Torreón Maciel (Archivo V)

Recuerdo del primer mensaje :

El único que comentó fue el insectoide, mientras que tan solo se ganó las miradas reprobatorias de los demás. No tardó en contestar al clinger.
-Quizás no será agilidad en tu planeta, Kamen Rider. Pero en mi planeta la agilidad es lo que te permite, por ejemplo, minimizar el daño de una caida, el accionar ciertos aparatos, abrir algunos temas de conversacion o el poder cargar con más o menos peso... Eso solo en ocasiones, claro que luego está la fuerza.-meditó unos instantes.- Luego tambien, a veces, el tener agilidad, implica que puedes potenciar tu velocidad, pero solo si no sabes decir otra palabra que el nombre de tu especie... Es un concepto bastante raro...-
Tanto Lara Croft como el clon de geonosiano tuvieron una breve discusión sobre que camino tomar. Aunque le doliera, el clinger tenia razón sobre el tema, pero la propuesta de Lara Croft era ampliamente más interesante y divertida. No vaciló en aquella ocasion y tomó la inciativa, mientras todavia tenian la discusión reciente.
El joven ruso abrió el camino del grupo. Aunque el insecto alienigena habia desbaratado sus planes la otra vez, él ya sabia a donde se dirigian y el guiar al grupo no le costó mucho, sobretodo teniendo en cuenta que en cuanto se habia callado, todos habian decidido unanimemente pasar de él.

-Estupidos Heart Ratings...-dijo en voz baja, al comprobar lo bajos que estaban. La tabla se extendia en siete columnas y, más abajo de cada una, una cara simpática dibujada que representaba a cada uno de los miembros del grupo. Justo debajo de esta, habia un número. Las columnas se llenaban de corazoncitos palpitantes dependiendo de este y, en estos momentos el número en todos era cero o cercano a este.

>> ¿Por que no me quieren? Soy adorable hasta el estandar de adorabilidad mortal -3-
>> Parece que va a llevarte un tiempo el entender el porque.

Pronto logró vislumbrar, en la lejania, el que era su objetivo actual, a donde les estaba llevando. Era un lugar algo desolado y tétrico. El último piso parecia estar construido con huesos de algun animal gigantesco. Aquello le dio un escalofrío. Unos olores le llegaron a la nariz. Una mezcla de olores que no podia distinguir unos de otros, pero que no olia igual que el resto de la ciudad. Algo perplejo, se fijó en las múltiples aves que sobrevolaban el torreón.
-Hay un nido de pajarracos.-les señaló, para indicarles que la cantidad de aves que iban y venian al torreón no era normal. Un mal presentimiento se acogió dentro de él. No le gustaban los pájaros negros.

Atravesaron los muros, franquearon el portón roto y finalmente llegaron a la puerta. Por el patio, habia huesos enormes repartidos. Algo le decia que fuera lo que fuera que hubiera pasado en aquel lugar años atrás, habria merecido más de una historia buena y graciosa. Se apoyó en la puerta de la entrada, como para intentar forzarla de alguna manera, para descubrir que en verdad estaba abierta. La pesada puerta se abrio con un chirrido y les abrio al que seria su nuevo hogar durante los próximos meses.
El joven atravesó el umbral con la mandibula colgándole y una expresión de pasmo increible, al contemplar lo que contenia la primera sala. Casi sin pararse a respirar, agarró las escaleras de caracol e intentó escalar de ellas, extasiado por aquel lugar. El metal rechinó y le hizo quedarse congelado con un pie sobre la barandilla. Quizás no seria muy sabio subir las escaleras del modo divertido. Lentamente, bajó el pie y subió las escaleras, al principio con un poco de duda pero luego aceleró el paso, hasta que se convirtió en una carrera, otro juego más.
Se paseó por la segunda planta, explorándolo todo, las camas y el escritorio con la silla a toda velocidad, emocionado por descubrir aquel lugar, dejó escapar una risilla divertida. Corrió de vuelta por las escaleras y llamó a los demás por la escalera para que subieran tambien para, a continuación, volver a retomar la subida por las escaleras como un crio que iba a abrir sus regalos de navidad.
Llego al tercer piso y no pudo hacer otra cosa que dar saltitos y retozar de felicidad. Aquella parecia ser un piso dedicado a entrenamiento. Asi que dedujo que pensaban, como mínimo, darles las herramientas para entrenar. Feliz, no tardó mucho en explorar el resto de aquel piso, porque de verdad tenia ganas de subir a la cuarta y última planta.
Cuando llegó, vio lo que esperaba ver. Infinitud de pájaros negros apuntando sus pares de ojos hacia el enclenque joven, intentando analizarle para saber si era una amenaza. Dejó escapar un grito ahogado de una mezcla de sorpresa y terror para entonces retroceder sobre sus pasos.
Bajó las escaleras, positivamente más feliz de poder alejarse de aquella cuarta planta cuanto antes y avisó a todos los que encontró que no debian acercarse a la cuarta planta, para luego describirles lo que vio.
Finalmente, de nuevo en la planta baja, se giró hacia los que estaban ahí presentes.
-¡Tenemos camas y un piso de entrenamiento! ¡Y hasta puede que un remake malillo de una peli de las de Hitchcock! ¿Habeis encontrado algo interesante por aquí abajo?-

- Sé caer. Es parte de las disciplinas de lucha.- dijo Ri, después de que Taro hubiera terminado de hablar. La sinhadre miró al muro.- y supongo que puedo intentar trepar.
Le dedicó una sonrisa de disculpa, que venía a significar “No soy tan torpe”. Se agarró a los salientes que encontró y subió junto a Shaco. Había sido más lenta que ellos, pero sería cuestión de práctica. Le preocupaba más lo que harían una vez arriba.

Archime fue testigo silencioso del resto de la conversación, tan solo asintiendo levemente a las palabras dirigidas expresamente a él, pero no dudó en bajar tras Cío cuando este mencionó la comida. Aun no había desayunado y lo cierto era que su estómago ya empezaba a protestar.

Tras el abundante desayuno, ya que desde que había comenzado con las prácticas de magia su cuerpo demandaba aun más energía de la habitual, el irrense se preparó para el baño. Debido a las características de su especie no necesitaban bañarse con demasiada frecuencia, pero el biomecánico lo hacía una vez por semana el mismo día y a la misma hora, costumbre que no había variado desde que se encontraba en la ciudad. Aunque se habían tenido que bañar con agua fría hasta ahora y la primera vez le había costado reunir mucha fuerza de voluntad para introducirse en aquel recipiente destinado a la higiene tan rudimentario lleno de agua a una temperatura inclemente, hubiera sido incapaz de saltarse aquella rutina o de posponerla.

En esta ocasión, sin embargo, el baño no se iba a llevar a cabo de la misma forma que en las anteriores. Con el fin de practicar adecuadamente el hechizo de levitación, Archime hizo levitar los cubos llenos de agua desde el pozo hasta el baño evitando que se derramase una sola gota y ahorrándose el esfuerzo considerable que le suponía a alguien tan flojo como él el hecho de cargar con ellos. Así mismo, el agua estuvo a una temperatura agradable tras aplicar sobre su superficie el hechizo térmico y comprobando así su eficacia tanto en sólidos como en líquidos.

Sin embargo, aunque se tratase del primer baño caliente del ingeniero desde que estaba en la ciudad, era posible que también fuese el último. Ya había probado el hechizo de limpieza con su bata y sus ropas primigenias, le había bastado con observar a Lara 37 conjurándolo en varias ocasiones para ser capaz de realizarlo sin más práctica que el análisis de su procedimiento. Así pues, días atrás las manchas de sangre de su bata por fin se habían desvanecido por completo.

Lo que todavía no había podido solventar eran los desgarrones. Supuso que existiendo hechizos como el de limpieza, no sería descabellado que se hubieran compuesto más sortilegios con fines principalmente domésticos como aquel, pues Archime estaba convencido de que el atraso tecnológico en aquel lugar se compensaba con el uso de la magia. No parecía haber rastro en el grimorio que había extraído de la biblioteca, sin embargo, de un hechizo con tal naturaleza, pero todavía tenía que revisar aquel perteneciente a Shaco.

Una vez limpio y vestido de nuevo, Archime se dirigió al estudio con el propósito de comenzar a plasmar en su ordenador el esquema que se había formado en su mente durante la conversación con Cío y anotar los materiales que necesitaban.

-Ya- Taro se cruzó de brazos poco convencido. En las salidas con Renen una expresión similar a "venga, hombre, que no soy tan torpe" solía ser el preámbulo inmediato a una hostia especialmente espectacular, pero allá ella.
El accidente que había dado lugar a la muerte de su amigo había tenido lugar poco menos de un año antes, y el carabés aún lo tenía muy presente. No las tenía todas consigo cuando había accedido a enseñar a una novata, y esa era una de las razones por las que había preferido que viniera Shaco también.

Siguió a los otros dos al primer nivel del edificio, el suelo del primer piso. Había columnas y vigas horizontales que unían los sectores derruidos, por lo que había bastantes recursos con los que maniobrar. Sin embargo no podría dar ejemplos y hablar al mismo tiempo, por lo que llamó la atención del ruso.
-Échame una mano, anda. ¿Por dónde ves que podemos empezar?

Para cuando alcanzó el primer piso, se giró, mirando por la esquina de su ojo como los otros dos no subian y seguian hablando brevemente entre ellos antes de poner a seguirle, primero ella, luego él. El aprendiz hizo un puchero y se sentó al borde de aquel piso, esperando a que les alcanzasen los otros dos. Aunque Taro habia perdido, no hizo ningun comentario o broma sutil al respecto, sobretodo cuando este arrojó todo el peso de la clase encima del ruso que soltó una risilla nerviosa.
Él todo lo que controlaba sobre moverse de edificios era casi por instinto. Desde pequeño se movia por cables tendidos, saltaba de balcón a balcón y a veces se atrevia a hacer saltos de fé que tan solo le ganaban semanas en el hospital. Se rascó la nuca, nervioso, y, dirigiendose a la albina, habló.
-Bueno podriamos...-comenzó diciendo, sus ojos rodaron lentamente hacia los de Taro.

>> I HAV NO AIDIA

-... Estas en forma, eso es ya un avance pero... ¿cuan flexible eres?-
Avistó una columna que se habia partido en dos en mitad de aquel edifcio. No le costó mucho dar un salto y medio trepar por esta hasta alcanzar la punta quebrada y quedarse colgando de ella. Mientras hablaba, se retorcia y pataleaba, como si fuera parte de algún juego.-A veces mientras tengas un buen sentido del equilibrio y seas de goma, puedes ir improvisando...-dicho esto, se dobló sobre si mismo hasta poner los pies sobre la punta quebrada tambien e, impulsandose, se quedó en la cima, sentado de cuclillas como solia hacer, con los brazos apoyados en las piernas. Otra risilla nerviosa se escapó de sus labios y continuó hablando.-Yo pienso en el momento cada cosa, no planeo nada...-y entonces se quedó pensativo unos instantes, por si podia decir algo más relevante para la "clase".
-Ya creo que el resto seria experiencia sobre el terreno.-
Finalmente, y de un salto sus pies se encontraron con el suelo del piso al aterrizar y se acercó de nuevo hacia los dos brindando una sonrisa de oreja a oreja.
-Podemos practicar saltos largos, escaladas escarpadas, caidas grandes (sobretodo a saber como amortiguar esta) y... creo que ya seria práctica práctica y más práctica...-
Y dicho esto, le volvió a pasar la bola al carabés, para que fuera él quien decidiera por que empezar.

Dio un par de pasos de prueba, sopesando las palabras de Shaco. Las alturas no estaban entre los miedos de la albina, su única preocupación era no ver algún detalle importante y caerse por un descuido. Tenía la base física por la que estaba preguntando el humano, aunque no estaba segura de si lo que pedía era una demostración. Se volvió hacia Taro insquisitiva. ¿Sería “práctica” su único consejo también? No era lo que había esperado, pero de una forma u otra, la presencia de los dos chicos la tranquilizaba; no era lo mismo probar por su cuenta que contar con supervisión. Si pasaba cualquier cosa, creía que podrían echarle una mano.

Lara agradeció el tiempo que estuvo en el patio, a sabiendas de que era lo más parecido a estar al aire libre —y a salvo—sin salir del torreón. Era algo que siempre la había relajado, de hecho, el día que vino a la ciudad la habían pillado en uno de sus paseos. Y, aunque aquí el aire no soplaba tanto, Lara ya era consciente de que su molinillo no iba a girar mucho, lo poco que se había filtrado entre su pelaje sirvió para despertarla. Así, despejada, decidió que era un buen momento para asaltar a Archi y continuar con su tarea para hoy: acabar de poner nombre y dígito a sus niños.

Encontró al irrense en el estudio y se sentó al lado de él, con dos de sus pequeños dormidos entre sus brazos.

—Oye, Archi, ¿recuerdas que estos días estuve preguntando por nombres y cifras?—utilizó la pregunta como base para lo que iba a pedir después, pues ahora que conocía bien a Archi y sabía que no era tonto en absoluto, no quería que él pensara que la subnormal era ella—. Pues verás, me gustaría saber cuál es tu número de la suerte. Estoy poniéndole nombre ya a los pequeños y bueno, eso…—no supo cómo ni por qué, pero se había trabado a sí misma. Así que decidió continuar hablando para salir del paso—. Esta de aquí tiene nombre irrense, Rica—dijo señalándole a una pequeña, de piel verde pistacho—. De los cinco, es la que está siempre más abstraída y me recordaba un poco a vosotros—se explicó—. Es también la que más por saco da con los pañales, pero eso es otra historia.

>>Y este—señaló al segundo de los que tenía fuera, uno con los pelos más cortitos y de un tono gris oscuro—, este se llamará Zaende. Lo he acortado de uno de los nombres sinhadres, Zaendela es bonito, pero demasiado largo para mi gusto. Y aquí mi opinión vale más que la jerarquía de otros mundos. Claro que quiero que mis hijos sean poderosos en el futuro, cualquier madre querría eso, pero no quiero que lo sean por tener un nombre largo, sino porque les he sabido dar lo que se merecen—calló unos segundos, dedicados a sus pensamientos internos, y continuó con su cháchara—. El resto de nombres aún no los tengo claros, y me faltan los dígitos también, pero creo que esta noche acabo con esto.

Dedicó un par de segundos a rascarles la barriguita a los dormilones y ver la cara de alegría que ponían mientras soñaban. Se los acerco a la cara, les dio un beso en la frente y los guardó en su marsupio.

—¿No te parecen la cosa más bonita del mundo?—era, por supuesto, una pregunta retórica. La respuesta no podía ser otra cosa que un sí rotundo.

Archime observó de reojo la llegada de Lara 37 cuando se sentó a su lado pero sin dejar de continuar elaborando el esquema en la pantalla holográfica. Escuchó la petición de la ordesa mientas seguía trabajando. <<¿Número de la suerte?>>, se preguntó cuando la madre le solicitó que dijera el suyo. Sabía que existía gente que tenía algunas supersticiones respecto a números y había visto a Lara 37 utilizar dados para tomar decisiones. Y por supuesto, la propia cifra en el nombre de la ordesa. En ello pensaba mientras había desviado su atención de la pantalla para observar con curiosidad a las crías que su interlocutora tenía en brazos.
—No empleo el concepto de "número de la suerte" como tal, pero normalmente me siento más cómodo si las indicaciones numéricas muestran un número par o múltiplo de cinco —le informó a la ordesa continuando con un silencio prolongando, el cual fue el empleado para sopesar si le compensaba solicitar información directamente o no—. Lara 37, ¿cuál el motivo de la inclusión de cifras en los nombres ordeses? —terminó inquiriendo, al considerar que no disponía de datos suficientes como para elaborar una hipótesis precisa—. A propósito, tal vez te interese saber que los nombres irrenses que te proporcionó Cío se emplean principalmente en mascotas —añadió mientras ya volvía a sumergir el hocico en la pantalla, pero prestando oído a la ordesa.

—El cinco es un número bonito—reconoció Lara. La pregunta del irrense la dejó descolocada. NI ella misma sabía por qué se ponían números en el propio nombre—. Es… Cómo decirlo… Una tradición.  Alguien decidió darle a su hijo su número de la suerte como parte del nombre, seguramente, y tuvo una mayor repercusión de la que cabría esperarse. En la actualidad se usa también para reconocer a los miembros de las familias feudales. Ellos tienen unos números fijos. Por ejemplo, si yo fuera Lara 420 la gente sabría que pertenezco al Feudo de los Putos, no sé si me explico…

Lara dejó el resto en el aire y Archi volvió a hablar para su sorpresa. Cuando le reveló que Cio le había dado nombres de mascotas, la ordesa no se sorprendió realmente, pero frunció el ceño brevemente.

—Cio se está ganando un capón—dijo divertida, antes de añadir con más seriedad—: En realidad me da un poco igual. En Ordesta hay monos con nombres bonitos, eso de catalogarlos es una tontería. Rica… No, Rica 5, sí, se queda como está. Aunque lo de darle un capón al otro me tienta de verdad—rió.

>>Por cierto… ¿Sabes que les encanta que les cante el hechizo de protección básica para dormir?—como la mayoría de las madres, a veces Lara se volvía monotemática sin darse cuenta—. No sé si debería aprender otro cantándoles más nanas o seguir con este, que parece que les gusta…—torció el gesto brevemente y añadió—. ¿Y tú qué? ¿Has descubierto algo mágico e interesante esta mañana?

En la cocina se limitó a sacar alimentos al azar que no requiriesen preparación alguna, entre ellos un bollo, aunque ya empezaban a aburrirle. Compartió la comida con Archi hasta que este se fue para prepararse un baño. Le vio subir cubos de agua que levitaban mientras todavía masticaba, y siguió sus movimientos con una mirada de envidia que no hacía nada por disimular. Cuando terminó y recogió los bártulos, se encontró en una disyuntiva. Si se quedaba dentro, se aburría; si salía al patio, tenía que escuchar a lo lejos las lecciones “de andar por los tejados”. Era otra de las cosas que sencillamente no podía hacer, igual que la magia, y no por falta de ganas. Al final soltó un gruñido y se espatarró en el sofá, poniendo la música bastante alta y quedándose embobado mirando al infinito.

Se quedó traspuesto un tiempo, no demasiado, aunque no supo cuánto. Al despertarse estaba atontado y se encontraba solo en la planta baja. Mientras subía las escaleras silenció la música, justo para escuchar la voz de Lara diciendo que le tentaba dar un capón a alguien. La puerta del estudio estaba entreabierta y asomó curioso la cabeza por el hueco, justo cuando se pusieron a hablar de hechizos. Le tentó retirarse sin llamar la atención, pero en vez de eso se le escapó un comentario al escuchar lo que usaba Lara por nanas.
—Ten cuidado con lo que cantas, mujer, que cualquier día les prendes fuego —bromeó.

Archime atendió a la explicación de Lara 37, deduciendo de sus palabras junto con los datos que había recopilado analizando el comportamiento habitual de la madre, que por algún motivo el concepto de "suerte" se había arraigado en la sociedad ordesa, convirtiéndose en un fenómeno base en su estructura social de alguna manera. De igual forma también parecían integrar aquella estructura los feudos a los que se había referido en su discurso, suponiendo que a lo largo del tiempo, y tomando en cuenta la reseñabilidad deducible que suponían en la sociedad ordesa, los números probablemente representarían cierto estatus o prestigio en cuanto a que si tu nombre contenía una cifra concreta contaba o no con un significado en virtud de escalafón social.

No hizo ningún comentario acerca de sus apreciaciones sobre el engaño de Cío, pero centró toda su atención en la conversación de nuevo cuando Lara 37 comenzó a hablar de magia. Estaba a punto de decir algo cuando el anteriormente citado irrense irrumpió en la estancia y su comentario no distó mucho de la apreciación que iba a realizar el propio biomecánico. Salvo que con una variación en las palabras escogidas consecuentemente notable.
—Cío tiene razón aludiendo a la peligrosidad de dicha práctica, considero que no conocemos con toda la profundidad necesaria el funcionamiento de la magia como para correr esa clase de riesgos —añadió de todas formas porque veía necesario disuadir a la ordesa de continuar con la acción que había descrito—. Por otra parte y respondiendo a tu pregunta, Lara 37, creo poder afirmar que con la información consultiva disponible he llegado a un punto muerto. Me gustaría solventar dicha eventualidad con una nueva visita a la biblioteca.

Lara miró de reojo primero a Cio y luego a Archi.

—¿Acaso sois vosotros mis padres?—el tono dejaba claro que estaba de coña—. Solo les cantaba hechizos de protección, lo último que quiero es incendiarlos. Pero aun así procuraré no hacerlo, por precaución…—se excusó y agachó un poco la cabeza. Llevaban razón en que no era lo más responsable que podía hacer—. Y Archi, me apunto a la visita a la biblioteca, que soy de los pocos que no tiene libro y eso no puede ser.  

Seguidamente se volvió hacia Cio, con actitud divertida.

—¿Sabes? He decidido llamar Rica a uno de los bebés, Rica 5. Es el nombre más bonito de los que me aconsejaste ¿Tienes algún familiar que se llame así? ¿Tu tía, tu madre… ?—el tono era pura curiosidad, camuflando buenamente la mofa que vendría—. ¿O algún animal de compañía?—acabó inquiriendo.

Archi le dio la razón, pero usando sus propias y particulares palabras, y la ordesa prácticamente se excusó, aunque fuese informalmente. Desde luego, él no había pretendido que respondiese de ese modo, pero las actitudes que tomaba Lara siempre lo llevaban a pensar que, a pesar de tener hijos, ella no era adulta. Le resultaba evidente que no podía hacerse cargo sola de aquella responsabilidad, aunque no fuese tampoco una mala madre. Los otros dos ya habían empezado a hablar de la visita a la biblioteca, y eso le obligó a cambiar el rumbo de sus pensamientos. Ya había escogido libro, pero no le importaría volver, porque todavía quedaban miles de libros por hojear. «Supongo que iré con ellos». Dudaba entre perderse entre las estanterías de cualquier temática o buscar el porqué de su inutilidad para la magia. Fuese lo que fuese, no sería un paseo en vano.

Lara se había vuelto hacia él, y no entendía a qué venía la expresión de su cara. «Hostia, que ha cogido uno de los nombres» pensó, divertido pero ligeramente arrepentido. Estaba a punto de advertir a la ordesa de su broma –Cío pensaba que ignoraría los nombres que le diese precisamente él– cuando se dio cuenta de que el tono de sus palabras dejaba entrever algo. Cuando preguntó por el animal de compañía él soltó una pequeña risotada en respuesta.
—Era una tarántula —confesó—. Pensé que no ibas a usarlos, iba a avisarte si lo hacías —explicó encogiéndose de hombros, pero sin perder la sonrisa—. Va, podemos decirte nombres mejores si quieres.
Se preguntaba quién se habría chivado, aunque realmente le daba igual. «Tal vez lo de la colleja iba por mí» pensó dirigiéndole una mirada inquisitiva a Archi.

Taro tuvo que morderse el interior de los carrillos para no reír al interceptar la mirada de Shaco. Pasarse la pelota mutuamente no iba a llevarles a ningún lado, pero por suerte el ruso empezó a hablar antes de que la cosa se hiciera demasiado evidente.

Él tampoco había aprendido de una manera más estructurada y se encogió de hombros ante la mirada inquisitiva de Ri. Aquello consistía en usar tanto el cuerpo como el entorno para sortear obstáculos, y partiendo con cierta ventaja respecto a lo primero, a la sinhadre le quedaba relacionar ambas cosas.
-Podemos empezar por ahí y vas viendo qué movimientos te vienen mejor -repuso-. A ver, prueba a intentar escalar la misma columna que él hasta donde puedas, y corregimos sobre la marcha- recordó algo entonces-. Y la próxima vez deberías ponerte zapatos. Descalza no te agarras bien a algunos sitios.
Pasó un lapso de tiempo indefinido mientras tenían lugar las prácticas. No estaban a demasiada altura y cuando había realmente riesgo de una caída fea Taro no se quedaba tranquilo si no bajaba con disimulo a nivel del suelo para poder hacer algo a tiempo. Sin embargo a medida que pasaba el tiempo fue reluctantemente deshaciéndose de aquella vaga sensación de ansiedad. En ocasiones era Taro el que ilustraba algún movimiento, y otras veces era Shaco el que lo hacía mientras el carabés señalaba algo que valía la pena destacarle a la sinhadre para practicarlo o corregir movimientos anteriores.

-Tengo hambre- dijo Taro sin tapujos en cierto momento. Había desayunado fuerte antes de buscar a Shaco por el torreón, pero el ejercicio le había quemado más calorías de lo habitual y lo que debería ser un antojo insistente ahora era decididamente una urgencia-. ¿Qué, volvemos dentro?

Lara sonrió al ver que las intenciones del chico eran parecidas a las que habrían sido las suyas en una situación similar.

—Tranquilo, Cio, si yo habría hecho igual que tú—confesó esta vez ella—. Pero el nombre de Rica me gustó de verdad y creo que se lo voy a dejar. Estamos en un sitio diferente, así que las normas sobre nombres para niños también pueden serlo. ¿Quieres ver a la afortunada?—Lara no esperó su respuesta y sacó al bebé de pelaje color pistacho. Y como tampoco tenía muchos problemas con su dignidad, comenzó a hacerle carantoñas, impostando la voz y haciendo sonidos agudos—. ¿Quién es la niña más guapa de esta torre, eh? ¿Quién es? ¡Añañañañay!—acercó a la pequeña a su cara y frotó su nariz contra la suya.

La pequeña bostezó, recién despertada por su madre.

—Bueno qué—añadió, calmados sus instintos maternales—, ¿lo de la biblioteca para cuándo?

Anriel se dedicó a imitar y corregir el resto del tiempo, sin hacer ningun comentario al respecto. Se descolgó hacia el suelo antes de contestar al carabés.
- Sí, gracias por todo. También a ti, Shaco.- dijo al humano, que acababa de descender. Antes de llegar a la puerta del torreón añadió una cosa más:- Esto... Taro, en Sinhdro siempre vamos descalzos. También en el bosque o si trepamos árboles. - se quedó callada un momento con incomodidad, y decidió que quizás era necesaria una explicación más larga- Los zapatos son para cosas como las nieves de los picos, el frío, en general. Yo nunca he llegado a calzarlos.

Sin previo aviso la cabeza de Xalkoth apareció apoyada sobre el hombro de Lara.
-¿Alguien ha dicho... salir?-

Después de que Archi lograra soldar el hueso definitivamente, la felicidad del clinger ante la confirmación de que no habría secuelas había sido tal que de milagro no explotó allí mismo. Para él era como si acabara de recuperarse de algo que podría haber sido mortal. De hecho, en su mundo lo habría sido. 

Olvidándose de la existencia del resto del universo lo primero que había hecho era ponerse a trepar. Paredes, techo... nada se salvó de ser pisoteado por el insecto y su recién recuperada movilidad.
Lo siguiente que probó fueron sus habilidades en combate. Descubrió, para su desgracia, que en el tiempo que llevaba sin practicar se había atocinado, no mucho, pero lo suficiente como para que no estuviera satisfecho con los resultados.
Entrenó hasta que consideró que había recuperado todo el tiempo perdido esos días, que vino a ser hasta que el entrenamiento le pareció aburrido. Luego volvió al interior a tiempo para escuchar lo de salir.

-¿Y bien?- Dijo mirando alternativamente a uno o a otro sin despegarse del hombro en el que estaba apoyado, mientras una felicidad infinita se veía en su cara. -¿Cuando vamos a salir?-

Archime, tras haber asentido a la ordesa cuando le respondió a su petición de volver a la biblioteca, continuó con lo suyo mientras asistía de oyente al intercambio entre Cío y Lara 37. Tan solo apartó la vista de la pantalla cuando primero la ordesa y después la cabeza de Xalkoth que apareció de improvisto inquirieron acerca de la realización de la visita propuesta. Archime quería ir ese mismo día, cuanto antes, pero no sabía cómo decirlo. Se subió las gafas y se rascó ligeramente la cabeza, con cierto nerviosismo, antes de decidirse a hablar.
—En cuanto resulte conveniente —dijo finalmente.