Cicatriz de Arax

Por fin llegamos a una zona donde los edificios están como más devastados, aún más ruinosos y casi como inclinados. Y al frente, algo cruza el suelo: la Cicatriz del mapa. Me acerco corriendo a curiosear, y a buscar un paso, y murmuro un Por la Gran Madre apenas inaudible.
-¡Es una fosa común! Está llena de huesos, armaduras, armas... ¿Soldados? Aquí puede haber un ejército entero...

Recorro el borde mirando y curioseando, pero también receloso de que sólo haya huesos << ¿Dónde está la piel, la sangre? >> mientras espero a los demás, y en uno de los vistazos veo un precaria forma de pasar al otro lado. Me acerco y lo tanteo, cuidadoso.
-Hum... Debería aguantar... Las chicas e Yrio delante y sin tardanza, vamos. Tap obviamente que haga lo que quiera.-añado riendo.-Pero cuidado con caerse.-aviso.

Hago guardia mientras espero a que pasen y luego cruzo la madera por delante de Serok, que es el más pesado.
Sigue en el Torreón Maciel.

A Tap le estaba sentando bastante bien poder volar fuera del torreón, con los gigantes cerca haciéndole sentir protegido. No es que eso fuera mucho, pero menos daba una piedra. Una muy, muy pequeña, al menos. Bueno, el caso es que el miedo por la pesadilla de esa noche se veía notoriamente eclipsado por la sensación de libertad que Tap sentía cortando el aire sobre su montura. No era un tonto ni un inconsciente por lo que apenas se separaba del grupo ni se alzaba demasiado. Procuraba ir siempre a la altura de la cabeza de Blanco y no más de un par de metros separado. Además aprovechaba la distancia entre unos y otros (excluyendo a Yrio cuando podía) para zigzaguear entre ellos, silbando y canturreando tonterías.

Aún con todo, Tap no perdió el ojo al camino. Lo más importante, para su desgracia, era que no había apenas flores, ni plantas de ningún tipo, en todo el camino que habían recorrido. Solo había panales más o menos derruídos y un paisaje desolador, como todo el lugar en sí. El enorme surco de huesos no tardó en asomar y Tap le dedicó un silbido entre lo divertido y la sorpresa.

-Madre mía, qué desperdicio de esqueletos-comentó en voz alta, para nadie en particular-. Si los hubieran cubierto de una buena tierra y vertido un puñado de semillas, esto sería ahora un precioso río vegetal y no esta cutrez de fosa común-. Prefirió no pensar en los dueños de los huesos, era mejor así. Para él y para todos.

Cuando tocó cruzar, Tap sobrevoló el tablón varias veces, una por cada compañero de expedición, lo suficientemente cerca de ellos como para arrear un buen empujón para estabilizarlos con la avispa en caso de que sus torpe pies trastabillaran. Por suerte no hubo que recurrir a ellos (tampoco él estaba seguro de que un golpe así sirviera) y pronto volvieron a adentrarse entre panales y otras madrigueras aburridas de ver.

La cicatriz tuvo un efecto parecido en ambas sinhadres. Estaban impresionadas, y un poco sobrecogidas por la visión de tanta muerte en un mismo lugar. Pero después de unos segundos, Alder decidió que no dejaba de ser un lugar de enterramiento cualquiera (aunque sin tierra por encima, irónicamente) y cruzó; y Seon, por su parte, recordó que había prometido ser fuerte, y trató de cruzar sin mirar hacia abajo.

Yrio estaba tan fascinado por el río de huesos que ni siquiera se paró a pensar que esos huesos habían estado vivos en algún momento, igual que lo estaba él. Pasaba los ojos maravillado por las oxidadas armaduras, algunas tan grandes como casas, y las armas que brillaban tenuemente con la luz de la mañana. Cruzó el puente a un paso desesperantemente lento, en parte porque estaba distraído por la visión de los huesos, en parte porque era buen conocedor de su propia torpeza y no le hacía gracia la idea de caerse, por mucha curiosidad que tuviera en la fosa. No fue hasta que estuvo en el otro lado, que se dio cuenta del horror que suponía aquella brecha blanquecina. Y la causante fue precisamente una mole lechosa que nadaba entre los huesos.

-Chicos...- avisó con voz aguda y temblorosa, pero aquella cosa ya había desaparecido.

Se pegó a sus compañeros todo lo que pudo y siguió a paso ligero, echando de vez en cuando una mirada hacia atrás. Por si acaso.

Tras decidir quiénes iríamos y recoger nuestras armas, salimos de Letargo Yrio, Alder, un animado Tap y yo, ojo avizor. Yrio había copiado el mapa, para no tener que cargar con el tocho, y pronto llegamos a la "Cicatriz de Arax", criatura aún desconocida para nosotros. Como siempre, tras encontrar el tablón dije de cruzar de uno en uno, cubriendo la retaguardia, y mientras tanto pasaban, me acerqué al borde a curiosear.

Entre las armas oxidadas busqué algo que pudiera servirnos, pero al dar un ligero paso hacia la grieta, una piedra cayó al montón de huesos. Algo vibró bajo el metal y los esqueletos, así que busqué otra piedrecilla para tirarla. Y otra. Hasta que un gusano enorme emergió de la escombrada ósea y volvió a sumergirse como si fuese agua. Lo miré parpadeando y luego al grupo.

-Pasad de una maldita vez. Ya sabemos qué se comió a todos los que hay ahí abajo.

Una vez me llegase el turno apretaría el paso para alejarme de allí, no fuesen a subir los gusanos buscando presas.
-Ya queda menos. Si voy demasiado rápido, avisadme.-les aviso, animado por llegar cuanto antes.-Quizá incluso podamos ver el anochecer... Aunque sería peligroso volver de noche... Ya veremos.-hago mutis con un encogimiento de hombros y sigo caminando.

Sigue en la Bahía de los Naufragios.

Tap fue refunfuñando todo el camino de vuelta, al menos mentalmente. << ¡Vamos a recoger piedras! ¡Son bonitas! >>. Se le escapó un chirrido de frustración por la espalda. << Tendría que haberles agarrado un cangrejo por los huevos >>. A ver si les seguían gustando las piedras después.

Llegaron a la gran zanja enseguida y Tap la cruzó sin muchos problemas. Esperó al otro lado mientras los gigantes jugaban a no suicidarse y, una vez estuvieron todos con los pies seguros sobre el suelo, siguió volando hacia el torreón. Como siempre pasaba últimamente y tras descubrir que no había una sola planta en toda la playa, el viaje a lomos de su avispa volvía a ser lo mejor del paseo.

El tintineo de las piedras en los bolsillos de Yrio les acompañó todo el camino. Pechote tuvo la decencia de esperarles al otro lado del puente, pero se fue airado una vez hubieron cruzado todos, y no pudo ver la mueca que Yrio le hacía mientras se alejaba volando. Bien pensado no comprendía su propio comportamiento infantil y ese odio hacia el repoblador, pero nadie podía negarle que era verdaderamente molesto. << Algún día caerá del guindo... o lo tiraré yo...>> Pensando que a ese paso acabaría ganando cierta experiencia en tirar a gente desde sitios... Sacudió la cabeza y se reprendió mentalmente por el camino que estaba tomando su cerebro. Tendría que estar triste y avergonzado por lo ocurrido con su edeel, y aun así no lo había echado de menos ni un solo momento desde que puso los pies en la ciudad. << Estas enfermo Yrio, estas mal de la cabeza. Ve a buscar a Seon y que te cure el tarro con un hechizo>> se dijo. Luego mantuvo la mente en blanco hasta que llegaron al torreón.

Sigue en el Torreón Letargo.

Alder cruzó tras Yrio. Ella también llevaba un puñadito de piedras en una mano, incluida la que el chico le había puesto en el escote, porque le resultaba molesta ahí.
Miró a medias divertida a medias curiosa la mueca de Yrio al repoblador cuando este se alejó en la avispa.
Es verdad que era como un viejo cascarrabias, pero no dejaba de ser bastante sensato, y sus enfados podían ser bastante graciosos de ver (aunque quizás no tanto de sufrir). En cualquier caso Tap tenía el respeto de Alder, e incluso su simpatía.

Poco después de cruzar la cicatriz, cansado de aminorar la marcha por los gigantes (y un poco molesto por no haber encontrado una sola semilla), Tap decidió que llegaría al panal Letargo a su manera. Estaba harto de la escasez de plantas en la ciudad y cada vez tenía más claro que la ciudad estaba casi tan muerta en ese aspecto como los cadáveres de la zanja. Pero seguía almacenando una pequeña esperanza.

-¡Ey!-silbó varias veces, para hacerse oír-. Voy a dar una vuelta SOLO-remarcó, para que nadie le siguiera esta vez. No le apetecía que volvieran a meterle bajo una cesta únicamente por tener algún compañero estúpidamente suicida. Palmeó a su avispa y esta se alejó zumbando en una dirección diferente a la de sus compañeros. La expresión de Tap era ligeramente más alegre sin el lastre de los gigantes.


Sigue en el Abismo.

Hacía ya bastante tiempo que no veían la Cicatriz más que de pasada en sus salidas a por comida: en aquellas dos semanas prácticamente no se habían aventurado más allá de ella. Shizel guiaba la marcha tratando de no perderse, y agradeció ver el puente en la distancia que le indicaba que no se había equivocado.
Pasó con cautela por el puente. Cada vez que lo cruzaba le gustaba menos: acostumbrado a los sólidos pasos entre canales de su ciudad, aquello le parecía tan sólido y fiable como si estuviera hecho de papel.
-Algún día habrá que reparar este atentado a la integridad física de uno...- gruñó por lo bajo.

Sigue en el Torreón Letargo.

Cargó con la sábana sucia y rota a su espalda como un fardo hasta el borde de la cicatriz de Arax. La noche era oscura en la ciudad, espeluznantemente oscura, pero con la poca luz que él mismo emitía era capaz de ver el amasijo blanco de huesos que se extendía bajo sus pies. Huesos y armaduras, restos de batallas, cosechas, y quién sabe cuántas historias más que podrían contar los restos de aquel río lechoso. Se bajó del hombro dolorido el saco improvisado y empezó a descargar las partes sobrantes de sus experimentos. Notaba las agujetas de haber estado pintando toda la tarde y se preguntó si hacía bien en salir precisamente aquella noche.

El movimiento no tardó en atraer a los gusanos, y eso que todo lo que estaba tirando era de pequeño tamaño. Siempre le había fascinado la velocidad con que aparecían aquellos engendros que tan bien se camuflaban en la maraña de huesos, y no entendía cómo podrían sobrevivir tantos. Mientras los primeros lomos viscosos hacían su aparición, Gael escrutó la cicatriz en toda su longitud hasta donde la luz ya no podía iluminarla. Con toda la chatarra que había allí tirada podían armar a media ciudad. Miró con lástima aquellos cascos, escudos, cotas de malla y armaduras. Tenía su propia espada, pero le gustaría contar con alguna otra arma. Por ejemplo, con su quimera más fuerte bien podría blandir una maza. Empezaba a considerarlo muy buena idea cuando un objeto captó su atención sobre un cráneo desgastado. El cristal de unas gafas le devolvió el reflejo de sus llamas, y una idea aún mejor y que podía realizar en ese preciso momento le cruzó la mente.

Los gusanos estaban todavía arremolinados en torno a la zona donde había tirado sus sobras, peleándose por el botín, así que Gael se tuvo que decidir antes de que ya no quedase nada que entretuviese a aquellos engendros. Levitó, tenso y quedo, hacia aquel cráneo deforme. Quién sabe a qué mundo había pertenecido o qué transformación le había tocado, pero eso ya no tenía ninguna importancia. Aquellas gafas parecían para algún tipo de montura, pero servían perfectamente para el propósito que tenía en mente.

Tironeó de la correa y para su sorpresa no solo vino la calavera detrás. Casi se le sale el corazón por la boca al ver emerger una columna vertebral enganchada, que confundió con un gusano al primer vistazo. Forcejeó para que se soltase todo aquello de las gafas, que se habían oxidado sobre el cráneo y se negaban a salir. Después de dar un fuerte golpe se desprendieron, y Gael respiraba entrecortadamente exhalando vapor. Su respiración no le dejó escuchar que donde había tirado la comida ya no se escuchaban ruidos enfermizos de masticación y succión. De hecho, tan pronto el cráneo cayó al río de huesos, una boca revestida de colmillos surgió bajo él, boqueando en busca de más alimento. El fuego fatuo dejó escapar un grito ahogado. Trató de recuperar altitud tan rápido como pudo, pero no fue suficiente. Sintió un desgarrón que lo hizo espabilar como si le hubiesen disparado una descarga eléctrica, seguida de un escozor frío y caliente al mismo tiempo. Se tambaleó y soltó una maldición antes de la segunda emersión del monstruo. El dolor y el pánico empezaron a confundir su mente, solo pensó en ascender como fuera, aun con la mente embotada. Tal vez fue la sangre que empapó los huesos lo que entretuvo a otros monstruos, confundidos por el olor, bajo la pila de osamentas, pero todavía no sabía si alegrarse o no de lo aquella bestia había hecho en su pierna. «Bien, al menos estaba lo suficientemente lejos como para que no se me llevara la pierna entera… ¡Joder!». En el gemelo tenía la piel desgarrada, a duras penas se había escapado de la dentellada del gusano, pero eso no quitaba que una buena parte para su gusto se hubiera quedado con aquel monstruo. Soltó las gafas sobre el empedrado de la calle y se masajeó la pierna mientras reunía fuerzas para recordar sin error el hechizo más adecuado que conocía para una herida de ese tipo.

Un rato más tarde, Gael seguía observando obsesivamente la cicatriz de su pierna, una serie de surcos hundidos que, supuso, no había manera de devolver a su estado normal. No le importaba especialmente mientras la pierna funcionase como debía, pero le resultaban molestos. Malhumorado, se colgó al cuello las mugrientas gafas y pateó la sábana vieja, que cayó a la cicatriz. No había empezado muy bien la noche, pero todavía no había hecho lo que realmente había salido a hacer.

Sigue en los Subterráneos.

RR tardó poco en llegar a la gran falla rebosante de muerte desde el torreón. Tenía cierta prisa inducida por la emoción. Tenía muchos planes, y necesitaba bastante material para hacer prototipos. Si todo salía cómo él esperaba, Maciel seguiría siendo un zulo lleno de zumbados, pero sería el más temible de cuantos habían existido.

Cuando finalmente se halló ante la brutal incisión, se arrodilló con cuidado, observando el fondo mientras ponía sus otros sentidos a escrutar cuanto se escapaba a su vista. Puede que estuviera ilusionado, pero no tanto cómo para olvidar sus tan saludables como paranoicas costumbres.

Entonces comenzó a usar sus hechizos de levitación para sacar aquellos livianos cráneos que yacían en el fondo de la cicatriz. Sacó cinco sin demasiada dificultad, para luego guardarlas en su saco.

Tras aquello, se puso en pié y se preparó para largarse. No tenía más intereses en aquella zona por el momento y tenían mucha ciudad por recorrer y explorar.

-Salgamos de este lugar, me pone los pelos de punta…- comentó, ciertamente molesto por la amplitud del espacio vacío que los rodeaba.


Sigue en la Bahía de los Naufragios.

Shizel no se estaba dando demasiada prisa, dando vueltas a lo último que había oído del pregón. Aparte de nombres y alianzas que no comprendía pero de los cuales tomó nota, a causa de nosequé plaga en algún sitio "se levantaban restricciones a la caza"... ¿Se dedicaban a exterminar plagas ajenas en mundos vinculados acaso? No le casaba con la imagen que tenía de la ciudad, pero quizá esos ejemplares eran raros en Rocavarancolia y costaban dinero...

Cruzó el puente tras RR, y se preguntó distraídamente para qué querría el foner calaveras. El idrino miró con detenimiento por primera vez los restos de armas y armaduras que yacían ahí abajo. Antes había descartado cualquier oportunidad de poder echarles el guante a causa de los gusanos, pero ahora que disponían de hechizos de levitación la cosa cambiaba. Ni siquiera necesitaba que estuvieran en buen estado (era muy poco probable que lo estuvieran): sólo necesitaba metal, y no quería echar a perder las armas de las que disponían en Maciel.

Sigue en la Bahía de los Naufragios.

Conforme nos íbamos acercando a la cicatriz, mi sorpresa fue aumentando. Esa inmensa fosa común, donde descansaban huesos de multitud de criaturas, me provocó un escalofrío. Era cierto que los nublinos no sabíamos nada directo de la ciudad en sí, pero dudaba mucho que si la fosa hubiese existido antes del cierre del enlace entre los mundos ninguno de los transformados hubiese hablado de ella.

—¿Qué habrá provocado tanta muerte...? —apenas susurré la pregunta, sin esperar de verdad una respuesta. Un escalofrío me recorrió al ver como Shizel observaba las armas de los esqueletos. Rocavarancolia no tenía la majestad de la que hablaban las historias, ciertamente estaba decadente desde hace muchos años, y había una cicatriz repletas de huesos con armas y armaduras. No había que ser muy listo para darse cuenta que aquellos cadáveres eran el resultado de una batalla.

«Y la ciudad está prácticamente despoblada...», fruncí el ceño mientras observaba a RR coger los huesos con levitación y nos íbamos de allí. «¿Será posible que la decadencia de Rocavarancolia y el cierre del vórtice fuese consecuencia de alguna guerra civil del reino? Es una respuesta que vale: una facción del reino se levanta contra el rey, la mayoría se masacra mutuamente y los perdedores cierran los vórtices para dejar su huella y provocar la caída de los pocos vencedores que quedan». Fruncí el ceño mientras me daba cuenta que había algo que no encajaba. «Pero, entonces, ¿por qué no se han abierto los vórtices de nuevo hasta hace poco? ¿Y cómo los han abierto?»

Sigue en la Bahía de los Naufragios.

El camino hacia la cicatriz fue silencioso, DL estaba mas atento a sus propios pensamientos y a su alrededor que ala dirección donde iban, siguiendo el paso de los que los acompañaban. Inusitadamente mas relajado después de salir del torreón, donde extrañamente se había agobiado por el gentío "Alguien que ha vivido encerrado, que teme a las multitudes y prefiere los espacios abiertos a pesar de también darle incomodidad...soy raro hasta para eso, ni yo me entiendo ahora mismo" pensó mirando alrededor, sin entender del todo porque se agobiaba con la llegada de los nuevos, tal vez era el hecho de nuevas caras invadiendo su de por si escaso espacio propio y privado, trayendo nueva información y mas confusiones a su cabeza.

"Hasta me estoy replanteando si el venir aquí fue buena idea...puedo sobrevivir a poca comida, a los bichos extraños o incluso sobrevivir día a día a duras penas...pero no estoy seguro de si podre mantener la cordura ante un cambio tan drástico como los nublino mencionan" pensó acompañando al resto era cierto que no se creía del todo las palabras de los dos mencionados, observando de reojo a Branniel peor aun así era algo que se pasaba sin que el quisiera por su mente, sacudiendo la cabeza y se masajeo el puente de la nariz intentando en vano sacar esas imágenes de su mente. Llego a ver como RR sacaba calaveras de la fosa sin decir nada al respecto, terminarían enterándose tarde o temprano para que las necesitaba, observando los esqueletos de criaturas que jamas había visto con atención "Quien me dice a mi si esos huesos no pertenecen a cosechados que vinieron aquí antes que yo, es un final un tanto deprimente..." sintiéndose tranquilo a pesar de todo, pues el por ahora seguía vivo, el pensar que podría acabar en esa fosa en un futuro no era atrayente por lo que pretendía sobrevivir el mayor tiempo posible.

-No pienso morirme, o al menos intentare no hacerlo, hasta descubrir todo lo que esconde y ofrece esta ciudad- murmuro en un pensamiento en voz alta para si mismo, apartando la vista de la fosa para ir en dirección a la playa.

Sigue en la Bahía de los Naufragios.

Durante el camino de vuelta Yrio volvió a vomitar. Estaba mareado y sentía vértigo, por lo que tuvieron que parar, pues el chico se negaba rotundamente a que Serok lo llevase en brazos. Ni siquiera le importó donde estaban, o los bufidos malhumorados del ulterano, se sentó en el puente que cruzaba la cicatriz y se agarró a los barrotes, apoyando la frente en el frío metal. << No pienses en sangre. No pienses en sangre. No pienses en sangre...>> Era algo absurdo, él había visto sangre antes, había estado en situaciones de riesgo << Pero nadie había muerto...>> añadió mentalmente. Vomitó de nuevo, esta vez solo líquido pues no le quedaba nada en el estómago y como si hubiese echado toda la ansiedad y angustia del cuerpo junto con el vómito de pronto el mareo desapareció y se le despejó la cabeza. Se limpió la boca con la manga y se puso en pie con cuidado. En la cicatriz los huesos se revolvían, e Yrio sintió como Serok le tiraba del hombro para alejarlo del borde.

-Espera...- pidió. Algo había surgido a la superficie. Algo brillaba un poco más que las oxidadas armaduras y espadas que flotaban entre los huesos. Aguardaron pacientemente hasta que todo se calmó y se asomaron a la grieta-

Eran sendas puntas de lanza, unidas a cuerdas que se enredaban en los brazos de un esqueleto. Yrio sacó un amuleto y se enrolló la cadena en la muñeca, apretando la piedra en el puño.

-Solo un momento...

Ignoró las quejas, incluso el hecho de que su compañero había empezado a alejarse sin él. Pronunció le hechizo de levitación, uno de los que más había practicado, y levantó las puntas de lanza... arrastrando algunos huesos también. La grieta empezó a temblar por lo que Yrio se dejó de sutilezas y alzó las armas con brazo incluído, agarrándolas como bien pudo y echó a correr todo lo que sus piernas le permitieron en la dirección en la que se había ido Serok. Podría gritarle que le esperase, pero sería algo muy estúpido, y el susto había traido consigo el mareo de nuevo. Suerte que no miró atrás, pues habría visto a uno de los gusanos alzarse y volver a sumerguirse en la marea de huesos.

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Era la primera vez que salía solo del torreón pero extrañamente no tenia miedo. ¿Qué era lo peor que podía ocurrir? ¿qué muriera? Oh! Eso seria demasiado bonito ¡.


Aquella ciudad era una como una selva llena de peligros, en cualquier momento podía salir algo de debajo de una piedra y matarte, de todas formas yo no era un cualquiera, la supervivencia siempre se me había dado bien.


Iba con cuidado, fijándome en toda marca en mi entorno que implicara algún peligro inminente, me sentía bien hacia, tiempo que no lo hacia.


Crucé por la pasarela que cruzaba aquel mar de huesos con cuidado, ya podía divisar el torreón de las plantas en el horizonte.


Ahora tenía que prepararme para lo que allí me esperaba…


Sigue en el Torreón Letargo.