Torreón Letargo (Archivo V)

Había demasiadas cosas a las que la idrina le hubiese replicado al xolnita de haber sido otra la situación. Pero en aquellos momentos tan solo pudo sentir un alivio abrumador cuando Roaxen finalmente abandonó la escena tras sobresaltarla una última vez al clavar su arma en un cojín. La lacustre permaneció unos segundos observando el hueco ahora vacío frente a ella donde escasos momentos antes el ulterano había amenazado su vida y comenzó a nublársele la vista. Las pocas fuerzas que había logrado reunir para encararse a Roaxen se esfumaron de golpe y la lacustre se sentó torpemente en el suelo, viéndose incapaz de llegar siquiera hasta el sillón más cercano, mientras intentaba limpiar con el dorso de la mano las lágrimas que no había podido evitar derramar. Apenas pudo reaccionar cuando Ruth se acercó para preguntarle si se encontraba bien, limitándose a asentir sin ni siquiera mirarla.

Alzó la mirada hacia Kimbra al escuchar su frío razonamiento. Nada de aquello debería estar pasando. No se trataba de que recriminase a la hija de lunas su intención de acabar con la vida de Roaxen, era consciente de que probablemente para la krabelinense aquello era algo lógico. Pero desde su perspectiva la situación era una completa locura y no pudo evitar negar con la cabeza, tratando de ordenar sus ideas antes de levantarse torpemente y dirigirse hacia Kimbra.
—No, por favor, ni siquiera alguien como él merece morir. No se atreverá a atacarte, nos aseguraremos de que no sienta que tiene el poder para mantenernos bajo amenaza constante. Es evidente que tenemos que extremar las precauciones y si vuelve a amenazar la vida de alguien… Tendremos que buscar la manera de echarlo de aquí. Pero no más muertes innecesarias, por favor…
Para ella matar al ulterano se encontraba completamente fuera de la cuestión, aunque en su cabeza comenzaba a preguntarse cómo podrían deshacerse del xolnita. Ella era la primera que no quería tenerle cerca después de lo sucedido, pero no era tan simple. Echarlo del torreón al fin y al cabo implicaba con casi toda seguridad dejarlo morir, lo cual era mucho más sencillo que mancharse las manos, pero ello no hacía que el resultado variase.

Resultaba irónico que ella fuese la que tuviese las manos manchadas de sangre en aquel instante, aunque se trataba de la suya propia. El corte de su brazo no terminaba de cerrarse y al haber dejado de tapar la herida con la mano varias gotas de sangre habían caído sobre su ropa y el suelo del torreón. Con un aire ausente, comenzó a recitar el hechizo de sanación superficial para aplicarlo sobre la herida, que empezó a desaparecer lentamente. Una vez hubo acabado la idrina se desplazó hacia el lugar donde se había quitado la bota y se la puso torpemente utilizando únicamente la mano que tenía limpia, cosa que casi le hace perder el equilibrio en más de una ocasión. Su intención era salir al patio para limpiarse la sangre y a continuación comenzar a subir cubos al cuarto de baño. La tarea se le antojó irrealizable debido a la debilidad que sentía y se vio obligada a solicitar ayuda a los presentes para cargar con los cubos.

Rasqa no fue consciente de lo serio que había sido aquel asunto hasta que no escuchó a la idrina. Había estado tan sumido en lo estúpido que era aquello por parte de Roaxen que ni cuando lamentaba reirse estaba al tanto de lo que verdaderamente ocurría. Cabreado consigo mismo (bastante menos que con Roaxen) apretó las mandíbulas y soltó un bufido.

—Pues yo creo que sí se lo merece—se metió por medio para dar su más sincera opinión y pagar el enfado con el intento de asesino ulterano—. Si le perdonamos la vida ahora, dentro de unos meses podríamos acabar lamentando la muerte de uno de nosotros.

>>Además, sería solo un mordisco en el cuello y adiós muy buenas —comentó con muy poco tacto, ofreciéndose también como mano ejecutora si lo necesitaban. A pesar de todo, suponía que ese no era el problema, pues Kimbra también era capaz soportar darle fin a la vida del ulterano y aún así Irianna había pedido que no se le matara—. Otra opción sería atarlo, dejarlo fuera y que sean los carroñeros de antes quienes den buena cuenta de su cuerpo.

La idea de Roaxen vivo no le gustaba de ninguna manera: el ulterano sabía usar la ballesta y, si era lo suficientemente avispado, todavía se podría precipitar al mar* con una o dos muertes más consigo, incluso si lo soltaban fuera. Rasqa no quería tener que correr el más mínimo riesgo. Matarle era sano para la manada.

*Expresión equivalente a "ir a la tumba". En las Islas tiran los muertos al mar.

Kimbra pausó su trabajo ante las palabras de Irianna y se giró en su dirección.

- Sospecho que he sido malinterpretada. Irianna, mi intención no es la de provocar su muerte deliberadamente. Simplemente no tengo la intención de contener ni limitar mis ataques a la hora de defender a mis compañeros o defenderme a mí misma. Creí oportuno informaros de ello debido a los posibles malentendidos que la intersección de culturas pueda acarrear.

Una vez terminó de hablar, la engendro continuó con su trabajo terminando de desollar a la hiena, tras lo cual comenzó a descuartizarla.

Ajeno al jaleo que se había montado debajo, Jace se dedicaba a mirar a ninguna parte con el cigarrillo en la boca. No se imaginaba que Roaxen fuera a reaccionar mal, como mucho lo veía huyendo a su escondite, como hacían la mayoría de casos similares que le habían sucedido a él en su planeta, motivo por el que no se demostraba preocupado por ello. Aunque bien es cierto que en la Tierra no todos los días le partían la cara a un loco armado con un sable.
En todo caso, el que verdaderamente le preocupaba era Sekkeh, y eso que al oírle hablar no pudo evitar romper a reír.

—¿En serio tío? En mi planeta cosas así eran mi pan de cada día. Al cuarto puñetazo suelen dejar de amenazarte.— sonrió en un intento de tranquilizarle—.Raro es que no hayas explotado antes. Si no lo hubieras hecho tú, alguien más habría saltado, y quizás habría sido peor.

Dio una calada profunda a su cigarro para soltar el resto del humo despacio, viendo como se deshacía a medida que ascendía. Por el rabillo del ojo, vigilaba al intara. En lo que vio que requería fuego, encendió el mechero, tratando de disimular una sonrisa al pensar que podría ser su primera vez fumando. Efectivamente lo era.
Debería haberle ayudado en lo que le entró la tos, pero el moreno estuvo demasiado ocupado riéndose y evitando que su propia colilla se le cayera de la boca.
—Ey, ey, ¡despacio! Esperaba que siendo un pirata aguantases un poco más con el humo, pero ya veo que no.—se quitó el cigarro de los labios para darle una palmada en la espalda, bromeando—. Se me ha caído un mito. Aunque no he visto nunca a un pirata fumando, a decir verdad...
Se apoyó de espaldas contra el borde, colocando ambos brazos en la almena. Como buscando regodearse de su "experiencia fumadora", soltó todo el humo por la nariz como un toro enfurecido.
—Tío, no te pases. No está tan mal. —alzó ambas cejas, para momentos después sonreír—. En la Tierra hay algunos que saben a cosas como chocolate o menta... Aunque a mi me gustan más estos.


Durante unos segundos permaneció en silencio, reconsiderando que decir para pasar el mal trago de Roaxen. Quizás no decir nada le fuese mejor a su amigo, pero Jace no se terminaba de sentir agusto dejando el tema así.
—No te sientas culpable por lo de abajo, ¿vale? Procura no darle más vueltas. Roaxen se va a despertar de mal humor si no lo ha hecho ya, y si te da problemas por eso ya le callaré la boca yo. Por ahora asfíxiate tranquilo y luego si eso bajamos a ver.

Sekk le recordaba demasiado a uno de sus amigos, concretamente al bajista del grupo. No quería pensar que fuese algún tipo de reemplazo por la pérdida de este, pero en ocasiones en lugar de ver al intara veía a otra persona. Al inicio de la relación tuvo que morderse la lengua más de una vez para no llamarle por el nombre erróneo. Por supuesto que le apreciaba, con diferencia, y aquello no era más que un motivo de más para apoyarle y protegerle.

Sekk agradeció las palabras tranquilizadoras de su amigo, pero en el fondo seguía preocupado. No quería que su acción les causara problemas a los demás habitantes del torreón, pero estaba seguro de que era eso exactamente lo que iba a pasar y saberlo no le ayudaba a sentirse mejor.
—No tiene gracia —masculló cuando el humano empezó a reírse por su ataque de tos, riendo el mismo al cabo de unos segundos—. Seguramente solo tenga que acostumbrarme al sabor, pero dado que no tienes muchos más va a ser complicado. No creo que haya un estanco al doblar la esquina —comentó con una sonrisa ignorando el comentario de los piratas. Los que había tenido el dudoso placer de conocer en Ulterania habían terminado ensartados en su espada antes de que pudiera conversar con ellos sobre su gusto por el tabaco.

El tema de la conversación volvió a ser el capellán al cabo de unos segundos. Al intara le complacía el apoyo de Jace, pero seguía igual de inquieto.
—No es que me sienta culpable, se lo estaba buscando, pero no quiero que os salpique nada de esto. Es demasiado impredecible y posiblemente reaccione de forma violenta, por eso tengo que ser yo él que le enfrente si se da el caso. Es mi problema a fin de cuentas —añadió, dando otra calada al cigarro con la vista perdida en un punto indefinido de las ruinas que se extendían a sus pies.

Exhaló el humo por la nariz, como acababa de hacerlo el americano, pero la picazón le provocó un estornudo.

—¿Y dejar que termines atravesado por una ballesta de nuca a frente? Hah. Un dos tres, responda otra vez. — ladeó la cabeza para mirarle en el momento en el que el rubio soltaba el aire por la nariz. Disimuló una mueca de asombro—. Si piensas que te voy a dejar hacer eso la llevas clara. Aunque sea déjame acompañarte cuando vayas a enfrentarte a él. Prometo no hablar si no es necesario.

Su sorpresa terminó en una sonrisa con el estornudo de Sekkeh, y solo por fastidiar, volvió a expulsar el humo por la nariz. Su cigarro no tardó en consumirse, y acabó extinguiéndolo a base de tirar la colilla al suelo y pisarla.

—Hazme un favor y no cargues tú solo con esto. Si no es con el resto, al menos conmigo. Para eso estamos los amigos, sabes.

Dicho esto, se apartó del borde y se arregló la chupa de cuero, quitando arrugas o suciedad. Tras eso, guardó las manos en los bolsillos, mirando a Sekkeh con una leve sonrisa.

—¿Te sientes como para bajar ya? Con suerte, cuanto antes lo hagas, antes se te pasa el malestar. O podemos solo ir a darle golpes a los maniquís.

El americano no estaba de acuerdo con su razonamiento, pero la forma en que lo expuso hizo sonreír al ulterano. Apreciaba aquel gesto de apoyo, pero en en el fondo seguía sintiéndose reacio a mezclarle en aquel asunto.
—Está bien —cedió a regañadientes, haciendo rodar el cigarrillo entre los dedos antes de terminarsele—. Tendré en cuenta lo que me has dicho, descuida —comentó, ignorando deliberadamente como el chico hacía gala de sus habilidades de fumador.

—Baja tu, yo necesito tomar un poco más el aire —respondió cuando le preguntó si le apetecía bajar—. Estaré bien, no te preocupes —añadió con una sonrisa, apagando la colilla en una almena antes de dejarla caer hacia el foso. Jace desapareció por el hueco de las escaleras instantes después y el intara no tardó en escuchar el sonido de los golpes desde la planta de abajo. Estuvo tentado de bajar a descargar la poca tensión que aún le quedaba con uno de los muñecos de prácticas, pero permaneció inmóvil, observando el distante mar sin pensar en nada en concreto.

Algo más tarde salió de su trance y bajó por fin, pero no interrumpió al neoyorquino y se encaminó hacía el salón con la intención de averiguar si el xolnita ya había despertado. No llegó a su destino, sin embargo, pues se topó con Irianna en las escaleras. Aunque salía de darse un baño tenía mala cara, presumiblemente a causa del destino de Ziack y del percance que había causado el intara a su llegada.
—Hola —saludó un tanto inseguro, llevándose una mano a la nuca sin saber muy bien cómo empezar—. Siento lo que ha pasado antes, yo… —empezó, pero se interrumpió al percatarse de la marcada cojera de la muchacha—. ¿Puedo echar un vistazo a ese tobillo? Si te lo has torcido habría que tratarlo cuanto antes o empeorara —solicitó. Aquello era más importante, la disculpa podía esperar.

Las palabras de Rasqa la inquietaron. Comprendía que el parqio y la hija de lunas venían de mundos bastante menos civilizados que Idris y temía que realmente tuviesen intención de matar a Roaxen a la primera oportunidad, y estaba claro que no sería en la conciencia de ellos en la que precisamente pesaría aquel acto. Por eso la aclaración de Kimbra la alivió y asintió con comprensión.
—Lo entiendo —afirmó—. Pero espero que eso nunca llegue a suceder. —Una parte de ella no podía evitar sentir culpabilidad, había sido a ella a quien había amenazado de muerte directamente y por ese motivo Rasqa y Kimbra parecían dispuestos a acabar con la vida del xolnita—. No puedo estar de acuerdo con matar a alguien con esa facilidad, pero comprendo vuestros puntos de vista. Por eso me hago responsable de la situación y os prometo que haré todo lo que esté en mi mano para que podamos estar seguros de que se lo piense dos veces antes de que vuelva a ocurrir algo como lo de hoy. Quiero creer que eso no llegará a producirse, pero no voy a pecar de ingenua: si hay una próxima vez no me negaré a expulsarlo del torreón. Pero prefiero dejar de lado las medidas drásticas por ahora… Es evidente que reacciona muy mal si se le confronta de forma violenta. ¿Y si se dirige a Maciel y comete alguna locura?

La lacustre no tenía nada más que decir respecto a aquel tema, por lo que solicitó la ayuda de Kimbra para llenar la bañera del primer piso: en aquel instante necesitaba ante todo darse un baño. En cuanto la bañera estuvo llena y el hechizo térmico cumplió su función, dio las gracias a la krabelinense y, una vez se encontró sola en el baño, procedió a atrancar la puerta. Nunca había hecho nada más que pasar el cerrojo, pero aquel día cualquier precaución le parecía poca. <<No hay ningún lugar seguro>>.

El agua caliente calmó en buena medida la fatiga de su cuerpo, pero su mente bullía con los recuerdos de todo lo sucedido en aquella fatídica mañana: Ziack cayendo, la ominosa voz en su cabeza, el sable de Roaxen apuntándola directamente… La sensación con la que Irianna abandonó la bañera para secarse y vestirse era de una extraña calma irreal. La tranquilidad de aquel cuarto de baño no encajaba con el ambiente hostil que parecía respirarse nada más atravesar la puerta, tal y como hizo mirando a su alrededor, especialmente sin poder evitarlo hacia la puerta del estudio donde sin duda se encontraba el xolnita, y cojeando mientras trataba de mantener a raya el torrente de sensaciones que ponían empeño en agobiarla. Fue entonces cuando oyó los pasos en la escalera e instintivamente se puso en tensión.

Que se tratase de Sekkeh le producía sensaciones contradictorias: alivio porque no fuese su congénere, pero también ansiedad porque no sabía cómo reaccionaría cuando se enterase de lo que había sucedido abajo. La lacustre tenía la certeza de que al intara no iba a sentarle nada bien haber provocado algo como aquello a pesar de que su acción había sido perfectamente comprensible.
—Hola… —le devolvió el saludo mientras se agarraba un mechón de cabello con cierto nerviosismo que se esforzó por ocultar—. Uhm… Pensaba aplicarle un hechizo térmico para enfriarlo a falta de hielo, pero supongo que… a juzgar por cómo está hinchado es posible que no baste. Te agradezco tu ayuda.
En su interior, la idrina rechazaba la idea por más de un motivo, pero era cierto que su tobillo no tenía buena pinta y habría sido extraño negarse.

Irianna aceptó su ayuda tras comentarle lo que había pensado hacer. Sekk asintió ante la idea de usar un hechizo térmico, pero también era cierto que no sería suficiente, así que la acompañó hasta la habitación de los chicos para vendarle el tobillo. La estancia estaba vacía, lo que el rubio en parte agradeció, pues no le apetecía tener mirones en aquella situación.
—Toma asiento —le pidió, señalando su cama antes de ponerse a rebuscar en uno de los baúles. Había preparado unos cuantos vendajes días atrás en previsión para una situación como aquella, por lo que en cuanto dio con ellos tomó una silla y se acercó a donde esperaba la lacustre.

Se sentó a cierta distancia y le pidió que extendiera la pierna lastimada hasta apoyarla en su rodillas, donde comprobó el tobillo con ojo experto. Sujetó el talón con suavidad y giró el pie con cuidado para comprobar si el ligamento se había rasgado.
—Imagino que duele, ¿pero notas que algo limite el movimiento? —preguntó, obteniendo una respuesta negativa por parte de la paciente—. Eso es buena señal, solo es un esguince leve que sanara en unos cuantos días. Si se hubiera roto el ligamento tardarías semanas en recuperarte… —murmuró, extendiendo la mano hacia las vendas y haciéndose con un par. Sekk trabajaba en silencio, centrado en su tarea, realizando de forma eficaz con lo poco que tenía a mano una suerte de vendaje funcional de tobillo. Este ayudaría a la muchacha a recuperarse con más rapidez, pues disminuiría la tensión sobre la articulación cuando tuviera que caminar.

—Cuando era pequeño solía torcerme los tobillos con frecuencia, ¿sabes? —comentó, tratando de distraer a la albina de la tarea que estaba haciendo—. Vivir en un barco es peligroso y un niño puede perder el equilibrio si juega en cubierta de forma descuidada —informó, comprobando la firmeza del vendaje—. Como puedes imaginar yo era muy descuidado, pero por suerte mi madre era doctora, y de tanto visitarla en calidad de paciente termine asimilando la forma de tratar este tipo de lesiones —añadió con una leve sonrisa antes de concluir su trabajo. El vendaje era firme y apretado, pero no cortaba la circulación y permitía cierta libertad de movimiento—. ¿Podrías aplicar el hechizo térmico al vendaje? —preguntó con curiosidad, levantando con cuidado la pierna de la idrina y extendiéndola sobre la cama.

Observó cómo tejía el hechizo en silencio, sin interrumpir, pero cuando concluyó titubeó unos segundos antes de preguntarle lo que llevaba un rato rondándole la cabeza.
—¿Qué pasó con Roaxen Tenvrai cuando me fui? —preguntó, visiblemente avergonzado por lo que había hecho—. Siento mucho haber perdido la razón de aquella forma, pero el discurso que dio… agh —se interrumpió a si mismo, frotándose los ojos antes de volver a hablar—. No quiero justificarme: me excedí y lo reconozco; pero como precisamente fui yo el responsable no quiero que mis actos os causen ningún problema. ¿Ya ha despertado? —inquirió por fin. Sus ojos reflejaban la inquietud que sentía en aquel momento, temeroso de las acciones que pudiera haber tomado el capellán hacia sus compañeros de haber recuperado la consciencia.

Irianna hubiera preferido que se dirigiesen a casi cualquier otro lugar, pero en realidad tampoco quería que hubiese más gente alrededor por diversos motivos. El problema radicaba en que tampoco se sentía cómoda estando a solas con Sekkeh y siguió sus indicaciones mientras la tensión que sentía aumentaba a cada segundo que se acercaba el momento en que el intara examinase su tobillo.

El rechazo que le produjo el contacto casi le hace retirar instintivamente la pierna, pero se obligó a visualizar en su mente aquella situación como cualquier visita a un doctor en la que no tuviese más remedio que aguantar estoicamente el mal trago. Se dijo, además, que en realidad aquello solo era una estupidez en comparación con haber sido amenazada de muerte y que el chico solo estaba tratando de ayudarla, cosa que sin duda necesitaba si quería evitar que la lesión de su tobillo empeorase.

Trató de concentrarse solo en lo que Sekkeh contaba, en lugar de en el hecho de había un hombre tocando su pierna, y respondió a sus preguntas todo lo lacónicamente que lo aceptable le permitía. Observó el proceso de vendaje que el intara llevó a cabo en su pie, esperando que su mirada reflejase curiosidad y no otra cosa.
—Vaya, seguro que tu madre era una doctora excelente a juzgar por lo que has podido aprender de ella —comentó tratando de que lo único que transmitiese su tono fuese cortesía—. A mí nadie me enseñó nunca este tipo de cosas… Debería aprender: por desgracia dudo que yo vaya a ser la única que necesite un vendaje.

Asintió ante la pregunta de si podía realizar el hechizo y la lacustre agradeció tanto el hecho de que el chico hubiese terminado como el poder concentrarse en la conjuración del mismo. Estaba a punto de darle las gracias y cambiar de tema cuando Sekkeh finalmente formuló la pregunta que había temido tener que responder. La lacustre guardó silencio durante varios segundos, insegura acerca de lo que debería decirle.
—Roaxen Tenvrai… él… —se mordió el labio inferior. No quería mentirle: ya lo hacía con más frecuencia de la que le hubiese gustado. Y de todos modos se enteraría tarde o temprano por algún otro compañero de lo sucedido—. Se despertó no mucho después de que Jace y tú hubieseis abandonado el salón. Estaba completamente fuera de sí y… blandía su sable descontroladamente mientras gritaba toda clase de improperios contra nosotros. Ruth y Devoss le gritaron… Tenía miedo de que les pasase algo e intervine… —un ligero temblor y su expresión delataban que el recuerdo producía un gran malestar a la idrina—. Durante unos instantes… temimos que nos atacase. Por suerte Kimbra consiguió que dejase el arma al apuntarle con su arco —. No le costó mucho decidir omitir el hecho de que el xolnita la había amenazado directamente—. Nunca le había tenido miedo hasta ahora —confesó, sin embargo—, pero aunque no puedo estar de acuerdo con quienes hablan de matarlo o abandonarlo a su suerte tan a la ligera, es evidente que representa un peligro. Todavía no sabe que has sido tú… Ten cuidado, por favor. Aunque todos tenemos que estar alerta a partir de ahora.

El intara fue empalideciendo a medida que la idrina relataba el despertar del xolnita, levantándose para acercarse a la ventana cuando llegó a la parte en la que el capellán les había amenazado. Allí de pie apretó los puños con fuerza con la vista perdida más allá de la tronera, tratando de controlarse para no salir en busca de Roaxen y hacerle tragar su sable.
—No debí dejaros a solas con él —dijo al final, visiblemente enfadado consigo mismo. No añadió nada, pero se apoyó en el alféizar al sentir que le faltaban las fuerzas. El corazón le latía demasiado rápido y estaba empezando a marearse.

Lo último que había dicho la lacustre solo provocó que se arrepintiera aún más de sus acciones, pues al no haberle delatado se habían expuesto de lleno a la furia de aquel fanático desquiciado. Todo aquello era culpa suya y pensar que podían haber salido lastimados a causa de su impulsividad le revolvía el estómago.
—Aprecio tu preocupación, Irianna, pero le pondré al tanto de que yo fui el que le dejó inconsciente. No sería justo que siguiera pensando lo contrario —argumentó. No se retractaría de su decisión—. Si quiere hacérmelo pagar cuando esté al tanto puede intentarlo. Tal vez le haga tragar los dientes que le quedan —añadió con acidez.

Irianna leyó sin dificultad el desagrado de Sekkeh por lo que acababa de contarle con tan solo el vistazo que le dirigió a sus gestos antes de apartar la vista del intara y ladear la cabeza con desánimo, sin saber muy bien qué decir. No iba a tratar de convencerle de que no se delatase: ella misma había hecho algo muy temerario allá abajo y, además, en realidad creía que asumir su responsabilidad era lo correcto. Se dijo que con la cabeza más fría el xolnita no intentaría atentar contra la vida del intara, y de todos modos el odio que el capellán profesaba a “los xenos” no se extendía evidentemente hacia otro ulterano. Sabía que existían desigualdades entre razas por lo que el propio Sekkeh le había comentado alguna vez, pero Roaxen siempre se había comportado diferente con su compatriota.
—Lo entiendo —comentó lacónicamente de la forma más neutral que fue capaz.

El comentario que hizo sobre los dientes, no obstante, le hizo recordar lo único que le había resultado desmesurado de la acción que el intara había emprendido contra la impertinencia de su compatriota y, tras titubear unos instantes, decidió comentárselo.
—A propósito… No digo que no se lo mereciese en el fondo, pero, ¿imprimir tanta fuerza como para que se le saltasen varios dientes no fue tal vez… un tanto desmesurado? Quiero decir… No voy a justificar su respuesta todavía más desmesurada, pero si alguien me rompiese los dientes creo que yo también reaccionaría con cierta violencia…

La idrina no se opuso, lo que el ulterano agradeció en parte. No tenía ganas de discutir aquel punto: debía asumir su responsabilidad y no se imaginaba dejándolo pasar sin más.
—¿Desmesurado? No lo se, pero ni siquiera le golpee con todas mis fuerzas —respondió meditabundo. No parecía darle a aquel hecho la misma importancia que le daba la muchacha—. A decir verdad tiene una mandíbula algo enclenque, y con la importancia que le da a su imagen tal vez el hecho de perder unos cuantos dientes haya agravado su enfado… —comentó con una leve sonrisa desdeñosa que no tardó en desaparecer—. Pero en mi opinión es un exagerado: en tres días a lo sumo podrá volver a sonreir petulantemente. Tal vez en una semana.

Se rascó la barbilla ligeramente pensativo, dándole vueltas a aquel tema sin demasiado interés. Con el tamaño de los dientes de Roaxen le habría extrañado mucho que tardaran en crecerle más de siete días.
—Seguro que lo que de verdad le ha molestado ha sido ver su sangre derramada sobre el suelo. He oído que los duques de la nada le dan mucha importancia a esas cosas —añadió unos instantes después, centrando de nuevo su atención en Irianna.

La respuesta de Sekkeh le sorprendió en un principio, pero de sus palabras pudo deducir por qué el intara le restaba importancia a algo como perder los dientes.
—Ah... Espera. ¿Os vuelven a crecer los dientes o he entendido mal? —le preguntó con curiosidad mientras se levantaba despacio de la cama—. Si a un idrino se le rompe un diente se queda sin él de por vida.

No supo qué decir, no obstante, al comentario sobre la sangre derramada. No era un tema agradable y además le hacía recordar el mal trago que había pasado. Irianna optó por dejar claro con un gesto que le había prestado atención pero no comentó nada, esperando que su interlocutor interpretase su silencio correctamente.

El ulterano recibió la información dental de la lacustre con cierta sorpresa. Aquella solo era una diferencia más que añadir a la lista que les separaba como raza, pero no dejaba de ser curiosa.
—Nosotros tenemos dos filas de dientes —dijo, abriendo ligeramente la boca para que pudiera verlo—, y si perdemos alguno otro crece con rapidez para sustituirlo. Supongo que los dientes idrinos son más recios para compensar que solo tengáis un juego… La verdad es que a nosotros se nos caen con frecuencia, por uno u otro motivo, y si pasa tiempo suficiente sin que eso suceda acabamos mudándolos —comentó, acercándose a la puerta para franquearle el paso.

Antes de dar por terminada la conversación, sin embargo, el intara se preguntó si el tema de la sangre habría afectado a Irianna de forma negativa al no haber comentado nada. No tuvo que darle muchas vueltas para comprender que su comentario podría haber sido malinterpretado como una muestra de indulgencia hacia el acto de herir a otra persona.
—Puede que esté equivocado, pero no quiero pienses que no le doy importancia al hecho de haber golpeado a Roaxen Tenvrai… El comentario sobre la sangre derramada era sólo otra muestra del clasismo de mi mundo —masculló algo inseguro.

La forma serrada de los dientes ulteranos era difícil de pasar por alto, pero obviamente nunca se había fijado bien en cómo era exactamente su dentadura.
—Vaya, qué curioso… —comentó ante la explicación del intara—. Y práctico, a decir verdad. Pero supongo que tienes razón, nuestros dientes deben de ser bastante más duros porque no mudan y en realidad hace falta un golpe bastante fuerte para partirlos —explicó señalando su boca entreabierta: la idea de abrir mucho la boca para que pudieran verse bien sus dientes tal y como había hecho Sekkeh la avergonzaba.

Cuando ya se dirigía hacia la puerta del cuarto, deseosa por salir a pesar de que habían estado manteniendo una conversación interesante, el intara volvió a hablar y le confirmó una vez más que a sus compañeros les costaba captar cualquier cosa que intentase transmitirles sin palabras. Asintió ante la justificación del chico por sus palabras anteriores, sin duda creyendo que había podido malinterpretarlo.
—Sí, lo entendí. Pero la verdad es que al menos por hoy prefiero no hablar más de eso. Demasiados sucesos desagradables en el mismo día —decidió aclarar directamente.

—Claro, fallo mío —respondió a la petición de la muchacha con una leve sonrisa que ocultaba su turbación. Era una tontería, pero le disgustaba haber sobreentendido algo que no era en su falta de respuesta. Solo había sido un sutil gesto que indicaba que no le interesaba hablar del tema.

Le abrió la puerta del todo cuando llegó a su posición, echándole un último vistazo al vendaje de su tobillo antes de seguirla al pasillo.
—Ten cuidado al andar y procura mantener el pie en alto cuando estés sentada, ¿de acuerdo? Si me das un poco de tiempo improvisare una muleta para que tengas mayor libertad de movimiento. Eso facilitara tu recuperación —le dijo—. Iré a poner al tanto a Roaxen Tenvrai de la situación en unos minutos, así que quizás prefieras estar lejos de su habitación cuando llegue al momento —murmuró, desviando la mirada hacia las escaleras que se dirigían a la parte de arriba. Había prometido contarle a Jace sus planes con respecto al capellán—. Si no necesitas nada más nos vemos en un rato, Irianna —añadió, despidiéndose con una sonrisa apagada.