Biblioteca Mágica

Irianna decidió llevar solo la misma daga que había utilizado en anteriores salidas ya que estaba bastante segura de que con su escaso manejo del arco le resultaría más lastre que útil y de todos modos no iban demasiado lejos. Según se acercaban pudieron constatar que el edificio se encontraba en tan buenas condiciones como parecía desde la distancia, lo cual la idrina había puesto en duda.
—Lo han tenido que construir recientemente —comentó admirando la fachada de la edificación una vez el nutrido grupo que finalmente había decidido unirse a la expedición se encontró frente a sus puertas—. Es muy probable que haya alguien dentro, ¿no creéis?
No había más que ruinas a su alrededor y, aparte del torreón, era el único edificio que habían visto entero hasta el momento. Decididamente no tenía aspecto de ser una residencia particular, sino que más bien daba la impresión de que debía contar con una función específica.

—Voy a llamar —anunció al cabo de unos instantes para después acercar su puño enguantado al gran portón de madera y, tras vacilar, golpeó tres veces con contundencia.
La mano resultó dolorida en el encontronazo con la robusta madera de la puerta, pero Irianna simplemente la dejó caer sin prestar atención al hecho, expectante por comprobar si su acción había tenido algún efecto. Cuando pasaron los segundos y se hizo evidente que nadie iba a salir a abrirles, la chica se giró hacia el grupo con expresión consternada y mordiéndose inconscientemente el labio inferior. Dirigió su atención nuevamente hacia la puerta enseguida, no obstante, y adquirió un aire pensativo mientras realizaba un intento de girar la manilla. Para su sorpresa, la puerta cedió.
—Abierta… No estoy segura de si eso quiere decir que podemos entrar sin más, pero en caso de que no sea así siempre podemos utilizarlo para excusarnos e irnos —reflexionó mientras empujaba la puerta—. De todos modos por ahora bastará con...

Sus ojos se abrieron de par en par, aumentando el ya de por sí considerable espacio que ocupaban en su rostro, en cuanto pudo atisbar el interior del edificio y se olvidó de que había empezado a enunciar una frase. De entre todas las cosas que cabía esperar encontrar entre ruinas y desolación, una biblioteca no ocupaba un puesto muy alto en la escala de probabilidades. De hecho, Irianna se había preguntado si se trataría de un lugar de culto de algún tipo y todas las demás opciones que habían aparecido fugazmente en su mente habían sido inmediatamente descartadas. Olvidando de pronto toda cautela, la idrina soltó la manija y se adentró unos pasos en la enorme sala que entonces pudo comprar se expandía a lo largo de toda la planta. Estanterías hasta donde alcanzaba la vista, todas ellas repletas de volúmenes de infinitud de tamaños, colores e incluso formas. Tal vez no se había equivocado por completo al pensar que podía tratarse de un lugar de culto, pues Irianna no sabía qué podría despertar mayor devoción en ella que un libro.

>>¿Qué es una biblioteca sino un templo del saber? ¿Un lugar que dota de conocimiento al ignorante y que puede transportarte allí donde nunca podrás pisar mediante la magia de las palabras?

La idrina regresó a la realidad al escuchar los pasos del resto del grupo adentrándose, recordándole que debía de permanecer atenta a lo que sucedí a su alrededor. Seguía sin haber nadie a la vista, pero era imposible saber si ellos eran realmente los primeros visitantes del día perdidos en las decenas de pasillos entre las altas estanterías. Y, en su opinión, poco probable que así fuera. Ello no le impidió, no obstante, acercarse cautelosamente a una de las estanterías y sacar un tomo de lomo violeta al azar que abandonó su lugar acompañado de una polvareda que le provocó un instantáneo picor en la nariz. Irianna giró la cabeza y cubrió el ligero estornudo con una mano lo más discretamente que pudo mientras que en la otra sostenía el libro que acababa de abandonar por completo el estante.

—¡Ah! —exclamó sin elevar apenas la voz mientras se apresuraba a sujetar con ambas manos el manuscrito reclamado por la gravedad.
Le había cogido por sorpresa su peso, que era mucho mayor de lo que su tamaño sugería. Decidió apoyarlo en una mesa cercana antes de nada, ya que además de pesado estaba muy polvoriento y examinó su portada. No había nada escrito en ella, pero unos dibujos que no parecían representar nada concreto decoraban los bordes. Lo abrió con cuidado, temiendo que se rompiese, y leyó la primera línea de la primera página. O eso le habría gustado, pues lo único que pudo comprender fue que los dibujos de la portada no eran tal, sino que todo apuntaba a que se trataba de un idioma desconocido. Irianna no se había parado a pensar en que algo así pudiera ocurrir, pero se dio cuenta de que no tenían ni idea de si el idioma que habían aprendido bebiendo el agua de la fuente era el único que se hablaba en aquel planeta. Tras echar un vistazo rápido a otras páginas y comprobar que no había nada entendible para ella allí, lo colocó con esfuerzo en su lugar para después examinar los lomos de otros libros cercanos, buscando esta vez en ellos los símbolos que correspondían al alfabeto que conocía.

Enfrascada como estaba observando las estanterías apenas era consciente de los comentarios que se sucedían a su alrededor y tan solo supo que Varsai quería decirle algo porque la varmana se hizo notar. Asintió con una leve sonrisa a la balera antes de volver su atención hacia el lomo de un libro que rezaba “Rocavarancolia en el tiempo”. Antes de que pudiera examinar su contenido, no obstante, una voz desconocida la devolvió bruscamente a la realidad en la que se encontraban y observó perpleja como aquel hombre similar a un humano flotaba en medio del aire sin parar de hablar. Sin duda era un mago.
—Disculpe, ¿es usted…?
Trató de dirigirse al hombre cerrando el libro que tenía entre manos y acercándose un paso hacia dónde estaba, pero la ignoró por completo y continuó explicándoles las normas de la biblioteca, por lo que la idrina se limitó a escuchar al presunto bibliotecario hasta que, tal y como había llegado, desapareció. Irianna contrajo el rostro en una mueca de contrariedad: habían perdido la oportunidad de obtener información de algún habitante de la ciudad. Aunque parecía claro que el supuesto bibliotecario no tenía intención de dedicarles un solo minuto de más de su tiempo.

Se giró hacia sus compañeros con expresión pensativa una vez volvió el silencio a la sala. Que no pudiesen cambiar de libro era una lástima, pero de que a ninguno le pasase nada malo se aseguraría personalmente, por lo que desestimó con bastante facilidad la amenaza implícita en la última norma.
—Deberíamos poner en común lo que queremos llevarnos, para evitar repetir temática.
A continuación apoyó sobre la mesa cercana el ejemplar que ella tenía entre las manos y empezó a ayudar a Jace a devolver a su sitio los libros que estaba recogiendo tras haberlos tirado en un sobresalto cuando el hombre flotante se dejó ver. El título de uno de ellos captó su atención y lo apartó en lugar de colocarlo en el estante para echarle un vistazo una vez hubiese terminado.

Roaxen ya había decidido llevarse un libro de la misma temática que el que le había interesado a ella en un principio, por lo que renunció a su ejemplar no sin molestarse internamente: no estaba muy segura de que el xolnita fuese a compartirlo. La idrina tenía claro que necesitaban llevarse algo que les ayudase, ya que muchos eran los conocimientos que podían ofrecer los volúmenes guardados en una biblioteca, aunque había empezado echar de menos el leer una historia y el ejemplar que había tenido en sus manos hasta poco antes era lo más parecido que podía cumplir ambos requisitos. No obstante, aquel ejemplar de portada verde cuyo título rezaba simplemente “Hechizos” podía ser una elección adecuada si contenía lo que prometía. Lo abrió para examinar su contenido, encontrándose con que apenas entendía lo que allí se representaba mediante dibujos de manos y palabras ilegibles. Aunque no tardó en encontrar unas anotaciones en el lenguaje de la fuente que parecían tratarse de guías para comprender lo que ponía, absorta una vez más.

Entre las primeras páginas del libro llamó su atención un dibujo poliédrico sobre el que había una explicación en un idioma incomprensible pero que tenía una anotación al pie en la que se podía leer “cristal cargador”. Irianna permaneció pensativa largos segundos, tenía la sensación de que había visto algo como eso en otra ocasión, pero no era capaz de recordar con claridad de qué se trataba. Además el término “cristal cargador” no le era completamente desconocido aunque tampoco lograba acordarse de en qué contexto lo había podido oír.

Decidió que tal vez lo mejor sería darle más vueltas en el torreón y dedicarse a continuar curioseando las estanterías. Fue entonces cuando se fijó en Kimbra, quien no parecía saber qué hacer.
—¿Has encontrado algún libro en un idioma legible? Te puedo ayudar a elegir uno para llevarte si quieres —se ofreció.
La hija de lunas no habría visto ningún libro en su vida y probablemente no pudiese siquiera hacerse a la idea de la gran variedad de conocimientos que se encontraban a su alcance en aquel momento.