Granero

Ulmara asintió y corrió tras Qwara, tapándose la cara para evitar algo irreversible. En otros momentos la lluvia de cristales le habría parecido una locura, pero ¿ahora? Rocavarancolia parecía viva y perfectamente podría estar escupiéndoles los cristales por puro despecho, por no estar a la altura de los dones que les había dado la Luna Roja o vete a saber por qué otro motivo. De alguna manera el asunto le resultaba gracioso, incluso con los cortes que sentía abriéndose en su piel.

En cuanto llegaron al pórtico y se pusieron a cubierto, la cercana golpeó también las puertas del granero.

—¿Hay alguien ahí? —preguntó entre golpe y golpe. No les abrió nadie, tampoco hubo señales de que hubiera gente al otro lado—. No sé para qué nos molestamos... —Todos los encuentros que habían tenido con ciudadanos rocavarancoleses habían acabado siempre en diferentes formas de decepción.

Al cabo de unos segundos, decidió probar el hechizo de sanación superficial en los cortes que tenía en el antebrazo. No era suficiente para curarlos, pero sí para cortar el sangrado de algunas de las heridas. Tampoco se le pasó por alto lo sencillo que fue, lo poco que “pesaba” el gasto de energía en aquel instante.

—¿Te echo una mano? —se ofreció, inconsciente en ese instante de que Qwara podría hacerlo por sí sola también.

Mientras tanto, la lluvia de cristales remitía poco a poco. El suelo se llenó de miles de pedazos afilados que destellaban bajo los truenos y la luz rojiza que traspasaba a veces las nubes.

Ni la pregunta de Ulmara ni los golpes en la puerta obtuvieron respuesta desde el interior del edificio, lo que las dejaba a la intemperie sin posibilidad de que nadie les echara un cable en aquella situación disparatada. Por suerte para ellas el pórtico era refugio más que suficiente para que la lluvia de esquirlas no las hiciera trizas, así que se resignaron a pasar un rato a cubierto mientras el chaparrón descargaba sobre aquella parte de la ciudad.
—Yo tampoco lo sé, pero supongo que había que intentarlo. —replicó con una media sonrisa, apoyando la espalda contra el portón mientras la tempestomante empezaba a tratar sus heridas.

La piel de la ifrit también se había abierto por numerosos sitios, pero su sangre había reaccionado con el agua de lluvia enfriándose rápidamente y cubriendo sus cortes con una película grisácea similar a ceniza petrificada. A pesar de todo aún se percibían destellos cuando aquella corteza se agrietaba, por lo que la humana asintió agradecida cuando la cercana le ofreció su ayuda.
—Pero ten cuidado, ¿de acuerdo? —le pidió, esbozando una pequeña mueca de dolor cuando uno de sus cortes volvió a sisear despidiendo vapor de agua—. No quiero que te quemes. —apuntó, señalando lo obvio con una sonrisa de circunstancias.

La extraña precipitación estaba perdiendo fuerza poco a poco, pero aún faltaba para que salir a cielo abierto no fuera peligroso. Cuando parara del todo, de hecho, seguiría siendo arriesgado porque ahora el suelo estaba lleno de afilados pedazos de cristal. «Espero que los demás estén bien...» pensó para sí, pateando con la punta de su zapatilla un trozo de vidrio que había caído demasiado cerca. Dudaba que aquella lluvia mortal hubiera llegado a Sendar y que de haberlo hecho supusiera algún peligro para los que estuvieran en su interior, pero le preocupaba que alguno de sus compañeros hubiera salido a buscarlas y se hubiera topado con aquello.

La situación era tan disparatada que Ulmara no se podía enfadar porque no les abrieran y les dejaran tiradas. Al contrario, asintió y dejó escapar una carcajada para darle la razón a Qwara: había que intentarlo. Era curioso que hubiese más probabilidades de que te llovieran cristales en Rocavarancolia que de encontrar a un ciudadano que se pudiera catalogar de cívico, o algo lejanamente parecido. Al menos eso era lo que le decía su escaso conocimiento matemático. Parecía que estuvieran dentro de una broma macabra a la que por fin le pillaba la gracia.

Ensimismada, agradeció el aviso de la ifrit cuando se acercó a ella para ayudarla con los cortes.

—Cierto...

La sudafricana era la personificación de una ola de calor y había algo en la forma en la que su sangre reaccionaba al exterior que le resultaba hipnótica. Era fascinante ver aquella sustancia incandescente secarse, enfriarse y resquebrajarse para volver a mostrar luz bajo las grietas. A la tempestomante se le abrió la boca al ver el siseo y el vapor y tuvo que esforzarse para dejar a un lado la sorpresa momentánea y ponerse manos a la obra con el hechizo, manteniendo una distancia prudencial de la piel de Qwara.

—Podríamos apostar sobre los demás —dijo pensativa entre una herida y otra—. A lo mejor Sarah tiene ahora nieve en las venas —dijo riéndose, imaginándose un cambio opuesto al de la ifrit—. U horchata, como dice Toni a veces.

Acabó recostando la espalda contra la puerta y se dejó escurrir hasta el suelo, cayendo sentada y dejando un charco de agua alrededor por la ropa empapada. El contraste que provocaban la lluvia calada y el calor de la ifrit era reconfortante, le recordaba a las noches tormentosas que pasaba junto a la chimenea. Su euforia no desapareció, pero si se diluyó lo suficiente como para dejar paso a otra gama de emociones.

—¿Notas algo raro aparte de lo evidente? Rollo... ¿Ganas de quemar cosas o de comer pan carbonizado? —todavía sonreía un poco, pero preguntaba en serio, toda curiosidad. No había preocupación, sin embargo, confiaba en que Qwara descartara el pollo a la brasa del menú como favor personal.

—Hmm… —murmuró la ifrit para sí mientras la bruja trabajaba en sus heridas, sopesando sus palabras con una sonrisa pensativa—. No se si debería arriesgarme a apostar contra ti, ambas opciones parecen demasiado creíbles —comentó con una mueca divertida, imaginándose una versión aún más helada de la ya de por sí fría Sarah. Las dos estaban muy equivocadas con respecto a aquel asunto, pues sus elucubraciones en cuanto a sus compañeras no iban en la dirección apropiada, pero tardarían mucho tiempo en averiguarlo—. Lo de la horchata, de todos modos, suena demasiado dulce para ella. —añadió con una risita contenida, imitando los movimientos de la cercana hasta quedar sentada a su lado.

Qwara no percibía el calor que desprendía, no como lo habría hecho antes de transformarse, pero sí que había dejado de sentir frío y no le resultaba incómodo estar empapada. De hecho su nueva temperatura corporal no tardaría mucho en secar su ropa si seguían un rato a cubierto, pues los casi imperceptibles hilillos de vapor que había empezado a desprender el tejido eran una señal inequívoca de que el proceso ya estaba en marcha.

La pregunta que le hizo Ulmara a continuación le hizo reflexionar al respecto, pero tras meditarlo unos segundos terminó negando suavemente con la cabeza. El peso extra de los cada vez más grandes cuernos se sintió extraño, pero más allá de eso creía seguir siendo la misma de siempre.
—La idea de masticar pan carbonizado me sigue pareciendo poco apetecible, así que voy a mojarme y decir que mis gustos culinarios no han cambiado —replicó con una sonrisa, cruzando los brazos sobre sus rodillas recogidas mientras observaba la lluvia—. De momento me siento igual que ayer, la verdad… más atlética si eso y desde luego de mejor humor, pero creo que en mi caso todos los cambios deben de ser físicos —añadió. Su suposición era errónea, pero no se daría cuenta por el momento—. ¿Tú que sientes? —le devolvió la pregunta, ladeando la cabeza para mirar de frente a la tempestomante. En los iris de la humana empezaban a brillar chispas de un tono similar al de su pelo incandescente, pero el efecto pasaba casi desapercibido debido a la luz roja que se filtraba entre las nubes.

Ulmara soltó una carcajada y, al mismo tiempo, se escuchó un trueno sobre ellas. Miró brevemente hacia arriba, más allá del dintel que las cubría de la lluvia, y luego volvió la vista hacia Qwara, que empezaba a emitir volutas de vapor. Sus cambios eran hipnóticos y Ulmara empezaba a comprender por fin el porqué de la obsesión con la palabra monstruo en todos los libros de historia de Rocavarancolia. Ambas seguían siendo humana y cercana, respectivamente, pero en el caso de Qwara los cambios físicos eran suficientes para montar una historia de terror en torno a ella. Una historia que sería falsa, igual que las leyendas sobre los dioses de la Cercanía.

—Menos mal, no querría vivir en una ciudad en la que la mejor cocinera lo quemara todo —volvió a reírse y luego respiró hondo. No recordaba la última vez que se había sentido así de bien, tan feliz y tan llena de energía.

Cuando le devolvió la pregunta, la tempestomante se lo pensó. Se miró las manos empapadas, se palpó el cráneo bajo las plumas y luego volvió la mirada a las nubes.

—Físicamente no noto nada —el único cambio de ese tipo que se produjo en ella fue sutil, en los ojos—. Pero siento una energía desbordante y no dejo de pensar en la tormenta, como si algo importante me estuviera esperando entre las nubes… ¿O como si fueramos dos partes de una misma cosa? Creo que me entiende. De hecho… ¡Espera! ¡Se me ha ocurrido algo! —Tras decir eso, la cercana dio un paso al frente para salir del resguardo del dintel y volvió a empaparse de lluvia. Alzó la cabeza, con los ojos abiertos a pesar del incesante goteo, y puso ambas manos en forma de O en torno a su boca—. ¡No nos mojes, por favor! —gritó a pleno pulmón, creyendo que era necesario hacerse oír. La lluvia dejó de caer sobre ella, las gotas se desviaban ligeramente de su camino gracias al viento. A la tempestomante se le ensanchó la sonrisa—. ¡Sal, Qwara! ¡A ver si funciona contigo!

Por suerte para Ulmara, a pesar de la dificultad de un dominio como el suyo, había pedido algo fácil. De vez en cuando, alguna gota se daría inevitablemente contra ellas, pero la tormenta respetaría el deseo de la bruja en la medida en que fuera capaz.

Ulmara se pensó durante un rato la respuesta a su pregunta, mirándose primero las manos mojadas, buscando a continuación anomalías bajo el plumaje de su cabeza y desviando en último lugar la vista de nuevo al cielo encapotado. Presumiblemente no encontró nada extraño más allá de sus iris tempestuosos, lo que ella misma confirmó en cuanto empezó a hablar, pero sí que se sentía llena de energía y en sus propias palabras era como si algo importante le estuviera esperando entre las nubes.
—¿Te entiende? —inquirió Qwara algo confusa después de su afirmación, siguiendo los movimientos de su amiga mientras abandonaba el refugio del dintel.

Al principio la ifrit mantuvo su expresión de desconcierto, observando como la tempestomante alzaba la cabeza hacia las nubes y se hacía bocina con las manos para lanzar su petición, pero cuando la lluvia en respuesta empezó a esquivar la figura de la cercana los labios de la sudafricana formaron una silenciosa “oh” de asombro.
—¡Qué pasada! —exclamó, poniéndose en pie de un salto mientras la bruja le incitaba a salir al descubierto. Lo hizo a buen paso y sin dudar, pues en verdad le daba igual mojarse, acercándose a la muchacha con una sonrisa ilusionada.

El peso extra de sus cuernos a punto estuvo de hacerla tropezar al detenerse junto a su amiga, pero consiguió recuperar el equilibrio mientras el efecto paraguas que las rodeaba las mantenía relativamente secas.
—¿También podrás hacer que el viento te levante y te lleve por ahí? —se interesó de repente, afianzando los pies en el suelo para no tropezar de nuevo—. Si dices que algo importante te espera allí arriba a lo mejor tienes que subir a buscarlo. —bromeó con una carcajada divertida, no sabiendo si en realidad su chiste encerraba algo de verdad.

Ante la pregunta de Qwara, Ulmara solo supo responder con un gran asentimiento y una sonrisa amplia. Porque la entendía, ¿verdad? No sabía cómo, porque jamás habría pensado en una tormenta como algo vivo, pero si hacía lo que le pedía. ¿Por dónde la escuchaba? De repente tenía muchas preguntas sobre muchas cosas que estaban pasando, aunque la respuesta podría ser solo “Magia”.

La propia bruja se sorprendió al comprobar que la lluvia respetaba su petición con Qwara y tampoco la mojaba, y dejó escapar una carcajada ante el pequeño vaivén de la ifrit al acercarse a ella. Se dijo a sí misma que luego debería preguntarle si pesaban mucho los cuernos, pero la propia Qwara le acababa de dar una idea de huevos y tan solo abrió los ojos como platos.

—¡Madre mía, es verdad! ¡A lo mejor es eso! —exclamó e, inmediatamente, volvió la vista al suelo—. ¡Tormenta, cuando salte llévame hacia arriba!

Y Ulmara saltó, con mucha fuerza y aún más ganas. Con la misma intensidad que sintió un golpe de viento huracanado a su espalda. Durante un segundo creyó que iba a sostenerla, pero el viento, descontrolado, la golpeó con tal fuerza que la desplazó levemente hacia delante y, al único sitio que la llevó, fue al suelo. Ulmara cayó de boca entre agua, barro y cristales y sintió nuevas heridas abriéndose paso por sus rodillas, sus codos y las palmas de sus manos recién curadas.

—¡Mierda! —dijo escupiendo lo que fuera que se le hubiera metido en la boca con el golpe y un gesto dolorido que duró muy poco—. ¡Casi vuelo! —añadió riéndose, todavía a medio levantar—. Quizás sea mejor subir de forma más tradicional, ¿tú te acuerdas de cómo se levitaba?

Una vez arriba por undécima vez, se sacudió las heridas y permitió que la lluvia la mojara de nuevo para limpiarla. Embelesada con todo lo que estaba ocurriendo, apenas se percató de que se alejaban del granero.

—Oye, ¿y los cuernos te pesan? Espero que no te den dolor de cuello… —le dijo por fin.

La bruja se tomó su propuesta demasiado en serio, pues no dudó en volver a alzar la voz para pedirle a la tormenta que la llevara hacia arriba como si fuera una especie de ascensor. Qwara sonrió confundida, pues no esperaba aquella reacción, y durante un instante creyó que su amiga lo conseguiría cuando saltó bien alto y el viento la empujó por la espalda. El intentó se quedó en anecdótico, sin embargo, y la cercana no tardó mucho en darse de morros contra el suelo.
—¡Ulmara! —exclamó la ifrit preocupada, acercándose de forma apresurada para ayudarla a ponerse en pie. Afortunadamente solo estaba algo magullada y bastante más sucia que antes, por lo que su sonrisa derivó rápidamente en una risa divertida ante lo optimista de su declaración—. Seguro que lo único que te ha faltado para conseguirlo ha sido agitar los brazos con fuerza. —declaró con un bufido jocoso mientras empezaban a caminar.

Aunque nunca había conseguido lanzarlo la humana recordaba los gestos y palabras del hechizo de levitación, por lo que se los recordó a la tempestomante cuando le preguntó al respecto.
—De todos modos… ¿de verdad te parece sensato subir ahí arriba con tantos rayos y semejante ventolera? —preguntó con tono dubitativo, sujetando el brazo de la muchacha de forma inconsciente. La influencia de la Luna era demasiado peligrosa y una parte de la sudafricana temía que la alaí se le escapara como un globo de helio al viento.

La mención sobre sus cuernos devolvió la atención de Qwara a aquel asunto más terrenal y una mueca torció ligeramente su expresión.
—El peso extra se siente raro, la verdad, pero supongo que terminaré acostumbrándome —reconoció, palmeándose la nuca con suavidad como si quisiera comprobar la resistencia de su cuello—. Y a mi nada me llama desde los charcos, te lo puedo asegurar, pero cuesta un poco no estar mirando todo el rato al suelo. —bromeó con una sonrisa de resignación.

Sigue en el Fumadero Abandonado.