La Tierra

Giz se rio. Lo de los electrodomésticos en la Tierra rayaba la demiurgia “barata” a veces, como si realizaran imitaciones, pero sin ningún tipo de alma; sin la chispa vital que tantísimo los diferenciaba. Por suerte, no parecía que el frigorífico tuviera la intención de hablarles y Giz pudo escuchar atentamente la explicación de la vouivre.

—Supongo que es un buen gesto —decidió al final—. Pero, ¿por qué no utilizan su dinero para mejorar las infraestructuras de las granjas malas? ¿Te dan algún premio por ser más rico que otros o hay algún otro motivo oculto por el que merezca la pena guardar tanto dinero en un mismo sitio? —por el tono, Wen podría advertir que Giz preguntaba por curiosidad, para completar los vacíos que tenía por venir de Asrena—. Sois una especie rarísima —bromeó.

Los asrenianos no es que se quedaran atrás, pero por motivos distintos, como todo lo que rodeaba a los rantas. Cuando acabaron con la puerta del frigorífico, abrió el congelador. Lo primero que sacó fueron las patas de un centollo.

—Mira, las primas pequeñas de la que me regalaste —se las asusó a Wen, agitándolas para ver si se movían, pero estaban demasiado rígidas por el frío.

- No lo sé. Supongo que esta gente piensa que el egoísmo y el prestigio son más importantes y dan más satisfacción que cualquier otra cosa. ¿Supongo que tener un perro de diamantes es más importante que que la gente se muera de hambre o que el ganado se críe en malas condiciones?-. Wen simplemente se encogió de hombros no queriendo entrar en los fallos y carencias de su especie-. Humanos.

La propia Wen tenía bastante tendencia al lujo, no por nada estaba construyendo unas termas, pero siempre pensó que su concepto del lujo distaba bastante de la representación ostentosa que este tipo de mansiones mostraba.

- Sí, aunque espero sinceramente que no te comieras la que te di. Estoy segura de que, no solo no sería comestible, sino que también tendría alguna enfermedad chunga con toda esa, bueno, mierda.

La pareja no tardó mucho en arramplar con la comida y todo lo que hubieran encontrado útil y Wen se imaginó no sin cierta mofa el drama que protagonizarían los dueños del lugar cuando despertaran y no tuvieran qué desayunar. Aunque con todo el dinero que parecían tener el drama terminaría en lo que tardaran en levantar el teléfono y hacer un gran pedido a algún restaurante caro con envío a domicilio.

- Por cierto, cuando has mirado dentro, ¿has visto alguna biblioteca bien surtida?- le preguntó la vouivre cuando parecía que ya iban a retirarse-. Me gustaría buscarle algunos libros a Virgo y no creo que a esta familia les importe demasiado perder algún que otro ladrillo de papel, cartón y cuero decorativo.

Por un instante miró extrañado al demonio raigaurum pero enseguida recordó que estaba hablando con un irrense y lo que eso implicaba al respecto de su pregunta.
—No, no. Estás pensando en proporciones irrenses, pero ten en cuenta que la Tierra tiene algo así como siete mil millones de habitantes, seguramente ya más ahora. La economía es radicalmente distinta  lo que estás acostumbrado por ese y otros motivos. Hay tropecientos fabricantes, proveedores, lo que sea, para prácticamente cada tipo de cosa que se vende.

Si Kin hacía más preguntas las respondería lo mejor que pudiera, pero desde luego no le apetecía ponerse a disertar sobre el sistema capitalista así por las buenas. Por suerte en ese momento llegó Gael que se interesó por el itinerario. Dejó que observase el móvil a gusto.
—Yo creo que lo es —asintió tras su comentario acerca del centro comercial.
A continuación dejó escapar una risa ante la respuesta del irrense al ofrecimiento del fuego fatuo.
>>En esa mochilla no te va a caber prácticamente nada. Si acaso algún puñado de juegos y poco más. Las bolsas sin fondo no pesan más porque les metas más cosas, no es una molestia que llevemos también lo tuyo.
No es que creyese que Kin estuviese equivocado respecto al funcionamiento de las bolsas sin fondo, pero si ya conocía un poco al irrense estaba seguro de que intentaría por todos los medios no ser una molestia incluso cuando no lo era en absoluto.

Kin atendió a las explicaciones del draco sin interrumpir. Se había dado cuenta de que debía haberle resultado obvio desde el principio, pero costaba pensar como un humano. Como mundos tecnológicamente avanzados parecían tener bastante en común, pero seguían siendo radicalmente diferentes, y eso era confuso. «La economía de este mundo se va a ir a la mierda» pensó, no queriendo decir algo tan negativo del lugar de origen de los humanos presentes en aquel momento. La cifra de habitantes y el tren de vida que llevaban no cuadraban por ningún lado.

Gael no sabía de qué habían estado hablando exactamente antes de que llegase, pero no parecía tener mucha importancia. Le pidió el teléfono a Noel con un «¿puedo?» mientras este hablaba con Kin de su mochila, y se puso a mirar qué aplicaciones había en él, un poco perdido.

—¿Tan grandes son los aparatos? —preguntó el raigaurum, un poco desconcertado. El de Kud no lo era, y eso también había contribuido a su confusión—. Debí haberme preparado un poco mejor. Las bosas sin fondo son caras, y estoy ahorrando para unos brazos nuevos.
Quería ser autosuficiente, porque ya se sentía un poco intruso por momentos entre los de la Brecha, pero si se ofrecían ellos suponía que no pasaba nada por aceptar.

—Eh, mirad esto —dijo el fuego fatuo de repente, se le había ocurrido una idea y empezó a hablar sin meditarla—. Aquí, en el propio centro comercial, tienen un alquiler de coches para turistas. Estaba pensando… ¿no os gustaría probar a conducir? ¿Por una vez en la vida? Sé encenderlos, y mi abuelo… alguna vez me dejaba llevar el tractor —añadió, vacilante. Eso no quería decir que recordase perfectamente la experiencia—. ¿Os parece demasiado loco? No nos pasaría nada, no si nos escudamos con magia. Aunque quizá… quizá es una tontería.
Le había hecho mucha ilusión durante un instante, pero ninguno de los humanos del grupo había tenido edad para conducir antes de ser cosechado, y lo más probable es que hiciesen el ridículo solo intentando ponerlo en marcha.
—Oye, eso suena que te cagas, nunca he ido en un automóvil. —El raigaurum los miró sonriendo, inconsciente de que no todos los automóviles venían con una IA que ayudase al conductor y que, por tanto, la idea era muy cuestionable. Divertida, tal vez, pero cuestionable.

Giz negó con la cabeza, no le sorprendía aquel nivel de ostentación. En Rocavarancolia había gente que también parecía increiblemente ligada a la idea de atesorar por atesorar hasta un punto en el que rayaba lo ridículo. Así a bote pronto se le ocurría siempre cierta momia. Por suerte, cuando la vouvre habló de humanos, supo perfectamente quiénes entraban y quiénes no dentro de aquella etiqueta. En la Tierra también había gente maja, aunque no soliera ser gente rica.

La respuesta a lo de las pata le provocó una carcajada que le sacó de aquella reflexión.

—Todavía estoy a tiempo de vomitar por el olor —se rio—. No la probé, pero sí que sazoné un experimento con ella.

No tardaron mucho en robar todo lo que se pudiera comer porque no fueron remilgosos, lo echaron todo dentro de sus bolsas sin fondo (incluído algún electrodoméstico pequeño, tarros bonitos o cualquier objeto que despertara el interés). Luego Wen le preguntó por una biblioteca y Giz asintió, hizo memoria durante unos segundos y localizó en su memoria.

—Está en el último piso, pegada a un despacho; había un baño cerca también.

La biblioteca personal de los dueños era amplísima y respondía a la típica imagen que un ricachón se podría formar: estanterías hasta el techo de madera maciza y cara, una mesa enorme y alargada en el centro, globos terráqueos, cuadros enormes que podrían o no ser imitaciones… Había hasta una escalera con ruedines para alcanzar los tomos más altos sin problema. Parecía robada de cualquier película de ficción genérica en la que apareciese un señor inglés adinerado.

Vista más a fondo que cuando utilizó la niebla, Giz supo que: uno, quería robarlo todo; y dos…

—¿Sabes qué? Si sigue entero cuando nos vayamos, me voy a llevar hasta el perro de la entrada.

- Por favor, hazlo -exclamó Wen cuando Giz dijo que se iba a llevar el perro de la entrada-. ¿Crees que algún demiurgo aceptaría darle vida?

Comentó pensando que podría ser gracioso, mientras ambos se encaminaban hacia la biblioteca. El estilo de la biblioteca no sorprendió a la vouivre.

- ¿Podríamos haber entrado a una casa más cliché? -preguntó con ironía.

La británica no tardó mucho en encontrar la sección de libros que estaba buscando ya que, a pesar de la cantidad, las estanterías estaban bien ordenadas por géneros. Para su suerte, encontró más libros en inglés de los que había esperado encontrar y no escatimó en llevarse todos aquellos que tocaran los temas de interés de Virgo y alguno que le interesaba a ella. La vouivre prefería que los libros que se llevara fueran en inglés porque así al menos si tardaba en poder traducirlos al rocavarancolés, ella podría leérselos a Virgo.

- Estoy segura de que si le borramos el contenido de todos los libros tardarían meses en darse cuenta, porque no me creo que visiten esta habitación mucho ni que sepan hablar todos estos idiomas -comentó Wen al encontrar un libro en japonés al lado de otro en árabe.

—A lo mejor gana un poco en movimiento —dijo, no muy seguro.

No supo responder a la pregunta irónica de la vouivre, pero sonrió porque entendía de dónde surgía y, por el contexto, también conocía la respuesta: no. Al igual que ella, ojeó las estanterías con curiosidad. Si bien no entendía el idioma natal de los habitantes de la casa, gracias a uno de los amuletos que habían adquirido podría leer el inglés, por lo que se podía orientar un poco mejor. Por su parte, echó en su bolsa sin fondo todas las colecciones enciclopédicas que habían coleccionado con el paso del tiempo: naturaleza y vida salvaje, diccionarios, historia universal, colecciones de recetas internacionales y muchas novelas y cuentos.

—Sería un buen experimento —reconoció—. Estarán más preocupados por el perro, claro —se rió.

No tardaron mucho en reunirse con el resto, ya fuera de la casa, y Giz lo hizo con el perro de la entrada entre las manos, mientras intentaba guardarlo aparatosamente dentro de la bolsa sin fondo. La figura era lo suficientemente ancha como para entrar, pero también lo suficiente para dar un poco de guerra.

—Le buscaré los genes en el laboratorio y le incrustaré las joyas a la próxima ballena que haga —bromeó a modo de saludo. No descartaba tirarlo en cualquier calle si le faltaba espacio en la bolsa—. ¿Nos hemos perdido algo importante? —preguntó con curiosidad genuina. Los ricos eran como una especie de humanos diferente, no se parecían en nada a los que él conocía; pero, por supuesto, también se refería al plan que los había llevado a robar en aquel chalet a las afueras. Robar para robar, sin remordimientos de por medio.

—Pues bastante más de lo que pensabas, seguro —respondió a la pregunta de Kin sobre el tamaño de las consolas—. No todas: las hay portátiles y las hay de sobremesa, pero estas últimas pequeñas no son, por lo general. Imagino que el tema de los brazos es más importante, pero hazte con una bolsa sin fondo cuando te sea posible: son demasiado convenientes —le aconsejó.

Mientras tanto, Gael había seguido trasteando con el móvil y no tardó en proponerles una nueva locura ante la que el draco arqueó primero las cejas con cierta sorpresa y después, tras considerarlo unos instantes, adoptó un gesto jocoso.
—Espero que sea fácil dar con la llave correcta, porque puntear coches no se encuentra entre mis conocimientos. Aunque también podemos buscar un tutorial en Google —comentó con diversión—. Tenéis claro que nos vamos a estampar, ¿no? Ninguno de nosotros tenía edad para saber conducir cuando nos trajeron aquí, ni siquiera Wen. Y creo que los videojuegos de carreras de coches o el manejo esporádico de un tractor no convalidan para el carné. Con todo esto quiero decir: por supuesto que estoy a favor.

La vouivre y el goliat finalmente se reunieron con ellos también no mucho después. El sueco volvió a deshacerse en carcajadas al comprobar lo que trataba de hacer Giz.
—No es que andemos faltos de dinero, pero todo ese diamante puede darte un buen extra —le dijo entre risas—. A ver, ¿por dónde empiezo? —dijo entonces en relación a su pregunta— ¿Por enseñarte nuestro itinerario en busca del alijo de juegos y electrónica o por contarte que planeamos estampar un vehículo contra el primer muro o árbol que se nos cruce?
Ya después añadiría una explicación menos confusa.

Kin había tomado nota mental de la utilidad de las bolsas sin fondo para algún momento en el futuro justo antes de que los otros dos intercambiasen pros y contras de tomar prestado un coche. Por lo que decía Noel no debía de ser tan sencillo como había creído en un primer momento, aunque le tranquilizó que no se posicionase en contra. Tampoco debía de ser para tanto.

Gael rió cuando el draco admitió estar a favor a pesar de todo. Tal vez no se iba a marchar sin tachar aquel punto de su lista de cosas que nunca podría hacer en Rocavarancolia.
—Si es tan difícil encontrar las llaves en el puesto de alquiler siempre podemos quitárselas a otro rico dormido. ¿Nunca has querido estamparte en un Porche? —preguntó con una carcajada.

Entre tanto, Wen y Giz salieron de la casa y se les unieron. El goliat no había dudado en hacerse con el perro de brillantitos, ya que venía tratando de encajarlo en su bolsa sin fondo. Aquello hizo que le diese aún más la risa a Gael y Kin lo miró entre extrañado y divertido.
—Por favor, ni se te ocurra poner eso en la entrada del cuchitril —rogó—. ¿Os imagináis? Viene alguien a contratarnos y al abrir la puerta y ver esa cosa se da media vuelta.
—O a lo mejor os pide el precio, será por horteras en la ciudad —puntualizó Kin, empezando a perder aquella sensación de ser un intruso en el grupo.

Noel procedió a explicarles a ambos los planes que habían surgido en su ausencia, y Gael los miró expectante, casi suplicante, aunque no creía que se fuesen a oponer a intentarlo. Independientemente de lo que se decidiese respecto a conducir, deberían poner rumbo al centro comercial, porque era el modo más rápido de hacerse con una gran variedad de cosas. Tanto Gael como Kin todavía querían conseguir algunas tabletas del famoso chocolate suizo y otros alimentos inaccesibles fuera de la Tierra, además de su objetivo principal.

Wen rió cuando Giz aseguró que los dueños estarían más preocupados por el perro que por sus libros. No tardaron mucho en terminar con la biblioteca y se reunieron con el resto fuera de la casa, con Giz habiendo cumplido con el robo del perro.

- Mi voto está en pedirle a alguien de Altabajatorre que le de vida. Creo que sería una adición interesante a la familia. Todavía no hemos cubierto el cupo de mascotas bizarras en el Cuchitril -comentó con mofa-. ¿Vais a robar uno de los coches? -preguntó cuando Noel hizo mención a tener un accidente con un vehículo-. Bueno, no sería la primera vez que estoy implicada en el robo de un coche. Desgraciadamente, tampoco sería la primera vez que tengo un accidente de ese tipo. ¿Y quién planea ponerse al volante? Me pido copiloto.

A Giz le costó mantener la risa tras el último empujón al perro, que acabó cayendo a plomo dentro de la bolsa sin fondo. La opción de venderlo, la que había dado Noel, era la más cuerda, pero el goliat se planteaba seriamente cometer una locura y sus ideas se acercaban más a lo sugerido por Gael o Wen. Le agradó también el comentario de Kin, Giz no dudaba que habría candidatos a compradores en la ciudad. Y mira que era feo.

—Pues la verdad es que solo quería quitárselo a ellos —señaló a la casa—. Pero me estáis dando unas ideas buenísimas —se rio—. ¿No quieres que se lo regale a la mala sombra? —le dijo a Kin directamente; sospechaba que a Saria le encantaría aquel esperpento. Por algún motivo, se encontraba más bromista de lo normal (quizás porque lo necesitaba). Por ese mismo motivo, también dijo lo siguiente—: Si queréis conduzco yo. —Por suerte no iba en serio y se retractó enseguida—. En realidad no. Os lo dejo a los que tenéis el mapa —y lanzó el balón sin ningún tipo de sutileza, señalando a Gael, Noel y Kin—. Yo me quedo atrás.

Mientras se decidía quién hacía qué dentro del coche, el grupo puso rumbo al centro comercial. Su prioridad era el robo, luego el disfrute y, finalmente, los accidentes en carretera. Una noche normal.

El draco apenas podía dejar de reír. Entre unos y otros lo estaban matando.
—Por favor: no quiero otra bizarrada al nivel de Terro pululando por casa. No, esto sería bastante peor, de hecho. Eh, pues Kin tiene un buen argumento ahí —mencionó acerca del asunto del perro de diamantes. A continuación se giró hacia Gael—Nah. Pero siempre he querido estampar a Mercedes, que me caía mal —continuó la tontería del fuego fatuo con la suya propia.

A continuación decidieron ponerse en marcha hacia el centro comercial mientras comentaban el asunto del coche.
—Creo que Gael se ha ofrecido como conductor gracias a su experiencia manejando tractores esporádicamente bajo supervisión —explicó con diversión a la pregunta de Wen—. Yo me siento detrás de ti entonces, al lado de Don Lagartone que irá bien protegido en el medio. Lo siento, Kin: te toca detrás de nuestro fiabilísimo conductor. Bueno, a quien pretendo engañar: estaremos todos igual de jodidos.

Finalmente llegaron y, tras tomar todas las medidas mágicas para poder llevar a cabo el asalto, se dirigieron a la tienda de videojuegos que salía en el mapa.
—Bien, es de las grandecitas —comentó el draco mientras accedían al local—. A ver qué movidas actuales tenemos por aquí… Play Station 4: la originalidad por delante. Xbox… ¿One? ¿Después de la 360 viene la One? Alguien en Microsoft no se sabe los números. Hostia, ¿Nintendo Switch? ¿De qué irá esta consola?
El sueco estaba igual que un niño en una tienda de juguetes. O quizás eso era exactamente lo que estaba ocurriendo.

Gael soltó una carcajada por la intervención de Wen. No solo le hizo gracia la idea de dar vida al perro horrendo, sino que le sorprendió mucho su confesión de crímenes pasados.
—Por favor, Wen, si tienes experiencia deberías hacer los honores —le dijo.

Entre tanto Kin le respondía a Giz. Su idea de regalarle a Saria el perro le sacó una pequeña carcajada.
—No tengo claro ni yo si la estarías insultado o halagando con ese regalo, si te digo la verdad.

Continuaron organizando el viaje en coche entre risas mientras se dirigían al centro comercial, y a Kin empezó a entrarle un poco de preocupación al escuchar a cada poco que daban por hecho que se iban a estampar en el vehículo. Ya no tenía claro si era tan buena idea, pero a ellos parecía hacerles gracia y tal vez solo eran comentarios debidos a su naturaleza bromista.
—No me importa ir atrás. Si chocamos de frente debería ser más seguro —respondió a Noel, entrando en las bromas del grupo a pesar de todo.

—Habláis como si los coches fuese de un solo uso. Podemos conducir todos, o todos los que queramos darnos el capricho. ¿Tan poco os fiais de que no vaya a estampar el coche? —comentó Gael, risueño, tras escuchar cómo organizaban a los pasajeros para el viaje, aunque añadió fingiendo tono de confidencia—: pero lo entiendo, yo tampoco me fiaría mucho de mí al volante.

No tardaron en encontrar el centro comercial y colarse. El interior del lugar ya se parecía más a las galerías de las ciudades en Irraria, pero diferente. Había más color, más letreros, más productos. Resultaba incluso un poco mareante para Kin. Aprendió de las medidas que tomaron los de la Brecha para evitar la seguridad del lugar –ni siquiera tenía muy claro qué métodos usaban los humanos– y accedió a la tienda. Había muchísimas estanterías con cajas físicas bastante grandes y carátulas coloridas. Parecían estar colocados por zonas con alguna clase de identificativo en la parte superior, pero eso al irrense no le decía nada. De pronto se sintió perdidísimo.

—Joder… ¿qué es todo esto? —murmuró. No sabía ni por dónde empezar. Se acercó a una estantería donde prácticamente todas las cajas tenían lomos similares, pero cambiaba un número en muchas de ellas, que era lo único que sacaba en claro haciendo uso del amuleto traductor—. Este juego… debe de ser muy popular si hay tantas ediciones y tienen tantas cajas a vender, ¿no? ¿Está bien?
Gael estaba rebuscando entre las estanterías y soltó una carcajada al girarse a ver a qué se refería el raigaurum.
—Esa es la sección de segunda mano. ¿Por qué crees que habrá tantos FIFAs ahí?

Wen sonrió socarrona por como todos estaban hablando tan casualmente de tener un accidente de coche.

-De todas maneras, no creo que quepamos en un coche normal. Quiero decir, las partes de atrás ya suelen ser bastante estrechas para más de dos personas, pero si le añadimos además tus extras -comentó señalando al draco haciendo referencia a sus alas y cola-, no creo que podáis ajustaros bien. Por lo menos sus cuernos están hacia abajo, no hay peligro de rallar el techo -añadió señalando a Kin.

Mientras caminaban hacia el centro comercial, Wen lenvantó las manos con inocencia en respuesta a Gael.

-Ah, no, no. No osaría quitarte el puesto de conductor designado. Menos teniendo en cuenta tan buenas referencias como las de conducir un tractor. Yo a penas he sido piloto un par de veces en mi vida, lo mío era más el puenteo, la temeridad al volante se la dejaba a otros -se excusó, sabiendo que no estaba entre sus habilidades la conducción, aunque ciertamente parecía que no estaba entre las de ninguno de los integrantes del grupo.

Lo primero que visitaron en el centro comercial fue la tienda de videojuegos, donde se pusieron al día con las novedades. Wen no había tenido mucho contacto con los videojuegos cuando vivía en la Tierra de forma directa por sus circunstancias, pero sí que las conocía por cultura popular, por lo que si reconoció muchos de los nombres de las sagas.

-Estoy viendo en la sección de novedades algunos juegos que ya existían cuando yo vivía en la Tierra. ¿Tan pronto se han quedado sin imaginación que ahora toda su producción se basa en remakes y remasterizaciones? -preguntó con mofa, aunque realmente no había tantos videojuegos de ese tipo, pero entre ellos y las continuaciones de sagas la verdad es que veía pocas novedades que fueran realmente novedades.

Llegaron al centro comercial entre risas, ya con las posiciones dentro del futuro coche decididas. Más o menos. Giz había visto furgonetas y descapotables entre esta y otras visitas a la Tierra, así que sabía que, cuando llegara el momento, encontrarían una opción que se adaptara a tantas alas y cuernos y colas.

La enormidad del centro comercial se potenciaba al encontrarlo vacío de gente, pero la cantidad de pasillos y escaparates y carteles luminosos le quitaban parte de la magia. Giz prefería las calles viejas de la tierra, los paisajes, la flora y la fauna… Los entornos urbanos más modernos le hacían sentir extraño, con tantas luces que parecía que hubiera magia flotando, pero la gola no percibía nada más que silencio. El goliat conjuró una luz que le siguiera y se adentró con sus amigos en la tienda de videojuegos.

—Tenéis una relación de amor-odio con el fútbol —comentó.

Los videojuegos eran algo que le atraía, especialmente si tenían monstruos o criaturas extrañas en las carátulas. Cogió varios juegos, indiferente de la plataforma en la que funcionasen, como varias versiones de Pokemon, Yokai watch, Ni no kuni Red dead redemption 1 y 2 o Unravel, entre otros. Se quedó observando las imágenes de la contraportada del Horizon Zero Dawn.

—Tenéis material muy inspirador para demiurgos, genemagos y otras ramas de la magia —reconoció. Guardó ese juego y le echó un vistazo a una sección llena de peluches. Un lobo gris con una espada enorme le llamó la atención. Lo señaló—. ¿Os imaginais a Cicatriz con una espada en la boca? —se rio.

No le sorprendió demasiado que Wen supiese puentear coches, aunque no habría pensado en ello: la vida en la Tierra de todos ellos quedaba ya muy lejos y a veces cuando pensaba en la suya propia parecía que estaba recordando una película en lugar de a su propio yo pasado.
—Pues entonces pasamos de liarnos en busca de llaves y de los coches de alquiler: que Wen le robe un Ferrari a uno de estos soplagaitas del barrio rico. Ese sí que es un coche que podemos estampar a gusto.

En la tienda de juegos Noel se había puesto a leer la caja de aquella consola que había llamado tanto su atención.
—Joder con el último invento de Nintendo: esta consola es portátil y de sobremesa al mismo tiempo. Pinta que te cagas: yo me llevaría una para cada uno y probablemente alguna extra ya que estamos. El año que viene les pido a los tíos del mercado que descarguen toda la mierda posible en la consola.

No pudo evitar echarse a reír ante el comentario de Kin al ver la cantidad de juegos de FIFA, así como la apreciación de Giz.
—Sacan uno todos los años porque el fútbol es un negocio y los equipos van cambiando sus jugadores anualmente porque aquel le ofrece no sé cuántos millones a este tipo para que se vaya a no sé qué equipo en la otra punta del continente y movidas así. No soy un experto pero es algún rollo de ese palo. Pero claro, los que compran estos juegos o los van cambiando cada año o simplemente se cansan de ellos en más o menos ese tiempo. Es un coñazo de juego si no eres un apasionado del dichoso fútbol: puedes saltártelo, la verdad.

Giz le hizo reír de un modo más genuino y no cínico cuando hizo un comentario sosteniendo un peluche de Sif, no obstante.
—Pues sería épica, yo creo. Qué recuerdos me trae ese peluche… ¿Nos lo llevamos? —preguntó completamente en serio—. Los Dark Souls sí que te los deberías llevar si te los encuentras por ahí, Kin. De hecho por lo que pude ver el año pasado hay al menos otro juego de la misma compañía que necesito buscar.

Estaba a punto de comentar algo en voz alta, al haber visto un cartel que le dejó un poco estupefacto cuando Wen hizo el comentario acerca de los remakes y remasterizaciones, que venía al caso de lo que quería decir.
—Justo estaba flipando un poco porque veo que están anunciando Skyrim por todo lo alto —señaló el cartel en cuestión—. Para que os hagáis una idea yo estaba jugando a ese juego justo antes de que me cosechasen: hace seis años que salió. Lo había pedido para tenerlo en nuestro futuro portátil, pero si ha salido para la Switch esta lo buscaré también: lo cierto es que me quedé con todas las ganas de terminarlo. De todas formas sí que empezaba a ser ya una tendencia esa. Lo de las ideas innovadoras lo estaban llevando mucho mejor las compañías independientes. De esos juegos tendremos muchos en el ordenador, espero.

Al principio de la noche Kin no había sabido cómo tratar con dama Diurna, porque no había tenido apenas trato con ella antes de ese día, pero a medida que la escuchaba bromear dejó de darle importancia al hecho de que no la conocía. El raigaurum siempre había tendido a ser reservado con la gente nueva, pero desde hacía tiempo se había acostumbrado a ser más sociable incluso con desconocidos que no fuesen irrenses. De todos modos había cosas que no acababa de animarse a preguntar, como por ejemplo qué era un tractor para que les hiciese tanta gracia, o si los nombres que usaban entre ellos eran sus auténticos nombres. Dama Diurna parecía llamarse Wen; Koval, Gael; y a Giz, por alguna razón, Noel lo había llamado don Lagartone.

Kin ya se estaba perdiendo con los comentarios sobre los juegos y las consolas, pero cuando escuchó de qué trataba aquella saga llamada FIFA se quedó desconcertado.
—¿Un juego deportivo por año? Entonces tienen que reciclar más que programar, ¿no? —preguntó. A pesar de todo, cogió un par, el del número más alto y el del número más bajo, suponiendo que serían más diferentes entre sí, lo cual era un craso error, o eso parecía pensar el fuego fatuo que meneaba la cabeza con desaprobación al verle ocupar espacio de su mochila con aquel par de cajas.

Tras eso Kin también empezó a observar con curiosidad los juegos que llamaban la atención del goliat, y cuando Noel le sugirió uno comenzó a buscarlo sin más.
—Todas las recomendaciones son bienvenidas —respondió, arramblando cada vez con más dentro de su mochila. Gael estaba buscando los discos detrás del mostrador y pasándoselos al resto cuando cogían una caja de segunda mano.
—Totalmente a favor de pillar el peluche y lo que surja —indicó desde su puesto al lado de la puerta que llevaba al almacén. La había abierto poco antes de un golpetazo, ya que allí podrían encontrar consolas y juegos sin estrenar a montones. Kin necesitó sacudirse una vez más la mala conciencia antes de dirigirse a aquella puerta, por suerte sabía que aquel hurto en realidad no tendría demasiadas repercusiones en los dueños de la tienda.

Tras la anécdota de Noel, el fuego fatuo reía mirando el cartel de aquel juego que, aunque no había llegado a probar, conocía gracias al draco.
—¿En serio? ¿En seis años y ya tienen una versión nueva? Wen tiene toda la razón, se les han acabado las ideas.
—¡Pues imaginad en Irraria! Llevan reciclando las mismas ideas desde hace milenios. Aunque las versiones modernizadas que salen son de juegos del siglo pasado y así. Apenas salen juegos en un año, sin más —se oyó decir al irrense en la distancia. Hablaba desde el almacén, donde Gael no tardaría en meterse también.
—Nunca dejará de sonarme rarísimo oír hablar de videojuegos de hace milenios —comentó—. ¡Eh! Aquí hay camisetas y más mierdas promocionales de próximos estrenos, ¿queréis algo? —añadió, llamando al resto.