Sueño de Skull

-¡Pásamela, pásamela!
Skull parpadea desconcertado. Franchesco está unos metros frente a él, haciendo aspavientos tan exagerados que podría haberse hecho pasar por controlador aéreo.
Mira a su alrededor al oír un grito ahogado. Se encuentra en una amplia pradera, un campo inmenso cubierto de hierba. Un mar verde hasta donde alcanza la vista.
El grito provenía de Isabella, cuyos pies se han enredado en las largas briznas de hierba y ha caído al suelo. La niña se levanta ni corta ni perezosa, y el eco de su risa llega hasta Skull.
-¿Eres idiota? ¡Pásamela rápido!- ordena Franchesco, reclamando su atención.
Un aguijonazo de irritación invade a Skull. ¿Cómo se atreve a insultarle? ¿Y qué demonios quiere que le pase?
Se da cuenta de que tiene algo entre las manos. Una pelota de fútbol.
Se encoge de hombros y va a pasársela, pero éste resbala de entre sus dedos y cae al suelo, rodando fuera de su alcance entre la hierba y manchándose de tierra.
El esférico llega hasta los pies de Isabella, quien retuerce la cara de forma extraña, como si fuese a echarse a llorar.
-¡Mira lo que has hecho! ¡La has arruinado!- le grita, furiosa de repente. Patea la pelota con el pie, y ésta vuela en dirección a la cabeza de Skull, golpeándole con un sonido hueco. El golpe no duele apenas, pero el llanto de Isabella sí hiere los oídos.

Me invade la felicidad, estoy jugando con Isabella y Franchesco, como si nunca hubiera pasado nada, aunque es extraño, no estamos en Venecia, sino en una amplia pradera verde. Miro hacia los lados, sorprendido por el paisaje, hasta que los gritos del muchacho y la risa de la niña me devuelven al presente. El chico me pide que le pase algo y me doy cuenta de que tengo una pelota de futbol en las manos. Voy a pasarsela, pero el balon se me resabala y cae de mis manos, llegando hasta Isabella. Esta me la tira en la cabeza enfadada. El golpe no me duele, pero las lagrimas de la pequeña me provocan un nudo en la garganta. Me acerco a la niña, y la intento tranquilizar mientras le pongo la mano en la espalda.-Tranquila Isabella, solo es un juego. Ahora vuelvo a tirar la pelota, esta vez no se me caera.- Saco un pañuelo del bolsillo y le seco las lagrimas a la niña.- ¿Ya estas mejor?-Le pregunto con una sonrisa amistosa.

Tirado sobre la pared, me pregunto que ha pasado. Estaba tan contento, y un momento despues, los ojos dorados surgieron en mi cabeza y mi mano se movio sola hacia Isabella, antes de ir a por Franchesco. Recuerdo tambien otra escena inconexa en la que un policia me esposa en el suelo, mientras que los niños desaparecen en un coche.Una lagrima se desliza por mi mejilla, y cae sobre mi pecho, donde la calavera alada reposa, con su siniestra sonrisa de siempre. Furioso conmigo mismo, con los ojos dorados y con el mundo en general, comienzo a darle golpes con fuerza a la pared, descargando mi ira con cada puñetazo y deseando poder retroceder en el tiempo para evitar mis actos.

-¿QUE ESTA PASANDO?- rujo con fuerza, incapaz de comprender el porque de los acontecimientos y de mi descontrol. Me duele todo el cuerpo, pero me levanto con esfuerzo, deseando que la pesadilla termine.- Esto no puede ser real, no puedo estar pasado de verdad.-murmuro agotado. Aprieto los puños con fuerza e intento relajarme, pero los recuerdos vuelven a mi mente, clavandose dolorosamente en mi cabeza. La curiosidad me vence, y me encamino hacia el lugar del que viene el ruido de los bomberos, preguntandome que nuevo horror vendria a continuacion.

Nadie va a hacer nada, y no puedo dejar que esos niños mueran carbonizados en el ardiente aliento de las llamas. Corro hacia la puerta y entro dentro del edificio, tampandome la cara con el brazo para respirar la menor cantidad de humo posible. Esquivo el fuego siempre que es posible, pero aun asi me hago algunas quemaduras, aunque casi no noto nada, pues la adrenalina recorre mis venas a toda velocidad. Corro por los pasillos, internandome mas y mas en el infierno de fuego y humo, buscando a los niños. Temo por ellos y me imagino a isabella agarrada con sus pequeñas manos a la espalda de su hermano, intentando encontrar la salida de esta ardiente pesadilla. Noto como mis fuerzas disminuyen, pero no pienso rendirme. Tengo que salvarlos, aunque me vaya la vida en ello.

Observo la escena petrificado, impotente, sin poder hacer nada para evitar que los chicos se lancen a las abrasadoras llamas. Cuando el fuego se extingue, caigo de rodillas mirando los pequeños cuerpos, mientras un horrible sentimiento de culpabilidad atenaza mi corazon. Estaban muertos por mi culpa. Si no hubiera perdido el control en la pradera nada de esto habria sucedido. Lentamente, las lagrimas se deslizan por mis mejillas, y caen delante de mi, sobre el suelo carbonizado, mientras mi cerebro se esfuerza por encontrarle algo de sentido a mi vida, que con la muerte de los niños, a quedado vacia y sin ningun valor.