Antiguo Mercado

Rena dejó la cerveza apoyada sobre el muro de piedra para poder comer con comodidad, aunque esperó a que el cambiante se hubiera explicado antes de llenarse la boca por si tenía que responder rápido.

-Tío, tu mundo hace un tabú de cualquier chorrada -dijo. Ya le habían hablado de temas como la discriminación de género, la raza, hablar sobre sexo y otras tantas cosas -En Irraria no es muy común pero nadie te va a decir nada por ello.

Le parecía una soberana chorrada meterse en la vida personal de la gente hasta el punto de decirles con quién pueden o no pueden salir, pero el mundo de Rox en general le parecía bastante chorra. No le extrañaba que su amigo tuviera tantas inseguridades.

-Mira, no te voy a mentir, sí que podrían ponerse raras las cosas entre vosotros pero ¿de verdad crees que vais a dejar de ser amigos por una gilipollez tan grande? Piensa en todo lo que hemos pasado juntos, todo lo que hemos compartido desde que nos abandonaron en esta mierda de ciudad. ¿Crees que después de todo eso Milo va a dejar de ser tu amigo porque le hace sentir incómodo que quieras meterte en sus pantalones?

Rena le dedicó una mirada intensa a su amigo, como retándole a que le llevase la contraria. Luego se metió una albóndiga en la boca y la expresión de sorpresa por lo buena que estaba arruinó toda su aura amenazadora. Se comió otra.

-Además, ya te lo hemos dicho, a lo mejor él también quiere meterse en los tuyos -dijo con la boca llena.

Rox aprovechó para seguir comiendo mientras escuchaba a sus amigos; no quería que se le enfriasen los fideos. Miró a Arcan con expresión entre divertida y avergonzada por su primer comentario, permitiendo que un pequeño rubor subiese a sus mejillas. Previo a decir nada masticó un poco, habiéndose hinchando los mofletes de comida.

—En la tierra solo una padeja y no tiened que teñer hijos chi no quiered —se tapó la boca con una mano al hablar, tragando antes de continuar—. Y menos mal. Pero para todo lo demás, en fin. Ya. Muchas cosas mal arrastradas del pasado y la jodida religión.

Miró a Rena con una clara expresión de fastidio para darle la razón a su comentario. Se quedó con el canto de que en Irraria estaba normalizado, y es que aunque ya lo supiese por conversaciones anteriores siempre le venía bien que se lo recordasen. Su pequeña caja de esperanzas se llenó un poco más.
Con la pregunta del rapiña sobre como se lo tomaría Milo frunció el ceño y sonrió, mirándole con pesar y una pizca de gracia, negando con la cabeza levemente.

—Si fuera tan fácil imaginarme como se lo va a tomar no me estaría rallando tanto, ¿no crees? Es que no tengo ni puta idea, ese es el problema.

Volvió a meter los palillos en el cuenco, agachando la cabeza al comer según Rena se explicaba. Era muy escéptico con el tema e igual que la cabra tira al monte, él tiraba a ponerse en lo peor, pero lo cierto es que apreciaba muchísimo todo lo que le estaban diciendo. Le hacía falta.
Una carcajada casi le hizo atragantarse con los fideos, no esperándose aquello de querer meterse en los pantalones del irrense. El rubor que había conservado hasta entonces creció algo más. Ipso facto le devolvió una mirada apurada a su amiga, como diciendo "¡córtate un poco tía!", aunque entre las pequeñas risas que hacían temblar su pecho, sentirse como un hámster masticando mil cosas a la vez y la intensidad de la mirada de Rena, fue el rubio quien desvió la vista primero.

Cogió de nuevo la botella de cerveza y le dio un trago, observando a la chica por el rabillo del ojo derretirse internamente por su albóndiga. Escasa su suerte, que esta vez sí se atragantó de verdad al oír lo último. Al menos no escupió la cerveza, habiéndose tapado la boca para evitarlo. La tos se le mezcló con las risas y el cambiante tuvo que trabajar por no ahogarse, logrando no sin dificultad dejar el cuenco de comida a salvo en el muro. Cuando recuperó el aliento miró a la peliverde con la boca mojada en cerveza, bastante ruborizado, golpeándola sin mucha intensidad en el hombro.

—Mira que eres basta, capulla —otra tos suave le hizo mirar a otro lado, conteniéndose las ganas de reir. De primeras no supo que decir, demasiado abrumado por la posibilidad de gustarle a Milo, aunque su sonrisa delataba lo mucho que le gustaba imaginárselo—. Mirad, yo... —calló unos segundos, intentando ponerse igual de serio que antes. No le salía—. Dadme tiempo. Si veo que a Milo de verdad no le va a horrorizar que uno de sus amigos quiera meterse en sus pantalones, se... uf —cerró los ojos en una mueca de horror bastante cómica—. ¡Se lo digo, ¿vale?! ¿Contentos? ¡Pero todavía no! Y preparad los hombros porque como me diga que no me voy a hinchar a llorar por lo menos una semana entera.

Aprovechó para disfrutar de su picanteperonodolorosa comida mientras Rena hablaba. Solo por la primera frase le quedó claro que en Irraria debían ser mucho más tolerantes con esas cosas. También tenía entendido que en la tierra eran muchísimos y le parecía normal que ya no se exigieran niños. Debía ser absolutamente inútil para la población.

Asintió con la cabeza a las palabras de Rena. Definitivamente no perdería la amistad por algo así.

-Hmm ya veo. -Contesto a que Rox no tenía ni idea del posible resultado.

La primera mención a meterse en los pantalones ya le había sacado una risilla pero la segunda sumada a la risa de Rox hizo que empezara a carcajear el también. Como siempre al principio no hubo problema pero súbitamente un cosquilleo le subió por la garganta y empezó a reirse descontroladamente como si le hubieran contado el chiste más gracioso de su vida. Duró apenas lo que tardo en llevarse la mano a la boca para cerrarla y contenerse mientras miraba con los ojos muy abiertos a ambas avergonzado. Temblaba mientras se contenía.

Se tomó unos momentos para respirar y calmarse. Mientras intentaba penosamente que no se notara lo que acababa de pasar.

-Pues te llevaremos de vacaciones a algún lugar por lo menos una semana entera. -Consiguió decirle a Rox. -Tu tranquilo. Sea lo que sea aquí estaremos. -Y levantó la botella de Moscato para que brindaran.

-Yo no soy basta, tú eres un remilgado -se quejó la irrense, ya con la boca libre para hablar. Al final se le contagió la risa de sus amigos y se intensificó aún más por el desliz de Arcan -Tío, ¿qué coño ha sido eso?

Lo preguntó con genuina sorpresa, sin malicia en el tono. Aún no había tratado tanto con el rapiña como para saber esos detalles de su transformación. Alzó su cerveza para unirse al brindis con una expresión solemne que contrastaba con toda la tontería de minutos antes.

-Ya ves. No te vamos a poner una ballesta en la cabeza para que vayas a declararte ni nada, pero si lo haces, salga como salga, estaremos ahí. Le pediremos a Neil una tonelada de bizcochos y te cebaremos con ellos hasta que te sientas mejor.

Si el objetivo del cambiante no hubiese sido su otro mejor amigo se habría ofrecido a partirle las piernas en caso de que le rechazase, pero ya se iba haciendo a la idea de que si la cosa no salía bien tendría que consolar a más de una persona.

El chico pestañeó varias veces con los ojos bien abiertos, mirando a Arcan con una sonrisa que pronto dejaría escapar varias risas más, contagiado.

—¿¡Tío, qué coño?! ¿¡Te ríes como una hiena de verdad!? —otras carcajadas más y se llevó la mano a las mejillas, adolorido que de los hilos le tirasen de tanto reír de golpe—. ¡Mola un huevo!

Se apresuró en coger su botellín para brindar con ellos, sin otra expresión que la de abochornada alegría. Otra risita se le escapó con el comentario de Rena, por suerte esta vez antes de que se llevase la cerveza a la boca. No haría falta que lo dijera, pero sus nervios al pensar en lo que ahora tocaba eran visibles.

—A vosotros no me da vergüenza decíroslo, os quiero y gracias —comentó fugazmente, dándole otro sorbo rápido, divertido—. Pero lo de la ballesta no lo veo ni tan mal, ¿eh? Me dan menos miedo que los osos.

Y ahí, sentado en un banco cutre comiendo en el mercado atiborrado de la ciudad y acompañado de amigos, es donde a Rox le daba igual perder todo el glamour de su trabajo.

Se encogió avergonzado. -¡No puedo evitarlo! Venía en el conjunto saqueador peludo y ni siquiera puedo pararlo cuando ya empieza. -Se quejó. Aunque en el fondo le agradaba que se lo tomasen a bien.

Brindó y tomó bastante como intentando ahogar su vergüenza. Pero con lo que más se le hubieran enrojecido las mejillas de no haber tenido pelaje cubriéndolas fue con el os quiero del cambiante. Abrió los ojos bastante, sorprendido, y se dispuso a mirar al plato para comer intentando que no se le notara. Su hermano se lo repetía pero era algo simplemente habitual, nada especial. Pero por el contrario hacía tanto tiempo que no escuchaba eso de nadie a su alrededor que no podía evitar sentir un cosquilleo de felicidad.

-Gracias. -Dijo en voz baja mientras seguía comiendo.

-Aw, para, que me voy a poner tierna -respondió Rena acercándose a Rox para revolverle el pelo. No le incomodaban las muestras de afecto de ningún tipo por parte de sus amigos, aunque ella era más de acciones que de palabras.

Se burló un poco de Arcan por su reacción y la conversación siguió su curso entre bromas. Pasó un buen rato hasta que abandonaron su rincón en el muro a la caza de algún postre. Aquello era el tipo de rutina que Rena necesitaba.

Saria se sentía incómoda en el mercado. La última vez que lo había visitado, le había surgido un imprevisto que iba más allá de sus cálculos: Kud a punto de quemarse vivo frente a una multitud asquerosamente morbosa. Estaba preocupada por el vánara y estaba preocupada, irracionalmente, por que su búsqueda de local hubiese quedado gafada. Que, irónicamente, alguien le hubiera echado mal de ojo a ella. Estaban cuidando a Kud entre todos, guíados por la buenísima de Naeleth, así que había aprovechado uno de sus ratos libres para retomar la tarea que le tocaba.

Avanzaba por las calles del mercado examinando atentamente cada local vacío, haciendo cálculos rápidamente para valorar en qué lugar parar. La mayoría de los sitios abandonados estaban demasiado ruinosos, entre los escombros se escondían valores demasiado altos como para que la mala sombra los tuviera en cuenta. Esquivó a un señor enorme con unas bolsas que gritaban peligro saltando a la derecha. Dio un par de pasos de seguido a la izquierda para evitar pisar una zona sospechosa de la calzada y se pegó a la pared de la izquierda. Había mucha gente, muchos números unidos a cada uno de los viandantes que resultaban difíciles de valorar. Un porcentaje alto podía significar un grito enfadado, o un puñetazo inmerecido, o un lanzazo de magia fulminante. O podría significar que esa persona se podía partir la crisma contra el suelo. Era mejor no jugársela.

Pasó más de una hora dando vueltas, atenta a todo lo que surgía ante sus ojos amarillos, hasta que un edificio cochambroso llamó poderosamente su atención. No estaba abandonado, tenía un cartel que rezaba “Se alquila” y los números que rodeaban el sitio eran bajísimos, anecdóticos. Parecía dejado de la mano de dios, pero para eso estaba ella. Había tanto terreno edificable aún, que la mala sombra podía entender porqué nadie se había preocupado por ese local, pero ella tenía más herramientas. Presentía que se trataba del sitio perfecto para abrir su local.

Llamó a la puerta. Una voz cascada y grave se abrió paso a través de una rendija de la puerta.

—¡Si no quieres alquilar, lárgate de aquí! Estoy harto de tanta bromita.

Saria contuvo las ganas de rodar los ojos. Veía una cara arrugada a través de la rendija, probablemente pertenecía un viejo cascarrabias, pero eso no significaba nada en el gran esquema de sus cosas.

—Pero, señor, es justo lo que quiero.

—¿En serio?

El hombre le abrió la puerta de forma apresurada. Era una persona mayor, ciertamente, un anciano encorvado que vestía ropas harapientas. Tuvo un deja vu con su primera contratista, pero no podía meter a todos los ancianos en el mismo saco que a ella (algo que todavía no sabía si era malo o bueno). Los enormes cuernos y los ojos rectangulares, en primera instancia, parecían delatarlo como fauno, pero sus patas no se parecían a las de ninguno. ¿Qué sería? Aparte de inofensivo.

—Pase, pase, ¿señorita?

—Sí, Saria —respondió—. Puedes tutearme.

—Perfecto. Mi nombre es Idilio Ibex.

—Encantadísima, Idilio Ibex.

Ante ella se abrió un local vacío. Tenía toda la pinta de que antiguamente había sido una tienda. Muy antiguamente. Había estanterías cojas y herrumbrosas, las paredes estaban desconchadas, había un mostrador astillado… Y aun así, los porcentajes eran claros, inofensivos como su dueño. La roña no hacía daño, se dijo. Siguió a Idilio hasta una habitación al fondo que servía de cocina. Estaba igual de deteriorada; olía a riachuelo sucio y no era para menos, pues una enorme humedad ocupaba media pared. Saria la observó un instante, en el que le pareció ver una cara en los dibujos que formaba. Se llevó un sobresalto, que disimuló como pudo, y se sentó en una silla de mimbre que le ofrecía el anciano.

—¿Cuánto pides por el alquiler? —la ordesa fue al grano, tan al grano, que entre las arrugas del hombre se formó una expresión de sorpresa.

Idilio Ibex le dio la cifra.

—Uy, pero si está genial, ¿cómo es que no lo has alquilado aún? —era una pregunta retórica, la mala sombra intuía la respuesta desde que entró.

—En esta Rocavarancolia mustia queda poca gente con dos dedos de frente. —El anciano se dio un par de golpecitos en la sien con el dedo índice. Parecía que iba a echarle un farol, pero fue sincero con ella—. Sé que hay mucho que reformar, cuidar de este sitio me cuesta casi tanto como cuidar de mí… Pero le prometo —Se corrigió enseguida. Su voz sonaba apagada—: Te prometo que la localización es perfecta para vender, cruza con dos de las calles principales del mercado y los puestos de al lado los llevan monstruos de confianza.

—¿Cómo sabe que quiero abrir un negocio? —Claramente, otra pregunta retórica. Saria se rio, con la esperanza de contagiar un poco de alegría en los ojos tristes del anciano.

—Tengo un séptimo sentido, hija —Idilio intentó reírse, pero solo logró darle un poco más de pena—. No he perdido el dominio de todas las cosas, supongo.

La mala sombra charló con el anciano durante horas, al principio porque sentía que le debía esa buena acción, pero acabó quedándose por gusto. Era un viejo triste, quizás más amargado de lo que le gustaría a ella, pero también era un buen hombre. Los números no mentían.

Sigue en el Laboratorio genemante.

Zarpa estaba sentada sobre sus cuartos traseros viendo a la gente pasar, algunos le dirigían miradas y otros simplemente la ignoraban. Quizá si alguno era novato se preguntaría al verla si no era más que un animal, un animal increíblemente bien educado, pero animal al fin y al cabo. Aunque ella estaba cien por cien segura de que para que un leopardo real se quedase quieto tanto tiempo, con tantas cosas pasando a su alrededor, debía estar bajo un hechizo de doma.

Estaba esperando a Irianna con la que había quedado allí, uno para darle los libros que le había comprado en Libo y dos para pedirle ayuda a la hora de comprar un violín. Sabía que la idrina lo había tocado en su vida previa a la ciudad y esperaba que pudiese echarle una mano para eso y para aprender a tocarlo.

Últimamente estaba ocupada con el ejército, pero si tenía que ser sincera echaba de menos la música. La flauta no estaba mal, pero podía llegar a ser un sonido muy repetitivo y aunque comprase un piano no es como si pudiera llevárselo a cualquier parte. Un violín por otra parte era bastante más portátil y le gustaba mucho la estética desde que había visto al violinista en la taberna tocando.

La nebulomante había quedado con dos personas ese día: primero con Per, el carpintero, para que le hiciese un presupuesto tras haber decidido qué casa quería reformar y cómo la quería. Las últimas semanas la idrina había hecho un parón en sus estudios para dedicarse a la búsqueda y diseño de su futura casa. Haber hablado con el brujo y dejar medio apalabrado el presupuesto y el día que empezaría a trabajar le había dado un buen chute de adrenalina y cuando entrase en el campo de visión de la varmana, esta podría ver que sonreía e irradiaba felicidad.
—Hola, Varsai —se detuvo a su lado—. Dime, ¿qué querías decirme?
La lacustre llevaba puesto un vestido sencillo del tono de verde que más le gustaba, sus sempiternos guantes largos y botas negras.

La varmana observó a Irianna venir de lejos, parecía exultante. "Hola" saludó volviendo a su forma varmana habitual, le sonrió. "Pareces de muy buen humor, ¿te ha pasado algo bueno hoy?" preguntó estirándose ligeramente para acostumbrarse de nuevo a su forma, había pasado varias horas como leoparda.

"Pues en realidad varias cosas. La primera de todas..." extrajo de una runa los dos libros envueltos que le había comprado en Libo. El primero era una antología de relatos de misterio con una solitaria rama de mimosa ilustrando la portada. El segundo era un compendio de historias de las antiguas brujas de Libo con ilustraciones hechas a plumilla y con distintos colores. "es ésta, un regalo que te he traído de Libo".

"Siento que no estén en el idioma de la ciudad, pero pensé que te podrían gustar" se disculpó tras que la idrina abriese los paquetes y después de explicarle a grandes rasgos de lo que trataban ambos.

—En realidad podría decirse que sí —sonrió ante su pregunta—. Después te cuento.
Miró con interés los tomos que sacó Varsai, que al parecer eran para ella. Los aceptó de sus manos y observó sus portadas mientras la licántropo le explicaba de qué se trataba. Tal y como decía, no podía leerlos, pero por lo menos el segundo tenía unas ilustraciones muy bonitas.

>>¡Vaya, muchas gracias! —le dijo mientras guardaba su regalo en su bolsa sin fondo—. La verdad es que lo más probable es que acabe implantándome el libense para poder publicar libros allí también. No puedo permitírmelo todavía porque de momento ya gasté mucho en recuperar el idrino y en el idioma inglés, pero planeo adquirir idiomas de los mundos donde más me interese publicar. Estos libros van a serme muy útiles también como investigación. ¡Gracias! —reiteró.

>>Vengo de ver al carpintero, de hecho —le explicó mientras echaba a andar entre los puestos—. Ya tengo elegida mi futura casa y más o menos cómo la quiero restaurar.

Una sonrisa enorme se mostró en el rostro de la varmana al ver que de verdad le gustaban los libros.

"Son recomendaciones personales de la embajadora libense. Cuando estuve por allí pregunté por alguna recomendación y me remitió a esos" explicó ya moviéndose entre los puestos con distintas mercancías.

"Qué buena noticia, Irianna. Si te puedo ayudar de alguna manera con la reforma..." se ofreció mientras buscaba la tienda que había visto la última vez.

"Pues verás, la otra razón por la te he pedido que vengas es porque me gustaría comprar un violín y quiero tu opinión al respecto". La varmana esperaba que no hubiese problema al respecto. "También me gustaría que me enseñases a tocar un poco" pidió un tanto nerviosa.

"Si tienes tiempo y no te resulta una molestia" se apresuró a añadir no queriendo poner a la chica en un compromiso de ningún tipo. Si no podía Varsai podía buscar partituras y aprender por su cuenta aunque le llevara más tiempo.

—Gracias, aunque no creo que necesite ayuda: de la reforma se encarga el carpintero  y en mi bolsa sin fondo me caben las pocas cosas que tengo que trasladar. Lo que sí haré será invitaros a todos a cenar para celebrarlo cuando lo tenga todo medio decente.

La varmana le habló entonces del otro motivo que le había llevado a quedar con ella en el mercado y enseguida empezó a buscar puestos donde vendiesen instrumentos.
—Por supuesto que te puedo enseñar, aunque estaré bastante ocupada durante los próximos meses seguro que podemos encontrar algún hueco que nos venga bien a las dos. Quiero decir, tocar de vez en cuando también me relaja y yo misma he tenido que empezar prácticamente de cero. La verdad es que te van a venir bien libros al respecto de todas formas —le explicó y se detuvo frente a un mercader que tenía violines expuestos—. Los violines de buena calidad son muy caros, así que te aconsejo para empezar uno que tenga un equilibrio entre precio y calidad. Es decir, que afine bien y no sea más frágil de lo que debería, pero no te gastes demasiado. No sería raro que se te rompiese en un descuido, o a lo mejor al final no te convence y habrías invertido demasiado dinero para nada.

A continuación examinaría los violines que más llamasen su atención y considerase adecuados para una novata. Le haría preguntas al vendedor también, que aunque intentase esconder algunos de sus gestos, la idrina sabría cuando estaba exagerando acerca de su mercancía y podría conseguir que le mostrarse exactamente lo que quería.

Varsai se alegró por la respuesta de la idrina respecto a la enseñanza. Ya tenía pensado comprar algún libro de partituras y didácticos, pero no había pensado en lo de la cantidad de dinero a gastarse en el instrumento.

Miró por la tienda junto a la bruja y cogió varios para comprobar que no fueran quebradizos o que las cuerdas estuvieran en buen estado. Finalmente le enseñó uno a Irianna.

"Me gusta este, parece resistente y las cuerdas están en buen estado. Además tampoco es feo y no está mal de precio" le dijo mentalmente enseñándole un instrumento de madera oscura con un color más claro hacia los extremos. "¿Qué te parece?"

Se acercó para coger el violín que había escogido Varsai, observándolo más de cerca, asegurándose de que tenía el peso que debía y que las cuerdas estaban bien. Le hizo un par de preguntas al vendedor  observando atentamente su lenguaje corporal. No notó nada que le hiciese saltar las alarmas, por lo que se lo devolvió a la varmana con una sonrisa.
—Si te gusta este puedes llevártelo. Es bastante adecuado —le informó—. ¿Tienes libros para principiantes? —le preguntó también al mercader.
Cuando el dueño del puesto le mostrase lo que tenía, la nebulomante le echaría un vistazo a todos ellos, cribando los que le parecían más prácticos para que eligiese Varsai.

La licántropa sonrió cuando la idrina aceptó que el violín era adecuado para una principiante, aquel le gustaba mucho. Finalmente solo quedaban los libros de música.

El dueño del establecimiento les enseñó diferentes volúmenes que la bruja cribó hasta que solo quedaron unos pocos en la mesa. Varsai les echó un vistazo, todos parecían adecuados y además le recordaban a cuando su madre le enseñaba los libros de partituras de piano en casa. Escogió dos, uno para principiantes y otro que hacia el final tenía alguna partitura más avanzada. A la chica siempre se le había dado bien la música y no creía que fuese a tardar mucho en dominar lo básico.

Además pidió un estuche para el instrumento, un recambio de cuerdas de violín, y una cera para tratar la madera y no se deslustrase. Nunca había tratado mal sus instrumentos y no iba a empezar ahora a hacerlo.

Finalmente pagó y salieron de la tienda con el estuche en una mano y en la otra una bolsa con los libros y demás cosas. La varmana estaba exultante y se le notaba en la sonrisa abierta que esgrimía.

"Gracias Irianna" le dijo mientras caminaban mercado abajo. "Te invito a tomar algo en el Jardín" le propuso refiriéndose al local de Eara y Ayne. Allí podrían ultimar detalles respecto a las clases y relajarse en compañía de sus amigos. Si bien la chica estaba deseando empezar a practicar también le apetecía la compañía de su amiga un rato más.