Fumadero Abandonado

A Mánia no le gustaba nada el edificio, pero no iba a quedarse sola fuera esperando si los demás decidían entrar. Había aprendido que sus rabietas tenían poco o ningún efecto en sus compañeros, por lo que su única opción era resignarse (con muchas quejas entre medias igualmente) Se subió la cremallera de la sudadera que llevaba hasta que le tapó la nariz y la boca y liberó un poco a Alicia de su agarre; si había que correr no quería ser un lastre.

<< A lo mejor encontramos algo interesante que llevarnos al torreón>> pensó para animarse.

Por lo pronto de los muebles no había nada salvable. Todo estaba en un estado deplorable, aunque se mantenía más o menos en pie por algún milagro de la naturaleza. Dio una vuelta para cotillear por los rincones, sin alejarse demasiado, pinchando los muebles con la punta de su daga por precaución. Abrió un cajón usando la hoja como palanca. Vacío. Iba a sugerir subir al piso superior cuando Noel habló. << Ugh, bichos...>> Se tiró al suelo también, dándole un suave cabezazo al humano para poder ver por el agujero.

-Parece una shisha- comentó. Tampoco fue capaz de ver ningún insecto, pero sí de oir el zumbido- Mater fumaba en una de esas.- Se incorporó y se sacudió el polvo del pelo- ¿Entramos?

Era arriesgado, aunque le había dado algo de curiosidad.

Alicia sonrió en respuesta a Noel, toqueteando los amuletos mágicos bajo el jersey - eran horribles como para llevarlos a la vista-. La magia había sido el mejor descubrimiento que habían hecho desde que estaban allí y le llegaba al orgullo que hablaran de haberla dominado, incluso si era una forma muy generosa de verlo.

- No, entremos- dijo. "No tenemos nada mejor que hacer".

Fue detrás de Noel, subiendose el cuello hasta la nariz para filtrar el aire, y con los ojos entrecerrados entre la nube de polvo que se levantó al forzar la puerta. En la penumbra, el zumbido la inquietó. Alicia se regañó a si misma por la tontería, mientras observaba a Noel y a Mania espiando bajo la puerta como si sus nucas fueran a darle alguna clase de información.

- Bichos y tabaco, estupendo- murmuró, pegandose a la puerta ahora libre para buscar alguna rendija. Echó una mirada de comprobación al grupo. Después, giró el picaporte y empujó con suavidad.

Los ojos del asreniano saltaban de un lado a otro de la habitación, como si buscara algo sin mucho éxito. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. Todo lo que quería era informarse de dónde se había colado y cada detalle con el que se cruzaba era un premio para el mirie kitade. Giz no había conocido nada tan avanzado como Rocavarancolia y todo era nuevo a su alrededor, había pocas cosas más apasionantes que eso.

Por suerte para él, el concepto de fumar y de tabaco no le eran desconocidos y, gracias a eso, podía imaginarse un poco mejor a dónde habían ido a parar.


—¿Qué es una shisha? —preguntó, aquello sí que no lo conocía. Todo lo que se fumaba en su tribu eran unas hierbas raras que se conseguían en zonas escarpadas y él jamás lo había probado.

La curiosidad pudo con él cuando sus compañeros se pusieron a escudriñar y no tardó en cruzar el umbral de la puerta una vez la abrieron. Sus ojos se iluminaron al instante. La cachimba era lo de menos para él en aquel momento, tenía frente a él a una criatura alada que parecía hecha de metal y madera.

—Eso no es un insecto —creyó saber.

La criatura demiúrgica tenía el aspecto de un mosquito y eran sus alas las que provocaban el zumbido que habían oído sus compañeros. La habitación estaba poblada de macetas vacías, algunas con plantas muertas, y la creación volaba de una a otra maceta y se posaba sobre ellas; luego removía la tierra como si buscara algo y volvía con las patas vacías a la cachimba. En tiempos mejores, aquel artilugio vivo se había encargado de rellenar el tabaco de las cachimbas para los clientes del fumadero.

Giz se acercó con cautela y alargó la mano, pero no lo llegó a tocar.

—Ten más cuidado —se quejó componiendo momentáneamente una mueca de fastidio ante el cabezazo de Mánia—. ¿Una… qué? —Preguntó ante aquella palabra desconocida que había dicho la libense—. ¡Ah! Ya sé lo que es. Es una cachimba. Así le llamamos en mi mundo, vaya —cayó en la cuenta cuando la chica dijo que servía para fumar. Se irguió y se giró hacia Giz para responderle—. Es un aparato con el que se fuman unos vapores de sabores… Los había en esas teterías que se habían puesto de moda en la Tierra, no es algo que yo haya visto muchas veces. ¿A lo mejor este sitio era una especie de tetería antes de ser abandonado? —Teorizó.

El asreniano también se acercó a la puerta y finalmente Alicia la abrió para poder comprobar de donde procedía aquel zumbido. El pequeño autómata hizo que un recuerdo llegase claramente a su cabeza.
—Yo ya he visto algo parecido antes… Doce Punto tenía varios, con otras formas —.Se dirigió a la humana—. ¿Te suena a ti?
El sueco salió de la habitación, donde no había mucho más que mirar aparte de la aparentemente inútil tarea a la que se dedicaba el ingenio mecánico. Pensaba en lo mucho que le recordaba a cierto videojuego aquella escena, con la cabeza algo ida mientras caminaba por el pasillo de la planta baja, cuando se detuvo al dar sus pies con el inicio de las escaleras.
>>¿Subimos? —Preguntó girando un poco la cabeza y alzando la voz para que le oyesen: ya había gritado antes y no había pasado nada a fin de cuentas—. El humo verde y esas criaturas… Empiezo a pensar que Doce Punto sí que puede estar aquí.

Como no podía ser de otra forma, el primer impulso de Mánia al ver el ingenio mecánico revoloteando por la sala fue... atraparlo. No lo hizo inmediatamente, primero siguió su ruta varias veces mirando con atención, tratando de captar el máximo de detalles tanto de su forma como de sus acciones. ¿Qué intentaba hacer? ¿Estaba llenando la cachimba de tabaco? Si era evidente que ya no quedaba tabaco. Aunque Mánia conocía el concepto de autómata, no podía ser que siguiese moviéndose sin nadie para darle cuerda. ¿O a lo mejor sí que había alguien dándole cuerda y lo que decía Noel del tal Doce viviendo allí era verdad?

Con un movimiento rápido atrapó al bichito con ambas manos y lo observó a través de un hueco entre ambas.

-¿Vais a pegarle si lo veis?- preguntó, sin apartar la mirada de su presa. Sabía que ninguno de sus compañeros humanos estaba contento ni con la ciudad ni con el tipo que les había traído.

Giz se sentía mareado y no era por el humo, ni por los artilugios tan más allá de Asrena, ni por los cristales ni los objetos vivos. Giz se sentía mareado por motivos que aún tardaría en entender. Pero en aquel momento sí entendía que prefería salir de la habitación para despejarse, así que asintió a Noel y lo siguió escaleras arriba.

—Si le pegaramos, dudo que nos quisiera sacar de aquí luego —respondió antes a Mánia.

También dudaba que le pudiesen pegar, pero eso era otra historia.

Mánia se quedó abajo, obnubilada con algún cacharro. Alicia les siguió.

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En silencio e invisible, en un rincón del fumadero, un unicornio los observaba a todos indeciso: Rutilante no sabía si los odiaba, si los envidiaba o si estaba demasiado puesto como para distinguirlo. Frecuentaba el fumadero por dos motivos: estaba abandonado y tenía droga que le recordaba a cosas buenas. Los cosechados que acababan de llegar habían arruinado ambas cosas y habian provocado turbulencias en su viaje.

El unicornio deshizo su hechizo de invisibilidad y durmió a la libense antes de que lo viera. Procurando no hacer ruido, siguió a los otros tres por las escaleras para emboscarles en la planta superior. Sin embargo, el hombre lagarto miraba fijamente el hueco de las escaleras antes incluso de ver su cuerno emerger, como si le esperara. Tal vez era otro unicornio y lo había sentido. O tal vez no.

Hasta arriba como iba, el unicornio no se planteó el peligro de intervenir. Estaban en el culo del mundo, ¿no? ¿Quién iba a mirar allí? Rutilante durmió también a la humana y compartió un poco de su humo de la felicidad con el otro humano y la lagartija, la cual comenzó a toser. Uno de los dos emitía magia, el otro tenía el poder para hacerlo. El unicornio quería robarles a ambos.

—No os deberíais fiar de esa chica —les mintió—. No os desea nada bueno.

El hombre lagarto se irguió y sacó una flecha del carcaj que llevaba colgado de la cintura.

Se giró hacia Mánia, con una sonrisa sarcástica ante su pregunta.
—Si pudiéramos pegarle lo haría, pero creo que es posible que nos encontremos en ligera desventaja —respondió en tono acorde.
La libense parecía empeñada en saltar sobre aquellos cacharros mágicos, como si fuese un gato, por lo que el sueco simplemente se encogió de hombros y siguió a Alicia y al asreniano escaleras arriba. Tal vez no pudieran vengarse ni conseguir que les llevase de vuelta, pero si Doce Punto estaba allí como mínimo pensaba hacerle unas cuantas preguntas.

—¿Hola? ¿Hay alguien?— Ya había alzado la voz cuando entraron sin obtener respuesta, pero no estaba de más volver a intentarlo—. Doce Punto, no te escond…
Un acceso repentino de tos compartido con el mirie kitade no le permitió continuar hablando. Aquella sustancia les había cogido totalmente por sorpresa, especialmente porque no venía de arriba, si no de sus espaldas. De pronto había alguien allí, pero por algún motivo le estaba costando pensar con claridad y no atinaba a saber qué se suponía que tenía que hacer. Ver a Giz preparar una flecha le hizo reaccionar un poco y llevó su mano a la empuñadura de la cimitarra, la cual sacó parcialmente de su funda sin quitar ojo del tipo con un cuerno que tenían delante. Todavía no les había hecho nada salvo ahumarlos con lo que fuera que estaba fumando, pero por algún motivo el primer pensamiento de Noel fue que quizás debería atacarlo. Se detuvo a tiempo, antes de cometer la imprudencia, pero el humo continuaba impregnando sus pulmones cada vez más.
>>Quizás deberíamos…
Algo en su mente le había avisado de que a lo mejor debía protegerse del humo, pero no consiguió terminar de formar la frase, ni de cubrirse las fosas nasales con el cuello de su chaqueta tal y como pensó hacer. Por momentos, su mente parecía ir por derroteros totalmente diferentes a lo que la razón le dictaba cómo debía actuar en una situación así.

El desconocido habló de Alicia, a quien vio entonces por primera vez desde que habían empezado a respirar aquel humo.
—¿Cómo…? ¿Por qué dices que no es de fiar?
Su pregunta llevaba impregnado genuino interés. De pronto y por alguna razón, tenía la sensación de que lo que decía el desconocido pudiese ser cierto.

—Está claro. Ha dejado que os adelantaseis para que le dieseis la espalda. Os odia. Especialmente a ti —señaló al sueco con un gesto tranquilo, mientras continuaba fumando sin parar—. Y eso que tu amigo le parece repulsivo por ser un lagarto, pero aun así lo tolera mejor que a ti. Te desprecia.
Evidentemente, el unicornio se había dado cuenta de en quién estaba teniendo un efecto mayor su droga. Le costó no exteriorizar su satisfacción cuando vio al humano, con la espada desenfundada por completo, acercarse lentamente.

Giz tosió y sintió como se instauraba una nebulosa en su cerebro; una Nassandra en miniatura, translúcida y viscosa. El mirie kitade había logrado sacar una flecha del carcaj, pero no conseguía unir las sílabas del ensalmo que la haría volar. Sus pensamientos se quedaban atrapados a medio camino y se filtraban defectuosamente. Las palabras del humano con cuerno sonaron tan certeras a través de esa niebla que, por unos instantes, el asreniano dudó.

—¿Alicia? ¿De verdad? —Aquello le había dolido. Ya habían tenido tiempo de acostumbrarse a sus distintas fisiologías, ¿no? Hablaba con ella, aprendían magia juntos... —. No —dijo para sí. Empezaba a vislumbrar la verdad a través de la espesura.

El unicornio sonrió de forma extraña, como si su mandíbula no se estuviera esforzando demasiado por llevar a cabo el gesto.

—¿No escuchais lo que le dice por la noche a vuestra otra compañera? —respondió al humano—. Ah... Sí, sí. Alicia, vuestra Alicia... —Rutilante agradeció la soltura de lengua del lagarto—. Ellas saben que no os necesitan, que no aportais nada al grupo que no puedan hacer sin vosotros. Estorbais, ¿y qué se hace con lo que estorba? —al unicornio le dio un ataque de risa que no sonaba malvado, sino patético y, quizás, contagioso. Algo en sus propias palabras le había sonado estúpidamente divertido.

Giz buscó con sus ojos los de Noel y negó con la cabeza.

—No es verdad.

La mente del futuro draco de estínfalo se veía nublada cada vez más y más por las palabras de Rutilante, quien desconocía por qué aquella treta estaba teniendo tanto efecto en el humano, pero no veía queja alguna en ello. Sin que ninguno de los presentes pudiese saberlo, la droga estimulaba los brotes de algunas de las peores características que la Luna Roja sacaría a la luz meses después en Noel y el sueco no se encontraba preparado para luchar contra algo que desconocía por completo.

¿Alicia le odiaba? Por supuesto que sí. Era obvio. No es como si se hubiera molestado demasiado en ocultarlo, además. Le había evitado, no le había defendido nunca ante Hannah. Y no le cabía duda de que lo veía a él en particular como una molestia que no aportaba nada al grupo. ¿Por qué iba a dudar de las palabras del unicornio sabiendo todo aquello?

Cuando el asreniano se interpuso entre él y su objetivo giró la cabeza hacia él. El asreniano podría notar que tenía la mirada perdida y una expresión que traslucía un desagrado no tan sutil como para que no resultase chocante en el rostro de alguien que rara vez dejaba de sonreír.
—Apártate, Giz —le dijo de forma tajante—. No voy a permitir que nos traicione.
El humano, a continuación, trataría de empujar al mirie kitade y seguir su camino en dirección a la durmiente Alicia.

Rutilante, mientras tanto, se había apoyado en una columna y adoptado una actitud completamente distendida, sonriendo con satisfecha malicia: no parecía que fuese necesario intervenir más.

El asreniano contuvo el aliento al contemplar la expresión de Noel.

—Noel, escúchame —el sueco hizo ademan de empujarle y el mirie kitade se echó a un lado y lo agarró de la muñeca—. Alicia no te odia, nos ha... nos ha drogado.

Giz dirigió una mirada angustiada al unicornio, que observaba la escena con una sonrisa. No entendía por qué él solo se sentía atontado y no como Noel, pero estaba claro que había algo en el aire. Una suerte de intuición se lo decía. Su cerebro no estaba en aquel momento como para acallarla.

—Alicia no te odia, Noel. Alicia no te odia...

Lo repitió una y otra vez mientras hacía memoria. Las caricias de sueño y el hechizo de paralisis se le entremezclaban en la cabeza. Giz no sabía muy bien cómo parar aquello sin convencer al sueco. Y luego estaba el humano del cuerno, claro. ¿Qué haría si dejaba fuera de juego a Noel y el mirie kitade acababa solo con él?

—No escuches al reptil, Noel. Le das asco a esa chica, la repugnas. —El unicornio metió baza desde su columna.

Noel rechazó el agarre de Giz agitando sin parar su brazo hasta que le obligó a soltarlo.
—No, Alicia, ella…
Algo en las palabras del asreniano estaba haciéndole dudar por momentos. ¿Droga? ¿Era cierta aquella posibilidad? No estaba seguro, pero…
>>¿Alicia no me odia? ¿Tú crees? —le respondió al mirie kitade, dubitativo mientras echaba un vistazo rápido a la cada vez más cerca y durmiente chica—. Es demasiado… demasiado obvio.

Pero Rutilante metió baza una vez más, y la mente del sueco ya se encontraba demasiado obnubilada en aquellos instantes como para que el mensaje de odio no calase más que el razonamiento de su amigo.
—¿Lo ves? Nos matará a los dos si no le ponemos remedio. Apártate, Giz —le advirtió por segunda vez—. Yo acabaré con esto, no quiero hacerte daño por error.
Alzó la cimitarra y la dirigió hacia Alicia.

El unicornio sonreía ampliamente, recostado en la columna.

En su esfuerzo por hacer memoria, Giz halló un oasis de claridad. El mirie kitade hizo ademán de alejarse, como dando la razón al sueco, y aprovechó para lanzar sobre él un hechizo de inmovilización. Entonces se giró hacia el humano cornudo y lo miró con severidad.

—Te matarán por lo que has intentado hacer.

La biblioteca había sido el gran descubrimiento del asreniano y, si algo les sobraba en Rocavarancolia, era tiempo para leer. Los libros sobre la ciudad eran claros: intervenir estaba prohibido. Por lo que había entendido, si el unicornio lograba salirse con la suya, sería una de las últimas cosas que haría. O eso necesitaba creer Giz para no darse por muerto.

Giz parecía haber entrado en razón por fin, o eso era lo que Noel pensaba en aquel momento. Por fortuna para todos los presentes, con la notable excepción de Rutilante, la obnubilada mente del sueco tampoco era capaz de sospechar ninguna treta por parte del asreniano, y el hechizo de inmovilización no se lo esperaba en absoluto. En cuanto notó aquella sustancia que le impedía todo movimiento comenzó a maldecir en voz alta, ya que era lo único que podía hacer.
—¿Se puede saber qué estás haciendo, Giz? ¡Libérame ahora mismo, maldita sea! —Exigía en un tono autoritario que ninguno de sus compañeros le habían oído utilizar nunca hasta ese momento.

Mientras Noel continuaba lanzando improperios en voz alta, Rutilante observaba al asreniano ya sin sonreír, si no con desagrado y hastío. Escupió al suelo con desprecio cuando el lagarto le confrontó acerca de la situación, molesto porque sabía que lo que decía era cierto. Expulsó una buena bocanada de humo, no porque pretendiese insistir en dominar la mente de Giz, si no porque había suspirado profundamente al darse cuenta de que tal vez lo más inteligente era retirarse llegados a aquel punto. Si el asreniano conocía hechizos para detener a su amigo poco podía hacer sin convertir la situación en una intervención evidente.
—Si un puñado de palabras le convencen de que debería matar a tu amiga Alicia tal vez no sea yo de quien debas preocuparte si estás rodeado de mentes tan débiles, ¿no crees? —Trató de todas formas de meter cizaña.
Se despegó de la columna y echó a andar hacia el crío inmovilizado.
>>¿Me has oído? Eres patético y te lo has tragado todo como un pringado —Le dio una palmada en el hombro con más fuerza de la debida y volvió a esbozar una sonrisa, cargada de mofa en aquella ocasión—. Tened buena criba.
El unicornio deshizo sus pasos y desapareció escaleras abajo lo más rápido que pudo: no quería arriesgarse a que ningún habitante descubriese lo que acababa de hacer.

Noel, mientras tanto, no daba crédito a lo que había oído cuando el unicornio destapó su propia mentira y durante un instante se sintió confuso además de frustrado por la imposibilidad de moverse. ¿Había entendido bien? ¿Aquel tipo le había engañado? Cuando se acercó a él y le espetó aquellas insidiosas palabras comenzó a nublársele la vista de la rabia que sentía.
—¡Cá… Cállate! —Gritó mientras recibía la palmada en el hombro sin poder hacer nada por evitarla.

Con la marcha de Rutilante y, por tanto, su humo, el aire empezó a despejarse poco a poco. La mente del sueco era un confuso laberinto de pensamientos contradictorios, pero poco a poco la rabia que había sentido comenzó a esfumarse y dio pasó primero a más confusión, debilidad y un creciente sentimiento de culpabilidad.
—Giz… ¿Qué… qué he hecho? Yo estaba a punto de…  
Alicia, aún afectada por el sueño involuntario, se encontraba justo delante de él y no le era físicamente posible desviar la vista de ella, haciéndole sentir todavía más el peso de la culpa. Un nudo en la garganta le impidió continuar hablando.

Giz se sintió impotente al escuchar a Noel. Había hecho todo lo que estaba en su mano, si la situación iba a peor con aquel ser o si lo del sueco era permanente... Prefirió no pensarlo. Al asreniano le tembló todo el cuerpo cuando el unicornio volvió a emitir humo. Arrugó el gesto, contuvo el aliento para no tragar nada y se alejó un par de pasos. Le asustaba que le arrebataran la razón sin nadie despierto o móvil para pararle los pies.

Sus palabras le cayeron como un jarro de agua fria, pero el asreniano se convenció a sí mismo de hablaba el interés de aquel ser y no la lógica. Noel no les habría querido hacer daño si no hubiera sido por la droga mágica, ¿no? Se calló una respuesta dudosa a Rutilante y tan solo le bufóm una vez les dio la espalda en dirección hacia las escaleras.

Entonces se giró de nuevo a Noel y supo que el efecto se estaba pasando. Giz suspiró y contuvo las ganas de llorar de alivio.

—No has hecho nada, has sido víctima de una treta mágica. —Lo último que quería era que su compañero se castigara por algo que no era culpa suya—. Voy a desinmovilizarte, ¿vale? —desconjuró el hechizo y plantó su mano en la espalda de Noel. Al contrario que para Rutilante, para el mirie kitade era un gesto de afecto—. Lo siento mucho...

Tras unos segundos de no saber qué hacer, Giz se giró para comprobar que Alicia estaba bien. Puso su mano frente a sus fosas nasales puntiagudas y sintió cómo salía el aire. La calma volvía poco a poco a su ser. Sabía que no estaba muerta, pero no se habría quedado tranquilo sin comprobarlo.

—¿La puedo despertar?

Giz no sabía si Noel se sentia lo suficientemente entero aún.

El impulso que llevaba originalmente le hizo dar un paso hacia adelante, con la espada todavía medio alzada. La dejó caer, sobresaltándose debido al miedo de hacer daño a Alicia con ella, aunque el acto reflejo podría haberles costado algún accidente también si el arma hubiese caído en mal sitio. El alivio que sintió al ser capaz de volver a moverse y al comprobar que la espada se detenía sin herir a nadie apenas duró un instante. No se sentía capaz de hablar ni de responderle a Giz. Se limitó a fijar su vista en el suelo mientras su amigo trataba de consolarle con gestos y palabras, ahora que podía desviarla del cuerpo durmiente de Alicia. Observó por el rabillo del ojo como el asreniano comprobaba el estado de la chica, sintiéndose culpable por no ser capaz de hacer ni eso, que era lo menos que debería tras haber intentado… No quería ni pensarlo.

Llegó la pregunta, pero el sueco seguía sin ser capaz de responder. Alzó la mirada hacia Giz, evitando a Alicia en todo momento y le miró con una expresión que reflejaba el malestar que sentía. No podía continuar callado y sin hacer nada para los restos, por lo que tras varios segundos incapaz de actuar de ningún modo, terminó hablando.
—Hazlo… Deberíamos irnos de aquí cuanto antes. Mánia… ¡Tenemos que encontrarla también! —Se dio cuenta de pronto de que la libense no se encontraba en los alrededores y era extraño que no hubiese aparecido teniendo en cuenta que él mismo había estado alzando considerablemente la voz. No quería pensar en lo peor: era probable que Rutilante también la hubiese dormido… ¿no?—. Voy a… voy a adelantarme para buscarla.
Era su forma de huir en aquel momento y no enfrentarse a tener que ver a Alicia a los ojos después de lo que había estado a punto de hacer.

Giz dirigió a Noel una mirada preocupada, pero asintió y le dejó irse para buscar a Mánia. Por su parte, comenzó a dar toques en el hombro a Alicia, a la vez que decía su nombre en voz alta. Varios meneos más insistentes bastaron para que la humana despertara del todo. El mirie kitade la ayudó a incorporarse y decidió no comentar nada de lo que había pasado. No le correspondía a él.

—¿Te ayudo con las escaleras? —le ofreció.

Alicia le dijo que no y Giz no pensó que fuera de mala educación no insistir o esperarla. Así que bajó inmediatamente después. Esperaba que Noel hubiera encontrado a la libense y que todos pudieran volver al torreón vivos y enteros. Después de aquello le iba a costar fiarse del resto de ciudadanos.

Por suerte para Giz, sus esperanzas se cumplieron, y el grupo entero abandonó el fumadero.

Llevaban andando demasiado, aquella cosa gigante y cantarina había seguido moviendose durante demasiado tiempo y ahora no solo estaban muy lejos del refugio si no que volver con las cestas iba a ser un suplicio para los brazos de todos.

-Agh. El resto en el refugio ultradeben estar empezando a preocuparse. -Chasqueó con la lengua molesto con la bañera pero por fin se detuvo delante de ellos.

-Las ruinas de alrededor hiperestan mejor hechas. ¿En que megapensaba el arquitecti´zz?