Avenida Estatuada

Las explicaciones deslavazadas de la gárgola no aclararon demasiadas de sus dudas, pero si era cierto que se trataba de una estatua muy probablemente no fuesen a sacar mucho más en claro que lo que ya les había dicho. De hecho, ya era lo suficiente sorprendente que estuvieran hablando con algo que no debería estar vivo. De todos modos, a continuación lo que tuvo que hacer fue apretar el paso y abrirse camino entre las estatuas cuando la gárgola les pidió que le siguieran hasta detenerse frente a la representación de un imponente dragón y su jinete, de los que enseguida supieron el nombre gracias a Rasqa.
—¿Tiene algún significado para ti esta escultura? —le inquirió a la gárgola con cierta curiosidad tras apartar la mirada de la imponente obra de arte.

El nombre de “Hurza” volvió a surgir de los pétreos labios de su inesperado anfitrión y la lacustre tomó nota mental de aquello. La gárgola había dejado claro que no sabía nada sobre eso, aunque Ruth le preguntó al respecto de todos modos. Aun así, la humana le planteó otra cuestión sobre la que tal vez sí pudiera darles más información. ¿Por qué iba a querer alguien destruir a una criatura inofensiva como aquella? ¿Se consideraría alguna especie de aberración por los ciudadanos de la ciudad?

Varsai atendió a la conversación que se desarrolló. Quiso explicarle que era muda pero teniendo que escribirlo y que se lo tuviera que decir otro le quitó el ánimo así que lo dejó pasar. La niña ya sabía quién era Balderlalosa e Irhina, lo había leído en su libro ya que aparecía como una reseña de dragones raros.

La gárgola le caía bien, era simpática y agradable y le daba bastante pena que estuviera sola allí. La siguió cuando se movió y observó la estatua que señalaba, leyó la inscripción que ponía: "Margalar, primera reina del imperio araña de Rocavarancolia.".

La varmana se preguntaba qué demonios sería el imperio araña y si aquella reina había sido en algún momento como ellos. Por que si lo había sido y había la posibilidad de que se transformasen en eso Varsai tenía claro que no quería transformarse.

Poco después miró al cielo y vio el sol que empezaba a descender.

"Deberíamos ir volviendo al torreón antes de que se nos haga tarde." escribió en su libreta y se lo mostró al resto.

Rasqa sonrió aún más al ver que la gárgola le imitaba, mostrandole sus dientes al parqio. La criatura le estaba provocando mucha curiosidad. ¿Cómo había aprendido a hablar o a pensar como lo hacía? Era como un cachorrillo, pero duro como un pedrolo. Si Hurza era quien le había dado vida, sus poderes no debían de distar mucho del que se describía en las historias del Archipiélago para los dioses.

El parqio la siguió, ahora que no le quedaba duda de que no le haría nada, y leyó en voz alta la segunda placa que les había pedido. Rasqa admiraba las criaturas de la ciudad y la de aquella estatua en concreto no se quedaba atrás. Si eso era lo que les hacía la luna, si ese era el aspecto de los dioses, no podía ser algo malo.

El mensaje de Varsai le hizo resoplar, de la misma forma en la que lo haría un niño al que mandan a la cama. Aquella gárgola era interesante. En el torreón no les esperaba nada nuevo.

—Tenemos que irnos —le explicó a la gárgola—. ¿Seguirás aquí? Podemos volver para seguir leyendo.


El dragoncillo se preguntaba si podría amaestrar una estatua viva.

Respiro hondo intentando ignorar la inquietud que la avenida desprende, ir sorteando las estatuas hasta que llegamos a las que la gárgola quiere leer me resulta incómodo, pero no puedo hacer otra cosa que seguir al resto y seguir observando cada una de las rocas inertes que nos rodean en posturas diferentes. >>Dios, si todas cobraran vida a la vez y no tuvieran tan buenas intenciones como esta de aquí...<<
Pero me quito los pensamientos de la cabeza sacudiéndola levemente. Ladeo el cuello con curiosidad a un lado cuando la piedra negra responde a mi pregunta. >>¿No deben quererle mucho? ¿Un enemigo de Rocavarancolia tal vez?<<
Todo más inquietante aún.
-¿Cómo que eras cosa suya?- le pregunto quizás demasiado deseosa de tener respuestas sobre aquel enemigo de la ciudad, pero esas ganas de saber más se aflojan cuando la varmana propone con su libreta que deberíamos irnos ya, nunca he estado más de acuerdo.- en fin, no importa, tenemos que marcharnos -le comunico corroborando la idea y ya girándome hacia los caminos que llevan a Letargo, ha sido una salida que como otras no nos ha salido cara, es extraño, cuanto más descubres de este mundo menos quieres saber de él. >>Si hay un ser por ahí suelto que se dedica a vaporizar a gente es mejor que regresemos cuanto antes, tal y como ha dicho él espero que sea polvo.<<

Definitivamente la gárgola le había caído en gracia. A la idrina le hubiese encantado prolongar la visita un poco más, pero Varsai les recordó que quizás no era muy buena idea demorar más la vuelta al torreón e Irianna no sería quien pusiese trabas a la sensatez. Del comentario de Rasqa dedujo que no era la única que sentía lástima por tener que interrumpir aquel sorprendente encuentro. Aceptó el guijarro que les obsequió a cada uno, apreciando el gesto a pesar de tratarse de algo insignificante: se trataba de una escultura quien se lo estaba dando, al fin y al cabo.

Cuando emprendieron el camino de vuelta, la lacustre daba vueltas en su cabeza a lo que les había contado su melancólico amigo pétreo. Fuese quien fuese aquel Hurza podían deducir dos cosas sobre él: podía darle vida a las estatuas y no parecía causar simpatía entre los rocavarancoleses. Al mismo tiempo, entre sus manos también le daba vueltas a algo, al guijarro con una forma extraña que pertenecía a la gárgola. <<O quizás no tan extraña>>.
—¿No os parece que tiene forma de… lágrima? —inquirió hacia sus compañeros extendiendo la palma de la mano sobre la que descansaba el guijarro.
Era una imagen tan insólita como, a su manera, poética. Irianna comenzó a hilar en su cabeza el comienzo de un relato sobre una gárgola solitaria que lloraba lágrimas de piedra.

Sigue en el Torreón Letargo.

—Pero qué...

Rad se quedó de hito en hito al ver semejante cantidad de gárgolas apiñadas. Tardó un momento en darse cuenta de que no solo estaban amontonadas en aquel lugar, sino que cada una tenía una postura distinta. Algunas sí parecían tener una posición normal esperable en cualquier estatua de ese estilo, pero la mayoría no. Algunas parecían estar a puntos de alzar el vuelo, otras poseían una postura tal que parecía que estuvieran pegando a alguien... El carabés se quedó mirando a una concreta. Su pose era la que tendría una persona destripando a otra.

—Lo peor es que no sé decir si me sorprende encontrarme esto aquí o no.

La verdad es que sí le sorprendía, aun a pesar de que tuviera que reconocerse que Rocavarancolia no era un lugar extraño para encontrar aquello. Pero le sorprendía: tanto que, de hecho, por una vez su postura de guardia eterna se había deshecho por completo.

—No deberíamos entretenernos mucho tiempo aquí —fue la opinión que terció Sox a su vez. Las estatuas le habrían interesado de tratarse de alguna proeza técnica o arquitectónica, pero solo eran piedra maciza. Y estorbaban estúpidamente la calle. En algunos puntos había incluso que agacharse o retorcerse para pasar entre alguna pareja de estatuas, y muchas de ellas tenían punta. Si tenían que escabullirse rápido iban a tener muchos problemas.

El ballestazo que no había llegado a presenciar aún poblaba la mente del carabés. Se le notaba en cómo miraba más a los edificios adyacentes que a las propias estatuas, inquieto ante amenazas que tenía muy poca base para calificar como posibles o no. En Carabás nunca había ido por la calle con el temor a que le abrieran la cabeza de un balazo.

El resto aún estaban llegando a la altura de los carabeses, la unidad del grupo rota momentáneamente por aquellas condenadas estatuas. Sox exhaló un suspiro que tenía algo de resignación mientras por fin les echaba un vistazo más detenido.
—Supongo que son buenos blancos —repuso—. Mejor que practicar con una diana redonda.
Sacó un virote y le dio vueltas en la mano, pensativo. Malgastarlos disparándole a estatuas y dañándolos en el proceso era una burrada; pero tal vez pudiera hacer fascímiles de menos calidad para practicar si conseguían algo de madera de sobra. Sería al menos entretenido, intentar conseguir que volasen parecido. Si conseguían buenos materiales, tal vez incluso podrían usarlos de verdad.

Eriel bajó el arco con pocas ganas y se sintió tentado de disparar al suelo cercano a los pies de la chica. Con su siguiente comentario el impulso fue de darle en la pierna directamente. Guardó la flecha en el carcaj y tomó la decisión de no acercarse mucho a ella a no ser que fuese necesario. Con las palabras de Mónica Eriel se rió y no hizo nada para reprimir la risa.

<<Oh, por la sagrada Luna Roja, ¿eso es un nombre? A este paso adoptaré la costumbre de Mónica de poner motes, es más fácil de recordar.>>
pensó cuando la ulterana les dijo como se llamaba. Después de aquello Eriel no se alejó mucho de Mónica pero continuó la marcha hacia el torreón en silencio.


Eriel pasaba entre las estatuas a veces con realtiva facilidad y otras con dificultad. Ser bajito ayudaba a pasar por algunos huecos, estar gordo hacía lo contrario.

Al nublino le sorprendía el realismo de las estatuas, parecía que en cualquier momento empezarían a moverse. Por fin llegó a la cabeza de la marcha y vio a Sox con un virote de ballesta en la mano.

-Yo no lo haría - le dijo.- No parecen buenos blancos a los que disparar, tienen pinta de ser macizos. Eso y de que si se movieran no tendrían ningún problema en abalanzarse sobre nosotros. Pero yo no me preocuparía, la piedra no puede moverse ¿no?

No le agradaba en absoluto el lugar, demasiados huecos, demasiados escondites y demasiados estorbos por aquel sitio repleto de estatuas de gente en diversas posturas, desde normales hasta otras que parecieran pelear con un adversario invisible. Aquello le hacía aún menos gracia.

-Sí, salgamos cuanto antes de aquí y procuremos no separarnos mucho. -Respondió a Sox.

Intentaba ir en su posición pero las estatuas no hacían más que estorbarle una tras otra.

-Yo no juraría sobre eso Eri. -Dijo mientras trataba de pasar con dificultad entre dos estatuas. -Me sentiría más seguro con una maza o un martillo ahora mismo.

Seguía intentando mirar a todas partes, pero esta vez había demasiados huecos o cosas por el medio como para estar seguro de nada.

Mónica estuvo muy cerca del grupo todo lo que duró el camino, bien agarrada a su cuchillo y suplicando con los ojos a sus compañeros para que alguien le diera conversación. Seguía sin sentirse exactamente segura, pero sabía que no podía refugiarse en el torreón por siempre.

Cuando llegaron a la avenida la chica dio un respingo. Estatuas, montones de estatuas en posiciones extrañas, retorcidas, que parecían sugerir que podían moverse de un momento para otro. Se retorció entre las figuras para explorar un poco tratando de no engancharse en ninguna, sin alejarse del grupo apenas.

—No es por ser especialmente quisquillosa, pero este sitio da bastante mal rollo. Parecen demasiado reales, ¿verdad? —comentó en respuesta a la frase de Mandón mientras se acercaba a una de las estatuas y se ponía de puntillas para examinarla bien. Estuvo a punto de tocarla con el dedo en lo que parecía la nariz, pero el sentido común se impuso. La chica se acercó de nuevo al grupo asintiendo a lo que Vampy había dicho. Cuanto menos tiempo estuvieran allí, mejor.

El sitio no le gustaba, para qué negarlo. Pero cuando se dio cuenta de que algunos de sus compañeros hablaban de practicar y disparar a las estatuas se le puso una expresión extraña en el rostro.

—Es piedra. ¿Por qué vais a disparar a la piedra? No querréis perder virotes, ¿no?

“Un poco de lógica, chicos”. Después, mirando a su alrededor, se rascó el cogote, pensativa.

—¿Sabéis? Este sería un buen lugar en el que hacer una emboscada.

Los motes:

Cuando llegaron a aquel lugar se quedó sin aliento. Había visto parte de la avenida desde el aire, desde lejos, pero en lugar de preocuparse o mostrar temor, había sentido curiosidad porque todo lo que había visto era una amalgama oscura, estática. La calle por la que iban les llevaba directamente hacia allí, así que el grupo en tierra no tardaría en ver lo que ella. O incluso mejor, porque desde arriba no alcanzaba a distinguir qué era aquello. Descendió junto al grupo, con la espada desenvainada por si acaso, y entonces fue cuando se quedó sin aire. Eran figuras de... ¿piedra? Bajó la guardia un momento para observar las que tenía más cerca. No tuvo que atar muchos cabos.

—Esto es una batalla...O fue una batalla. O una maldita masacre... ¿Pe-pero a dónde vais...?

Se quedó estupefacta cuando vio que algunos se acercaban demasiado al mar de cuerpos de piedra. ¿Y si eran criaturas vivas que tan solo dormían? Ya habían visto que no podían fiarse de nada... y menos de algo tan horrible. Aquello no fue (o era) una pelea normal, una batalla "oficial". No había orden ni nada que dejara entrever los posibles bandos, prácticamente parecía un todos contra todos, como si un grupo de locos se hubiera reunido para luchar hasta ver quién era el más fuerte, el último superviviente. <<Nada de batalla, es una jodida masacre. ¡Si hasta las vísceras están talladas en piedra, mira eso! No pueden ser estatuas normales, ¿quién tallaría monstruosidad semejante? ¿Para qué, con qué propósito? Ni siquiera hay sitio para trabajar, tendrían que haberlas hecho y traído... Y para qué?>>

Sacudió la cabeza. Cuando dejó de pensar en aquello, vio que, efectivamente, el grupo se había convertido en una especie de río entre estatuas. <<Como sigan así me voy a quedar sola...>> Decidió seguirles, sí, pero por el aire. Si aquellas estatuas decidían moverse repentinamente, había suficientes filos como para hacerlos puré en unos instantes. Así pudo escuchar algunas conversaciones y en una de ellas tuvo que dar la razón a uno de los nublinos.

—¿Quién nos asegura que no estén durmiendo o esperando el momento? Nos despedazarían, mirad qué armas llevan algunas. Y esas no son las peores...

Se refería a las que parecían no necesitar armas pues sus mismos cuerpos eran mortíferos. Algunas de aquellas criaturas podrían destrozarlos con la facilidad de quien aplasta una migaja de pan. Si por algún casual aquellas figuras imitaban con algún nivel de precisión a las criaturas que habitaban en aquella ciudad, estaban jodidos. Como si no lo estuvieran ya suficiente.

Sox puso los ojos en blanco.
—No iba a dispararle a las estatuas ahora mismo. Estaba pensando en cómo hacer más virotes. Se acabarán tarde o temprano, aunque tengamos mucha suerte y la mayoría no se jodan con el impacto. Las flechas igual, pero son más complicadas de hacer —prefería empezar por algo más sencillo. Hacía ingeniería, pero no había tenido que fabricar un arma en su vida.

La cosa era que si conseguía un material suficientemente bueno para hacer una imitación aceptable de virotes, bien podía guardárselos como munición de verdad en lugar de efectivamente malgastarlos en prácticas de tiro al blanco. Pero si aquellas estatuas eran una imitación efectiva de la gente o bestias que podrían darles problemas allí, Sox lo veía mucho más productivo que disparar a una diana redonda.

—Tal vez balas de pintura, si consiguiera fabricar algo parecido. Aunque no volarían igual —musitó, pensando en voz alta para que los demás también pudieran oírle—. O copiar las siluetas e intentar hacer blancos parecidos. Sería más seguro. Lo pensaré estos días —resolvió.

La paranoia de algunos del grupo sobre las estatuas empezaba a ponerle tenso a él también.
—Técnicamente es posible petrificar personas —dijo en tono algo oscuro, disconforme—. Es ilegal, claro... No es que aquí le importe a nadie —se le coló algo de desdén en la voz—. Pero veo mucho más fácil y probable que alguien moviese estatuas normales con magia, y por lo pronto aquí no hay nadie.

Eorlir pidió ideas. Sox se llevó la mano a la barbilla, pensando.
—Since, ¿has visto ahí arriba si en las calles que cruzan con esta también hay estatuas? Si no, avanzaríamos mucho más rápido dando un rodeo por los laterales.
El sinhadre era noble. Una institución añeja ante cuya mención el carabés torció el gesto; era el epítome del privilegio por derecho familiar. Eorlir ganó algunos puntos en su cabeza por haber elegido darle la espalda.