Antiguo Mercado

Se pronto su grupo de Maciel estaba al completo (sin contar con Ergot). La veela saludó a Kirés y Samika con la misma efusividad que a los demás, adelantándose a Ayne con el hechizo de secado rápido cuando fue a abrazar a la evaki, llevada por una mezcla de preocupación por la salud de su amiga y pocas ganas de mojarse.

Recibió la propuesta de Lanor dando palmaditas.

-¡Sí! Hace mucho que no nos juntamos todos.

Varsai y Rasqa se unieron al grupo, era como si todos los transformados de la misma cosecha se hubiesen puesto de acuerdo para encontrarse en el mismo sitio. Le frotó las mejillas a Varsai en su forma animal para saludarla pero evitó al moloch. No había tenido mucho trato con él y no quería reconocerlo pero su forma física aún le causaba cierto reparo. Por suerte el parquio no solo no parecía ofenderse con el trato distante de Isis sino que lo correspondía. Tanto mejor. Amplió su escudo físico por si alguien más quería refugiarse de la lluvia.

-Estabamos hablando de hacer algo juntos para celebrar la Luna Roja. Creo que había música en la taberna pero yo quería... POR TODOS LOS ZAPATOS QUÉ FLONCHY'S ES ESO

El grito de la veela, como todo en ella, fue dificil de ignorar. Señaló con el dedo un punto en el cielo. Una ballena, tan gigantesca que parecía querer eclipsar a la propia luna. Dama Isis tenía un cariño especial por los animales marinos, habían sido su inspiración desde que empezó a soñar con ser totaldiseñadora pero el mar violento de Rocavarancolia no le permitía disfrutar de ellas. Pero ahí estaba, la ciudad le estaba compensando, como siempre hacía.

-¡Tengo que verla de cerca! ¡Es preciosa de la total! ¡Vamos, vamos porfi!

Miró a los demás suplicante, dando saltitos en el sitio y juntando las manos.

No era el único al que el espectáculo visual de dama Isis había atraído. Justo después de saludar  Samika, por un lado, y Varsai y Rasqa por otro, acababan de llegar al grupillo que ahora acababan de formar entre todos.
Intercambió saludos con todos los presentes, pero una vez hecho aquello prefirió mantenerse al margen y fuera del centro del grupo. Si bien no le importaba, el ave estaba más cómodo si no estaba rodeado de gente.
El grito de la frivy sacó al enderth de sus pensamientos enseguida, sin embargo. Más por lo inesperado del contenido de sus palabras que por lo que estaba pasando.

“¿Zapatos?”

Un simple vistazo al cielo fue más que suficiente para identificar el origen de aquel revuelo. Por encima de sus cabezas una criatura gigantesca surcaba los cielos de la ciudad. El paladín no fue capaz de identificar la especie, pero desde luego por su aspecto jamás habría imaginado que sería capaz de volar. Se preguntó si aquello era cosa de algún tipo de magia o si de verdad la criatura tenía algún mecanismo propio para elevarse.
Tras escuchar las peticiones de dama Isis, Kirés volvió la vista al grupo y se encogió de hombros como respuesta.

–Claro. ¿Por qué no?

El propio enderth tenía curiosidad de saber cómo funcionaba aquel animal.

Sigue en la Bahía de los Naufragios

A Kimbra la situación le frustraba bastante. Aún siendo consciente de que las alacenas y despensas de la cocina de la torre estaban siempre a rebosar, la demonio no podía evitar cazar para ocupar su tiempo en una de las cosas que más le gustaba hacer siempre que el estudio y el aprendizaje se lo permitían y de esta manera abastecer de carne la ya abarrotada cocina de Serpentaria. Eso suponía un problema, por lo que Irianna le había sugerido buscar algún negocio, una taberna o un puesto en el mercado en el que hubiera posibilidad de que le compraran la carne que cazaba. Además, el dinero le serviría para comprar armas mejores que aquellas a las que tenía acceso en la torre. Desde que había descubierto la utilidad del dinero tal y como se entendía en la ciudad, la krabelinense tenía una lista de cosas que le gustaría tener entre sus posesiones y que requerían dinero para adquirir. No eran muchas, ya que era completamente capaz de cubrir la mayoría de sus necesidades, pero había aprendido que la austeridad no era del todo necesaria en las circunstancias en las que se encontraba.

Pero aunque teóricamente el plan no estuviera mal, ponerlo en práctica era muy diferente. En Rocavarancolia era bastante fácil encontrar alimento, por lo que la carne de caza no era tan demandada como cabía esperar, aunque la krabelinense pudo sacar algo de dinero por algunas piezas exóticas. Por otro lado, materiales como las pieles o los pellejos sí que tenían demanda, sobre todo si ya estaban curtidas como las que ofrecía Kimbra, por lo que la tarde había sido relativamente productiva.

Se encontraba terminando de cargar la carne que no había vendido en las alforjas de Ámarok cuando un transeúnte se le acercó.

- No he podido evitar fijarme en que tienes un animal muy dócil y sumiso-. Ámarok se giró rugiendo en silencio mientras le enseñaba los dientes. Con un movimiento de la engendro el kerlax se calmó-. Siendo claramente una especie tan grande y fiera- añadió al momento-. Nunca había visto una bestia como esta y parece que cumple todas tus órdenes. Debe ser una montura increíble.

- Lo es- contestó secamente la engendro, precavida sobre las intenciones del desconocido, pero sin dejar de cargar sus cosas sobre el kerlax.

- La verdad es que yo llevo un tiempo buscando un animal como este. Lamentablemente, nunca he encontrado uno tan dócil y no consigo que cumplan mis órdenes, ¿cuánto quieres por él?

Automáticamente las orejas de Ámarok se alzaron en alerta, pero Kimbra guardó la calma.

- No está en venta- contestó secamente mientras seguía ajustando las alforjas.

- Lo sospechaba. No cualquiera querría deshacerse de una bestia como esta. Más teniendo en cuenta lo que debe haber costado. Aunque debes saber que puedo pagar el doble de lo que pagaste por él, si ese es el problema.

- Como ya he dicho, no está a la venta- repitió la engendro-. Si tanto quiere una montura, ¿por qué no doma uno usted mismo?

- Lo haría si eso fuera una posibilidad para mi. Quizás para una demonio como tú sea un trabajo sencillo, pero para un brujo como yo sin dominio sobre seres vivos ni conocimiento sobre ellos se presenta como un trabajo más bien complicado. Además, parece algo muy costoso y prefiero pagar por ello. Lo mío son los hechizos, no el trabajo físico.

Con el ceño fruncido, Kimbra miró la carne que había sobrado, a Ámarok y al desconocido.

- ¿Cuánto estaría dispuesto a pagar?
- Creía que tu animal no estaba a la venta.
- Y no lo está, pero nada me impide cazar y domar otro.
- ¿Podrías hacer eso?
- Pero llevará tiempo.
- Pero puedes hacerlo.
- Sí.

Una amplia sonrisa se extendió sobre el rostro del brujo y no desapareció durante el resto de conversación que mantuvo con Kimbra en la que acordaron qué animal quería que fuera domado, cuánto tiempo aproximadamente tardaría en el trabajo y cuánto le pagaría por ello. Kimbra estaba bastante satisfecha con cómo se habían desarrollado los acontecimientos, pues sin haberlo planeado le había surgido un trabajo viable y gratificante para ella que bien podía convertirse sin problemas en su oficio habitual.

Una vez dieron por finalizada la conversación y la forma de comunicación entre ellos, Kimbra se montó en Ámarok dispuesta a volver a Serpentaria donde ya llegaba algo tarde a la pequeña reunión que Irianna había organizado con Eara, Samika y dama Diurna, pero antes de que pudiera dar la ordena al kerlax de echar a correr, el brujo le hizo una última pregunta.

- A todo esto, no me has dicho tu nombre, demonio. ¿Cómo te haces llamar?

Aquella pregunta llamó la atención de la engendro. Kimbra había estado pensando en cambiarse el nombre desde que se había enterado de la tradición, incluso había pensando en un posible nombre para ella, acorde con su nueva transformación. Pero aunque llevaba tiempo pensándolo, solo en este momento la oportunidad estaba saltando sobre ella. La Hija de Lunas ya había elegido su nombre cuando decidió ser una nombrada, también iba a ser ella la que eligiera su nuevo nombre en aquella ciudad. Quizás la engendro seguiría llamándose Kimbra para sus compañeros de criba, pero la demonio había cambiado su nombre desde aquel mismo momento.

- Estigma.

Sigue en Torre Serpentaria.

El mercado estaba tan abarrotado como de costumbre. Caras telas, exóticas especias, lujosas joyas y demás creaban un ambiente de diversión pero también de confrontación controlada. Siempre después de los trueques más intensos, tanto los vendedores como los compradores acaban satisfechos. Era pues la base de ese sistema, el trueque. Un trato justo, pactado entre dos personas que buscan sacar mayor provecho de una situación de mutuo beneficio. No era precisamente algo virtuoso, pero tampoco podia decirse que era malvado en intento. Simplemente era. Los intercambios de dinero siempre solian ser con una sonrisa mutua, después de todo, aquello era el mercado, no los bajos fondos. Si alguien tenia asuntos privados de índole siniestra normalmente optaba por lugares más apropiados y con menos testigos. En la paz del mercado, también habia caos, gritos de tenderos publicitandose, algun subidon de voz, pero en particular, en aquella bocacalle que daba al mercado habia un sonido consistente: El de una Risa Simiesca.

El Vánara habia estado pasando algo más de una hora ahí. Era un puesto de trileros y estafadores, prometiendo y engañando a la gente con juegos de mano, magia y, por supuesto, contando con la inocencia de muchos habitantes de Rocavarancolia. Debido a su oficio, los tres trileros presentes a la mesa estaban a su vez rodeados por compinches, algunos actores que hacian como que ganaban para atraer a primos genuinos que tan gentilmente les regalaban su dinero. En total, originalmente, habria unas diez personas sentadas a la mesa y en sus inmediaciones. Ahora alrededor de treinta se habian congregado. El chico habia empezado fuerte, proclamando a los vientos como habia vendido todas sus posesiones y ahorros solo para este momento. Y el saco de dinero que cargaba era considerablemente grueso. Tan grueso que los caballeros de aquella mesa tan cordialmente le habian invitado a jugar. Sin compromiso, por supuesto. Y poco a poco le habian ido sangrando de su dinero, moneda a moneda, jugada a jugada, hasta que al Vánara no le quedaba ni una misera décima parte con lo que se habia sentado a aquella mesa. Pero al fin entendia el juego. Si bien se habia percatado que aquellos estafadores le estaban, bueno, estafando, también habia estado tomando notas mentales sobre los movimientos y ritmos del juego. Puede que tambien contando las cartas. Habia un factor aleatorio, por supuesto, pero con una sola baraja de juego más quince cartas escondias en sus mangas y debajo de la mesa, cartas cuya mayoria ya habian usado, era en aquel momento que se terciaba a ganar.

Y así empezó, poco a poco. Y cuando veian que ganaba demasiado de pronto, volvia a perder y como una marea, se aseguraba que no se confiasen del todo. Con las cartas contadas, los trucos vaciados, y el dinero cambiando manos constantemente, los timadores no veian porque retirarse, pero poco a poco Kudryavka iba recuperando sus pérdidas. Y no solo eso. para el final de la media tarde, estaba sacando dinero. Todo como un ejercicio ya memorizado, pero nunca ganando siempre o muy consistentemente. Los timadores estaban siendo timados y poco a poco los tres se dieron cuenta. Kud se dio cuenta que se dieron cuenta, pero no por artes maestras de percibir a la gente. Sino porque cinco de los matones ahora se encontraban directamente detrás de él. Y Kud reia. Reia cuando perdia, reia cuando ganaba. Daba igual, se estaba entreteniendo bastante. Y las caras sudorosas y molestas de los timadores que ya amenazaban con echarle cuando ganaba todo llegó a un punto, cuando Kud cometió un fallo terrible. Y fue, pavonearse. Cuando las cartas habian sido repartidas, el Vánara, un acto de soberbia ni se molestó en cogerlas. Ya sabia que cartas eran. Los timadores pensaban que aquello era una broma, pero pronto descubrieron que el Vánara podía jugar sin ver que cartas se le habian repartido, desvelando su truco y timo a la vez.
La bocacalle explotó en violencia, a medida que las risotadas del mono y los gritos roncos de los timadores silenciaron al resto del mercado cercano a ellos.
El vánara se coló por debajo de la mesa y optó por corretear entre las piernas de uno de los timadores, sorprendiendo a todos con su agilidad y atletismo. Armas se lucieron a pie de calle, los matones abalanzandose sobre él. Al final de la calle, salió uno de ellos volando, inconsciente y con la nariz rota. Una silla se astilló al estrellarse contra la espalda del mono en mitad de toda la trifulca. Los timadores se unieron a la pelea, y hechizos de impacto empezaron a volar por el aire. Entre una mezcla de suerte, agilidad y muchas protecciones, el Vánara alcanzó un tejado cercano de un salto. Pero aquello no terminó el conflicto, pues con él habia ido todo el dinero sobre la mesa, tanto el suyo como el de los timadores, y, riendo maniaticamente, con los ojos color oliva desorbitados por la broma, comenzó a moverse de salto en salto por los tejados provocando una persecución.

Hechizos de levitación, mezclados con aquellos de localización volaron por el aire, ya que perseguir al Vánara a pie de calle era inutil, y pronto comenzaron a volar hechizos peligrosos por el aire de nuevo. Un haz de color negro le pasó terriblente cerca del cuerpo, forzandole a tomarse la huida en serio. Aprovechando una sección especialmente larga de tejado, invocó su vara y la usó para catapultarse, junto a la suma de las fuerzas de sus miembros inferiores para efectivamente lanzarse tan lejos que le perdieron de vista.

Y así que aterrizó en una zona donde conocia. Con un hechizo de levitación en última instancia, previno darse de bruces contra una pared enladrillada. Con los pies bajo la tierra, los gritos distantes mezclandose con el tumulto del mercado, se escabulló por las sombras con los sacos de dinero. Aquella habia sido una jugada más provechosa de lo que se esperaba. No habia mentido a los timadores, de veras aquellos eran todos sus ahorros tras vender todo aquello que no le era vital. Y junto a lo que les habia... desposeido... juntaba una suma respetable, una que quizas le haria dejar de preocuparse por el dinero durante un buen tiempo. Pero tenia mejores usos para aquella minuscula fortuna que en gastarlo por atrición. Sentado en una esquina, mientras la gente pasaba con sus compras en una de las calles paralelas al mercado, Kudryavka escribia lentamente sobre un papel arrugado. Era una carta, no en un sentido de la palabra estricta. Aunque no habria dirección en ella, si habia nombres y colectivos de personas mencionadas en ella. Era una carta de disculpa muy emocional pero tambien habia mucho escrito reivindicativo, y en la media hora que tardó en escribirla, lo hizo con los ojos enjuagados en lágrimas, pero también en frustración y determinación. Tras un hechizo ignífugo a esta pasó a escribir otra carta. En la segunda carta, con correspondiente y mejor papel, escribió para otras personas. Su gesto más relajado, pero las lágrimas ya corrían sobre sus mejillas. Era una expresión triste, encadenando palabras una detrás de otra pensandolas muy bien, pues serian su legado. Habia muchas disculpas, muchos impases para suplicar perdón al lector y muchas lágrimas que se habian precipitado sobre el papel acabaron arruinando la tinta con la que habia escrito. Distraido, lo acabó por correr con los dedos. De un suspiro de frustración el vánara finalmente la acabó y se la cedió a la mona que le esperaba pacientemente a sus pies.

En una mochila pertrechada, llevaba una carga muy pesada, pero ignorando el porque, su amo y amigo se despidió de ella con un abrazo y la llenó de lágrimas. Kira no lo entendia, porque el chico lloraba. ¿Habia sido el papel? ¿O porque se le habia arruinado las letras de color negro? Sea como fuere, sbia a quienes tenia que llevar los circulos brillantes. Eran sus amigos, y habia crecido bastante desde la última vez que la habian visto, ahora ya era una mona mayor y bastante fuerte. Tan fuerte, que podia navegar los tejados de la ciudad e incluso defenderse de muchos de sus peligros. Y su camino seria rápido e inexorable. Debia entregar aquella carta tan importante en la Sede. Seguro que Kudryavka estaria muy contento de saber que no le habia fallado.


Ahora estaba quieto en mitad del mercado. Demasiado quieto. Como una estatua. Hacia rato que la gente no andaba a su lado y un pequeño vacio le rodeaba en mitad de la calle. Y no era por gusto. Pero el vánara, casi completamente desnudo y con su bastón encantado al hombro, apestaba. Era un olor que pocos reconocian, pero que todos estaban deacuerdo que olia mal. Los más avedizos quizás se habian percatado, pero el chico estaba cubierto de gasolina. En aquel lugar público a nadie le importó, simplemente le dejaron espacio, desconfiados y desinterasados por el manifesto expuesto al metro y algo de él, donde denunciaba el sistema social en Rocavarancolia y criticaba el rey, la economia de la esclavitud y al imperialismo sádico de la ciudad. Suplicaba a todos aquellos quienes le leyeran que intentasen cambiar las cosas. Que amasen al projimo y buscasen la decencia y la justicia allá donde la pudieran aplicar. La respiración del Vánara se entrecortaba con lágrimas. A casi nadie parecia importarle. Los que leian el cartel apenas se detenian, muchos le lanzaban insultos y nadie se paraba. Le extrañaba por una parte, pero por otra se lo esperaba. Así de mal estaba la ciudad. Necesitaba cambios. El mundo podía ser mejor.
Su mirada no dejaba sus pies. Sentado en una postura meditativa, justo enfrente de él habia una caja con cerillas entreabierta. Su mano, medio extendido hacia ella, estaba quieta, paralizada como si fuera una estatua. Tanto le aterraba la muerte. Incluso si le era escogida y anunciada. Pero sabia que lo hacia por algo mejor, algo más grande que él, los placeres de la vida o sus aspiraciones. Ya estaba tardando demasiado, vacilando sobre un hecho que ya estaba decidido. Con un último suspiro, cogió una de las cerillas.

Estaba trabajando en sus encargos más recientes cuando la voz de Kin sonó a través del comunicador. Reconoció su tono como urgente y agitado, por lo que dejó lo que estaba haciendo para prestar atención. En cuanto que escuchó el inicio del mensaje el biomecánico comenzó a comparar tempos. El mercado no estaba lejos y no debería tardar mucho en poder traslocarse allí.
—Voy enseguida —anunció antes de trasladarse.

El kairós apareció intangible entre la multitud y enseguida lanzó un hechizo de rastreo. El vánara estaba muy cerca de allí y el irrense se apresuró en llegar levitando hasta su posición, ignorando las exclamaciones e incluso improperios de la gente a su alrededor al haber aparecido de pronto.

Sin alertar de su presencia ni detenerse en tratar de comprender qué estaba sucediendo con exactitud, Archime lanzó un hechizo de parálisis sobre Kudryavka. Al comprobar que el humano llevaba protecciones, el irrense levitó a toda prisa hasta su posición, deshaciendo la intangibilidad por si tenía que detenerlo físicamente. Frunció ligeramente el ceño al notar el olor a combustible, comprendiendo entonces qué pretendía hacer con aquellas cerillas. Realizó un hechizo de atracción para quitarle la cerilla y después hizo lo propio con la caja.
—Lo siento, pero no voy a permitir que cometas suicidio —le informó, atento a cualquier movimiento por su parte.

No se percataría de la presencia del Kairos hasta que la cerilla y su caja dejaron sus manos. Entre las lágrimas amargas que le forzaron a frotarse los ojos, podía definir la silueta del irrense. En su tono monotono le comunicó sus intenciones claramente. El vánara se quedó de piedra unos instantes, a medida que sus mejillas se humedecian de nuevo, logró sonsacar unas palabras en respuesta.
—Aléjate Archi. V...Voy a hacerlo.— le advirtió con la voz rota y sollozante.—Tengo que hacer-...Hacerlo... antes de que los demás lleguen.—se dijo a si mismo esta vez, preparando las manos para gesticulizar un hechizo.

—No necesito cerillas para prenderme fuego y lo sabes.— Por favor alejate o te quemará a tí tambien. Su voz sonaba casi resoluta en su tono, contrastada con el del Irrense. Sus ojos color oliva cargados de un sufrimiento y tristeza que salpicaba al Kairos, abriendole una ventana a lo que podría estar pasando dentro de la mente del Vánara.
—Te lo pido una última vez.—sollozó de nuevo.—Déjame que le ponga fin a esto... No... puedo más...— dicho esto comenzó a recitar la primera parte para invocar llamas.

El biomecánico permaneció en silencio y observando a Kudryavka con severidad mientras este le pedía algo imposible. Su advertencia fue completamente desoída por el irrense ya que incluso aunque fuese cierto de que corriese peligro de quemarse no iba a hacerle caso por ese motivo. El ingeniero supo enseguida cuál sería su siguiente paso y ya antes de que el vánara iniciase su conjuro el kairós ya había empezado a hacer uso de su capacidad de pensamiento paralelo para preparar su propio hechizo.
—No piensas de forma racional en este momento. No voy a permitir que acabes con tu vida delante de mí.
Al mismo tiempo que hablaba finalizó el hechizo de disipersión y lo lanzó sobre el humano. La temperatura alrededor subió no por las llamas que pensaba conjurar el vánara, si no por los sortilegios defensivos que Kudryavka llevaba consigo siendo barridos por su dispersión mental.
>>Te inmovilizaré si intentas algo peligroso —le informó.
Lo haría si completaba el hechizo de fuego.

Era cierto que no las tenia todas con él a la hora de enfrentarse con magia a Archi. Quizás, incluso, si hubiera estado en otra situación, con una mentalidad menos destructiva, el Vánara sabria que no seria rival para Archi. Y aquella vez, habia sido aún más obvio cuando se percató de esto. Como una última estaca, se incrustó en su pecho. Los sueños inocentes del pasado le atormentaban a cada paso que daba.
No podría superarle en magia, pero no tenia porque- Por primera vez en su vida, la mente de Kudryavka pensó maquiavélicamente. Palabras venenosas resonaban en sus oidos, le susurraban proposiciones indecentes. Habian tenido razon. Todos sus consejos, habian tenido razón. Le habian advertido de que fuese rápido y no lo fue, y ahora estaba en tal mala situación. Si no lo hacia ya, no le dejarian hacerlo nunca.

Si jugaba a sus capacidades superiores, deberia ser capaz de quitarse a Archi, aunque fuera unos segundos. La multitud ya se habia fijado en los dos y veian lo que, para ellos, era una pelea abierta entre dos conocidos en una suerte de tensión pistolera.
—No lo entiendes. Tengo que hacer esto.—le repitió, los ojos oliva espejados y sin alma.—Si no me dejas hacerlo estás contribuyendo a que sufra más.—dijo con pesadumbrez en la garganta. Sabia que apelar a alguna humanidad que el Kairos tuviera era nulo y sin embargo no podia evitarlo. Queria que le dejase en paz. Quiera morir así y no de otra manera.
Sin embargo, pronto se daria cuenta que aquello era una finta. Con una moción fluida desde una posición casi prona el Vánara tensó las piernas y dió un salto más rápido que lo que cualquier hechizo podría surcar por el aire. Aquello era ventajoso, de primera vista, pero en el aire, la capacidad de teletransportarse en conjunción a muchas otras del Kairos le dejaban pocas opciones. Y por ello no debia quedarse en el aire mucho tiempo, debia seguir moviendose. Con la vara, se enganchó a un parapeto cercano y, haciendo la tirolina a tráves de él, se retorció y con los pies terminó entonando las últimas partes del hechizo de llamas.

—No es cierto —negó las acusaciones del vánara sin modificar su expresión o su tono—. A lo único que contribuyo es a evitar que pongas fin a tu vida.
El kairós no era psicólogo ni podía decir que entendiese las emociones correctamente aún si había aprendido mucho desde su llegada a la ciudad, pero aquello lo tenía bastante claro.

Su primer movimiento habría sido preparar un hechizo de parálisis para poder llevar a cabo otros hechizos sobre Kudryavka más fácilmente, pero el humano pretendía escabullirse con su agilidad y tuvo que abandonar aquel curso de acción. Se apresuró a conjurar una barrera de inercia en una zona lo bastante amplia para asegurarse de que el vánara caía al suelo, al mismo tiempo anclando sobre él un sortilegio de defensa muy leve que tan solo le permitiría recibir menos daño de la caída. Como consecuencia de su barrera habría más gente, o sus pertenencias que tropezarían o caerían al suelo.
—Lo siento, pagaré si se produjo algún desperfecto —dijo en voz alta mientras se acercaba a Kudryavka—. Detente: yo no voy a hacerlo. Tengo reservas mágicas para mucho tiempo y continúan recargándose.

Tras un tira y afloja el biomecánico consiguió pillar desprevenido al vánara, lanzándole un hechizo de inmovilización silencioso mientras hablaba. Le hubiese gustado llevárselo a la clínica de inmediato, fuera de las miradas de curiosos, pero no podía levitarlo sin arriesgarse y prefería no tener que paralizarlo. Por el momento esperaría a que llegase más gente y disuadirle de intentar otra cosa mediante la superioridad numérica.

El raigaurum corrió sin tomarse ningún descanso. Solo se permitía bajar la marcha a intervalos, y lo hacía porque sabía que como mínimo Archi ya estaba en el mercado. También porque no sabía si sería capaz de llegar si se forzaba hasta el límite.

El silencio al otro lado del comunicador lo ponía nervioso, pero a la vez podía ser también una buena señal, la de que de momento no había malas noticias que comunicar. Tuvo demasiado tiempo para pensar en eso y en muchas cosas más, por lo que decidió que si era alguna clase de broma, mataría al vánara por haber montado semejante espectáculo.

Llegó al mercado exhausto, y por fin se detuvo a observar en todas direcciones. Se dirigió a donde parecía haber algo de tumulto, sin saber muy bien qué buscaba, y allí por fin vio la primera cara conocida, la de Archi. Después pudo ver a Kud y el aspecto lamentable que tenía. El kairós debía de haberlo paralizado, y tal vez estaban hablando o esperaba a los demás.
—¡Kud…! —llamó. Las palabras se le atragantaron en la garganta: la necesitaba para respirar, y en ese momento jadeaba por el esfuerzo. Se detuvo al lado de Archi y se apoyó en sus rodillas para tomar aire—. ¿Qué demonios… ha…? ¿Qué ha pasado?

Aparte de fijarse en la poca ropa del vánara, percibió por fin el olor que desprendía. No estaba familiarizado con él, pero entendía que no era inocuo, que era alguna sustancia química inusual y no agua lo que lo empapaba. «No entiendo nada» pensó abrumado.

Saria no se encontraba muy lejos del mercado cuando recibió el aviso. Estaba buscando un local abandonado para poner rumbo a una nueva etapa en su vida y su corazón le dio un vuelco, de la ilusión al horror. <<Maldito Kud, no puedes hacernos esto. ¡No puedes!>>. Saria no podía con más lutos, perder a Kud era más de lo que podía y quería sufrir después de la catástrofe que habían vivido. Y sin querer, no podía hacer otra cosa que cagarse en la estampa del vanara. Sabía que estaba feo, pero como tantas otras cosas en la vida que Saria no sabía hacer mejor.

La mala sombra activó un amuleto para potenciar su oído, su vista y su olfato y echó a correr. Por primera vez en años, evitó leer los números a su alrededor. Si reparaba en los porcentajes de suerte sabía que se acabaría deteniendo y no podía permitirse algo así. Kud no podía morirse. No podía hacerles eso, igual que ella no podía fallarle ahora.

—¡Perdón! ¡Perdón! ¡Perdón! —exclamó en cuanto comenzó a cruzar demasiado cerca de los viandantes ajenos a lo que se cocía. Una criatura no se lo tomó muy bien y Saria le dedicó una peineta y un clásico—: ¡Llorale a tu padre!

Finalmente la multitud amenazó con frenarla y no le quedó más remedio que saltar a los tejados. Desde allí conjuró levitación sobre sí misma y sobrevoló las calles hasta que dió con tres figuras conocidas gracias a su vista mejorada. Acto seguido, descendió como un rayo. El olor que desprendía Kud era tan fuerte que tuvo que anular el efecto del amuleto. El gesto inicial de la ordesa estaba lleno de rabia, pero en cuanto cruzó una mirada con Kud se desmontó por completo y comenzó a temblar y a llorar.

—Hay que ver, estás hecho un asco —le dijo entre sollozos, intentando quitarle hierro a una situación que no lo permitía.

La sustancia que empapaba al mono olía tan fuerte que le daba mala espina, a la mala sombra le recordaba al aceite y eso no podía ser bueno, por lo que decidió deshacerse de ella con un hechizo de limpieza. En cuanto surgió efecto, no dudó en acercarse al vanara inmovilizado. Se secó las lágrimas antes de intentar hablar con él.

—¿Qué te ha pasado, Kud? —le preguntó como creía que una madre debía hacerlo con un hijo: impregnando las palabras de cariño y comprensión. ¡Y mira que Kud le había dado dolores de cabeza!, pero al final primaba lo importante—. Cuéntanoslo, por favor.


Continua en inciso.

Arcan había pasado alguna vez por allí pero nunca se había parado mucho en la zona, no era el mayor fan de las multitudes en rocavarancolia. Pero ahora era diferente, tenía dinero de sobra para tonterías pues ya había acabado dos proyectos y estaba a punto de finalizar un tercero en un par de días. Pasarse tanto tiempo trabajando para distraerse tenía sus ventajas.

Veía de primeras un par de puestos con comida aunque demomento nada de comida ya hecha. Entonces se acordó de su dieta. «Tendrá que ser hoy el día de guarrerías entonces»

-Coged lo que os apetezca, invito yo. De todas maneras yo como lo que sea. Una de las ventajas de mi transformación.

-Hmmm a ver si hay algún dulce para los pequeños... -Se acercó a un puesto a mirar en cuento lo dijo.

-Bueno, si tienes alguna en la que no parezcas un tirillas a lo mejor lo miro y todo -le concedió Rena a Rox. La realidad era que en cuanto estuviesen las fotos se las enseñaría a todo el mundo para fardar como si fueran suyas.

El comentario de Arcan le hizo hacer una mueca. Ella había tenido parejas, algunas hasta en persona (algo insólito en su pueblo de mierda) pero aunque sí que había sentido ese impulso por querer estar cerca y poder sobarlas hacerlo en público le parecía… raro. No malo ni inapropiado, sencillamente raro. Tal vez sí que fuera algo cultural.

-¿Cómo era el queso nublino? ¿Había en las cestas? ¿Y en la despensa de la Sede? Joder lo único bueno de las cestas del torreón era la cantidad de quesos distintos que pude probar. Ninguno tan bueno como el de mi tierra, claro, pero ese no lo traían mucho.

Rena se había descubierto como una apasionada del queso. Era el principal ingrediente de su comida favorita desde niña y al parecer casi todas las culturas alienígenas que convergían en Rocavarancolia tenían queso, lo cual le había permitido probar un montón de tipos diferentes. Y los que le quedaban, ya que los otros mundos tenían bastante más animales disponibles que Irraria. Seguramente el catálogo del mercado sería mucho más variado.

Cuando llegaron el sitio estaba abarrotado y hacía calor, algo lógico teniendo en cuenta la hora. La multitud era de lo más variopinta y todo el mundo hacía ruido. De vez en cuando alguna mole inmensa sobresalía entre las cabecitas monstruosas. Pero sin duda lo más llamativo era la cantidad de olores. Rena cambió su hocico para inspeccionar todos los rastros, a ver cuál le llamaba más. El comentario de Arcan le había dado un antojo.

-Qué dices tío, aquí trabajamos todos, no hace falta que nos invites -le frenó Rena. Todos tenían sus gastos personales y no veía justo que pagase una sola persona cuando todos tenían dinero -Y deja los dulces, que Neil ya nos ceba bastante. A este paso vamos a tener que buscar un dentista u obligar a Milo a aprenderse algún hechizo contra las caries -añadió entre risas. -Vamos por allí, he olido algo rico.

Los guió entre puestos con animales desconocidos colgando de ganchos, plantas coloridas, vasijas, telas…. Hasta que dio con una carreta en la que habían montado un cachivache metálico con una chimenea humeante que debía ser un horno. Delante de este había una mesa que consistía en una tabla y dos caballetes y sobre esta había varios cuencos con ingredientes picados y la hogaza de pan más grande que había visto Rena nunca. Una señora entrada en años y con cuernos de cabra sacaba la bandeja del pequeño horno con una rebanada de pan cubierta de queso burbujeante. A Rena se le hizo el hocico agua.

Rox asintió con la mirada perdida en algún punto del cielo y una sonrisita leve en los labios. Le habría encantado burlarse de Arcan por moñas, pero estando enamorado resultaría hipócrita por su parte. Le dedicó una mirada molesta a Rena, haciendo una mueca de enfado infantil cuando le llamó tirillas, pasando el trayecto atento de por donde les llevaba el nublino, ausente a su conversación sobre quesos. No estaba especialmente cómodo por aquellas calles. Al llegar al mercado sufrió un choque de calma y un aumento de nervios simultáneo por la cantidad de monstruos que acaparaban los puestos. La soledad de las calles era terrorífica, pero no sabía si era peor que compartir tienda con dos vampiros y un trasgo.

—Ni se te ocurra —se unió a Rena. El chico no era bueno ahorrando, el consumismo lo tenía bien metido en sangre y sus gustos no eran precisamente baratos, menos con la tentación de su propio trabajo, pero desde que habían tenido que hacer piña para las prótesis de la irrense y el daeliciano había conseguido controlarse un poco. Además, no cobraba nada mal—. Aquí cada uno que se pague sus caprichitos.

Siguieron a Rena, él demasiado ensimismado con todos los puestos a su alrededor como para saber que le apetecía. Un olor picante en el aire le abrió el estómago, recordando toda la comida coreana que llevaba ya casi un año sin probar.  Muy cerca del puesto de queso al que les había conducido la osa un tipo ya mayor jugaba con el fuego bajo una inmensa olla repleta de comida, muy similar a un wok de a pie de calle asiático. Estaba justo al lado de un puesto de trampas lo suficientemente grandes como para cazar elefantes, pero eso no le cortaba lo más mínimo.

—Jooooder —dijo sin quitar la vista del lugar, hipnotizado. Cuando miró a Rena le dio un empujoncito en la espalda al verla babear—. ¡Cómprate ya el queso y deja de salivar, que ya sé lo que quiero! —la apresuró. El cambiante se quitó la mochila de la espalda para buscar su cartera, asegurándose de llevar pasta de sobra, sonriendo ante la positiva.
Si Rena y el nublino terminaban pidiendo queso, el australiano les chincharía según la señora les sirviera canturreando por lo bajo:
—Porque te olerá el aliento nadie tedará ni un beso y además, te va a hacer ganar peso, pues por eso, pues por eso, oOoh, ¡no comas queso en exceso!

Cuando Rox les arrastrase al puesto que le había llamado la atención verían una serie de botes con salsas picantes expuestas, cada cual más roja que la anterior, tablas con comida a medio picar y cuchillos como para cortar huesos con ellos. De la sartén saltaba todo tipo de cosas; fideos, verduras, trozos de carne y especias. El fuego estaba contenido por la palma del tendero (¿un piromante, quizás?) y se elevaba con cada movimiento que hacía. Al cambiante le hicieron chiribitas los ojos. Tenía muy claro que iba a pedirse lo más picante que tuviera.

-A decir verdad tenemos muchas variantes porque incluso aunque el más común es el de linac, los linacs varían mucho de grasa y claro, cada famililla tiene sus preferencias. Normalmente hay en las cestas y en la Sede sí, pero el que yo quiero es uno que no venía. Queso suave y cremoso fermentado con bayas y frutos silvestres como hacíamos en nuestra familia. Lo echo de menos.


Se dejó arrastrar y no solo porque no le importase que comer. Una tela que podría serle útil, herramientas para la madera, el olor de objetos robados en asesinato... Todo el mercado era como una gran y enorme tentación para él. Sus manos se agarraban con fuerza a sí mismo y sus ojos se desviaban con fuerza para no mirar a unas cosas u otras. Por suerte hoy estaba satisfecho, pero se apunto mentalmente no venir a aquel lugar ni de coña si no había conseguido antes un buen botín. Lo peor fue cuando pasaron por delante de uno de los puestos de comida que simplemente tenía botellas y dulces envasados de muchos mundos, una suerte de tienda de gominolas mezclada con un 24 horas. El tendero joven y ambicioso también era demasiado confiado y poco precavido pues se encontraba hablando con una amiga y toda la mercancía carecía de protección. Contó para sus adentros cada segundo y paso que tardaron en salir de delante del puestillo.

Al fin llegaron al puesto con quesos y el estaba suspirando aliviado de haberse alejado de aquel desastre tenderil.

Por fin se pudo concentrar en sus acompañantes.

-Hmmmmm, pero estáis pagando las prótesis y me sienta mal. Yo no tengo nada que costearme ni debo dinero.... Además yo también tendría que haberme puesto una mano metálica si la Luna no me la hubiera devuelto. -Hizo un aspaviento con su mano derecha para indicar que había sido esa. -Aunque con lo preciosos que son y lo que molan  igual me hubiera puesto un brazo entero de pura envidia. -Bromeó haciendo sonar con sus nudillos el metal del brazo de Rena.

Miró más de cerca el puesto y bingo, no sería el de su casa pero ahí estaba, queso fermentado con frutas silvestres típicas. -Ya vaaamos, ya vamos. Dame dos segundos. - Le contestó a Rox con el típico tono con el que contestas a un pequeño impaciente. Con una sonrisa empezó a hacer un pequeño regateo ya que iba a comprar bastante pues quería llevarle a su hermano y ninguno de los dos lo comía a pequeños trozos precisamente. Al final a parte de un par de buenas rebanadas de pan con queso fundido cargó con una pieza entera de su queso junto a una tetilla de un queso ulterano y otra de queso irrense. Le tendió un buen trozo a la ursántropa para que lo probara.

-Mmmmmmmm. -Fue toda su declaración al morder por primera vez la rebanada antes de proceder a hacer un ciclo de soplar, morder.

Alzó las cejas ante la canción y en voz baja le preguntó a Rena. -¿Hacemos algo o le dejamos tan feliz? -Aquel puesto estaba al lado y en cierta manera aquella comida le recordaba a la de la ciudad. -Hmmmm un bol de carne y verduras salteadas con bastante picante por favor. -Tenía curiosidad y dos panes con queso no le bastaban como comida de salto de dieta. Ya que podía, reventaría.

-Ya voy, ya voy, qué pesadito eres…

Rena pidió dos rebanadas de pan, una con dos variedades de queso mezcladas y la otra con una tercera y trozos de verdura y carne picada. Acabó por pegarle un codazo a Rox para que dejara de cantar ya que tenía ambas manos ocupadas, así que cuando Arcan le ofreció probar el queso del que le había hablado tuvo que estirar el morro y dar un mordisco, teniendo cuidado de no quemarse.

-¡Joder está super bueno! No me extraña que lo echases de menos. Tengo que volver por aquí y llevarme para los desayunos.

La irrense nunca había sido muy de frutas pero había redescubierto los frutos rojos en la ciudad y siempre los tenía a mano en la Sede para picotear, ya fuera secos o frescos. Con las manos ocupadas fueron al puesto que había llamado la atención de Rox. Olía muy bien y ver cómo los ingredientes hacían piruetas en la sartén era todo un espectáculo, pero Rena no estaba muy convencida con el picante. No había comido picante en su vida y las pocas veces que lo había probado de la comida de las cestas no le había gustado. Al final llamó la atención de Rox apoyando la barbilla en su hombro. Sabía que su apetito de oso no estaría saciado solo por dos tostadas.

-¿Tienen la salsa esa agridulce de la que me hablaste hace mil años?

Rox soltó un quejido al recibir el codazo, sobándose la zona dedicándole una mirada de malas pulgas a Rena. Podía usarlos de reposabrazos y aún así se sentía más crío que ellos. Desantendió sus delirios con el queso, más interesado en lo que quería pedirse del otro puesto.
—¿Te gusta el picante Arcan? —preguntó con interés mientras sacaba el dinero de la cartera y repasaba los tarros. Uno en concreto le hizo abrir bien los ojos por la emoción: reconocía bien su etiqueta—. ¡Aah! ¡Tienen gochujang! Yo una de fideos con ternera y verduras. Con eso, por favor.

Apuntó a un bote de cristal con un envase claramente terrestre (escrito en hangul) que contenía una pasta densa de color rojo oscuro. Esa misma marca era la que su abuela les mandaba desde Corea, y solo con ver el bote le dio un aluvión de recuerdos.

—Ah, pues fijo —respondió a Rena mientras el hombre se ponía con sus pedidos. Un chispazo de fuego y su respectiva ola de calor le hizo apartarse un poco por precaución, aunque estuviera absorto viendo las llamas saltar—. Pídetelo con pollo, está buenísimo. Y hablando de agridulce... —aquello era algo que llevaba unos días queriendo contarle a la osa pero no había coincidido hasta entonces. Una sonrisita divertida se dibujó en su cara. Mientras el cocinero les cobraba, Rox siguió—. Es posible que me haya declarado a cierta persona.

Les sirvieron en el más típico cartoncito para llevar y el rubio se quedó mirando el contenido como quien ve a su primer hijo. El olor le traía de vuelta a casa. Se forzó en despegar la vista solo para ver la cara que pusiera Rena,  sin embargo, y aunque se estuviera conteniendo la risa por sacar tan de contexto semejante noticia siguió actuando con relativa normalidad.

—¡Hmm! ¡BUF! —cerró los ojos, dramatizando su reacción al probar bocado. Picaba tal y como le gustaba a él: lo suficiente para tumbar a la narradora—. ¡Me mato! ¡Me recuerda a la comida de mi madre, está riquísimo! ¡¿Quieres probar, Arcan?!