Granero

Cuando Adru estaba insistiendo en la invitación Kin no pudo evitar romper a reír al escuchar el nombre deformado de su amigo, y no fue el único, aunque Rena consiguió dejar de reír primero para corregirla.
—Krarcho no es muy fiestero, pero se lo diré de vuestra parte. Por mi parte no sé, ¿estarán cómodos vuestros amigos si vamos?
Seguía sin estar muy convencido. Si los irrenses no le prestaban atención, y no podía forzarlos a ello, probablemente acabaría completamente fuera de lugar, independientemente de que Archi accediese a ir.

—Ahora mismo solo se puede saber cómo son los mundos nuevos preguntando a gente que los conozca. Uno creo que es volcánico, otro está lleno de islas tropicales y luego hay otros dos más normales, con continentes y tal. Supongo que se les puede pedir información a los guardias de los portales, y algún amigo mío también podría saber algo, fue de ellos de quienes escuché los rumores —respondió respecto al tema de los mundos vinculados, sin olvidar las preguntas acerca de sus compañeros de cosecha—. A Keiria tenéis que conocerla. Justo por las colas no pasa desapercibida, aunque su habilidad le ayuda bastante a conseguirlo —bromeó—. Naeleth no era de mi torreón, pero sí de ese año. También tenéis que conocer a Strix de verla por la sede. El resto… o viven en Serpentaria o no se dejan ver a menudo.
Por no decir que alguno estaba desaparecido, pero no era una adición agradable a la conversación.

Se rascó la nuca y sacó la lengua cuando le corrigieron respecto al nombre del jefe de Milo.
—Es que como tiene dos nombres me lio más. ¡Claro que sí! —le respondió a Kin—. Ayudasteis mucho a Rena, Milo y Eitne, estarán encantados de que vayáis.

Los amigos del irrense le suscitaban cada vez más curiosidad, sobre todo la chica que mencionó la ursántropo.
—¡Sí, la vi un día en la Sede! Pero no hablé con ella. Tenemos que ir a la taberna un día… ¿Pueden entrar niños?  Sí, claro que conozco a Strix: ¡estoy entrenando con ella y Zarpa! No sabía que os conocíais.

Siguió recogiendo patatas con entusiasmo y rapidez mientras seguían charlando acerca de las posibilidades para la futura fiesta.
—Pues buscamos uno donde tengan salmones para Rena y que haga buen tiempo para que no llueva en la fiesta. Tendría que ser al lado del mar para poder pescar.

Rena frunció el ceño. Se puso en pie para estirarse y cambiar de cesta.

- Tío, si no te apetece venir dilo sin problema pero de verdad que a todos les encantaría que viniéseis. Sois gente guay -le aseguró. Tampoco quería que Kin se sintiese en la obligación de ir por no hacerles el feo, aunque le daría pena si dijese que no.

Asintió con entusiasmo a lo de conocer a Keiria, la chica le había dado muy buenas vibraciones ya solo al verla de lejos y le gustaría poder charlar alguna vez. Sobre Strix no dijo nada. La conocía, pero sus encuentros con ella habían sido algo incómodos en un inicio debido a su costumbre de salir en bolas de la ducha y a los esfuerzos de Rena por no expresar la grima que le daban esas tetas hinchadas sin motivo. Ya podía su cerebro darse más prisita en acostumbrarse.

-¡Oh, el de las islas suena cojonudo! ¿Es peligroso? Me encantaría poder ver el mar, o bueno, un mar que no esté lleno de mierda y monstruos.

Aprender a nadar (o estar en remojo en algo más grande que una bañera) era una de las tareas pendientes de Rena. Rox le había prometido que de darse la oportunidad les enseñaría, y a lo mejor esa era la oportunidad que necesitaban.

El irrense pensó que tal vez había malinterpretado un poco la situación al pensar que habían extendido la invitación a Archi y a él en un impulso, y que quizá ya era la intención del grupo hacer algo abierto a más gente desde el principio. Si era así, no era necesario darle tantas vueltas.
—No es eso, me ha cogido por sorpresa la invitación —admitió tras la intervención de Rena, parando de cavar alrededor de las plantas para apoyarse en el mango de la azada un momento—. Pero estaría bien salir más de Rocavarancolia, para variar, y socializar un poco.
»Mientras llevéis dinero no os van a decir nada en la taberna, aunque a veces hay gente muy gilipollas rondando por allí —respondió a la pregunta de Adru. Aun con aquel inconveniente no creía que fuese a haber problemas por llevar niños a la taberna. Lo que había dicho después le había sorprendido, así que no se paró a dar más explicaciones sobre aquello—. ¿Entrenas con Strix? Suerte y paciencia —le deseó riendo. Recordaba bien lo bruta que solía ser cuando entrenaban juntos.

El entusiasmo de ambas por ir al mar durante la salida se le pegó rápidamente a Kin, que tenía debilidad por los paisajes costeros y estaba más que de acuerdo con Rena en lo que respectaba al océano rocavarancolés.
—Habría que preguntar, pero creo que ninguno de los mundos nuevos es jodido para transformados, así en general. A mí también me gustaría conocer el de las islas, aunque creo que hace un huevo de calor allí. Oíd, ¿creéis que los irrenses podríamos aprender a nadar con estos brazos? ¿Y con dos? —Al decir aquello se detuvo un instante para mirarse las manos. A la gente de otros mundos le gustaba refrescarse en el mar, algo que siempre había querido probar, pero sabía que podía ser peligroso por muchas razones. No necesitaba preguntar si Rena o Milo sabrían nadar para incluirles en la pregunta, a ningún irrense le parecía necesario aprender a hacerlo. Si se podían bañar alguna vez era en termas o spas, y eran cosas de gente de ciudad.

—Eso, eso —afirmó con entusiasmo después de Rena—. No es obligatorio, pero va a ser divertido ya verás. Bien, entonces tenemos que ir un día a la taberna: no me gustaría ir sin Eitne, Guille o Nime, seguro que se ofenderían —.Dejó salir una carcajada cuando habló sobre Strix—. Bueno, es una maestra bastante dura pero tiene que serlo para que nos preparemos bien para las pruebas del ejército.

Ambos irrenses mostraron su interés por el mundo isleño que había mencionado Kin.
—¡Pues vamos a ese! Si hace mucho calor podemos pedir a Neil y cualquiera que haga magia que baje la temperatura —. El gamusino sabía que su aurva podía hacer eso: con lo friolero que era el chico a menudo usaba el hechizo térmico para entrar en calor—. No sé si se puede nadar con los brazos vuestros… ¡Seguro que hay alguna forma! Es que yo tampoco sé nadar… ¡Podemos aprender juntos!

Cuando oyó la mención a gente gilipollas se le vino una persona a la cabeza y de pronto la idea de llevar a su grupo a la taberna no le pareció tan buena, y eso que ella misma había estado ya allí. Pero al final acabó deshechando los malos pensamientos. La ciudad estaba llena de gilipollas, si dejase de ir a los sitios por eso ni siquiera podría salir de su dormitorio de la Sede.

Dejó su cesto ya lleno aparte y cogió otro.

-Ostras, los brazos… -Rena no había caído en el tema de sus brazos mecánicos. Aunque si podían ducharse con ellos no debería haber más problemas, ¿no? -Habrá que consultar a Krarcho

Aun con los posibles inconvenientes el plan ya se había asentado en su cabeza. No tenía ni idea de si esas islas se corresponderían a la imagen que tenía de la playa gracias a sus amigos pero igual estaba empezando a ilusionarse.

-¡Agh, y aquiero que se acabe el día para comentárselo al resto! -exclamó.

El raigaurum no había deducido aún por qué Adru entrenaba con Strix cuando esta dijo el motivo, tal vez porque él entrenaba con sus amigos por razones muy diferentes. La miró con cierta sorpresa durante un instante, ya que no le daba la impresión de ser una persona a la que pudiese interesarle la milicia, pero no había olvidado que tenían una gran deuda que pagar y el ejército era probablemente el empleo mejor pagado que ofrecía el consejo, aunque también fuese potencialmente el más desagradable. Decidió no hacer ningún comentario al respecto y continuó cavando alrededor de las patatas mientras se hablaba de las posibilidades del mundo tropical.

Se le escapó otra pequeña risa al escuchar a Rena llamar Krarcho al kairós, aun a riesgo de que el gamusino pudiese volver a sacarles la lengua.
—Creo que la sal no es un problema si los limpiamos después con agua normal —explicó. Ya había hablado de eso en alguna ocasión con su amigo. Luego respondió a Adru—. A mí me fliparía aprender a nadar, lo que me preocupa un poco es hundirme como un yunque por culpa de los brazos —añadió, riéndose—. Si usamos hechizos para flotar pierde toda la maldita gracia.

Era una pena que Adru tampoco supiera nadar para darles consejos, pero tal vez alguna otra persona del grupo podía tener una idea mejor. No tardarían en hablar con ellos, a juzgar por el entusiasmo de la ursántropa.
—¿Cuándo creéis que sería la fiesta aproximadamente? —preguntó entonces. Las patatas no se iban a estropear en bastante tiempo, y quería hacerse una idea de cuánto faltaba. Entre unas cosas y otras, tenía ganas de ir.

Adru deseaba que los irrenses pudiesen nadar con los brazos, ya que se notaba que tenían tantas ganas de aprender como él. De magia solo sabía lo poco que retenía de lo que hacía Neil ni comprendía la ciencia complicada que había tras aquellos brazos de metal, por lo que no podía aportar ninguna idea al respecto.
—¡Sí! Seguro que se ponen contentos —añadió con igual entusiasmo que Rena.

Kin preguntó entonces por la fecha de aquel evento que acababan de idear y el gamusino miró a la ursántropa con aire pensativo, parando momentánemante de recoger patatas.
—Tiene que ser un día que todos estén libres y hay que acumular suficientes patatas para poder hacer muchos platos ricos.
Se esforzaba por decir alguna aproximación de tiempo que satisficiese aquellas condiciones, pero no estaba seguro en absoluto por lo que prefirió esperar por si la irrense tenía mejor ojo para aquel cálculo.

-A unas malas podemos usar flotadores -le respondió a Kin con respecto a lo de hundirse -Quedaría muy ridículo pero, ¿y las risas?

A pesar de la broma a Rena le daría mucha pena no poder nadar en condiciones sin ayuda extra de la magia o de flotadores. Deseaba tener alguna masa de agua donde hacer la prueba antes de la excursión pero tenía pinta de que iba a tener que esperar y mentalizarse de que podría no salir bien. << Bueno, igual estaré con mis colegas y tendré patatas>> se consoló. Y la promesa de un paisaje menos deprimente que el de la ciudad seguía siendo emocionante.

-Yo creo que la primera fecha que tengamos libre todos en cuanto nos informemos del mundo ese, que no pase mucho tiempo que luego nos liamos y se nos olvida.

Era una excusa un poco pobre para camuflar su impaciencia, aunque tampoco estaba falta de razón.

Qwara se sorprendió un poco al ver como Ulmara titubeaba, preguntándose si no habría metido la pata al presionarla de aquella manera. No se había fijado por la emoción del momento, pero la cercana estaba visiblemente nerviosa, y ahora que era consciente la sudafricana se sentía mal por haber contribuido a que se sintiera mal de alguna forma.
—Yo brillo como una bombilla y parezco un radiador —le respondió a pesar de todo, siguiéndole la corriente para alejar cualquier retazo de inquietud—. Eso es bastante alucinante, ¿no crees? —añadió con una leve sonrisa, alejándose poco a poco junto a su amiga de la avenida estatuada y sus siniestros ocupantes.

En lo alto la tormenta seguía rugiendo, pero la intensidad de la lluvia era agradable y la nueva condición de la ifrit hacía que no acusara las bajas temperaturas. De haber paseado bajo aquel aguacero antes de ver la Luna Roja habría terminado con un resfriado de mil demonios, pero ahora ella era la que tenía un aspecto infernal y el agua solo le hacía cosquillas sobre la piel.
—Oye… ¿ese sitio no parece demasiado nuevo? —preguntó en cierto momento, reparando en el Granero desde la distancia.

Era una estructura imponente, una edificación enorme que parecía construida sobre cimientos de árboles muertos. Resultaba difícil apreciarlo desde tan lejos, pero las formas orgánicas del edificio parecían proporcionadas de alguna manera y la impelían para que se acercara a admirarlas.
—¿Quieres echarle un vistazo de cerca? —le preguntó a la tempestomante, ajena completamente a lo que se les iba a venir encima mientras escurría en balde el dobladillo de su camiseta de tirantes—. A lo mejor nos encontramos con algún ciudadano roñoso que pueda ilustrarnos en eso de ser lo peor ahora que estamos a su nivel. —señaló con una sonrisa socarrona.

A Ulmara le latía el corazón a mil y la energía que corría bajo su piel tan solo facilitó que el susto amainase rápido. El comentario de la sudafricana le ayudó también y le sacó una carcajada sonora, tras la cual asintió y le dio toda la razón: “Nada más alucinante que una chimenea portátil”, se reía. Sabía que había algo más, pero ni ella ni Qwara sabían exactamente el qué.

Alejarse de la avenida estatuada fue un alivio. La lluvia que las bañaba resultaba revitalizante para Ulmara, a pesar de que a veces golpeara las heridas que se había hecho por el camino. De vez en cuando desviaba de nuevo la mirada hacia arriba y se preguntaba qué habría pasado de no haber retirado la mano antes de tiempo. Por suerte, se toparon con otra grandeza de Rocavarancolia, esta vez en serio, y sin el mal rollo de las estatuas. El edificio le hizo sonreír porque le recordó a la Cercanía y a sus casas, integrando la vegetación en ellas.

—Sí, no encaja con las calles de atrás. Es… ¡Una pasada! —Qwara le preguntó si quería verlo de cerca y ella asintió sin atisbo de duda.

>>No sé si existe alguien más roñoso que nosotras, pero no me importaría que me explicasen bien todo, ¿para qué coño necesi…

La cercana se quedó a media frase. En uno de sus vistazos al cielo, este les devolvió unos destellos rojizos, extraños en las alturas. Al principio no entendía qué los reflejaba hacia ellas, luego comprendió que a la tormenta le habían salido piojos, en forma de cientos de cristales diminutos arrastrados por el fuerte viento. Cristales que caían hacia ellas.

—¡Oh dioses! ¡Qwara! —le señaló con una expresión entre el horror y la admiración y se cubrió la cara tan rápido como pudo. El gesto, de forma inconsciente, invitó a la tormenta a protegerlas de aquella lluvia mortal, pero no fue suficiente para detener todos los fragmentos que se abalanzaban sobre las dos neófitas y varios cortes se abrieron en la piel de la cercana—. ¡¿Qué hacemos ahora?! —preguntó con nerviosismo.

Con el rabillo del ojo, buscaba un lugar en el que resguardarse, pero el clima no la favorecía en absoluto, por muy bruja que fuera.

Qwara asintió con vehemencia, contagiada por el entusiasmo de su amiga, y mientras caminaban hacia el Granero prestó atención a las palabras de la alaí con una sonrisa de circunstancias. Ella también quería algunas explicaciones, explicaciones a las que según la ley de la ciudad ahora tenían derecho, pero antes de especificar a qué se refería Ulmara enmudeció volviendo el rostro hacia el cielo.
—¿Qué pasa? —preguntó con expresión confundida, siguiendo su mirada con un ligero escalofrío.

La ifrit tardó unos segundos en comprender que estaba viendo exactamente, pues en un principio creyó que los destellos entre las nubes eran algún tipo de efecto meteorológico, pero en cuanto identificó la precipitación mortal que se les venía encima su rostro reflejó emociones muy similares a las de la bruja. A medias entre el horror y la fascinación la humana se cubrió el rostro con los brazos para protegerlo de la lluvia de cristales, sintiendo como se la abría la piel allí donde las esquirlas impactaban con fuerza.
—¡Correr! —exclamó en respuesta a su pregunta, volviendo a tirar de la tempestomante por segunda vez aquella noche.

La sudafricana enfiló el edificio al que se estaban acercando en primer lugar sin pensarlo demasiado, buscando refugio a la sombra de sus muros antes de que aquel extraño fenómenos las hiciera trizas. La que debía ser la puerta principal parecía estar cerrada, pero su pórtico era lo suficientemente grande como para que en el peor de los casos no acabaran desolladas. Aún con todo Qwara golpeó los portones con fuerza, tratando de llamar la atención de cualquier persona o monstruo que pudiera encontrarse en su interior para que las dejara pasar.

Ulmara asintió y corrió tras Qwara, tapándose la cara para evitar algo irreversible. En otros momentos la lluvia de cristales le habría parecido una locura, pero ¿ahora? Rocavarancolia parecía viva y perfectamente podría estar escupiéndoles los cristales por puro despecho, por no estar a la altura de los dones que les había dado la Luna Roja o vete a saber por qué otro motivo. De alguna manera el asunto le resultaba gracioso, incluso con los cortes que sentía abriéndose en su piel.

En cuanto llegaron al pórtico y se pusieron a cubierto, la cercana golpeó también las puertas del granero.

—¿Hay alguien ahí? —preguntó entre golpe y golpe. No les abrió nadie, tampoco hubo señales de que hubiera gente al otro lado—. No sé para qué nos molestamos... —Todos los encuentros que habían tenido con ciudadanos rocavarancoleses habían acabado siempre en diferentes formas de decepción.

Al cabo de unos segundos, decidió probar el hechizo de sanación superficial en los cortes que tenía en el antebrazo. No era suficiente para curarlos, pero sí para cortar el sangrado de algunas de las heridas. Tampoco se le pasó por alto lo sencillo que fue, lo poco que “pesaba” el gasto de energía en aquel instante.

—¿Te echo una mano? —se ofreció, inconsciente en ese instante de que Qwara podría hacerlo por sí sola también.

Mientras tanto, la lluvia de cristales remitía poco a poco. El suelo se llenó de miles de pedazos afilados que destellaban bajo los truenos y la luz rojiza que traspasaba a veces las nubes.

Ni la pregunta de Ulmara ni los golpes en la puerta obtuvieron respuesta desde el interior del edificio, lo que las dejaba a la intemperie sin posibilidad de que nadie les echara un cable en aquella situación disparatada. Por suerte para ellas el pórtico era refugio más que suficiente para que la lluvia de esquirlas no las hiciera trizas, así que se resignaron a pasar un rato a cubierto mientras el chaparrón descargaba sobre aquella parte de la ciudad.
—Yo tampoco lo sé, pero supongo que había que intentarlo. —replicó con una media sonrisa, apoyando la espalda contra el portón mientras la tempestomante empezaba a tratar sus heridas.

La piel de la ifrit también se había abierto por numerosos sitios, pero su sangre había reaccionado con el agua de lluvia enfriándose rápidamente y cubriendo sus cortes con una película grisácea similar a ceniza petrificada. A pesar de todo aún se percibían destellos cuando aquella corteza se agrietaba, por lo que la humana asintió agradecida cuando la cercana le ofreció su ayuda.
—Pero ten cuidado, ¿de acuerdo? —le pidió, esbozando una pequeña mueca de dolor cuando uno de sus cortes volvió a sisear despidiendo vapor de agua—. No quiero que te quemes. —apuntó, señalando lo obvio con una sonrisa de circunstancias.

La extraña precipitación estaba perdiendo fuerza poco a poco, pero aún faltaba para que salir a cielo abierto no fuera peligroso. Cuando parara del todo, de hecho, seguiría siendo arriesgado porque ahora el suelo estaba lleno de afilados pedazos de cristal. «Espero que los demás estén bien...» pensó para sí, pateando con la punta de su zapatilla un trozo de vidrio que había caído demasiado cerca. Dudaba que aquella lluvia mortal hubiera llegado a Sendar y que de haberlo hecho supusiera algún peligro para los que estuvieran en su interior, pero le preocupaba que alguno de sus compañeros hubiera salido a buscarlas y se hubiera topado con aquello.

La situación era tan disparatada que Ulmara no se podía enfadar porque no les abrieran y les dejaran tiradas. Al contrario, asintió y dejó escapar una carcajada para darle la razón a Qwara: había que intentarlo. Era curioso que hubiese más probabilidades de que te llovieran cristales en Rocavarancolia que de encontrar a un ciudadano que se pudiera catalogar de cívico, o algo lejanamente parecido. Al menos eso era lo que le decía su escaso conocimiento matemático. Parecía que estuvieran dentro de una broma macabra a la que por fin le pillaba la gracia.

Ensimismada, agradeció el aviso de la ifrit cuando se acercó a ella para ayudarla con los cortes.

—Cierto...

La sudafricana era la personificación de una ola de calor y había algo en la forma en la que su sangre reaccionaba al exterior que le resultaba hipnótica. Era fascinante ver aquella sustancia incandescente secarse, enfriarse y resquebrajarse para volver a mostrar luz bajo las grietas. A la tempestomante se le abrió la boca al ver el siseo y el vapor y tuvo que esforzarse para dejar a un lado la sorpresa momentánea y ponerse manos a la obra con el hechizo, manteniendo una distancia prudencial de la piel de Qwara.

—Podríamos apostar sobre los demás —dijo pensativa entre una herida y otra—. A lo mejor Sarah tiene ahora nieve en las venas —dijo riéndose, imaginándose un cambio opuesto al de la ifrit—. U horchata, como dice Toni a veces.

Acabó recostando la espalda contra la puerta y se dejó escurrir hasta el suelo, cayendo sentada y dejando un charco de agua alrededor por la ropa empapada. El contraste que provocaban la lluvia calada y el calor de la ifrit era reconfortante, le recordaba a las noches tormentosas que pasaba junto a la chimenea. Su euforia no desapareció, pero si se diluyó lo suficiente como para dejar paso a otra gama de emociones.

—¿Notas algo raro aparte de lo evidente? Rollo... ¿Ganas de quemar cosas o de comer pan carbonizado? —todavía sonreía un poco, pero preguntaba en serio, toda curiosidad. No había preocupación, sin embargo, confiaba en que Qwara descartara el pollo a la brasa del menú como favor personal.

—Hmm… —murmuró la ifrit para sí mientras la bruja trabajaba en sus heridas, sopesando sus palabras con una sonrisa pensativa—. No se si debería arriesgarme a apostar contra ti, ambas opciones parecen demasiado creíbles —comentó con una mueca divertida, imaginándose una versión aún más helada de la ya de por sí fría Sarah. Las dos estaban muy equivocadas con respecto a aquel asunto, pues sus elucubraciones en cuanto a sus compañeras no iban en la dirección apropiada, pero tardarían mucho tiempo en averiguarlo—. Lo de la horchata, de todos modos, suena demasiado dulce para ella. —añadió con una risita contenida, imitando los movimientos de la cercana hasta quedar sentada a su lado.

Qwara no percibía el calor que desprendía, no como lo habría hecho antes de transformarse, pero sí que había dejado de sentir frío y no le resultaba incómodo estar empapada. De hecho su nueva temperatura corporal no tardaría mucho en secar su ropa si seguían un rato a cubierto, pues los casi imperceptibles hilillos de vapor que había empezado a desprender el tejido eran una señal inequívoca de que el proceso ya estaba en marcha.

La pregunta que le hizo Ulmara a continuación le hizo reflexionar al respecto, pero tras meditarlo unos segundos terminó negando suavemente con la cabeza. El peso extra de los cada vez más grandes cuernos se sintió extraño, pero más allá de eso creía seguir siendo la misma de siempre.
—La idea de masticar pan carbonizado me sigue pareciendo poco apetecible, así que voy a mojarme y decir que mis gustos culinarios no han cambiado —replicó con una sonrisa, cruzando los brazos sobre sus rodillas recogidas mientras observaba la lluvia—. De momento me siento igual que ayer, la verdad… más atlética si eso y desde luego de mejor humor, pero creo que en mi caso todos los cambios deben de ser físicos —añadió. Su suposición era errónea, pero no se daría cuenta por el momento—. ¿Tú que sientes? —le devolvió la pregunta, ladeando la cabeza para mirar de frente a la tempestomante. En los iris de la humana empezaban a brillar chispas de un tono similar al de su pelo incandescente, pero el efecto pasaba casi desapercibido debido a la luz roja que se filtraba entre las nubes.

Ulmara soltó una carcajada y, al mismo tiempo, se escuchó un trueno sobre ellas. Miró brevemente hacia arriba, más allá del dintel que las cubría de la lluvia, y luego volvió la vista hacia Qwara, que empezaba a emitir volutas de vapor. Sus cambios eran hipnóticos y Ulmara empezaba a comprender por fin el porqué de la obsesión con la palabra monstruo en todos los libros de historia de Rocavarancolia. Ambas seguían siendo humana y cercana, respectivamente, pero en el caso de Qwara los cambios físicos eran suficientes para montar una historia de terror en torno a ella. Una historia que sería falsa, igual que las leyendas sobre los dioses de la Cercanía.

—Menos mal, no querría vivir en una ciudad en la que la mejor cocinera lo quemara todo —volvió a reírse y luego respiró hondo. No recordaba la última vez que se había sentido así de bien, tan feliz y tan llena de energía.

Cuando le devolvió la pregunta, la tempestomante se lo pensó. Se miró las manos empapadas, se palpó el cráneo bajo las plumas y luego volvió la mirada a las nubes.

—Físicamente no noto nada —el único cambio de ese tipo que se produjo en ella fue sutil, en los ojos—. Pero siento una energía desbordante y no dejo de pensar en la tormenta, como si algo importante me estuviera esperando entre las nubes… ¿O como si fueramos dos partes de una misma cosa? Creo que me entiende. De hecho… ¡Espera! ¡Se me ha ocurrido algo! —Tras decir eso, la cercana dio un paso al frente para salir del resguardo del dintel y volvió a empaparse de lluvia. Alzó la cabeza, con los ojos abiertos a pesar del incesante goteo, y puso ambas manos en forma de O en torno a su boca—. ¡No nos mojes, por favor! —gritó a pleno pulmón, creyendo que era necesario hacerse oír. La lluvia dejó de caer sobre ella, las gotas se desviaban ligeramente de su camino gracias al viento. A la tempestomante se le ensanchó la sonrisa—. ¡Sal, Qwara! ¡A ver si funciona contigo!

Por suerte para Ulmara, a pesar de la dificultad de un dominio como el suyo, había pedido algo fácil. De vez en cuando, alguna gota se daría inevitablemente contra ellas, pero la tormenta respetaría el deseo de la bruja en la medida en que fuera capaz.