La Tierra

La Tierra era, de los dos mundos inaccesibles durante todo el año, el más sencillo y, debido a las limitaciones de su trabajo como cosechador, Giz atesoraba cada posible visita. Cualquier excusa era buena para dar un paseo y toparse con una nueva especie de ave o roedor, o visitar los zoológicos para hacerse con grandes felinos. Huelga decir que el tema en cuestión de esa última visita también le interesaba. La tecnología y él no se entendían tan bien como el resto de cuchitrileros con ella, pero Giz había jugado a algún que otro videojuego y sentía muchísima curiosidad.

Cruzó el portal bien pertrechado: amuletos logománticos, levitación activada, protección contra el frío para no aletargarse e ilusión superpuesta. Aparecería sobre los Alpes como un humano de piel bronceada y pelo corto teñido de azul, vestido con un peto vaquero y una camisa de cuadros verdes, por lo que no podía (ni quería) meterse con la apariencia falsa del demonio raigaurum.

—Si nos ven juntos no sabrán a quien juzgar primero, no te preocupes —se rio—. De todas formas, Miloslava me dijo que los suizos eran gente bastante neutral, no les gustan los conflictos y además hacen muy buen chocolate —se encogió de hombros—. Que no se nos olvide robar un poco.

Una vez se dio el aviso, se teletransportó hasta Berna. Aparecieron sobre un barrio que parecía antiguo en comparación a otras ciudades que había visitado, pero también encantador. Había un punto acogedor en las casas que no le importaría ver replicado en algún barrio de Rocavarancolia, aunque probablemente quedara más siniestro.

—Me gusta este sitio —dijo en cuanto se orientó un poco.

En un principio aquel viaje no había estado en sus planes. Se encontraba en la recta final de la puesta a punto de las termas y no podía permitir que nada le distrajera. Estaban terminando los últimos detalles de los baños, las termas individuales y su despacho; todavía tenía que concretar la carta de bebidas con Virgo y las habitaciones del personal no serían completamente habitables hasta dentro de un mes, lo que solo le daría un mes más para comprar y preparar al personal, además de encargar los uniformes, aunque ya le había echado el ojo a la veela amiga de Irianna y Kimbra para ese trabajo. Sabía que no le caía especialmente bien, pero no necesitaba hacerlo para contratarla.

La verdad era que el proyecto le estaba estresando bastante, pero confiaba en que al final valiera la pena. Finalmente, Virgo había sido quien le había convencido asegurándole que todo estaría bien y controlado y que no pasaba nada porque se tomara un día de descanso y se fuera a la Tierra antes de cosechar en Krabelin.

A pesar de que Virgo le aseguró que se quedaría controlando la situación, le ofreció ir a la Tierra y llevarla a donde quisiera. Wen sabía que no había vuelto desde que fue secuestrada y tenía sus propias cosas que resolver a pesar de su amnesia, aunque solo fuera conocer y pisar el mundo en el que le habían dicho que había nacido. Al igual que cuando le había propuesto encontrar la manera de recuperar sus recuerdos, Virgo le había contestado que todavía no estaba preparada para tomar esa decisión.

Al final, se había unido al grupo e iba a acompañarlos en la búsqueda de tecnología y videojuegos. No es que ella no quisiera también algunos, pero la verdad era que entre sus amigos ya iban a reunir juegos suficientes como para hartarse, así que se iba a limitar a acompañarlos y ayudarles.

Como siempre que viajaba a la Tierra, Wen vestía con ropa similar a la que llevaba cuando cruzó el portal por primera vez en dirección contraria, a pesar de que algunos elementos, como la boina, ya no eran exactamente su estilo. A pesar de lo absurdo que le parecía al final siempre se terminaba permitiendo esa muestra de nostalgia.

La vouivre no comentó nada sobre cómo cada uno iba vestido o se había camuflado para parecer humanos, pero sí que pensó que realmente parecían un grupo bastante dispar entre la apariencia de unos y otros.

Cuando llegaron a Berna, Wen observó con interés la arquitectura de la ciudad.

- Hago más turismo en la Tierra desde que solo puedo venir un día al año que cuando vivía aquí.

Las pintas de Kin y Giz eran cuanto menos particulares, aunque desde luego él no podía decir que no destacase con su altura. No llevaba un amuleto si no que le había pedido a Wen que le lanzase una ilusión sencilla: ocultar sus rasgos de draco de estínfalo al igual que había hecho el año anterior. Era lo menos costoso mágicamente y le daba igual que le viesen. De hecho le hacía gracia pensar si, con el tiempo, acabasen reconociendo a un grupo de turistas muy particular entre los que había un tipo de más de dos metros de altura. El tema del turismo lo sacó la vouivre a relucir una vez se teletransportaron a la capital Suiza, lugar que enseguida captó su atención por su aspecto y por el río que la rodeaba por completo que le daba un aire bastante original.
—Creo que todos —respondió a la chica—. Ahora tan solo nos supone un poco de gasto mágico, pero cuando éramos unos simples humanos viajar era un completo lujo. Bueno, miento, Adara se había recorrido medio mundo, pero creo que su caso no es lo habitual.

Echó un vistazo a su alrededor. Tal vez lo mejor sería echar a andar en cualquier dirección y buscar con la niebla mágica un centro comercial o alguna tienda donde pudiesen tener videojuegos.
—¿Y si nos llevamos también un par de móviles? Nos vendría muy bien tener un GPS ahora mismo. Aunque no serviría de nada si no hay wifi abierto por la ciudad, claro… No sabrá tu amigo Krono hackear aparatos terrestres, ¿verdad? —le preguntó al demonio raigaurum bromeando.

Kin le dedicó una media sonrisa a Giz por su comentario. Le costaba entender por qué unos llamaban más la atención que otros. Tenía entendido que los humanos se vestían de mil maneras diferentes, como estaba diciendo el goliat, lo que como mínimo quería decir que no le habían timado con el amuleto. El que sí le respondió fue Gael, que ante la mención al chocolate dijo:
—¡Doy fe! De aquí no nos vamos sin tabletas por un tubo.
El raigaurum se apuntó aquella información mentalmente.

Tras el teletranspote aparecieron en un barrio de las afueras de Berna, donde las calzadas eran empedradas y las casas se veían antiguas. El río pasaba cerca de allí y las luces de las calles se reflejaban en el agua. El filtro de luz amarilla aún hacía la ciudad más extraña a ojos de alguien que veía aquello por primera vez, como era el caso de Kin. Si bien Gael le dedicó un pequeño momento a apreciar el entorno, el irrense tardó bastante más en recuperar el hilo de la conversación. Aquello era muy diferente de todo lo que había visto en persona en su vida, y eso que se podía imaginar su propio mundo en un pasado remoto siendo similar a aquello, aunque se imaginaba las ciudades con edificios mucho más altos. Por lo que le habían contado, en la Tierra también los había, pero aquella debía de ser una ciudad con raíces antiguas. Algo parecido a lo que le pasaba a los pueblos de su propio mundo.

—Más quisiéramos algunos llevar la vida de Adara. Yo no salí de mi comunidad autónoma en doce años —estaba respondiendo Gael a sus amigos mientras el raigaurum miraba a su alrededor. Su atención se centró de nuevo en la conversación cuando Noel se dirigió a él.
—Por mucho que lo digas de coña, si le das un poco de tiempo lo veo capaz de conseguirlo. ¿Sabes qué hacía durante la cosecha para pasar el rato? Programar en binario. —Al responder aquello no pudo evitar una breve risotada, pero aquello solo le hacía una gracia relativa. Desde el punto de vista lógico para una persona normal podía sonar absurdo, pero para alguien que conocía lo serio que era el kairós dejaba de ser tan divertido.
Gael soltó una risilla nasal al escuchar aquello, y luego le respondió al draco.
—Es más fácil que eso, Noel. Estamos en Suiza… Busca a un millonario y róbale el móvil de última generación con tarjeta e internet contratado. No me da ni una pizca de pena robar a un ladrón.
Kin sintió cierta inseguridad al pensar en añadir otro crimen más a la lista, pero sabía a lo que iban, aquello solo era un hurto más. No se iba a echar atrás por eso y menos cuando sabía por encima lo mucho que acaparaban los millonarios de aquel mundo. Era mucho peor que lo del SGR.

Giz no tenía mucho que decir a lo de los viajes pues él no tuvo ni trenes ni aviones ni coches ni magia para teletransportarse. Pasó toda su vida prerrocavarancolesa en un cajón de arena muy grande, dentro del cual tan solo se podía desplazar caminando. Su tribu (que ya no era suya en absoluto) era nómada, pero ninguno de sus integrantes habían visto ni una décima parte de lo que cualquier humano podría, incluso los más pobres (creía).

—Ya que no sé de tecnología, me ocuparé de abastecer nuestras despensas —le dijo a Gael con tono divertido.

Para robar el móvil a un rico primero necesitaban encontrar al rico, pero por suerte, no hacía falta mucho para saber cómo localizar a uno, ni siquiera para Giz. Entre todos, con ayuda de niebla mágica, dieron un chalet en mitad de un terreno amplio, rodeado de un jardín bien cuidado que enmarcaba un edificio de varios pisos. La clave para saber que se trataba de la casa de un rico era, aparte del perro de raza, del lugar y de las ingentes cantidades de marcas que señalaban sus muebles, era la figura de un bulldog a tamaño real engarzado con miles de diamantes diminutos. Aquella representación guardaba la entrada de la casa, apostado tras la puerta, pero irónicamente fue lo que hizo que Giz se decantara por ella para el robo maestro.

—Pues ya tenemos a nuestro rico —dijo.

Eran varios, de hecho: dos hombres de unos treinta años que compartían su cama de matrimonio, dos niños gemelos en un mismo cuarto con literas y una abuela relativamente joven y privilegiada por no tener que compartir cuarto ni cama con nadie. El goliat les indicó el camino pensando en dos cosas: primero que, por precaución, habría que asegurarse de que no despertaba nadie; segundo, que la cocina era tan grande que se moría de ganas de saquearla.

- Adara siempre es una excepción - comentó con sarcasmo.

Tras la propuesta de Noel de robar algunos móviles de última generación y luego la sugerencia de Gael de robarlos a algún multimillonario, Giz no tardó en localizar un gran chalet con una horrible escultura en la entrada.

- ¿Tienes que sacarte algún tipo de curso de hortera para ser rico? Porque esta mierda carece de cualquier sentido o gusto - comentó la vouivre mientras rodeaba la escultura caminando luego de que sobrepasaran los muros exteriores.

Siguiendo las indicaciones de Giz, el grupo atravesó las paredes con intagibilidad y se plantó en la entrada del sitio. Si a Wen el exterior le había parecido hortera, la entrada no se quedaba atrás.

- Joder, todo es tan excesivamente... opulento - comentó con desagrado al ver los revestimientos de oro-. Es como los palacetes de Luna Alta pero mal. Me uno a saquear la cocina. Con un poco de suerte un lugar que solo pisará el servicio será más moderado.

La respuesta de Kin no le sorprendió en lo más mínimo, pero no puedo evitar reírse.
—Los tiene cuadrados el tío, ¿eh? No sé si admirarle o llevarme las manos a la cabeza.
A continuación Gael solucionó tan rápido el “problema” que se sintió estúpido por un instante. ¿Cómo no había caído?
>>Por supuesto, ¿qué mejor forma de empezar nuestra visita a la Tierra que desvalijar a un millonetis de estos? Me gusta tu forma de pensar. Y la tuya también —añadió ante el comentario de Giz.

No tardaron mucho en dar con una ostentosa mansión llena de decadentes detalles que exclamaban furiosamente: ¡MÍRAME, SOY RICO! a cualquiera que tuviese un cuarto de ojo utilizable. Wen lo puso en palabras mejor de lo que él podría haber hecho y se rio.
—Debe de ser una mutación en el código genético que se activa en contacto con demasiado dinero o algo así.

Una vez hicieron un reconocimiento preliminar del interior al sueco le hubiese gustado acompañar al goliat y la vouivre a la cocina, pero ya que iba a ser él quien se tuviese que pelear con el móvil bien podría empezar por buscarlo ya que estaba. Así lo hizo saber e, invisible e intangible utilizó la niebla mágica para escanear el dormitorio, donde seguramente se encontrase lo que buscaba. No tardó en localizar dos teléfonos: uno en cada mesilla. Eran sendos iPhones que parecían iguales, pero uno de ellos probablemente le fuese a servir mejor a sus propósitos que el otro. No podía ponerse a trastear con ellos allí, por lo que se llevó los dos.

Regresó entonces con el resto y les dijo que esperaría fuera a que terminasen. Una vez a una distancia prudente de la casa sacó sendos móviles y encendió las pantallas.
—Hacen estos trastos cada vez más grandes, esto es casi una tablet —dijo para sí al comprobar que era considerablemente más grande que los teléfonos a los que él había estado acostumbrado.
Tal y como pensaba, se podían notar marcas en toda la pantalla, aunque uno de los dos hombres parecía ser más pulcro que el otro. Desechó el teléfono más limpio guardándoselo en el bolsillo por el momento. El sueco conocía un hechizo para que se marcasen las huellas dactilares que le iba a venir muy bien, pues solo contaba con tres intentos para desbloquear el teléfono. No le fue demasiado difícil, pues había cuatro números en concreto en los que la cantidad de huellas arremolinadas era mucho mayor que en el resto. Para cuando se reuniese con los demás les enseñaría el trasto ya desbloqueado.
>>El siguiente paso es llevar un ordenador portátil por teléfono.

Gael le enseñó un pulgar a Giz para aprobar su idea. Lo del móvil al final iba a ser fácil de solucionar, y no le remordía la conciencia lo más mínimo. Aunque no parecía que el raigaurum pensase igual, porque a pesar de que se callaba su opinión, Gael no lo veía muy convencido mientras buscaban una víctima.
—Oye, ¿no pensarás que le vamos a cambiar mucho la vida a un millonario por robarle el teléfono, verdad? —le preguntó, curioso.
—Qué va. Pero robarle a una persona me resulta más incómodo que robar en una tienda —respondió Kin con franqueza. Se imaginaba que fuera su propio ordenador personal, lleno de fotografías y otros recuerdos, ahora que no podía subir una copia de seguridad a la red, y esa era realmente la peor parte.
—No te haces una idea de lo grandes que son las diferencias aquí entre unas personas y otras. No sé mucho de Irraria, pero allí parece que el dinero está mejor repartido. Piensa en los ricos como una especie aparte, no se merecen simpatía.
—Me lo puedo imaginar —respondió el raigaurum lentamente, pensando en sus lecciones de historia y en lo que conocía de aquel mundo. Tal vez era aún más decadente de lo que había pensado en un principio. Lo que veía a su alrededor le chocaba: escaparates llenos de productos coloridos, envueltos en plásticos envueltos en más plásticos, y montones de vehículos aparcados en las calles, entre otras muchas cosas.

Dieron con una casa que solo podía ser de alguien con mucho dinero y mucho mal gusto. Gael estuvo de acuerdo con sus compañeros en que se merecían lo que les pudiese pasar solo por tener aquel perro lleno de diamantes detrás de la puerta, que había visto con niebla mágica mientras buscaba dónde se encontraba la instalación de las alarmas.

Kin decidió esperar fuera, aunque le pudo la curiosidad y echó un vistazo al interior de la casa. Quizá no tendría muchas otras oportunidades de ver cómo eran por dentro, de ver la cantidad de pertenencias que había en una casa humana comparada con una de su mundo o, incluso, la habitación de cualquier habitante de la sede. Él también se horrorizó con el perro, aunque su horror fue más allá por muchos otros motivos.

Ya dentro, Gael les dijo a Giz y Wen:
—Vale, encargaos de la cocina, entonces, yo voy a ver si tienen algo interesante por el piso de arriba.
Noel estaba buscando los teléfonos en las habitaciones, así que él se metió en un estudio con libros y un escritorio. Allí solo había diplomas en las paredes y enciclopedias de adorno. Ni siquiera le interesaba la caja fuerte que se escondía detrás de un cuadro de una especie de señora que bien podría haber sido pintado con ceras Manley. Solamente cogió una cosa en su corta exploración: una pluma estilográfica que tenía pinta de ser de mucha calidad. Debía de ser un regalo porque era la única sin cristalitos incrustados.

Noel fue el primero en salir, pero Kin no quiso molestarlo mientras trasteaba en los teléfonos. Eran unos cachivaches bastante grandes por culpa de la pantalla integrada, pero al menos parecían manejables. Cuando pareció que el draco había terminado, se dirigió a él mientras esperaban al resto.
—¿Son fáciles de usar? —le preguntó. Nunca había visto un móvil que funcionase antes, solo aquella especie de videoconsola de Kud.

Giz le devolvió el pulgar arriba a Gael con una sonrisa y se lo mostró también a Noel. No dijo nada, pero entendió el rechazo inicial de Kin a la idea de robar, él se habría sentido igual si no supiese lo que ya sabía. Probablemente los dueños de la casa tenían más cuentas bancarias de las que podrían robar esa noche, así que el goliat no sentía ninguna pena. Si acaso por los niños o la abuela (o el personal que no estaba en casa por ser de noche), y tampoco era algo verdaderamente preocupante.

—Has elegido equipo sabiamente —le dijo a vouivre.

Así, se dividieron en varios grupos. Para su sorpresa, la cocina era igual de opulenta que el resto de la casa. Le sorprendió que el frigorífico fuera doble, que tuviera pantalla y que además tuviera una suerte de mecanismo que expelía… ¿hielo? Eso parecía.

—Espero que no me pida contraseña —se rio, pero en el fondo, sentía que cabía una mínima posibilidad de que aquello pasara.

Acto seguido abrió una de las dos puertas del frigorífico y oteó en su interior. Le sorprendió la cantidad de filetes con un envasado caro con dibujos de vacas, bueyes o cerdos y un montón de hojitas. El animal lo entendía, pero ¿por qué tanta obsesión con las hierbas?

—Wen, ¿esto es por la alimentación del animal o por algún otro motivo? —en el envase ponía BIO en letras grandes, pero para Giz no significaba nada. Le tendió uno de los filetes mientras guardaba los demás en una bolsa sin fondo. También guardó ensaladas precocinadas y muy, muy envasadas, piezas de frutas extrañas, pizzas, cartones de leches variadas, huevos diminutos y, en general, todo lo que fue pillando.

Wen siguió a Giz hacia la cocina donde para su suerte había considerablemente menos revestimientos de oro y diamantes que en el resto de la casa., aunque era igual de cara y opulenta, con electrodomésticos de última generación.

- No las tengo todas conmigo de que no sea un electrodoméstico inteligente. No me sorprendería que en cualquier momento comenzara a hablarnos- comentó la vouivre con mofa.

Wen se encontraba cotilleando los armarios y cajones de la cocina buscando algo que fuera útil y no simplemente una pijada. ¿de verdad esta gente necesitaba tener un descorazonador de fresas para que su vida tuviera sentido?

- A ver- dijo mientras recogía los filetes que le dio Giz-. Oh, sí. Esto probablemente sea lo que más sentido tenga de toda esta casa, aunque apostaría mi gema a que solo lo compran porque es caro. El símbolo significa que no se han usado químicos ni aditivos en el cuidado de los animales ni en el procesado de la carne. Es muy común en la Tierra que los cultivos se rocíen de sulfatos o productos químicos o incluso que sean producidos por ingeniería genética para que sean más grandes y con colores más brillantes y llamativos. Esto normalmente hace que no sepan a nada, pero muy bonitos visualmente y claramente hace que estén llenos de químicos. Con los animales lo que ocurre algo parecido, inyectándoles hormonas, cebándolos, haciendo que vivan en condiciones bastante lamentables. Así las empresas se aseguran más beneficio y menos gastos. Los productos bio como estos son mucho más caros, pero se aseguran que las vacas que te están comiendo han sido felices o algo así- comentó con mofa dejando caer los filetes dentro de la bolsa sin fondo de Giz.

Se encogió ligeramente de hombros ante la pregunta de Kin, que era el único que parecía haber terminado su tour por la casa de los ricos.
—Debería serlo, pero a mí me va a costar bastante porque no domino del todo el idioma y porque estos cacharros cambian demasiado en poco tiempo. Yo llevo seis años sin tocar ninguno, por no hablar de que jamás he tenido de esta marca para pijos, pero bueno, creo que me las puedo apañar.

Sus garras tampoco ayudaban, pero tenía ya bastante práctica manejándose con cosas pequeñas. Aun así ello no impedía la frustración de pulsar en donde no quería. Al cabo de un rato mostró con una sonrisa de triunfo el mapa de la ciudad en la que se encontraban con un itinerario a seguir hacia el lugar más cercano donde se vendían videojuegos.
—A unos cuantos cientos de metros tenemos una tienda perteneciente a una de las franquicias de venta de videojuegos más importantes del planeta, y parece que hay otras tiendas cerca que también los venden. Probablemente sea un centro comercial.

Cuando Gael acabó de inspeccionar el estudio, Noel ya se había marchado, y como se sentía incómodo entre la gente dormida y la cocina ya estaba desvalijada, no tardó mucho más en salir.

Entre tanto, en el exterior, Kin había observado con curiosidad cómo Noel trasteaba con el teléfono. Le había sorprendido muchísimo su respuesta, ya que había asumido que la tecnología de la Tierra estaba más o menos estabilizada. El hecho de que en tan pocos años hubiese cambiado lo suficiente como para desconcertar al Draco era chocante. En Irraria lo extraño era que hubiese algún tipo de actualización de hardware en los ordenadores del tipo que fuesen, y mucha gente podía vivir toda su vida sin llegar a ver una.
—¿Marca para pijos? ¿Quieres decir que no se encarga el mismo fabricante de todos los teléfonos? —preguntó antes de darse cuenta de lo ingenuo que estaba siendo. Sabía lo que era un pijo fuera de Irraria. Más o menos. Estaba seguro de que había subestimado el asunto.

Cuando el draco por fin pudo sacar un itinerario a seguir en la pantalla del móvil, que no le parecía muy intuitivo, fue cuando Gael se materializó en el exterior tras atravesar las paredes.
—Era todo demasiado horrible como para coger nada —anunció haciendo un gesto despectivo—. Oh, ¿ya se sabe a dónde ir?

El fuego fatuo se inclinó sobre el móvil y lo observó durante un momento. No había visto muchos teléfonos inteligentes, y cuando había dejado la Tierra todavía estaban al alcance de unos pocos –y desde luego no de críos de familia humilde como él–. Le parecía mentira que ahora fuesen como ordenadores y todo el mundo tuviese uno.
—¡Espero que sea un centro comercial! —dijo, entrando en la conversación—. La seguridad va a ser más molesta, pero podemos encontrar un poco de todo por allí. Seguramente también haya tiendas de electrodomésticos y así para coger ordenadores. —Al decir aquello miró al irrense, que también quería hacerse con uno—. Oye, no creo que te quepa todo en tu mochila de rapero peregrino, pero si te hace falta espacio puedes meter cosas en mi bolsa sin fondo hasta que volvamos a Rocavarancolia.
El raigaurum le dedicó una mirada suspicaz cuando describió su mochila, pero se ahorró hacer ningún comentario tras escuchar su ofrecimiento.
—Espero que no haga falta, pero te lo agradezco.
«Menudo iluso si piensa que no le va a hacer falta» pensó Gael. La videoconsola del irrense era muy pequeña y probablemente pensaba que allí serían parecidas. Además, si se iba a saquear la Tierra, se acababa haciendo a lo grande. Era una vez al año, después de todo.

Giz se rio. Lo de los electrodomésticos en la Tierra rayaba la demiurgia “barata” a veces, como si realizaran imitaciones, pero sin ningún tipo de alma; sin la chispa vital que tantísimo los diferenciaba. Por suerte, no parecía que el frigorífico tuviera la intención de hablarles y Giz pudo escuchar atentamente la explicación de la vouivre.

—Supongo que es un buen gesto —decidió al final—. Pero, ¿por qué no utilizan su dinero para mejorar las infraestructuras de las granjas malas? ¿Te dan algún premio por ser más rico que otros o hay algún otro motivo oculto por el que merezca la pena guardar tanto dinero en un mismo sitio? —por el tono, Wen podría advertir que Giz preguntaba por curiosidad, para completar los vacíos que tenía por venir de Asrena—. Sois una especie rarísima —bromeó.

Los asrenianos no es que se quedaran atrás, pero por motivos distintos, como todo lo que rodeaba a los rantas. Cuando acabaron con la puerta del frigorífico, abrió el congelador. Lo primero que sacó fueron las patas de un centollo.

—Mira, las primas pequeñas de la que me regalaste —se las asusó a Wen, agitándolas para ver si se movían, pero estaban demasiado rígidas por el frío.

- No lo sé. Supongo que esta gente piensa que el egoísmo y el prestigio son más importantes y dan más satisfacción que cualquier otra cosa. ¿Supongo que tener un perro de diamantes es más importante que que la gente se muera de hambre o que el ganado se críe en malas condiciones?-. Wen simplemente se encogió de hombros no queriendo entrar en los fallos y carencias de su especie-. Humanos.

La propia Wen tenía bastante tendencia al lujo, no por nada estaba construyendo unas termas, pero siempre pensó que su concepto del lujo distaba bastante de la representación ostentosa que este tipo de mansiones mostraba.

- Sí, aunque espero sinceramente que no te comieras la que te di. Estoy segura de que, no solo no sería comestible, sino que también tendría alguna enfermedad chunga con toda esa, bueno, mierda.

La pareja no tardó mucho en arramplar con la comida y todo lo que hubieran encontrado útil y Wen se imaginó no sin cierta mofa el drama que protagonizarían los dueños del lugar cuando despertaran y no tuvieran qué desayunar. Aunque con todo el dinero que parecían tener el drama terminaría en lo que tardaran en levantar el teléfono y hacer un gran pedido a algún restaurante caro con envío a domicilio.

- Por cierto, cuando has mirado dentro, ¿has visto alguna biblioteca bien surtida?- le preguntó la vouivre cuando parecía que ya iban a retirarse-. Me gustaría buscarle algunos libros a Virgo y no creo que a esta familia les importe demasiado perder algún que otro ladrillo de papel, cartón y cuero decorativo.

Por un instante miró extrañado al demonio raigaurum pero enseguida recordó que estaba hablando con un irrense y lo que eso implicaba al respecto de su pregunta.
—No, no. Estás pensando en proporciones irrenses, pero ten en cuenta que la Tierra tiene algo así como siete mil millones de habitantes, seguramente ya más ahora. La economía es radicalmente distinta  lo que estás acostumbrado por ese y otros motivos. Hay tropecientos fabricantes, proveedores, lo que sea, para prácticamente cada tipo de cosa que se vende.

Si Kin hacía más preguntas las respondería lo mejor que pudiera, pero desde luego no le apetecía ponerse a disertar sobre el sistema capitalista así por las buenas. Por suerte en ese momento llegó Gael que se interesó por el itinerario. Dejó que observase el móvil a gusto.
—Yo creo que lo es —asintió tras su comentario acerca del centro comercial.
A continuación dejó escapar una risa ante la respuesta del irrense al ofrecimiento del fuego fatuo.
>>En esa mochilla no te va a caber prácticamente nada. Si acaso algún puñado de juegos y poco más. Las bolsas sin fondo no pesan más porque les metas más cosas, no es una molestia que llevemos también lo tuyo.
No es que creyese que Kin estuviese equivocado respecto al funcionamiento de las bolsas sin fondo, pero si ya conocía un poco al irrense estaba seguro de que intentaría por todos los medios no ser una molestia incluso cuando no lo era en absoluto.

Kin atendió a las explicaciones del draco sin interrumpir. Se había dado cuenta de que debía haberle resultado obvio desde el principio, pero costaba pensar como un humano. Como mundos tecnológicamente avanzados parecían tener bastante en común, pero seguían siendo radicalmente diferentes, y eso era confuso. «La economía de este mundo se va a ir a la mierda» pensó, no queriendo decir algo tan negativo del lugar de origen de los humanos presentes en aquel momento. La cifra de habitantes y el tren de vida que llevaban no cuadraban por ningún lado.

Gael no sabía de qué habían estado hablando exactamente antes de que llegase, pero no parecía tener mucha importancia. Le pidió el teléfono a Noel con un «¿puedo?» mientras este hablaba con Kin de su mochila, y se puso a mirar qué aplicaciones había en él, un poco perdido.

—¿Tan grandes son los aparatos? —preguntó el raigaurum, un poco desconcertado. El de Kud no lo era, y eso también había contribuido a su confusión—. Debí haberme preparado un poco mejor. Las bosas sin fondo son caras, y estoy ahorrando para unos brazos nuevos.
Quería ser autosuficiente, porque ya se sentía un poco intruso por momentos entre los de la Brecha, pero si se ofrecían ellos suponía que no pasaba nada por aceptar.

—Eh, mirad esto —dijo el fuego fatuo de repente, se le había ocurrido una idea y empezó a hablar sin meditarla—. Aquí, en el propio centro comercial, tienen un alquiler de coches para turistas. Estaba pensando… ¿no os gustaría probar a conducir? ¿Por una vez en la vida? Sé encenderlos, y mi abuelo… alguna vez me dejaba llevar el tractor —añadió, vacilante. Eso no quería decir que recordase perfectamente la experiencia—. ¿Os parece demasiado loco? No nos pasaría nada, no si nos escudamos con magia. Aunque quizá… quizá es una tontería.
Le había hecho mucha ilusión durante un instante, pero ninguno de los humanos del grupo había tenido edad para conducir antes de ser cosechado, y lo más probable es que hiciesen el ridículo solo intentando ponerlo en marcha.
—Oye, eso suena que te cagas, nunca he ido en un automóvil. —El raigaurum los miró sonriendo, inconsciente de que no todos los automóviles venían con una IA que ayudase al conductor y que, por tanto, la idea era muy cuestionable. Divertida, tal vez, pero cuestionable.

Giz negó con la cabeza, no le sorprendía aquel nivel de ostentación. En Rocavarancolia había gente que también parecía increiblemente ligada a la idea de atesorar por atesorar hasta un punto en el que rayaba lo ridículo. Así a bote pronto se le ocurría siempre cierta momia. Por suerte, cuando la vouvre habló de humanos, supo perfectamente quiénes entraban y quiénes no dentro de aquella etiqueta. En la Tierra también había gente maja, aunque no soliera ser gente rica.

La respuesta a lo de las pata le provocó una carcajada que le sacó de aquella reflexión.

—Todavía estoy a tiempo de vomitar por el olor —se rio—. No la probé, pero sí que sazoné un experimento con ella.

No tardaron mucho en robar todo lo que se pudiera comer porque no fueron remilgosos, lo echaron todo dentro de sus bolsas sin fondo (incluído algún electrodoméstico pequeño, tarros bonitos o cualquier objeto que despertara el interés). Luego Wen le preguntó por una biblioteca y Giz asintió, hizo memoria durante unos segundos y localizó en su memoria.

—Está en el último piso, pegada a un despacho; había un baño cerca también.

La biblioteca personal de los dueños era amplísima y respondía a la típica imagen que un ricachón se podría formar: estanterías hasta el techo de madera maciza y cara, una mesa enorme y alargada en el centro, globos terráqueos, cuadros enormes que podrían o no ser imitaciones… Había hasta una escalera con ruedines para alcanzar los tomos más altos sin problema. Parecía robada de cualquier película de ficción genérica en la que apareciese un señor inglés adinerado.

Vista más a fondo que cuando utilizó la niebla, Giz supo que: uno, quería robarlo todo; y dos…

—¿Sabes qué? Si sigue entero cuando nos vayamos, me voy a llevar hasta el perro de la entrada.