Calles

Su pequeña victoria no duró mucho, al girar una esquina se toparon con algo que podía haber salido perfectamente de una de las peores pesadillas de la frivy. Más aún cuando empezó a hablar.

La primera reacción de Twixy's al verlo fue ponerse en guardia, calculando qué hechizos tenía a su alcance, cuanto tardaría en formularlos y donde podría lanzarlos para que fuesen más efectivos, mientras sujetaba con firmeza su lanza y su escudo. Según fue comprendiendo lo que el trasgo decía, su entereza se fue al traste.

El cerebro de Twix luchaba por echar tierra sobre los pensamientos e ideas que iban surgiendo en su cabeza. Protecciones desesperadas que cada vez surtían menos efecto. Aquel monstruo horrible era en lo que se iban a convertir, estaba viendo su futuro frente a ella, y la certeza de que no podía huir de él. Se mordió el labio con fuerza, sintiendo un nudo en la garganta. Estaba aguantando las lágrimas como buenamente podía, pues no quería echarse a llorar delante de aquella cosa. Aún así, su miedo era palpable. Bajó la lanza, y habló:

-¿Qué pretendes con todo esto?- su voz era un susurro irregular, quebrado por la angustia.

Samika frunció el ceño al escuchar aquella voz, el tono en el que lo decía, no necesitaba verlo ni tener su confirmación para saber que era un habitante. Reconocería la voz de sus compañeros de cosecha, fuese de Maciel o no, y esa voz no era de ninguno. Ni la forma de hablarles tampoco.

Entendió que Kires quisiera irse, estaban todos un poco quemados ya con los habitantes de la ciudad y aquella necesidad de restregarles por la cara lo inferiores que eran, o lo que les esperaban con la llegada de la luna. Pero al contrario de Kires, ella se quedo quieta, interesada en saber las respuestas las preguntas de Ergot. Se arrepintió de oírlas, porque era una confirmación de alguien que había vivido lo que ellos vivirían y eso significaba que era real, que no había ninguna forma de escape, ni de evitarlo. Bastel era apenas un borrón frente a sus ojos y tal vez por eso, para ella, sus palabras tenían MAS peso que para el resto, que podían ver con total claridad cual seria el futuro que se les avecinaba. Aunque Samika no sabia que era peor, si dejar su imaginación volar a las peores situaciones o simplemente ver la realidad. Ninguna de las dos cosas le convencía.

Que encima dijera que solo estarían seguros mientras esa luna no llegara, seguros relativamente claro, no era muy tranquilizador. Básicamente era como decirles que podían acabar asesinados sin mas la noche de esa luna roja; tras haber sufrido toda una estúpida cosecha sobreviviendo, transformarse en vete tu a saber. ¿Sobrevivir una cosecha entera para que luego pudiera venir quien le diera la gana y poder matarles tras la luna y no recibir castigo? Eso era una gran putada.

Sobretodo porque lo veía como una gran posibilidad, mas si tenia en cuenta lo que había ocurrido con el cabeza en llamas y Dama Poda, que habían tenido contacto con ellos y atacado, directa e indirectamente de forma respectiva, cuando aun estaba en la zona "protegida". Si eso era así, nadie le decía que el primero de los dos no viniera en la luna para cobrarles aquel ataque, el o cualquiera, y a aquello le ponía de los nervios.

-¿Intentas asustarnos?- pregunto Samika a su vez dirigiéndole una fija mirada a Bastel, realmente confusa por sus intenciones- ¿O solo avisarnos que la luna va a llegar, nos va a transformar en monstruos y nos vamos joder, nos guste o no? - añadió, sin alzar la voz, ni tan siquiera ser hostil tan solo intrigada por sus intenciones al hablarles. Es mas estaba bastante tranquila, pues el miedo, la incertidumbre, el fastidio, lo llevaba por dentro. Que parecía que la gente de ese lugar no solo tenia un inquietante sentido del humor, sino también un fetiche colectivo con asustar cosechados. Y Samika, a poder ser, no pensaba darles el gusto de verla así.

Ergot escuchó con atención todas y cada una de las cosas que les relataba el trasgo. Y a pesar de que Branniel estaba respondiéndole a todas sus preguntas, las respuestas eran tan enigmáticas y enrevesadas que a lo largo de su discurso el repoblador tenía más preguntas nuevas que respuestas, aun así espero hasta el final y una vez llegado este, aguardo en silencio para asimilar todo lo que les había contado. Su vista no se apartó en ningún momento del rostro que les hacía frente así que cuando clavo sus ojos en él, al acabar de hablar, el repoblador estaba preparado para devolverle la mirada.

Las reacciones de sus compañeras le sorprendieron, o más bien sus preguntas, a Ergot las intenciones del trasgo le parecían claras: responderle y tal vez, ahora después de escucharle, conocer a sus futuros vecinos. El repoblador tenía una ligera idea de porque estaban así la frivy y la humana, claramente las palabras y las cosas que contaba la criatura asustaban e intimidaban pero Ergot no olvidaba que su encuentro había sido aparentemente del todo casual y no solo eso, aquel ciudadano de Rocavarancolia había respondido a sus preguntas sin obligación a ello, podría haberle ignorado olímpicamente pero no lo había hecho. Y eso el repoblador lo agradecía y se lo hizo saber.

-Gracias por responder a mis preguntas, pero ahora necesito más respuestas.- El recuerdo de las preguntas de Twixy’s y Samika estaba presente cuando continuo: -No sé si solo quieres asustarnos o si tienes otras razones para estar aquí. Y te creo cuando dices que nos convertiremos en "hijos" de esta ciudad cuando… cambiemos… pero necesito saber.-

Vacilo antes de seguir, dudoso de si lo que estaba a punto de decir era una tontería o una verdad como un templo:-¿La emisaria es la única estrella que brilla en el cielo? ¿Y qué otras señales hay? ¿En qué nos vamos a transformar? Y no entiendo lo último que has dicho ¿a qué te refieres con que es distinta?…- Su voz estaba agitada y su habla era rápido, la confusión y los nervios por lo que se les venía encima empezaba a hacerle mella. Justo cuando pensó haber acabado con los enigmas una idea le atravesó la mente, necesitaba saber que era la luna roja realmente, pero no estaba seguro de que fuese lo más adecuado en aquella situación, por lo que su voz se volvió casi un susurro aunque perfectamente audible a pesar de ello:

-¿Qué eras… como eras antes de transformarte en “esto”?

Bran y Hal

—Nada, el encuentro ha sido fortuito —mintió, de forma completamente convincente—. Aunque no puedo decir que lamente el encuentro. Siempre es interesante ver a los cosechados cuando todavía no revelan su auténtica naturaleza.

Hal estaba en medio del grupo, callado y con la bufanda tapándole media cara. Ahora estaba moderadamente convencido de que no iban a morir... o no a manos de aquel ser. Sin embargo no pudo dejar de escanear los alrededores. Aquello seguía siendo Rocavarancolia, y bien era posible que algún ser les atacara aprovechando la distracción.

—Las señales las iréis descubriendo conforme aparezcan. Ya habéis visto la primera, la Emisaria, esa estrella solitaria que brilla en las alturas. En los próximos dáis aparecerán más —declaró, paseando la mirada por todo el grupo—. Cada noche habrá más. Anunciando el fin de la criba. Anunciando la cercanía de nuestra bendita madre —levantó uno de sus brazos, hacia el cielo, hacia la nada, y luego lo fue bajando—: la Luna Roja.

La penúltima pregunta del repoblador hizo que Bran sonriera con cierto humor. Allí estaba aquel bichito: impaciente por saber qué pasaría tras la Luna. Sin entender que, en aquel momento, en lo que debían pensar era en lo que podía pasarle antes de que llegara el astro que realmente gobernaba Rocavarancolia.

—No quieras adelantarte tanto, repoblador —advirtió, mirándole a él en concreto—. No es tiempo de que sepas en qué consiste ser ciudadano de Rocavarancolia. Para eso te quedan todavía tres meses.

»En cuanto a lo que serás... Si sólo te anuncio que seréis prodigios portentosos es sencillo: no sabría qué clase de milagro concreto seréis cada uno de vosotros —volvió a mirar al grupo entero. ¿Qué poderes ocultaban? ¿En qué seres se convertirían? Bran todavía estaba poco acostumbrado a captar síntomas—. Yo soy esto que veis. Un amigo es una estatua de hielo viva. Otro tiene el poder de convertirse en cualquier ser vivo que se le antoje. Otro gobierna ciertos tipos de plantas, cualquier orden que él les dé, ellas la cumplen. Ya sea mecerlo hasta que se duerma o matar a sus enemigos. Hasta conozco a dos que fueron como tú —dijo, mirando otra vez a Ergot—. A uno la Luna lo convirtió en un poltergeist. Tiene la habilidad de poseer cualquier objeto que se le antoje. El otro es un drake. Alado, luminoso, brillante, y con grandes capacidades mágicas.

Hal sentía que iba a estallarle la cabeza. Sospechaba que en lo que aquel ser les decía había mucha paja mezclada con el grano. El dato temporal le había asombrado, dado que coincidía con sus propias cuentas. En cuanto al resto estaba tan perdido como, probablemente, el resto de sus compañeros.

—Era un chico de Nubla —Bran sonrió, contento con el atrevimiento del repoblador—. No conocéis a nadie de allí. Ni en Letargo ni en Maciel hay nublinos. Pequeños, escuálidos, débiles y de piel gris. Así es alguien de mi mundo. Y así era yo antes de recibir la bendición de la Luna Roja.

Se le cortó el aliento cuando una criatura apareció en la calle que transitaban, tan solo unos pocos metros por delante del grupo. Se pararon en seco, y el sinhadre no supo qué actitud adoptar. La simple realidad era que tenía miedo, nunca había visto una criatura como aquella, y por mucho que sus palabras fuesen las de una persona con uso de razón, su aspecto seguía siendo de monstruo. Lo único bueno es que cuanto más cuerdo pareciese, más podría confiar en que respetase las supuestas leyes de la ciudad. Ayne optó por no sacar el arma.

Quizá, y solo quizá, el rocavarancolés podía proporcionar información diferente o nueva, y aunque estaba deseando seguir a Kirés, no creía que debiesen irse. No fue el único en desear hacerle preguntas, pero según avanzaba la conversación, un ligero mareo por el exceso de información comenzó a sustituir el terror inicial. Fuera o no por las leyes, aquel monstruo no tenía intenciones hostiles, pero estaba confirmando y detallando lo dicho por la anciana, y no había escapatoria ni malinterpretación alguna. Sin embargo entendía que seguía habiendo algo más de lo que nadie quería hablarles. Con la Luna debía pasar algo más que cambiar, pero nadie parecía dispuesto a explicárselo.

Tenía que admitir que entre los cambios que enumeró había varios que no parecían nada malos, pero por el otro lado estaba él, el propio nublino.
—No paras de decir que es una bendición, ¿pero tú consideras personalmente la Luna una bendición? —No pretendía ser desafiante ni insultar el aspecto del rocavarancolés, sino que tenía verdadera curiosidad. ¿Había gente que dominaba las plantas, por ejemplo, y él se había vuelto meramente feo?

Ergot volvió a escuchar las palabras del trasgo como el sediento que encuentra un manantial en el desierto: ávidamente. El repoblador asentía de forma reflexiva por cada nueva información que le proporcionaban. Y a pesar de que no conocía de nada al rocavarancoles y no estaría dispuesto a irse con él o aceptar algo suyo, Ergot si creía todas y cada una de sus palabras, no veía que razones tenia para mentir puesto que en aquel momento eran todo menos una amenaza para el trasgo.

En cuanto se enteró del tiempo que les quedaba antes de la luna, a la pequeña planta le pareció mucho a pesar del alivio que le invadió al saber que no era un peligro inmediato. El repoblador no sabría decir si estaba contento o desilusionado por el hecho de que aquel ser no supiera en que se iba a convertir. Por otro lado, en cuanto la criatura empezó a enumerar las posibles transformaciones Ergot se sintió cohibido y maravillado, todo parecía aterrador y atrayente, aunque no entendía absolutamente nada… y ya en cuento le menciono a los repobladores no cabía en sí del interés.

Pero fue su última respuesta la que le dejo más apabullado. No era capaz de imaginarse al trasgo con un aspecto tan lastimero como el que les había descrito y ahora se preguntaba si ellos también llegarían a cambiar tanto como él.

En todo caso, la pregunta de Ayne le pareció más que adecuada al repoblador, que añadió en forma de apoyo:

-¡Si! ¿De verdad es una bendición? ¿No odias a nadie por obligarte a cambiar? ¿Eres feliz?... -Y dándose cuenta, de que volvía a hacer un mar de preguntas y que gran parte de sus compañeros tenían cara de querer salir de ahí lo antes posible, añadió rápidamente siendo víctima de los nervios por la vergüenza del haberse dejado llevar y por poner en una situación incómoda a sus compañeros: -Pero no vamos a molestarte más… Nos marcharemos enseguida, en cuanto respondas, si es que quieres responder, porque no estás obligado a ello, no hace falta, sino quieres, aunque claro no es como si pudiésemos obligarte, por eso si no quieres… bueno. Eso. Si. Que nos vamos enseguida. Por cierto llámame Ergot y si todo sale bien seremos vecinos algún día.- El repoblador se arrepintió y avergonzó de la última frase en cuanto la pronuncio, y deseó con todas sus fuerzas que la tierra se lo tragase y no lo regurgitase jamas. No volvió a levantar la vista en todo lo que quedo de encuentro e intento taparse como pudo con el pelo de la frivy en un intento de esconderse. Ahora él también estaba deseando marcharse.

A Twixy's todos los maravillosos cambios que el trasgo describía le daban igual. Solo tenía ojos para él, y su desagradable aspecto. ¿Cómo podían sus compañeros emocionarse con la Luna si había posibilidades de que se transformasen en monstruosidades?

Los mecanismos de su cerebro lograron, de alguna forma, volver a funcionar. La frivy se evadió totalmente de la conversación, mirando fijamente al suelo, sujetándose a su lanza como si no pudiese mantenerse en pie sin ella. Por desgracia, la voz del repoblador estaba demasiado cerca, y sus preguntas y comentarios no hacían si no avivar la ansiedad. Empezó a sufrir ligeras convulsiones, como pequeños espasmos, por culpa del tsunami emocional que estaba conteniendo. En un momento dado reunió fuerzas para quitarse a Ergot del hombro y dejarlo en el de cualquier otro, además de suplicar entre susurros a sus compañeros que se marchasen.

Bran y Hal

—Por supuesto que sí —contestó a Ayne, con un brillo extraño en la mirada—. Me convirtió en trasgo. Me dio fuerza. Me dio poder. Y me hizo resistente a la fuerza y el poder de otros —captó el temblor de la frivy y sonrió, aunque seguía mirando a todo el grupo—. Matarme es difícil. Y eso en Rocavarancolia siempre es de agradecer.

«Cállate, ¡cállate!» pensaba el carabés al escuchar las palabras de Ergot. No entendía qué había visto el repoblador en aquel ser. En su opinión no era más que un repugnante monstruo terriblemente inquietante con demasiada tendencia a soltar acertijos místicos. La palabra "trasgo", sin embargo, sí captó su interés. Recordó algunos datos del libro de historia y comenzó a sudar de terror. Repentinamente tenía más ganas que Twix de irse de allí.

—¿Acostumbras a preguntar por su felicidad a cualquier espanto desconocido con el que te encuentras?

La pregunta del trasgo no estaba exenta de cierto toque humorístico. Le fascinaba la cercanía que mostraba el pequeño repoblador, y se preguntaba cómo había logrado sobrevivir tanto tiempo si siempre se comportaba así. Probablemente era gracia a sus compañeros.

—Dudo que eso sea posible —confesó ante sus deseos finales—. Pero si os puedo decir algo: si en vuestro interior está la magia, viviréis con el idrino helado. Si es la fuerza, seréis compañeros del foner metamorfo. Y ahora, pequeñas semillas —añadió, haciendo un teatral gesto con las manos—, me despido, que ya he perdido demasiado tiempo hoy. Tened cuidado. La próxima vez que nos veamos puede ser como amigos o enemigos, pero, en cualquier caso, para entonces ya seréis ciudadanos.

El trasgo, tras esto, se alejó. Si alguien intentaba seguirlo se encontraría con que era imposible, pues parecería esfumarse en el aire tras el siguiente giro. Ese era uno de los privilegios de conocer el plano de Rocavarancolia mucho mejor que los cosechados, la facilidad para desaparecer de su vista.

Bran tenía que admitir que se había quedado con una sonrisa tremenda. El encuentro había sido productivo, y soltarles tantos datos (todos certeros) de forma tan enigmática que sólo lograría confundirles le había divertido tremendamente. Estaba seguro, eso sí, de que si había alguno con cerebro allí hasta podía sacar provecho de sus palabras... al menos si tenía la suficiente memoria como para recordarlas cuando saliera la Luna.

Hal, por su parte, sólo se sentía mareado y perdido. Tendría que pensar largo y tendido sobre aquellas palabras. Sospechaba que la mayoría era paja, pero había al menos nos pequeños granos que ya conocía: el tiempo que quedaba hasta la Luna y la transformación de aquel ser. Esperaba que hubiera más datos certeros entre su misticismo rocavarancolés, pero para eso habría que analizar con cuidado todo lo que había dicho.

Sigue en el Torreón Maciel.

Sekk avanzaba por las calles de Rocavarancolia furioso, buscando sin mucha suerte algo que partir por la mitad. Iba vestido con una camisola blanca y unos vaqueros oscuros que la lluvia había empapado completamente, pero no parecía importarle demasiado y tampoco acusaba el frío.
—¡¿NO HAY NADA CON HAMBRE EN ESTA PUTA CIUDAD?! —rugió en un momento dado, alzando la cabeza hacia la tormenta para gritar de frustración—. ¡AQUÍ HAY ULTERANO PARA TODOS! —continuó, su voz ahogada por el sonido de los truenos. Daba la impresión de que todos los peligros que les habían acechado durante la criba se habían esfumado, eso o la suerte del intara se había multiplicado hasta límites insospechados solo para joderle.

En un momento dado, a la entrada de una zona de casuchas con ventanas enrejadas a ras del suelo, el muchacho detuvo su avance por completo, permaneciendo completamente inmóvil salvo por su pesada respiración. Casi se podían oír funcionar los engranajes medio fundidos de su razonamiento deductivo, y cuando por fin hicieron clic una sonrisa terrible se extendió por su rostro.
—Si no puede venir a buscar su comida siempre puede disponer de nuestro servicio a domicilio —dijo con voz acerada, cambiando de rumbo y echando a correr por una calle aledaña. El filo de su hacha producía un desagradable chirrido al arañar el suelo de piedra tras él.

Continúa en la Avenida de las Casas Carnívoras.

En un rincón de la ciudad, en una calle recóndita, había suelo fértil.

-...suficiente suelo fértil -se oyó una voz a lo lejos-. Va a haber que hacer cambios en otras zonas de la ciudad, pero aquí en concreto tenemos mucha suerte -dijo Sepalian Xila.

-Aún no me has enseñado el hechizo que tengo que hacer -Per, el brujo de la madera, caminaba a su lado.

-Oh, cierto -Sepalian abrió su grimorio y le mostró a su acompañante una página llena de dibujos de árboles-. ¿Conoces la madera de la bétula de Luciérnaga?

-No -respondió.

-Oh, cierto. Yo tampoco, ese mundo lleva décadas desvinculado. Afortunadamente, todavía teníamos semillas en una polvorienta habitación perdida en el castillo. Son perfectas para columnas y cimientos, tienen unas raíces muy profundas y fuertes.

-¿Bétula? ¿Abedul? -Per estaba extrañado.

-No, no tienen nada que ver con los abedules. Lo de su nombre es una larga historia.

-De acuerdo -fue su única respuesta-. ¡Dimy's! -llamó Per. Tras los brujos, un par de viejy's llevaba una carretilla con herramientas de agricultura y varios sacos de semillas.

Sepalian sacó un trozo de espejo que usaba como mapa de la ciudad y marcó con líneas amarillas ilusorias varios puntos, distribuidos en una cuadrícula imperfecta. Los viejy's empezaron a cavar hoyos en cada punto, y los brujos se pusieron a clavar las agujas hídricas por los alrededores.
Con el primer agujero terminado, Sepalian extendió una mano hacia la bolsa de semillas y conjuró un chispazo de cántico del orden. Una semilla de bétula de Luciérnaga salió del saco. Era esférica y grande como un puño, y se acercó rodando hacia el brujo. La enterraron y repitieron el proceso con casi una veintena.

-Cuánto espacio, ¿no? -dijo Per.

-Tenemos espacio. Además, los ejércitos comen mucho. Bueno, ahora toca el roble.

En el centro del recinto, cavaron un agujero menos profundo y enterraron una bellota de aspecto normal.

-¿Para qué el roble? -preguntó Per mientras los viejy's regaban las semillas.

-Para compartimentalizar. Mira los planos, me los ha dibujado una experta en mentalismo -Sepalian le extendió un papiro en el que solo se veía un símbolo cuyo sonido podría compararse al de la letra "A".

Al observarla, una sucesión de imágenes se abalanzó sobre la mente del xilomante, y todos los detalles del diseño del edificio quedaron memorizados en su mente.

-Vale, ya veo. Qué cosa más rara has hecho con las proporciones.

-Se llama armonía -dijo Sepalian, frunciendo el ceño-. Bueno, de todas formas, este hechizo debería salir a la perfección. Está pensado para un brujo de la planta usada y un hechicero que se encargue de aspectos físicos de la madera, así que con un brujo de la madera debería salir a la perfección.

Sepalian hizo levitar el grimorio en un atril invisible para que tanto Per como él pudieran leerlo. Se cogieron de las manos y dieron inicio al hechizo con una palabra de atención que dibujó una cuadrícula invisible en el aire e hizo que las semillas se estremecieran.
Establecieron un diálogo mágico. Sepalian emitía sonidos casi inaudibles que recordaban a pétalos desplegándose y al flujo del agua, mientras que Per respondía con ruidos de crujidos y palabras de firmeza.
Los dos brujos se miraban fijamente a los ojos para afianzar la combinación de sus poderes. Per estaba sereno, trazando líneas y planeando la lignificación del futuro. Su rostro no parecía cansado por ningún esfuerzo, aunque su leve sonrisa se curvara de vez en cuando por el poder que estaba usando. Sin embargo, Sepalian no ocultaba la forma en la que aquel hechizo lo estaba sacudiendo. Entornaba la cabeza de vez en cuando, sus ojos se abrían con cada palabra que decía, y los pétalos de su corona de rosas no dejaban de caer mientras otros nuevos brotaban. Pero su sonrisa estaba calmada.
Los primeros brotes salieron bruscamente a la superficie, y en la esencia de las plantas se dibujaron arcos, columnas, suelos, posibles puertas y todas las fuerzas que tendrían que soportar.

El hechizo acabó, y los brujos separaron las manos con la sensación de un calambrazo.

-Bueno, la base del granero habrá crecido totalmente para Samhein. Vamos, todavía tenemos trabajo.

Per respiró profundamente y los brujos se alejaron de su obra. Los pétalos de la corona de rosas de Sepalian todavía temblaban.

Surásara deambulaba por las calles de la ciudad, era noche de luna y por eso no se había quedado en la Sede, pero a diferencia de sus compañeros que habían quedado para visitar Letargo, ella prefería dar una vuelta por la ciudad. El año pasado no había podido disfrutar de la salida del astro rojo y esta vez no pensaba perdérselo.

La luz de la luna bañó la figura de la naga, ésta se enderezó y estiró haciendo que la luz llegase hasta la última escama de su cuerpo. El día de su transformación no había podido sentir bien el influjo de la luna, pero esta vez era diferente, muy distinto. Sura se sentía como nunca, la magia le cosquilleaba por la piel y una sonrisa de locura se asomó a sus labios.

Sura nunca había estado en aquella parte de la ciudad, pero no tenía miedo de perderse ya que si levitaba encontraría a buen seguro algún lugar conocido con el que orientarse.

Llegó a una plazoleta y empezó a escuchar un gruñido que salía de todas partes. Las casas del lugar tenían fachadas destrozadas y por ellas salieron una suerte de perros morados con antenas en la cabeza, sin duda criaturas fallidas de algún genemante. Sura se llevó la mano a la parte alta del cuello y con una chispa de magia activó el tatuaje rúnico que tenía allí. En un instante una armadura de cuero recubrió el tronco de la naga, algunas runas emitían un leve brillo. La naga desenfundó sus espadas que gotearon el veneno en el que estaban impregnadas.

Un perro saltó sobre ella en solitario y terminó partido en dos trozos poco regulares. Más se acercaron para intentar hincarle el diente y los fue matando uno a uno. A uno le cortó las dos patas delanteras y, mientras golpeaba a otro con el mango de la espada, descargó la cola sobre éste oyendo un satisfactorio crujido de huesos rotos.

Pronto la mayoría estuvieron muertos y los que no agonizantes. El cuerpo de la naga estaba lleno de magulladuras y de un par de mordiscos, se estaba relajando cuando oyó un gruñido ronco detrás de ella, al darse la vuelta vio a la que debía ser la madre de los perros que había matado. Físicamente era igual con la salvedad de medir casi dos metros de alto.

Sura esquivó un zarpazo y respondió con el filo de sus espadas cortando en la pata de la bestia, lo que no vio venir fue la otra zarpa que la envió al suelo después de haberla desplazado por el aire unos metros. Aquel ser tenía mucha más fuerza de lo que parecía. La naga volvió a lanzarse al ataque y se coló entre las patas de la bestia donde cortó en sus patas y su panza. Las patas eran demasiado gruesas para cortarlas de cuajo y la ulterana pensó que habría algo de magia por en medio.

Se dedicó a esquivar golpes y tras un par de minutos peleando la bestia se derrumbó sin más cortes que los que ya tenía.

-Ha tardado en hacer efecto - se quejó con un resoplido. Se acercó a la bestia y le cortó el cuello, no se quedó a observar cómo se moría.

A la naga podía oírsele varias calles más allá, estaba riendo a carcajadas. Se sentía viva.

Kin

Podía notarlo aún mejor de lo que lo había hecho la última vez. La Luna se acercaba, y no hacía falta ningún calendario que se lo dijese. La noche caía, y Kin se había subido al tejado de la sede de los taumaturgos para ver la salida del astro. El tiempo estaba revuelto; la luz, rojiza. Aunque caía la noche, la oscuridad total no llegaba.

El astro comenzó a asomar por el horizonte, obligando al irrense a pensar en los cosechados que estarían transformándose en sus torreones, tal vez sufriendo también todo tipo de percances. Deseó que no, que tuviesen una Luna menos complicada que la suya, pero algo le decía que el caos que traía consigo era imposible de evitar.

Había escuchado historias de lo dura que podía ser aquella noche, ya no para los cosechados, sino también para toda la ciudad, y lo cierto era que no le extrañaba. El poder abrumador del astro era algo que escapaba a su comprensión, pero era real, casi tangible. La Luna pesaba sobre sus cabezas como si físicamente los estuviese tocando y, sin embargo, no era algo malo. También les daba poder. En aquella atmósfera opresiva, el raigaurum se sentía como nunca. No odiaba la Luna. Más bien la había añorado en el cielo a lo largo de los últimos meses.

El irrense levitó y avanzó de tejado en tejado unas cuantas calles hasta detenerse en lo alto de una torre abandonada. Quería observar Rocavaragálago a lo lejos, quería presenciar cómo enloquecía. Podía ver sus pináculos brillando junto al remolino de ascuas que se estaba formando en el cielo. El viento comenzaba a dispersar aquellas pavesas por toda la ciudad. Solo lo había vivido una vez, pero lo encontraba nostálgico, incluso si durante la Luna anterior ni siquiera había podido ver cómo comenzaba todo. No importaba que por fin conociese la naturaleza de Rocavaragálago, la catedral continuaba siendo un misterio tan grande como la Luna. No se le daba bien entender aquel tipo de cosas, para empezar.

La lluvia empezó a arreciar, y Kin se sintió pletórico. Le gustaba cuando el agua caía del cielo y lo empapaba. No había podido disfrutar de aquel fenómeno en su mundo, y apenas podía catarlo en Rocavarancolia. No era una lluvia fría, sino más bien cálida. Pronto habría tormenta, y eso también lo hacía estremecer.

Un vlakai lo sorprendió lanzándose a por él tras emerger de una de las troneras de la torre. El animal chocó de lleno con las defensas que el raigaurum levantó en cuanto fue consciente del ataque, pero recuperó enseguida el control del vuelo, visiblemente confundido. Se volteó y retó al irrense con una expresión fiera, volviendo a la carga. Tal vez Kin se había metido de lleno en su territorio de caza sin saberlo, pero aceptó el reto sin preguntarse siquiera el motivo. Llevaba su guan dao a la espalda, sujetado con un arnés, y esa fue el arma por la que optó, deseando probarla por primera vez fuera de un entrenamiento. No era tan hábil como para atreverse contra una persona armada, pero las alimañas eran harina de otro costal.

La segunda embestida contra sus defensas llegó mientras cogía el arma, que blandió rápidamente tratando de alcanzar al animal, sin llegar a tocar carne. En un tercer viraje rápido, lo tenía encima de nuevo. Tal vez era más veloz que él, pero el vlakai solamente tenía dos opciones, acercarse para atacarle o marcharse, porque Kin no pensaba emplear la magia.

La lluvia dificultaba la visión del irrense, pero también lo hizo más consciente del momento en que caía su barrera. A partir de ahí dependía solo de su agilidad. El vlakai trataba de atacar con sus garras, virando una y otra vez para pasar a toda velocidad cerca del raigaurum. Las condiciones meteorológicas tampoco ayudaban para él. El filo del guan dao no tardó en lograr abrirse paso por la carne del animal, seguido por una descarga de alta intensidad que llegó a través del hilo metálico que envolvía el mango del arma. El vlakai cayó al suelo entre espasmos, pero alzó enseguida las alas tratando de recuperar el equilibrio. Luego saltó de la torre y emprendió un vuelo accidentado. Kin no se movió. No tenía necesidad de perseguir a una alimaña herida, así que se limitó a verlo huir.

El raigaurum no llegó a reanudar su marcha errática por la ciudad, al ser interrumpido por una luz cegadora, atronadora a sus oídos. Cayó al suelo alcanzado por un rayo, profiriendo un grito ahogado por la parálisis, y convulsionando de forma idéntica al vlakai instantes antes. Cuando quiso reincorporarse tuvo que luchar contra los espasmos, y cayó de nuevo con una rodilla hincada. Se detuvo a limpiar con la mano el hilo de sangre y saliva que le resbalaba por la comisura de la boca. Las sacudidas habían provocado que se mordiese con fuerza la lengua, y sus dientes afilados habían hecho el resto. El dolor embotaba todos sus sentidos en aquel momento, pero se negó a dejar ir la carga eléctrica que había conseguido. Para eso había estado practicando, a fin de cuentas, solo que nunca con rayos. Le parecían sencillamente demasiado. Pero sabía que su congénere aguantaba más, mucho más que eso. «Soy muy débil todavía, muy, muy débil».

Logró ponerse en pie apoyándose en el guan dao. Las sacudidas remitían, pero no su malestar. Cuando había salido de la sede ya se encontraba todo lo cargado que era capaz de aguantar sin que afectase mucho a su vida normal. «Puedo con esto. Tengo que poder». Jadeó, y luego inspiró profunda y entrecortadamente. Podía dejar de apoyarse en el arma. Podía moverse. Su boca brillaba en la oscuridad rojiza, revelando el amago de sonrisa irónica que siguió a aquella escena. La presencia de la Luna lograba hacer el dolor un poco menos terrible, y no pensaba regresar tan pronto a la sede.

Paseo de Alice y Marsi durante la fiesta en el Pub

Al cabo de un rato, Marsi decidió salir y Alice la siguió de la mano. Fuera hacía más fresco, como era comprensible, pero un suave hechizo térmico sobre su conjunto fue suficiente (y le ofreció lo mismo a Marsi).

—¡Paseo!

Echó a andar sin soltarle, a paso tranquilo, sin pensar mucho en qué dirección seguían (pero con sensatez, que ya se conocían zonas por las que mejor no pasar). De vez en cuando movía el pulgar para acariciarle la mano, o lo mismo con sus dedos, y también se pegó más a Marsi según caminaban. Las onyces no dieron muestras de existir en ningún momento. Eran parte de la ropa, sí, pero ni se moverían ni hablarían ni harían nada.

—Qué silencio... Me encanta la música pero pasear así es genial. Podríamos ir a los acantilados y sentarnos a ver las olas y hablar hasta que amanezca... O perdernos por la ciudad como las parejas de las películas... Contigo podría pasarme la noche paseando —le dijo a la vez que apretaba su mano con cariño—. Pero aquí mejor no, que no hay ganas de pelear —bromeó con una breve risa, y luego cambió de tema—. ¿Cómo te va con Cárabo? ¿Se sabe algo de las pruebas para el ejército?

Marsi aceptó el hechizo térmico en su camisa y la abrochó hasta el cuello. También guardó su cabeza en la bolsa sin fondo porque temía que se le cayese al suelo. Solo había bebido un par de cervezas, y al parecer no había sido suficiente para quitarle los nervios. Deseaba tener una jarra en la mano en ese momento.

Empezaron a caminar, cogidas de la mano. ¿Y si le empezaban a sudar? Si lo pensaba nunca había ido de la mano de nadie aparte de sus padres. De repente se sintió algo patética.

Según Alis se acercaba se ponía más nerviosa, y el corazón le dio un vuelco cuando sintió que le apretaba la mano con suavidad. ¿Adonde había ido todo su valor de antes de la fiesta?

-<< Creo que prefiero no ir a los acantilados, si aquí hace frío allí va a ser peor... Prefiero solo dar vueltas por aqui.>>- respondió. - << Hmm aún no me apunté al ejército, las pruebas no son hasta después de la Luna Roja. Con Cárabo bueno, no es lo que se dice el mejor ejemplo de montura de guerra pero lo estoy pasando bastante bien entrenando con él.>>- rió. El grifo era un payaso nato, y con todo lo que había tenido que pasar Marsi durante la criba esa energía tan distinta a su lado le estaba haciendo mucho bien.- << Y me estoy aprendiendo bastante bien la Taberna. Mikk y el violinista me cuidan bien, y estoy pensando quedarme a trabajar algunos días para sacarme algo, a lo mejor puedo invitarte a una copa pronto>>

Según hablaba los nervios iban mitigando. Llevaba mucho tiempo siendo amiga de Alice, era estúpido ponerse así, ¿no?

Cómo se le ocurría sugerir ir a los acantilados precisamente con la rasca que hacía? Por mucho que tuvieran magia sería incómodo. <<Torpe, baja a la tierra>> pero se olvidó de esa tontería en cuanto Marsi siguió hablando (y tomó nota mental de la fecha aproximada de las pruebas)... Y se rió un poco a costa del pobre Cárabo.

—Te ha tocado aguantar a una torpona en la cosecha y ahora a un payasete tras la Luna... Nah, seguro que acaba mejorando, y de ahí a ser de lo mejor del ejército solo hay un paso -exageró en broma.

Luego se sorprendió al oír lo de la Taberna, tanto que se detuvo unos segundos por si había oído mal pero luego siguió caminando... Aunque de pronto se paró y giró hacia ella para darle un rápido abrazo. Cuando se separó, exclamó:

-¡Vas a trabajar! ¡Qué bien; me alegro! No me tomes por loca pero es un logro, oye.

Tras la explicación, volvió a cogerle de la mano y siguió caminando. Lo siguiente lo dijo casi sin pensar.

-Si siguiera en la Tierra, ahora sería el momento para contar a mis amigos que conozco a una camarera súper maja y simpática y bastante guapa... pero bueno se lo puedo contar a Dhelian -dijo riendo suavemente-. No se lo diré, eh, que es tu noticia chachi. Pero qué guay, oye, ¡vas a poder comprarte cositas! Cuando tengamos dinero tenemos que ir de compras tú y yo -dijo con cierta ilusión.

(Mañana edito y meto color)

Alice decía muy a menudo que era torpe, pero a Marsi nunca se lo había parecido. De hecho creía que era todo lo contrario, claro que sabía que la bruja se lo negaría si lo decía. El abrazo le cogió desprevenida. No veía por qué tanta emoción si solo iba a ayudar unas horas a limpiar mesas y pasar la escoba.

-<< Por el momento me pagan en cerveza, me sabe mal que el violinista tenga que invitarme siempre>>

No sabía como responder al piropo. Aunque su autoestima había mejorado durante la criba y el período como transformada en la ciudad, no se veía guapa. Ella no era guapa, solo era normal, no tenía nada que pudiese considerarse atractivo o especialmente agradable a la vista. Más o menos se las apañó para decírselo a Alice. Aun así, a una parte de su cabeza le había gustado, no estaba acostumbrada a los piropos.

-<< Y ya te he dicho que por el momento solo me pagan en bebida, pero pronto tendré el sueldo base del ejército y entonces sí podremos irnos de compras>>

Una idea le cruzó la mente como un rayo, encendiendo una llamita, y conforme iba tomando forma, la llamita se avivaba. Se detuvo y entrelazó las manos con las de Alice, encarándola.

-<< ¿Té gustaría que para entonces nos vayamos de vacaciones a Varmania? Vacaciones vacaciones, quedandonos en hoteles y haciendo turismo.>>

Marsi solo se había quedado en un hotel una vez, acompañando a su padre a una feria de osogrifos, ya que su novio se había negado en que ella durmiese en una caravana. Le había gustado la experiencia, y e hacía ilusión la posibilidad de repetir con sus amigos.

Que su amiga detuviera así y le encarase así, junto con el hecho de unir sus manos asi y con una ilusión desconocida iluminándole la cara al principio le aceleró el corazón. ¿Qué se proponía? ¿Por qué tan de repente? Marsi no era tan impulsiva como ella... ¿Acaso...? En apenas unos segundos se puso bastante nerviosa. Contuvo el aire cuando notó el inicio del mensaje y mentalmente suspiró. Le sacó una sonrisa... y esperó que no se hubiera dado cuenta. <<Falsa alarma... Un día de estos me da algo>> Habría... No, de hecho dio un saltito en el sitio al escuchar sus palabras, pero luego fingió pensárselo. Quería decir algo sobre el piropo de antes y creyó que aquel era un buen momento, y también para otras cosas.

—¿Irnos de visita o vacaciones? Hm... Contigo, ¿de quien opino que, para mi gusto rarito de bruja loca, eres guapa a tu manera, muy mona, muy maja, bastante buena y que me caes genial? ¡Eso ni se pregunta! —exclamó toda sonriente, apretando con suavidad sus manos—. ¿Nos llevamos a los niños o les dejamos un mensaje que tienen que descifrar y nos vamos como si fuera una escapada hasta que nos encuentren?—bromeó—. Quiero ir ya... A ver si sale esa maldita Luna y podemos empezar las visitas... Bueno, hay tiempo para preparar la de Varmania... Un mundo entero más grande que este, tu mundo... Todo esto es una locura. Una bonita locura —añadió, como si aquello fuera algo demasiado genial. Luego volvió al suelo—. Perdona, se me fue la cabeza... ¿Seguimos, a casa o volvemos al Pub?