Sueño de Abigail

Allí estaba yo, saludando a todo el que entraba por la puerta. A algunos ni los conocía... otros me eran familiares. Pero debía de estar allí esperando a que entrasen todos y saludándoles... simplemente por eso ya me dolía la cara de tanto sonreir, de tanto fingir...
Todos iban bien vestidos para la ocasión. Presumiendo de vestidos, de collares... cualquier cosa valía para hablar de ella. Como se reían... me ponían los pelos de punta. La mitad de ellos estaban allí para aparentar lo que no tenían y la otra mitad... prefería no saberlo. Solo me limitaba a saludar. No sé cuando comprenderían de una vez por todas que a mí me daban igual y que no quería estar allí.
Todavía no había pasado ni la mitad del tiempo que se suponía que tenía que estar presente y ya me sentía incómoda. Seguramente se me empezaría a notar en la cara... ¡bah! que pensarán lo que quisieran, bastante tenía con tener que vestirme de esta manera sin quererlo y saludando a gente que ni conocía. ¿Por qué no puedo irme ni un ratito?

Intento escabullirme de la mujer, pero para cuando estoy a punto de conseguirlo me agarra de la muñeca con fuerza y me lleva a un corro de mujeres... más bien arpías que no paran de charlar y preguntar por cosas que no les incumben.
Suspiré en un intento de parecer amable y sonreir.
- No sé cuanto cuestan mis zapatos señora... y no se ofenda, pero tampoco me interesa cuando lcuestan los suyos - añadí intentando zafarme, pero volvieron con más preguntas.
Miré a la señora de la pamela descaradamente.
- No creo que sea de su incumbencia saberlo, señora - dije remarcando la última palabra empezando a cansarme de todas ellas.
- Pues por lo menos trabajaré en algo - les dije mirándolas con rabia contenida - no como ustedes que no hacen más que robar a sus maridos. Que si un colllar por aquí... una pamela por allá. ¡Todo apariencias! Ahora si me disculpan - dije separándome de ellas - tengo encargado saludar en la puerta.

Miro a mi alrededor, extrañada. ¿Desde cuándo mi salón sirve para una reunión de cactus?
- Si les molesta lo que he dicho es que tengo razón - les contesto - pero bueno... si tuvieran el más mínimo recato seguro que se asegurarían de que no se notasen. Por mí pueden marcharse ya.
Una de ellas y me empieza a apretar la muñeca muy fuerte, haciéndome daño.
- Y usted no se atreva a tratarme así o llamaré a mi padre y entonces la única mocosa maleducada aquí será usted - respondí con valentía soltándome de su mano.
Pero el camino hacia la escalera era complicado... estaban todo plagado de cactus. Imposible...
- Pueden ir pasando a la sala central - dije en alto en un intento de desalojar la habitación para poder librarme de esas brujas.

Me empecé a agobiar en cuanto ví que nada de lo que hacía daba resultado.
- ¡Hala! ¿Quién es ése de la puerta? - dije en alto mientras me agachaba aprovechando la ocasión para empezar a gatear por el suelo escapándome de todos ellos.
Vi una puerta entrabierta.
Ésta es la mía - pensé
Logré colarme dentro y cerré la puerta con llave desde dentro. Suspirando aliviada de haberme conseguido escapar de allí, pero no sin antes haberme clavado varios pinchos. Me los quité sin miramientos, deprisa, para no hacerme daño.
Pusé la oreja en la puerta, parecía que se habían tranquilizado los ánimos.

Me dí la vuelta.
- ¿Aníbal? - pregunto - No recuerdo haberte mandado invitación... ¿qué haces aquí?
Suspiré recordando todo lo que había dejado detrás de la puerta.
- Sí, las cosas se han descontrolado un poquito...
Se acercó a mí y me abrazó... pero algo iba mal, cada vez me apretaba más.
- Aníbal, me haces daño - dije conteniendo la respiración.
Entonces salieron púas de su piel y comenzó a atravesarme con ellas.
- Aníbal - chillé intentando alejarme de él - aléjate de mí.
Grité fuerte esperando que alguien me oyera... pero cada vez las púas se clavaban más.
Con desesperación le golpeé haciendo por soltarme.

Caí en una jaula, me trataban como si fuera un bicho de feria. Empecé a llorar silenciosamente mientras no paraban de tirarme cacahuetes. Me miré las heridas, me escocían.
- ¿Qué miráis? - les grité al público desde la jaula.
- ¿Y tú qué dices? - le solté al presentador - no eres más que un espantapájaros... todo lo que dices solo es paja.
- Marchaos todos de aquí, dejadme en paz... - grité mientras me sentaba y abrazaba mis piernas haciendome una bola en el fondo de la jaula.