Plaza de los Colaespina

El alivio de Nime cuando supo que se iban fue enorme. No podía esperar a poner tierra de por medio y sentirse segura en el torreón. Pronto se vio rodeada de los mayores mientras huían de allí, pero la libense ni se dio cuenta, solo pensaba en dos cosas: no soltar la cesta que compartía con Guille y no tropezarse. Los graznidos de los pájaros fueron algo secundario para ella. Le dieron ganas de apurar los pasos, pero solo eso, porque no parecían interesados en el grupo.

De la misma manera, Nime no reaccionó igual que los otros niños a la aparición de aquel fantasma diminuto, o eso era lo que parecía a sus ojos. Su repentina aparición la sobresaltó. No quería que les mirase, ni que les hablase. Nime quería pasar desapercibida en aquella ciudad, ser ignorada, igual que por los pájaros. Solo podía pensar en la historia que había ocurrido apenas un par de días atrás, y eso hacía imposible que se fiase de aquella criatura, por poco peligrosa que pudiese parecer.

La libense miró a los mayores con preocupación. ¿Decidirían irse de nuevo? No se atrevía a pedirlo en voz alta, pero por su mirada era evidente lo que quería ella.

Durante el primer techo hasta el torreón el grupo trotó a buen paso, alejándose rápidamente de aquel extraño charco de sangre, pero cuando se sintieron más seguros redujeron un tanto el ritmo y empezaron a caminar. Casi parecía un paseo y al irrense no se le pasó por alto que Eitne estaba disfrutando del paisaje, pero aquella tranquilidad no duró demasiado.
—¿De qué se reirán? —masculló para si cuando la extraña bandada de pájaros les sobrevoló, siguiendo su avance hacia el horizonte de la ciudad con la mirada. Por estar pendiente de las aves el chico no se percató de la presencia del hada a tiempo y ésta, intangible, le atravesó la cabeza limpiamente produciéndole un desagradable escalofrío.

Milo no entendía del todo lo que acababa de ocurrir y durante unos instantes no fue capaz de reaccionar, pero más tarde solo acertaría a describir aquel suceso como una “sensación de viscosa frialdad”. Cuando aquella pequeña criatura traslucida se dirigió a ellos como si nada raro acabara de ocurrir el norteño entornó la mirada. No parecía amenazante y Eitne y Guille no tardaron en contestarle, pero él no terminaba de fiarse y pudo ver en los ojos de Nime que no era el único.
—O el fantasma de un hada. —apuntó tras la intervención del humano con expresión neutra.

Aquel era sin duda un encuentro extraño, pero tal vez podían sacar algo bueno de el, así que Milo decidió mantenerse a la espera. Estaba preparado, en cualquier caso, para echar a correr y defender a los suyos si era necesario.

Eitne no se podía creer que fuera un hada. No se parecía en nada a la que le había secuestrado. Eran bonitos distintos; dama Encía era más pequeña, más rosacea y más translúcida. Y su comentario sobre los dientes asustó al daeliciano. Eitne se llevó las manos a la boca y se la tapó. ¿Cómo lo había sabido? ¿Le habría visto meter los botes de miel en la cesta? El niño estaba tan absorto que aun permanecían las manos sobre sus labios cuando el hada dijo que estaba muerta. No le hizo falta subirlas de nuevo para callar su sorpresa.

A partir de ahí, Eitne se hizo dos preguntas. Si estaba muerta, ¿habría visto a Drake o a Ain?

Y si era un hada...

—¿Nos pu-puedes llevar de vuelta a casa? —el tono de Eitne era todo súplica—. Prometo q-que me lavaré más los dientes.

A Guille le dio mucha curiosidad que el hada de los dientes se encontrara en Rocavarancolia, con la cantidad de trabajo que tendría que tener en la tierra.
 
-Pues este diente se me mueve, creo que se me va caer pronto- dijo mientras se metía el dedo en la boca y se lo movía- cuando se me caiga lo dejare debajo de la almohada para ti.-dijo alegre
 
Cuando el hada les recordó el tema de la higiene dental, Guille no pudo más que reconocer arrepentido sus actos.
 
-...No me he limpiado los dientes desde que llegue aquí, perdón...- dijo mirando al suelo.
 
Guille se quedó mirando ¿cómo podía el hada de los dientes ser un fantasma?, "pues eso explica que pueda colarse en las casas de la gente sin que nadie la pille, es un hada fantasma"
 
Pero cuando Eitne hizo su pregunta Guille se quedó parado, "es verdad es un hada ella podrá llevarnos a casa", esperando expectante la respuesta.

A Nime no le gustaron los comentarios del hada. «¿Qué le importan a esa enana los dientes de los demás?» protestó para sí misma, al no atreverse a decirlo en voz alta. Fue aún peor cuando Milo la llamó fantasma y esta lo confirmó. Aquello no era una de las historias de terror de Adru. No tenía ni pizca de gracia. Encima el hada mencionó como si nada su muerte. Nime había visto ya cosas increíbles como la magia del muro, así que por poco que quisiera creer todo aquello, no se veía capaz de dudar de su veracidad.

Justo entonces el hada pareció reparar en ella, y Nime retrocedió solo un poco. Tal vez lo que la frenó es que no quería soltar la cesta. Quería decir “déjame en paz”, o “vete de una vez”, pero en vez de eso afirmó:
—No te tengo miedo.
Era una mentira, pero una que quería creerse. Por otro lado, la pregunta de Eitne la cogió por sorpresa. No sabía por qué aquella criatura podría ayudarles, pero… ¿y si era así?

Milo le sostuvo la mirada a Dama Encía con estoicismo cuando se dirigió a él, pero en quien de verdad parecía interesada era en los niños, pues fue con ellos con los que entabló conversación en primer lugar. El irrense, procurando mostrarse tranquilo, se mantuvo atento a las palabras de la fantasma, pero no sabía muy bien como intervenir sin decepcionar a los pequeños en el proceso. Dudaba que aquella criatura pudiera llevarlos a casa, algo que ella misma confirmó poco después, y parecía conforme con la idea de que prosiguieran con su prueba.
—No somos los únicos —respondió con franqueza a su pregunta, ignorando deliberadamente el comentario sobre los muertos dentro del grupo—, pero el resto está convaleciente en nuestro torreón tras su último encuentro con un habitante de la ciudad. —añadió con cierta mordacidad.

El hada no había tenido nada que ver con aquel suceso y no le estaba recriminando nada con sus palabras, pero a raíz de lo ocurrido al norteño le estaba costando no meter a todos lo rocavarancoleses en el mismo saco. Procuró no pensar en ello, sin embargo, y al final se centró en algo que le llamaba bastante la atención
—¿Sabes quien te hizo eso? —le inquirió a Dama Encía señalando sus marcas de estrangulamiento con un gesto de la mano—. ¿Se lo has hecho pagar de alguna forma?

Eran preguntas indiscretas, pero por como hablaba el fantasma sobre su propia muerte el norteño tenía la impresión de que no le molestarían demasiado.

-Vale, te prometo que apartir de ahora me limpiare los dientes todos los días.- dijo Guille en alto.

Siguió atendiendo  al Hada que empezó a dar explicaciones, Guille no pudo evitar sentir pena por que no le pudiera llevar a casa, cada vez lo sentía más lejano, y sintió miedo de que un día se olvidase de su familia.

-Bueno no pasa nada, ya encontraremos otra forma para volver- y suspiro.

Y continuó escuchó atentamente lo que decían el Hada y Milo, le preocupaba que el Hada de los dientes fuese un fantasma, y cuando se especificó sobre su muerte y se habló de la gente del Torreón que había muerto, Guille no acaba de entender que era la muerte, no tenía muy claro que se pudiera dejar de existir y el hecho de estar viendo ahora mismo a un fantasma no le ayudaba a entenderlo.

-Fue el Rey malvado, ¿verdad? No le gustó que le quitarás los dientes.- metiéndose en la conversación de Milo y el Hada

El hada no podía hacer nada por llevarlos de vuelta. Nime pensó que era de esperar, pero se topó con que aquella criatura parecía saber aún más de lo que aparentaba. ¿Cómo podía saber que se habían muerto Ain y Drake? Técnicamente, solo había hecho una suposición, pero las alarmas de Nime se dispararon frente a aquel tema sensible.

El hada también se dirigió a ella por decirle que no la temía. Para lo pequeña que era, estaba consiguiendo ser extrañamente intimidante. Nime no quería saber –ni ver– cómo había muerto. Que insinuase lo fácil que era morir no ayudaba en nada a una niña de nueve años atrapada en una ciudad hostil. No consiguió responder nada.

Pero los demás seguían hablando con ella. A Nime no le gustó que Milo le contase que eran un grupo débil en ese momento. ¿Y si era amiga del que había hecho daño a los demás? ¿Y si volvía ahora que estaban débiles? La libense tenía demasiadas moralejas de cuentos que había escuchado metidas en la cabeza en aquel momento.

El hada consiguió que a Nime le llamase la atención un comentario. ¿El loco de hacía dos días podía estar muerto? Aunque saberlo solo la dejó más confusa, y le revolvió las tripas con solo imaginarla escena que había descrito. Le costaba creer nada de lo que decía el hada. Hablaba de cosas que no acaba de comprender y parecían sacadas de una historia, y no precisamente una para niños.
—¿No deberíamos, um… irnos? —preguntó mirando a los adultos del grupo mientras el hada le hablaba a Guille, al que la niña empezaba a catalogar de idiota. Agitó levemente el asa de la cesta para indicar que le pesaba, aunque ese no era el verdadero problema.

La negativa del hada dejó a Eitne trastocado y no fue capaz ni de contestarle. ¿Qué había de malo en rendirse y volver a casa? Si le hubieran preguntado, habrían sabido que no quería participar en la prueba para empezar. No era un juego divertido. No era un juego, a secas. Lo que pasó dos días atrás lo demostraba y las palabras del hada muerta tan solo lo acentuaban aún más.

La indignación del niño voló pronto y se llenó de más y más preguntas. ¿Por qué se ha vuelto traspasable al morir? ¿Estarían igual sus amigos? En casa enterraban a los muertos bajo árboles, pero con alguien así no serviría. Podía salir flotando a través de la tierra. ¿Y qué pasaba con los dientes? ¿Por qué se los daban? De forma inconsciente, Eitne se pasaba la lengua por la dentadura, saltando de pieza en pieza para asegurarse de que las tenía todas en su sitio.

El niño intentó subir los brazos para cruzarlos, a la espera de volver a marchar rumbo a casa. Pero el peso de los escudos y su tamaño se lo pusieron dificil, al final los dejó caer a peso y rebotaron contra su cuerpo.

La petición de Nime llegó entonces y el niño asintió.

—S-s-se nos van a poner malas las frutas —mintió con muy mal tino. Había urgencia y miedo en sus palabras.

Cuando el Hada le explico como había muerto, Guille se escandalizo.

-Pues que mala gente, si tu nunca has hecho nada malo, solo coges los dientes a los niños.- concluyó indignado.

Cuando Eitne y Nime hablaron, recordandole que tenían que irse.

-Es verdad, nos tenemos que ir yendo, hemos encontrado chocolate y lo vamos a compartir con todos.- indico al Hada, secundando a Eitne y a Nime

-Ha sido un placer conocerla, Hada de los  Dientes, nos vemos.- se inclinó un poco como despedida.

Se giró, agarró bien la bolsa, y se empezó a mover, aunque poco le faltaba para estar arrastrándola.

-¿Nos vamos?-dijo mirando Milo.

A pesar de lo pequeña que era, o quizás por ese mismo detalle, aquella mujer resultaba excesivamente inquietante, y cuanto más hablaba más incómodo se sentía el irrense. Había algo en la forma de sonreír del hada que le producía escalofríos, por lo que agradeció internamente que los niños, encabezados por Nime, señalaran que debían irse.
—Si, tenemos que regresar antes de que nos empiecen a echar de menos —le respondió a Guille con una media sonrisa, asegurándose de que el saco que cargaba a la espalda estaba bien sujeto antes de dirigirse a la fantasma—. Ha sido un placer hablar contigo, dama Encía. Hasta pronto. —se despidió, ocupando la retaguardia del grupo cuando este empezó a alejarse.

Esperaría a perder de vista a la criatura antes de comentar nada al respecto de aquel encuentro, pero no dejaría de darle vueltas al mismo durante todo el trayecto hasta Letargo. Le había intrigado en un principio porque se originaban los fantasmas, pues tal vez ese había sido el destino de Ain y Drake, pero por lo que había dicho Encía no todos los que morían en la ciudad terminaban del mismo modo. Se había quedado con las ganas de preguntar al respecto, pero a pesar de haber estado hablando con ella a Milo le pasaba lo mismo que a Nime: no se fiaba de la criatura.
—Demonos prisa, pero permaneced alerta... será mejor que evitemos más encuentros como este último, chicos. —les dijo a sus compañeros, bajando la voz por si el hada aún estaba cerca.

Continúa en el Torreón Letargo.

Vac caminaba con cierta prisa en dirección al burdel cuando alguien le salió al paso armado con un espadón. Durante unos instantes se alarmó, preguntándose en que lío se había metido ahora, pero cuando reconoció al guerrero su expresión paso de la sorpresa al desagrado.
—Como iba a olvidarte, Cerril, la peste a licor barato que desprendéis tu y tus perritos falderos me persigue en sueños —respondió con una sonrisa burlona, metiéndose las manos en los bolsillos con actitud despreocupada—. ¿Qué es lo que quieres, tonelete? Que yo recuerde no me debes nada, así que siéntete libre de dar media vuelta y perderte de nuevo en la jarra de aguarrás de la que hayas salido. —añadió, entornando la mirada.

El hado estaba alerta a pesar de su fachada de tranquilidad, buscando con todos sus sentidos señales de más enemigos. Aquel imbécil no era capaz de resolver sus asuntos solo, como indicaba el hechizo que le había permitido atravesar la pared, y el griego estaba seguro de que al menos uno de sus esbirros rondaba cerca.

No había que ser muy listo para intuir que el guerrero estaba a punto de saltar, pero aún seguía envuelto en el sortilegio de intangibilidad y el hado se preguntó si era posible que lo hubiera olvidado. Siguiendo una corazonada preparó un conjuro de garra etérea que si Cerril era lo bastante estúpido, algo por lo que se podía poner la mano en el fuego sin miedo a quemarse, golpearía al descerebrado guerrero entre los omóplatos en cuanto le atravesara con su acometida.