Barrio de los Callejones sin Salida

Nero dividía su atención entre las calles y el grupo, pero a ojos de cualquiera simplemente parecía distraído. Sería difícil pensar que le interesaban las conversaciones que sucedían a su alrededor, o los saltos entre los muros de Shaco y Taro, guiados por el insecto. Aunque su diversión era palpable. Anriel iba detrás de Nero, como su sombra. A pesar de que desearía haber andado rápido y quitarse de encima aquella salida lo antes posible se vio obligada a ir en el grueso del grupo, solo porque su edeel caminaba a paso de festivo por la mañana. Intuía que había algun motivo detrás, porque normalmente no era tan desesperantemente lento.
A Anriel las cestas le daban igual, y el día rocavarancoles la ponía en guardia constante, por eso no le pasó desapercibido el siseo que Lara hizo notar. Retrocedió un paso con los musculos en tensión y el corazón acelerado, anticipando el miedo. El siseo no tardó en ser acompañado por la imagen de sus dueños. Hibridos de serpientes. La sonrisa de Nero había cambiado. No había burla ni indiferencia. En cambio seguía ahí cierto rastro de diversión. Era una sonrisa discreta e inquietante.
- Ay Ri, por qué esa cara? Es el tercer desayuno.- para ella sin embargo siempre reservaba una sonrisa amplía y un tono juguetón.
- Ah, han desayunado ya, las serpientes?- dijo. Consiguió mantener el tono tranquilo intacto, aunque se le notaba el susto en la cara. No parecía que nadie mas tuviese las ideas de Nero, por lo que Ri se movió a toda velocidad a por dos cestas, apartando a zarpazos a lo que se le pusiera por delante, y le lanzó una de ellas a su edeel, que la atrapó en el aire, no sin que parte de su contenido se perdiese en el suelo.

Archime escuchó la respuesta de Shaco en silencio y no pasó desapercibido a su silencioso análisis el hecho de que había vacilado consistentemente al decir el nombre del planeta. Era poco probable que se hubiese olvidado de algo como aquello, aunque ya había observado que el chico no solía acordarse de los nombres de las cosas, a parte de que seguía contemplando la posibilidad de que el estado mental del pelinaranja no estaba del todo sano. Por lo que cabían numerosas dudas acerca de si aquella información era de fiar. El irrense anotó mentalmente de todas formas el nombre de la especie y el planeta que le había proporcionado, con intención de inquirir sobre lo mismo a Baurus a la vuelta.

Al irrense no le sorprendió volver a oír la voz del espantapájaros, pues había considerado que sería lógico un suministro de alimento continuado por parte de los rocavarancoleses. Aún así hasta que no vio las cestas de nuevo, la sombra de la duda acechaba en el interior de su mente, recordándole constantemente que en el poco tiempo que llevaba en aquella ciudad, ya se había cuestionado innumerables veces la coherencia de los actos de los habitantes de aquella ciudad.

La adverencia de Lara 37 le hizo mirar alrededor con cierto nerviosismo, recordando las contusiones que presentaban Taro, Anriel y Nero. Estuvo silenciosamente de acuerdo con no entretenerse sin motivo y observó como algunos de sus compañeros ya recogían cestas de comida. Se acercó caminando lentamente, a su ritmo, y mientras Cío recogía su parte, ver la comida de cerca le recordó los bollos que había guardado antes de salir. Era probable que en alguna de aquellas cestas hubiese más raciones de aquel alimento, pero también cabía la posibilidad de que el contenido variase. De todos modos aquellos bollos debían ser consumidos en primer lugar ya que eran del día anterior. El biomecánico sacó uno del bolsillo en el que los había guardado y se lo tendió a Cío.
—Es de suponer que contiene una cantidad razonable de calorías, la comida preparada por Lara 37 es muy probable que resultase insuficientemente energética —le anunció al otro irrense mientras se lo tendía sin mirar.

Archime aún estaba evaluando cuál recipiente contendría el menor peso cuando el sonido al que sin duda se había referido la ordesa anteriormente se hizo evidente en la plaza. Los siseantes silbidos venían de todas las direcciones, y el programador dejó de prestar atención a la comida para observar a su alrededor. Decenas de lo que a todas luces parecían reptiles comenzaron a realizar un cerco alrededor del grupo y Archime no pudo sino observarlos con curiosidad. En Irraria aquella especie animal estaba ya completamente extinta y nunca había visto en los archivos de la red ninguna especie como aquella. El irrense se apresuró a colocarse las gafas de sumersión en el ambiente y desactivó el flash de la cámara, pues siendo de día no era muy necesario y desconocía si aquellos seres podrían molestarse con el fogonazo lumínico, e hizo unas cuantas fotos rápidamente en todas las direcciones que pudo. En su cabeza comenzó a visualizar el código binario de un nuevo programa en el que trabajaría tras finalizar el proyecto que había empezado la tarde anterior. Si había más seres inusuales como aquellos en la ciudad, al menos inusuales en Irraria, sin duda debía crear una base de datos lo más completa posible con la información que se pudiese observar. Sobre todo si eran peligrosos, aquellos datos podrían resultar de utilidad. Lo que no cruzó por la cabeza de Archime mientras planeaba todo aquello es que en ese momento se hallaba efectivamente en peligro, ya que su cabeza se había llenado de cálculos y algoritmos.

Las cestas, como la última vez, se depositaron bajo la promesa de comida que, a ojos del aprendiz, le parecia exótica, pero todas las veces hasta ahora acababa siendo la misma comida plana que la última vez. Con una exhalación aburrida, se cargó con dos cestas y se preparó a que el grupo estuviera listo para partir de nuevo hacia el torreón. Sin embargo, escuchó por encima la conversación que mantenian los otros. Al principio no lo oia, como aseguraba la ordesa, pero poco a poco, logró prestar atención y consiguió escuchar la multitud de siseos.

Un mal presentimiento apareció en su nuca, mandando un escalofrío por su espina dorsal. Tragando salvia, se giró al grupo, bastante inquieto y nervioso.
-Ehhhh... ¿chicos? Creo que deberiamos largarnos...-pudo captar gracias a su atento oido la multitud de patas que se movian en la cercania.-...Pero a la de ya...-

Sin embargo, las criaturas fueron más rápidas que ellos y, tomando la inciativa, aparecieron de todos lados, rodeandoles obligándoles a pelear para salir con vida de esta. Soltó las cestas y, a continuación bramó por encima de sus pulmones.

-¡ZEEEEEEEEEEERG RUUUUUUUUUUSHHHHHHHH!-

Todo ocurrió en cuestión de segundos y los macieleros se vieron sumidos en el pánico y el caos. Les tenian encima, los que podian, luchaban con todo lo que tenian y los que no, intentaban esquivar las criaturas. La sangre corrió y el aprendiz no tardó en espabilar. Ciñendo su escudo, golpeódel revés con todas sus fuerzas a una de las alimañas que le habia intentado atacar cobardemente por detrás. Esta cayó al suelo aturdida y levemente herida, pero muy lejos de darse por vencida, siguio arremetiendo. El humano era capaz de esquivar los envites y dentelladas del animal con aparente facilidad (junto con alguna que otra alimaña ocasional que creia que podia atacarle a traición), no era ni el ser más peligroso con el que se habia cruzado en su vida, ni el más fuerte, ni el más listo. Pero tan solo lo que estaba consiguiendo era repeler a la criatura, sin conseguir herirla de gravedad nunca, debido a que solo blandia su escudo además de sus piernas y brazos.

Fue en una de estas embestidas, en las que el aprendiz, logró esquivar al animal con una finta y ponerse encima de él a golpearle repetidas veces con el escudo contra el suelo, usando ambos brazos, mientras chillaba histéricamente, como hacian muchas razas de primates ante el peligro. Cuando se levantó, la alimaña ya no se movia más, y salia sangre por su boca, claramente tendria más de un hueso roto pero no podia asegurar de que estuviera muerta. Fue en ese momento de respiro, en que pudo fijarse en los demás. Todos tenian sus manos llenas y los más débiles se estaban llevando lo peor. La mirada del ruso se movia rápidamente, saltando de cosechado en cosechado, buscando aquel que necesitase más ayuda.

Fue ver la sangre de la albina correr lo que le hizo decantarse por ella. Tenia una mordedura grave en la pierna y parecia cogear, lo cual solo empeoraba la cogera que llevaba arrastrando la chica. Aunque se defendiese bien, no podia hacer nada si veia su mobilidad reducida y pronto las criaturas se aprovecharon de su debilidad.
El ruso entró pateando fuertemente a una a la altura del costado, mandadola en la distancia un par de metros. Aturdida y bastante dañada, no parecia estar apunto de levantarse próximamente y fue entonces cuando se giró hacia otra de las criaturas que acosaban a la chica y se puso a cuatro patas, de una manera que podia recordar a un corredor olímpico apunto de salir en una carrera, solo que su postura denotaba un comportamiento más animal y tenia los dedos flexionados por delante que se apoyaba sobre sus nudillos. Profiriendo un chillido para enconarse aún más en su sprint, rompió a la carrera que casi parecia correr a cuatro patas, con el torso muy cerca del suelo. Atropelló a la despistada criatura que no sabia que le habia golpeado, placándola con su peso corporal. Una vez estuvieron los dos en el suelo, el aprendiz se puso encima y comenzó a golpear al animal con su escudo, con el puño cerrado y con la palma, en una especie de torbellino caotico de puñetazos palmadas y escudazos hasta que claramente, la vida se escapó del animal.

Pero fue descuidado y una de las alimañas se aprovechó a morderle en un brazo, al descubierto por su camiseta de manga corta. La sangre manó de su brazo hasta precipitarse al suelo y el aprendiz profirio un alarido que denotaba una mezcla de dolor, miedo e ira. Cogió a la alimaña por el gaznate y se la arrancó del brazo, desgarrando aún más la herida y a continuación la arrojó con todas sus fuerzas. No le daban un respiro. Tuvo que usar el escudo para repeler otra a continuación. El agudo dolor y escozor que le provenian del brazo tan solo aumentaron al recibir el embite de la nueva alimaña. Aquellas criaturas no tenian fin.
Se giró hacia Ri, juntando su espalda con la de ella y tapando la herida con su otra mano, en un intento torpe de detener el sangrado.
-¿Crees que puedes correr?-le preguntó, bastante consternado mientras soltaba un golpe con su pierna izquierda a otra de las alimañas. No tuvo mucho tiempo para escuchar la respuesta y se dirigio a todo el grupo.-¡Si nos quedamos aquí nos matarán a todos!-exclamó con tono temeroso, reuniendo todo el coraje que podia.-¡Tenemos que romper con el cerco y escapar!-

Ri soltó un alarido que acalló rapidamente cuando recuperó el control de si misma. Su reflejo fue golpear, olvidando incluso que llevaba las garras. Con lo que hubiera sido un manotazo atravesó parte de la cabeza de una de las criaturas que le había mordido, y luego fue a por la otra.  Había dejado por completo de lado  la comida, igual que Nero, que había soltado su cesta inmediatamente para sacar la daga y  hundirla en lo que le trepaba por la espalda. Era un mal sitio al que apuñalar, en un punto casi ciego. Al morro, sin embargo había acertado por lo cerca que había estado de su yugular. Se revolvió para desprenderse de la criatura, y las garras del medioreptil le dejaron un surco de arañazos por toda la espalda antes de caer. Eran superficiales, al menos.
Ri no estaba como para moverse, por lo que solo atacaba con las manos. Su debilidad llamaba a las bestias, y de no ser por su velocidad y que tenía mecanizados los movimientos de bloqueo y defensa, ya no podría contarlo. Shaco apareció de pronto, cubriendola y atacando a una de las mas cercanas.
l- No, no puedo correr. Pero puedo intentarlo si me das donde apoyarme.
Rechazó otro ataque. Era evidente que no estaba acostumbrada a aquellas armas, porque no cortó nada. Las garras dieron de canto, y lo unico que hizo fue empujar a aquello unos pasos atrás.

El irrense pegó un bote acompañado de un grito cuando sintió los dientes de los reptiles clavándose en su carne. No se había dado cuenta de la cercanía de los mismos hasta que habían comenzado a reptar por su cuerpo, movimiento que lo sacó bruscamente de su ensimismamiento. Todavía llevaba las gafas puestas, por lo que torpemente debido al nerviosismo y lo apremiante de la situación, volvió a activar la opción de flash asegurándose de regularlo hasta su máxima potencia. Su razonamiento anterior de no utilizarlo se basaba en el hecho de que si los enfurecía y se lanzaban contra él no sería capaz de esquivarlos a tiempo debido a su inexistente forma física. Pero ahora que los tenía encima era probablemente la mejor opción disponible. Activó también el modo ráfaga para hacer tres fotografías seguidas y dirigió el objetivo hacia los reptiles que le atacaban así como aquellos que se encontrasen en las cercanías más inmediatas. Aprovechó el instante en el que los seres se encontraban cegados y confusos debido al fogonazo lumínico para tratar de quitarse de encima los que le fuese posible. Utilizó su brazo mecánico para agarrar a aquel reptil que le había mordido en la barriga y lanzarlo al suelo a la mayor distancia que fue capaz de alcanzar, para después centrarse en golpear a los que todavía pendían de sus pantalones y provocar su caída.

Tras las negativas de sus compañeros, que no oían el ruido al principio, y un vistazo rápido a sus orejas inmóviles, Lara no necesitó hilar mucho para saber que sus compañeros eran tan sordos como un mono del queso. Cuando los siseos se hicieron evidentes para ellos, Lara ya había puesto distancia. Se había colocado entre las cestas y el lugar de donde se escuchaba el grueso del ruido, y se había quitado uno de los escudos (al final su técnica de defensa doble no era tan buena). Estaba cargando con la cesta cuando vio a los primeros bichos salir de sus escondites y saltar sobre sus compañeros.

Un par de pensamientos fugaces sirvieron para aclarar a la ordesa cuales debían ser sus propios movimientos. <<No hay tiempo para los dados>>.  Cogió una de las cestas, la  alzó algo inclinada y, utilizándola como "protección", retrocedió varios pasos, al tiempo que rebuscaba entre la comida. <<Son carnívoros>>. Lara tuvo tiempo de lanzar varios filetes de carne antes de que un ramalazo de dolor le acuchillara los nervios de un gemelo y la obligara a gritar. Si en algún momento todavía tenía dudas de que esto era real, el dolor las había espantado. Su tozudez, sin embargo, permanecía a pesar del miedo que tenía por su vida y que empezaba a atenazarla. <<Si me matan, ¿a mis niños que les queda?>>

Prensó la cola del bicho con un pisotón de la pierna herida, balanceó la cesta con todas sus fuerzas y se llevó por delante con ella a la alimaña que le había mordido, lanzándola apenas a medio metro de ella. Para Lara, que lo peor que se había hecho en toda su vida era un corte con un folio, el dolor de un mordisco como el que había recibido era una sensación imperiosamente desagradable. <<Joder, joder y joder>> y lo peor de todo es que hasta en esa situación no podía pensar en lo graciosos que eran esos bichos. Con muy poca habilidad, sacó su Despellejadora 1010 de su funda y agarró con la otra mano el asa de la cesta, para asusar ambas al gato-serpiente.

Con todo el miedo que tenía en un segundo plano, una sonrisa decidida asomó en su cara. No tenía muy claro como, pero iba a sobrevivir. <<Por mis ovarios que salimos vivos>>. Lara tenía muy claro que saldría de ahí y  que todo eso tan solo sería una interesante anécdota que contar a sus hijos cuando crecieran. Lanzó la cesta contra el bicho que la había atacado y se giró para, a su pesar, comprobar que no tenía sitio por el que correr. Estaban rodeados y, por haber retrocedido, la ordesa lo único que consiguió fue acercarse a los que les acechaban desde otro flanco.

-¡Chicos!-gritó. Y en su voz no hubo nada de valiente; temblaba y sonaba a lo que era: la niña que en el fondo quería romper a llorar contra los deseos de su yo "maduro". Rezó a la Suerte, hizo acopio del coraje que le quedaba para aplacar de nuevo al miedo y trató de correr hasta sus compañeros. Si salía de esta, Lara tendría que hacer un par de apaños en la historia que escucharían sus hijos.

Cogió una única cesta para examinar primero el contenido. «Así de un vistazo parece que se repite el menú» pensó al verlo.  Antes de que cogiera una segunda cesta se le acercó Archi con un bollo que debía de haber llevado encima, ya que todavía no se había acercado a la comida.
—Um… gracias —dijo aceptándolo. La comida le había resultado escasa, pero no quiso coger más, no al menos delante de los otros. No podían saber si el reparto de alimentos sería más estricto de no encontrar nada aquel día.

No llegó a preguntarle al biomecánico a qué se debía que se pusiera a repartir comida en medio del paseo, porque el sonido siseante se hizo evidente hasta para él. Montones de animales surgieron de las ruinas, con su paso a medias entre el caminar y el reptar. Tenían muchos rasgos reptilianos pero en cambio no se parecían a ningún reptil extinto que conociese, teniendo una mezcla curiosa de rasgos. A su lado la primera reacción de Archi fue sacar fotos. «Oh, por favor…» llegó a pensar, exasperado. Aquellos animales parecían cualquier cosa menos amables. Y, efectivamente, se abalanzaron sobre el grupo en un abrir y cerrar de ojos. Los vio ir a por el biomecánico y escuchó además los gritos de Anriel y el pelirrojo, que se dejó la garganta diciendo a saber qué. Archi trató de cegar a las criaturas que le atacaban y sacárselas de encima. Algunas estaban logrando hacerle daño de verdad. Aun con la cesta colgando de su brazo izquierdo, le ayudó cogiendo por las cabezas a los que pudo, presionando con fuerza para que soltaran a su presa y lanzándolos tan lejos como podía a continuación. Trataban de morder sus brazos mecánicos pero no había dónde hincar el diente. Uno al que trató de patear se le enganchó con los dientes por encima de la bota, y ahogando un grito de dolor se lo quitó de encima a patadas con el otro pie.
—¡Larguémonos todos de aquí cagando leches! —dijo apretando los dientes.

Un poco más allá, Lara los llamó con voz trémula y empezó a correr hacia ellos, también con alguna herida visible. En ese momento fue cuando Cío recordó que el peso que llevaba en el cinto tenía que servir para algo y sacó el arma a toda prisa, cortando el cinturón de su pantalón en dos mitades en el proceso. «¡Puta mierda…!». Blandió el alfanje a lo loco, pretendiendo alejar al menos con el golpe a los pocos animalejos que se interponían entre la ordesa y el grupo. Sintió una nueva mordedura en su pantorrilla, pero cuando la chica los alcanzó golpeó con el filo al animal, haciendo un buen corte en su cuello. Metió la mano en la cesta y arrojó la carne que encontró por la parte superior para después echar a correr agarrando a Archi por la manga de la bata. Con ese mismo brazo llevaba todavía la cesta, que se bambaleaba a cada paso que daba. Estaba dispuesto a abrirse camino aunque fuese agitando a lo loco el afanje, pero no dejaba de preocuparle el dolor creciente y la sangre que comenzaba a empapar sus botas.

Archime continuó utilizando su brazo mecánico para intentar quitarse de encima todos los animales que se le subían, realizando movimientos erráticos y emitiendo algún que otro quejido al notar el avance de las escamosas patas sobre su cuerpo. Emitió un grito ahogado al notar el tirón de la manga por parte de Cío, quien había sacado su arma para tratar de ahuyentar a sus insistentes agresores.

El plan de Lara 37 había resultado eficaz, evidenciando las costumbres alimenticias de aquellos seres. No hizo falta sugerir al otro irrense que imitase a la ordesa, pues el propio Cío tiró la carne de la cesta que se balanceaba justo frente al biomecánico que estaba a punto de sugerir precisamente aquello.

El poco tiempo que llevaban corriendo ya había empezado a hacer mella en el ingeniero, quien jadeaba cada vez más. El grito de Lara 37 le hizo mirar en su dirección, ya que la madre se encontraba cerca de ambos irrenses y fue testigo de como una de las criaturas de mayor tamaño la había apresado de su apéndice posterior.
—¡Lara, cierra los ojos! —advirtió a la ordesa modulando la voz de tal modo que difería de su tono monocorde habitual debido al nerviosismo que le provocaba la situación, completamente nueva para el irrense. Ni siquiera se dio cuenta en ese preciso instante de que había acortado el nombre de la ordesa debido a la urgencia.

Archime volvió a utilizar entonces el flash, apuntando con toda la precisión disponible hacia el ser que mantenía su cerco sobre la ordesa, esperando que el fogonazo bastase para aturdirlo y que dejase libre así a su compañera, para a continuación continuar corriendo todo lo que se podía permitir. Si no fuera porque Cío estaba tirando de él, obligándole a avanzar, probablemente se habría detenido ya en más de una ocasión. Su respiración cada vez se agitaba más y se volvía más dificultosa. El asma comenzaba a manifestarse de forma preocupante en el biomecánico por primera vez en toda su vida.

En su carrera hacia el grupo, Lara vio como Cio se sacaba el arma del cinturón y armaba el jaleo suficiente como para que las bestias no le cerraran el paso. Aceleró el ritmo y, nada más llegar, le palmeó en el hombro. Después de haberle despejado el camino, no iba a ser ella quien juzgara el fallo con el cinturón.

-¡Por Fortuna! ¡Muchas gracias, Cio!-apenas tuvo tiempo de decir mucho más cuando sintió en la cola un bocado mucho más punzante que el de la pierna. Soltó un segundo grito de dolor y trató de sacudirse a la desesperada. La voz de Archi pidiendo que cerrara los ojos le sonó a afinidad purificadora. Le dolía horrores la cola, pero el irrense parecía tener un plan.

Y vaya que lo tenía. Sintió el fogonazo aún con los ojos cerrados y no perdió mucho más tiempo. Si tenía miedo o no lo tenía, daba igual ahora. Había enemigos y un combate del que salir viva y coleando. Y eso significaba usar las armas. Antes de que el animal se recuperara, Lara agarró con fuerza la empuñadura del cuchillo y le hundió el filo en la nuca. La resistencia que opusieron la piel, los músculos y finalmente el hueso removió el interior de la ordesa más que el de la propia criatura muerta y, lejos de de regodearse en su primer asesinato con la Despellejadora 1010, Lara sacó la daga con celeridad y echó a correr agarrando una cesta por el camino.

-¡Lanzad la carne!-gritó a pleno pulmón como consejo para todos sus compañeros, mientras corría y ella misma buscaba la de su propia cesta.

Lara estaba al borde del llanto, del vómito y de la muerte. Estaba desesperada. Pero sobre todo estaba tan asustada que no sentía miedo y ni lloraba, ni vomitaba ni tenía pensado morirse. En su lugar, simple y llanamente siguió lanzando filetes de carne para salvar su vida. Si se le acababa la de su cesta, la lanzaría contra las bestias y pediría a Cio la que llevaba.

El cuerpo de Taro respondió por instinto al calambrazo de alarma que le envió su cerebro. Una carrerilla potenciada por la adrenalina, un salto, el rozamiento de las suelas de sus zapatos contra una pared y un último impulso con los brazos fueron los componentes de la cadena de movimientos que le encaramó al tejado de un edificio de una planta.

Se había puesto a salvo sin pensar al ver que la horda de espantos se abalanzaba sobre ellos, olvidando momentáneamente que estaba acompañado. En su precipitación tampoco se acordó de que llevaba un arco a la espalda, el cual se había llevado por pura potra al habérsele olvidado devolverlo con las prisas por salir.
Se ocultó tras los restos de la pared del segundo piso, y cuando fue a echar un vistazo, en lugar de ver al resto del grupo a medio camino de salir por patas o de camuflarse como él, los vio rodeados.
Y estaban luchando con espadas. No con pistolas aturdidoras, ni dispositivos de combate rúnicos, sino con los palitos de metal que había en aquel lugar. Y ni uno solo de los presentes era capaz de hacer magia, por lo que se veía, o la habrían usado ya. "Los inútiles se juntan solos", casi pudo oír una voz de mofa conocida en su cabeza.

El temor incipiente que se había instalado en él al empezar a ver las primeras sangres se convirtió en abierto terror al oír claramente a Shaco gritar que si se quedaban más tiempo corrían el riesgo de morir. De nuevo a Taro le parecía estar en mitad de un serial malo. Y sabía perfectamente que en ellos morían todos, o casi todos, de formas muy truculentas.

Durante un lapso indefinido de segundos se quedó congelado, mirando desde arriba la situación crítica que se estaba desarrollando sin asimilarla realmente. Demasiado celoso de su pellejo como para reunir el coraje de bajar a la carnicería que estaba formándose abajo, pero demasiado consciente de que tenía que hacer algo.

Un alarido, no llegó a identificar de quién, se elevó por encima de los demás, y eso le sacó por fin del trance como si le hubieran dado una bofetada.
"¿Qué hago? ¡Joder, ¿qué hago?!", pensó presa de los nervios. Sólo tras unos segundos de angustiosa duda se acordó con alivio de lo que llevaba a su espalda.

Le temblaba el pulso y tardó más de la cuenta en enganchar el extremo de la flecha en la cuerda. En mitad de su pánico rezó con todas sus fuerzas por un golpe de suerte, un milagro, un talento oculto que guiase la saeta en la dirección correcta, justo antes de soltarla con el corazón en la garganta.
Y salió bien, vaya si salió bien. Fue un tiro impecable: lo suficiente como para reírse en la cara de la ley de la probabilística y cruzar limpiamente el espacio lleno de cabezas, cuerpos y extremidades monstruosas e impactar de forma completamente inocua contra un muro sin rozar ni una sola de ellas. Uno de los engendros cercanos a dicha pared alzó la vista hacia él, como preguntándose qué clase de gilipollas acababa de emerger del tejado.

El tiro fallido, sin embargo, le había servido al gilipollas en cuestión para salir bruscamente de su bucle de pánico. Desechando cualquier otro intento con el arco se lo echó a la espalda, y con la adrenalina latiéndole en las venas cogió carrerilla para saltar y cambiar de tejado. Moviéndose a lo largo de los edificios derruidos que rodeaban la plazoleta Taro empezó a derribar escombros a patadas desde los tejados. Los seres no eran más grandes que perros, y el carabés esperaba que si los cascotes no los enterraban, al menos los retrasasen. Cubrió casi toda la circunferencia de la plazoleta pero acabó parándose en uno de los edificios del flanco donde estaban Shaco y Ri y centrándose en esa zona. Confiaba en haberles despejado lo suficiente el camino, porque realmente no podía hacer nada más.

En cuanto se abrió un hueco de retirada lo suficientemente grande para que el maltrecho grupo pudiese regresar, Taro no se paró a comprobar si aquellas cosas les seguían o no. Aquella vez sí que lo dio todo en la carrera, como si pudiese llegar a correr lo bastante rápido para dejar atrás su miedo.

Sigue en el Torreón Maciel.

El aprendiz escuchó las palabras de la sinhadre y se quedó tieso una fracción de segundo. La miró de arriba a abajo y comenzó a dudar. Un golpetazo de otro embite de las criaturas lo sacó de su ensimismamiento. Lo rechazó con el canto del escudo hasta que se alejó lloriqueando.

>> ¿¡Por que estoy dudando tanto, joder!?

>> ¿Puedes ayudarla si esta en apuros y derramar tu sangre pero no te atreves a tocarla?... Es patético. Una mujer no es sino una persona como cualquier otra a fin de cuentas, que no sepas darte cuenta de esto es una de tus debilidades.
>>Venga no seas tan cruel con el chico, por lo menos ayudale o todos acabaremos en el mismo hoyo.
>> Me niego a hacerle el trabajo sucio. Pero tienes razón, no puedo dejarlo así... Mira pequeño, piensa en lo que te ha dicho el estirado, una persona. En ti está el darte cuenta de esto más tarde o más pronto, pero piensa que si no la ayudas, acabará muy mal y lo más probable es que muera. ¿Vivirias con eso en tu cabeza? Crece un par de cojones de una vez.
>> ...

Tragando saliva fuertemente y muy rígido, se colocó apartatosamente al lado de la albina y le indicó que se apoyase en él, con la voz casi tomada del todo. Cuando sintió el brazo de la chica dio un pequeño respingo, pero no tuvo más tiempo para dudar. Rechazó otro ataque nuevo y pudo escuchar lo que dijo Lara Croft sobre que la carne hacia que dejasen de atacarles. Alcanzó la cesta más cercana, una de las que habian cogido los sinhadres y, echandose el escudo a la espalda para protegerle de los ataques traicioneros a la espalda, avanzó con la albina apoyada sobre él mientras corrian como podian, arrojando los diferentes contenidos de la cesta sobre las masas de criaturas.
-¡NOS VAMOOOOOOOOOOS!-gritó con fuerza mientras batia las piernas a todo correr y le estrellaba en la cabeza con fuerza uno de los tarros con miel daeliciana a una de las criaturas, matándola casi en el acto.
-¡MARIO KART, CABRONAZA! ¿¡Lo juegas!?-exclamó, victorioso. Pero aunque lanzase carne, el resto de las cosas de la cesta pareció no llamarles tanto la atención y pronto volvieron a ser el blanco de la atención, al ir quedándose rezagados. Se giró para ver si quedaba alguien más atrás y fue cuando se dio cuenta que iban a la cola del grupo. Maldijo en voz baja, sudoroso y comenzó a girar en circulos intentando encontrar la salida entre la marabunta de criaturas que pronto volvieron a centrarse en ellos.
Sin embargo, como una ayuda venida del cielo, el carabés causó que un par de escombros aplastasen a varias de las criaturas y les creó un pequeño camino por el cual podrian salir del cerco totalmente. Alzó el pulgar y estiró el brazo en su dirección y, usando una especie de canal telepático de hermanamiento, le dijo al carabés:

>> ¡Muy buena, aibou!

Pisando fuerte y corriendo junto a la chica, lograron remontar la carrera y dejar bien atras a las criaturas. No pararon de correr hasta asegurarse de que no les seguia ninguna. Jadeando, se paró a confirmar si la albina se encontraba bien y luego siguieron su camino de vuelta al torreón con un ritmo más calmado, pero sin detenerse nunca. Habian vuelto con las manos vacias.

Sigue en el Torreón Maciel.

Llegaron a los callejones, esos callejones laberínticos donde se separaron del resto la vez anterior que estuvieron allí, cosa que esperaba no volviera a ocurrir, ya eran pocos como para que volvieran a dividirse. Decir que aquellos callejones eran laberínticos era quedarse cortos, mas bien parecía como si las mismas casas y muros decidieran moverse por cuenta propia para cerrarles el paso allá donde iban, aunque claro solo era una confusión óptica, o simple y llana desorientación. Por suerte para todos, o al menos para Dhelian, traía el mapa dibujado en su cuaderno y aunque el dibujo de los callejones formaba lineas tan apretadas que apenas eran identificables las calles, al menos era mejor que pasarse horas allí perdidos. Gracias a este pudieron orientarse mas decentemente, aunque igual se encontraron con un par de callejones sin salida y tuvieron que dar algún que otro rodeo, pero finalmente consiguieron llegar al otro lado de ese dichoso lugar, pudiendo también guiarse por el torreón el que se veía por encima de los tejados de las casa que los rodeaban, aquellas que aun seguían teniendo tejados claro.

-Bueno ya quedo un poco menos para llegar, esperemos que realmente estén allí - comento Dhelian mientras tomaba el lápiz y decidía dibujar el camino por el que habían tomado para no perderse de nuevo en aquel lugar en el futuro, dibujándolo antes de que se le olvidara, avanzando junto a los demás, os concretamente en el centro de ellos ya que tenia su atención dividida en su cuaderno y en lo que le rodeaba.

Sigue en el Torreón Maciel.

No me había entusiasmado la vista de la Cicatriz de Arax, aunque al menos esta vez ningún gusano gigante salió a hacernos compañía. Esperaba poder encontrar al otro grupo, aunque solo fuera para confirmar que la ciudad no era tan mortal como parecía. Estaba decidido a demostrar a la panda de secuestradores de Rocavarancolia que era capaz de sobrevivir a cualquier cosa que vivirse allí, y de momento parecía bastante probable.

Los callejones de aquella parte de la ciudad me recordaban a algunas partes de mi ciudad (aunque versión ruinas) y no pude evitar morderme el labio al sentir algo de nostalgia y, aunque jamás lo admitiría, preocupación. Me pregunté cómo se estaría tomando mi familia mi desaparición, imaginando lo que estaba haciendo cada uno en esos momentos. Sacudiendo la cabeza intenté dejar de pensar en eso.

Sigue en el Torreón Maciel.

Llegamos al poco tiempo al barrio donde perdimos al anterior grupo. Por miedo a perderme sola me acerco a mi compañera violácea siguiendo sus indicaciones marcadas en su blog de dibujo. No entendía mucho el sentido de haberse traído algo con lo que hacer garabatos a un lugar así pero a decir verdad parecía dar algún resultado positivo en estas situaciones.

Mis pensamientos comenzaron a cambiar al encontrarnos el tercer callejón sin salida por lo que comienza a agobiarme la idea de no encontrar el maldito torreón que tanto esperábamos ver. Al cabo de un rato al fin podemos salir de esa maraña de edificios horrendos derruidos y sin color. El supuesto torreón se encontraba al fondo de las calles. En cierto modo me alegro de que los mapas estén bien documentados por lo que azuzando un poco a los chicos llegamos por fin a las inmediaciones de la torre.

Sigue en el Torreón Maciel.

Llegamos al mismo barrio donde el "gran grupo" se dividió de pronto hace ya... ¿Cuánto hacía? El tiempo pasaba volando y no me había detenido a contar los días...
Pero ahí estábamos, pugnando por no perdernos. Juraría que algunas calles y edificios se movían a nuestro paso por ellas, como si fuera el Bosque Viejo pero con edificios... <<Tendría que haberme traído el mp3... Lo que molaría aquí Oomph>>

Fuera como fuese, al final logramos salir, gracias a los dibujos de Lhelian (yo había optado por lo mismo, pero cuando lo hizo ella, dejé de malgastar hojas), y dar con el torreón Maciel y nos acercamos a este, deseando que estuvieran. Y era factible: estaba muy cerca de donde desaparecieron.

Sigue en el Torreón Maciel.