Avenida Estatuada

Mónica estuvo muy cerca del grupo todo lo que duró el camino, bien agarrada a su cuchillo y suplicando con los ojos a sus compañeros para que alguien le diera conversación. Seguía sin sentirse exactamente segura, pero sabía que no podía refugiarse en el torreón por siempre.

Cuando llegaron a la avenida la chica dio un respingo. Estatuas, montones de estatuas en posiciones extrañas, retorcidas, que parecían sugerir que podían moverse de un momento para otro. Se retorció entre las figuras para explorar un poco tratando de no engancharse en ninguna, sin alejarse del grupo apenas.

—No es por ser especialmente quisquillosa, pero este sitio da bastante mal rollo. Parecen demasiado reales, ¿verdad? —comentó en respuesta a la frase de Mandón mientras se acercaba a una de las estatuas y se ponía de puntillas para examinarla bien. Estuvo a punto de tocarla con el dedo en lo que parecía la nariz, pero el sentido común se impuso. La chica se acercó de nuevo al grupo asintiendo a lo que Vampy había dicho. Cuanto menos tiempo estuvieran allí, mejor.

El sitio no le gustaba, para qué negarlo. Pero cuando se dio cuenta de que algunos de sus compañeros hablaban de practicar y disparar a las estatuas se le puso una expresión extraña en el rostro.

—Es piedra. ¿Por qué vais a disparar a la piedra? No querréis perder virotes, ¿no?

“Un poco de lógica, chicos”. Después, mirando a su alrededor, se rascó el cogote, pensativa.

—¿Sabéis? Este sería un buen lugar en el que hacer una emboscada.

Los motes:

Cuando llegaron a aquel lugar se quedó sin aliento. Había visto parte de la avenida desde el aire, desde lejos, pero en lugar de preocuparse o mostrar temor, había sentido curiosidad porque todo lo que había visto era una amalgama oscura, estática. La calle por la que iban les llevaba directamente hacia allí, así que el grupo en tierra no tardaría en ver lo que ella. O incluso mejor, porque desde arriba no alcanzaba a distinguir qué era aquello. Descendió junto al grupo, con la espada desenvainada por si acaso, y entonces fue cuando se quedó sin aire. Eran figuras de... ¿piedra? Bajó la guardia un momento para observar las que tenía más cerca. No tuvo que atar muchos cabos.

—Esto es una batalla...O fue una batalla. O una maldita masacre... ¿Pe-pero a dónde vais...?

Se quedó estupefacta cuando vio que algunos se acercaban demasiado al mar de cuerpos de piedra. ¿Y si eran criaturas vivas que tan solo dormían? Ya habían visto que no podían fiarse de nada... y menos de algo tan horrible. Aquello no fue (o era) una pelea normal, una batalla "oficial". No había orden ni nada que dejara entrever los posibles bandos, prácticamente parecía un todos contra todos, como si un grupo de locos se hubiera reunido para luchar hasta ver quién era el más fuerte, el último superviviente. <<Nada de batalla, es una jodida masacre. ¡Si hasta las vísceras están talladas en piedra, mira eso! No pueden ser estatuas normales, ¿quién tallaría monstruosidad semejante? ¿Para qué, con qué propósito? Ni siquiera hay sitio para trabajar, tendrían que haberlas hecho y traído... Y para qué?>>

Sacudió la cabeza. Cuando dejó de pensar en aquello, vio que, efectivamente, el grupo se había convertido en una especie de río entre estatuas. <<Como sigan así me voy a quedar sola...>> Decidió seguirles, sí, pero por el aire. Si aquellas estatuas decidían moverse repentinamente, había suficientes filos como para hacerlos puré en unos instantes. Así pudo escuchar algunas conversaciones y en una de ellas tuvo que dar la razón a uno de los nublinos.

—¿Quién nos asegura que no estén durmiendo o esperando el momento? Nos despedazarían, mirad qué armas llevan algunas. Y esas no son las peores...

Se refería a las que parecían no necesitar armas pues sus mismos cuerpos eran mortíferos. Algunas de aquellas criaturas podrían destrozarlos con la facilidad de quien aplasta una migaja de pan. Si por algún casual aquellas figuras imitaban con algún nivel de precisión a las criaturas que habitaban en aquella ciudad, estaban jodidos. Como si no lo estuvieran ya suficiente.

Sox puso los ojos en blanco.
—No iba a dispararle a las estatuas ahora mismo. Estaba pensando en cómo hacer más virotes. Se acabarán tarde o temprano, aunque tengamos mucha suerte y la mayoría no se jodan con el impacto. Las flechas igual, pero son más complicadas de hacer —prefería empezar por algo más sencillo. Hacía ingeniería, pero no había tenido que fabricar un arma en su vida.

La cosa era que si conseguía un material suficientemente bueno para hacer una imitación aceptable de virotes, bien podía guardárselos como munición de verdad en lugar de efectivamente malgastarlos en prácticas de tiro al blanco. Pero si aquellas estatuas eran una imitación efectiva de la gente o bestias que podrían darles problemas allí, Sox lo veía mucho más productivo que disparar a una diana redonda.

—Tal vez balas de pintura, si consiguiera fabricar algo parecido. Aunque no volarían igual —musitó, pensando en voz alta para que los demás también pudieran oírle—. O copiar las siluetas e intentar hacer blancos parecidos. Sería más seguro. Lo pensaré estos días —resolvió.

La paranoia de algunos del grupo sobre las estatuas empezaba a ponerle tenso a él también.
—Técnicamente es posible petrificar personas —dijo en tono algo oscuro, disconforme—. Es ilegal, claro... No es que aquí le importe a nadie —se le coló algo de desdén en la voz—. Pero veo mucho más fácil y probable que alguien moviese estatuas normales con magia, y por lo pronto aquí no hay nadie.

Eorlir pidió ideas. Sox se llevó la mano a la barbilla, pensando.
—Since, ¿has visto ahí arriba si en las calles que cruzan con esta también hay estatuas? Si no, avanzaríamos mucho más rápido dando un rodeo por los laterales.
El sinhadre era noble. Una institución añeja ante cuya mención el carabés torció el gesto; era el epítome del privilegio por derecho familiar. Eorlir ganó algunos puntos en su cabeza por haber elegido darle la espalda.

También Tayron le rió la gracia a la española, tenía que reconocer que no podía quitarle la razón. El muchacho se guardó por una vez su opinión sobre el lenguaje empleado de Eorlir, le parecía ridículo y no ocultó la sonrisa burlona que afloraba de sus labios secos.

A diferencia del resto el lugar le resultaba más interesante que inquietante,  estaba cansado de esperar que algún ser les saliera al paso y por eso prefería creer que se trataban de unas simples estatuas, aunque no tuvieran nada de simples. Parecía una batalla, o lo que quedaba de ella. A Tay le gustaba, le parecía original sobre todo, siempre que no se tratara de gente petrificada estaba bien.

El humano captó distraído parte de la conversación de las dos chicas lo suficiente para saber que la sinhadre se abría a sus compañeros y que Mon parecía más repuesta de la muerte de Nad, todo aquello solo podía ser bueno pero le apenó que Dafne no entablara mucha relación con las chicas, ya hablaría del tema con ella. Ina le ofrecía trenzar su pelo a Mónica y ella aceptaba con cara de sorpresa, Tayron aguantó la risa de pensar la cara que pondría esta si la sinhadre tenía las manos sucias.

Avanzó como pudo entre espadas y escudos, magos y guerreros.
-Eh... Sinceridad- habló en alto para que la escuchara mientras esquivaba el filo de un mandoble de piedra- ¿has pensado alguna vez que si el peligro viene desde arriba eres la primera en caer fijo?- le dijo para picarla un poco.

Siete se mostró claramente sorprendido cuando entró gente nueva. La expresividad, casi como la de un niño, quizás se podía considerar de mala educación en sociedades como la lacustre. Fahran le recordaba vagamente a ellos, en su afectación y palabras escogidas, incluso en la delicadeza de los gestos, que no sabía si interpretar como una inclinación natural o cuestión de diplomacia. Otras cosas suyas las entendía mucho mejor: su desagrado y la disposición clara a ignorarlos y dedicarse a lo suyo. Charlie fue acaparado por otros, por lo que Siete decidió que no era de mal gusto irse. No se le echaría más de menos que al resto de exploradores. ¿Lo echarían de menos, en absoluto, si le pasaba algo? Él no echaba de menos a Nad. Recordaba más su cádaver y la conmoción de aquel día. Monica había estado muy afectada. Él no tenía amigos. Era lógico pensar que no tendría mucha importancia, quizás otra reunion de grupo.

Iba en medio del grupo, como normalmente, en todas las conversaciones y en ninguna.

- Debía ser muy buen escultor- dijo, mientras pasaba la mano por una de las estatuas, el rostro deformado por el dolor.- Aunque el gusto es retorcido.

Era un paisaje desordenado y violento, más que nada que Siete hubiera visto, pero podía leer las emociones en los rostros más idrinos, adivinar el final de los movimientos congelados. Otras estatuas estaban quietas. Otras estaban muertas.

- Podría creer que es gente de verdad. Creo que eran ¿seres? de verdad- comentó, lo suficientemente alto como para que llegara a todos, paseando entre las esculturas- No es útil, ni estético, ni sigue ningún patrón. Quizás esa era la intención del artista, pero me es más facil creer que antes eran algo. Casi parecen vivos.

Algo por lo que Mónica seguía sorprendida era porque la amiga de Picasso, para la que todavía no tenía un mote, se había acercado a ella y le había comentado con voz tímida que algún día podría hacerle trenzas. La madrileña, asombrada ya que era la primera vez que la sinhadre se atrevía a hablar con ella, se había quedado con los ojos muy abiertos y había respondido con voz claramente impactada que claro, cuando la chica quisiera. También había asentido ante la aclaración de su amigo de pelo azul. Entendía su punto aunque le comentó con una sonrisa para que quedara claro que no iba a malas que ella no pensaba hacerle la reverencia a cualquier princesita malcriada que se le acercara con aires de grandeza. Y que claro que le prestaba jabón. “Siempre que no lo gastes mucho” añadió mentalmente.

Mientras todavía estaban curioseando las figuras de piedra Mónica, que no estaba prestando mucha atención a las conversaciones porque le fascinaban las expresiones de las tallas (que, según hablaban sus compañeros, podrían no ser tales sino personas petrificadas) a pesar de que también le estaban generando bastante tensión, se acercó sin darse cuenta hacia Picasso y su amiga, chocando con ellos de espaldas en su afán de no quedar enganchada con las espadas, garras y demás que parecían alargarse hacia ellos.

—¡Mierda! —saltó la española, girándose con expresión desencajada. Al ver que eran los sinhadres relajó los hombros y suspiró—. Joder, qué susto me habéis dado —sonrió y comenzó a parlotear. —Qué, menudo paisaje más extraño, ¿no? Este mundo parece creado por una panda de psicópatas, ¿a que sí? Yo sólo quiero encontrar a Doce Punto para cobrarme la cita que me debe de una vez y aquí estoy, explorando ruinas mal rollistas. ¿Vosotros sois pareja?

Los motes:

La gente hablaba entre sí mientras él iba adelantado cubriendo terreno sin separarse del grupo. Les escuchaba algo pero estaba más atento a su alrededor que a otra cosa. La nobleza de Eorlir atraía su curiosidad, que Inna le hablara a alguien que no fuera este era sorprendente cuanto menos y los comentarios de que aquello podrían ser personas petrificadas le hacían dudar. No tenía claro si era mejor eso o la teoría de estatuas impulsadas por magia.

-Puedo hacer virotes y flechas sencillas en unas pruebas pero con la madera que tenemos sería más efectivo ponernos con una honda tirando piedras.

El edificio llamó su atención, los muebles parecían estar sin tocar a lo lejos y los agujeros deberían hacerlo un sitio menos apetecible para vivir. -<<Pero también en la casa hecha para un gigante vivía aquel comemierdas.>>

Cuando Mónica exclamó Barael giró como un resorte provocando que su lanza topetara contra una cara de una de las estatuas. Al ver que solo había sido un choque suspiró y miró que no le hubiese pasado a su arma.

-Lo agradezco Eorlir pero por mi parte creo que sería mejor quitarle la tontería cuanto antes. Por mucha nobleza que fuera o lo que sea estamos donde estamos, no tenemos tiempo para andar contentando a alguien que se cree superior así sin más.

Seguía observando la casa a punto de decir algo cuando Eorlir se adelanto a mencionarla aunque brevemente.

-Si... no deberíamos... Pero nos hacen falta cosas. -Dijo con un tono pesadumbresco que no ayudaba al ambiente. -Está bien, hagamos como en las reuniones. Propongo rodear la casa, investigarla por fuera mirando sus agujeros SIN separarnos y una vez obtenido información de ella, debatir que hacemos.

-¿Cómo que se puede poner peor? - soltó sin querer más alto de lo habitual con las palabras de Eorlir.- ¿Me estás diciendo que así tal como está es cuando está un poco molesta? Pues tenemos un problema - anunció.- Ya me han dado ganas de dispararle una flecha, no hagáis tratar más con ella no vaya a ser que lo haga de verdad. Nada mortal os lo prometo, sólo para que tenga razones de peso para quejarse - terminó bromeando.

-Y por favor, no hables así mientras no esté ella - le dijo dándole un golpe suave en el hombro.- Me da que ya tendremos bastante sólo con ella. Hablando de lo cual, ¿os habéis quedado con su nombre? Yo pensaba que los de algunos de vosotos eran raros pero ella se lleva la palma. Y su pelo... que alguien me lo explique que yo no lo entiendo.

Eriel observó la casa pero no sugirió entrar. La última vez que él había elegido un edificio había muerto alguien, prefería no volver a pasar por lo mismo. No iba a negarse a entrar, de hecho el lugar le daba curiosidad, pero no iba a ser él quién lo sugiriese. La sorpresa le llegó cuando fue su hermano el que alzó la voz para proponer la exploración del lugar.

-¿Y no sería más fácil mirar por uno de sus cuantiosos agujeros? - le dijo a su hermano. No se podía decir que la casa estuviera precisamente intacta.

-¿Me escuchas cuando hablo? -Dijo Barael medio atónito. -Es lo que acabo de proponer. Pero en vez de mirar solo por uno, mirarlos todos y asegurarnos de que no hay nada viviendo ahí y que lo que haya dentro merece la pena el riesgo.

-¿Y bien? -Miraba al resto esperando los votos.

Tay, uno de los humanos, se dirigió a ella en tono jocoso. Tenía razón, eso era innegable, pero aún no había ocurrido nada y siempre podía... Descendió y se posó en los "hombros" de una estatua cercana al macho.

—Oh, ¡no te preocupes! Si algo volador nos atacara ahora, solo tendría que acercarme a vosotros... El escudo de la amistad, ¿sabes? Además, tenéis más chicha que yo, que solo soy plumas y huesos —bromeó. Pero le sonó demasiado... serio, como si pudieran pensar en que realmente pensaba así, por lo que sacudió la cabeza y añadió algo más—. Na, si viniera algo desde el aire y estuviera jodida del todo, al menos os daría más tiempo de reacción. Qué menos —<<que morir luchando. Si no me diera tiempo ni de eso con algo volador, estáis jodidos>>

*llegada y avistamiento del sitio ese*

—Yo opino como Barael —dijo mientras aterrizaba cerca del nublino—. No entraría ni loca por..., pero por lógica necesitamos cosas y si nos aseguramos bien... Sí, así sí entraría.


NfdR: hay gente esperando y tal, luego edito, pero lo principal es esto.

El muchacho reía algo socarrón al tiempo que veía a Sinceridad posarse en una estatua cercana.
-¡No sé si eso es buena idea amiga! -comentó arrugando las mejillas al sonreír- tú piensa que si ahora mismo el suelo se abre debajo de nosotros eres la única con vida, en realidad si pudiera volar me quedaría allí arriba, y... ya me callo, tampoco quiero tentar a la suerte, mira -dijo girándose hacia donde todos observaban- justo un edificio con las puertas abiertas a lo “tú entra si tienes huevos”. ¿No es genial eso de no tener ni puñetera idea de lo que hay dentro?.
Tayron se acercó un poco más y en seguida su curiosidad volvió a despertar, un derrumbe parecía haberse llevado por delante la casa pero aún así era aparentemente accesible, le daba algo de mala espina, pero tocaba ya investigar. Esta vez tendrían cuidado y aunque aquello no asegurara su supervivencia no podían hacer otra cosa que andarse con cien ojos.
-Es lo mejor que has dicho en todo el día- bromeó a Barael para quitar tensión- puede valer la pena si lo hacemos bien, hay que arriesgarse un poco si queremos encontrar cosas útiles.

La charla sobre Fahran le interesaba bien poco, tal y como le habían interesado cero los cotilleos de listas altas en Carabás. Por todo lo que sabían su carácter podía ser bien una fantasmada, o bien totalmente justificado. La había visto diez minutos, ninguno de los cuales incluía verla trabajar.
—No gastéis energía inventándoos problemas antes de que surjan. Está donde está, y quien va a tener el trabajo de adaptarse es ella —dictaminó—. Su pelo es la caña, eso sí — "aunque ese nombre tan largo sea ridículo." Había soltado una risotada nada disimulada en su momento. El rubio se llevó un par de dedos a los mechones largos, los únicos que se beneficiarían realmente de una prótesis similar.

—Quiero hacerlos yo —respondió tal cual a Barael cuando el asunto mudó de nuevo a la munición de prueba. Si había una forma de sumarse puntos, aunque fuese solo frente a su propia concencia, no pensaba cedérsela a nadie. Sox aún tenía la sensación de que sus destrezas académicas encajaban de forma defectuosa en aquel lugar, y sentía la necesidad de trabajar furiosamente hasta suplir aquella carencia.

El comentario de Siete le hizo envararse aún más, la rigidez sustituida por una alarma más patente.
—Magnífico —bufó, porque la lógica de la observación del idrino caía por su propio peso. Aquella concentración completamente enervante de estatuas no tenía ningún propósito artístico, por dudoso que fuera. De haberse tratado de una exposición debería haber caminos claros, y que no existiera el riesgo de abrirse la aorta con el filo del hacha de alguna—. A esta ciudad se ve que le encantan las cosas que están prohibidas por una buena razón. Se merece estar así de abandonada.
Primero el templo con los cadáveres colgados, luego la torre podrida, ahora esto. Recordatorios físicos e imponentes de que la calle era peligrosa, y también los edificios que la poblaban. Sox habría deseado apostar porque todas las amenazas de la ciudad anunciarían así sus peligros, pero las palabras de Mónica cuando le había preguntado al respecto aún resonaban en alguna parte de su memoria con la nitidez que le era tan útil para otras cosas. "No sabíamos, no sabíamos." El agujero en forma de persona que antes llevaba el nombre de Nad no había sucedido porque se hubieran tomado una advertencia como una bravata. Había más peligros escondidos, sin reglas claras.

Por eso su reacción inmediata cuando Eorlir señaló la casa fue recelo. Un instinto de retroceder, un "otra vez no" intruso en su cabeza. Lo empujó a la fuerza fuera de su mente, furioso con su propia indecisión. Barael tenía razón. Si seguían por aquella lógica de evitación, nunca harían nada.
—La puerta está abierta y los agujeros sin tapar. Si hay alguien dentro no puede culparnos de nada —sentenció, de la forma tan segura como al carabés le habría gustado sentirse realmente. La mayoría habían hablado ya, y Sox no vio más sentido a alargar la discusión al respecto—. Vamos entonces.

No les llevó mucho tiempo comprobar que no había signos de actividad alguna. Después de localizar las tres oquedades que podían usar como entrada, Sox votó por entrar por la del lateral de la planta baja. En la puerta podía quedar anclada alguna magia de guardia, aunque ahora fuese inútil. Pero el que el dueño de la casa hubiese decidido proteger una pared que en principio no debería haber estado abierta al exterior era menos probable.

Un salón. Sox se quedó mirando los alrededores con los brazos cruzados una vez accedieron al interior. La vajilla, tan ilógicamente intacta, le dio mala espina y la rigidez volvió a su postura. Se percató de que cerca de la oquedad había otra estatua, esta vez una pequeña, y se acercó a ella. La golpeó un poco con el pie para volcarla.
—Espero que fuese el dueño de la casa. Sería una garantía de que está deshabitada.