Torreón Maciel (Archivo V)

Recuerdo del primer mensaje :

El único que comentó fue el insectoide, mientras que tan solo se ganó las miradas reprobatorias de los demás. No tardó en contestar al clinger.
-Quizás no será agilidad en tu planeta, Kamen Rider. Pero en mi planeta la agilidad es lo que te permite, por ejemplo, minimizar el daño de una caida, el accionar ciertos aparatos, abrir algunos temas de conversacion o el poder cargar con más o menos peso... Eso solo en ocasiones, claro que luego está la fuerza.-meditó unos instantes.- Luego tambien, a veces, el tener agilidad, implica que puedes potenciar tu velocidad, pero solo si no sabes decir otra palabra que el nombre de tu especie... Es un concepto bastante raro...-
Tanto Lara Croft como el clon de geonosiano tuvieron una breve discusión sobre que camino tomar. Aunque le doliera, el clinger tenia razón sobre el tema, pero la propuesta de Lara Croft era ampliamente más interesante y divertida. No vaciló en aquella ocasion y tomó la inciativa, mientras todavia tenian la discusión reciente.
El joven ruso abrió el camino del grupo. Aunque el insecto alienigena habia desbaratado sus planes la otra vez, él ya sabia a donde se dirigian y el guiar al grupo no le costó mucho, sobretodo teniendo en cuenta que en cuanto se habia callado, todos habian decidido unanimemente pasar de él.

-Estupidos Heart Ratings...-dijo en voz baja, al comprobar lo bajos que estaban. La tabla se extendia en siete columnas y, más abajo de cada una, una cara simpática dibujada que representaba a cada uno de los miembros del grupo. Justo debajo de esta, habia un número. Las columnas se llenaban de corazoncitos palpitantes dependiendo de este y, en estos momentos el número en todos era cero o cercano a este.

>> ¿Por que no me quieren? Soy adorable hasta el estandar de adorabilidad mortal -3-
>> Parece que va a llevarte un tiempo el entender el porque.

Pronto logró vislumbrar, en la lejania, el que era su objetivo actual, a donde les estaba llevando. Era un lugar algo desolado y tétrico. El último piso parecia estar construido con huesos de algun animal gigantesco. Aquello le dio un escalofrío. Unos olores le llegaron a la nariz. Una mezcla de olores que no podia distinguir unos de otros, pero que no olia igual que el resto de la ciudad. Algo perplejo, se fijó en las múltiples aves que sobrevolaban el torreón.
-Hay un nido de pajarracos.-les señaló, para indicarles que la cantidad de aves que iban y venian al torreón no era normal. Un mal presentimiento se acogió dentro de él. No le gustaban los pájaros negros.

Atravesaron los muros, franquearon el portón roto y finalmente llegaron a la puerta. Por el patio, habia huesos enormes repartidos. Algo le decia que fuera lo que fuera que hubiera pasado en aquel lugar años atrás, habria merecido más de una historia buena y graciosa. Se apoyó en la puerta de la entrada, como para intentar forzarla de alguna manera, para descubrir que en verdad estaba abierta. La pesada puerta se abrio con un chirrido y les abrio al que seria su nuevo hogar durante los próximos meses.
El joven atravesó el umbral con la mandibula colgándole y una expresión de pasmo increible, al contemplar lo que contenia la primera sala. Casi sin pararse a respirar, agarró las escaleras de caracol e intentó escalar de ellas, extasiado por aquel lugar. El metal rechinó y le hizo quedarse congelado con un pie sobre la barandilla. Quizás no seria muy sabio subir las escaleras del modo divertido. Lentamente, bajó el pie y subió las escaleras, al principio con un poco de duda pero luego aceleró el paso, hasta que se convirtió en una carrera, otro juego más.
Se paseó por la segunda planta, explorándolo todo, las camas y el escritorio con la silla a toda velocidad, emocionado por descubrir aquel lugar, dejó escapar una risilla divertida. Corrió de vuelta por las escaleras y llamó a los demás por la escalera para que subieran tambien para, a continuación, volver a retomar la subida por las escaleras como un crio que iba a abrir sus regalos de navidad.
Llego al tercer piso y no pudo hacer otra cosa que dar saltitos y retozar de felicidad. Aquella parecia ser un piso dedicado a entrenamiento. Asi que dedujo que pensaban, como mínimo, darles las herramientas para entrenar. Feliz, no tardó mucho en explorar el resto de aquel piso, porque de verdad tenia ganas de subir a la cuarta y última planta.
Cuando llegó, vio lo que esperaba ver. Infinitud de pájaros negros apuntando sus pares de ojos hacia el enclenque joven, intentando analizarle para saber si era una amenaza. Dejó escapar un grito ahogado de una mezcla de sorpresa y terror para entonces retroceder sobre sus pasos.
Bajó las escaleras, positivamente más feliz de poder alejarse de aquella cuarta planta cuanto antes y avisó a todos los que encontró que no debian acercarse a la cuarta planta, para luego describirles lo que vio.
Finalmente, de nuevo en la planta baja, se giró hacia los que estaban ahí presentes.
-¡Tenemos camas y un piso de entrenamiento! ¡Y hasta puede que un remake malillo de una peli de las de Hitchcock! ¿Habeis encontrado algo interesante por aquí abajo?-

La explicación de Lara no sonaba a algo agradable, pero tampoco parecía un motivo para ponerse así. No sabía si la ordesa tenía costumbre de afectarse tanto por los sueños,  pero al mencionar la pesadilla recordó aquella tan vívida que había tenido días atrás. Si bien no había punto de comparación, de no ser por aquel sueño probablemente habría tomado como imposible echarse a llorar por algo como eso. Aunque no lo entendiese del todo, se calló cualquier comentario para no meter la pata.

Al hacer Lara ademán de levantarse él también iba a ponerse en pie, pero terminó recibiendo un abrazo que le hizo abrir mucho los ojos durante un segundo, sorprendido y desconcertado. Se quedó quieto hasta que la ordesa pasó a su siguiente víctima y entonces se puso en pie, volviéndose hacia los otros dos y viendo que el pequeño Ippon se había despertado con el alboroto. El abrazo lo había cogido por sorpresa y se sentía un poco extraño. La ordesa era demasiado bajita para tener algún parecido con su madre, pero aquel gesto le había recordado a ella, le hizo sentirse un niño chico por un momento.
—Pensamos que había pasado algo, sí, pero no hace falta disculparse. Debió de ser muy desagradable. —Se encogió de hombros, sin saber qué más decir, y miró a Archi. Probablemente ahora sobraban allí, pues Lara ya no estaba sola—. ¿Vamos?

Si Cío malamente comprendía como un sueño podría haberla afectado tanto, Archime se quedó completamente desconcertado con aquella noción. La lógica le decía que, aunque era cierto que existían sueños angustiosos o que inducían miedo en la gente, una vez se despertaba ya se había acabado. No era posible confundirlo con la realidad a partir de ese punto, y por tanto no lograba comprender el estado de Lara 37. Sumido en dichas cavilaciones, aunque probablemente el resultado habría sido el mismo sin dicha circunstancia, el biomecánico se mantuvo completamente en silencio mientras la ordesa y el otro irrense hablaban.

El abrazo de Lara 37 volvió a producirle la misma incomodidad de siempre y permaneció igual de rígido que cuando había realizado la misma acción en la azotea de Letargo en aquella ocasión. Se mantuvo en tensión hasta que la ordesa lo soltó y se subió el puente de las gafas con nerviosismo para después retorcerse las manos hasta que Cío volvió a hablarle. Asintió una vez más y salió del cuarto en dirección, ahora sin interrupciones, al estudio.

Una vez allí le indicó que colocase el brazo sobre la mesa y tan pronto lo hizo, el biomecánico comenzó a desatornillar la parte que le permitiría acceder al transformador. Cambió de destornillador para abrir el dispositivo y comenzó a examinarlo, repasando mentalmente lo qué debía hacer para el propósito que buscaban. Enseguida lo conectó a su implante y comenzó a reprogramarlo en su ordenador para que pudiera emplearlo el táser una vez hubiesen conseguido el cableado necesario. Continuaba tecleando en silencio, mientras en su cabeza ya pensaba en cómo conseguir los cables. Había pensado en pedirle el brazalete a Ippon, pero un tiempo después había descartado la idea puesto que consideró que los cables de dicho aparato serían insuficientes para lo que querían.

Abandonaron la habitación enseguida. A Cío le hizo gracia notar la tensión de Archi cuando la ordesa deshizo el abrazo, obviando su propia torpeza, y cuando dejaron el cuarto casi soltó una risa entre dientes. Era fácil sacar punta al comportamiento de Archi dejando de lado el suyo propio.
—Los dos de Ío y qué diferencia —comentó con una media sonrisa, señalando con un gesto de cabeza a la habitación que dejaban atrás.

Llegaron al estudio y se sentó dónde y cómo le indicaron, todavía pensando en sueños y pesadillas. Al cabo de un rato, sin embargo, empezó a aburrirse. Archi estaba completamente absorto en lo que hacía, quizá hasta se lo estaba pasando bien, pero Cío echaba en falta la conversación que le daba su amigo Ippon mientras modificaba las piezas. «¿Y cómo se le sacan a este dos palabras seguidas sobre algo no técnico?» pensó «bueno, creo que me arriesgaré».
—Tú no eras un aprendiz, ¿verdad? Tienes más maña que muchos mecánicos mayores que yo que he conocido.
No tenía claro si recordaba mal la edad que había visto brevemente cuando intercambiaron datos, pero sí sabía que no debería estar trabajando todavía en su profesión, le sonaba haberlo pensado en aquel momento.

Sus cavilaciones se interrumpieron cuando el otro irrense habló. Alzó un instante la vista mientras le hablaba para volver a desviarla hacia la pantalla inmediatamente. Archime había trabajado reparando implantes de otra gente en varias ocasiones, pero la mayoría de la gente ya había comprendido que no había mucha conversación que sacar del biomecánico y por lo general ya nadie intentaba hablarle en su taller de Ío. También estaban aquellos que le contaban su vida durante minutos en los que el ingeniero desconectaba por completo de lo que recibían sus oídos y se centraba en el trabajo que tenía entre manos.

No obstante, se encontró atendiendo a lo que el otro irrense le decía desde el primer momento y, dado que la reprogramación la realizaba de forma casi automática, no se descentró de ninguna de las dos actividades.
—No, hace dos años que finalicé los estudios y fui asignado para trabajar como biomecánico y programador en un taller en la galería principal de Ío —le explicó.

—Ah… —respondió, pensando al principio en lo escueto de la contestación—. Espera, ¿dos años? ¿Dos años… ya? Tienes quince, ¿no? ¡Venga! —Lo había cogido un poco por sorpresa, se esperaba que llevase menos tiempo trabajando—. Debes de valer oro, ¿no? Al SGR le debió de joder que cosechasen a alguien como tú —rio con malicia—. Oye, ya es suerte poder quitarse los test de encima tan pronto.
Cío sabía que saltarse pasos obligatorios de la enseñanza no era fácil, nada fácil. Para eso había que ser un auténtico cerebrito. Pero a aquellas alturas era algo que no ponía en duda. Además, Archi tenía ese “nosequé” de los genios. «Por ejemplo, lo bien que le sale el trato natural con la gente».

Archime asintió cuando Cío quiso confirmar su edad y continuó tecleando sin variar su expresión. Las palabras del irrense, no obstante, le hicieron volver a dirigirle una mirada parpadeante ya que no estaba muy seguro cómo se sentía. Lo tradujo en incomodidad al cabo de unos segundos en los que siguió mirando a Cío un tanto confuso. Finalmente volvió a agachar la vista hacia la pantalla.
—Es posible que al sistema le costase hallar a un sustituto tras mi ausencia —concedió finalmente sin variar su tono de voz—. Las clases me resultaban un tanto tediosas, por lo que el adelanto de cursos me resultó satisfactorio —dijo como respuesta a la última apreciación de Cío tras otra pausa de varios segundos de silencio.

Finalizó su trabajo casi al mismo tiempo que terminaba de hablar y procedió a cerrar el transformador. Estaba a punto de cerrar también el implante cuando se detuvo de pronto y se llevó una mano a las gafas que colgaban de su cuello. Abrió los ojos ligeramente, preguntándose por qué no se le había ocurrido antes.
—Si desmonto mis gafas de sumersión en el ambiente podremos emplear los cables de las mismas para nuestro proyecto —anunció a Cío sin mirarlo mientras toqueteaba las gafas distraídamente, ya que en su cabeza se comenzaban a realizar los cálculos pertinentes. Aunque no se reflejaba externamente en absoluto, el biomecánico se encontraba satisfecho por haber hallado una solución al principal problema que se les había presentado desde un principio.

Archi no parecía tener muy claro que contestar, y cuando lo hizo las palabras que utilizó le hicieron emitir amortiguado «pff» y aguantarse la carcajada que se le tenía que haber escapado.
—Tío… tienes un problema —luchó contra las comisuras de su boca para que no se curvaran y que el biomecánico no creyese que se estaba burlando, pero no era fácil—. ¿Quién te enseñó a hablar? ¿Alguna máquina, verdad? No, no me lo digas —teatralizó, logrando dejar de reír por fin—.  ¿Por qué no hablas como una persona normal? Estamos aquí tirados en medio de la nada, no en ningún laboratorio refinado del centro.

Entre tanto, Archi había terminado con el transformador y encajado de nuevo las piezas de su brazo derecho. Regresó la electricidad a este e hizo los movimientos de rigor para asegurarse de que todo estaba en su sitio. La voz del otro irrense interrumpió su comprobación cuando abría y cerraba los dedos. Lo miró desconcertado y respondió de forma tajante.
—No. Podemos hacerlo con lo que tenemos, sin alargarse fuera de los dedos ni nada, pero no te jodas las gafas. Han tenido que costar una pasta.

El irrense negó con la cabeza con cierta vigorosidad ante la queja de Cío. Para él la pérdida de las gafas era un mal menor, prácticamente irrelevante, a comparación con el hecho de tener la oportunidad de desmontar un dispositivo y realizar un trabajo más complejo con el proyecto que tenían entre manos.
—Podré repararlas en cuanto sea posible regresar a Irraria, no se quedarán inservibles —explicó, suponiendo que ese sería el motivo de preocupación de Cío y no creyendo que necesitase más explicación.

Archime había permanecido inmóvil unos segundos ante las apreciaciones completamente inesperadas para él del otro irrense acerca de su forma de hablar. Por segunda vez, la primera a cargo de Taro, alguien hacía alusión a que había algo erróneo en su manera de expresarse y emitir juicios. Abrió la boca en una ocasión como queriendo decir algo, pero volvió a cerrarla al no tener muy claro qué es lo que iba a decir y Cío continuó. Solo después de haberle respondido al otro asunto, se decidió a hablar sobre aquello.
—¿Cómo se habla como una "persona normal"? —inquirió finalmente tras fijar la mirada en él unos instantes y parpadear lentamente antes de bajar la vista para recoger los destornilladores.

La contestación de Archi lo hizo cambiar de parecer, pero no porque no creyese que era un estropicio hacerle eso a aquellas gafas, aunque fuese temporal. «Eh, si insiste ¿quién soy yo para decir que no?», aunque eso no quitaba que seguía sin entender por qué querría el otro irrense sacrificar algo por aquel proyecto.
—Bueno, haz lo que quieras. En esto eres el jefe —contestó finalmente, encogiéndose de hombros.

No sabía si tenía intención de sacarle los cables a las gafas pronto, y estaba a punto de preguntar cuándo creía que tardaría en terminar el proyecto entero. Lo detuvo la mirada que le echó Archi justo antes de hacer una pregunta inverosímil y seguir recogiendo.
—Me tomas el pelo. ¿Estás de puta coña, verdad? —la risotada que se le escapó bien podía resultar ofensiva—. Me estás diciendo que un cerebrito de tu talla no nota ninguna diferencia entre cómo habla el resto del mundo y cómo lo haces tú. —Se cruzó de brazos y miró al ingeniero con una sonrisa petulante—. Me… encantaría adquirir ese… eh… esos víveres para mi subsistencia e ingerirlos para completar mi aporte nutricional —improvisó—. ¿Me has escuchado decir algo así alguna vez?
Estaba empezando a pasárselo realmente bien con esa situación surrealista, pero a Archi no se lo veía muy cómodo. Lamentaba profundamente que no estuviesen allí Ippon o Radilo para verlo o, al menos, poder contárselo.

El biomecánico se sobresaltó internamente debido a la respuesta que recibió del otro irrense. Al principio había vuelto a mirar hacia Cío, pero de forma torpe y nerviosa volvió a dedicarse a lo que estaba haciendo como vía de escape. Por desgracia para él, no había mucho más por recoger y terminó enseguida incluso aunque recomprobase dos veces que los destornilladores se encontraban en su sitio. Se decidió a hablar aunque solo fuese por el hecho de que el silencio incómodo, tal y como su nombre indicaba, no era una opción mucho mejor.

—Nunca... No me he planteado... —empezó a explicarse atropelladamente, único signo de su nerviosismo—. Taro afirmó que debía hablar con mayor brevedad e intento llevarlo a cabo aun sin perder la precisión... Siempre he considerado que la precisión... —hizo una larga pausa y se rascó la cabeza hasta que volvió a mirar al otro irrense—. ¿En que incorrección estoy incurriendo?

A Archime no le quedaba más remedio que admitir la probabilidad de que estuviese pasando algo por alto, ya que los demás se expresaban de forma diferente a la suya. No se había preguntado por qué, ya que no se trataba de que tomase como errónea la manera de hablar del resto, ni la suya. Simplemente era diferente. Pero Cío le había dado a entender que al parecer eso no era todo y tenía genuino interés por saber en dónde radicaba el error.

Cuando sus compañeros regresaron heridos, la pelirroja se sintió culpable, pues se estaba convirtiendo en norma general, y ella aun no había participado activamente en las salidas. Asistió lo mejor que pudo a sus compañeros, haciendo todo lo posible para acomodarlos al no poder servirse de la magia para curarlos. Fue una tarde larga, al menos para ella, pero cuando llegó la noche apenas durmió, tenía la cabeza demasiado agitada.

Los siguientes días fueron bastante monótonos, apenas hubo salidas y la ulterana se mostró poco comunicativa con sus compañeros de criba. No era por nada en especial, era simplemente algo pasajero, pero aprovechó esos días para plantearse un entrenamiento mas serio, necesitaba saber defenderse para acompañar a sus compañeros y poder protegerles si se daba el caso. Noto raro a Shaco esos días, pero después de preguntarle un par de veces sin obtener respuesta, la muchacha decidió que ya lo contaría el mismo si quería hacerlo. Continuó con sus estiramientos matutinos y sus ejercicios de meditación, probando los límites de su cuerpo poco a poco, aprendiendo hasta donde podía forzar su flexibilidad para hacerse una idea de sus capacidades. En conjunto no se vio mal, pero iba a necesitar mucho trabajo, y algún arma que se adecuara a sus necesidades.

Aquella mañana había madrugado mucho y se había bajado a las mazmorras con un par de tostadas, dispuesta a salir de allí con un arma de su gusto. Había pasado unas horas entre los expositores, comprobando la resistencia, el peso y la utilidad de las numerosas armas con las que se fue topando. No sabría decir si era su gusto por la historia o la sangre guerrera de sus padres, pero el caso era que estaba fascinada con lo que había en aquellos estantes. Había mucho donde elegir, y por eso tardó tanto tiempo, pero al final se decanto por un bisento algo mas alto que ella, y con un par de katar con sus correspondientes guanteletes. Eran dos armas muy distintas, una enfocada a un combate mas destructivo en lugares espaciosos, la otra a un estilo de lucha mas rápido y letal. Quería enfocar su entrenamiento en ambas modalidades, aunque suponía que necesitaría ayuda tarde o temprano.

La pelirroja subió los escalones de dos en dos, con la ropa un tanto polvorienta y con sus armas en los brazos. No parecía acusar el peso del bisento, y se movía con normalidad con el a cuestas. La nube que levantó cuando se sacudió el exceso de polvo de la camisa la hizo estornudar con fuerza, y con los ojos ligeramente llorosos salió al patio a limpiar sus nuevas herramientas.

«Creo que se ha roto» fue lo primero que pensó al ver como Archi volvía a comprobar con nerviosismo que tenía todo en los bolsillos, evitando responder. «Si es que es igual que un autómata, la madre que lo hizo». Pero por fin arrancó a hablar. Al principio lo escuchó sin cambiar la expresión, pero cuando llegó al tema de la precisión Cío se tapó la cara con una mano, tal vez para esconder la sonrisa que se le escapaba inevitablemente o por simple desespero. La retiró lentamente, deslizándola hacia la barbilla y miró con cierta lástima al irrense «no ha tenido amigos en su puta vida».
—No es incorrecto, es… es estúpido. Pregúntale a cualquiera, no solo a Taro, y te dirán algo parecido. No creo que se pierda tanta precisión como para gastar más saliva con cada frase. Suenas pedante. Como un rarito resabido. —Había cogido bastante carrerilla con la explicación. Realmente le costó darse cuenta de que lo que decía estaba siendo ofensivo, pero cuando lo hizo ya no supo suavizarlo—. No es que diga que lo seas —«Para qué vamos a negarlo… raro eres, y pedante al hablar también» —, pero entiendes a qué me refiero, ¿no?

Haciendo sentadillas, el aprendiz se percató de la presencia de la ulterana cuando esta entró al patio. En concreto, del destello de su pelo, pues era bastante único un rojo tan intenso. Parecia bastante cargada pero no dio señales de que le molestase en absoluto. El joven ruso la siguió con la mirada pero no interrumpió su entrenamiento.

>> Oh... Que maleducado... Ve a una dama cargada y ni si quiera se ofrece a ayudar... Es verdad lo que dicen, la caballerosidad está muerta... ku ku ku
>> ¿Estás loco? Bueno, quiero decir ¿TAN?: Primero, eso me haria parecer un neckbeard de los que llevan fedora y dicen hablar del MRA. Segundo, ¿has visto la fuerza que tiene esta chica? Es como Sakura, pero menos inutil y más interesante como personaje. Además, no moriré sin antes verla con un cosplay de Granberia. ¿Que decis, avanzo ruta?

>> Go get 'em, champ

>> Ho~ra de rutas llegó~
co~ge tus heart points
y va~monos
con Keiria Knightley
Y Shaco el humano
Lo pa~saremos guay~
¡Ho-ra-de-ru-ta~s!

Entonces el aprendiz paró en sus entrenamientos y decidió acercarse todo lo casual que pudo hacia la pelirroja. Silbando incluido la cancioncilla que se acababa de inventar, rondó a la chica hasta finalmente acercarse a ver que tal.

-¡Ey!-la saludó, muy teatralmente.-¿En que andas, Barbablanca?-le dijo forzando una risa.

>> Soy idiota.

Archime volvió a permanecer largos segundos en silencio con la mirada fija en Cío mientras este hablaba y aun durante unos instantes cuando finalizó su explicación, como procesando la información que acababan de proporcionarle. Por primera vez se preocupó por su forma de hablar, nunca se había planteado el que debería expresarse de otra manera. Se mordió el labio inferior mientras desviaba la mirada hacia los laterales, completamente inseguro.

—No pretendo sonar pedante o... —se detuvo de nuevo ya que no sabía cómo decir "rarito resabido" sin emplear esas palabras, para darse cuenta de que justamente era eso lo que se le estaba recriminando—. O demostrar superioridad de modo alguno. —Se retorció ligeramente las manos con nerviosismo. La costumbre había ganado finalmente—. Yo... trataré de analizar con mayor detenimiento como habláis los demás y procuraré adquirir costumbres con el fin de evitar sonar pretencioso.

Porque eso no era lo que pretendía en ningún momento y le había desconcertado darse cuenta de que los demás podrían interpretarlo así. Era lógico, no obstante, ya que ellos empleaban un vocabulario menos amplio y variado al hablar. Desde el punto de vista de la fluidez de las conversaciones tenía sentido, solo que el biomecánico hacía muchos años que no mantenía una conversación fluida con nadie hasta que llegó a la ciudad.

De alguna manera los gestos de Archi acabaron calando por fin. Su nerviosismo, su forma de apartar la mirada y cómo se retorcía las manos. Aquello no era gracioso, tenía delante a un chico que realmente tenía dificultades para actuar normal, hablaba como si su trato con personas hubiese sido nulo hasta antes de la cosecha. «¿Eso ganan por ser sobresalientes? ¿Ser explotados desde críos?».
—Escucha, Archi —dijo dándole una palmadita en el hombro—. Gilipollas pretenciosos conocí a unos cuantos y lo eran sin necesidad de hablar de ninguna manera en especial. Ya sabemos lo que hay y lo que no eres, tú a tu ritmo. Solo suena raro y es poco práctico, pero eso es todo. Seguro que después te acaba gustando hablar como todo el mundo.

Una vez más, Archime se hallaba inquieto. No tanto esta vez por el contenido de sus palabras sino por el hecho de que una vez más no sabía cómo se sentía. Hacia demasiado tiempo desde la última vez que se había encontrado en una situación similar, con alguien interesándose por él mismo sin ser por motivos estrictamente de trabajo o para solicitarle ayuda con cualquier materia de su dominio. Lo más parecido a ello era cuando Sorrina se aseguraba de que se acostaba y comía con regularidad, pero la irrense tenía un horario ajustado ya que no se ocupaba tan solo de adecentar el taller del ingeniero sino de muchos otros lugares.

No es que fuese la primera vez que alguno de sus compañeros cosechados mostrase preocupación por él. Lo habían hecho en numerosas ocasiones cuando su salud o su vida peligraba. Pero eso era lógico y no había chocado con la concepción del biomecánico en ningún momento, ya que el valor de una vida era incuestionable. Eran aquellas otras cuestiones más mundanas las que resultaban indescifrables par el ingeniero. Por ello, en esta ocasión no supo qué añadir y asintió a Cío mientras miraba hacia otro lado.

Permaneció unos breves segundos pensando qué debería hacer a continuación, probablemente continuar con el grimorio, cuando este pesamiento le recordó que todavía necesitaba solicitar la ayuda de alguien. Titubeó unos instantes en los que observó de reojo al otro irrense, como sopesando si realizar o no la petición.
—A propósito, Cío —comenzó por fin—. He estado llevando a cabo prácticas con el sortilegio de levitación con el fin de poder emplearlo eficazmente en situaciones de riesgo tales como el suceso en la bahía de los naufragios. Necesito la colaboración de otra persona que se preste a que la hechice al mismo tiempo que yo mismo hago uso de dicho sortilegio, con el fin de... Considero que será una práctica de utilidad.
Se había dado cuenta de que no había intentado hablar de modo más "normal" y quiso remediarlo antes de finalizar. Con resultados que podrían clasificarse de nulos e incluso catastróficos.

Archi ya se había quedado en silencio, no parecía ir a ningún lado, así que seguramente seguiría trabajando en el estudio. Por eso decidió que era el momento de retirarse y dio un paso atrás, pero detuvo su retirada al darle la impresión de que el biomecánico quería añadir algo más. Y así fue. La levitación no le era desconocida, y de hecho aquella era una oportunidad idónea para probarla gratuitamente.
—Claro, cuando quieras —respondió despreocupadamente—. Te hago traspasos si necesitas, también. —A aquellas alturas le daba completamente igual entregar su energía, convencido de que por algún motivo él solo podía canalizarla si era para regalo. Le dolía todavía en el alma, pero se había vuelto muy pesimista al respecto—. Pero… Oye, ya que hablamos de magia, estaba pensando en pedirle a alguien un favor… Sé que no es muy difícil, así que si te paso yo la energía ¿podías calentarme la puñetera agua de la bañera? Estoy hasta los huevos de sentir que me revuelco en un glaciar, ¿sabes? —la desesperación de su voz pretendía ser fingida, pero lo cierto era que aquel tema sí le traía un poco de cabeza.