Plaza de los Colaespina

La maldita cosa de la capucha les seguía, y no tenían ninguna posibilidad de enfrentarla, como la pedrada fallida de Milo les confirmó. Para colmo, habían aparecido más. Verlos acercarse tanto le puso los pelos de punta, se aferró aún más fuerte al escudo.

El plan del irrense no era algo que Rena quisiese aceptar fácilmente, pero no tenían muchas más opciones, y no iba a echar por tierra el esfuerzo de un compañero por salvarles el culo. Le dio una palmada de ánimo en la espalda y se ajustó la cesta en el hombro.

-Muy bien, nos movemos.- coincidió con Ain.

No pudo sino apretar los dientes cuando vio que Rox también se marchaba. << Son más rápidos.>> trataba de consolarse en su cabeza << Podrán escapar, tienen posibilidades>> Echó a correr cerrando la marcha del grupo, lejos de los encapuchados.

—Llamarte irquin sería demasiado amable por mi parte, Rox. Que me sigas demuestra que eres mucho más estúpida que ellos —bromeo esbozando una amplia sonrisa cuando la coreana le dio alcance. No podía decir que no estaba agradecido por la compañía, pero en su opinión la chica estaba corriendo un riesgo innecesario, y cuando uno de los encapuchados empezó a seguirla a ella se confirmaron sus suposiciones de que aquello no había sido buena idea.
—Mierda, los otros dos han ido detrás del grupo. —maldijo sin detener la carrera. Era demasiado tarde para dar la vuelta, por lo que tendrían que confiar en que el resto se las apañara.

A ellos, sin embargo, se les iban a poner las cosas difíciles, pues apenas se habían alejado unos metros del callejón cuando el ser les empezó a seguir de cerca. Por el rabillo del ojo Milo observó como la criatura se mantenía a unos segundos de Rox siguiendola a un ritmo pausado, como si estuviera confuso, pero al final les dio alcance y se interpuso entre los dos letarguinos.
—¿Pero qué... ? —empezó a preguntar el norteño, cortándose en mitad de la pregunta cuando el encapuchado se le echó encima.

Pillado por sorpresa el hacker no tuvo tiempo para reaccionar y el ser, rápido como el rayo, le atravesó el cuerpo a la altura de su hombro derecho. Milo sintió una fuerte sensación de hinchazón en la articulación y, con expresión rabiosa, le lanzó un tajo al agresor con su espada. Como era de esperar su ataque no tuvo efecto alguno sobre el encapuchado, pero en esta ocasión el irrense se percató de la película de óxido que cubría la hoja de su arma.
—Maldita sea —masculló, esquivando una nueva arremetida por los pelos y echándole un fugaz vistazo a su hombro antes de seguir recortando a la criatura. La piel se le había puesto de un enfermizo color amarillo, que pasó al rojo cuando le volvió a golpear en el mismo sitio al querer evitar que rozara su brazo biónico. No quería le oxidara el implante—. ¡No se te ocurra tocarle! —le grito a la medio australiana.

La criatura, incansable, no cesaba de atacarle, y aunque el chico tenía buenos reflejos de vez en cuando lograba alcanzarle. Milo, a pesar de todo, se cuidaba de mantener su prótesis bien alejada. Mientras bailaba con el encapuchado su mente trabajaba a toda velocidad, tratando de hallar una salida. ¿Por qué había dudado al seguir a Rox? ¿Acaso algo que ella había hecho le había provocado rechazo? Solo le había dado un golpe con la cimitarra...
—¡Rox, prueba a atacarlo con tu arma! —volvió a gritar, agachándose para esquivar un nuevo ataque y torciendo la boca cuando sintió el roce de la capa en su espalda—. Tal vez estoy equivocado, pero creo que antes lo asustaste... —bufó, rozándose la palma de su mano derecha al apoyarse en una pared para no perder el equilibrio.

Si Rox pudiera viajar en el tiempo, regresaría hasta esa misma mañana solo para patearse el culo. Se habría atado a la cama a sí mismo y a sus compañeros y les habría prohibido salir en lo que le quedase de existencia. Puestos a viajar, viajaría hasta el día que "aceptó" ir a esa ciudad para extrangular al personaje humeante que le había llevado hasta esa situación.

—¿Eh?... ¡Oye, no te pases! —rió con mucho nerviosismo cargado—. ¡Que ni siquiera sé lo que es un irquin!
Aunque fuera lo menos importante en aquel momento, el coreano quedó extrañado de forma notable por la decisión del irrense al tratarle de "ella". Tampoco era tan raro, ya que los rasgos del humano servían para ambos géneros por igual y la gente desconocida tendía a probar suerte con ellos, pero eso no quitaba que le dejase un reconcome de duda. De todas formas, ya tendría tiempo suficiente para preocuparse de eso en otro momento, quizás cuando hubiesen sacado todos el pie de la tumba.

—¡No fastidies! —se volteó unos segundos sin dejar de correr para observar como los otros dos encapuchados habían pasado de largo de su triste intento de distraerlos. La proximidad del tercero le heló la nuca, incitándole a acelerar mientras maldecía para sus adentros haber olvidado a hablar en coreano y no poder insultar y gritar en voz alta sin que le entendieran. Igualmente, el grito no se hizo de esperar, ya que en lo que el monstruo se interpuso entre ambos y se lanzó a por Milo, el humano pegó un buen bote.

La adrenalina hacía que notase la sangre bullir hasta la punta de sus dedos, habiéndose quedado petrificado esperando que Milo se quedase peor que la manzana podrida. Si bien el efecto no fue tan inmediato y drástico, Rox estuvo estupefacto el tiempo suficiente como para observar con horror como la piel del moreno cambiaba de color allí donde le rozaba el ser, así como de percatarse del estado de sus armas y los varios cadáveres de lo que parecían rataspines.

—¿Qué? ¿¡Estás de coña Milo!? ¡¿Y si te doy a ti?! —sujetó el arma con fuerza, temblando por causa de su respiración agitada, mientras giraba en torno a ambos en busca de un momento en el que atacar al encapuchado no pusiese en riesgo a su compañero. El mayor no tenía que decirlo dos veces, y aunque no le gustase en lo más mínimo la idea, la (cada vez mayor) posibilidad de que corriese la misma suerte que aquellos animales y la fruta le hizo comprender que no le quedaba otra que intentarlo.

En cuanto el irrense se agachó, Rox se interpuso entre ambos para tratar de darle al capucha roja con toda la hoja, esta vez sin miramientos que hiciesen del golpe un simple roce como hubo sido el tajo anterior. Si la espada se deshacía o quedaba inutilizable, al menos podría decir que lo había intentado.

Daba igual su intento de alejarse o que Rox mismo le ayude a retroceder, aquel ser no se separaba de ella y Pam empezó asustarse de verdad. Un segunda capucha se acercó tras el ataque de Milo imitando a su fiel sombra roja, pero con Ain.

<<Mierda, ¡dejad de perseguirnos ya!>> pensó frustrada. Su miedo incrementandose al ver a Rox corred en dirección contraria, hacia donde fue Mio, para enfrentarse a la tercera de aquellas cosas. Se han separado y siguen sin poder hace nada. Pam no se paró a esperarles, aunque si deseó que pudieran volver, y echo a correr junto al grupo.

Desesperada mira alrededor, buscando cualquier inspiración que la suerte decida darle para librarse de su acosador personal. La imagen del decenas de de esqueletos de rataespinas atravesó su campo de visión y se estremeció de pies a cabeza. <<¿Todo eso...lo hicieron estas cosas?>> aquella es una masacre y por un segundo la imagen de todo el grupo acabando de la misma forma le inquieto. No quedaba nada vivo. <<No...espera...¡hay vivas!>> Pam casi frena en seco por la sorpresa al notar el movimiento en el suelo. El solo hecho que hubiese supervivientes, eso si seguía la teoría que todo era obra de aquellas capuchas rojas, era un golpe de suerte.

Si era así, aquellas pequeñeces habían sobrevivido al paso de esos seres. ¿Como? No tenía ni la mas remota idea, igual que no tenía idea de porque las capuchas rojas habían decidido convertirse en las sombras de Ain y suya. <<Aun así no nos han dañado ¿por que?>> pensó Pam extrañada, pues era ese hecho y el que les persiguieran lo que le dejaba realmente confusa.

Podía ser una perfecta arma en la ciudad contra cualquier cosa, viva o no, pero ella no tenía las correas para dominarla así que prefería no arriesgarse a tenerla cerca. <<Si al menos supiera como matarla o como hacer que obedezca...>> era un pensamiento absurdo pero Pam era practica ante en situaciones estresantes. Aun así, no estaba tan loca como para intentar averigua si era posible.

No, no había forma de conseguir eso, era tan o mas peligroso que lo que haría a continuación, pero no tenia muchas opciones. Solo le pedía a la suerte estar de su parte.

-No se que quieres de mi...¡pero déjame en paz!! -exclamo Pam con toda la firmeza y autoridad que pudo reunir en un fútil intento de ver si podía escucharla. Apretó con fuerza una de las rocas de su delantal apuntándola hacia ella con clara intenciones de tirársela, esa y cuanta artillería hubiese en el bolsillo, en cuanto tuviera un momento oportuno para hacerlo. No parecía que fuese a dejarla en paz, en inicio, así que haría lo único que se le ocurría hacer, por que la otra opción que barajaba era aun mas peliaguda y necesitaría contar con la ayuda de Ain. <<Y eso solo sino consigo que se mosquee conmigo y me ataque...>> pensó Pam fastidiada, con el miedo apresando su garganta y sin ver muchas posibilidades que ir probando opciones, por mas arriesgado que fuera.

Corrieron, pero no sirvió para nada. Dos de los encapuchados se habían pegado a Pelusa y Ain, y daba igual lo que apretasen el paso, no se separaban. Aquellas cosas no parecína cansarse, pero ellos si, y a Rena ya le faltaba el aire.

Se había dado cuenta de que, aunque estaban tan cerca, nunca llegaban a alcanzarles. Podían hacerlo perfectamente, pero la distancia que les separaba de sus dos elegidos era siempre la misma, y no les habían hecho ningun daño, a ninguno de ellos. Rena frunció el ceño y redujo la marcha hasta casi detenerse, sin quitar los ojos de los encapuchados. Era ingenuo pensar que no eran hostiles, pero algo ahí no cuadraba.

-Eh.- dijo en un tono que solo pudieron oir los que iban al final del grupo, los que tenía más cerca- No atacan.

Fue al detenerse cuando se dio cuenta de los huesos., y al prestar más atención también de las crías. ¿Las habían matado ellos? ¿Por qué? ¿Por qué las crías seguían con vida. << Realmente, son una amenaza siendo tan pequeñas.>> razonó.

Ya me estaba costando respirar mi fuerte nunca había sido la resistencia y ahora mientras intentaba dar bocanadas de aire mientras corría me arrepentía de ello. Además lo que estábamos haciendo era inútil los encapuchados nos seguían igual de cerca que cuando se habían metido entre nosotros, como si fuesen nuestras sombras. Miré un momento a Pam que estaba en mi misma situación

<No sé qué coño hacer…> me acabe parando por el cansancio, no podía más. Escuche vagamente lo que decía Rena, quizás tenía razón. Intentando tomar aire vi unas pequeñas criaturas moverse. Parecían las crias de los bichos que les habían atacado el primer día, parecían tan inofensivas. <Espera, puede ser…>

Se me ocurrió la única opción que tenía. Era una mera suposición pero quizás solo atacasen a lo que consideraban una amenaza. Me giré, alcé el escudo por mero instinto, como si eso me fuese a proteger, y esperé ahí plantado. Con suerte estaba en lo cierto, si no… No quería pensar en lo que pasaría pero el corazón se me iba a salir del pecho. Eche una mirada rápida a los lados pero no conseguí apartar mi atención del encapuchado que estaba tan cerca de mi.

La coreana se mostró reticente al principio, argumentando que podía darle a él, pero cuando el irrense se agachó para esquivar al encapuchado se interpuso entre los dos y le lanzó un golpe con su cimitarra. La criatura cesó su ataque contra el norteño de forma brusca y empezó a moverse alrededor de Rox, flotando en el aire de una forma que, con cierta dificultad, se podría describir como desconcertada.
—Pues si que ha funcionado. —murmuró el moreno con dificultad, buscando apoyo en una pared desnuda para recuperar un mínimo de aliento. Sus ojos no se apartaban de su compañera y de aquel engendro acosador, no obstante, y su postura, visiblemente tensa, indicaba que saltaría en ayuda de de la medio australiana a la más mínima señal de agresividad por parte de su adversario.

Allí donde el encapuchado le había atravesado Milo notaba el cuerpo agarrotado e inflamado, una sensación muy similar a la que tenía cuando le cortaban la circulación del brazo para extraerle sangre, y unos desagradables pinchazos recorrían las zonas afectadas. El hacker no estaba seguro de que le había hecho exactamente aquel tipo, pero dudaba que fuera algo sin importancia, y aquella sensación de hinchazón no auguraba nada bueno. Los problemas circulatorios eran peligros y al estar en aquella ciudad no tenía acceso a equipos médicos especializados, lo que le ponía en una situación de extrema gravedad.
—Vamos, Rox, una vez más —dijo a media voz—. Seguro que terminas de espantarle. —rió sin fuerzas mientras se le nublaba la vista y las rodillas, temblorosas, empezaban a fallarle.

Las manos del irrense empezaron a rebuscar en sus bolsillos con torpeza, pero estaba demasiado cansado, y antes de que lograra encontrar lo que andaba buscando se desplomó en el suelo terriblemente pálido. Las sienes le palpitaban con fuerza y le costaba concentrarse, pero a pesar de todo el chico intentó incorporarse. No lo logró, como era de esperar, y su conciencia empezó a desvanecerse.

Rena tenia razón, no estaban atacándoles, pero aun así no se apartaba de ellos y con eso no podrían volver. Siguió con su plan.

<<No puede ser...¿funcionó?>> fue el primer pensamiento incrédulo de Pam al ver que su metralla de piedras logró que aquel ser se le quedara viendo, fuese lo que fuese que hubiese bajo la capucha, y decidiera despegarse de ella. Pam se sintió aliviada y a la vez confundida por el hecho en si, con una piedra aun en su mano sin llegar a lanzarla.

<<¿Así de fácil?>> Pam miro a este sintiéndose engañada de algún modo, con la incredulidad grabada en su expresión. ¿Un criatura que descomponía todo lo que tocaba huía de unas piedras que aparentemente ni siquiera le hacían daño? Ni siquiera ella misma había tenido fe en ese plan y muchísimo menos que el resultado fuese tan bueno para ella. Era objetiva, ese ser era peligroso, lo mínimo que esperaba por atacarle es que este le devolviese el favor. Ver que no lo hacía, cosa que agradecía a la mismísima suerte, le sorprendió.

Echo un vistazo al que acompañaba a Ain. Ahí seguía, sin seguir el mismo ejemplo que su compañero y manteniéndose fielmente junto al humano. <<No es miedo, ni siquiera podemos tocarlo y aun así se fue solo por algo como un cuantas piedras ¿Por que? ¿Que buscan? Sea lo que sea mi tonto ataque ha conseguido que mantenerse junto a mi no merezca el esfuerzo...pero ¿porque no se ha pegado luego a Nime o a Rena?>> pensó Pam con mas preguntas que respuestas. No es como si quisiera que eso ocurriera pero seguía siendo extraño.

Volvió su mirada hacia su antigua sombra, cada vez entendiendo menos que esperaban aquellos seres de ella o de Ain. Este se acercó a las pequeñas rataespinas notando como estas intentaban escapar. Pam frunció el ceño al ver como esta criatura se pegaba a uno de los roedores, igual que hizo antes con ella, antes de desaparecer por el agujero. El chillido posterior hizo que toda su piel se erizara, dando un par de pasos hacia atrás de forma instintiva, acercándose mas a Rena, enferma de todo eso.

-Apártalo Ain, ataca o algo...parece que eso funciona para alejarlos -murmuro Pam angustiada al ver al humano quieto, queriendo ya salir de allí. No deseaba que aquella criatura se aburriera de masacrar a esos pequeños seres en la madriguera y decidiera de nuevo tomar a alguno de ellos como una especie de huésped. Nada le aseguraba que eso no pudiera pasar y no quería seguir arriesgándose.

—No me lo creo. —al observar como el encapuchado se mantenía a raya, Rox sonrió con más confianza, notando la adrenalina actuar por sí mismo­. Se había envalentonado gracias a las palabras del irrense, pero por lo que vio por el rabillo del ojo y el tono cansado de este, sabía que tendría problemas que atender más adelante—. ¡Vamos! ¡Largo de aquí!

Dos pasos al frente, luego tres. Varios tajos, más fluidos que los anteriores, remataron la faena en un intento de espantar al encapuchado, dejando al coreano mucho menos nervioso y más seguro de sí mismo que antes. Esos monstruos parecían funcionar con el miedo, o como los Boo de los juegos de Mario Bros. Parecía que el simple hecho de atacar de vuelta si les perseguían era suficiente para espantarlos.
Sin soltar el arma por si se daba el caso de un segundo ataque, se volteó al irrense. A pesar de que hubiese estado riendo, verle en el suelo segundos después le alertó demasiado. Rox consiguió devolverle una sonrisa una vez se agachó delante suya, pero los distintos colores de la piel de su compañero, sumados a los gestos débiles de este, hacían que titubease y resultase en una mueca poco creíble.

—Ey, ey. No te duermas, por favor... —tragó saliva, dirigiendo la mirada a donde trataba de llevar las manos Milo. Dejó la cimitarra en el suelo y le apartó las manos con cuidado para rebuscar por él, sin tener claro si la temperatura de los irrenses era así de cálida o estaba incluso por encima de lo normal—. Vas a estar bien, ya verás. Solo... solo ha sido un susto.

Dio con un bollo de leche, igual al que le había dado tres días atrás cuando se habían encontrado en las mazmorras. Supuso que sería eso lo que estaba buscando, y si no lo era, al menos un poco de azúcar podría ayudarle. Abrió el paquete y rompió un trozo del dulce, acercándoselo con pequeños ticks en la mano.

—Venga... Come algo, ¿v-va? —miró hacia atrás de forma fugaz, poniendo la mano izquierda sobre el pomo del arma—. Tenemos que irnos ya, y este irquin no te va a dejar descansar aquí, ¿me oyes? Y no me voy a callar si con eso consigo que no te duermas.

Cogió aire y resopló con fuerza, apartándose el pelo de la frente mientras miraba al cielo. Aquel susto le iba a sacar canas, si es que la ciudad no le mataba de un ictus antes.
Si el irrense no podía ponerse en pie por fuerza propia, Rox le ayudaría a levantarse, y si era necesario, trataría de cargarle, al menos hombro con hombro. Las heridas tendrían que esperar a la seguridad del torreón, aunque no estaba seguro de que pudiera hacerse algo.

Parecía funcionar, al menos el encapuchado no se acercaba más, <¿Qué es lo que quiere?> Había recuperado casi completamente la compostura, pensaba claramente, quizás en demasiadas cosas a la vez, pero seguía sin poder apartar la mirada de la enigmática figura.

Debieron pasar solo unos segundos desde que me paré  pero parecían horas y me estaba impacientando, si, en un momento así lo que sentí fue impaciencia ya que esperaba alguna reacción por parte de mi perseguidor pero ahí seguía, después de la persecución, incansable y flotando en el aire.

– ¿Vas a hacer algo o qué?- fue un pensamiento que salió de mis labios, apenas audible. Por detrás de mí oí la voz de Pam la cual ya no tenía a su sombra persiguiéndola < ¡Se ha librado! ¿Qué ataque? ¿Cómo?> de no ser por la mona del queso ir a por la criatura habría sido lo último que hubiese hecho entre otras cosas porque solo tenía el escudo, fui muy inteligente al tirar la lanza… Agarré el escudo desde el lateral con las dos manos y empecé a golpear con el canto contrarío. El primer golpe me hizo echar el cuerpo hacia delante, no me esperaba que hubiese tan poca resistencia pero seguí golpeando –Largo- otro golpe –De aquí- estaba agarrando tan fuerte el escudo que noté como algunas astillas se me clavaban, pero era el menor de mis problemas. Ahora por fin me estaba enfrentando a esa criatura quizás era lo último que hacía pero se había acabado el correr.

La cara de Rena es un poema. Sus compañeros estaban espantando a los encapuchados como quien espanta moscas, era algo surrealista.

La escena de las ratas le revolvió el estómago, los chillidos de las crías le taladraban los oídos, y seguramente soñaría con ellos esa noche. Se acercó a la cría que había salido de su madriguera y, algo reticente, comprobó que efectivamente había muerto. Hizo una mueca, se habían librado de las ratas, pero no se sentía mucho mejor. Se levantó para recoger las cestas y recolocarse el escudo.

-Ahora sí, nos vamos, ya hablaremos de esto en el torreón.

Su tono no aceptaba réplica, ella volvería a Letargo la siguieran o no.



Sigue en el Torreón Letargo

Milo estuvo inconsciente durante unos segundos, pero cuando volvió en sí el rostro borroso de Rox flotaba por encima suyo. La coreana intentaba sonreír, pero solo acertaba a esbozar una mueca, y su expresión logró arrancarle una débil carcajada al irrense.
—Si tuerces tanto la boca se te va a dar la vuelta —comentó, haciendo una observación sin mucho sentido mientras trataba de incorporarse sin resultado—. Necesito… —empezó a pedir mientras su compañera rebuscaba en sus bolsillos, pero cuando ella misma dio con el bollo se calló y le dio un bocado al mismo, evitando por muy poco morder los dedos de la medio australiana.

El hacker empezó a notar el efecto del azúcar de inmediato, pues su visión empezó a despejarse, pero aún tardó unos minutos en sentirse con fuerzas para ponerse de pie. El mareo remitía poco a poco, pero la sensación de debilidad no se terminaba de ir, y ahora que era consciente del todo de su estado empezaba a sentirse incómodo. No sabía que le había hecho exactamente aquel encapuchado, pero estaba seguro de que el desmayo se debía a su enfermedad, y nunca le había gustado que los demás estuvieran al tanto de la misma.
—¿Me echas una mano? —preguntó al final a regañadientes, apoyándose en la muchacha para recuperar la vertical.

Debía de tener un aspecto horrible, pues los lugares en los que aquel ser le había atravesado y acertaba a ver tenían una tonalidad muy similar a la de los moretones. Esbozó su media sonrisa habitual, sin embargo, y trató de orientarse para regresar al torreón.
—¿Tu estás bien, Rox? —inquirió de repente, recordando que ella se estaba enfrentando sola a aquel engendro segundos antes de que él perdiera la conciencia—. No te ha tocado, ¿verdad? —preguntó preocupado, observando a su compañera con detenimiento. A primera vista parecía estar ilesa, pero no se quedaría tranquilo si no se lo confirmaba.

—¿Me voy a tener que acostumbrar a que digas tonterías en momentos graves?
Esta vez esbozó una sonrisa más creíble seguida de una risa, conteniéndose el darle una colleja en la nuca. En ese estado le daba miedo hasta quitarle un pelo al irrense. Por suerte, el dulce pareció funcionar, lo cual dejaba dudoso al humano sobre que tipo de daño provocaban los fantasmas. ¿De verdad los fallos de energía eran cosa suya y se curaban con azúcar, o había algo más? Lanzó un vistazo rápido a las heridas, apartando pronto la mirada incómodo por su aspecto. Le preocupaba mucho, no solo él, sino como hubieran salido los demás parados. Rezaba porque estuviesen bien.

En el momento en el que el moreno pidió ayuda, Rox asintió y le hizo poner un brazo sobre sus hombros para ayudarle a levantarse y caminar. Si su compañero daba indicios de ir a caerse, no dudaría en sujetarle.
El peso del brazo mecánico le resultaba extrañamente natural, aprovechándolo como una buena excusa para observarlo de cerca.

—¿Ah? —pestañeó varias veces, sorprendido por la pregunta, tardando unos segundos en responder. Era él quien estaba herido, después de todo—. Sí, no te preocupes. Ni me rozó. Al final tenías razón, solo había que espantarlo. Pero oye... soy yo quien debería preguntar eso. ¿Estás bien? ¿Te duele? Tienes... un montón de marcas.
Aunque Rox fuese precisamente el tipo de gente que se preocupa por el resto sin importar su propio estado, era incapaz de encajar a esa actitud en otra persona hacia él. Rodó los ojos y negó con la cabeza, sonriendo de forma burlona.
—Mira que ir a decirme eso el que ha sido atravesado por un fantasma...

No sabía que era peor, si buscar un camino nuevo y tener la posibilidad de perderse, o volver sobre sus pasos a riesgo de encontrarse a más encapuchados. Dar con el resto de sus compañeros era lo único que inclinaba la balanza a, al menos, intentar la segunda opción y asomarse por la calle principal. Estaba vacía, por lo que parecía la mejor vía por la que volver.
Aún tenso, sujetando su arma y dando pasos lo menos ruidosos posibles, parecía que lo mejor para quitarse de la cabeza todos los rataspines muertos era, irónicamente, uno de los temas que más le costaba tocar. Además, tenía que aprovechar la oportunidad.

—Oye, Milo. Por curiosidad, eeeh... ¿Crees que soy una chica? —se rió con suavidad lo mejor que pudo, tratando de enmascarar que estuviese nervioso—. Creo que antes me trataste de ella. No es que vayas muy desencaminado, aunque bueno... —hizo una mueca, moviendo la cabeza—. Es un tema algo complicado entre los humanos.

Varias risas, primero flojas y luego algo más sueltas, más para sí mismo que para el otro. Le resultaba muy irónico como le daba mucho menos miedo hablar de eso delante de alienígenas que delante de humanos. Ser de distintos mundos quitaba carga a posibles prejuicios como los que había (y hay) en la Tierra, y si podía evitar que el moreno le tratase de "ella" delante del resto de terrícolas, al menos por el momento, mejor. Le explicaría todo de pe a pa con tal de ahorrarse cualquier malentendido.

—No, no me duele… o eso creo —respondió dubitativo, rotando el hombro derecho y esbozando una mueca de desagrado—. La sensación de inflamación generalizada es molesta, pero no dolorosa… —masculló, mas para si que para su compañera. Notaba la piel tirante en las zonas en las que el encapuchado le había tocado, y lo cierto era que el color enfermizo que se había extendido por la misma en diferentes grados no resultaba alentador, pero lo primero era llegar al torreón. Una vez estuvieran en lugar seguro podría examinarse las heridas con más detenimiento.

Avanzaron unos metros en silencio, demasiado concentrados en encontrar el camino de vuelta como para entablar una conversación anodina, pero el irrense notaba que a la coreana le rondaba algo por la cabeza. El chico renqueaba a su lado con un brazo por encima de sus hombros y podía intuir su tensión, pero no sabía si se debía a su situación actual o a lo que fuera que se le pasara por la cabeza en aquellos instantes. Fue la propia Rox la que le sacó de dudas cuando volvió a abrir la boca.
—¿Acaso no lo eres? —preguntó ligeramente sorprendido, tratando de no mirar los restos de colaespinas muertos que les rodeaban en aquel momento. En su voz no había ninguna inflexión rara, solo sincera curiosidad—. No se porque, pero me dio esa impresión cuando nos conocimos en aquel edificio ruinoso… —comentó, justo antes de que la muchacha le dijera que era un tema complicado.

Acababan de llegar a la zona en la que se habían separado del grupo y el norteño se detuvo para otear alrededor con nerviosismo, pero al no ver a ninguno de aquellos encapuchados su respiración se relajó un tanto. Tampoco había rastro de sus compañeros, sin embargo, y aquello le tenía bastante preocupado. Daba por hecho que habían corrido en dirección al torreón, pero hasta que no les viera con sus propios ojos no se quedaría tranquilo.
—¿Quieres explicármelo? —preguntó dubitativo, regresando al tema de conversación cuando retomaron la marcha—. “Complicado” es mi segundo nombre. —añadió con una sonrisa ligera, pensando de forma fugaz en su vida en Irraria.