Barrio Derruido

Asintió atontado a la explicación de Rad, todavía con la mirada posada en la entidad. Con todo, ninguna grabadora mágica normal hacía el aire palpitar de esa forma, y a Sox le estaba dando muy mala espina la forma en la que la calle se derretía bajo su paso. El tañido que emitía volvió a repetir sus palabras y el ángel negro apretó la mandíbula.

—Llévate entonces a Rad si hace falta—le indicó a Obel. En el peor de los casos él podría trepar a algún lugar de la zona que supiese seguro. Apenas había acabado de decirlo cuando vio lo que se les venía encima.
—¡Rad! —apenas le dio tiempo a avisar.

El astrario sintió un trozo de hielo solidificarse en su tripa cuando aquella cosa se… puso frenética quizás era lo más acertado y, acto seguido, le salió un tentáculo que se dirigió hacia él.

Si todo esto era Rocavarancolia vengándose por los meses de odio que habían quedado atrás no tenía ninguna gracia.

En las décimas de segundo siguientes Rádar pensó a toda prisa. Aquello no parecía un proyectil mágico y no debería sentirse atraído hacia él, pero de alguna forma parecía que sí. La gravedad mágica no debería funcionar ni dañarlo, pero quizás, quizás, sí lo hiciera. Y en el peor de los casos no empeoraría la situación.

O eso esperaba.

El astrario se preparó para usar su habilidad en contra de la entidad. La teoría la sabía, y en circunstancias normales no tenía problemas para activar la gravedad mágica. Quedaba por ver si en aquel momento podía hacerlo, y si eso funcionaría.

—Si mi lo mío no funciona atacadle.

-Ni de coña, o nos vamos todos o no nos vamos - respondió tajante a Sox cuando sugirió que sacara de allí solo a Rad. Sox aún no sabía volar, si lo dejaba allí los dioses oscuros sabían lo que ocurriría.

Desvió los ojos al apéndice surgido del ser cuando se extendió hacia el astrario y ya había empezado a moverse hacia él cuando en vez de intentar esquivar aquello decidió enfrentarlo. Obel sabía lo que pretendía hacer, no en vano había investigado las transformaciones de todos sus amigos. La incertidumbre de no saber cómo podía afectar la gravedad mágica a aquello fue lo que impulsó al gárgola a actuar.

Placó al astrario por un lateral para sacarle de la trayectoria acelerada del ser mágico. Golpeó justo en el lateral del pecho y aleteó con fuerza para ganar impulso.

¿Que le atacara?
—¡¿Con qué?! —dijo, con la exasperación que le brindaba haber recibido dos recordatorios seguidos de que era inútil. ¡Aquella cosa era intangible!

El chispazo del astrario al activar su gravedad hizo temblar la realidad por un momento. Sox parpadeó rápidamente por acto reflejo pero el cambio no se había producido frente a sus ojos, sino en una dimensión que no alcanzaba a ver.

El infarto que le produjo verlo dirigirse a toda pastilla hacia Rad estuvo a la par de los que había sufrido en la criba. Retrocedió a trompicones adonde habían ido a parar sus compañeros y desplegó las alas para cubrirles la retirada, angulándolas con torpeza pero preparándose para un impacto que no llegaría. Con todo no le quitaba ojo al ser, preparado por si cambiaba de trayectoria. Probablemente le atravesaría sin más, pero los músculos le gritaban que hiciese algo, cualquier cosa, ante la amenaza.

Resultaba que aquel intento funcionó. El ente se aceleró cono un óvalo luminoso y Rad flexionó levemente sus piernas. El astrario estaba a punto de hacer el giro necesario para mandarlo a volar a (esperaba) kilómetros de distancia cuando un peso gigante se estrelló contra él.

Rad cayó hacia atrás, temiendo que un bicho se había acercado, que alguna alimañana había aprovechado para acercarse e intentar comérselo. Con la agilidad proporcionada por la bendita luna el astrario se deshizo de su atacante y comenzó a sacar su espada, listo para trinchar al animal.

Hasta que se dio cuenta de quién era el animal que le había placado.

La adrenalina y el miedo se vio sustituida por una oleada de rabia al comprender qué había pasado. Por supuesto. Por supuesto que el niño obseso con la gloria rocavarancolesa seguía creyendo que aquello era alguna especie de cuento estúpido o algo así.

—¡¿Qué coño te crees que haces?! ¡¿Sabes siquiera qué estaba haciendo o es que no eres siquiera capaz de entender el concepto “plan” o “estrategia”?!

Envainó rápidamente su espada y se alejó un par de pasos, preparándose para reactivar su gravedad.

—Voy a volver a intentarlo. Obel, esta vez hazme el favor de quitarte de enmedio —no pudo decir ni hacer nada más antes de ver que el engendro empezaba a atravesar las alas de su congénere. Un nudo, una bestia viva y pursátil, se formó entonces en su garganta—. ¡¡¡SOX!!!

-¿Qué cojones, tío? ¿Se te ha caído un tornillo de ese reloj que tienes por cabeza o qué? - le espetó con furia.- ¿Dónde ha quedado la puta precaución? ¿La Luna te ha secado el cerebro? Si intentas algo así otra vez te dejo inconsciente y te llevo a cuestas hasta la Sede - amenazó muy dispuesto a cumplir la amenaza. Durante la cosecha Obel había perdido suficientes amigos para desear protegerlos a los que le quedaban, y eso pensaba hacer.

-¿Que yo no sé lo que es un plan? Tú no tienes ni puta idea de lo que esa cosa es capaz de hacer y en vez de dejar que use magia para engarme del problema decides usar tu habilidad. Ni siquiera te regeneras y esperas que... - cortó su frase cuando el astrario puso cara de de miedo. Se giró a tiempo de ver cómo aquel ser empezaba a atravesar a Sox.

El miedo desapareció increíblemente rápido sustituido por una ira sin precedentes en el gárgola. Estaba furioso con Rad por lo que había hecho y dicho. Pero aquello era mucho peor. No, no estaba dispuesto a permitir que aquel ser se saliese con la suya.

-¡ALÉJATE DE ÉL, PUTO BICHO! - estalló como un volcán, con rabia ardiente en vez de magma.

Se irguió en toda su estatura, abrió las alas y aleteó alzándose en el aire. La ira se centró en un hechizo de impacto muy potente que estaba empezando a convocar.

-¡Saca a Sox de aquí! - ordenó al astrario no dispuesto a dejar que le discutiera.

La ira de Rad y de Obel crepitando en el aire removió algo dentro de él, siempre agazapado con el ojo avizor a la menor señal de conflicto. Rebulló en su interior, mimetizado bajo la exasperación al oír a sus dos compañeros discutir en el peor momento posible.
—¡¿Queréis callar-...?!
Les miraba de reojo cuando sintió el estallido helado, la grieta de frío fracturado sobre su ala. Su alarido y el propio fogonazo de dolor fueron abruptos, abrasivos. El ángel negro trastabilló hacia atrás como si hubiera recibido un impacto físico; aleteó por reflejo para quitarse la quemazón de encima pero sólo la agravó. Su ala izquierda pendía como un fardo acalambrada a un costado de sí, móvil pero muy dolorida. Siseó.

—Estoy bien —avisó a sus compañeros entre dientes—. Se curará.
Tenía que hacerlo, ¿no? La cosa ahora estaba a poca distancia de ellos y hacer de escudo humano apenas les había comprado unos segundos de tiempo.

—¡Puedo caminar! —protestó colmado de indignación. No podía volar ni infligir daño a aquella cosa, ¡pero al menos para eso servía!

Su mirada alternó del gárgola al astrario, los dos posibles cursos de acción. El hechizo del gárgola atravesó al ser, y eso inclinó la balanza. Se acercó al astrario y tiró de su brazo.
—¡Rad, no te hagas el héroe, al menos escóndete detrás de un muro antes! —ninguno podía volar como Obel, pero ¿tendrían tiempo de subirse a un edificio?

¿Qué creía que le iba a pasar si atraía a aquella cosa hacia sí y no lograba redirigirla a tiempo? El calor de la regeneración le rebullía en la herida abierta del ala, pero Obel tenía razón. El astrario no tenía nada. ¿Se volatilizaría en el aire si aquello le atravesaba de parte a parte? La idea le envió hielo a través de las venas.

La cascada de imprecaciones de la gárgola envió a Rad en una tormenta furiosa. No sabían lo que esa cosa era capaz de hacer y, por tanto, tampoco sabían cómo le afectaría la magia. Y eso por no hablar de que hasta ahora Rad no había tenido ni idea de que Obel estaba, de hecho, cumpliendo su precio. Estaba a punto de señalar todo esto cuando el hechizo fue lanzado.

—Bien, ya hemos visto que tu magia es completamente inútil ante ese ser. Ahora usemos el arma que sabemos que SÍ func-.

Una sarta de imprecaciones salió entonces de la boca del astrario al comprobar que aquel ser variaba su rumbo (mientras seguía gritando como una grabadora defectuosa). Rad miró durante un segundo de Sox a Obel antes de asentir a su compatriota.

—Venga, rápido. No puedo esconderme del todo porque tengo que verlo para saber cuando rechazarlo, pero al menos aumentemos algo la distancia —las palabras salieron de él a borbotones apresurados, tanto como la carrera que empezaba a tomar por el rumbo decidido. Tras un instante miró sobre el hombro y gritó un poco a Obel—. ¡Tú intenta distraer a esa cosa volando un poco! ¡Y ni se te ocurra morir, no quiero lidiar con el cabreo de tu hermano si la cagas tanto!

Obel se tragó las palabras de rabia dirigidas al astrario. Empezaba a dudar que su hermano se preocupase realmente si le pasaba algo y aquello quemaba más que cualquier herida.

Echó a volar a una distancia prudencial del ser que le perseguía. Rad seguía empeñado en usar su habilidad gravitatoria contra la masa de magia andante, pero Obel quería probar otra cosa antes.

-Veamos, un hechizo que sea magia pura, nada de físico... piensa Eriel, piensa - murmuró por lo bajo tratando de concentrarse en los hechizos que conocía. Ni siquiera se dio cuenta de que había usado su antiguo nombre, un nombre que a pesar de lo que había cambiado volvía a pegarle como nunca pues se sentía otra vez un cosechado luchando por su vida.- Huso ambarino... no, ese quema el cuerpo y lo deshace, no me sirve. Maldita sea si supiese más de magia...

Aquella cosa era magia, magia desatada y con cierta forma de pensamiento pero magia al fin y al cabo, era magia... Era magia.

-Vamos a probar con esto - Obel se giró para mirar al ente que le seguía e invocó una saeta de gravitación mística.

Si aquello no funcionaba dejaría el plan de Rad salir adelante. Pero por si acaso invocaría sobre su amigo la barrera más resistente que pudiese convocar.

Sox asintió, más fruto de la energía nerviosa que por haber absorbido por completo la explicación de su compañero, pero le siguió a la carrera. A medio camino de trepar edificio arriba para tener mejor visibilidad asistió con incomprensión a cómo la masa de magia cambiaba por entero de dirección.
—¡Mierda! ¡NO! —casi le gritó que volviera antes de refrenarse. Asistió sin poder hacer nada a cómo ascendía en el aire, fuera de su alcance. Ahora todo quedaba en manos de sus compañeros.

El olor argénteo a magia volvió a oscilar en el aire al comando de Obel. Cerca de él Rad se preparaba para hacer uso de sus poderes.
¿Y él? Sox observaba impotente, encaramado al tejadillo de una torreta baja, agarrado al chapitel con un brazo agarrotado por la tensión.

El grito de la cosa aquella le puso de punta todos los pelos de la nuca, pero no tuvo mucho tiempo de pensar. Estaba ya a una distancia moderada que le permitiría ver bien a aquella cosa conforme se acercaba. Había llegado el momento de actuar y, con el corazón estrujado por la mano de la responsabilidad, activó su gravedad.

El ente se acercó a él con una velocidad endiablada. «Calma» se obligó a pensar por un momento. Luego realizó el giro de cuerpo que, según los libros, enviaría un hechizo en la dirección deseada. En este momento la dirección deseada era cualquiera en la que él, Obel y Sox no estuvieran.

Esperaba que funcionara.

Obel observó con rabia como la saeta de gravitación desaparecía entre sus manos nada más formarse. La magia había fluido bien, la ejecución había sido perfecta, ¿por qué no había funcionado? Obel no era consciente de que aquel hechizo era absolutamente inútil contra alguien sin esencia, en este caso algo.

Lanzó sobre Rad la barrera mágica más poderosa que se sabía, la ancló y la reforzó. Y no sabía si aquello sería suficiente para mantener al astrario con vida si aquello llegaba a traspasarlo.

Hizo un par de quiebros y dirigió al cúmulo de magia a donde estaban escondidos su amigos, no le quedaba más que confiar en la habilidad gravitatoria del carabés. Cuando estuvo al alcance ascendió de forma brusca y vio como aceleraba aquella cosa hasta tocar con un tentáculo al astrario. El gárgola notó la barrera estremecerse y empezar a desgastarse a una velocidad de vértigo pero de golpe paró.

La cosa salió volando despedida hacia un lateral y atravesando todo lo que tocaba como si no existiera. Si no lo hubiera visto con sus propios ojos no terminaría de creérselo. Aterrizó donde sus amigos y se acercó.

-¿Estáis bien? - preguntó ansioso. La barrera había aguantado pero no sabía si aquella cosa podía hacer algo que atravesara la magia.- Sox, ¿cómo tienes el ala?