de que estaba mirando a Kin como una gilipollas.

-¡Joder, perdona! -se disculpó, un poco avergonzada -Tienes toda la razón. Y yo… debería dejar de hacerte perder el tiempo, tendrás cosas que hacer. ¿Por dónde empiezo? -le preguntó acercándose más a él para que ambos pudiesen ver el papel de las instrucciones.

—En realidad es una mierda al lado de casi cualquier otro mundo, solo hay pinos y nieve, da igual a donde mires —le había respondido cuando preguntó por la superficie. Rena se había reído al recordar su primera experiencia en el exterior, pero lo cierto era que ni él se había adaptado de inmediato a caminar bajo el cielo una vez en Rocavarancolia—. No creo que hayas sido la única —añadió por si fuera un consuelo, sonriendo.

Después le tendió las instrucciones mientras respondía a su siguiente pregunta. La ursántropa tardó unos instantes en reaccionar cuando acabó de hablar. Se imaginó que estaría pensando qué haría con su vida ahora que podía decidir, pero se había quedado mirándole y el raigaurum estaba a punto de apartar los ojos con cierto nerviosismo cuando ella se disculpó.
—No te preocupes, hoy tenemos excusa —respondió, quitándole importancia. El encargado no esperaba que Rena se pusiese a trabajar por su cuenta de inmediato, sino que más bien tendría que pasar el primer día haciendo lo que le indicasen otros—. Esto no tiene nada de complicado. Seguro que ya has visto que las cajas están marcadas. —Señaló tanto a los papeles que estaban entre ambos como a las cajas que los rodeaban, y le explicó que había que poner cada producto en la caja que correspondía para luego llevarlo al almacén que tuviese la misma marca que las cajas, recontando y anotando todo en el proceso.

El encargado ya debía de haberle dado un paseo por el interior del granero, por lo que pensó que sería mejor enseñarle la última parte importante de las instalaciones, y también la más reciente.
—En este almacén es donde los magos se encargan de multiplicar la comida, por eso hay siempre tanta para clasificar. Alguna llega de mundos vinculados pero ahora además hay un invernadero. Supongo que ya te han dicho que también hay que recoger verduras y hacerse cargo de las plantas. Yo iba a ir a trabajar allí ahora, así que te puedo enseñar desde el principio por dónde va pasando la comida desde que se recoge hasta que se la llevan —dijo. Imaginaba que por eso el encargado le había dicho que fuese con él, y había decidido enseñarle el almacén principal primero para que no se perdiese cuando tuviesen que traer las hortalizas.

-¿Qué dices, tío? La nieve y los pinos molan -dijo Rena con una sonrisa.

Miró los papeles y atendió a las explicaciones de Kin. Desde luego no era nada complicado. Entendió rápidamente lo que tenía que hacer y eso le quitó gran parte de su inseguridad.

-Buah, ¿multiplican la comida? ¡Eso es una pasada! -exclamó.

En cuanto Kin mencionó el invernadero se le iluminaron los ojos. Justo eso era lo que quería. Lo siguió intentando que no se le notara mucho lo emocionada que estaba por poder trabajar con plantas.

—Sí, aunque no tengo ni puñetera idea de cómo va el hechizo. A lo mejor se lo has escuchado decir a alguna gente por la sede, pero algunos se quejan de que la comida de allí no sabe como la fresca… y viene toda del granero —explicó. Le hacía gracia que hubiese quien no la apreciase después de haber pasado por una cosecha en condiciones lamentables, y su tono dejaba entrever que él no la encontraba tan terrible. Mucho menos siendo, como era, gratuita.

Entre tanto había empezado a andar para guiar a la ursántropa al exterior. Saliendo por la puerta trasera se llegaba al invernadero, una construcción sencilla pero con estética acorde con la del almacén, hecha de cristal y metal. Rena parecía interesada en aquella parte del granero, o al menos lo había parecido cuando lo mencionó. Si realmente era el caso, Kin envidiaba que aún tuviese interés en algo relacionado con aquellas instalaciones.

—No se parece mucho a los de Irraria, es más… anticuado —dijo abriendo la puerta. El vaho que se escapó por esta se notó incluso en el exterior. Para el raigaurum, aquella humedad era la peor parte del invernadero—. El ambiente es asfixiante hasta cuando están abiertos los respiraderos. Tampoco hay máquinas, se hace todo a mano. ¿Alguna vez has plantado hortalizas? ¿Aunque fuese durante la criba? —preguntó, más por sacar conversación que porque fuese algún problema una respuesta negativa. Entre tanto se acercaría a coger un par de cestas para recolectar la cosecha del día.

-Yo la verdad es que no me quejo. Desde que me transformé como por siete y casi me alivia saber que tienen el hechizo ese -comentó con una pequeña risa.

No es que le preocupase especialmente que la ciudad se arruinase por tener que alimentar a gente como ella, pero prefería que nadie tuviese que pasar hambre por su causa.

Cuando vio el invernadero se le iluminaron los ojos. Cierto que era anticuado, como todo en la ciudad, pero era verde y brillante y le gustaba. Kin abrió la puerta y Rena arrugó el morro por la humedad, pero aun así entró y empezó a cotillear las plantas y las etiquetas que las identificaban.

-¿Yo? ¿Plantar? Que va -dijo – Teníamos un huerto en el torreón pero mis compañeros sabían más de eso que yo. Y antes de venir aquí tampoco es que hubiera visto muchas plantas. -se paró ante un limonero y cambió el hocico para olisquear mejor la fruta -Pero yo que sé, le he cogido el gustillo al olor de las plantas y la tierra mojada.

Se había imaginado la respuesta de Rena en lo que respectaba a Irraria. Existían algunas plantas muy adaptadas a vivir con poca luz, que eran las que tenía la gente en sus casas, de tener alguna para decorar, y eso solía ser todo lo que uno se podía permitir.
—Al menos podíais hacer algo útil para pasar el tiempo durante la cosecha, en Maciel solo teníamos piedras en el patio —comentó con una sonrisa. Durante su propia criba, cuando visitaban a los letarguinos, siempre sentía cierta envidia de su patio y las enredaderas—. A mí me pasa igual, en general con todo lo de la superficie. No querría volver a vivir enterrado ni de coña —añadió, refiriéndose a su comentario de apreciar los olores de la tierra y las plantas.

Al ir a llevarle una cesta a Rena fue cuando se dio cuenta de que había olisqueado el árbol con su hocico de oso, y le hizo gracia. No se había dado cuenta de que sus sentidos agudizados también debían de jugar un papel en todo aquello.
—Tiene que ser conveniente poder cambiar de forma como quieras, ¿no? —Al menos ella podría moverse libremente por Irraria sin ayuda, si quería—. Toma —dijo, dándole la cesta—, puedes juntar todo lo que recojas mientras unas cosas no machaquen a otras. Hay que recoger toda la fruta y verdura madura de esta sección. —Mientras hablaba señaló el perímetro al que se refería—. Esta es la zona de recolección y la otra donde se plantan los experimentos. Ahí no hace falta recoger nada.

-Nah, sólo puedo cambiar a bicho peludo gigante con garras -respondió. -Mi colega Rox sí que puede convertirse en cualquier cosa. Aunque no me quejo, lo mío es mucho más fácil de controlar.

El complejo de Rena con respecto a su transformación se iba disipando. Se había dado cuenta de un elemento único de los licántropos: el instinto animal. La forma en la que veía y vivía el mundo cuando estaba en forma osuna era algo realmente especial y le había ofrecido una perspectiva completamente distinta de todo lo que le rodeaba. En cierto modo había hecho el cambio más llevadero.

-¿Cómo sé qué frutas están maduras? -preguntó al coger la cesta, sintiéndose un poco torpe -¿Hay un gráfico o algo? La mitad de las plantas de aquí no sé ni qué coño son.

Podía deducirlo con algunas, las que conocía de la despensa de la Sede, o recurriendo al viejo truco de ‘esta es más grande y tiene un color distinto’ pero prefería no arriesgarse a cagarla en su primer día.