Biblioteca Mágica

El caos reinaba en la planta baja del torreón, pero la mente de Iemai fue recuperando poco a poco la calma. Le avergonzaba que todavía pudiese dejarse dominar por el miedo, pero tal vez no habría reaccionado de forma tan irracional si hubiesen sabido qué los atacaba en primer lugar. La incertidumbre le había hecho mucho daño.

Sus compañeros ya trataban de hacer planes, incluso Nery’s, que no estaba en condiciones de ir a ningún lado después de todo lo que le había pasado esa mañana. Sin embargo ella estaba bien. Se había magullado, pero podía caminar y correr. Estaba determinada a devolverles la ayuda recibida cuando ella era la que no podía salir del torreón y necesitaba ayuda.

Tras anunciar que saldría en busca de la ayuda de los macieleros subió la primera a la habitación para prepararse para salir. Con una de las mochilas vacía y su lanza se apostó en la puerta y esperó a que toda la comitiva estuviese dispuesta a salir. El gesto de Ulmara con Fleur no se le pasó por alto, y apretó con fuerza la correa de la mochila. Tenía miedo de que tardasen demasiado en ir y volver, pero no sabía qué otra cosa podía hacer.

Lograron llegar al torreón Maciel sin incidentes, pero cuando golpearon el puente nadie respondió al otro lado. Tal vez no tardarían demasiado en volver, pero si lo hacían les cogería la noche allí y no podrían cruzar la ciudad de regreso.

Las cercanas sugirieron ir a la biblioteca mientras tanto, ya que tal vez Biblios podía mostrarles libros sobre magia escrita que quienes tenían más talento para la magia quizá pudiesen hacer funcionar aún en las condiciones en que estaban. Era arriesgado, pero también lo era esperar sin hacer nada, y podrían pasar por Maciel de nuevo durante el regreso.

Llegaron a la biblioteca a paso ligero y, al entrar en ella sin percances, Iemai se sintió aliviadam al menos hasta que tuvieron de nuevo a Biblios delante.

—Suerte si queréis que las runas os sirvan de algo. Creo que podría haber algunos libros sobre el tema por allá —dijo cuando le hubieron explicado a qué habían ido hasta allí, señalando al fondo de la biblioteca—. Ya os he dicho más veces que aquí no hay casi ningún libro de magia. ¿Os gustaría probar la literatura de Arfes?

Habían aprendido a ignorarlo, así que Iemai se dirigió a donde Biblios les había dicho y, tras coger un puñado de libros se apoyó en la repisa de una ventana para pasar páginas furiosamente.

La idea de Nery's era buena, sí, y después de hacer lo mínimo posible por Fleur y el resto, salieron a ponerla en marcha. El camino fue sin problemas, más allá de los nervios de Pefka sobre todo lo que había pasado, el cómo iban a curar al resto y la posibilidad de encontrarse a la criatura en la calle. O, peor, que les esperase a la vuelta en el torreón.

Con lo que no contaban, o al menos a él no se le había ocurrido (por muy razonable que pudiera ser), era con que no hubiera nadie en el otro torreón. Vaya faena. Pero no se rindieron, pues las cercanas sugirieron ir a la Biblioteca.

Y allá fueron y llegaron. El bibliotecario estaba a lo suyo, sugiriendo cosas que no entendían, y la verdad era que Pefka no sabía cómo ayudar. Se sentía más útil con algo relacionado con el exterior que allí entre tantos libros, pero se empeñó en buscar libros de hechizos curativos o relacionados con la anatomía. Cualquier término que pudiera servirles.

Ulmara fue todo el viaje haciendo equilibrios para mantenerse estoica, especialmente después de toparse con las puertas cerradas de Maciel. Debían estar fuera, se dijo, debían estar fuera buscando comida. Todos, por algún motivo. No podían estar muertos, se dijo también, eso era imposible. Tras aquella decepción tomaron la decisión de volver a la Biblioteca con la esperanza vana de encontrar magia rúnica, algo que ni siquiera las cercanas entendían muy bien, pero que se suponía que les permitiría hacer magia por encima de sus capacidades.

No iba muy convencida, pues el temor a la muerte se hacía poco a poco más inevitable. La probabilidad de que la conciencia de Fleur simplemente se desvaneciera y dejara de existir la aterraba, no solo por la cordialidad mutua que sentía por ella, sino por el hecho en general de… ¿des-existir?

Fue por esto que no se tomó muy bien las palabras del bibliotecario y le contestó de la peor de las maneras:

—Me gustaría que nos dejaras en paz, gilipollas.

Se arrepintió en cuanto llegó al punto y final de esa frase, agachó la cabeza avergonzada y siguió a sus amigas con una esperanza que se vaciaba poco a poco con cada libro que ojeaba. ¿Y si era verdad y no había nada para ellos ni en la biblioteca ni más allá de la muerte?

Biblios las observó dirigirse a donde les había indicado, mostrando una expresión entretenida. Las palabras de Ulmara no habían alterado en absoluto su humor, de hecho le dirigió una gran sonrisa.
—Para mí es un placer concederte ese deseo —le respondió con una reverencia para, acto seguido, desaparecer y no regresar ni aunque lo llamasen a voces. De hecho, no volvería a presentarse ante los sendarios si Ulmara se encontraba presente en lo que restaba de cosecha.

Todo el grupo se hizo con libros y empezó a pasar hojas, pero era inútil: si se entendía lo que ponía el libro, solo se trataba de explicaciones sesudas sobre lenguajes rúnicos, si el libro estaba plagado de instrucciones ilustradas de cómo hacerlas funcionar, no eran capaces de entender una sola palabra.

Iemai vigilaba de reojo a Sarah, que era la que tenía más cerca, y veía que era lo mismo sin importar que libro se cogiese. Cuando fue a dejar su tercer manojo de libros y cambiarlo por el cuarto, dio un par de vueltas a la estantería, a ver si se había pasado algo por alto, y picó libros por todas las baldas. Después se dirigió a la mesa para extenderlos con más comodidad, pero cuando apoyó la pila de libros los que estaban más arriba perdieron el equilibrio y se desparramaron por la mesa.

De entre las páginas desparramadas destacaba una en concreto porque sobresalía del interior de uno de los libros. Era una hoja escrita a mano con pluma y tinta, que mostraba una gran runa rodeada de modificadores.

Cuando Iemai alargó la mano hacia el papel lo giró entre sus dedos. En su anverso unas letras escritas con lápiz y caligrafía torpe explicaban que se trataba de un hechizo de restauración de alta potencia. Abrió los ojos y parpadeó un par de veces antes de reaccionar, plantando el papel entre sus compañeras con un golpe sobre la mesa más fuerte de lo que pretendía.
—¡No me lo creo! ¿Podría ser una trampa? Es demasiada casualidad que alguien se haya dejado esto aquí estudiando magia…

El conflicto con el bibliotecario no pasó inadvertido para el nombrado, pero sí que decidió ignorar a sus compañeras. Sarah tenía razón, además, así que no vio necesario añadir nada más. Y siguió buscando, repasando las estanterías, aunque a veces se distraía con libros voladores o parlanchines, o con cualquier mención a criaturas mágicas. Llegó incluso a ver manuales para, por lo que entendió, "fabricar" bestias... y se alejó de esa zona con mucho recelo.

En una de sus idas y venidas escuchó a Iemai y Sarah de nuevo, y se acercó a ellas. No entendía las preguntas de la humana, pero apretó el entrecejo al ver el complicado dibujo.
—Es como esas cosas de las que habéis hablado otras veces... No creo que sea una trampa, pero siempre podemos intentar cazar una bestia y aplicarle el hechizo a ver si se cura —se encogió de hombros.

Su propuesta era una salida borde, sí, pero por impaciencia más que otra cosa. Sinceramente, no entendía cómo alguien iba a pensar en dejar una "trampa" en un libro, en un sitio tan maravilloso como aquella biblioteca que tanto conocimiento albergaba. Y si habían tenido suerte, deberían aprovecharla y volver al torreón. Total, no podían averiguar nada sin ponerlo en práctica.
—Propongo volver y probar, porque preguntar al bibliotecario parece que va a ser difícil... —se lamentó, pues hacía rato que no le veían.

Ulmara no tenía ni idea de lo que acababa de provocar y, con ese desconocimiento, la respuesta de Biblios se le antojó hasta graciosa, entre toda la vergüenza que sentía en ese instante. <<Gracias>> pensó con cierto desprecio, poco antes de que Sarah le llamase la atención. Cuando discutió con ella tiempo atrás le pareció mucho más claro que Sarah estaba convirtiendo sus miedos y problemas en rabia mal dirigida. En este instante, sin embargo, no era tan evidente para la cercana.

—Mira, déjame en paz —fue todo lo que le dijo, consciente de que Sarah había utilizado sus propias palabras contra ella, y con razón.

Le habría gustado decir que sí, que estaba cansada y preocupada y harta de todo y muerta de miedo; pero prefirió centrarse en el puto milagro que acababa de ocurrir. Al final era otra forma de evitar entrar en conflicto consigo misma. Tal y como estaban las cosas, prefería que fuera Iemai quien respondiese a la humana. Ella hizo lo propio con el krabelinense:

—Podría ser de un solo uso, nos arriesgaríamos a perder el hechizo si lo utilizamos en cualquier bicho que se nos cruce.

Iemai dio tiempo a que el resto examinase el papel, respondiendo a las preguntas una por una.
—No he notado nada —le dijo a Sarah—, creo que está descargado. Alguien tendría que cargarlo primero, así que sí, tendríamos que llevárnoslo. Cargarlo es algo que Rua o Kiki podrán hacer incluso estando heridas.
»A mí no me parece mal probarlo antes por si acaso, aunque depende del tiempo que tengamos… deberíamos volver y ver cómo está Fleur —respondió tanto para Pefka como para Ulmara—. No creo que sea de un solo uso, y si lo es siempre podemos intentar copiarlo de nuevo, ¿no?
La cercana hablaba con apremio. Quería marcharse de allí lo antes posible para testar el hechizo, y eso la hacía ser un poco descuidada. Se forzó a tomar aire para calmarse. Ella sola no podía decidir qué hacer, debía escuchar lo que tuviesen que decir sus compañeros.

Pefka miraba a unas y otras y se rascaba la cabeza. No entendía ni mucho ni poco, sinceramente, así que atajó por lo que les apremiaba más. Tenían un posible hechizo y gente herida, así que no había mucho más debate para él.
—Yo no sé si puede ser de un solo uso, y no entiendo por qué alguien haría un hechizo para usarlo solo una vez si supuestamente es para curar a tan profundidad... Pero aquí quietos no vamos a saber nada nuevo, ¿no? ¿Nos lo llevamos y probamos?

En otro momento se habría disculpado por dar información errónea. En esta ocasión, sin embargo, se limitó a encogerse de hombros para darle la razón a Iemai, no sin algo de vergüenza. Al final lo que sabía estaba sesgado, pues ella jamás había hecho magia fuera de Rocavarancolia, y estas cosas podían pasar. Mientras hablaban, ella se limitó a cruzar los brazos y zapatear con uno de los pies. Podría parecer que metía prisa, pero en realidad esa era la toma de tierra de su propio nerviosismo.

—Vámonos pitando de aquí —dijo escuetamente.

Todavía le costaba mantenerle la mirada a nadie de lo estúpida que se sentía, pero a la vez habían estado tranquilos sin el estúpido del bibliotecario hablándoles de gilipolleces mientras buscaban algo para salvar a las suyas. No había sido una repercusión tan terrible para su falta de respeto.

Sigue en el Torreón Sendar.

Toni tenía ganas de seguir la conversación con Maila, pero con la sorpresa de la aparición de Rua la cortó. La única que parecía tener los mismos cambios que él era Maila y quería saber como se sentía, como manejaba la arena, si sufrían el mismo cambio. Solo pensaba en llegar a la biblioteca para buscar información sobre lo que les estaba pasando.

— Tía qué ganas tenía de verte de nuevo, ¿cómo estás? ¿Qué has sentido ahí dentro? Tienes la misma ropa, por un segundo pensé que estarías desnuda si volvías a tu forma— le dijo a Rua aguantando la respiración.

Al llegar a la biblioteca se impresionó al ver el edificio de mármol gris, a pesar de verlo de forma asidua. Los dos grandes portones de madera les dieron la bienvenida.
— A ver que podemos averiguar de todo esto. — Pegó una pequeña bocanada de aire solo por tener nuevamente la sensación de plenitud, de energía.

Rua apenas si cabía en si misma de gozo de ver de nuevo como humana. La sorpresa en los demás al verla fue casi tan inmensa como la suya, el deseo de querer apresurarse hacia la biblioteca solo fue incluso mayor. Asintio hacia Pefka y se apresuro a cruzar el puente, no tneia diea de si aquello era reversible.

-Joder, lo sé....era una mierda no poder comunicarse más que con sonidos de caballo- dijo ella  respondiendo a las palabras de Ton sintiendo un alivio inmenso de poder hablar- ¡Ni idea de por qué llevo ropa! Pensaba seria a lo licántropo de peli, apareciendo en bolas. Pero al menos me queda algo de jodida dignidad. - respondió Rua con una inmensa sonrisa que no abandonaba su rostro, viendo a Maila cargar a Fleur para que pudieran apresurarse y no pudiendo evitar imaginar la escena si como ella, la francesa también cambiaba de pronto y acababa en los brazos de Maila.

-¡Cuidado Maila no vaya a cambiar repentinamente como yo a algo! ¡Agárrala fuerte!- su risa fue franca, animada y alegre, no le importaba la lluvia ni el frio, la idea de poder hablar y moverse a dos piernas era increíble, nunca había pensado que echaría eso tan en falta.

El edificio de la biblioteca no tardo en aparecer ante ellos, como una mole de piedra en la oscuridad, lo habían visitado bastante a lo largo de aquellos meses en la ciudad, pero ahora se sentía de alguna forma como más impresionante. Allí estaban las respuestas para lo que le ocurría a ella y a sus amigos, esperaba realmente encontrarlas. Se apresuraron a entrar guareciéndose de la lluvia, la idea que tal vez se encontrarían con el fantasma gruñón allá quejándose de que le empapasen el suelo, surgió en su mente.

- Mierda, había olvidado lo grande que era esto- dijo Rua, mirando alrededor y a sus compañeros que lucía como si acabaran de salir de un lago o algo, iguales que ella, iba a mojarse de nuevo cuando saliera, pero la idea de ir encharcándolo todo no le atraía, porque lo que se hizo un hechizo térmico sobre sí misma, buscando sacarse el mayor exceso de agua de su ropa y cabellos. Una vez satisfecha, los miro, sintiendo una inexplicable sensacion vibrante al usar magia en aquellos momentos.- Yo supongo buscare sobre unicornios o sobre transformarse en otros animales, buscare sobre Fleur también a ver como hacer que cambie también… -añadió viendo a Fleur que estaba exactamente en su situación al parecer y luego a Maila- Si Biblios apareciera haría las cosas más sencillas también – indico Rua al aire, no sabiendo si el fantasma podría escucharlos, cosa que esperaba que si y decidiera hacer acto de aparición antes de que se volvieran locos buscando en aquel lugar.

Cuando la Biblioteca apareció en la distancia a ojos del hijo de lunas, le costó mucho no lanzarse corriendo y saltando para llegar lo antes posible. Sí que entró a toda prisa mientras les escuchaba hablar a sus espaldas, y no les esperó. Su cabeza iba a toda velocidad pensando en cómo distribuirse, pero los demás parecían tenerlo claro y él solo tenía que buscar sobre las lunas.

Lo malo era la inmensa cantidad de libros de historia, de mitología, de leyendas, de dioses oscuros o criaturas que se hacían llamar como tal... Y de la Luna Roja había un sinfin de ellos. Sobre divinidades de otros mundos versaban muchos menos. Leía fragmentos de aquí y allá buscando palabras clave , pero pasado un buen rato acabaría rindiéndose a la evidencia: desde que había llegado había cogido media docena de tomos, y necesitaría leer un montón de ellos enteros, incluso más, para discernir algo en claro de todo aquel torrente de información. Y en su lugar, buscaría al respecto de su transformación, sobre lo que esperaba encontrar datos más concretos. ¿Tenía un nombre, siquiera? ¿Habría dejado de ser un hijo de lunas?

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Si os cruzáis con Pefka y queréis hacer referencia a él en vuestros posts, irá farfullando cosas de leyendas sobre la Luna Roja con libros a cuestas, o sobre buscar su transformación

Para cruzar el puente de la cicatriz Maila tuvo que sostenerla con un poco de dificultad entre sus brazos, ahora era un cisne, pero seguía tratándose de un ave muy grande, y además bastante patosa con un nuevo cuerpo que esperaba que no durara mucho.

Que Rua volviera a ser ella le daba esperanzas, pero Fleur seguía con miedo. ¿Y si con ella era diferente? Ya había soñado con esto una vez, ya había visto la Luna Roja y había sobrevolado los cielos como un cisne en sus sueños. ¿Podía ver el futuro? En ese caso... ¿Con qué mas había soñado? ¿Solo el amor verdadero podía romper el conjuro? Tenía tantas cosas que decirle a Maila... tantas disculpas y verdades. Cuando por fin creía estar lista y tener voz la Luna Roja se la robaba.

La grandeza de la biblioteca no le sorprendió como otras veces, ya estaba acostumbrada y su atención se focalizaba en otras cosas. Mientras se cruzaban con Pefka farfullando leyendas de la Luna Roja Fleur graznó con fuerza, pidiendo que Maila la dejara en el suelo y señalando con el pico algunos de los libros voladores. Quizá en ellos estuviera la respuesta.

Maila tuvo extremo cuidado con Fleur a la hora de transportarla por el puente. El cisne aún no sabía volar y la hawaiana no quería ni pensar en lo que podría pasar si se le cayera de las manos. Por suerte llegó al otro lado sin incidentes y en cuanto a la arena había empezado a acostumbrarse a que no la molestaría ni se le metería en los ojos, por más que danzara a su alrededor.

El grupo llegó a la biblioteca y nada más entrar su minitormenta de arena personal danzó por entre los libros y estanterías sin ningún orden y propósito. A la hawaiana no le sorprendió la grandeza surrealista del lugar, al fin y al cabo ya habían estado allí antes. Pero ahora lo veía con otros ojos. Veía respuestas, verdadero conocimiento...

-Si, te ayudo con eso-. Le respondió a Rua sin dejar de mirar durante unos instantes el cambiado cuerpo del hijo de lunas.<<Si yo estoy deseosa de saber mi naturaleza... ¿Cuántas ganas tiene que tener él?>> Pensaría por dentro viéndolo caminar. Maila se obligó a concentrarse y a dejar de estar tan dispersa, necesitaba información. Fleur la necesitaba. Así que se dispuso a buscar entre los libros algo de utilidad.

Al principio no encontró nada que sirviera. Mucha historia de la ciudad, sobre la magia, compendios y algunos relatos siniestros pero nada sobre el problema de su amiga. Hasta que le llamó la atención un libro en particular. Uno cuya cubierta era de color verde con un símbolo de unas fauces en una bonita tonalidad dorada. Era algo antiguo a juzgar por las páginas amarillentas, pero la portada se mantenía aceptablemente bien. Maila abrió sus hojas y empezó a leer, mientras la arena la envolvía como si tuviera vida propia y no quisiera que leyera. La chica hizo un gesto inconsciente para espantar la arena con la mano como si quisieras quitar un mosquito, que rápidamente se alejó para formar un torbellino en el techo de la biblioteca.

El libro se titulaba: Mitos y Verdades sobre la Metamorfosis Animal. Y en ella relataba cómo había ciudadanos en Rocavarancolia capaz de hacer mutar su cuerpo a voluntad y cambiarlo por uno animal, de aprovechar ese poder para tener la fuerza de un oso o un tigre o de usar los instintos animales para cazar. La hawaiana se sintió triunfante cuando gritó a pleno plumón a sus amigos que había encontrado la respuesta.

-¡YA LO TENGO! ¡FLEUR ES UNA LICÁNTROPO CISNE!- Gritó con toda su energía mientras cerraba el libro de sopetón, sin ser consciente de qué equivocada estaba de aquellas palabras.