Barrio Derruido

Sox asintió, más fruto de la energía nerviosa que por haber absorbido por completo la explicación de su compañero, pero le siguió a la carrera. A medio camino de trepar edificio arriba para tener mejor visibilidad asistió con incomprensión a cómo la masa de magia cambiaba por entero de dirección.
—¡Mierda! ¡NO! —casi le gritó que volviera antes de refrenarse. Asistió sin poder hacer nada a cómo ascendía en el aire, fuera de su alcance. Ahora todo quedaba en manos de sus compañeros.

El olor argénteo a magia volvió a oscilar en el aire al comando de Obel. Cerca de él Rad se preparaba para hacer uso de sus poderes.
¿Y él? Sox observaba impotente, encaramado al tejadillo de una torreta baja, agarrado al chapitel con un brazo agarrotado por la tensión.

El grito de la cosa aquella le puso de punta todos los pelos de la nuca, pero no tuvo mucho tiempo de pensar. Estaba ya a una distancia moderada que le permitiría ver bien a aquella cosa conforme se acercaba. Había llegado el momento de actuar y, con el corazón estrujado por la mano de la responsabilidad, activó su gravedad.

El ente se acercó a él con una velocidad endiablada. «Calma» se obligó a pensar por un momento. Luego realizó el giro de cuerpo que, según los libros, enviaría un hechizo en la dirección deseada. En este momento la dirección deseada era cualquiera en la que él, Obel y Sox no estuvieran.

Esperaba que funcionara.

Obel observó con rabia como la saeta de gravitación desaparecía entre sus manos nada más formarse. La magia había fluido bien, la ejecución había sido perfecta, ¿por qué no había funcionado? Obel no era consciente de que aquel hechizo era absolutamente inútil contra alguien sin esencia, en este caso algo.

Lanzó sobre Rad la barrera mágica más poderosa que se sabía, la ancló y la reforzó. Y no sabía si aquello sería suficiente para mantener al astrario con vida si aquello llegaba a traspasarlo.

Hizo un par de quiebros y dirigió al cúmulo de magia a donde estaban escondidos su amigos, no le quedaba más que confiar en la habilidad gravitatoria del carabés. Cuando estuvo al alcance ascendió de forma brusca y vio como aceleraba aquella cosa hasta tocar con un tentáculo al astrario. El gárgola notó la barrera estremecerse y empezar a desgastarse a una velocidad de vértigo pero de golpe paró.

La cosa salió volando despedida hacia un lateral y atravesando todo lo que tocaba como si no existiera. Si no lo hubiera visto con sus propios ojos no terminaría de creérselo. Aterrizó donde sus amigos y se acercó.

-¿Estáis bien? - preguntó ansioso. La barrera había aguantado pero no sabía si aquella cosa podía hacer algo que atravesara la magia.- Sox, ¿cómo tienes el ala?

Se le heló la sangre en las venas al oír la voz. Alguien estaba dando instrucciones a aquella cosa para que se llevase al gárgola por delante: quemarlo y deshacerlo frente a sus ojos.
—¡Obel! —gritó, sin tener tiempo de completarlo con una advertencia, una instrucción para que se quitara de ahí, que olvidara el plan-

Sox liberó el aire en una sola bocanada al ver que la aberración cambiaba bruscamente de dirección. Ahora iba como un bólido en dirección a Rad y por segunda vez en escasos segundos el ángel negro supo que no podría hacer nada. Sólo pudo aguardar, resquebrajando la piedra vieja del chapitel entre sus dedos crispados, y confiar en la destreza de su amigo.

Se quedó completamente inmóvil mientras contemplaba cómo aquel ente se perdía en la distancia. Transcurrió un número indeterminado de segundos hasta que los engranajes de su cuerpo y su mente encajaron y esta última le permitió bajar de la torreta, convencido por fin de que la aberración no iba a volver.

—Creía que te había dado —le dijo a su compañero, el sobresalto todavía permeando por sus poros. Buscó el punto donde creía haber visto el impacto antes de darse cuenta de que, estúpidamente, iba a mirar por inercia como si a Rad también se le fuera a cerrar solo.

Intuyó acercarse a Obel antes de que hablara y desvió la mirada hacia él.
—Mejor —admitió, plegando el ala afectada con cuidado—. Se cierra, pero es como si siguiera teniendo un carámbano atravesado —la quemazón había remitido de nuevo a hielo ahora que tenía el ala entumecida pero el agujero mermaba, aun despacio: a Sox le resultaba un alivio indecible. Por un momento había temido que aquel pedazo de inexistencia mágica se quedase obstinadamente donde estaba.

Funcionó. Milagrosamente funcionó. El ente aquel llegó a rozarlo, pero las protecciones de la gárgola funcionaron esplendorosamente bien, porque no sintió el toque. Luego la cosa se perdió, esperaba que para no volver a ser vista.

Al menos por él.

Asintió a Obel, apresurado. El bajón de adrenalina le había dejado con su corazón sonando en los oídos. Ya a salvo su mente volvió al misterio de qué cosa era aquella, de dónde había surgido.

Las palabras de Sox le enviaron un escalofrío por la columna vertebral. Él podía tener aquella misma sensación atravesándole si no fuera por la protección del nublino. Lo cual, por supuesto, creaba más dudas, teniendo en cuenta la naturaleza de su esencia.

—No sabía que tenías magia —levantó una ceja al mirar a Obel, con una pregunta en sus ojos. «Dónde coño te has metido». Esperaba que no fuera la secta del maníaco que se encontraron al pie del templo de los ahorcados.

Obel respiró aliviado cuando Sox le confirmó que estaba bien y se estaba curando. Rad por otra parte no había sufrido nada finalmente.

-Menos mal - comentó mientras la adrenalina descendía y el gárgola se relajaba.- No sabía si la barrera aguantaría si te atravesaba pero al menos reduciría el daño.

Frunció el ceño por el comentario del astrario y giró levemente la cabeza algo confuso.

-¿De qué hablas? - preguntó.- Si llevo teniendo magia desde la cosecha - el chico negó con la cabeza y se sentó en una roca que había por allí. Plegó las alas y se relajó sintiendo como el sol calentaba su pétrea piel.- ¿Ya te empieza a fallar la memoria, Rad? Con lo joven que eres - esbozó una sonrisa pícara.

La observación del astrario le sentó como un calambre renovado, justo cuando el cansancio ya empezaba a asentársele en los huesos. Era cierto. La adrenalina le había tenido saturado el cerebro durante toda la confrontación y no había unido los puntos pese a que Obel había ejecutado varios hechizos a la perfección.

Enfocó al gárgola con nuevo énfasis en la mirada.
—Yo perdí la mía —señaló. Cuanto más lo pensaba más reservas albergaba—. Tú también deberías haberlo hecho.

El astrario resopló cuando escuchó la burla de su compañero de criba. ¿Con quién se creía que estaba hablando? ¿Con alguien que a estas alturas no se había leído ya tres cuartas partes de lo que había en la biblioteca sobre las esencias, la Luna Roja, el proceso de transformación y todas sus distintas aristas? ¿O con alguien que lo segundo que había hecho en aquel lugar no hubiera sido leer todo sobre lo que eran sus compañeros?

Juraría que ya había mencionado alguna vez que siempre había sido de los primeros en sus clases.

Asintió tras Sox, aportando más información que había leído en la biblioteca.

—También hay transformados sin magia que a veces tiene un poco durante la criba. Cosas de que las transformaciones consista en convertirte en una criatura diferente a la que eras antes —se pasó una mano por la cara, pensando que no, no podía ser verdad—. Obel, ¿te has metido en el culto que hay en el templo aquel con cuerpos colgando?

Cada vez que recordaba al sectario se le ponían todos los pelos de punta. ¿Quién sabía qué clase de cosas podían ocurrir en las entrañas de semejante religión?

Obel sabía por donde iban los tiros pero no iba a revelar sus secretos así como así. Sabía la forma en la que iban a reaccionar si les contaba toda la verdad y, para ser sincero, el gárgola no había hecho nada malo por lo que debiese ser reprendido.

-No, yo no me quedé sin magia - contestó cruzándose de brazos y mirando a sus compañeros.- Cuando el torreón se nos derrumbó encima yo ayudé a apartar las ruinas con hechizos de levitación. Y además he estado frecuentando el barrio de los mil dioses donde aún quedan migajas que he podido aprovechar.

>>De todas formas no veo el problema - comentó entrecerrando los ojos.- No te he visto darles la charla a mi hermano o a Tayron porque hayan cumplido sus precios y me gustaría verte dándosela a Sox cuando cumpla el suyo.

>>Por lo que a mí respecta mi magia os ha ayudado, de no haber tenido a saber qué te habría pasado cuando ese tentáculo te alcanzó - replicó resoplando.- Un gracias no estaría de más.

Traición. Era la reacción más estúpida imaginable, pero fue lo que se alojó en el pecho de Sox al oír que los dos nublinos ya habían cumplido sus precios. Aunque existían en ella tintes de la misma consternación sentida al oír que Rad ya tenía trabajo, la masa de emociones que rebullía dentro de sí estaba demasiado contaminada por otros sentimientos, contradictorios y oscuros, que necesitaban nombre y palabras y que el ángel negro todavía no podía darles.

El carabés luchó por sobreponerse y rechinó los dientes, un hábito de la criba que ahora regresaba con ganas.
—La magia es útil. Ya lo sabías. Pero de dónde la sacas es importante. Es un problema.
Lo peor era que parte de las palabras del gárgola tenían peso. Rad podría haber perdido un brazo o peor de no haberle convocado Obel una barrera de protección. Y de haber podido elegir, se preguntó Sox, ¿qué habría preferido? ¿De veras habría sido mejor que Rad hubiera sufrido un daño mayor con tal de tener la conciencia limpia?
Su propia vacilación le puso un poco enfermo, como si tras tanto tiempo se hallara de nuevo al borde del vértigo físico que ya no sentía desde la Luna Roja. Existía poco que Sox echase de menos de sus primeros tiempos en Rocavarancolia, pero una de esas cosas era su propia seguridad en sus respuestas fáciles y tajantes, cortadas claramente en patrón blanco sobre negro. La ciudad le había ido planteando preguntas cada vez más trucadas hasta que Sox había pasado a temer la siguiente que apareciese.

—¿Cuando yo cumpla-? —se le cortó la voz de pura indignación. ¡La facilidad con la que lo había dicho!—. ¿Estás mal de la cabeza? ¿Te crees que estoy ansioso por matar al primero que pueda por una magia de mierda que otros pueden conseguir como si nada? ¿Por un hechizo que me puede aplicar Tay?

No había negado la pregunta de Rad, se percató con aprensión: algo que a Sox le habría parecido absolutamente prioritario en su lugar. La avalancha de emociones tormentosas del ángel negro logró destilarse entonces, increíblemente, a un único interrogante.
—¿Has hecho daño a alguien?

Obel ladeó la cabeza con una sonrisa que no era del todo feliz. Había tintes de resignación y en su mirada pesar.

-¿Ansioso? No, pero es inevitable que lo hagas - replicó negando con la cabeza.- No creáis que habéis sido los únicos en estudiar las transformaciones de sus compañeros, ningún ángel negro ha podido sobreponerse a sus instintos, todos han acabado matando a alguien. Y entiendo bien por qué.

>>El precio es... parte de ti. Si no lo cumples te sientes incompleto, sientes que falta algo importante de tu ser. No te atrevas a decirme que no lo sientes cuando no tienes magia y aún no puedes volar - clavó en Sox su mirada pétrea.- Aún no has alcanzado tu pleno potencial y nunca lo harás hasta que mates.

Volvió a negar con la cabeza. No lo entendían y posiblemente Rad nunca lo entendiese, él había tenido suerte y no necesitaba nada así. Quizá si para poder usar su poder gravitatorio tuviera que dar algo a cambio lo entendería.

-¿Y si dijera que sí? - inquirió.- ¿Y si os dijera que le he hecho daño a la persona que mató a Nad? ¿Eso lo veríais bien, o simplemente mejor? ¿O me seguiríais condenando como a un monstruo?

>>De todas formas no, no le he hecho daño a nadie - repuso.- Ahora bien, déjame plantearte una cuestión, Sox. Dices que no estás ansioso por matar pero ¿dónde está tu límite? Si para salvarnos a Tay, Rad y a mí tuvieras que matar, ¿matarías? ¿Apagarías una vida para salvar otras tres? ¿Y si esa persona fuera un asesino y violador, lo harías?

Sox se quedó boquiabierto. Fue incapaz de responder durante un instante que se le antojó completamente irreal.
—¿Lo entiendes? —la voz se le fue elevando, un crescendo de incredulidad y remolinos montantes de algo más, algo oscuro que le clavaba sus garras en las entrañas—. ¡¿Lo entiendes de verdad?! ¿Qué coño te ha pasado desde que has visto la Luna, Obel? ¿Qué has hecho?

Qué te han metido en la cabeza, qué te han hecho para convencerte de que lo que has dicho es normal. Eso también anidaba bajo su rabia, consternado y casi suplicante, pero la ira lo barría: una marejada fácil, que se lo llevaba todo consigo y ante la cual rendirse resultaba agradable, natural. Sox sentía una especie de placer por estar enfadado, aquella ira era el bastión desde el que se sentía más fuerte. Desde allí podía enfurecerse por lo que estaba diciendo el gárgola en lugar de sentir miedo por lo que le hubiese podido pasar en aquellas semanas. Por qué más cosas estarían sucediendo a sus espaldas y que no tenía poder para evitar.

—¿Condenarte? ¿Cómo puedes estar ahí de pie, recordándonos el día que trajisteis a una cría muerta en brazos y no darte cuenta de lo que estás diciendo? Una criba entera —le tembló la voz en torno a la palabra, como si apenas pudiera soportar el peso de todos aquellos meses— intentando evitar que monstruos como ése nos mataran y ahora me sueltas a la cara que vamos a convertirnos en gente igual que ellos. Que es inevitable, que juzgarnos por ello está mal. ¿Y quieres que me consuele porque a lo mejor vengarnos de alguien por el camino nos hará dormir mejor por las noches?

La media sonrisa de Obel, carente de toda alegría e incluso de suficiencia, le estaba crispando los nervios aun así. El sonido de su propia voz le enervaba, un círculo paulatino que se alimentaba de sí mismo. La sangre le hormigueaba, le pulsaban las alas. Se había metido en el espacio personal del gárgola sin darse cuenta, con un paso amenazante en su dirección.

La pregunta más importante le expulsó el aire de los pulmones; cruel, injusta. Le hizo recordar a Daer y cómo todos le habían apuntado con sus armas. Volvió a traerle a la mente el temblor de sus manos, el escozor de las lágrimas de terror en los ojos, la impotencia abrasándole el pecho desde dentro. La seguridad aplastante de que iban a morir.
Rocavarancolia le había forzado a mancharse las manos, le había traído pensamientos a la mente que la dejarían tiznada para siempre por dentro, y también le había enseñado a tragarse todo eso y seguir adelante. Los tres allí presentes sabían cuál era su respuesta.

Por supuesto que lo haría. Si con ello hubiera podido evitar las muertes que habían tenido lugar en el torreón aquel día, Sox le habría clavado un virote en el cráneo aunque media hora antes aquel engendro hubiera sido su compañero.

Sox sabía que eso no le convertía en un asesino. Aun así en ese momento aborreció a Obel, porque la siguiente frase que salió de su boca fue una mentira.

—No necesito completar mi potencial —pronunció la palabra como si la escupiera—. No lo quiero. No siento ningún vacío cuando me levanto por las mañanas sin haber vuelto a matar a nadie. Y sabes que haré lo que tenga que hacer si alguno de vosotros depende de lo que yo haga. Puedes hacerme todas las preguntas capciosas que quieras, pero acabo de recibir un agujero en el ala por vosotros —espetó, golpeándole el pecho con un dedo con más brusquedad de la calculada—. Pero no lo haré porque mi naturaleza me obligue, o porque esta ciudad esté llena de sociópatas que usen esa excusa para fingir que la moral no existe. Y desde luego no lo haría para conseguir magia.

Cada célula del cuerpo de Sox estaba alerta. Los hombros encorvados, la tensión en los músculos, el leve temblor de la adrenalina no descargada. El picor de la regeneración en el ala, los puños cerrados hasta hacerse daño.

Cada palabra que salía de la boca de Obel se volvía más y más preocupante para el astrario. Se había metido en aquella secta. Se había metido en aquella secta y el rito de inicio era algo tan horrible como podía imaginar. Solo así se explicaba la reticencia del gárgola a confesárselo.

Quizás lo peor fue cuando empezó a encararse con el ángel negro. Alguna de las palabras de Obel eran dudas del propio Rad, pero no la había formulado. Y, desde luego, jamás habría pronunciado semejantes sentencias como si fueran inevitables. La indignación subió con cada sonido que escuchaba, y apretó sus manos. ¿Cómo podía hablar de asesinatos, de erigirse en juez de quién merecía existir y quién no, con tanta facilidad?

A Rad la criba (y su transformación) le había enseñado que la vida era tan magnífica como frágil. Había creído que al resto también.

Sin embargo tuvo que intentar serenarse cuando notó lo tenso que se ponía el ángel negro. Las palabras de Obel sonaban en el aire: la gárgola parecía aceptarlas, pero él no. Para él lo que estaba escuchando no eran simples hechos, sino una profecía de condenación, una inevitabilidad de perdición. No estaba ansioso por descubrir si aquellas fatídicas palabras se volverían verdad o no.

—Sox, basta ya. No lo empeores tú también —le tomó del brazo e intentó empujarlo un poco atrás, mirando a la gárgola con ojos penetrantes. Y tú… ¿Crees que es lo mismo? ¿Que matar a una persona que te está atacando en medio de una pelea es igual que cazar a otros, que arrogarte una especie de derecho moral para decidir quién merece existir y quién no? Porque si crees algo así entonces eres tan estúpido como piensas que somos nosotros.

Obel recibió las réplicas de ambos carabeses casi sin inmutarse, con una máscara de serenidad que en realidad no sentía pues la rabia del ángel negro hormigueaba en su interior intentando influenciarlo. El pequeño empujón casi no lo hizo moverse de su sitio y el gárgola mantuvo la compostura.

-Estúpidos no, sordos parece que sí - comentó.- Ya os he dicho que no he hecho nada malo, nada según vuestros estándares. Lo único que hago es asistir a misa, ni siquiera he participado en una - negó con la cabeza pensando en por qué demonios tenía que dar una explicación.

-Repítemelo cuando hayas matado por primera vez - replicó con aquella sonrisa carente de emoción y unos ojos que veían más lejos que el día de mañana cuando el ángel negro dijo que no quería llegar a su máximo potencial.- Respecto a quién merece vivir y quién no...

>>Mucha gente merece vivir y ahora está muerta: Nad, Dafne, hasta Daer - aseguró con la mirada convertida en pura piedra.- Lo que hizo no fue culpa suya, se malogró y no pudo controlar sus instintos más básicos, si hubiera podido lo habría salvado - pasó su mirada de Sox a Rad de forma alternativa.- Y gente que está viva merecería morir por lo que hizo: el que mató a Nad, Tuétano... no me digáis que en aquellos meses en que nos aterrorizaba desde los cielos no deseábais libraros de ella.

-No puedo erigirme en juez. Pero el mundo estaría mejor sin algunas personas - sentenció finalmente. Estaba seguro de que sus amigos pensarían que él era uno de ellos y le daba igual.- El mundo no es blanco y negro. Es gris como yo, y siempre existen situaciones que te harán llegar a límites que nunca habrías pensado. Yo, por ejemplo, no estoy dispuesto a perder a nadie más de mi reducida familia, y haré lo que tenga que hacer para que estéis a salvo.

“Repítemelo cuando hayas matado por primera vez.” Sox se quedó sordo momentáneamente tras aquella frase, como si le hubieran sumergido de golpe la cabeza bajo el agua. Le hirvió la sangre, un chorro burbujeante de ira blanca y candente atravesándole el cráneo. Tenía ya el brazo a medio movimiento, deseando estrellarse contra algo, cuando la fuerza de Rad, sólida como una roca, le detuvo a mitad de camino.
—No lo estoy-... —pero lo estaba. Tenía el corazón acelerado, ansioso por el instante previo a una pelea. ¿Por qué? Bajó el brazo y dejó a mitad el forcejeo que había empezado para soltarse del astrario, consintiendo con reluctancia en que lo arrastrara hacia atrás.
Todas las células de su cuerpo parecían aunarse para recordarle que las cosas se resolvían de forma mucho más rápida con un puñetazo en la cara. Sox se pasó las manos por el rostro para disipar esa sensación, angustiado.
"¿Qué me está pasando?"

Dejó que Rad tomara la palabra en su lugar mientras esperaba a que su pulso desbocado regresase a la normalidad. Sus propios conceptos, muy parecidos a los del astrario, sin embargo afloraban embrollados y confusos a la superficie, enredándose por el camino con las verdades sobre sí mismo que prefería no admitir.

—Obel —y el tono en que lo dijo fue una petición de paz tanto al gárgola como a sí mismo—. Sólo te pido que no te creas todo lo que te cuenten. No dejes que te convenzan de empezar por ahí y luego terminar creyendo que asesinar no significa nada. No hemos llegado hasta aquí para esto —para que luego la ciudad los engullese uno por uno de una forma diferente a la muerte—. No voy a dejar que tengan razón. No quiero que me pase. No es… No es tan difícil de entender —terminó diciendo, derrotado.